Fuente: Informaciones, 31 de Octubre de 1968, páginas 2, 19, 20 y 21.



LA FALANGE EN CONTROVERSIA

La ley Orgánica del Estado de 1966 anuló todos los grupos políticos, integrando a la totalidad de los españoles en el Movimiento Nacional. Pero a pesar de ello, algunas agrupaciones de honda tradición histórica, que participaron en la creación del nuevo Estado español –la Falange y el Carlismo–, han permanecido de hecho con sus características propias y su organización en la vida política. El problema ha suscitado alguna controversia. Controversia que probablemente no admita resolución definitiva hasta lo que se decida en el Estatuto orgánico del Movimiento sobre el asociacionismo político. Pero mientras tanto, estos grupos son activos, especialmente el de Falange, e incluso en su seno se nota una especie de fermentación creadora que provoca, al parecer, tensiones entre sus mismos afiliados.

Algunas circunstancias acaecidas últimamente, que han puesto de relieve las discrepancias –ignoramos si pequeñas o grandes– entre los afiliados a la Falange, nos han llevado a hacer un sondeo elemental con algunos de los falangistas a nuestro juicio más representativos, que el lector encontrará en las páginas centrales. No pretendemos emitir un juicio sobre la encuesta misma ni sacar consecuencias prematuras, pero sí es indudable que en ella se establecen juicios contrapuestos y difícilmente conciliables. Desde la opinión de don Ramón Serrano Suñer –escrita, según él mismo confiesa, hace veintitrés años– de que la Falange debe ser «honrosamente licenciada», a la del actual director general de Enseñanza Primaria, don Eugenio López, de que la «Falange está ahora en su momento», se ha andado mucho tiempo y existe, evidentemente, un abismo ideológico. Pero éste no puede ser tampoco preocupante para los falangistas mismos si se piensa que de hecho el señor Serrano se halla distanciado de la organización hace muchos años. ¿Son entonces las discrepancias únicamente entre los falangistas que fueron y los que son? Sería muy arriesgado contestar afirmativamente a esta pregunta. Un hombre que ha sido objeto de tanta polémica como Manuel Hedilla se sigue confesando falangista, y otro, Manuel Cantarero, candidato que fue a procurador en Cortes por Madrid, dice que no queda ni un solo intelectual de plena talla dentro de la Falange. Lo dice desde las filas de la Falange misma. La opinión de don Raimundo Fernández Cuesta no debe, por otra parte, perderse de vista: la Falange está «integrada» en el Movimiento. Lo que quiere decir, a nuestro juicio, que la Falange sola no es el Movimiento. El Movimiento lo somos todos los españoles.

El Estatuto orgánico del Movimiento puede, decimos, venir a aclarar las cosas. Pero todavía hay algunos que parecen complacerse en embrollarlas. No hace ni tres días que hemos podido oír en Barcelona a otro hombre de la primera hora falangista, y que sigue en la organización desde antes de la guerra, decir que lo que España necesita es una democracia sindicalista. ¿Se olvida él que a la hora de adjetivar la democracia española ya se le puso el calificativo de orgánica? ¿No es suficiente? ¿Es preciso quejarse porque «no se ha hecho la revolución nacional-sindicalista»? ¿Cómo no se ha hecho si algunos de los que se quejan están vinculados al Poder desde comienzos de nuestra guerra?

El panorama es oscuro y de ninguna manera queremos poner énfasis alarmistas en él. Pero para quienes siendo del Movimiento, como muchos españoles, no son de la Falange ni comulgan con grandes zonas de su ideario, esta situación provoca un grave desconcierto. Hoy mismo, nuestro colega «Arriba» reconoce que esas discrepancias existen y reconoce que son los jóvenes los que fundamentalmente las plantean y que tienen derecho a hacerlo. El contraste de pareceres parece admitido de hecho en el seno de la Falange. Pero nuevamente otros falangistas representativos dicen públicamente que los entusiastas del pluralismo y del contraste de pareceres quieren traer otra vez el régimen de partidos que atenta contra la unidad del país. ¿Se olvidan los que hablan así que ser entusiastas del contraste de pareceres es tanto como serlo de nuestra ley Orgánica, aprobada en referéndum nacional, y de la que dimana toda la actividad política fundamental de España en los últimos años? Pero si no se ha hecho la revolución nacional-sindicalista –estando muchos de sus creadores en el Poder–, si el contraste de pareceres, a su juicio, atenta contra la unidad nacional –siendo los que lo han definido los mismos que lo atacan–, y si nuestra democracia, que es orgánica, debe ser sindicalista, resulta que hay algo aquí que no concuerda. Muchos españoles agradecerían una explicación a tanta contradicción interna. El momento es importante. El Consejo Nacional trabaja sobre nuestro futuro asociacionismo político. Y ninguno de los temas y opiniones tratados aquí les es ajeno.



