LA TRAICIÓN LIBERAL... MÁS TARDE O MÁS TEMPRANO
Retrato de Narciso López, en la época de la Guerra de los Siete Años
NARCISO LÓPEZ, EL CRIOLLO CAMALEÓNICO
Matillas, en la actual provincia de Guadalajara, un pueblo de tantos. De esos que apenas son nombrados y yacen al sol sobre la piel de toro. De esos que pasan su cierzo y viven pardos en los fondos de Castilla. Es el tórrido verano de 1836, agosto para más señas. En aquel entonces, un criollo que respondía al nombre de Narciso López de Uriola presta sus servicios en el ejército que dice defender los derechos que asisten a la niña Isabel II para ser, cuando crezca, reina de España según los deseos de su papá -y las intrigas de su madre casquivana.
Narciso López de Uriola había servido al padre de la niña, S. M. Fernando VII, combatiendo años atrás contra los separatistas americanos. Pero, tras la pérdida de su Venezuela natal, Narciso viene a la península con el general Morales, haciendo escala en Cuba, y se afinca hacia el año 1827 en España.
Al estallar la primera guerra carlista, Narciso tomó la lanza por el partido cristino. Y al decir de sus contemporáneos no era en modo alguno malo con ella, sino que estaba reputado como un bravo lancero y un centauro excelente. Lo que se le reprochaba era esa sangre fogosa que lo hacía precipitado y, por lo tanto, muy poco apto para acaudillar hombres. Sin embargo, pese a esa mala fama Narciso López alcanzó, por sus méritos en combate, el grado de brigadier. Y ganoso de trofeos marcha brioso a la caza del General Gómez, el andaluz que con castellanos, vascos y navarros carlistas, saliendo de Amurrio, habíase internado en territorio gubernamental cipayo con grave riesgo de la testa de la Reina Gobernadora y sus adláteres liberal-masones que vendían España, palmo a palmo, a la Inglaterra.
Narciso López marcha contra Gómez, a la cabeza de unidades de la Guardia Real y con artillería, incluso trae una banda de música. Cuando Gómez se entera por su confidentes de lo que trae López, el general carlista se frota las manos: será una tajada digna de las bayonetas de sus bravos mesnaderos y, además, es necesario para la expedición acrecentar el parque artillero. Digamos además que con Narciso López venían no pocos criollos exaltados; esto es: en las filas de López, el mismo López también, había fuerte presencia de militares ansiosos de medrar en el escalafón militar, y por eso mismo afiliados a la masonería y a la comunería. Y así se desprende si consideramos el testimonio de un testigo ocular que lo dejó por escrito, afirmando que esos criollos isabelinos ostentaban una cinta en sus solapas. En dicha banda podía leerse: "Juré mi suerte a Isabel II. Constitución o muerte".
La disposición de la defensa que hizo Narciso López fue torpe: un error táctico que resultó fatal. La aguerrida infantería carlista, al mando de Fulgosio, pasó a la bayoneta a los sirvientes de la artillería cristina. Mientras que la artillería era silenciada, la caballería del heroico Villalobos, poco después derribado en Córdoba de un cobarde tiro en la frente, desbarata a lanza y sable el repliegue de la columna de López. Todas las fuerzas de López que se libran de la muerte caen en poder de los carlistas. El campo queda cubierto de cadáveres liberales. De los que escapan a la muerte, fueron capturados por los carlistas de Gómez 1.200 hombres. Entre los presos figuraba el mismo López y 37 oficiales de distinta graduación. La artillería que traían los cristinos se la apropian como botín de guerra los carlistas. Son hechos prisioneros también los capellanes, los cirujanos y hasta la banda de música. Un testigo presencial que luego escribió sobre este episodio cuenta que aquellos bravucones exaltados, los liberales juramentados de aquella cinta, al caer prisioneros de los carlistas se apresuraron a desprenderse de las cintas: las rompían y hasta uno que otro se la tragó, anticipándose a lo que algún carlista hubiera estado dispuesto a ordenarle en viéndola.
Pero en este descalabro Narciso López no tuvo que lamentar nada más que la vergüenza de la derrota y el cautiverio. Gómez quiso desembarazarse pronto de la gruesa presa y depositó a los prisioneros en Cantavieja, donde poco después serían rescatados por D. Evaristo San Miguel.

