5. Hacia el tratado de Letrán (1903-1929)
L ) Acercamiento
Pío X, en tesis, mantuvo la posición de sus antecesores. Sin embargo, los espíritus iban acercándose. Como cardenal, no tuvo inconveniente en tratar con la corte italiana y asistir a un banquete regio. En 1905, para impedir los desmanes de los diputados izquierdistas, permitió a los católicos italianos el votar en determinadas circunstancias, con lo que el partido católico empezó a pesar en la balanza política.
En cuanto a la 'cuestión romana', el conde Della Torre, en la Semana Social de Milán de 1913, decía que la conciliación se podía hacer “por la voluntad constitucional del país de parte del Estado, sin que quedara comprometida la autoridad civil”. Y mons Rossi, arzobispo de Udine, aseguraba que “la independencia del pontífice romano se podía conseguir fuera de la soberanía temporal de otro modo; por ejemplo, por una garantía de orden nacional”. Roma dejaba decidir.
Con la entrada de Italia en la I Guerra Mundial, en mayo de 1915, Benedicto XV empezó a reflexionar sobre las diversas hipótesis posibles. Las garantías dadas por el primer ministro Salandra no bastaron a los embajadores para permanecer ante la Santa Sede. Sin embargo, el Papa renunció a la hospitalidad que el rey de España le ofrecía en El Escorial, y permaneció en Roma.
Con el fin de la guerra, se preveía un arreglo. Efectivamente, pronto se comenzó en Alemania, Austria y Baviera a agitar esta cuestión. Sonaban tres soluciones: internacionalización de la ley de garantías; erección de un minúsculo estado neutro, unido por una lengua de tierra al mar; concesión de un capital que asegurase a la Santa Sede su independencia financiera.
El Papa buscaba la solución no en las armas extranjeras sino en un arreglo con Italia. En efecto, nombró una comisión de cardenales que examinasen si no sería preferible reconocer los hechos consumados y renunciar a los Estados pontificios usurpados. Los cardenales Vannutelli, De Lai, Merry del Val, Gustini y Pompii no llegaron a ponerse de acuerdo.
Obtuvieron especial resonancia los diez artículos del centrista alemán Matías Erzberger con su proyecto de solución: una comisión de tres representantes de la Santa Sede, otros tres del rey de Italia y uno del rey de España fijaría el límite del Estado Pontificio, que garantizarían las potencias. El proyecto fue aprobado por los imperios centrales, pero no halló acogida en Italia. Erzberger pensó entonces en el principado de Liechtenstein, pero los dueños se negaban a desposeerse de él. Se planeó también una cesión territorial, garantizada por la futura Sociedad de Naciones; todo lo cual, aunque al parecer infructuoso, iba preparando el ambiente.
El 6 de febrero de 1922 era elegido Papa Pío XI. Por primera vez desde el despojo dio su bendición urbi et orbi desde San Pedro ante las tropas italianas que presentaban armas. Era un gesto simbólico. Recíprocamente, el rey de Italia se prestó a recibir a los soberanos de Bélgica y de España en segundo lugar después de visitar al Santo Padre. El Congreso Eucarístico internacional XXVI de Roma recorrió las calles bajo la protección de las armas italianas. La concordia se avecinaba.
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