ENCUESTA

¿Qué pasa en la Falange?


CONTESTAN:

JOSÉ LUIS DE ARRESE

Ex ministro secretario general.

Ex ministro de la Vivienda.


MANUEL CANTARERO

Presidente de los antiguos miembros del Frente de Juventudes


R. FERNÁNDEZ CUESTA

Ex ministro de Agricultura.

Ex ministro secretario general.

Ex ministro de Justicia.


MANUEL HEDILLA

Ex jefe nacional.


EUGENIO LÓPEZ

Ex delegado nacional de Juventudes.

Director general de Enseñanza Primaria.


DIONISIO RIDRUEJO

Ex director general de Propaganda.


RAMÓN SERRANO SUÑER

Ex ministro del Interior.

Ex ministro de la Gobernación.

Ex ministro de Asuntos Exteriores.


JOSÉ SOLÍS RUIZ

Ministro secretario general.

Delegado nacional de Sindicatos.




¿Qué pasa en la Falange? O la pregunta, mejor, es: ¿Siquiera pasa algo? Desde la promulgación de la ley Orgánica del Estado, en la Prensa, en las reuniones políticas, en las tertulias, un hecho se comenta ampliamente: con el referéndum del 14 de diciembre de 1966, el Movimiento-organización –hasta entonces identificado con la Falange– pasaba a ser Movimiento-comunión de todos los españoles. Evidentemente, un cambio de situación real tenía que producirse. ¿Pero qué iba a ser de la Falange (Movimiento-organización)? ¿Desaparecería como todos los demás grupos políticos? ¿O es que no es un grupo político? ¿Qué es entonces? La interrogante, decimos, saltó a la Prensa. Hubo quien llegó a preguntarse si la Falange, jurídicamente, existía. Pero es banal pregunta. La Falange existe. Está ahí. Y la manera más fácil de llegar a este convencimiento es hablando con los falangistas. Efectivamente, la Falange existe y no todos los falangistas parecen pensar lo mismo. Anteayer, en el teatro de la Comedia, se puso de manifiesto, como dicen los taurinos, una «división de opiniones». Fue un hecho episódico, probablemente sin importancia. Lo no episódico es el contorno, lo que aquí se dice, lo que viejos y jóvenes falangistas, separados de la organización unos, en plena actividad los otros, nos cuentan, tratando de aclarar algo: qué está sucediendo, qué ha sucedido, qué puede suceder… La historia de la Falange es, desde luego, algo demasiado complejo. Necesita reposo su estudio y hasta otra perspectiva histórica. Pretender juzgarla definitivamente para el porvenir a la hora que se prepara el Estatuto orgánico del Movimiento-comunión es algo difícil y hasta poco honesto. Esta encuesta tampoco pretende emitir una opinión global. Sólo aportar alguna luz al respecto. Y aquí está el pequeño contraste de pareceres. Al tiempo que esta encuesta se realizaba tenían lugar en España, según la agencia Pyresa, del Movimiento, 9.000 actos políticos conmemorativos de la fundación de la Falange. En ellos, otros muchos falangistas expusieron sus opiniones, muchas de ellas coincidentes con las de algunos de nuestros encuestados. Evidentemente, el tema es importante. La claridad de las respuestas de estas personas –creemos que suficientemente representativas– a las que hemos preguntado nos parece de todo punto encomiable.



Don José Luis de Arrese

«NADA MALO PASA»

JOSÉ LUIS DE ARRESE Y MAGRA.– Nació en Bilbao en 1905. Más tarde se trasladó a Madrid para estudiar arquitectura. En 1933 se afilió a la Falange y trabajó al lado de José Antonio. Cuando estalló la guerra se encontraba en Madrid y se refugió en la Embajada de Noruega. En 1939 fue nombrado gobernador civil de Málaga. En marzo de 1941 fue nombrado ministro secretario general del Movimiento, cargo que desempeñó durante cuatro años. A primeros de 1948 fue designado miembro del Consejo del Reino. En 1956 vuelve a ser nombrado ministro secretario general del Movimiento, cargo que ocupó durante un año y que dejó para ocuparse del entonces creado Ministerio de la Vivienda, cuya cartera desempeñó hasta 1960. Actualmente es procurador en Cortes y consejero nacional del Movimiento.


