C. L. A. M. O. R.: Postura de la Iglesia (II): Encíclica "Etsi Quam Diu" de León XII (1824)

Postura de la Iglesia (II): Encíclica "Etsi Quam Diu" de León XII (1824)


A los venerables hermanos, los arzobispos y obispos de América.


LEÓN XII, PAPA.


Su Santidad León XII
Venerables hermanos, Salud y la Bendi*ción apostólica. Aunque Nos persuadimos habrá llegado hace ya tiempo a vuestras manos la encíclica que, en la elevación de nuestra humildad al solio de san Pedro, remitimos a todos los obispos del orbe católico, es tal el incendio de caridad en que nos abrasamos por vosotros y por vuestra grey, que, hemos determinado, en manifestación de los sentimientos de nuestro corazón, dirigiros especialmente nuestras palabras.


A la verdad, con el mas acerbo e incom*parable dolor, emanado del paternal afecto con que Os amamos, hemos recibido las funestas nuevas de la deplorable situación en que tanto el Estado como a la Iglesia ha venido a reducir en esas regiones la cizaña de la rebelión, que ha sembrado en ellas el hombre enemigo, como que conocemos muy bien los graves perjuicios que resultan a la religión, cuando desgra*ciadamente se altera la tranquilidad de los pueblos. En su consecuencia, no pode*mos menos de lamentarnos amargamente, ya observando la impunidad con que corre el desenfreno y la licencia de los malva*dos; ya al notar como se propaga y cunde el contagio de libros y folletos incendia*rios, en los que se deprimen, menospre*cian y se intentan hacer odiosas ambas potestades, eclesiástica y civil; y ya, por último, viendo salir, a la manera de lan*gostas devastadoras de un tenebroso pozo, esas juntas que se forman en la lobreguez de las tinieblas, de las cuales no dudamos afirmar con san León papa, que se concreta en ellas como en una inmun*da sentina, cuanto hay y ha habido de más sacrílego y blasfemo en todas las sectas heréticas. Y esta palpable verdad, digna ciertamente del más triste descon*suelo, documentada con la experiencia de aquellas calamidades que hemos llorado ya en la pasada época de trastorno y confusión, es para Nos en la actualidad el origen de la más acerba amargura, cuan*do en su consideración prevemos los inmensos males que amenazan a esa heredad del Señor por esta clase de de*sórdenes.



Examinándolos con dolor, se dilata nues*tro corazón sobre Vosotros, venerables hermanos, no dudando estaréis íntima*mente animados de igual solicitud en vista del inminente riesgo a que se hallan ex*puestas Vuestras ovejas. Llamados al sagrado ministerio pastoral por aquel Señor que vino a traer la paz al mundo, siendo el autor y consumador de ella, no dejaréis de tener presente que vuestra primera obligación es procurar que se conserve ilesa la religión, cuya incolumi*dad, es bien sabido, depende necesaria*mente de la tranquilidad de la patria. Y como sea igualmente cierto que la religión misma es el vínculo más fuerte que une tanto a los que mandan cuanto a los que obedecen, al cumplimiento de sus diferen*tes deberes, conteniendo a unos y otros dentro de su respectiva esfera. conviene estrecharlo más, cuando se observa que con la efervescencia de las contiendas, discordias y perturbaciones del orden público, el hermano se levanta contra el hermano, y la casa cae sobre la casa.


La horrorosa perspectiva, venerables hermanos, de una tan funesta desolación, Nos obliga hoy a excitar vuestra fidelidad por medio de este nuestro exhorto, con la confianza de que, mediante el auxilio del Señor, no será inútil para los tibios ni gravosa para los fervorosos, sino que, estimulando en todos vuestra cotidiana solicitud, tendrán complemento nuestros deseos.


No permita Dios, nuestros muy amados hijos, no lo permita Dios, que cuando el Señor visite con el azote de su indignación los pecados de los pueblos, retengáis vosotros la palabra a los fieles que se hallan encargados a vuestro cuidado con el designio de que no entiendan que las voces de alegría y de salud sólo son oídas en los tabernáculos de los justos; que entonces llegarán a disfrutar el descanso de la opulencia y la plenitud de la paz, cuando caminen por la senda de los man*damientos de aquel Señor que inspira la alianza entre los príncipes y coloca a los reyes en el solio; que la antigua y santa religión, que sólo es tal mientras permane*ce incólume, no puede conservarse de ninguna manera en pureza e integridad cuando el reino dividido entre si por fac*ciones es, según la advertencia de Jesu*cristo señor nuestro, infelizmente desolado; y que vendrá con toda certeza a verifi*carse, por último, que los inventores de la novedad se verán precisados a reconocer algún día la verdad y a exclamar, mal de su grado, con el profeta Jeremías: Hemos esperado la paz y no ha resultado la tran*quilidad; hemos aguardado el tiempo de la medicina, y ha sobrevenido el espanto; hemos confiado en el tiempo de la salud, y ha ocurrido la turbación.


