Domingo 9 de Junio de 2002 - Número 347
GUERRA CIVIL | EL DERECHO A LA PENSIÓN
El regreso de la guardia mora
PASIONARIA dijo que eran la «pezuña fascista» y Franco les prometió, si sobrevivían, un «bastón de oro». Hoy, 63 años después de la victoria franquista, los soldados marroquíes reclaman a España pagas dignas y que sus hijos entren en los cupos de inmigrantes
Los Regulares participaron en las batallas más sangrientas: la de Toledo, el intento de tomar Madrid en 1936, la de Brunete y la del Ebro. Murieron más de 5.000 de los 70.000 que cruzaron el Estrecho. /EFE. El 19 de abril de 1939, día del desfile triunfal, Bel Horena, hoy en silla de ruedas, era un treintañero beréber que llevaba los tres últimos años de su vida batallando en las trincheras de Franco. La guerra había terminado. Comenzaba la victoria.Sobre las calles de Madrid, la ciudad del No pasarán (Los moros que trajo Franco/ en Madrid quieren entrar./ Mientras queden milicianos/ los moros no pasarán, que decía la coplilla popular tres años antes), marchaban las tropas tras el caudillo.
Y allí estaban ellos, los feroces guerreros de turbante y gritos a Alá, pisando la ciudad que no pudieron tomar en 1936. «¡Que vivan los moros!», coreaban a garganta llena algunos jóvenes al paso de los batallones de Regulares traídos para la guerra desde el protectorado marroquí. Ayudaron a Franco en su cruzada contra el ateo infiel, murieron «como chinches» en los frentes donde la lucha fue más encarnizada («Degollé a tanta gente y con tanto frenesí», recordaba décadas más tarde en Tetuán el ex combatiente Maadani, «que creí que me había vuelto loco») y ahora que el pueblo los aclamaba, los supervivientes se calcula que murieron más de 5.000, mutilados aparte creían empezar a saborear las mieles del triunfo. Las arengas de Franco habían sido inequívocas: «Cuando florezcan los rosales de la victoria, nosotros os entregaremos las mejores flores». O aquellas promesas de abril de 1937: «Valientes soldados marroquíes, os prometo que cuando acabe la contienda a los mutilados les daré un bastón de oro».
Melilla, junio de 2002. 63 años más tarde. Bel Horena Ben Hamido, 93 años, es un viejo mutilado de la guerra. Veterano de Cerro Muriano (Córdoba), su bautizo de fuego y el lugar donde Robert Cappa tomó la famosa fotografía del miliciano abatido, tenía 27 años cuando fue embarcado rumbo a la Península con el grupo de Regulares 5.
«¿La guerra? La guerra no vale nada», dice hoy Bel Horena. Su historia, como la de otros 67 militares beréberes del ejército Español que sobreviven en Melilla con raquíticas pensiones, está escrita en documentos judiciales presentados ante el Tribunal Superior de Justicia de Madrid. Aunque no es la primera vez que elevan al Estado español sus reivindicaciones, estos ex combatientes, todos ya con DNI español y octogenarios en su mayor parte, piden la equiparación de sus pensiones (oscilan entre cinco y 160 euros, los que cobran alguna) a las de los soldados cristianos que intervinieron con ellos en la contienda (nunca por debajo de 900 euros, aseguran).
Para tener una única voz han creado la Plataforma de Mutilados y Retirados. A su causa también se han sumado viudas que, como la del teniente coronel Alí Ben Mimun (se retiró en 1965 como mutilado de guerra), no perciben ayuda alguna.
BASTÓN DE MENDIGO
Hasta suboficial llegó Amar Abdellah, que hoy subsiste con nueve hijos vivos de los 21 que hizo nacer. Se alistó en 1935 con 14 años («en la hoja de servicio nos ponían más edad, pero la mayoría éramos niños») y se retiró en 1968, con el rango de teniente de infantería de Regulares y una paga de 2.000 pesetas que hoy asciende a 166 euros. Estuvo en los frentes de Sevilla, Carabanchel, Jarama, El Ebro... Recibió dos disparos y fue el único superviviente de una mina que mató a 70 hermanos musulmanes.