Estando como estamos usted y yo a trescientos cincuenta kilómetros de distancia, podría esquivar la demanda de su pregunta diciendo que no le oigo bien porque hay mucho ruido en las líneas telefónicas; pero como siempre me ha gustado ser sincero, le voy a decir que no le entiendo bien porque hay mucho ruido en su pregunta.

Fundamentalmente, parece que en ella se divide al mundo en dos grupos diferentes: uno, el formado por todos aquéllos que pueden vivir inquietos, sin que nadie les deba preguntar qué les pasa, porque para eso son «mundo»; otro, que deben ser formalitos, sumisos y modosos, porque para eso son falangistas.

Sin embargo, la Falange no es una organización como, por ejemplo, es la que forman los reclutas de una quinta que llega al cuartel por mandato de la edad y por razones de orden bélico, sino una organización pensante y de adhesión voluntaria.

Los reclutas forman las líneas de un regimiento por un deber que les está impuesto, y no se les pide que discurran, sino que obedezcan; y tienen que obedecer al sargento no porque están de acuerdo con él, sino porque lleva unos galones dorados en las bocamangas.

En cambio, la identificación de unos con otros en una organización política es un acto voluntario, basado en la confianza mutua y en la coincidencia en el pensamiento: hay disciplina y hay fe en todo ello, y no la hay si algo se afloja.

Se podrá decir que si la permanencia en una organización política es un acto voluntario, el que no esté de acuerdo que se marche a su casa y deje a los demás en paz; sí, esto es evidente; pero como nadie ha dicho que el que se queda sigue en posesión de la verdad, y, por otra parte, el hombre político, además de hombre político es hombre, se puede marchar de dos maneras: o con silenciosa melancolía, o con brío y hasta con alboroto; o buscando un rincón al tibio sol de sus inviernos ideales para comentar con otros su mutua tristeza, como lo harían, por ejemplo, los pocos veteranos que van quedando de la guerra de Cuba, o con ardor juvenil; y conste que aquí la palabra juvenil no está en función de la edad de cada uno, sino de la cantidad de adrenalina que cada uno tiene en su cuerpo.

Así, la pregunta de usted es: ¿Qué pasa en la Falange? Y mi contestación es que nada malo, como querrían los que desearían verse ejerciendo el papel de albaceas testamentarios del Movimiento Nacional; sencillamente, que, gracias a Dios, aún queda en el pueblo español ardor y brío.



Don Manuel Cantarero del Castillo

«SIEMPRE HA LATIDO EN ELLA UN SENTIMIENTO DE FRUSTRACIÓN»

MANUEL CANTARERO DEL CASTILLO.– Abogado, periodista, oficial de la Marina mercante y presidente nacional de los Antiguos Miembros del Frente de Juventudes. Se presentó a procurador en Cortes en las últimas elecciones y no salió elegido.

Su programa político preconizaba, entre otras cosas, el desarrollo de las posibilidades de apertura y democratización que ofrece la ley Orgánica del Estado, la democratización de la enseñanza y la socialización de la cultura y la enseñanza gratuita a cuantos la precisen.


Tratar de explicar con precisión lo que le pasa a la Falange es algo que exigiría escribir un libro. Se han escrito muchos ya, pero ninguno es completo todavía. Hay varias Falanges, valga la expresión: la de la Vieja Guardia, la del Frente de Juventudes, la de la Guardia de Franco, etc. Todas participan en el drama general, pero la clasificación peculiariza mucho. En la Falange hay quien estima que la revolución está ya hecha y que su producto pleno es la España actual; quienes estiman que está «pendiente»; y quienes entienden que no es posible o necesaria en parte. En la Falange hay quien estima que lo fundamental son los símbolos y los rituales; quien estima que ello, desde luego, es así, pero unido a lo ideológico; y quien estima que lo simbólico y ritual sólo tiene un valor emotivo interno que hay que recluir en el ámbito íntimo de lo familiar. En la Falange hay quienes estiman que hay que ser rígidamente fieles a la letra de los textos fundacionales; quien estima que a la letra y al espíritu; y quienes estiman que sólo al espíritu. Estos últimos, unos para adecuar la Falange a sus designios; y otros para que la misma se libere, y alcance, por fin, libertad, actualidad y autonomía.

