PARA UNA MEMORIA HISTÓRICA SIN CENSURAS



Miralá, miralá, miralá... La Puerta de Alcalá, a mayor gloria del energúmeno Stalin. Así rendían pleitesía los sicarios de la URSS, ¿de verdad era eso la II República "española"?




DOS HISTORIETAS DE IGUALDAD


Segunda palabra del trilema revolucionario, la "Igualdad" -término ambiguo y equívoco: ¿igualdad...? Sí, igualdad... Así se camelaron a los desheredados. Pero, ¿fueron iguales? Se sabe que, en pleno conflicto armado, en su visita a Jaén capital el poeta Miguel Hernández se hospedó como invitado especial en un suntuoso palacio de una de las más linajudas familias de la ciudad de Jaén. Se conservan incluso fotos, pero como no las tengo a mano, pues baste con indicarlo aquí. Cuando Miguel Hernández vino a Jaén el poeta era el camarada Hernández, pero el camarada no fue a parar a una casa de mala muerte precisamente, ¿verdad? Veamos, otros casos de "igualdad" para nuestra memoria histórica. Casos, como el de ayer, estrictamente reales, contados a éste servidor por los más mayores que conocieron a los protagonistas. Por razones de confidencialidad, prescindo de poner aquí los nombres propios de los personajes que presento, pues no van a salir muy lucidos y mejor inventarme los nombres de los camaradas Frascuelo, alcalde de un pueblo al que llamaré Torredompedro, y el camarada Cristóstomo alias "Cuco".


UN ALCALDE DEL FRENTE POPULAR

Había sido un conspicuo militante del partido socialista, pero en el Congreso Extraordinario en que el PSOE se escindió, Frascuelo hizo migas con los cismáticos y se fue al Partido Comunista Obrero Español.

Durante sus años de mandato al frente del Ayuntamiento de Torredompedro no lo hizo mal del todo. Cuando acontecía la borrachera de sangre y excesos de 1936 los milicianos de la retaguardia pretendieron allanar el Convento de Ntra. Sra. de la Piedad de las Madres Dominicas de Torredompedro, Frascuelo impidió que aquellos forasteros asaltadores se salieran con la suya. Logró salvarle la vida a las monjas, pues ¡cuánta hambre no habían quitado aquellas buenas mujeres! Pero lo que no pudo evitar como alcalde, y tampoco le dolió mucho que dijéramos, fue que se profanaran algunas tumbas. Fue el caso del sepulcro de D. Juan Laureano Villar, héroe del ejército alfonsino condecorado con la Laureada de San Fernando por su brillante intervención en las acciones de Montejurra y Estella (18 y 19 de febrero de 1876), también se halló este condecorado en la toma de Santa Bárbara de Oteiza. Que se sepa, desde que en los años 10 del siglo XX un infarto lo fulminara en un estanco de tabaco local, D. Juan Laureano no había hecho nada (ni siquiera matar a un carlista) para merecer que los milicianos abrieran su tumba, exhumaran sus huesos y jugaran a fútbol con su calavera en la nave central de San Pedro. Pero aquellos milicianos quisieron marcar un gol en el altar mayor con la calaverna del pobre D. Juan Laureano.

En plena guerra civil, todo era un desaguisado. En zona roja, las ermitas se convirtieron en polvorines y las iglesias en almacenes y cocheras; por lo visto, también en campos de fútbol para patear calaveras. Las gentes cristianas no daban crédito, cuando veían entrar los camiones en la nave, bajo los arcos ojivales y los nervios góticos, pisando el suelo sagrado en que yacían sus antepasados. Juliana (q.e.p.d.) me contaba: "¡Ay, hijo mío, Dios quiera que nunca más se repita... qué gentuza más mala... no respetar ni a los muertos!". Los milicianos, disfrazados de bojiganga, al amanecer sacaban de paseo a los señoritos… Al término de la excursión, sólo regresaban los payasos macabros. En los tiempos en que Frascuelo era concejal, el edil obrerista había reivindicado que la ermita de los Santos Cosme y Damián se convirtiera en escuela. Ahora, en 1936, pudo hacer realidad su sueño pedagógico. Pero allí no duraron mucho los escolares, pronto la ermita se convirtió en puesto que vigilaba la entrada de Martos.

La guerra duraba más de lo que todos, los "hunos" y los otros, habían supuesto. Es de saber que en todo el término municipal no había ningún cortijo que dispusiera de mejores instalaciones que el de San Antonio de Padua. Así que el alcalde Frascuelo que estaba en todo, mandó una ordenanza para requisar la casería. Corría el recio invierno de 1937. Todo el pueblo vivía en la indigencia, había niños que se vestían con harapos, la gente si es que se lavaba lo hacía con agua del tiempo –o sea, con témpanos-, pero el alcalde Frascuelo no pasaba iguales privaciones. El cortijo disponía de unas calderas que eran lo más moderno en calefacción doméstica. Desde los sótanos, a pleno rendimiento, comunicaban su agradable calor por toda la casa, también se las empleaba para calentar el agua... ¡no faltaría más! Frascuelo se bañaba con agua caliente y no pasaba frío, mientras se dolía con sus conmilitones de los avances del fascismo. Los vecinos de Torredompedro se quitaban el frío frotándose las manos y dando pisotones en el suelo. Aquellas calderas del cortijo de marras funcionaban con maderamen. Para ahorrarse la corta de leña, Frascuelo mandó que muchas imágenes sacras de las iglesias de la localidad fuesen transportadas al cortijo de San Antonio en los camiones del ejército popular, y así fue como con espléndidas obras de imagineros barrocos se calentó Frascuelo aquel crudo invierno de 1937.

