Las armas a cambio de la libertad. Los esclavos en la guerra de independencia de Venezuela (1812-1835)

Arms in exchange for freedom: slaves in Venezuela's war of independence (1812-1835)

Les armes en échange de la liberté. Les esclaves pendant la guerre d'Indépendance au Venezuela (1812-1835)

Ana Vergara*

Universidad Simón Bolívar *akna8@hotmail.com


Fecha de recepción del artículo: 15 de agosto de 2008.

Fecha de aceptación y recepción de la versión final: 23 de marzo de 2010.


Resumen

Tanto los republicanos, como los defensores del poder monárquico no preveían el impacto y la importancia de la participación esclava durante la guerra de independencia venezolana. Su inicial movilización a favor de la Justa Causa del Rey fue una de las razones de la destrucción de las dos primeras repúblicas. Su participación induce a Bolívar y demás dirigentes republicanos a reformular el programa independentista criollo; el cual no incluía, hasta el momento, un cuestionamiento del sistema esclavista, en tanto que eran beneficiarios directos del mismo y la institución formaba parte fundamental del sistema económico en que se desenvolvían. Este artículo trata abordar su participación en el conflicto a través de las experiencias relatadas por nueve esclavos en sus respectivas peticiones de libertad.

Palabras Clave: Independencia, esclavitud y conscripción.


Abstract

Neither republicans nor the defenders of monarchical power foresaw the impact and importance of the participation of slaves in Venezuela's wars of independence. Their early mobilization to support the Justa Causa del Rey ("Just Cause of the King") was a key factor in the collapse of the first two Republics, while their participation led Bolívar and other republican leaders to reformulate the Creole's independence program, which up to then had never questioned the slavery system, because they were among the direct beneficiaries of that arrangement, which was also a cornerstone of the economic system in Venezuela's that had allowed them to prosper. The article examines the slave population's participation in the conflict through experiences narrated by nine slaves in their respective petitions for freedom.
Keywords: independence, slavery, conscription.


Résumé

Les républicains tout comme les défenseurs du pouvoir monarchique ne prévoyaient pas l'impact et l'importance de la participation des esclaves durant la guerre d'Indépendance au Venezuela. Leur mobilisation initiale en faveur de la Juste cause du Roi fut une des raisons de la destruction des deux premières républiques. Leur action conduit Bolivar et les autres dirigeants républicains à reformuler le programme indépendantiste créole ; celui-ci n'incluait pas, jusqu'alors, une remise en cause du système esclavagiste, puisqu'ils en étaient eux-mêmes les bénéficiaires directs et que l'institution était une partie fondamentale du système économique dans lequel ils se trouvaient placés. Cet article essaie d'aborder la participation au conflit des esclaves à travers les expériences que neuf d'entre eux rapportent dans leurs respectives pétitions de liberté.

Mots clés: Indépendance, esclavage, liberté.


La noche del 22 de marzo de 1813, el doctor Bartolomé Rus, vecino de Maracay, población de la provincia de Venezuela, invitó a su casa a un negro liberto que había sido esclavo del cura de la localidad. El propósito: que deleitase a su familia con el toque de su violín, instrumento que el otrora siervo manejaba con cierta habilidad. Entre los intermedios musicales, uno de los presentes le preguntó, con indiferencia, sobre el estado de cosas en Puerto Cabello después de los últimos acontecimientos de la revuelta insurgente, refiriéndose a la primera revolución de Caracas que tuvo lugar entre 1810 y 1812. El negro expresó que lo más conveniente era no decir nada; los invitados hicieron silencio, pero luego le incitaron a que relatara lo que sabía, prometiendo a cambio sigilo y confianza. Sin más estimulo, el negro contó que en su reciente viaje a Norteamérica se había enterado de los robos hechos por los españoles a los criollos y "con entera satisfacción" —como declararían al día siguiente los presentes de aquella velada ante el justicia mayor del pueblo— les habló de los preparativos de lo que aparentaba ser un levantamiento patriota en diversos parajes de la provincia de Venezuela, el cual terminaría, afortunadamente para él, con la rendición de las plazas de Maracaibo y Puerto Cabello.1

Desconocemos si las afirmaciones del recién liberado esclavo eran ciertas o más bien se trataba de un invento con el cual buscaba obtener mayor atención de la que lograba con su virtuosismo en el violín. El propósito de este trabajo es mostrar cómo a los esclavos no les fue ajena la guerra a pesar de encontrarse en el nivel más inferior de la sociedad estamental colonial de la provincia de Venezuela; por el contrario, ésta los incluyó abruptamente y en la medida que necesitó de su fuerza al tiempo que rechazaba y, sobre todo, temía su influencia.2