En la Falange ha latido siempre un sentimiento de frustración. De ahí el caso del «mito» Hedilla. Si el valeroso falangista montañés no hubiese existido, la Falange habría tenido que crearlo. El caso Hedilla, en su proyección política, ha sido una creación íntima de los militantes de base que necesitaban algo para explicarse su situación. La Falange, desde su origen, ha sido en esos militantes de base mucho más una emoción que una razón, un mesianismo que un voluntarismo, una mística que una lógica. Y ello a lo largo de los años no sólo [no] se ha corregido, sino que se ha fomentado. Ha sido una siembra de vientos, que ahora germina. De ahí que a la Falange se le dejara imponer su emocionalidad en la calle. Para el poder era un buen recurso. Pero en el plano de la dinámica real del país y del mundo, las cosas no iban por los caminos concordantes con la emocionalidad falangista. Mientras la Falange permanecía en el «ensueño» de una sociedad ni capitalista ni comunista, el comunismo se apoderaba de medio mundo y el capitalismo se afirmaba en el otro medio, incluida España.

Por otra parte, la Falange intentaba ser una síntesis entre los valores que los fundadores estimaron positivos de la derecha y de la izquierda. Y ocurrió, durante años, una grave paradoja. Mientras se consagraban en las leyes sólo los valores tomados de la derecha, se utilizaban para convocar y reclutar juventudes sólo los valores tomados de la izquierda. Pero hay en el desarrollo de la Falange una contradicción aún más profunda: los falangistas han sido, en la teoría, de extrema izquierda en materia económica y social, y, en la práctica, de extrema derecha en materia política. También esto explica muchas cosas de las que están pasando.

Mientras el desenlace que no agradaba a los falangistas se fue demorando, la Falange mantuvo la esperanza y la conformidad. Pero cuando el desenlace parece que se acerca ya en serio, produce exasperación. Y ello es políticamente importante y grave, porque la Falange es ciertamente mucho menos de lo que ella se cree, pero muchísimo más de lo que desde fuera pueda parecer. El vino de la emoción que le ha servido para mantenerse entretenida durante muchos años, ahora se le sube de pronto a la cabeza. La actividad política como puntual cumplimiento de un calendario necrológico, que es lo que ha caracterizado al existir oficial de la Falange durante años, hace crisis. Los falangistas contrastan ya la distancia entre su ideología y la realidad, y se dan cuenta que no han hecho más que eso: conmemorar. Cristóbal Páez ha escrito un decisivo artículo sobre este particular en «S. P.». Y lo malo es que lo que se ha conmemorado ha sido el discurso de la Comedia, en el que José Antonio miraba prevalentemente al pasado, y no el del cine de Madrid, que, a pesar de pronunciarlo sólo dos años más tarde, ya distaba muchísimo del de la Comedia. Si en dos años el fundador evolucionó tanto en su pensamiento, ¿qué no habría evolucionado en treinta y tantos, y habiendo ocurrido todo lo que ha ocurrido en España y en el mundo?...

Todo ello es una pena, porque la Falange podría –¿puede todavía?– haber prestado un importante servicio en el presente a nuestra Patria si hubiese sido entrenada en la autocrítica y en la reflexión. Pero cuantos han intentado en su seno introducir esa autocrítica y esa reflexión para acabar con los tópicos, y ponerla en forma y en sintonía con la realidad, han sido reducidos y expelidos. Así, ha ido quedándose sin hombres de plena talla intelectual. La Falange es hoy todavía una excelente base que no se conecta con ningún nivel verdaderamente dirigente. Ha ido quedándose y sumiéndose cada vez más en la pura emocionalidad, o lo que es lo mismo en algún sentido, en la pura irracionalidad. Ahora, con la exaltación típica de la emotividad falangista llegando a sus términos extremos, y sin que funcionen en su seno devociones unánimes, va a ser muy difícil ordenarla como debiera. Lástima, porque el falangismo atesora todavía en esos hombres emotivos enormes energías espirituales, enorme generosidad, a pesar de su ariscamiento. La Falange, situada autocríticamente en el tiempo, mentalizada en la democratización y en la liberalización, habría contribuido –¿puede contribuir?– a la constitución de una izquierda real y necesaria para el normal funcionamiento de nuestra Patria. Así, podría constituir hoy un inestimable instrumento de acceso válido y sensato al futuro. Algunos todavía intentamos esa sintonización del falangismo con el tiempo, y esa detección de sus lógicas convergencias, pero ya llueve sobre nosotros el agua clásica de la insidia, el recelo y la desconfianza.