Pero ciertamente nos lisonjeamos de que un asunto de entidad tan grave tendrá por vuestra influencia, con la ayuda de Dios, el feliz y pronto resultado que Nos promete*mos si Os dedicáis a esclarecer ante vuestra grey las augustas y distinguidas cualidades que caracterizan a nuestro muy amado hijo Fernando, rey católico de las Españas, cuya sublime y sólida virtud le hace anteponer al esplendor de su grandeza el lustre de la religión y la felici*dad de sus súbditos; y si con aquel celo que es debido exponéis a la consideración de todos los ilustres e inaccesibles méritos de aquellos españoles residentes en Euro*pa, que han acreditado su lealtad, siempre constante, con el sacrificio de sus intere*ses y de sus vidas, en obsequio y defensa de la religión y de la potestad legítima.


La distinguida predilección, venerables hermanos, para con vosotros y vuestra grey, que nos estimula a dirigiros este escrito, nos hace, por el mismo caso, estremecer tanto más por vuestra situa*ción, cuanto os consideramos mayormente oprimidos de graves obligaciones en la enorme distancia que os separa de vues*tro común padre. Es, sin embargo, un deber que Os impone vuestro oficio pasto*ral el prestar auxilio y socorro a las perso*nas afligidas, el descargar de las cervices de todos los atribulados el pesado yugo de la adversidad que los aqueja, y cuya idea obliga a verter lágrimas; el orar, por último, incesantemente al Señor, con humildes y fervorosos ruegos, como de*ben hacerlo todos aquellos que aman con verdad a sus prójimos y a su patria, para que se digne su divina majestad imperar que cesen los impetuosos vientos de la discordia y aparezca la paz y tranquilidad deseada.


Tal es sin duda, el concepto que tenemos formado de vuestra fidelidad, caridad, religión y fortaleza; y en tanto grado Os consideramos adornados de estas vir*tudes, que Nos persuadimos cumpliréis de modo todos los enunciados deberes que Os hemos recordado, que la Iglesia dise*minada en esas regiones obtendrá por vuestra solicitud la paz y será magnífica*mente edificada, siguiendo las sendas del santo temor de Dios y de la consolación del divino Espíritu.


Con esta confianza, de tanto consuelo para Nos, para esta santa Sede y para toda la universal Católica Iglesia, que nos inspiren vuestras virtudes, ínterin el cielo, venerables hermanos, derrama sobre vosotros y sobre la grey que presidís el auxilio y socorro que le pedimos, os da*mos a todos con el mayor afecto la bendi*ción apostólica.



Dado en Roma, en San Pedro, sellado con el sello del pescador, el día 24 de setiem*bre de 1824, año primero de nuestro pontificado.


[El lugar del sello del pescador]




C. L. A. M. O. R.: Un relato sobre el asesinato de Liniers y compañeros mártires de la lealtad

Un relato sobre el asesinato de Liniers y compañeros mártires de la lealtad

Los sucesos revolucionarios de mayo de 1810 sorprendieron a Santiago de Liniers, héroe de las invasiones inglesas y anterior virrey rioplatense, en Córdoba, en viaje ya desde Tucumán a la Península Ibérica. Allí Liniers decidió marchar al Perú con unos pocos leales para desde allí organizar la contrarrevolución.


Los revolucionarios, desde Buenos Aires, querían que se les uniera. Pero, como dijo uno de sus biógrafos, Exequiel C. Ortega, "los años, la miseria y la desgracia, la lucha y lo conocido del mundo sólo aumentaban su fe. Ella era auténtica y sentida. Tampoco en este aspecto tan especial e íntimo puede cuestionarse su sinceridad, o encontrarse alguna inconsecuencia."