No obstante, la abundancia de relatos similares que existen en los archivos históricos venezolanos, los estudios sobre la participación esclava en la revolución independentista son escasos en la historiografía nacional. Los existentes en la actualidad, de mayor vigencia y difusión, son esencialmente laudatorios, poéticos, con poco sentido crítico y esencialmente sustentados en el paradigma de la historiografía patria. Se observa en ellos cómo la figura heroica de Simón Bolívar ensombrece su real y verdadera participación. En estos trabajos, los esclavos tienen vida, surgen y participan cuando Bolívar los toma en cuenta en sus proclamas libertarias de 1816; de la misma manera, desaparecen de la escena cuando el Libertador deja de mencionarlos hasta 1821. Otro de los resabios de la historia patria es el silencio que se ha guardado ante la participación de los esclavos durante el periodo 1812-1816, omitiendo hechos como las revueltas esclavas de Barlovento de 1812 que invocaban al rey Fernando VII y el grueso de soldados negros que se incorporaron voluntariamente al mando de jefes realistas como José Tomas Boves y demás caudillos fieles a la monarquía. En virtud de esta carencia historiográfica, este trabajo se orienta a mostrar el proceso independentista a través de las peticiones de libertad promovidas por seis esclavos que militaron tanto en las filas armadas de los republicanos como en las de los seguidores de la causa monárquica.


Ramón Pinero: soldado esclavo defensor de la justa causa del rey

"Yo he servido con mucho amor y fidelidad a mi Rey, y no quiero perder la gracia que su soberana clemencia concede a los que como yo han defendido sus derechos con el arma en la mano".3 Con estas palabras inició el esclavo Ramón Pinero su petición de libertad en 1815, después de servir dos años en el ejército del rey. De acuerdo con su testimonio, la guerra llegó a él en septiembre de 1813 cuando laboraba en el hato San Diego perteneciente a su señor, en los llanos centrales de Calabozo. Ese día, los insurgentes llegaron a dicho lugar y, sin mediar explicaciones, tomaron preso a su amo, don Juan de Rojas, y lo colocaron en la cárcel de esa ciudad.

En agosto de este año, Simón Bolívar restableció el segundo intento de gobierno republicano, después de completar su exitosa Campaña Admirable con la toma de Caracas en agosto de 1813. Unos meses antes —en junio de 1813— Bolívar proclamó el Decreto de guerra a muerte en la ciudad de Trujillo, en el cual se estableció la persecución y exterminio de todo aquel identificado con la causa realista o que fuese indiferente con el proyecto republicano. La repentina detención de Juan Rojas evidenció que se encontraba comprendido en los principios de esta proclama. Frente a este escenario, Piñero y otro esclavo llamado Miguel, tomaron la deliberación de enlistarse en los ejércitos comandados por José Tomás Boves, impulsados por el agravio cometido ante la persona de su dueño, y atraídos por la oferta de libertad si tomaban las armas a favor de la causa del rey.

En ese entonces, la leva de esclavos y el ofrecimiento de libertad que le acompañó, era un procedimiento de reciente práctica, que surgió como necesidad por la coyuntura bélica. Antes de que la revolución alterara la cotidianidad colonial, los esclavos sólo podían lograr su libertad si la compraban, se las otorgaba un amo o si escapaban al cimarronaje.4 La toma de las armas fue considerada como un deber que no merecía otro premio que la gratitud, pero con el inicio de la guerra, los oficiales de ambos bandos necesitaban engrosar sus filas y el otorgamiento de la libertad era el factor clave que impulsó a los esclavos a incorporarse a las fuerzas en pugna. Con la llegada del oficial realista Domingo de Monteverde a Tierra Firme en 1812, éste no emitió bando que ofreciera la libertad a aquellos esclavos que tomaran las armas en nombre de Fernando VII; no obstante, diversas denuncias de propietarios dan fe de lo contrario.5 Testimonios de la época aseguran que el jefe realista asturiano José Tomás Boves empleó ampliamente este recurso, y fue uno de los motivos de la conformación de su gran ejército.

Ramón Piñero, animado por la oferta de obtener su libertad, entró en acción en La Sabana de Mosquiteros frente a los batallones comandados por el oficial patriota Vicente Campo Elías el 14 de octubre de 1813, allí tuvo su primer encuentro armado y una de las muchas derrotas que le provocaron las heridas y padecimientos que mellaron más tarde su salud. Los 2,500 hombres enlistados por José Tomás Boves sufrieron una derrota contundente, además de las bajas propias de la contienda. La mortandad fue mayor cuando los prisioneros fieles a la causa del rey fueron ajusticiados por órdenes de Campo Elías, inclusive aquellos que no eran españoles y que no se encontraban comprendidos en el Decreto de guerra a muerte. Ramón, entre tanto, emprendió la retirada con los demás sobrevivientes en dirección al poblado de Guayabal, ubicado a las riberas del río Apure, lugar establecido por los monárquicos como punto de encuentro en caso de que la ofensiva no resultase favorable.