Don Raimundo Fernández Cuesta

«SEGUIMOS FIELES A NUESTRO AFÁN DE SUPERACIÓN»

RAIMUNDO FERNÁNDEZ CUESTA.– Nació el 5 de octubre de 1897. Terminados sus estudios universitarios, hizo oposiciones al Cuerpo Jurídico de la Armada, en la cual llegó a ocupar su más alta categoría. Sirvió de enlace entre el fundador de la Falange y el teniente general Moscardó en la preparación del Alzamiento. Su carrera política se ve marcada a través de las carteras de Agricultura y en la Secretaría General de F.E.T. y de las J.O.N.S. Desde ésta última encauzó la organización política del Movimiento. Fue embajador de España en Brasil (1939) y en Italia (1945), pasando después a ser presidente del Consejo de Estado. Desde 1948 a 1951 fue ministro de Justicia. Fernández Cuesta es miembro del Consejo Nacional por designación del Jefe del Estado y procurador en Cortes.


A mi modo de ver, los incidentes del martes en el teatro de la Comedia no han tenido mayor importancia ni han logrado deslucir la trascendencia del acto. Ante el comportamiento de un grupo muy reducido de discrepantes, el resto del público –que abarrotaba el local– ha reaccionado con vivas a la Falange y ovaciones a las autoridades y jerarquías allí presentes. Yo, personalmente, creo que no se puede dar importancia a estos incidentes.

Ahora bien, ¿que cuál es la situación de la Falange? La Falange está, como siempre, integrada en el Movimiento Nacional y colaborando a sus fines, dentro de la Ley de Principios que lo inspira. La Falange ha estado –y está– dispuesta a cumplir los Principios del Movimiento, muchos de los cuales están, no ya inspirados, sino hasta transcritos de los puntos primitivos de la Falange. Seguimos fieles a nuestro afán de superación, procurando que sean realidad estos Principios y que lleguen a serlo aquéllos que todavía no se han realizado completamente. Y colaborando, sin personalismos de ningún género, con los organismos del Estado y al servicio de las instituciones del Movimiento en que nos hallamos integrados.



Don Manuel Hedilla

«HA SIDO REBAJADA»

MANUEL HEDILLA LARREY.– Nació el 18 de julio de 1902 en Bárcena de Cicero (Santander). Se afilió a Falange en 1933. Ocupó la jefatura provincial de Santander hasta que, llamado por José Antonio Primo de Rivera a Madrid, se dedicó a efectuar enlaces entre falangistas y militares con vistas al Alzamiento. El 2 de septiembre de 1936 fue elegido como uno de los ocho miembros de la Junta Provisional de Mandos. En abril de 1937, el Consejo Nacional le nombró Jefe nacional. Posteriormente fue destituido y encarcelado durante cuatro años en Las Palmas. En la actualidad vive en Madrid, y aunque se considera falangista, está apartado de las estructuras oficiales del Movimiento.


Lo que le pasa a la Falange es que, como ya dijo Raimundo Fernández Cuesta, es “gaseosa”. Sin embargo, no se puede contestar con dos palabras a una pregunta de esta envergadura. Indudablemente, hay una inquietud, un nerviosismo, una impaciencia y hasta una confusión ante lo que realmente representa la Falange en estos momentos. Hoy aquella Falange primitiva, con su espíritu combativo, su garra y sus objetivos de acción, trabajo y pureza, no existe. No existe aquella Falange desprendida y generosa. La Falange está hoy burocratizada. Hay, sí, miles de falangistas combativos que sienten que todo su esfuerzo se ha venido abajo, que todo su sacrificio se ha hundido. La Falange –hay que decirlo– se está quedando sin contenido. Aquel espíritu “amateur” del principio, aquella sinceridad en el planteamiento, no ha servido para nada. La Falange tenía un contenido político y social que –repito– se ha venido abajo. La Falange hoy ya no tiene nada. Se va de las manos y se acaba.