A su suegro, Martín de Sarratea, hundido como los otros comerciantes porteños en la Revolución y que quería convencerlo apelando a la suerte de sus hijos, le respondió:



“¿Cómo yo un general, un oficial quien en treinta y seis años he acreditado mi fidelidad y amor al soberano, quisiera Ud. que en el último tercio de mi vida me cubriese de ignomia quedando indiferente en una causa que es la de mi Rey, que por esta infidencia dejase a mis hijos un nombre hasta el presente intachable con la nota de traidor? […] Cuando los ingleses invadieron a Buenos Aires […] no trepidé un momento en emprender una hazaña tan peligrosa y abandonar mi familia bajo el auspicio de la Providencia en medio de los enemigos […] Que si entonces era buena, la que defiendo en el día no solamente es buenísima, sino santa y obligatoria […] bajo la pena de caer en el delito de perjuro habiéndole jurado fidelidad. […] Pero si por sus altos designios hallase en esta contienda el fin de mi agitada vida, creo que me tendría en cuenta y descargo de mis innumerables culpas este sacrificio, al que estoy constituido por mi profesión […]; el que nutre a las aves, a los reptiles, a las fieras y a los insectos proveerá a la subsistencia de mis hijos, los que podrán presentarse en todas partes sin avergonzarse de deber la vida a un padre que fuese capaz por ningún título de quebrantar los sagrados vínculos del honor, de la lealtad y del patriotismo, y que si no les deja caudal, les deja a lo menos un buen nombre y buenos ejemplos que imitar.”


Por eso, uno de sus descendientes, Santiago de Estrada, reconocía: "sin la fe de su alma, sin la entereza de su carácter, a esta hora hablaríamos inglés en vez de español." No hay otra forma de explicar las victorias de 1806 y de 1807 en completa desigualdad de condiciones frente a regimientos que posteriormente vencerán en Waterloo a Napoleón.


La Junta Provisoria de Buenos Aires envió a Córdoba una expedición al mando del coronel Antonio González Balcarce con el fin de perseguirlo y capturarlo. En los bosques que rodeaban el camino entre Córdoba y Santiago del Estero, Liniers fue atrapado.





La Junta revolucionaria dispuso que los prisioneros fueran pasados por las armas y destacó al Dr. Juan José Castelli y a los comandantes Domingo French y Juan Ramón González Balcarce para dar cumplimiento de la orden. En un paraje boscoso conocido como Monte de los Papagayos, a dos leguas de la posta Cabeza de Tigre, fueron arcabuceados el ex virrey Santiago de Liniers, el teniente de gobernador Juan Gutiérrez de la Concha, el coronel Alejo de Allende, el oficial real Joaquín Moreno y el asesor legal Dr. Victorino Rodríguez.


El relato, según las fuentes más verosímiles, es estremecedor y pinta por entero el carácter de nuestro homenajeado. Apresados Liniers, Gutiérrez de la Concha, Rodríguez, Allende, Moreno, monseñor Antonio Rodríguez de Orellana (obispo de Córdoba) y fray Pedro Alcántara Giménez (secretario del obispo), fueron conducidos hacia Buenos Aires en una galera facilitada por el vecino Eufrasio Agüero.



Al pasar por la ciudad de Córdoba, por el frente de Santo Domingo, don Santiago de Liniers obtuvo permiso del jefe de la escolta para ingresar al templo. Allí, en manos de su protectora, la Virgen Santísima del Rosario, depositó su bastón de Virrey, como recuerdo al pueblo cordobés, según dijo.




El 25 de agosto de 1810, llegaron a la Posta de Gutiérrez (a 67 leguas de Córdoba), donde los esperaba Domingo French, con tropas venidas de la capital.



Temiendo por el prestigio y la calidad de los presos, los sacó de la guardia del capitán Manuel Garayo e hizo sustraer sus navajas a los mismos. A las 8:30 hs. del 26 partieron bajo custodia de French. Alcanzando a las 10 hs. el paraje El Puesto, donde los esperaba el teniente coronel Juan Ramón Balcarce y el vocal de la Junta Juan José Castelli. Éstos separaron a los presos de sus equipajes y criados, y dirigieron los coches hacia un monte llamado de los Papagayos o Chañarcito de los Loros, a dos leguas de la posta Cabeza de Tigre.


"Hoy compareceremos en el tribunal de Dios", dijo el Dr. Rodríguez. Vale decir que don Victoriano Rodríguez fue el abuelo materno del Dr. Tristán Achával Rodríguez, célebre tribuno católico y defensor de los derechos de la Iglesia en los rudos debates de fines del siglo XIX. También fue tío abuelo del Dr. Santiago Derqui Rodríguez, futuro presidente de la Confederación Argentina durante unos meses entre 1860 y 1861. Y, además, fue también tío abuelo de Sor Catalina de María Rodríguez, fundadora de las Esclavas del Corazón de Jesús y sierva de Dios, cuya causa de canonización se tramita.