Tras la primera derrota, transcurrieron dos activos meses en la vida de Ramón. Mientras la temporada de lluvia inundó los llanos en Guayabal, Boves preparó su ejército con nuevas estrategias y arsenal fabricado con los materiales que la región y sus pobladores se vieron forzados a entregar. Paulatinamente se iban incorporando nuevos soldados al ejército. Fortalecidos con el ganado y municiones que arribaron de Guayana, Boves emprendió la segunda campaña por los llanos. Avanzó con la intención de apoderarse de Calabozo, el paso de San Marcos hacia esta ciudad lo encontró pobremente guarnecido por el español y republicano Manuel Aldao, quien contó con unos pocos soldados que en pocas horas perecieron bajo la arremetida de la caballería realista. Despejado el paso el 8 de diciembre de 1813, Calabozo cayó en manos de Boves y de sus efectivos, quienes cumplieron al pie de la letra las órdenes impartidas en Guayabal, todo blanco de la recién conquistada ciudad fue pasado a cuchillo. Desconocemos si Piñero fue uno de esos verdugos, obviamente su petición de libertad tres años más tarde no incluyó una confesión de este tipo, menos cuando el juez que decidiría su causa era el gobernador y capitán general Salvador de Moxó, funcionario destinado por Pablo Morillo, para atender las denuncias de soldados realistas que hicieron una guerra de colores empleando el estandarte de la justa causa del rey.

Con la contundente victoria sobre los insurgentes en La Puerta el 15 de junio de 1814, el ejército de Boves se dividió en dos, uno se dirigió a Caracas y otro, comandado por él mismo, tomó Valencia. Por la declaración de Piñero, él estuvo en este último grupo, y el 16 de julio de 1814 entró a Caracas. Para ese momento, en la modesta ciudad capital, que viajeros de distintas procedencias alabaron por su belleza, reinaba la desolación. Además de los daños aún presentes del devastador terremoto de 1812 y los casi cuatro años de guerra, a la nueva fisonomía de la ciudad se agregó la soledad que dejaron sus pobladores tras su huida en dirección a oriente inducidos por el temor de ser las nuevas víctimas de las legendarias degollinas promovidas por el otrora comerciante asturiano y sus seguidores. De acuerdo con la declaración que brindó Piñero, permaneció poco tiempo en la capital y regresó con Boves a Calabozo, donde se planearía la persecución de los republicanos.

En ese momento, tras 10 meses de marchas y batallas: Piñero cayó enfermo en los hospitales de Villa de Calabozo, un año permaneció enfermo en ese lugar. Apenas sintió una mejoría, en el mes de noviembre se dirigió a la capital para exigir la libertad que le habían ofrecido a cambio de sus servicios. Desde el 11 de mayo de 1815, Caracas estaba bajo la dirección del brigadier español Pablo Morillo y la ofensiva republicana había sido sofocada en gran parte del territorio, colocando al movimiento insurgente en su más mínima expresión.

Boves murió el 5 de diciembre en Úrica, y con su muerte quedaron sin efecto los ofrecimientos de libertad sin credencial escrita. El nuevo régimen vio con suspicacia las solicitudes de libertad adelantadas por este tipo de soldados, quienes frente a las autoridades realistas eran los sospechosos de la llamada guerra de colores que caracterizó a la guerra de independencia el año de 1814. No obstante, la participación y colaboración de estos contingentes no pudo ser obviada, y las Instrucciones de Fernando VII encomendadas a Morillo para la recuperación de la posesiones ultramarinas estableció una serie de condiciones en torno a esta materia. Se otorgó la libertad sólo a aquellos soldados que comprobaron sus servicios por medio de informes emitidos por sus superiores, los cuales debieron destacar las acciones militares en las que participaron, las labores que desempeñaron y su disposición a dichas tareas, finalmente debían continuar sirviendo en sus unidades el tiempo que durase la guerra. Por ello, una vez revisada la solicitud de Piñero por el asesor general y el entonces capitán general Salvador Moxó, éstos concluyeron apegándose a los principios de esa disposición

deben quedar libres los esclavos que estén, con las armas en la mano indemnizándose a los dueños el valor de ellos del real erario, pero con calidad de que queden sirviendo de soldados en el ejército; por esta misma disposición opino que Ramón Piñero, aunque son ciertas y recomendables los servicios militares que alega no esta comprendido en aquella gracia, por haberse separado de la milicia, sin que hasta ahora conste causa o impedimento legitimo para este.6

Conocido este fallo desfavorable, Piñero apeló afirmando que sí era merecedor de la gracia otorgada por el rey, pues defendió con amor y fidelidad la causa; tanto, que su precaria salud era resultado de ello. Solicitó ser reconocido por un facultativo, para que certificase que su "curación es algo larga, y para otro temperamento que no sea tan destemplado, como este".7

Piñero permaneció varios meses en Caracas pero el clima frío no favoreció su recuperación, y más allá del clima curativo de Calabozo, su deseo era regresar libre a su hogar. Inmediatamente el tribunal autorizó la revisión a cargo del protomédico Joseph Joaquín Hernández, quien observó que el entullecimiento de las coyunturas de Ramón no tenía curación, por lo que lo diagnosticó como un hombre baldado e inútil.

