Raúl C. CANCIO FERNÁNDEZ, España y la guerra civil americana o la globalización del contrarrevolucionismo, prólogo de Jordi Canal, Alcalá de Henares: Instituto Franklin-Servicio de Publicaciones de la UAH, 2015, 322 p., ISBN: 9788416133505 | Moral Ro
El presente estudio intenta coger el guante de aquellos historiadores de la contrarrevolución que, desde hace tiempo, intentan analizar, en comparativo juego de escalas, la naturaleza de sus variantes y de sus relaciones en un marco internacional, para lograr una mejor comprensión de ese fenómeno de la Historia contemporánea.Cabe recordar que la contrarrevolución no fue sólo una defensa y mera vuelta al Antiguo Régimen, sino que tuvo su propio programa ideológico y proyecto social. El caso español más significativo, el carlismo, destacó sobretodo por su duración hasta bien entrado el siglo XX. Las relaciones y contactos entre diversos movimientos contrarrevolucionarios europeos fue constante a finales del siglo XVIII y durante la siguiente centuria (miguelismo, legitimismo francés…),pero todavía no se había intentado con profundidad estudiar la relación entre éstos y sus posibles homólogos americanos. Cada una de las derrotas carlistas del siglo XIX provocó una emigración de sus defensores y un problema de reintegración de muchos en la sociedad liberal triunfante,por lo que, a partir de 1860, dos escenarios acogieron la participación de carlistas españoles: uno fue Italia debido a las luchas entre contrarrevolucionarios y liberales unionistas y otro, al parecer del autor, los Estados Unidos, inmersos en una guerra civil,llamada guerra de Secesión (1861-1865). La integración de numerosos españoles en ambos bandos halle vado al autor a preguntarse sobre las razones de sus opciones y a buscar nexos entre la contrarrevolución europea y la causa del Sur. Y es que,efectivamente, para algunos carlistas,desde Europa, la lucha en Norteamérica parecía continuar las guerras civiles europeas.
En su primera parte, Cancio analiza el factor migratorio en la demografía bélica norteamericana, como consecuencia de las luchas políticas y de la situación socioeconómica europea (páginas 33-52). Ello provocó la incorporación, en ambos ejércitos en liza, de numerosos extranjeros,donde los españoles no fueron delas nacionalidades más importantes.Una segunda parte se centra en la descripción de la situación política española, definida por el gobierno largo de la Unión Liberal, y las principales claves de su política exterior,centrándose en la evolución de la política neutralista de los liberales españoles, y de otra naciones, ante la guerra de Secesión (páginas 53-87). Finaliza este segundo bloque de contenidos con un resumen de los avatares de la causa carlista hasta comienzos de la década de los años sesenta(páginas 90-116).
Las aportaciones más importantes de este trabajo son tanto la descripción de batallas y de las unidades militares en las que se incorporaron voluntarios españoles (págs. 117-204), como el estudio de tres grandes bornes de contacto entre el carlista y el confederado: la situación socioeconómica,la teoría del Estado y la cuestión religiosa. Muy interesantes,para el lector especializado, resultan las líneas dedicadas a los intentos de incorporación de Garibaldi a las filas nordistas, por parte de su diplomacia.
Digno de elogio resulta la actitud del autor al reconocer que, pese a sus iniciales intenciones, no se puede comprobar realmente uno de los objetivos del estudio: si los españoles que se incorporaron a las fuerzas del Sur eran carlistas, o al menos su mayoría (página 216). Sin embargo, resultan interesantes los paralelismos de algunos de sus puntos, como el ruralismo y los efectos que provocaron en el campo las políticas capitalistas, que amenazaron un modo de vida que, tanto sudistas como carlistas, quisieron defender hasta la muerte; la reivindicación de un modelo de Estado alternativo al liberal centralista, donde la defensa de los derechos y peculiaridades territoriales constituyeron una importante bandera, así como la pretensión de esferas de autonomía gubernativa y, lo que constituye un gran acierto, la cuestión religiosa. Los carlistas se autodefinieron como cruzados, como defensores de la Iglesia católica frente a la Revolución descristianizadora y desamortizadora. El catolicismo era una realidad minoritaria en Estados Unidos, pero su relevancia no se manifestó tanto en la identidad confesional como en la incidencia que tuvo el factor teológico en sus motivaciones políticas. Para algunos historiadores norteamericanos, la guerra civil fue fruto de una crisis religiosa, del enfrentamiento en torno a la interpretación de las sagradas escrituras por las diversas corrientes del protestantismo, con la esclavitud como telón de fondo, y su armonización con las previsiones constitucionales. Cancio analiza la importancia de la religión en la sociedad norteamericana, sobre todo en el Sur; la creencia asumida por la población de que América era la tierra de promisión, elegida por Dios como depositaria de su reino en la tierra, siendo sus instituciones sociales y políticas el modelo a seguir por el resto de la Humanidad; destaca que la religión era un elemento transversal de cohesión de los partidos políticos,de las instituciones sociales, y que su cisma provocó la escisión civil. Las iglesias cristianas fueron las primeras instituciones que se rompieron, y ello provocó una situación que derivó en otras rupturas. Y tanto el carlismo como la ideología de la Confederación consideraron como valores propios la defensa del honor, la tradición y una posición antimasónica (páginas 246-280).
