Don Carlos Calderón fue uno de los jefes carlistas con quien más intimidad tuvo don Carlos y a quien yo traté más hasta el último día de su vida.
Sus antecedentes nadan tenían de carlista. Decíase que su padre, que pereció siendo él muy joven, había hecho la mayor parte de su fortuna con la compra de bienes nacionales, cosa vitanda para los carlistas; lo cual no predisponía mucho a favor de éstos a su heredero. Sus temores carecía de fundamento, pues don Carlos había declarado pública y privadamente que él no sería nunca más papista que el Papa, y que desde el momento en que la Santa Sede había echado un velo sobre la desamortización y no quería que se molestara a los que se habían aprovechado de ella, éstos podían estar tranquilos.
Pero no opinaban así los carlistas más exaltados, que consideraban nefanda toda la obra de la revolución; más aún, todos los progresos de la civilización material, que creían haber sido anatematizados por Pío IX en el Syllabus.
Así, por ejemplo, el veterano general Yoldi, que había hecho la guerra de los Siete Años, se le hacía la boca agua pensando que el día que subiese al trono Carlos VII desaparecerían de España el telégrafo y los ferrocarriles; atrocidad de la que no pudo disuadirle nunca ni el mismo don Carlos por más esfuerzos que hizo.
– Aunque el Rey no quisiera -decía Yoldi-, el pueblo leal arrasaría todos esos inventos diabólicos que sólo sirven para desmoralizar a los pueblos.
Fuente: “Veinte años con don Carlos”. Conde de Melgar. Ed. Espasa-Calpe, Madrid, 1940. (Páginas 75 y 76)
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