Al diagnóstico lo respaldó el testimonio de su amo Juan de Rojas, quien no se opuso a la petición —en espera de que el real erario reintegre el precio de su esclavo— aseguró que "este esclavo ha sido siempre sano y las enfermedades que ha tenido han sido adquiridas en la campaña por las humedades, trabajos, vigilias y (ilegible) que son consecuentemente, pues antes de entrar en el servicio, fue siempre sano, de buenas costumbres, y eficaz".8 Sin mayor oposición de su amo, a Ramón Pinero se le declaró persona libre de esclavitud y servidumbre el 23 de diciembre de 1815 por sus comprobados servicios a los derechos del rey en estas provincias.

Hubo otro esclavo que solicitó su libertad por servir a la justa causa del rey, pero a diferencia de Ramón que fue un soldado, éste fue un oficial: ostentaba el grado de jefe de división de los ejércitos del rey.



Juan José Ledesma: Jefe de División del Ejército de su Majestad

Juan José Ledesma, aspiró a su libertad en 1815 por su servicio militar en los ejércitos de su majestad, donde obtuvo el grado de jefe de división durante el mando de José Tomás Boves en 1813 y 1814. Juan José, oriundo de la población de San Rafael de Orituco, en las planicies de Guarico, perteneció a los bienes de don Pedro Ledesma, reconocido patriota desde los inicios de la independencia. En 1813, restablecida la república después de la culminación de la Campaña Admirable por Simón Bolívar y el éxito de la Campaña de Oriente por el general Santiago Mariño, desde los llanos se conformaron fuerzas opuestas al nuevo gobierno, frente a ello los ejércitos patriotas reforzaron sus filas y pertrechos con la colaboración de sus más fieles y acaudalados seguidores, quienes aportaron dinero y esclavos aptos para el servicio. Don Pedro, el amo de Juan José siguió este ejemplo y colocó a su esclavo bajo las órdenes del republicano José Manuel El Torres. Junto a la división comandada por este oficial sirvió un tiempo, pero no tardó en abandonar la causa que le obligaron defender, y voluntariamente se incorporó en el mes de octubre del año de 1813 en la tropa fidelista comandado por Manuel Ramírez, para seguir la sagrada causa del rey en defensa de sus justos derechos contra los insurgentes de esta provincia. 9 En ese momento el ejército realista, a diferencia de las comandancias patriotas, sí contempló la libertad como forma de pago para aquellos esclavos que brindaran destacadas acciones: quizás esto último fue decisivo en la determinación de Juan José de enlistarse en el ejército realista.

De acuerdo con la declaración de su superior Manuel Ramírez, el esclavo tuvo destacadas acciones que le valieron el ascenso a jefe de división;
su labor específica consistió en la recolección y venta de ganado, mulas, yeguas y burros que se vendieron para adquirir ropas y pertrechos para las distintas divisiones, o que simplemente se emplearon para alimento de las tropas movilizadas. De esta forma, el esclavo Juan José se convirtió en hábil practicante de la forma de exacción más empleada por las milicias que comandó Boves, mecanismo controvertido que dejó en total ruina a las haciendas y hatos ganaderos sin importar la facción que defendieran sus propietarios.

En julio de 1815, cuando Juan José hizo la petición de libertad, cumplió con todos los requisitos para alcanzarla: contó con la certificación de su superior directo Manuel Ramírez, para el momento de la solicitud continuaba en servicio, mientras que su amo era perseguido y sus bienes estaban en poder de la junta de secuestros. Como no tuvo dinero para cancelar las costas de los procedimientos legales, aconsejó que éstos fueran pagados de los bienes embargados a su amo cuando el tribunal lo determinase. Lo único que empañó su solicitud fue su inicial militancia en el ejército patriota, lo cual puso en duda su lealtad. Sin embargo, él señaló que desde el instante que desertó de las filas insurgentes arriesgó su propia existencia y mayor demostración de lealtad al rey era imposible.

Desconocemos si Juan José obtuvo su libertad, pues el expediente se encuentra incompleto. Posiblemente logró carta de libertad, pues cumplió con todos los requisitos y fue un soldado activo para el momento de su acreditación. Sin embargo, un posible atenuante en esta decisión pudo estar sujeto a los nuevos dictámenes de las autoridades coloniales, empeñadas en restituir el orden, tal como menciona Germán Carrera Damas en su trabajo La crisis de la sociedad colonial.10 Con la llegada a Venezuela de Pablo Morillo se procedió a destituir de sus cargos a estos hombres pertenecientes a bajos estamentos y que habían alcanzado grados militares durante el mando de Boves. Dicha situación provocó el descontento entre las milicias y desencadenó deserciones masivas, eliminó la base popular del ejército del rey. En tal sentido, un número limitado de esclavos alistados lograron su libertad por este mecanismo en el ejército real, de igual forma un grupo lo logró por medio de sus servicios a los ejércitos republicanos, aunque en este caso no siempre fue así.


