El revisionismo histórico de Jorge Abelardo Ramos
El presente texto conforma el último capitulo del libro
Jorge Abelardo Ramos: Historia y política que próximamento será publicado.
En este enfoque general e integrador se impone comenzar a relacionar la producción hIstoriográfica de Jorge Abelardo Ramos (1921–1994) con la corriente a la cual pertenecía: el
revisionismo histórico de la izquierda nacional. Para un mejor reconocimiento otros han preferido denominarla
revisionismo científico (Roberto A. Ferrero),
revisionismo histórico socialista (Blas M. Alberti) y
revisionismo histórico federal-provinciano o latinoamericano (Norberto Galasso). Si bien el comienzo de la construcción historiadora de la tendencia es anterior, sus definiciones alcanzaron la mayor difusión a partir del derrocamiento del gobierno peronista en 1955.
En el grupo fundacional que publicó el periódico
Frente Obrero hacia 1945 se destaca la influencia de Aurelio Narvaja, “la cabeza más notable de su generación” para Ramos, y, en la actividad historiográfica, sobresalen los estudios de Enrique Rivera y de Hugo Sylvester. Ellos gravitaron en la labor de Ramos con la crítica que le efectuaron a su primer ensayo. También debe tenerse presente la contribución de historiadores provenientes del comunismo que pasaron al campo nacional como Rodolfo Puiggrós y Eduardo Astesano. Además Ramos fue el impulsor de escritores como Juan J. Hernández Arregui, cuyas investigaciones comentaba y elogiaba, alentando al autor a su finalización y publicación. Más ligado a él en posiciones políticas hasta comienzos de la década del ochenta se encuentra Jorge E. Spilimbergo, autor de importantes estudios sobre el nacionalismo argentino y la cuestión nacional en el pensamiento marxista, la historia del radicalismo y del socialismo. También se ubican en la corriente Alberto Belloni (
Del anarquismo al peronismo), Osvaldo Calello y Daniel Parcero (
De Vandor a Ubaldini), y Ernesto Ceballos (
Historia política del movimiento obrero argentino. 1944–1985) con contribuciones decisivas para el conocimiento del pasado sindical en la Argentina. Los historiadores cordobeses Roberto Ferrero y Alfredo Terzaga tienen una nutrida y valiosa aportación, sobre todo en la temática local povinciana y regional. En la misma orientación historiográfica, entre otros se encuentran Salvador Cabral, Raúl Dargoltz, Daniel Campi y Rubén Bortnik. Horacio Chitarroni Maceyra es un sólido y agudo analista del peronismo (
Cámpora, Perón, Isabel;
El segundo gobierno de Perón y
El ciclo peronista: apogeo y crisis). Por su parte Norberto Galasso, cuya frondosa obra se encuadra en similares lineamientos, no ha dejado de señalar coincidencias y discrepancias, objeciones y críticas a la obra escrita y a la acción política de Ramos, tal como surge de
La Izquierda Nacional y el FIP (1983),
La larga lucha del pueblo argentino (1995) y
La corriente historiográfica socialista, federal-provinciana o latinoamericana (1999).
Contemporáneamente al despliegue del revisionismo histórico de la izquierda nacional se produjo una mutación de importancia en el campo del revisionismo rosista. Se logró un desprendimiento de los enfoques reaccionarios del nacionalismo de la década del treinta, al calor plebeyo del peronismo en su hora dramática del desplazamiento del poder. Perdió importancia el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, y alcanzaron gravitación los libros y la personalidad de José M. Rosa. Con una crítica más integral del liberalismo se sumaron los aportes de Fermín Chávez, Luis A. Murray, René Orsi, Salvador Ferla y de otros escritores de la izquierda peronista que publicaron entre 1955 y 1975, como John William Cooke, Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Duhalde.