«A quien luche y logre sobrevivir», recuerda Abdellah las palabras que le oyó un día a Franco, «les regalaré un bastón de oro...Pero la única recompensa que hemos tenido es uno de madera con el que mendigamos los que quedamos aún vivos». Habla tanto por quienes hoy tienen nacionalidad española, y residen en Ceuta y Melilla, como por los compañeros que, procedentes en su mayoría de las regiones norteñas del Rif y el país Yebala, llevan años esperando un gesto generoso del país por el que el hicieron una guerra que no era la suya. Y por el que ya en 1934, entonces llamados por las autoridades de la República, abandonaron por vez primera el Magreb para acudir a Asturias y reprimir, junto con la Legión, la revuelta de los mineros.
Siempre fueron fuerza de choque. Y finalizada la contienda Franco eligió a los más bravos para su custodia personal en El Pardo.La temida guardia mora del caudillo no rompió filas hasta 1957, años después de que el último tabor (con base en Sama de Langreo) regresara a África, en 1951. Los Regulares, un ejército de indígenas nacido en 1911 e instruido por los militares africanistas en sus guerras coloniales, fueron para aquella España lo que los guerreros nepalíes (los temidos gurkas) para el Reino Unido, donde la esposa de Blair, Cherie, acaba de aceptar ser su abogada.La asociación de ex combatientes, que reúne a 30.000 jubilados, pretende que el Gobierno laborista equipare sus míseras pensiones (hasta de 40 euros) a las de los soldados británicos, con retiros mínimos de 485 euros.
Larache, Alhucemas, Azalquivir, Arcila, Xauen, Nador, Sidi Ifni...En todos estos lugares del Protectorado (1912-1956) Franco encontró la cantera de su ejército moro. Después fueron enclaves donde durante décadas se vieron por las calles a ancianas, esposas de marroquíes caídos en España, pidiendo limosna. También en Tetuán, que alberga la pagaduría central por la que siguen desfilando los viejos regulares. Todos, marroquíes desde cuando Mohamed V declaró la independencia, lucharon con los militares sublevados para derrocar a la II República.
PAGADURÍA DE TETUÁN
De los supervivientes de aquellos 70.000 hombres apenas quedan vivos dos millares con derecho a pensión española (la perdieron quienes pasaron al Ejército marroquí en 1956). La cifra, según la pagaduría adscrita al Ministerio de Exteriores, mengua a diario.En 1985 los pensionistas eran casi 5.000. Hoy son 1.684 ex combatientes y 186 entre viudas (178) y huérfanos, y se quejan de que sus pagas, instauradas por una ley de 1965, nunca se han actualizado.Oscilan entre los 100 euros de viudas y los alrededor de 200 de los oficiales de mayor graduación (tenientes y capitanes).Sólo tienen derecho a las 14 pagas anuales quienes hubieran sumado más de 20 años en el Ejército español.
«Fue Franco», dice la historiadora Mª Rosa de Madariaga, autora de Los moros que trajo Franco, «quien fijó las pensiones ínfimas de los marroquíes. Su señalamiento, decía la ley que se les aplica, constituía un acto definitivo y no revisable». En plena guerra, el caudillo «de moros y cristianos», según definición de un diario de la época de Tetuán, canalizó para sus fines la secular morofobia del pueblo español.
A los ejércitos moros, y no a legionarios y falangistas, se les atribuyeron las peores atrocidades (destripamientos, decapitaciones y amputaciones de orejas, nariz o testículos). Del «moro fascista» de los republicanos al «camarada moro» de los nacionales no hay tanto trecho.
Queipo de Llano: «Nuestros bravos legionarios y regulares han enseñado a los cobardes rojos lo que significa ser hombre. También a sus mujeres. Después de todo, a estas comunistas y anarquistas les ha hecho bien adoptar la doctrina del amor libre. Y ahora conocerán por lo menos a hombres verdaderos, y no esos milicianos maricas». Dolores Ibárruri, Pasionaria, daba el contrapunto rojo: «Morisma salvaje, borracha de sensualidad, que se vierte en horrendas violaciones de nuestras muchachas en los pueblos que han sido hollados por la pezuña fascista».
¿Propaganda de guerra? «Decían que éramos demonios», reconocen hoy los abandonados ancianos. Pero cada hombre fue una historia.«Yo evité que se fusilara a un muchacho que se me había rendido con bandera blanca. Llevaba una foto con su novia tomada en Barcelona», explica desde Tánger Mohamed Lmrabet. «Yo traté bien a los prisioneros, les daba de mi chocolate», añade quien, tras ser herido cinco veces y haber trabajado para los españoles hasta 1956, recibe 70 euros al año. Él también asistió al desfile de la victoria en Madrid.