La república criolla esclavista

Para el momento que fueron expulsadas las autoridades coloniales tras la instalación de La Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII el 19 de abril 1810, los esclavos continuaron realizando las mismas actividades que se les impuso siglos atrás. En el nuevo gobierno no existió un cuestionamiento del sistema esclavista porque éste era parte de la dinámica social en la que se desenvolvieron. Las esclavas de casa continuaron caminando detrás de sus señoras llevando en sus manos la alfombra donde éstas se posaban durante los servicios religiosos. Aquellos que laboraron en las plantaciones se continuaron despertando con el llamado de sus caporales a tempranas horas de la madrugada para iniciar sus extenuantes faenas.

Esta rutina poco se alteró cuando el general Francisco Miranda, atendiendo a la gran deserción de soldados en 1812, dispuso la incorporación de mil esclavos al ejército ofreciéndoles la libertad sólo a aquellos que militasen 4 años y tuviesen destacadas acciones militares.11 La resolución ocasionó críticas y reservas que no provenían exclusivamente de los partidarios realistas, también los republicanos que vieron en la medida un factor desestabilizador.12 De esta forma, las dos primeras repúblicas concluyeron sin incorporar en su programa de gobierno la emancipación de los esclavos. Esta situación se modificó después de 1815 como lo veremos a continuación.


Los buenos servicios prestados por Anastasio Romero a favor de la República

Después de peregrinar por diversos puertos caribeños tras la caída del segundo intento de gobierno republicano en 1814, Simón Bolívar, en compañía de otros patriotas como Gregor MacGregor, Manuel Piar y Santiago Mariño, partió de Los Cayos de San Luis en Haití para dirigir varios encuentros navales en la isla de Margarita. De esta isla Bolívar partió a Carúpano donde emitió el 2 de junio de 1816 el Decreto Sobre libertad de los esclavos a los habitantes de Río Caribe, Campano y Cariaco, 13 en el que se le ofreció la libertad y ciudadanía a los esclavos capacitados para el enlistamiento inmediato, es decir, hombres en edades comprendidas entre los 14 y 60 años de edad. Esta proclama es reconocida como una iniciativa propuesta por Alejandro Petión a Simón Bolívar como condición para la ayuda financiera que el presidente de la primera nación americana edificada sobre una exitosa revuelta esclava en 1791 estaba dispuesto a brindar.14

Cartas de Bolívar dirigidas a Petión, mencionaron el poco alcance de estos ofrecimientos en las esclavitudes, de igual manera lo señaló posteriormente José de Austria en su Bosquejo de la historia militar de Venezuela,15 quien describió el recibimiento de estos decretos en la población con frialdad, asegurando además que la presencia esclava en las filas patriotas era un evento excepcional, y que esta supuesta indiferencia continuó para 1818 con la ratificación del ofrecimiento de libertad en los decretos dirigidos a los habitantes de los Valles de Aragua el 11 de marzo, a los de La Victoria el 13 del mismo mes, y el día siguiente a los pobladores de los Valles del Tuy. Sin embargo, el brigadier inglés James Hackett, quien partió de Inglaterra en 1817 para reforzar las fuerzas patriotas sudamericanas, hizo referencia a la importante presencia de esclavos y pardos en las filas patriotas. 16

Posiblemente no hubo una adhesión masiva de esclavos, si se compara con las descripciones de la composición de las milicias de Boves, pero el reclutamiento esclavo voluntario no fue un evento extraño en las filas patriotas, así lo evidencian las peticiones de libertad de esclavos realizadas después de consolidado el proyecto republicano. Éste es el caso del esclavo Anastasio Romero, quien reclamó 10 años después de sus servicios la libertad que le ofrecieron a cambio de la toma indefinida de las armas.

El 10 de enero de 1826, el esclavo Anastasio Sosa se dirigió al intendente departamental de la ciudad de Caracas con el propósito de que sus servicios bajo las banderas republicanas fueran reconocidos a fin de obtener carta de libertad. De acuerdo con su relato, llegó a la capital de manera clandestina desde la hacienda de su amo Domingo Sosa ubicada en Choroní, de allí pasó a San Sebastián de los Reyes y posteriormente a Turmero en búsqueda de los testimonios de sus antiguos superiores, Juan José Liendo y La Rea y Francisco de Paula Alcántara. Ambos reconocidos oficiales del ejército patriota que ostentaron la Orden de Libertadores de los Ejércitos de Colombia, conocieron de manera detallada las acciones en las que intervino Anastasio y la herida que recibió en una de esas campañas; por ello, ante el pedimento verbal realizado por el esclavo el 1 de marzo de 1825, no dudaron en asentar por escrito sus buenos servicios.