La acción convergente de ambas vertientes neorrevisionistas tuvo un efecto decisivo sobre la credibilidad de la
historia oficial que quedó sumida en una profunda crisis. A ese logro anhelado contribuía la nacionalización política de los sectores medios juveniles y la predilección por esa reciente historiografía de sus grupos más ilustrados. Se generalizó la convicción de que —por intereses políticos— se había construido una versión deformada del pasado nacional que era utilizada desde el poder en beneficio propio. En consecuencia se tornaba necesaria una historia verdadera para sepultar la historia falsificada como parte crucial de la lucha ideológica y política innovadora y trascendente. Desde el ámbito internacional la descolonización, la revolucion china, la muerte de Stalin, la cuestión húngara, la revolucion cubana también incidían para repensar una historia ligada a una nueva sociedad y a una nueva cultura. Jauretche y Ramos, Rosa y Hernández Arregui, verdaderos destructores de códigos y paradigmas importados, se encontraron entre los autores más leídos con un público en constante ampliación. El propio Perón, desde el exilio, se pronunció reiteradamente a favor de esa tendencia historiográfica sin definirse abiertamente por ninguno de sus lineamientos internos.
De todos modos, Ramos se ubicó exultante en el centro productivo de esa historiografía militante recibiendo aportes y gravitando sobre los restantes autores. En esos avatares, al reconocimiento generalizado contribuyeron sus atributos avezado expositor y osado polemista, su incesante lucha política y el impulso que le imprimiera a la propaganda partidaria desde editoriales y periódicos, libros y folletos, artículos e informes, reportajes y conferencias. Uno de sus críticos de entonces admitió: «Ninguno de los otros grupos aplicados a la misma tarea de persuasión “nacional” desarrollaría una actividad publicista equivalente (libros, revistas, empresas editoriales), y ninguno, tampoco, contaría entre sus filas con un equivalente de Jorge Abelardo Ramos.»
[1]
La aptitud propagandística no es un mérito menor. El problema de la difusión del pensamiento tranformador se agudiza con el desarrollo de los medios masivos de comunicación al servicio del orden vigente y con su creciente influencia sobre el conjunto de los sectores sociales. Las cuestiones que se articulan no son pocas: son variadas. ¿Cómo lograr una coherente fusión de formas y contenidos en procura de eficacia? ¿De qué modo se puede ligar el peso de la lógica argumental con la necesaria emotividad de la comunicación? ¿Hay una manera de canalizar la indignación de la denuncia que se formula sin perder la lozanía que emerge del entusiasmo innovador? Jorge E. Spilimbergo contestó a aquellos que han tratado de minimizar los méritos de Ramos considerándolo un simple divulgador: «Este demérito inspirado por rencores me recuerda por contraste el encomio que hace Gramsci del papel de los “divulgadores” como puentes entre los grandes intelectuales y el pueblo trabajador. Ciertamente, en este sentido Ramos lo fue, como todos los que modestamente tratamos de difundir el pensamiento revolucionario. Pero no paró allí su papel. Por de pronto enriqueció con aportes propios lo recibido, bastando recordar su juvenil
América Latina: un país, de 1949, que es un esfuerzo, sin duda inmaduro, por entroncar el pensamiento de izquierda nacional con la tradición histórica federalista que recorre nuestras antiguas luchas populares, acudiendo, a veces, acríticamente, a las principales fuentes disponibles, las del nacionalismo rosista. Hasta entonces la izquierda manejaba los tópicos del unitarismo rivadaviano-mitrista, presa de la antinomia “civilización-barbarie” (que “marxistizaba” como capitalismo progresista-feudalismo retrógrado)».
[2] Todo ello lo convirtió en una de las personalidades distintivas, tanto como constructor y propagandista, como convocante e impulsor de la corriente.
