Escribe D. Ramón Menéndez Pidal (“El idioma español en sus primeros tiempos”):
“Lucha por la hegemonía castellana: desde 1067 hasta 1140”
“Castilla, una vez conseguida su independencia en el periodo anterior, aspira inmediatamente a la preponderancia.
Después de la muerte de Fernando I las luchas fratricidas iniciadas por Sancho II en Castilla representan el comienzo de la hegemonía castellana. El Cid, alférez de Sancho, es el gran inspirador del nacionalismo y de las pretensiones hegemónicas; en estas luchas, León resulta vencido en las batallas de Llantada (1068) y Golpejera (1072), y el rey de León, Alfonso VI, tiene que huir a Toledo. La temprana muerte de Sancho desvía bastante el curso de los sucesos, pues Alfonso, vuelto de Toledo, reina en Castilla y en León desde fines del año 1072.
La preponderancia castellana, sin embargo, se afirma durante todo el siglo XII, y se manifiesta definitivamente cuando Alfonso VII, al dividir otra vez los reinos en 1157, dio el de Castilla a su primogénito.
Este periodo de preponderancia castellana (1067-1140) se distingue externamente del anterior, de preponderancia leonesa (920-1067), en que la influencia oriental y mozárabe de León vino a ser substituida por la occidental europea. Esto no ocurrió sin violencia de parte de los reformadores y sin lucha tenaz de los nacionalistas. Al fin triunfó la revolución, que trajo la supresión de la escritura y del rito nacionales (mozárabes), la restauración de los estudios latinos, así como una abundante invasión de cluniacenses y de caballeros y colonos franceses.
A esta época pertenecen los galicismos más viejos, los que aparecen en el Poema del Cid: mensaje, omenaje, usaje, barnax, palafré, vergel, vianda, derranchar, cosiment, ardiment, xámed; entre los mozárabes se usaban otros galicismos como amilón (almidón), formaje: queso, según testimonio dudoso del zaragozano Ben Buclárix, manjar, empleado por el cordobés Ben Cuzmán. Ya ahora se empieza a hablar de vinagre en vez del antiguo aceto. El latín galicano también introduce algunas voces , como pleito, vocablo aragonés del siglo XI y que ya en el XII se había propagado a Castilla.
Más radicalmente decisiva es la influencia castellana en León; los diptongos occidentales ei y ou (ob, oc) van cediendo ante la monoptongación que desde antiguo dominaba en Castilla; durante el siglo XII ambos diptongos quedan ya relegados al occidente de León. Por este reino se propaga también por ahora la ch.
Otras modalidades castellanas, sin embargo, prosperan muy poco; baste recordar que la fijación del diptongo de o breve en ue, aunque en Castilla era general, no se había propagado a las Extremaduras castellanas, pues no se ve acogida todavía en el Poema del Cid ni en otros textos posteriores, como el Auto de los Reyes Magos.
Otros neologismos castellanos como la f- convertida en h (o perdida), y el sufijo -illo por -iello, que existen desde muy antiguo en tierra de Burgos, no se propagan hasta mucho más tarde, hasta el siglo XIV; sin duda la antigua influencia de León, unida a la influencia cultista, hacían que en Castilla ambos fenómenos de la h y de -illo pertenecieran muy especialmente al habla rústica y fuesen mirados como demasiado rudos.
En esta época (siglos XI-XII), la más crítica, el mapa lingüistico de España sufre un cambio fundamental. Este cambio del mapa lingüistico es parejo del gran cambio que sufre el mapa político entre 1050 y 1100; no hay otros cincuenta años en la historia de España que presenten tantas mudanzas de Estados (apocamiento del gran reino de Navarra; disminución de León; engrandecimiento de Castilla; evolución y destrucción completa de los reinos de Taifas).
Estos grandes trastornos políticos influyen decisivamente en los movimientos de expansión de los antiguos dialectos.
Hasta el siglo XI los dialectos romances de la Península tenían distribución y relaciones muy diversas de las que estamos habituados a considerar como más propias de ellos desde el siglo XIII acá. Los rasgos de los dos extremos dialectales (leonés y gallego al Occidente y del aragonés y catalán al Oriente) que los diferencian del castellano se acercaban más por el Norte, estrechando en medio a los rasgos castellanos, sino que se unían por el Centro y por el Sur mediante el habla mozárabe de Toledo, de Badajoz, de Andalucía y de Valencia. Hasta el siglo XI Castilla no era más que un pequeño rincón donde fermentaba una disidencia lingüistica muy original, pero que apenas ejercía cierta influencia expansiva.
Todo esto cambia con la hegemonía castellana que progresa desde el último tercio del siglo XI: el gran empuje que Castilla dio a la Reconquista por Toledo y por Andalucía, el gran desarrollo de la literatura y cultura castellana trajeron consigo la propagación del dialecto castellano, antes poco difundido, el cual, al dilatarse por el Sur, desalojando de allí a los empobrecidos y moribundos dialectos mozárabes, rompió el lazo de unión que antes existía entre los dos extremos oriental y occidental peninsulares e hizo cesar la primitiva continuidad geográfica de ciertos rasgos comunes del oriente y occidente peninsulares, que hoy aparecen extrañamente aislados entre sí.
La constitución de la lengua literaria española depende esencialmente de este fenómeno que tan reiteradas veces hemos observado: la nota diferencial castellana obra como una cuña que, clavada al Norte, rompe la antigua unidad de ciertos caracteres comunes románicos antes extendidos por la Península, y penetra hasta Andalucía, escindiendo alguna originaria uniformidad dialectal, descuajando los primitivos caracteres lingüisticos desde el Duero a Gibraltar, esto es, borrando los dialectos mozárabes y en gran parte también los leoneses y aragoneses, y ensanchando cada vez más su acción de Norte a Sur para implantar la modalidad especial lingüistica nacida en el rincón cántabro.
La castellanización de la Rioja, antes navarra, o la de Toledo, antes mozárabe, no se intensifican sino en los siglos XII y XIII.
Además, como en estos siglos XII y XIII la Reconquista se activa semejantemente en los otros reinos, no sólo Castilla sino también León, Portugal y Aragón propagan entonces hacia el Sur sus dialectos respectivos mucho más activamente que en las épocas anteriores, y los propagan en sus formas meridionales ya algo mezcladas por la Reconquista anterior y por las repoblaciones consiguientes.
Estos dialectos de invasión rápida, propia de los siglos XII y XIII comienzan en León al sur del Duero, mientras en Aragón comienza mucho más arriba, al norte del Ebro a partir de Monzón y de Tamarite para el sur.
Como consecuencia de esta difusión de los dialectos del Norte, principalmente del castellano en todo el Centro y el Sur, resulta que más de las tres cuartas partes de la Península carecen de un dialectalismo rico en variedades numerosas y primitivas comparables a las de la zona septentrional.”
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