Dentro de su propio designio histórico ha de tenerse en cuenta que la Falange fue a la guerra con una desinteresada generosidad, puesto que entonces todos los mandos éramos “amateurs”; o sea, que no cobrábamos. Había un ideal y una ilusión para el futuro político de nuestra Patria. Luego, al profesionalizar la política falangista, sus hombres han perdido la confianza en el mando. Hay que potenciar el espíritu del 18 de julio. La Falange y el Requeté pusieron sus ilusionadas esperanzas en unas mejoras políticas que no se han visto cumplidas. Y España hoy está llena de problemas que urgen su solución: económicos, sociales, universitarios, laborales…

La Falange ha sido rebajada en su contenido político. La soberanía de la Falange se perdió el 19 de abril del 37, al consumarse una unificación que no ha dado resultado. Ahora, al cabo de los años, tan sólo se puede recoger las consecuencias de algo que no es lo que se pensó en un principio. Es lo que bien pudiera catalogarse en el capítulo de “resultados previsibles”.

Ha de tenerse en cuenta también, para comprender mejor este fenómeno nuevo, que nosotros, los falangistas del primero momento, surgimos del pueblo y no contamos en ningún momento con grupos de presión capitalista. La mayor parte tampoco pasamos por la Universidad: no tuvimos ocasión ni dispusimos de los medios necesarios. Por eso ahora la nueva juventud, que sí ha tenido a su alcance las oportunidades que a nosotros nos fueron negadas –por el contexto socio-económico de aquellos momentos–, esta nueva juventud, repito, es lógico que esté en estado de rebeldía. España necesita hombres ejemplares, de una conducta intachable, que sean el espejo del político. Una exigencia que nos remonta a las reivindicaciones primitivas de la Falange, y que bien puede responder al auténtico problema de fondo de estos momentos: el cumplimiento íntegro de los principios y postulados de José Antonio.



Don Eugenio López y López

«ESTÁ AHORA EN SU TIEMPO»

EUGENIO LÓPEZ Y LÓPEZ.– Nació en Orense en noviembre de 1921. Licenciado en Derecho y de profesión fiscal, es consejero nacional por designación del presidente del mismo y procurador en Cortes. Tras el nombramiento del señor Villar Palasí como ministro de Educación y Ciencia, el señor López y López fue nombrado director general de Enseñanza Primaria, cargo que ocupa en la actualidad.

El señor López y López ha desarrollado labores relacionadas principalmente con la juventud. Ha sido también gobernador civil de Cuenca y delegado nacional de Juventudes.


Creo que está ahora en su tiempo. En el mundo internacional y en el centro de los problemas de España. Trata de hacer verdad su propia razón de ser, de anticiparse a las situaciones. En estos años de existencia se ha enfrentado con muchas situaciones, y la de ahora es una de ellas. ¿Más fácil? ¿Más difícil?... Es opinable, pero yo, al menos, me siento responsablemente preocupado, pero con confianza. Lo que no se puede pretender es confundir a la Falange con un partido, y menos monolítico, y tampoco con una masa conformista ajena a los problemas de su tiempo. Ello ocasionará situaciones a veces difíciles, y lo que hay que esperar es que se manifiesten con responsabilidad.



Don Dionisio Ridruejo

«EXPLICABLE Y TARDÍA PROTESTA»

DIONISIO RIDRUEJO.– Afiliado a Falange con anterioridad a la guerra civil, ocupa el primer cargo oficial a comienzos de 1937, al ser designado jefe provincial de Valladolid. Después del decreto de Unificación fue nombrado consejero nacional y director general de Propaganda, poco después de formarse el primero Gobierno nacional. Durante los años 1941 y 1942 combatió en Rusia como soldado voluntario. En agosto de 1942 dimitió de todos sus cargos y pidió la baja en Falange. En 1962 asistió al congreso de Munich, después de lo cual permaneció en el extranjero dos años. En la actualidad reside en Madrid.


Yo salí de Falange en 1942 y no tengo información de la marcha que sigue actualmente. Lo que sí puedo decirle es que lo que ahora sucede, si es una protesta de los jóvenes, es perfectamente explicable y ligeramente tardía.



Don Ramón Serrano Suñer

«DEBE SER LICENCIADA»

RAMÓN SERRANO SUÑER.– Nació en Cartagena el 12 de diciembre de 1901. Es abogado del Estado. Adquirió particular nombradía como hombre de confianza del Jefe del Estado durante los años de la Cruzada nacional. Al constituirse el primer Gobierno nacional le fue confiada la cartera del Interior. En 1938 fue el señor Serrano Suñer el primer titular del nuevo Departamento de Gobernación. Posteriormente ocupó la cartera de Asuntos Exteriores. Desde que abandonó su actividad ministerial, el señor Serrano Suñer volvió a dedicarse a su profesión de abogado.