El surgimiento de la izquierda nacional está ligado a la aparición del peronismo y al desconcierto de la izquierda cosmopolita con esa coyuntura trascendente. No configura una azarosa casualidad cronológica el nacimiento simultáneo del movimiento peronista y de la corriente de izquierda nacional. El proceso de industrialización —creciente desde el comienzo de la segunda mitad de la década del treinta y posteriormente favorecido por el desarrollo de la segunda guerra— modificó el volumen y la composición de la clase obrera argentina, que fue perdiendo el antiguo carácter extranjero para ir adquiriendo una base provinciana. «El estallido del 17 de octubre de 1945 —destaca Blas M. Alberti— pone en marcha de manera decisiva la prospectiva de ligar el nacionalismo oprimido con el marxismo. La participación del proletariado en el campo nacional como su sector más importante empujará al revisionismo histórico socialista a la tentativa de traducir el sistema de categorías que el marxismo había elaborado en las condiciones de los países capitalistas avanzados, y cuyos tradicionales representantes en la Argentina —el Partido “Comunista” y el Partido “Socialista”— utilizaban para combatir al movimiento nacional al que las masas más explotadas curiosamente adherían».
[3] La reivindicación del peronismo como movimiento nacional en el amplio cauce de las luchas populares argentinas se constituyó en un rasgo central de la línea historiográfica, lo que la distinguía del posicionamiento de la izquierda tradicional, que lo ligaba con las corrientes europeas más reaccionarias.
Dentro de la señalada heterogeneidad originaria de la izquierda nacional, y de su enfatizada preocupación por gestar una revisión historiográfica superadora de la producción existente, aparecen algunos rasgos comunes:
- configura una crítica profunda de la historiografía oficial mitrista y de la versión revisionista del nacionalismo;
- realiza una renovación hermenéutica inédita despreciando las desviaciones europeístas ajenas a las realidades locales;
- encuadra la problemática del proceso histórico argentino en el marco de la nación latinoamericana fragmentada y dependiente;
- valoriza el protagonismo de las masas en la historia, rechazando el individualismo propio del liberalismo mitrista y del nacionalismo rosista, abocados al culto de los héroes;
- aplica la metodología marxista con resultados diferentes a los proporcionados por la izquierda tradicional, impregnada de cosmopolitismo y ceñida a los grandes lineamientos de la versión oficial.
Estas realizaciones de la izquierda nacional no constituyen un todo omnicomprensivo, acabado y definitivo. Por el contrario, conforman un logro valioso, pero incompleto y perfectible. Mucho queda por hacer en el campo de la historia social y económica, de la historia cultural y artística, como parte de la batalla contra la hegemonía oligárquica en los planos superestructurales, mantenida aun en los períodos de transitorios gobiernos populares.
La postración material y espiritual generada por el neoliberalismo no ha favorecido la expansión de la izquierda nacional, pero tampoco la ha anulado. «En los últimos años —señala Galasso— esta corriente historiográfica ha logrado mantener una producción permanente, no obstante que la prensa del país dependiente le ha sido generalmente adversa y que la cátedra universitaria ha evitado la polémica, silenciado o desdeñado investigaciones de archivo, cuyo rigor histórico no puede ponerse en duda».
[4]
Otro tema insoslayable es el de las relaciones existentes entre los tres libros de Ramos dedicados a la faena historiadora
(América Latina: un país, 1949
; Revolución y contrarrevolución en la Argentina, 1957, e
Historia de la Nación Latinoamericana , 1968), y el resto de su vasta obra. En la temática cultural
Crisis y resurrección de la literatura argentina (1954) promovió la crítica desde una perspectiva nacional que fue después continuada tenazmente por Hernández Arregui y por Jauretche. En el plano de la historiografía política debe señalarse la importancia de
Historia política del ejército argentino (1957) y
El Partido Comunista en la política argentina (1962). La intensa labor periodística fue varias veces reunida en textos carentes de marcada selección temática (
De octubre a septiembre, 1959;
La lucha por un partido revolucionario, 1965;
Marxismo para Latinoamericanos, 1973;
Adiós al coronel, 1982, etc.). Su último libro publicado el año de su fallecimiento
(La nación inconclusa. De las repúblicas insulares a la Patria Grande, 1994) contiene discursos, ponencias y artículos sobre la vida política y cultural del continente. Las conexiones entre estos trabajos son múltiples pero, de todos modos, el pensamiento histórico de Ramos se centra en los tres mencionados. Ellos poseen entre sí obstinada vinculación, pues el segundo y el tercero contienen la reelaboración del primer ensayo, haciendo hincapié uno en el pasado argentino y otro en el pasado latinoamericano. Por eso prefiere decir Alberto Methol Ferré: “En el fondo Ramos es autor de un solo libro, desdoblado”
[5].