Conociendo su destino, Liniers pidió explicaciones a su ex subordinado, Balcarce, quien se limitó a contestar: "...otro es el que manda".


Al llegar al monte, un cuerpo de húsares formado los esperaba. No atreviéndose a usar criollos, la Junta había reclutado extranjeros para llevar a cabo este crimen político, la mayoría de ellos ingleses que no habían regresado a su patria tras los hechos de 1807.


¡Mercenarios ingleses para matar al héroe de 1806 y 1807! Tal vez esto ayude a explicar algunos hechos poco conocidos de nuestra historia, como que la escuadra británica saludó con salvas de honor el 25 de mayo de 1810 y que un enviado de Londres fue el primer exntranjero en entrevistarse con la Primera Junta.



Continuando con el relato. Bajaron a los prisioneros contrarrevolucionarios de los coches, los amarraron por detrás y les leyeron la sentencia. Tras los ruegos del obispo, se les concedieron tres horas para prepararse a bien morir (Castelli agregó luego una hora más).





Cuando el Obispo requirió un juicio justo, French lo calló, diciendo: "Calle, Vd., Padre, que aún no sabe la suerte que le espera". No se les permitió escribir testamento.




Ante lo indeclinable de los hechos, tomó la palabra Liniers: "Vamos, Sres., a prepararnos. Siquiera, gracias a Dios, tengo la suerte de que esté Vd. (refiriéndose al Obispo) a mi lado en este último instante". Luego pidió a éste que le ayudará a tomar el Santo Rosario en sus manos, para rezarlos mientras se preparaba para su última confesión. Liniers y el coronel Allende se confesaron con el obispo, mientras que los tres restantes lo hicieron con el P. Giménez.


Terminado el tiempo concedido, Castelli retiró a los eclesiásticos y preparó a los presos para su ejecución. Liniers se negó a ser vendado e imploró a la Santísima Virgen del Rosario, para luego fijando su vista en el pelotón de fusilamiento decirles: "Ya estoy, muchachos". Balcarce hizo la señal y se escuchó la descarga.


Perturbados por la dignidad del condenado, los soldados sólo acertaron 6 tiros, con los que Liniers cayó en tierra aún con vida. Se ordenó un nuevo tiroteo a los de la segunda fila, pero sólo dieron en el blanco dos. Cuando se disipó el humo, se notó que Liniers, malherido en la cabeza y brazos, musitaba con el estertor de la agonía el nombre de la Virgen María, cuyo auxilio parecía implorar. Entonces, el mismo French, antiguo ayudante del Virrey, debió descargar un pistoletazo en la sien como tiro de gracia.


Los restos mortales fueron conducidos a Cruz Alta, distante a 5 leguas hacia Buenos Aires, siendo sepultados en una zanja en el campo junto a la iglesia. El teniente cura de la misma, los hizo desenterrar al día siguiente y los colocó en una más amplia sepultura en el mismo sitio, agregando una cruz en su cabecera y el anagrama LRCMA, para que sus familias pudiesen algún día recoger los cadáveres.


A los pocos días, apareció en un árbol de Cruz Alta una inscripción con letras grandes que decía CLAMOR, formadas con las iniciales de los apellidos de los reos: Concha, Liniers, Allende, Moreno, Orellana (que, finalmente, no fue ejecutado) y Rodríguez.



Años después, los restos de Liniers fueron trasladados a Cádiz, donde, en el mausoleo del Panteón de los Marinos Ilustres de San Fernando, descansan.


Hasta 1830, al menos, la sociedad cordobesa siguió recriminando a la Revolución de Mayo por el atroz asesinato. Hasta un cultor de la leyenda rosa nacionalista como el R. P. Guillermo Furlong S. J. lo reconoció.


Dijo su bisnieto, José Manuel Estrada, líder católico de fines del siglo XIX: "Liniers y sus compañeros fueron pasados por las armas. Esta tragedia puso sangre en la bandera revolucionaria, ¿y por qué velar mi pensamiento? ¡Sangre inútil y cruelmente derramada!"


Otro de sus biógrafos, Paul Groussac, a pesar de su liberalismo, reconoce:


"Los prisioneros de guerra, fusilados sin juicio en la Cruz Alta, fueron mártires de la lealtad, y no necesitan ser rehabilitados."