Yo no sé nada porque vivo mucho tiempo distanciado de la acción política. Pero hace ya más de veintitrés años, en un documento debidamente autenticado y que tiene, según creo, históricamente algún interés, escribí esto [1]:


«… En 1931 padeció España una República que fue inoportuna y anacrónica porque, contrariamente a la ilusión y buena fe de algunos políticos liberales que trabajaron por su instauración, al proletariado español –acompasado a las corrientes universales– no interesaban las libertades civiles, sino la igualdad económica, y no deseaba ver triunfante la democracia liberal, sino la revolución socialista, que era la cuestión de nuestro tiempo, como herencia del capitalismo y la democracia. Por eso la República fue impotente para contener el terror de las masas y acabó por colaborar en él. La derecha española se aprestó a la defensa. La guerra civil la provocó el último Gobierno republicano. La Falange, entonces incipiente, no creyó, por la claridad y valentía de su jefe, en la reacción posibilista. Pensó con acierto que la revolución que en España se había abierto ya no se podía evitar, y que, abandonada a sí misma, concluiría matemáticamente en la dictadura marxista. Su solución estaba en prestar a la revolución cauce y meta diferentes. Esto es, en separar de la dialéctica materialista la tendencia de las masas a una relativa nivelación económica, salvando en un orden nuevo lo más legítimo de cuanto encierra la libertad humana (incluido el derecho a la propiedad) y los valores espirituales heredados: la tradición nacional, la fe religiosa y la cultura espiritualista. La realización de esta tarea había de tener bastante de experimento. En orden a los métodos provisionales a seguir no había mucho que inventar. Adoptamos los que se habían acreditado como más eficaces en el mundo. Pues, ya antes que nosotros, otros países, Alemania, Italia y Portugal (cada uno con características propias y distintas), en la imposibilidad de hacer viable una democracia no marxista, se habían visto, como luego nosotros, en el trance de idear una desviación nacional y, en cierto modo, tradicional de la revolución. Ahora bien, en España fue tan rápido el proceso de la revolución marxista amparada por la República, que el de la Falange no llegó a su madurez, y, con la sola excepción de su jefe, no tuvo tiempo para formar un grupo de mando sólido y prestigioso.

Así las cosas, el asesinato por agentes del Gobierno de un hombre relevante, Calvo Sotelo, jefe moral de la oposición a aquel régimen, movió a todas las fuerzas conservadoras (desde la extrema derecha hasta los republicanos moderados y no marxistas) a unirse en torno al Ejército para atajar la revolución.

Desgraciadamente, el 18 de julio no pudo ya ser un golpe de Estado, porque la revolución estaba eficazmente armada, y si antes provocó, entonces resistió. Fue una cosa mucho más terrible: fue la guerra civil. Por esta razón apuntada, de falta de tiempo para su desarrollo, la aspiración falangista de dar curso diferente a la revolución quedó aplazada: la coalición del 18 de julio limitaba provisionalmente su significación a la defensiva antimarxista. Monárquicos liberales y tradicionalistas, republicanos de orden, sindicalistas moderados, populistas católicos y falangistas coincidían en ella. Y también coincidieron –sin filiación política– la casi totalidad de las clases campesinas, la vieja aristocracia y la burguesía media y pequeña. El fundente apolítico y nacional de todo esto fue el Ejército. Así resulta que, si no materialmente, moralmente fue el 18 de julio un plebiscito de plena legitimidad.

Pasados muchos meses de guerra victoriosamente conducida, fue preciso pensar en la fórmula política útil para resolver en la paz los problemas de la vida española, y el trastorno que en ella produjera la contienda armada bien valía la pena de aprovechar aquella oportunidad única para hacer un reajuste a fondo de la misma, que intentara ganar la altura de tanto sacrificio y dolor como costara.

Las tres fórmulas políticas genéricas de nuestro tiempo eran: democracia liberal, fascismo o comunismo. La vieja democracia liberal, que no había podido evitar en la paz el deslizamiento hacia el marxismo, mucho menos había de ser viable sobre los rescoldos abrasados de una guerra intestina. El marxismo era la negación del ser nacional. No quedaba más que el experimento intermedio, que por reversión a los valores nacionales, podía ser íntegramente original. El único factor para tomar aquella orientación nos vino impuesto de fuera, pues mientras las democracias y el comunismo cerraban frente a nosotros (y rusos, checos, franceses, etcétera, bien equipados, entraban por el Pirineo), Italia, Alemania y Portugal vinieron en nuestra ayuda, modesta en el aspecto material, pero moral y diplomáticamente valiosa. Esta actitud tuvo aquí lógica repercusión, y abrió hacia los tres países una corriente natural de simpatía y gratitud.