Si hubiera que expresar en ajustadísima síntesis el meollo de la concepción hermenéutica habría que transcribir: “Somos un país porque no pudimos integrar una nación, y fuimos argentinos porque fracasamos en ser americanos. Aquí se encierra todo nuestro drama y la clave de la revolución que vendrá”. Quedan relacionadas las tres dimensiones temporales, apoyándose en el pasado para comprender el presente y avizorar el futuro. También vincula la problemática argentina con el drama continental. La extensión de la dimensión temporal y espacial quiebra la estrechez de la microhistoria. «Esta síntesis que Ramos expone en los comienzos de
Revolución y contrarrevolución en la Argentina —dice Blas M. Alberti— partía de la correcta aplicación del método marxista y marcaba la resolución de luchar por demostrar que la adhesión de las clases más oprimidas al peronismo, en momentos en que ella aparecía de súbito ante el asombro grave de los viejos “doctores” del socialismo juanbejustista y de los pétreos “comunistas”, imponía de hecho la necesidad de revisar el pasado a fin de descifrar el porvenir. El pasado estaba necesariamente falsificado, de lo contrario era imposible que aquellos que se presentaban como los representantes de la clase obrera aparecieran abrazados a la Unión Democrática y al embajador yanqui Braden».
[6]
La inquietud por aclarar de manera convincente lo que resultaba inexplicable desde los parámetros académicos signa la producción de Ramos, también preocupada por tornar inteligible el presente donde se iba a desplegar la militancia política . En pos de tales objetivos recurrió a un método que ha sido descripto claramente por Gustavo Cangiano: «Tomando por ejemplo la crucial interpretación del peronismo, Ramos señala que “la circunstancia de ser por su contenido histórico (tareas democráticas, modernización de los modos de producción, desarrollo del capitalismo, etc.) un movimiento de carácter burgués, que la burguesía industrial no apoya, y sí el proletariado, plantea al peronismo una contradicción viva y permanente. Ello hace posible la emergencia del régimen ‘bonapartista’. ¿Y qué es el bonapartismo? Es el poder personal que se ejerce ‘por encima’ de las clases en pugna, haciendo de ‘árbitro’ entre ellas. En realidad —dice Ramos— el contenido social del régimen bonapartista se desprende de la situación concreta del país”. Podemos advertir que la Izquierda Nacional pensó al peronismo como un movimiento de carácter burgués y a su política como orientada hacia la defensa de la soberanía política y económica, es decir una política nacionalista popular. A partir de esta caracterización se tornaron inteligibles las medidas puntuales adoptadas por Perón y pudo elaborarse una táctica adecuada que se derivaba de los objetivos estratégicos últimos: revolución nacional, socialismo y unidad latinoamericana. Existía un eje rector que permitía integrar el análisis pormenorizado de las medidas del gobierno en el marco de una caracterización previa que las dotaba de sentido. Y tal caracterización había resultado posible porque partía de presupuestos teóricos íntimamente ligados a los objetivos estratégicos de nuestra lucha. Así se conformó nuestra corriente político-ideológica, y en una instancia posterior se procedió a reexaminar críticamente la historia argentina (el pasado) a la luz de un presente (el proceso abierto el 17 de octubre) que no podía comprenderse sin incorporar a él el devenir (la perspectiva del socialismo).»
[7] Esta interpretación no sólo alejaba a la izquierda nacional emergente de la izquierda tradicional, sino que también la distanciaba de los enfoques progresistas y ultraizquierdistas que, pese a sus discrepancias ideológicas, convergían en un acendrado antiperonismo.