Anastasio se incorporó al ejército en 1816 después de ver desfilar por las estrechas calles de Choroní a los seiscientos sobrevivientes patriotas del combate de Los Aguacates llevado a cabo el 14 de julio de 1816. El general de división escocés Gregor Macgregor y el coronel Carlos Soublette encabezaron esta retirada, y a su paso trataron de reunir tropas ratificando el decreto de libertad emitido por el Libertador a su llegada a Carúpano en el mes de junio. Anastasio, seducido por esta propuesta, se enlistó inmediatamente y partió de Choroní bajo las órdenes del comandante del "batallón Barlovento" Francisco Piñango. Bajo su dirección participó en las cruentas acciones del 2 de agosto en Quebrada Honda, donde se logró repeler al coronel realista Juan Nepomuceno Quero y sus quinientos hombres. Un mes más tarde, el 6 de septiembre, cuando Anastasio estaba peleando en oriente en la batalla de Los Alacranes, allí recibió un balazo en la pierna izquierda, la cual fue asistida de forma exitosa en el hospital que se instaló en el convento de la ciudad de Barcelona. Veintiún días después de haber sido herido, Anastasio retomó las armas al lado de sus antiguos compañeros de la compañía barlovento en la batalla de El Juncal, en ese momento bajo la dirección del general de división Manuel Piar, quien dos días antes tomó el control de los batallones ahí asentados. Después de la derrota de Francisco Tomás Morales, continuó la reforma del nuevo ejército republicano, y Anastasio fue trasladado al batallón Orinoco o Río Claro y bajo las órdenes de Piar peleó en las acciones previas a la toma definitiva de Guayana en 1817. El 16 de marzo de 1818, Anastasio sirvió en los ejércitos dirigidos por Simón Bolívar en la batalla de Boca Chica o Seme contra las unidades conducidas por Pablo Morillo, donde la derrota provocó la dispersión de gran parte de los efectivos republicanos sobrevivientes. Anastasio, acorralado por el enemigo en las cercanías del pueblo de San Mateo, no le quedó otra alternativa que enrumbarse a su pueblo de Choroní, donde de acuerdo a su testimonio, fue reincorporado de nuevo por su señor Domingo Sosa. En un principio no pudo acreditar sus servicios hechos a la república, pues aún gobernaba la monarquía y admitir su militancia lo convertiría en reo de alto crimen; más tarde, cuando los republicanos se establecen definitivamente en el poder, la sujeción y potestad de su amo impidió cualquier intento de acreditación.

Cuando Domingo Sosa, dueño de Anastasio, se enteró de la causa iniciada por su esclavo, contó a los tribunales otra historia completamente distinta. Primeramente, aseguró que no se oponía a que su esclavo fuera declarado persona libre de servidumbre como premio de sus distinguidos servicios a la patria, siempre y cuando el Estado indemnice su valor como lo exigía La Resolución de 14 de octubre de 1821 sobre los esclavos que sirvieron a las armas republicanas.
Dicha resolución, sancionada por el Congreso General de Colombia, emanó de una consulta hecha por el vicepresidente de Cundinamarca sobre el dilema de qué hacer con los esclavos que tomaron las armas y la forma de indemnización a sus propietarios.

El asunto lo resolvió el Congreso declarando que los esclavos debían ser aceptados en las filas bajo los pactos y condiciones que decidiera el gobierno en cada circunstancia. En ningún apartado de esta decisión se mencionó de forma expresa la libertad como retribución a los esclavos por sus servicios, pero la norma era precisa al aclarar la situación de los propietarios ante esta situación: debieron ser indemnizados y con preferencia de los fondos de manumisión de la república. Sosa, conocedor de la ley, quiso el valor de su esclavo; no obstante, su reclamo no terminó allí, aseveró que los fundamentos con que apoyó Anastasio su solicitud eran falsos.

Primeramente, el esclavo mintió sobre la manera en la que recaló en su hogar, pues en su declaración el esclavo aseveró que él lo incorporó a su propiedad en 1818, cuando la verdad era que se encontraba en la isla de San Tomas en calidad de exiliado desde 1814, en todo caso fue su esposa quien le brindó refugio y no sujeción. Según dice Sosa en su alegato

La acogida que le franqueó mi mujer, en semejante circunstancias, fue una exposición manifiesta respecto a toda mi familia, por repuntarse el gobierno español por un criminal o reo de muerte, la que sin duda sufrieron todos los dispersos que fueron descubiertos, y por consiguiente sobre estar desmentido su aserto por hallarme yo ausente en el tiempo a que se refiere, debía tributar las gracias a mi casa, que lo salvó y libertó su vida.17

En pocas palabras, Anastasio era un esclavo mentiroso que en lugar de agradecer el riesgo de su familia al protegerlo mientras era perseguido por el enemigo, su respuesta fue la ingratitud.

Agregó que Anastasio se encontraba en su hacienda de Choroní por su propia voluntad, ya que su mujer e hijos eran sus esclavos. Tanto es así, que desde ocho meses atrás se encontraba en la capital, donde trabajó por su cuenta, provecho y utilidad propia con lo que desmiente la supuesta oposición a la acreditación de sus servicios. Si Anastasio no lo hizo, era porque no había querido.