Al término de la guerra, Frascuelo fue apresado por el ejército nacional, “cautivo y desarmado” Frascuelo fue de cabeza a la cárcel, y se procedió a depurar sus responsabilidades. Se le condenó en principio a pena de muerte, pero las monjas –a las que acudió la desamparada familia de Frascuelo- intercedieron por él, conmutándosele la pena capital por la de presidio y destierro perpetuo. En las noches frías de la cárcel, Frascuelo se acordaría de todos los santos que mandó cortar a hachazos para echar más leña al fuego. Cuando salió de la cárcel, en el destierro, se acordaría de las calderas del Cortijo de San Antonio... A algún compadre de confianza, podría decirle: ¡Qué bien que ardía la leña de los altares!

UN CUCO CALZADO

Recién llegado a España procedente de la Unión Soviética, a la que había ido como miembro de una delegación del PCE, Cristóstomo -alias el “Cuco”- arribó tras ese largo viaje a la ciudad de Jaén, y en la estación de tren de esa ciudad, encontró a un paisano. Se saludaron y juntos se montaron en el mismo vagón. Explicó el “Cuco” a aquel conterráneo su odisea a la Patria del Proletariado. Este paisano le preguntó por las condiciones en que vivían los soviéticos, y el “Cuco”, chasqueando la lengua, le dijo bajando la voz: “No sé… no sé, tengo la azadada de que allí no todo lo que relumbra es oro”. Aquel compañero de viaje le había tirado de la lengua, y el “Cuco”, en ambiente confidencial, largó un poco más de la cuenta.

Meses después, aquel anónimo pasajero de tren pasaba por la calle Don Diego y allí vio al “Cuco”. Estaba el "Cuco" montado sobre las tablas de un escenario portátil, vociferando a una muchedumbre de campesinos que eran todo orejas. El “Cuco” estaba dando un mitin y alababa los progresos que se habían efectuado en Rusia, tras la revolución bolchevique. El “Cuco” decía algo así como: “Y todos son iguales… Allí no hay señoritos que monten en sus cochazos ni a caballo, de esos que aquí nos sobran, de los que se fuman un cigarro puro "aluego" del coñac… Allí todos trabajan por igual y todos hacen uso del transporte público… Todos, hasta los camaradas que más responsabilidades tienen al frente de la vanguardia del proletariado”. Faltaba meses para que se armara la del 18 de julio. La multitud hacía palmas y levantaba los puños.

Estalló la guerra. Al “Cuco” no se le veía por ninguna parte. Sus cargos en el PCE eran de mucha responsabilidad. Era el “Cuco” secretario de una de las vanguardias del proletariado y por esta razón había desaparecido del pueblo, yendo y viniendo aquí y allá organizando el esfuerzo de guerra contra los “fascistas”. Las armas enviadas por la URSS eran unos trastos inservibles, pero el "Cuco" seguía ensalzando la ayuda "desinteresada" que prestaba la Unión Soviética y el camarada Stalin. Un buen día en que el "Cuco" aterrizó por Torredompedro, aquel anónimo compañero de viaje se lo encontró en la calle La Salud. El “Cuco” se bajaba de un vehículo de alto copete –marca Hispano Suiza y fumaba un cigarro puro. Del auto se apeaba con el “Cuco” una señorita, joven y atractiva.

El antiguo pasajero de tren se acercó al “Cuco”:

-¿Qué tal, Cristóstomo? Veo que no andas descalzo… Ni tú ni la señorita (dijo aquel "amigo" mirándola con avidez). Te escuché una vez que todos éramos iguales, pero así, chico, hay que decir que algunos nacisteis con estrella (dijo poniendo sus ojos en la estrella de cinco puntas que tenía el “Cuco” en el bolsillo de su camisa militar) y otros nacimos estrellados.

-¡Salud, camarada! Tú es que no lo entiendes, Tomás. Tengo que ir al frente, organizando las líneas y no voy a ir montado en borrica. -y al "Cuco" le hedía el aliento a coñac.

-Ya, ya… Si uno lo entiende todo... Nada, nada... Salud por igual, camarada.

Cinco días con sus noches estuvo el “Cuco” hospedado en una casa principal del caserío de Torredompedro, una de las que habían requisado las milicias a unos detestables “fascistas” que ya habían sido pasados por las armas, por lo que no puede decirse que necesitaran esas casas... Con las paletadas que le habían echado encima ya les sobraba.

El “Cuco” terminó mal sus días. En los estertores del Frente Popular, a diferencia de otros y otras camaradas de partido, Cristóstomo (a) "Cuco" no pudo llegar a Valencia a tiempo. Se le procesó y se le halló culpable. Se le puso frente a un pelotón de fusilamiento. Dicen que cuando estaba en capilla pidió confesión, así que murió mejor que había vivido mintiéndose a sí mismo y a los demás.




Publicado por Maestro Gelimer

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