El tema político crucial de la cuestión nacional, es decir, el de la construcción del frente antiimperialista, había sido introducido en la Argentina por Liborio Justo en los finales de la década del treinta. Justo opuso a los planteos ultraizquierdistas que postulaban en la semicolonia la lucha de clase contra contra clase, la necesidad de reunir a todos los sectores sociales oprimidos para enfrentar al imperialismo. Lo hizo siguiendo la influencia de León Trotsky, en especial la de sus estudios dedicados a los conflictos de la realidad mexicana y latinoamericana. Desde ese posicionamiento, Ramos se desprendía del bloque discursivo conocido en la etapa de apogeo del stalinismo como
marxismo-leninismo, y del cual se constituyó en un crítico consecuente e implacable. A partir de allí concibió una nación continental con bases pretéritas preibéricas, coloniales y posindependentistas.
La izquierda tradicional de Juan B. Justo y de Victorio Codovilla expresaba en cierto modo el país cosmopolita de principios del siglo XX, en el que hasta las teorias que se pretendían socialistas llevaban el sello dominante del europeísmo. Encarnaba las aspiraciones de los inmigrantes y sus concepciones se fueron perpetuando en los sectores intelectualizados de la pequeña burguesía progresista. Contra esa tradición, la izquierda nacional fue buscando construir un socialismo enraizado en el país, capaz de encarnar las inquietudes del proletariado provinciano que tuvo gestación durante la decada del treinta.
La inquietud nacional latinoamericanista —que alcanzó sus primeras manisfestaciones en Manuel Ugarte, José Ingenieros, Alfredos Palacios y Joaquín Coca— constituye otro de los rasgos diferenciales de la corriente. Sostuvo que cuando los europeos fueron conformando sus estados nacionales, los latinoamericanos lo perdieron en la fase extenuante de la balcanización. En la semicolonia la contradicción fundamental no surge de la oposición entre los intereses burgueses y las necesidades proletarias, sino que deriva de la existencia de un país opresor extranjero al cual se opone el frente plebeyo de las clases oprimidas. Así como la balcanización explica la dependencia, en la tarea de construcción de la nación continental se encuentra la clave emancipadora.
En la concepción de la nación latinoamericana tratan de superarse la falencias propias de las interpretaciones indigenistas e hispanistas. En las primeras se considera a la cultura indígena como la base fundamental de la nacionalidad (Manuel Gamio, José Mariátegui, etc.) y en las segundas la identidad se apoya en la cultura ibérica (Rómulo Carbia, Vicente Sierra, etc). Una ve el comienzo de la sumisión en la conquista española, y la otra lo encuentra en el inicio de la emancipación americana. Ramos se instala en una tercera corriente que encuentra en el mestizaje el sustento de la conformación de un pueblo nuevo en el cual convergen la indianidad, la latinidad y la negritud. Esta vertiente latinoamericanista (José Vasconcelos, Manuel Ugarte, Leopoldo Zea, etc.) reconoce la nación como resultado de aportes múltiples a los cuales se fueron agregando —después— los propios de la inmigración europea masiva. En consecuencia, rechaza la leyenda negra que condena la conquista, y la leyenda rosa que la enaltece.
A medida que Ramos fue consolidando su obra historiadora resultó evidente el afán de superar la producción historiográfica de entonces con la articulación de un nueva versión del pasado nacional. Para esa elaboración no partía del vacío. Recogió aportes del revisionismo inicial que tuvo matriz liberal en Juan B. Alberdi, Adolfo Saldías y David Peña, entre otros. También recibió contribuciones del revisionismo rosista que se vio precisado a reestructurar, eligiendo con mayor dilección las elaboraciones forjistas, en especial de Scalabrini Ortiz y de Jauretche. Todo un vasto discurso latinoamericanista —que no receptó acríticamente— respalda su postura: de Martí a Mariátegui, de Rodó a Vasconcelos, de Darío a Ugarte, y tantos otros autores que reviven en sus páginas estableciendo las seculares hermandades y enemistades de los latinoamericanos.