Por todo ello, a partir de abril de 1937 (decreto de Unificación), el Movimiento nacional, primero apolítico, tuvo una doctrina, una organización política y un jefe. Pero no hay que engañarse: la diversidad de los elementos fusionados quedó latente y decidió para siempre la neutralidad política del Estado. La Falange no fue nunca la fuerza básica del Estado. Sólo en tiempo ya lejano luchó por hacerse sitio. Luego, no hizo más que cuidarse de su permanencia en el disfrute del Poder de cualquier forma, y quedó reducida a ser la etiqueta externa de un régimen políticamente neutral.

Entonces, nosotros hicimos lo que al interés de España convenía durante la dominación alemana en Europa. Con nuestra política hacia fuera y nuestra pugna por un Estado falangista hacia dentro, además de evitar la invasión, positivamente hubiéramos prestado a España un señalado servicio en el caso de una victoria del Eje, que en algún momento tuvo grandes posibilidades, según la opinión, no recatada, de militares muy calificados. Si el Eje hubiera triunfado, España habría tenido un papel en el mundo gracias a nuestra presencia en el Poder. Pero no debemos ahora exponernos a que por la misma razón España sea perseguida. Hicimos un servicio y debemos consumarlo. Entonces y ahora lo que quisimos y queremos es que España se salve, aunque nosotros perezcamos.

La Falange debe ser hoy honrosamente licenciada con la conciencia de haber servido a España en su momento. La Falange, en sus mejores días, tiene una historia de honor que ha de ser respetada. No se puede ahora inventar una Falange democrática y aliadófila sin faltar a aquel respeto. Pero lo que es mucho más importante es que España, como pueblo, como comunidad, ha de salvarse de la revolución o la invasión a cualquier precio. Ayer fuimos nosotros los posibles salvadores. Dejemos que hoy lo sean quienes pueden serlo. Adopte el Estado una nueva fisonomía, pero de verdad y sin pueriles malabarismos. Disuélvase o apártese del Poder a la Falange, pero esta disolución con dos cláusulas: una respecto a la Falange misma, otra respecto al Estado. La Falange debe ser relevada con honra y con libertad para justificarse y seguir sirviendo a España. Permítasela, disuelta oficialmente, reponer su primitivo ambiente. Lo que nos quede de autenticidad, permanecerá. Y ya podría el Estado conformarse con no tener más oposición que la significada por esa fuerza en radical discrepancia con él, pero en cada hora difícil a su servicio para defender la vida de España.

Respecto al Estado, es necesaria la continuidad. No se trata de la caída en lo que se ha llamado una “etapa Berenguer” –tópico al que se ha acudido con demasiada vulgaridad–, sino de la orientación del régimen hacia donde sólo es posible… Hay que configurar el Estado, atemperándose a las realidades del mundo, pero sin entregarse a amenazas o exigencias ilegítimas».



Don José Solís Ruiz

«SE PROLONGA EN EL TIEMPO DENTRO DEL MOVIMIENTO»

JOSÉ SOLÍS RUIZ.– Nació en Cabra (Córdoba) en noviembre de 1913. Ministro secretario general del Movimiento (1957), delegado nacional de Sindicatos, consejero nacional del Movimiento por designación del Jefe del Estado. El señor Solís Ruiz ha desarrollado su carrera política fundamentalmente dentro de los Sindicatos. Fue gobernador civil de Pontevedra (1946) y de Guipúzcoa (1951). En la actualidad es presidente del Comité Internacional para la Defensa de la Civilización Cristiana.


Creo que ningún punto de partida para la respuesta puede ser mejor que la opinión de José Antonio. Precisamente en sus palabras fundacionales él definió a la Falange como una manera de ser. Incluso por encima de una manera de pensar. La aceptación de esta idea, que yo he intentado fuera la clave de mi vida política, supone la máxima valoración de la Falange. Permite, en primer lugar, que pueda acoger incluso a los que un día hayan estado frente a nosotros y, sobre todo, no la reduce a la condición de hecho histórico, sino que la prolonga en el tiempo como conducta y estilo –y sigo con conceptos de José Antonio– dentro de un Movimiento Nacional abierto a todos los españoles.





[1] Nota mía. Se trata de la carta de Ramón Serrano Suñer a Franco, de 3 de Septiembre de 1945.