Fuente: Nuevo Diario, 18 de Febrero de 1970, páginas 16 – 17.
HILO PRIVADO CON EL DELEGADO NACIONAL DE LA JUVENTUD
GABRIEL CISNEROS: “ES CLARO QUE LA FALANGE HA DESAPARECIDO”
Por primera vez en mi vida periodística entrevisto a un director general que tiene mi edad. A él no le han entrevistado mucho todavía, y quizá por todo ello estamos los dos un poco impresionados. Gabriel Cisneros, de treinta años de edad, formado en las filas del Frente de Juventudes, periodista de clara mente, de pluma-bisturí aguda, delegado nacional de la juventud, aquí está sentado, bebiéndose despacito un vaso de whisky mezclado con hielo.
– Yo quiero que hablemos, Gabriel, primero de todo de la juventud. ¿Cómo es esa juventud nuestra? ¿Qué virtudes tiene? ¿Cuáles son sus defectos?
– Mira, sólo la sociología permite una respuesta precisa…; ahora se termina la segunda encuesta sobre los Presupuestos Mentales de la Juventud Española, realizada por el Instituto de la Juventud y el Instituto de la Opinión Pública; sólo en virtud del conocimiento de estos datos científicos es posible la respuesta. Y yo no quiero pontificar…
– Pontifica un poco, por favor.
– En la juventud española de aquí y ahora, se advierte la conservación de aquellas virtudes que, proverbialmente, se atribuyen a todas las juventudes: generosidad, afán de servicio a los demás, espíritu de sacrificio; pero se apuntan ya, neutralizándolas, los perfiles de la sociedad de bienestar, como el pragmatismo, la valoración del bienestar material, apatía política…
– ¿Y tú crees también que los apolíticos son imbéciles?
– Sí; no es que lo crea yo. Es una cuestión de rigor semántico.
– Bien, desde tu cargo, ¿qué puedes hacer por esta juventud, para que no sea imbécil?
– Tienen que ser ellos los que me digan lo que quieren que se haga con ellos. La Delegación tiene unos instrumentos educacionales importantes, y medios… aunque escasos…, es decir, que desde la Delegación se pueden hacer cosas por la juventud, pero de la utilización de esos instrumentos tiene que decidir la juventud misma. Y sigue siendo verdad, como dije ya, que pretendo la confrontación directa con ella. Aún no puedo decirte cómo podemos utilizar este instrumento.
– ¿Qué entiendes por instrumento?
– Un campamento, por ejemplo, es un instrumento.
– ¿Y qué se va a hacer a partir de ahora en esos campamentos?
– Vamos a aclarar el asunto. Nuestro deber es tener unos elementos técnicos siempre a punto. Trivializando: tener unos centros, unos cursos donde se dispensen las técnicas específicas para dirigir y montar un campamento; tener un “stock” de tiendas de campaña; tener un mapa de puntos de acampada. Y ofertar estos servicios a los jóvenes que quieran utilizarlos.
– Pero se impartirán doctrinas en esos campamentos, ¿no?
– Esas doctrinas no pueden ser contrarias a la legalidad.
– ¿Y se formarán jóvenes falangistas en esos campamentos?
– Esa pregunta revela un apriorismo deformado sobre cuál es la realidad actual de la Delegación.
– Bien, ¿cuál es esa realidad actual?
– En el fondo de esa pregunta late una confusión entre la Delegación Nacional de la Juventud y la Organización Juvenil Española. La Delegación es un marco muy amplio, donde tienen cabida asociaciones juveniles de todo signo.
– ¿De qué signo? ¿Político acaso?
– De signo confesional o interconfesional; de asistencia social; de perfeccionamiento formativo; culturales; recreativos, etc. De signo político, no. Bien, al lado de este mundo pluriasociativo existe la Organización Juvenil Española como una asociación más, pero asistida y tutelada por la propia Delegación. La existencia de la O. J. E. se justifica en razón del principio de subsidiariedad: la realidad asociativa juvenil en España es muy pobre…; la apetencia asociativa es insuficiente, y la O. J. E. pretende ser una asociación paradigmática, que invite a la juventud no a ingresar en sus filas, sino a intentar emularla constituyendo sus propias asociaciones.