Ante esta declaración, el esclavo no emitió escrito alguno que desmintiera las afirmaciones de su amo y permaneció a su servicio hasta que arribó la sentencia del intendente interino. El dictamen estableció que el servicio de Anastasio fue con anterioridad a la ley de 14 de octubre de 1821, por lo que su solicitud no emanaba de ella; no obstante, consideró que el valor del esclavo sí debía salir de los fondos de manumisión después de que se realizara el justiprecio. Anastasio tenía 48 años, y un esclavo de su edad alcanzaba un valor de 230 pesos, pero "la quebradura que padece en la ingle derecha"18 le rebajaba el precio a la mitad, por lo que Domingo Sosa recibió un valor total de 115 pesos. De esta manera, Anastasio quedó libre en Caracas, mientras su mujer e hijos siguieron siendo esclavos de Domingo Sosa en Choroní.

Las vicisitudes padecidas por Anastasio fueron totalmente distintas al de otro esclavo soldado llamado José Ambrosio, quien a diferencia de su familia sólo tuvo que sacrificar un nombre.


José Ambrosio Hernández: El esclavo con apellido de hombre libre

En mayo de 1828, llegó a la oficina de la jefatura general en Caracas un oficio procedente de la comisaría del puerto de La Guaira, dicha notificación solicitaba la comprobación del testimonio ofrecido por uno de sus reos que había sido apresado por sospecha de ser uno de tantos esclavos fugitivos que, protegiéndose del desorden de la guerra, privaron a sus amos de sus servicios. Luis Ambrosio Surruarregui no ocultó su antigua condición de esclavo, de la cual, afirmó, fue librado mucho tiempo atrás cuando su difunto amo le otorgó carta de libertad que extravió durante las tropelías de la guerra. Relatos como éstos no eran extraños a los oídos de las autoridades que lidiaron con la inmensa responsabilidad de reorganizar el sistema esclavista. Sin embargo, la declaración de su antigua militancia en la marina republicana hizo su relato inusual y ameritó inmediata comprobación.

En el mes de junio, el jefe policial general de la capital ordenó el traslado del nominado esclavo José Ambrosio Surruarregui, con el propósito de comprobar los servicios que supuestamente lo hacían libre. En ese momento, el trecho que divide a Caracas de La Guaira fue uno más de los tantos caminos que recorrió José Ambrosio desde que abandonó las riberas del Orinoco, en su Angostura natal al sur de Venezuela.

En 1811, cuando Caracas declaró la independencia, la provincia de Guayana permaneció fiel a la monarquía, caso contrario a las zonas septentrionales de la provincia que cargaron con el mayor peso del conflicto. Desde su fundación por las misiones de capuchinos, sus bastas extensiones de tierras sirvieron para la cría de ganado, y en menor cuantía para el cultivo. Por ello, la presencia esclava fue modesta, encargada en gran parte del servicio doméstico y artesanal, distinta a la población esclava de los valles centrales, destinada a la economía de plantación.

En este ambiente vivió José Ambrosio, quien fue propiedad del vizcaíno Luis Surruarregui. Como era costumbre, desde el día de su nacimiento recibió el llamativo apellido del que años más tarde renegó. 1817 fue el año que los Surruarregui y los demás habitantes de la provincia experimentaron los devastadores trastornos de la guerra; la ciudad, que sirvió de leal financista a la causa del rey y de zona de resguardo a los realistas perseguidos, conoció los estragos del asedio militar republicano.

Desde mayo de 1815, las fuerzas realistas asentadas en la ciudad vencieron varias embestidas patriotas en sus propias puertas, pero esto no disminuyó el impulso de los rebeldes, quienes, orientados por Manuel Piar, planificaron la arremetida definitiva que se prolongó por siete largos y tortuosos meses. Las líneas de abastecimiento de alimento fueron cortadas y los civiles acudieron a medidas desesperadas para suplir sus carencias, pero cuando la situación se hizo insostenible éstos huyeron por río logrando sólo un desenlace fatal. Uno de esos tantos hombres que recurrieron al exilio fue Luis Surruarregui quien, antes de partir dejó en total libertad a su esclavo José Ambrosio. Para los dueños de esclavos era preferible convertir a sus siervos en hombres libres responsables de su propia suerte, ya que cargar con ellos representaba un peso al momento de huir, un esclavo era una boca más que alimentar, o un espacio que ocupar en una embarcación.

Mientras su amo se enrumbó a su destino final en la isla de Martinica, José Ambrosio se dirigió a enlistarse voluntariamente a los ejércitos republicanos recién establecidos en Angostura. Al momento que se le tomaron los datos de su filiación y el comandante le dio a conocer las penas y ordenanzas que implicaba su nueva militancia, fue ingresado a la marina con el nombre de José Ambrosio Hernández. Con este apellido apareció en todos los listados de las embarcaciones que abordó en los distintos puertos necesitados del auxilio patriota.