No obstante, cabría hacer ciertas observaciones al texto como algunos juicios de valor, por ejemplo, cuando se señala que el 19 de junio de 1861 el gobierno de la Unión Liberal decidió publicar un Real Decreto donde se afirmaba la más estricta neutralidad ante el conflicto norteamericano. Esta manifestación, Raul Cancio la tacha de “manifestación jurídica de la cobarde actitud equidistante” de las autoridades españolas (página 25), lo cual consideramos inexacto. Sobre todo teniendo en cuenta que, como se aclara en el prólogo, la política exterior de España no fue ni improvisada ni inconexa ni quijotesca, sino que obedeció a los deseos de asegurar la estabilidad gubernamental y a la firme decisión de protegerlos intereses coloniales, como ya hace tiempo que José Antonio Inarejos demostró. Cancio añade después que “Naturalmente, dicha disposición fue trasgredida por los ciudadanos españoles” (página 25), pero ¿por qué “naturalmente”? Nada indica que España estuviera interesada en un apoyo masivo a un bando y a una posible (y peligrosa) entrada en el conflicto norteamericano. Por otra parte, aplicar una terminología muy contemporánea (“globalización”, “contrarrevolucionismo”) resulta más propia del siglo XXI que del siglo XIX, arriesgándose el lector a descontextualizar ese hecho de su propio ambiente, definido con unas características propias de su momento histórico. Por otra parte, se nota en falta, al menos en la introducción o en la relación final de fuentes, la explicación de los archivos y documentos analizados o encontrados por el autor a lo largo de su investigación, tanto españoles como norteamericanos. Sólo aparece una relación bibliográfica final -en la cual faltan muchos libros significativos sobre carlismo-, a pesar de que en alguna línea se desliza la idea deque han sido consultados algunos archivos, como el del puerto de Pasajes (página 216). Y algunas notas resultan excesivamente largas y se alejan en ocasiones del contenido del libro, llegándose al caso de una nota de 37 líneas, donde se empieza a hablar del general Torrijos para llegar al asesinato de Federico García Lorca (página 112). Finalmente, resulta sorprendente que el autor, que demuestra templanza en muchas observaciones durante el libro, defina como “legítima” la reivindicación separatista de algunos grupos vascos y como “melancólica” la “pretensión secesionista de los Països Catalans”, apoyando a quienes definen una irrealidad territorial histórica (página 282).
Para finalizar, Cancio hace una importante observación, al describir cómo los memoriales que honran tanto a Lincoln como al general Lee se encuentran cerca, a tan sólo tres kilómetros, describiendo de forma ilustrativa el grado de superación de la sociedad norteamericana de su conflicto civil, “teniendo muy presente que las cotas de bienestar alcanzadas en el presente no pueden desvincularse de los sacrificios extremadamente dolorosos que se produjeron un siglo y medio atrás” (página 29). Añade que, en el caso español,se evidencia lo contrario y tras las guerras carlistas del siglo XIX, hubo otra guerra civil aún peor en el siglo XX. Excelente apunte al que le falta admitir, sin embargo, que en España resultará muy difícil copiar el loable ejemplo norteamericano cuando,como consecuencia de la ley de Memoria Histórica, tan sólo se admitirá la permanencia, en muy pocos años, de monumentos y memoriales exclusivamente dedicados al Bando republicano, perdedor de una guerra que sus descendientes ideológicos quieren ganar a toda costa. Otra vez,pues, vencedores y vencidos, lo cual implica, explícitamente, la diferencia entre españoles “buenos” y españoles “malos”, entre españoles y no españoles,entre hermanos que no se reconocen, entre Caín y Abel… ¿Hasta cuándo?
Antonio Manuel Moral Roncal
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