Revista FUERZA NUEVA, nº 598, 24-Jun-1978
ESPAÑA ¿DELENDA EST?
La Antiespaña está en triunfo apoteósico. El cenagal hispanicida va invadiendo el ámbito de nuestra vida pública, y sus resortes destructivos de resentimientos, xenofobia, encono partidista, trágala y espíritu de discordia intestina parecen entrar en acción para la tarea que se pretende asuman los mismos españoles, de dar de baja a España, cesar a España, como dice Julián Marías, desde dentro con los estatutos y las nacionalidades extraídas del buceo en los fondos del primitivismo y el medievalismo y la entrega a los particularismos disgregadores, y desde fuera con el intervencionismo extranjero y su vasallaje colonial, pedido y suplicado desde aquí en romería pordiosera a los medios políticos extranjeros por parte de políticos, parlamentarios y partidos que están destruyendo así la imagen y el papel internacional de España.
Se trata incluso de raer el nombre de España de la conciencia, de la convivencia y la voluntad de destino de los españoles. Es un caso único el de unos gobernantes, unos parlamentarios, una clase —«sin clase»— política y unos medios de comunicación a los que parece repugna y avergüenza pronunciar el nombre de España, como si hacerlo fuera algo denigrante, vitando, ofensivo, y para eludirlo buscan sustitutivos léxicos, acompañados, eso sí, con clara connotación de desdén y menosprecio, del demostrativo «este» país. Maciá, Leizaola, Aguirre, Monzón, Ventura Gasol, se negaban a pronunciar la palabra España porque les repugnaba; lo dice Azaña en sus Memorias». Cuarenta años después, los políticos profesionales de nuestra nueva «democracia» se convierten en émulos e imitadores suyos.
Se habla oficialmente de una Patria plural, lo cual es una «contradictio in terminis», un imposible metafísico, y se prohíbe en España el empleo de la bandera española para la exaltación de ambas, tildándolo de partidismo político y enclaustrándola en los recintos y actos oficiales, pero se exhiben las banderas regionales y separatistas de las nacionalidades para glorificarlas, sin que se califique de partidismo.
El patriotismo, referido a España se considera anacrónico, desfasado, aldeano, pero al patrioterismo vernáculo se le rinde grotesca y humillada reverencia, compitiendo en ello Gobierno y Parlamento, y, sobre todo, nuestro socialismo señorito-burgués, que se olvida de la posición (en teoría y para la galería) de humanismo y superación de fronteras de los credos socialistas para volcarse alabardera y palafreneramente en el servicio y fomento de nuestros nacionalismos pigmeos.
CONFISCACIÓN PATRIA
Esta especie de confiscación patricida, de acción depredatoria de los valores hispánicos, se centra y concentra principalmente en el área de aquéllos en que ha brillado inmarcesiblemente el genio de España y su aportación decisiva a la civilización occidental, y en la de su vehículo universal, el idioma español, segundo en importancia en el mundo y de los primeros como instrumento de una cultura prócer, cual si hubiera llegado la hora de su liquidación forzosa en la pobre almoneda casera y aldeana de los particularismos centrífugos. Es todo un símbolo de este proceso disolutorio y regresivo que se lleven la palma en la defenestración de la Hispanidad, con todo lo que significa en el mundo, precisamente los Ministerios de Educación, Cultura, Regiones —éste último a cargo de un catedrático universitario— y Asuntos Exteriores.
Se ha rebautizado al Instituto de Cultura Hispánica, cargado de logros y prestigio, erradicando su glorioso adjetivo, en actitud, que no se oculta, de renunciar a la acción y la proyección intelectual y cultural de España en América, a la cual la literatura oficial y sus órganos se empeñan en calificar de Latinoamérica.
La proyectada gran Plaza de la Hispanidad en la capital de España se redujo a Plaza del Descubrimiento, y no se han empleado las esculturas y símbolos recordatorios de nuestra gesta americana, sustituidos por un par de pedruscos.
Al milenario de la Lengua Española se le ha aplicado el vacío y la conspiración del silencio, limitándolo a un protocolario acto oficial, en el que casi se pidió perdón a las lenguas «vernáculas» por el homenaje.
Pero es el Ministerio Cabanillas, oficialmente Ministerio de Cultura, uno de los principales instrumentos de la política apátrida. Su RTVE, en palabras de Girón, está en clara línea antiespañola. El nombre de España ha desaparecido prácticamente de su vocabulario.
Un hecho, entre mil, que se califica por sí mismo: venía publicándose la revista «Poesía Española», después se llamó «Poesía Hispánica», ahora se titula tan sólo «Poesía».
Por su parte, el Ministerio de Educación y Ciencia y sobre todo el presidente Suárez se disponen a entregar éstas a las nacionalidades, en cuyas manos xenófobas la lengua y la cultura española, sometidas a estado de excepción permanente, se estudiarán como pertenecientes a una nación extranjera, como una asignatura, y con menosprecio y vilipendio. Y en el transcurso de unas generaciones la población de las «nacionalidades» y regiones, espiritualmente manipulada, no se considerará española ni a España su Patria porque se le habrá imbuido que su patria es tan sólo la taifa o balcán respectivos. Y la población afectada por el proceso autonómico alcanza hasta ahora al 72 por 100 del total.
Es obvio, por otra parte, el retroceso pedagógico, intelectual y científico, consecuencia inevitable de semejante proceso, que puede conducirnos al subdesarrollo cultural, tipo tercer mundo, al mismo tiempo que la crisis y el desgobierno nos llevan al subdesarrollo económico.
EL DERRIBO CONSTITUCIONAL
La nueva Constitución, vaciada en el molde de la ambigüedad más absoluta que posibilite negaciones, subversiones, y «bombas retardadas» en el futuro, podrá establecer constitucionalmente el óbito o cese de España a que antes nos referíamos, al consagrar el principio de las nacionalidades y la posible cesión entreguista a ellas de todos los componentes consustanciales al ser, la soberanía y la personalidad de España: además de la enseñanza y la cultura, la justicia, la función pública, el orden público, el gobierno político, los servicios públicos, y al reducir el idioma español a lengua oficial, burocrática, del Estado y empequeñecerla a la condición de lengua regional equiparada a las vernáculas, puesto que por primera vez en nuestra historia constitucional se le llama «castellano», con flagrante incultura lingüística, histórica, geográfica, jurídica, etc.
Por ello, el engendro constitucional, obra conjunta de la oligarquía triunviral, UCD. PSOE, PC, con la colaboración entusiasta del partido acólito AP, y al dictado de las dos minorías de las nacionalidades prefabricadas, que implica la pulverización material de la nación y del Estado, no podrá ser nunca la Constitución de los españoles, porque está inspirada en el ateísmo y en el espíritu de Sabino Arana y de Maciá.
Carmelo VIÑAS Y MEY
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