Re: Cuba y Puerto Rico
»[Olvidar el pasado! El general Dulce, en su constante deseo de hacerse querer de los cubanos, debía pronunciar esas palabras, y las ha pronunciado; pero que él mismo, que ese cubano más, vuelva la vista á su corazón, después de colocarse entre nosotros, y verá brotar con letras de fuego el jamás que todos hemos repetido.
»La revolución de Setiembre os lo demaestra: esa revolución á la que nada le debemos los republicanos de Cuba, sino el espectáculo siempre agradable de ver rodar una Corona.
»En cuanto al presente, el deber del pueblo es el retraimiento, mientras no se decidan todas las cuestiones pendientes.
»No debemos tributar un aplauso ni dedicar una sonrisa al Gobierno que nos permite el escribir hoy con la libertad que lo hacemos; era un derecho nuestro que se nos habia usurpado y que hoy se nos devuelve.
Victorear esa acción valdría tanto como ensalzar al bandido que por re mordimientos ó por miedo, nos vuelve á poner en posesión de lo que á mano armada nos habia Robado.» [La Revolución, periódico republicano de la Habana; domingo 24 de Enero de 1869.)
Aquí el bandido es nuestra Pátria.
Pudiera daros y daros muchas pruebas como ésta, pero no quiero molestar la atención de la Cámara.
Tengo aquí algunos ejemplares, y puedo ponerlos á disposición de todos los Sres. Diputados.
Pero el mismo general Dalce sentía de tal manera el aguijón del desengaño, la amargura del desencanto y la falsía de aquellos sus amigos, que lo consignó en documentos públicos y en cartas privadas. En documentos públicos el general Dulce decia en una alocución: «Más culpables del crimen de traición son aquellos que con solapada humildad y rastrera hipocresía demandaron derechos políticos como único remedio á nuestras discordias, y respondieron, cuando les fueron concedidos, con providencial ingratitud.» [Votos de un español, por D. Hamon María Araiztegui.)
No bastaba esto; cartas de ese general tengo en mi poder, una dirigida á mi respetabilísimo y querido amigo el Sr. D. Augusto Ulloa, en que decia: «No es verdad lo que por ahí pretenden hacer creer: aquí no hay gentes que de buena fé pidan reformas; las causas de incidencia dan por resultado que desde el año 1848 en Cuba solo existe una conspiración, que no cesa, contra la integridad de la Pátria, en pró de la independencia.»
Y si esto no fuera bastante, ¿queréis, Sres. Diputados, que yo repita, que lea las palabras del ilustre gene ral Serrano, presidiendo el Gobierno provisional, cuando manifestaba su desencanto y su amargura, cuando no concebía que cupiera tanta vil hipocresía en pechos humanos?
Los Morales Lemus, los B ra monis, los Aldamas, todos los que se habian vendido por españoles, los que habían venido aquí algunas veces á las juntas de información convocadas por el Sr. Cánovas del Castillo, después, cuando han tirado la careta con que se cubrían, han dicho que cuanto habían dicho y hecho, todo absolutamente era dirigido no más que al santo objeto de la independencia cubana.
Todos los testimonios están acordes. Preguntad de buena fé á todos los hombres políticos, cualquiera que sea su opinión, al Sr. Ulloa, al Sr. Cánovas, al Sr. Arala, á todos los que han estado al frente del departamento de Ultramar. El Sr. Ruiz Gómez, que ha pasado algún tiempo en aquellas Antillas, no sé si me querrá contestar. El señor Maclas Acosta, demócrata radical, perteneciente á la fracción llamada cimbria, está conmigo con todo su corazón, y hasta con su palabra, si necesario fuera. Preguntad al Sr. Díaz Quintero, el cual hace algunos dias, hablando de estas cuestiones, me leía una carta de un republicano federal, de un correligionario suyo que está en Cuba: pedidle, Sres. Diputados, que la lea. Lsed la prensa, acudid á las cartas, ved las exposiciones; la que trajo mi amigo el Sr. Cánovas, la de Barcelona, la de Santander, la de Aviles, la de Bilbao; acudid á todos los medios de información, á todos los medios de adquirir la verdad; acudid á todo eso, con el deseo que debéis tener de salvar el país y de no comprometerlo, y todos unánimemente os manifestarán que la opinión, que las necesidades, que los intereses públicos piden en Cuba lo que yo pido.
La Iglesia es el poder supremo en lo espiritual, como el Estado lo es en el temporal.
Antonio Aparisi
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