– ¿Tú eres partidario de que los jóvenes vayan de uniforme o cómo les dé la gana?
– Soy partidario de que los jóvenes decidan cómo quieren ir, pero no acepto de antemano la exclusión de que quieran ir de uniforme. Concretamente, éste es un tema que se está discutiendo ahora en la O. J. E. La uniformidad de la O. J. E. va a ser revisada según criterios que tracen sus propios integrantes.
– ¿Y qué impresión tienes? ¿Decidirán ir de uniforme o no?
– Probablemente, van a ir a una pluralidad de uniformes. Van a elegir su uniforme por grupos, por unidades asociativas menores. Un uniforme que trasluzca en cada caso su origen regional, su actividad concreta, etc.
– Bien, perdona que toque una cuerda que ya hicimos sonar antes brevemente. ¿Tú crees que la juventud española está politizada?
– Mayoritariamente, no. Se dan fenómenos de politización radical en un sentido y en otro, rigurosamente minoritarios.
– ¿Hay que politizarla?
– Si politizar es introducir tensiones de poder en una esfera en la que no corresponde, es evidente que no. Si politizar es estimular una acción política, es decir, encararse con los problemas de la comunidad, es evidente que sí. Como verás, pues, hay que llegar a un previo acuerdo sobre el alcance del término. Lo que en cualquier caso debe quedar claro –por si apuntaba por ahí tu pregunta– es que desde la Delegación no se intentará ensayar ningún tipo de encuadramiento ideológico, más reducido, parcial o excluyente que el de la ancha legalidad constitucional.
– ¿Tratarás de formar líderes?
– La misión de la Delegación no es la de formar líderes, pero tampoco frustrar vocaciones políticas. Si me las encuentro, procurará enriquecerlas haciéndolas acceder a un horizonte intelectual.
– ¿Qué horizonte?
– La política moderna no admite amateurismos, sino el conocimiento de unas técnicas específicas. Yo he de procurar facilitar el acceso a esas técnicas.
Gabriel sonríe. Bebe un traguito de su whisky, cruza las piernas, trinca una patata frita. Es un hombre menudo, muy moreno, de nariz acusada y barba fuerte, que sombrea con más insistencia el labio superior. Sonríe a menudo y es generoso en gestos breves. Va bien vestido, con sencillez. El delegado nacional de la juventud es joven. Pero, ¿hasta qué edad se es joven? ¿Hasta dónde alcanza su brazo de delegado?
– Mi tesis particular es que se es joven hasta que no se alcanza un “status” profesional y familiar que genera unos compromisos de mantenimiento a ultranza del “sistema establecido”. Es decir, que tengo una gran reserva hacia los “jóvenes de espíritu”. Creo que la biología manda. Lo que no quita que haya una posibilidad de mantener más viva la sensibilidad hacia el hecho juvenil o hacia la innovación en general. ¿Quién se atrevería a llamar viejo a Picasso?
Gabriel Cisneros ha recibido un zarpazo no hace mucho. Un zarpazo en su condición de hombre público. Hablamos un momento de zarpazos y le formulo una pregunta directa, una pregunta que a los españoles nos apasiona formular.
– ¿Tú eres monárquico, eres republicano o qué eres?
– Disculpo tu pregunta porque sé que la formulas como portavoz y no como propia. Portavoz de la calle. Porque dicho planteamiento alternativo es desdichado. Yo sería un monárquico fervoroso en Inglaterra y un republicano sin reservas en los Estados Unidos. La monarquía no les ha impedido a los países escandinavos alcanzar unas cotas de socialización y democracia prácticamente óptimas, y la monarquía no ha tenido en cambio virtualidad para arrancar a algún país del Oriente Medio de situaciones semifeudales. El planteamiento bipolar monarquía o república me parece, felizmente, uno de los tópicos de la España anterior al año 36, definitivamente arrumbados por nuestra historia reciente. Lo cierto y verdad es que vivimos en una legalidad constitucional monárquica y ello debería bastar para excluir de raíz la cuestión. Pero si me apuras un poco más…
– Te apuro.