No era un pertinaz buceador de archivos, sino un astuto recolector. Ramos no se singularizaba por el trabajo heurístico sino por el esfuerzo hermenéutico que le permitía tanto reinterpretar fuentes ya utilizadas como revalorar una frondosa bibliografía sepultada o deformada. Así, por ejemplo, redime la prosa de José Hernández, o de Carlos Guido y Spano, para iluminar sus poemas; polemiza con Haya de la Torre y Mariátegui; pone a luz perfiles inéditos de Artigas y Bolívar; brinda enfoques novedosos de las vidas de Paz y de Sarmiento. Lo hace con amplitud y flexibilidad, fuera de estrecheces esquemáticas, presentando un atrayente repertorio temático.
Lo que ayudó a la divulgación de los libros de Ramos, además de la señalada peculiaridad de su aporte hermenéutico, fueron sus dotes para la exposición oral y escrita. Fuera del tedio y de la pesadumbre, tenía destreza para extraer amenidad en la monotonía y hondura en la trivialidad. Describía con nitidez y contaba con gracia, logrando recrear con trazos precisos ámbitos y situaciones. A ello se refirió Miguel Angel Scena: «Ramos, a quien por más que se lo discuta no se le puede negar agudeza y penetración en muchos de sus juicios, ha sabido vestir de gala a su interpretación con una prosa magnífica, viva, mordiente, a veces implacable, con chispazos de humor que impactan la imaginación del lector, reconstruyendo con notable colorido épocas y hombres del pasado. Lejos de todo posible aburrimiento, desde su punto de vista ha logrado demostrar que la historia vale la pena de ser revivida»
[8]. Era un polemista vehemente y sagaz, generalmente temido por sus adversarios. Conocedor de esta aptitud, insistentemente provocaba debates generalmente atrayentes y esclarecedores.
La producción de la izquierda nacional en general —y en particular la obra de Ramos— desde el comienzo tuvo repercusión en el continente. No pocas figuras políticas e intelectuales latinoamericanas trataron de tomar contacto y de relacionarse con esta personalidad definida y controvertida, plena de bríos y talento, siempre motivadora y sugerente. Alberto Methol Ferré (uruguayo), Hugo Chávez (venezolano), Pedro Godoy (chileno), Andrés Solís Rada (boliviano) y otros, se alinearon en las tesis centrales de una corriente de unidad latinoamericana, emancipacionista y socialista, severa crítica de la cultura colonizada.
En última síntesis, preocupado por conectar el posicionamiento historiográfico con la militancia ideólogica y política, los rasgos sustanciales de la faena de Ramos como historiador pueden centrarse en la siguiente concisión:
- se impuso realizar un diagnóstico correcto del presente histórico interrogando al pasado, para guiar la lucha por la construcción de un futuro diferente, estableciendo íntima vinculación entre las tres dimensiones temporales;
- pensó la problemática argentina integrada al continente latinoamericano en una extensa red de relaciones complejas y profundas que constituyen la Patria Grande;
- para la correcta intelección del pasado apeló al materialismo dialéctico que integra los acontecimientos en procesos, priorizando los condicionamientos estructurales económico-sociales, y quebrando enfoques del individualismo anacrónico;
- consideró indispensable la superación de las dos grandes tradiciones historiográficas establecidas (liberalismo mitrista y nacionalismo rosista) para realizar una reinterpretación de nuestro pasado diferente de la proveída por la izquierda tradicional, ligada en lo profundo a la historia oficial;
- tuvo por objetivo central bolivarizar al marxismo para marxistizar Latinoamérica, apelando al método interpretativo de los clásicos, pero rechazando las distorsiones europeístas y el discurso propagado por el stalinismo;
- caracterizó el modo de producción implantado durante la dominación española como capitalismo mercantil fundado en la esclavitud y el trabajo servil, mero agente del capitalismo europeo en etapa de formación;
- encontró en la descomposición de la gran nación la clave de la dramática contemporánea del continente y en la reunificación la llave maestra de la liberación;
- entendió que se incumplió la predicción marxiana de que la revolución se produciría en los lugares donde las fuerzas productivas tuvieran su mayor desarrollo. Por el contrario, surgió donde esas fuerzas no habían logrado crecimiento pleno. Por ello la problemática se desplazó a la consideración de la crisis del imperialismo, y al sondeo de la revolución nacional, donde no predomina el enfrentamiento de la burguesía con el proletariado sino el antagonismo entre las naciones opresoras y los países oprimidos;
- concibió la cuestión nacional (la concreción de la gran nación autónoma), indisolublemente ligada a la cuestión social (la abolición de la injusticia). Esto significa que, en el proceso revolucionario, las tareas nacionales se ligan con las tareas socialistas en lucha abierta contra el imperialismo y los aliados locales;
- en el movimiento nacional antimperialista reconoció al proletariado un rol gravitante, acaudillando a todos los sectores sociales enfrentados con el bloque dominante.