Su primera experiencia como marinero se limitó a la protección del río Orinoco; posteriormente, de este sitio partió a los demás puertos que la causa republicana tomaba para sí. Recién llegado al puerto de La Guaira, siguiendo las órdenes de su comandante José María García, se embarcó en compañía de otros marineros a la isla de Margarita con la delicada labor de trasladar el correo. Esta actuación y positiva disposición le valió el reconocimiento de sus superiores, quienes años más tarde recordaron con facilidad sus buenos servicios.

Tres meses después de la victoria republicana en Carabobo, el 5 de octubre de 1821, José Ambrosio se embarcó en La Guaira en la polacra Constantinopla con destino a Nueva Granada, como parte de las últimas tropas que se incorporaron al asedio establecido por el almirante José Prudencio Padilla al gobernador de Cartagena de Indias, brigadier Torres y Velasco. Desconocemos si José Ambrosio llegó a tiempo a Cartagena para ser partícipe del cerco, ya que 5 días más tarde la resistencia de la ciudad se rindió tras haber soportado un año y tres meses del bloqueo iniciado el 14 de julio de ese año. De la recién conquistada Cartagena, Ambrosio fue trasladado de nuevo a La Guaira en una embarcación de la cual no supo precisar nombre, si La Voladora o Libertador, una vez allá se incorporó a las milicias que se organizaron en el puerto bajo la mirada del capitán Matías Padrón. Tres años más tarde, el 8 de noviembre de 1823, estaba presente en la toma de Puerto Cabello, el último bastión de los realistas en Venezuela.

Finalizada gran parte de las contiendas bélicas, encontró en el puerto de La Guaira su punto de retorno, y el lugar donde trató de reconstruir su vida como caletero tomando por hecho la libertad que le había dado inicialmente su amo y la cual quedó ratificada por su participación en la reciente guerra de independencia. Cinco años más tarde las autoridades de La Guaira dudaron de sus servicios prestados a la república, y lo colocaron como propiedad del Estado al servicio del hospital militar hasta que las autoridades de la capital ordenaran su traslado para dar inicio a la comprobación judicial de las historias que el considerado esclavo profirió.

A Surruarregui le cuesta acreditar su libertad, pues, como él explicó, la condición de marinero no le permitió tener contacto con gente de tierra firme, mucho más cuando el recorrido de las distintas embarcaciones en las que sirvió llegaron a puertos tan lejanos del extinto virreinato de Nueva Granada. No obstante, José Ambrosio seguro de sus servicios, solicitó la declaración de Matías Padrón, quien, además de ostentar el título de capitán de fragata de la armada de Colombia para 1829, era comandante de Marina y capitán del puerto de La Guaira. De igual manera pidió testimonio de Francisco Avendaño, coronel de los ejércitos de Colombia, y de Simeón Gómez, compañero marinero de José Ambrosio durante sus servicios. Ellos ratificaron la presencia del esclavo en los lugares y campañas por él señaladas y agregaron, además, otros servicios omitidos por el propio José Ambrosio en su declaración. Éstos resaltaron su espontánea disposición a la causa de la patria; no obstante, ninguno lo reconoció con el nombre de José Ambrosio Surruarregui, sino como José Ambrosio Hernández, tal como aparece registrado en las listas de las milicias marinas asentadas en el puerto de La Guaira.

Ante esta interrogante, José Ambrosio explicó en su declaración final el por qué de esta confusión, aseguró que una vez que su amo le otorgó la libertad en Angostura tomó el apellido de su padrino de bautismo, quien era un hombre libre, para así despojarse del apellido impuesto en servidumbre. De igual manera afirmó que pudo contar con más testimonios de sus reconocidos servicios en la marina, pero como él mismo aseguró

si mi desvalimiento y miseria no fuera un obstáculo poderoso para ocurrir al Comandante Beluche en Puerto Cabello, al Sr. comandante García en Margarita y a otros jefes en otros puertos importantes antes, pero los tres testimonios producidos son muy respetables y suficientes por manifestar la verdad de mi exposición y la justicia con que reclamo contra la servidumbre en que indebidamente me han constituido por haber ganado mi libertad en la peligrosa carrera de las armas y con servicios prestados a la patria en los días en que le eran muy apreciable útiles y aún necesarios.19

Conforme con los testimonios brindados por los superiores de José Ambrosio Hernández, el tribunal consideró indiscutible el goce de su libertad, tal y como lo prescribió el decreto de 1816 que ofreció la libertad a los esclavos que tomasen las armas en defensa del gobierno, pero para gozar de forma plena este derecho debió volver a sentar plaza como soldado por el tiempo que determinara la ley hasta que presentara el retiro del ejército que le correspondía por el dilatado tiempo de su militancia. Un año tardó en comprobar sus servicios, y doce días después del fallo favorable a su solicitud, José Ambrosio pidió copia de la sentencia para que le sirviese como carta de libertad, previendo que no volvieran a dudar de su naturaleza de hombre libre y lo redujesen de nuevo injustamente a la condición de esclavo.

José Ambrosio se involucró en la guerra cinco años después de iniciada, pero esclavos como Joseph Malpica la experimentaron desde el primer día.




Continúa…