– Bien, si me apuras y me llevas a un terreno de preferencias personales, debo confesarte, como ya la hice públicamente hace meses –y, por supuesto, antes del 22 de julio– que la solución de continuidad, ideada para asegurar la evolución pacífica del sistema, me parece sencillamente insuperable. Detrás de los regencialismos añorados o postulados por algunos se agazapaba, sin habilidad suficiente para enmascararla, la nostalgia de soluciones totalitarias que el desarrollo de la vida española hace hoy inadmisible.
– Sé que has visitado hace un par de días al Príncipe Juan Carlos. ¿De qué habéis hablado?
– El Príncipe de España tiene treinta años y se puede hablar con él de todo lo divino y lo humano con la certidumbre de entenderse.
– Tú vienes de la Falange, Gabriel, ¿cuál es el papel de la Falange ahora, cara a la juventud?
– No vengo de la Falange, vengo del Frente de Juventudes, como el 50 por 100 de los hombres de mi cota generacional. A través del Frente de Juventudes entré, efectivamente, en un apasionado contacto con la ideología falangista, pero jamás este contacto supuso un voluntario desconocimiento de otras concepciones doctrinales. Es claro que la Falange desapareció subsumiéndose en la más ancha arquitectura del Movimiento.
Vista desde el horizonte de la España del 70, la Falange se presenta como un factor germinal, y el destino de todas las semillas –mientras no se demuestre lo contrario– es perecer para fructiferar. Una semilla reconocible todavía en su morfología a los treinta y siete años de su nacimiento, sería una semilla que no cumplió su vocación de fruto. Ni la realidad de España es entendible sin apelar a la comparecencia histórica de la Falange, ni sería permisible replantear esa comparecencia histórica con una pretensión de exclusión o monolitismo.
– Pero, ¿cuál es el papel, cara a la juventud, de las ideas falangistas?
– La respuesta, como siempre, ha de darla la propia juventud. Pero se me ocurre pensar que, si no postulaciones concretas, hubo en la peripecia histórica de la Falange un talante de movilización de energías nacionales al servicio de un afán de cambio, rigurosamente válido en nuestro tiempo.
– ¿Tú crees que existe una oposición en el país, formada fundamentalmente por gente de menos de treinta años?
– Niego la existencia de una oposición. Reconozco la existencia de una multiplicidad de actitudes de oposición, imposibles, por su esencial diversidad, de ser reconducidas a una categoría unitaria. Naturalmente, en el seno de estas actitudes se reconoce una presencia principal de hombres de menos de treinta años. Es natural que sea así; lo contrario sería llevar el tópico de la diferencialidad española hasta extremos pintorescos. ¿Conoces un país donde ocurra de otro modo?
– Por último, Gabriel Cisneros. ¿Se ven las cosas distintas desde el poder que desde un periódico?
– Sí. La carga de responsabilidad es distinta. Sin embargo, quizá la simbiosis sea fecunda. Quiero decir, que sería bueno conseguir que el poder no hiciera perder la saludable pretensión crítica que debe de definir el quehacer periodístico, y el periodismo no condujera a ignorar esa exigencia de responsabilidad que se siente de una manera más ostensible desde el poder. Además, Miguel, no dramaticemos: yo tengo una parcela de poder muy modesta, delegada y compartida. ¡Gracias a Dios!
Y gracias a Dios también, Gabriel Cisneros tiene una familia fundada en el año 66 con Irene de Prado, perito agrícola, que estudia ahora segundo de Económicas en la Universidad Autónoma. Fruto de esa familia son un niño, llamado Juan Jacobo, y una niña, llamada Paula. A Gabriel Cisneros le gustan el cine, el tabaco negro, el fútbol por televisión, caminar y, por encima de todas las cosas, estar en su casa. Sonríe un poco Gabriel Cisneros, apura el vaso del segundo whisky, y comenta en voz alta, pero un poco para sí mismo.
– Si algo me está traumatizando del cargo, es el atentado que supone contra unos modos de vida familiares… exigibles.
Miguel VEYRAT
(Fotos: Cáliz)
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