Los años finales del derrotero de Ramos se enmarcaron en un giro político regresivo. La profunda ola de reacción internacional que se abrió en el último cuarto del siglo XX coincidió con la instalación del auto denominado Proceso de Reorganización Nacional, que implantó la truculencia en la sociedad argentina. En ese panorama verdaderamente contrarrevolucionario, con una repudiable fase en la mutación del capitalismo y una profunda crisis de los movimientos nacionales latinoamericanos, comenzó a debilitarse su fe transformadora. Alberto Guerberof, que había sido uno de sus más próximos colaboradores, así explicó la metamorfosis: “Fue un argentino de pura cepa, producto genuino de su pueblo y de su tiempo. Socialista heterodoxo, nacionalista latinoamericano, revisionista histórico original, crítico implacable de la cultura colonizada, jefe político de la Izquierda Nacional: la obra de Ramos se había independizado de su autor cuando en medio de la espesa niebla de la reacción mundial, América Latina se precipitaba hacia una época que ya no era la suya. Incurrió entonces en el último acto de su vida: la capitulación ante el menemismo y la incorporación al Partido Justicialista. La historia grande sabrá ser piadosa con su extravío póstumo, y las nuevas generaciones, cuando vuelvan a ponerse en movimiento, lo reconocerán junto a Ugarte, a Jauretche, a Perón, como un abanderado del pensamiento nacional y precursor insoslayable de la revolución por venir. Sus patéticos últimos años no alcanzarán a empañar su gigantesca herencia”
[9].
Por su parte Roberto A. Ferrero, otra figura de la corriente, se ha referido a la decepción que causó la deserción de Ramos: «y sin embargo, este hombre admirable por tantos aspectos, nos defraudó al final de su vida. El había predicado durante 40 años que los socialistas debían acompañar fraternamente a las masas populares, integrarse como a la izquierda al movimiento nacional, aunque éste estuviese momentaneamente dirigido por la burguesía, porque cuando esta clase abandonara sus banderas antiimperialista, sólo la Izquierda Nacional las recogería para profundizarlas y encaminarse al socialismo. Adaptación flexible y aparentemente realista de la teoría trotskista de la Revolución Permanente. Así lo hizo hasta 1989, pero cuando —en este momento histórico— el menemismo traicionó las consignas de Perón y la Revolucion Nacional, cuando hubo llegado el momento de levantar las banderas que Menem pisoteaba, Ramos, en lugar de asumir la tarea que había predicado incansablemente, ¡salió apoyando a Menem y aceptando representarlo como embajador en México! No sólo no levantó las banderas resignadas, sino que entregó las nuestras: dispuso la filiación al peronismo menemnista. No había querido aceptar una alianza con el justicialismo en 1973, cuando éste vivía un reverdecimiento revolucionario, pero sí aceptó ser un funcionario de un régimen peronista neoliberal, entreguista y depredador».