Como Bel Horena, el inválido de guerra de Melilla cuya historia militar es más prolongada. Pasó 32 años con uniforme, desde 1928 cuando contaba 19 hasta 1962. Herido más de una docena de veces y condecorado (cruz laureada colectiva, entre otras), regresó a su tierra para seguir sirviendo al Ejército de Franco. Al jubilarse, como sargento, aún sin disfrutar de la nacionalidad española que le fue finalmente otorgada en 1986, le quedó una pensión de 1.800 pesetas mensuales. Hoy sobrevive con el único hijo que le queda y una mísera paga que le dejaron 32 años de militar.Los 159,7 euros al mes de su retiro no parecen bastón de oro.
Muchos eran chiquillos cuando empuñaron las armas. Houcine tenía 11 años y recorrió los frentes de Sevilla, Córdoba, Madrid...«Los indígenas íbamos siempre por delante, donde la muerte», recuerda al tiempo que se lamenta por no recibir paga alguna.Junto a él habla Amar Lassar, 80 años. Una metralla en la rodilla en Teruel le relegó con 17 años a servicios auxiliares y percibe 5,17 euros de pensión.
VIUDAS SIN PENSIÓN
En nombre de su difunto, Yagub Ben Butahar, habla Yamina Hamud, viuda desamparada. Su esposo se alistó en 1934, hizo toda la guerra, recibió la Cruz Laureada de San Fernando y le dio dos hijas. Cuando se retiró de sargento, en 1963, su recompensa fue una «pequeñísima pensión militar» de 5.000 pesetas anuales. Lo peor vino después, tras su muerte en 1980. «Nos dieron 15.000 pesetas para el entierro y se acabó... Sí, hemos sufrido mucho: hambre, miseria y, lo que es peor, el abandono de España». Es lo que cuenta, con otras palabras, la viuda de Mesaud Buzzian, que logró el grado de alférez de caballería por sus servicios durante la guerra. Él murió hace 37 años dejando a Luazna Hadi Tahar con una huérfana que hoy es militar en el grupo de Regulares de Melilla. «Aunque mi marido estuvo desde los 11 años pegando tiros por España, yo sólo cobro una ayuda del Inserso. Cuando falleció nos dieron 10.000 pesetas. Nunca más se acordaron de nosotras».
Las tristes historias se acumulan en expedientes cada vez más amarillentos. Las primeras demandas, de 1966, se cursaron al Ministerio de Defensa. A partir de 1989, los expedientes fueron llegando a las secciones VIII y IX del Tribunal Superior de Justicia de Madrid. En la actualidad, la segunda de las salas tramita alrededor de 150 recursos, muchos correspondientes ya a veteranos que han ido falleciendo de viejos.
En una sola ocasión los tribunales han atendido las súplicas de los ex combatientes. El beneficiado fue el cabo Mohamed Mahit, que disfrutaba de DNI español desde pocos años antes. Aún vive en Melilla. El entonces presidente de la sala VIII (al poco pasó al Supremo) fue ponente de la sentencia histórica (605 de 6 de junio de 1991, publicada en el Boletín Oficial de Defensa).
El fallo supuso que se le abonaran los atrasos correspondientes y se actualizara su pensión, que pasó de 12.000 pesetas a algo más de 70.000. «Después», dice uno de los abogados que colabora con el colectivo de veteranos, «posiblemente se han estado rechazando todos los recursos por miedo a que supusieran un golpe al tesoro público español. Pero lo cierto es que hablamos de cantidades míseras para gente que es española. No se les puede tratar como moros para cobrar y como cristianos sólo en el DNI».
En Marruecos, los viejos y viudas que acuden a la pagaduría de mutilados y pensionistas, dependiente del Consulado de Tetuán, no sólo reclaman pagas más dignas. En su mayoría, al carecer de medios económicos o de alguien que les invite, han visto cómo se les denegaban también sus peticiones de visado para visitar el país por el que, de jóvenes, lucharon.
Ya que no pueden invocar el artículo 14 de la Constitución (el de que todos los españoles son iguales ante la ley), piden al menos la limosna de que sus descendientes tengan preferencia para ser incluidos en los cupos anuales de inmigrantes que fija el Gobierno español. Que los hijos de aquellos moros que trajo Franco no sean carne de cañón en las avanzadillas de la guerra, más sorda pero no incruenta, que se libra sobre pateras.
El regreso de la guardia mora
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