Revista FUERZA NUEVA, nº 580, 18-Feb-1978
La gran estafa
Desde la imperial Tarraco, recibo una carta extensa y entrañable que me remite un antiguo compañero de fatigas, en recuerdo de una conversación que mantuvimos el verano pasado, en un atardecer inolvidable (…)
La carta, escrita con acentos patéticos y sinceros, en esta hora triste que ha caído sobre España, dice así:
“A mí me han engañado, o, por decirlo más exactamente, me han estafado de un modo inicuo. Reclamo, pues, daños y perjuicios por este timo de que he sido objeto.
Alguien se ha aprovechado de mi buena fe y tiene que resarcirme, abonándome hasta el último céntimo.
Alguien tiene que devolverme el ojo perdido, restituir la movilidad a mi antebrazo y mano izquierda, y borrar la metralla alojada en mi cráneo y cuero cabelludo.
Alguien tiene que pagarme por las noches sin sueño y por el envite, a vida o muerte, a lo largo de casi tres años.
Y, finalmente, alguien tiene que responder del incumplimiento de las promesas que me fueron hechas.
***
La historia es muy sencilla. Sin necesidad de jurar sobre los Santos Evangelios, puedo asegurar que yo no fui el causante de la guerra de España. Yo era un chico de veinte años, algo soñador y romántico, cuyo único pecado consistía en ser español e ir a misa. Ni molestaba a la gente ni me metía con nadie. Lo puedo certificar.
Pero un buen día estalló la tragedia y tuve que esconderme para no ser pasaportado al otro barrio. Por fin, después de muchas peripecias, conseguí llegar a los valles andorranos, nueva tierra de promisión en aquellos inefables tiempos de Generalidad y autonomía (sin "amnistía").
Una vez a salvo en Andorra, tenía ante mí cuatro alternativas, perfectamente realizables:
a) Olvidarme de las cosas de España y empezar una nueva vida en tierras andorranas o francesas. (Así lo hizo un compañero mío de evasión, al que por cierto le ha ido fenómeno, económicamente hablando).
b) Permanecer en el Principado todo el tiempo que durara la guerra y regresar sin el menor peligro, una vez finalizada la contienda.
c) Cumplir con mis deberes militares al llamamiento de mi reemplazo. Como el puerto de Valira estaba cerrado -entonces no había máquinas quitanieves- podía residir tranquilamente en los Valles, desde noviembre de 1936 hasta la primavera o verano de 1937.
d) Desafiar los elementos -atravesé el puerto con nieve hasta la cintura-; correr el riesgo de que los franceses me mandaran a un campo de trabajo por indocumentado; exponerme a que en la frontera española me rechazaran o detuvieran por falta de “papeles” -como así habría acontecido de no haber mediado mi Ángel de la Guarda-, y pasar a la zona nacional para alistarme voluntariamente en el Ejército.
Opté por la última solución. España y yo éramos así. Ahora (1978), a la vista de lo ocurrido, no estoy tan seguro de que acertara. Mi equivocación, en todo caso, es disculpable, dada mi juvenil inexperiencia. ¡Ah, si yo hubiese sabido algunas cosas! Pero entonces yo no podía ni remotamente sospechar lo que luego sucedería.
La patria estaba en peligro y acudí presuroso a su llamada. Esto es todo. Otro supuesto cualquiera me habría, sencillamente, abochornado.
Ignoraba, es cierto, muchas cosas, pero lo mismo les ocurría a los demás muchachos de mi generación. No éramos adivinadores del porvenir sino combatientes. Combatientes por Dios y por España. (Con perdón).
Yo no sabía, por ejemplo, que los hombres valiesen tan poquita cosa. En realidad son unos pobretes como yo (y menos que yo).
Tampoco sabía la propensión que tienen a cambiarse de chaqueta y de camisa a cada momento.
Igualmente desconocía la poca vergüenza que tienen algunos cuando cambian las circunstancias.
Ignoraba que el juramento sobre los Santos Evangelios era un simple formulismo, sin valor alguno.
También ignoraba que eso de los altos ideales de la patria es un eslogan que los políticos -no todos afortunadamente- utilizan para su particular provecho.
****
El hecho cierto es que al cabo de 38 años se ha regalado el poder al enemigo, después de pedirle humildemente perdón. Los vencedores estamos ahora merced de los vencidos. Todo se ha trastocado. Franco es escarnecido y difamado.
Los rojo-separatistas -los mismos de antes y no otros- son los dueños de la situación. Los españoles renuncian a su unidad y el marxismo ateo campa por sus respetos. La tomadura de pelo ha sido fenomenal.
Ante una estafa semejante, tan escandalosa como evidente, me veo obligado a exigir la reparaciones consiguientes.
Yo soy un hombre honrado y nadie tiene derecho a jugar con mis sentimientos. Que me restituyan lo que es mío y solamente mío: la fama, el honor, y casi la vida.
A cambio de ello, estoy dispuesto a devolver todos los honores y medallas ganadas en la guerra”.
Por la transcripción:
DONATO
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