Retrato del mismo, daguerrotipo de 1849 cuando residía en Nueva York
En 1840 Narciso López regresa con Valdés a América, desembarcando en Cuba. Su protector Valdés le aseguró una destacada posición con mando en plaza, su matrimonio con una aristócrata insular convierte a Narciso en uno de los más prepotentes oligarcas de la isla de Cuba. Pero tras la caída en desgracia de Valdés a Narciso le fueron arrebatados los cargos y muchas de las prebendas. Leopoldo O'Donnell se encargó de ello. A Narciso López aquella destitución, propia de las mudanzas de la política, no le hizo ninguna gracia. Y del soldado realista que combatió a los separatistas de la primera hora bajo las banderas de Fernando VII surgió el traidor. Y del soldado isabelino que se ufanaba de poner su honor en la victoria de Isabel y el constitucionalismo gaditano surgió el traidor. Y del criollo, patriota mientras mangonea, al criollo resentido, cuando se ve desprovisto de sus prerrogativas, Narciso López se transmutó en un conspirador declarado contra España.
En 1848 se ve obligado a huir a Estados Unidos de Norteamérica, tras una fracasada intentona separatista contra España que es sofocada a tiempo. Se acoge Narciso López a la protección del estado de Misisipi. En el exilio gringo, Narciso López figurará como uno de los líderes más activistas de la causa antiespañola, será uno de los más conspicuos separatistas cubanos y abogará por la integración de Cuba en la federación de estados de los EE.UU.
Cabildeando en las logias norteamericanas y arrastrándose por los despachos gubernamentales de los USA, el oligarca y traidor Narciso López de Uriola, tornado ahora en lacayo de Yanquilandia, logra convencer a ciertos grupos de poder gringos para que auspicien una invasión de Cuba. El propósito no es otro que el de declarar la independencia de la misma, lograr la secesión de Cuba, enajenándola de España, y servir la isla en bandeja a los codiciosos especuladores protestantes de EE.UU.
Allá por 1849 Narciso López y otro facineroso diseñaron, inspirándose en la bandera de Texas, la que sería posteriormente la bandera de Cuba; en la que, amén del triángulo de impronta masonizante, cargaron el campo del triángulo con una estrella (alegoría de un nuevo estado que, gracias a su traición, les nacería a los EE.UU.) Y esa bandera es la actual bandera de Cuba: la misma que nació de la mano de esclavistas y oligarcas desagradecidos que traicionaron a España para servir como layacos a los EE.UU.; esa es la misma bandera que honran los orgullosos "comunistas" de Fidel y Raúl Castro. Y, como una maldición diferida, esa "estrella" (estrella de cinco puntas, tan del gusto de la francmasonería, repetimos) aguarda su hora para resplandecer en el firmamento tenebroso de la bandera de barras y estrellas norteamericana... Tiempo al tiempo.
La empresa de López consistente en la invasión de Cuba no tuvo éxito. Fue capturado con sus tropas mercenarias. Narciso López, en manos de los españoles, recordó aquella vez en que un cachazudo general carlista, D. Miguel Gómez, lo hiciera prisionero en Matilla de Henares. "Señor Criollo, repórtese vmd., que aquí somos cristianos y hay cuartel a los presos en buena lid" -le dijera Gómez. Y, en efecto, D. Miguel lo trató con cierta cortesía caballeresca, por muy contrarias que fuesen las ideas políticas. Pero en esta ocasión, López se vio caer en manos de sus antiguos conmilitones; y, lo sabía, las autoridades isabelinas no serían tan compasivas con él como lo fueron otrora las carlistas.
El 1º de septiembre de 1851 el masón y traidor Narciso López de Uriola sintió por unos momentos el extraño tacto, frío y metálico, de una argolla que le ceñía el cuello. Un oficial pregonaba la sentencia a muerte del reo. Sudaba Narciso López de Uriola, le temblaban las piernas sentado en el patíbulo.
El verdugo apretó el tornillo. Aquel oligarca, masón y fanfarrón, fue agarrotado sin piedad por otros masones que, lo diremos, no resultaban menos fanfarrones que él. La diferencia entre los que lo mandaban agarrotar y el agarrotado consistía fundamentalmente en que Narciso López había declarado su traición con antelación a la que cometerían, en caso de mermar sus privilegios, los mismos que ahora le daban muerte a Narciso López. Pues un liberal, cualquier liberal, se llama patriota mientras le conviene, pero cuando deja de convenirle, presto comete traición contra España a la menor ocasión.
El rígido collar rompió el cuello de Narciso López de Uriola... El crujido, sin duda, lo remontó a los campos de Castilla donde él era tan ducho en partir lanzas atravesando el cuerpo de los carlistas.
Aquel cuello crujió como el asta de una lanza.
Publicado por Maestro Gelimer en 00:37 0 comentarios
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