[10] Para Ferrero se trató de un cambio político brusco producido en 1989. En cambio, con mayor justeza señala Gustavo Cangiano que la mutuación ideológica y la variación del posicionamiento político comenzó a evidenciarse con anterioridad. A mediados de 1977, a iniciativa de Ramos en el FIP, se dispuso que la formación de militantes debía empezar por el estudio de Jauretche y de Scalabrini Ortiz, por la obra de Ramos y de Spilimbergo, y no con los libros de los clásicos del marxismo. Simultáneamente, en la acción militante la propaganda desplazó al activismo y en el plano organizativo se acentuó notoriamente el personalismo del conductor: «Efectivamente, Marx, Lenin, Trotsky, etc., dejaron de ser maestros de los militantes del FIP. Ramos superaba a todos ellos. Pero había problemas. Ninguna de las obras fundamentales de Ramos dejaba de reconocer su filiación marxista, de la que ahora renegaba. Se arrivaba así a una situación paradójica: Ramos, el inefable inspirador del partido, había producido toda su obra al amparo de maestros inservibles. Si Jorge Abelardo Ramos basaba todo su prestigio en una clara obra viciada de nulidad por su deuda con el marxismo, entonces podía concluirse que el prestigio de Ramos debía esfumarse junto a la obra que lo hizo posible o, de lo contrario, esa obra seguía siendo valiosa y, por extensión, también el marxismo que la animaba. Lo cierto es que a casi nadie le importó demasiado el asunto, y el FIP fue fundado por segunda vez desechando todo resabio de marxismo. Tiempo después, el proceso había avanzado lo suficiente como para que el 23 de mayo de 1983 Ramos anunciara ante las cámaras de Televisión que «el FIP no es un partido marxista y tampoco lo soy yo. Me defino como nacionalista revolucionario o socialista criollo».
[11]
Al progresivo desplazamiento desde el socialismo revolucionario hacia el nacionalismo democrático siguió después la más acelerada capitulación ante el menemismo, lo que implicaba el abandono del nacionalismo para incorporarse al neoliberalismo, fenómeno que resulta mucho más difícil de explicar en términos políticos. Simultáneamente, la revolución nacional que antes predicara se alejaba con una velocidad similar a la que se acercaba el final de su existencia. Ramos disolvió su agrupación (Movimiento Patriótico de Liberación), pero murió días antes de su anunciado ingreso formal al justicialismo. Con facilidad puede vaticinarse que será recordado por su vasta obra y por su larga lucha anterior al lamentable periplo terminal de su trayectoria pública.
Notas:
[1] Carlos Altamirano: “Imágenes de la izquierda”. En
Punto de Vista Nº 21, agosto de 1984, p.8.
[2] “Ramos: causas de una capitulación que lo hundió en la celebridad” en
Acción popular para la liberación, octubre/94.
[3] Prólogo a J. E. Spilimbergo, A. Terzaga y otros:
El revisionismo histórico socialista, Bs.As., Octubre. 1974, p.12
[4] La corriente historiográfica socialista, federal-provinciana o latinoamericana, Centro Cultural “E.S.Discépolo”, 1999, p.50.
[5] Prólogo a
La nación inconclusa, Montevideo, La Plaza, 1994, p. 18.
[6] Prólogo a Spilimbergo, J. E. y otros:
El revisionismo histórico socialista, Bs.As., Octubre, 1974, p.13.
[7] “La Izquierda Nacional frente a la traición menemista”, (folleto), Bs.As. Ediciones Socialismo Latinoamericano, 1991, p. 4.
[8] Los que escribieron nuestra historia, Bs.As., La Bastilla, 1976, p.334.
[9] “Adiós al Colorado”, en
Conciencia Nacional N°11, octubre/94.
[10] “Jorge Abelardo Ramos: revolución y deserción”, folleto, Córdoba, 2004.
[11] “La Izquierda Nacional frente a la taición menemista”, folleto, Buenos Aires, Ediciones del Socialismo Latinoamericano, 1991.
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