Fuente: Punta Europa, Enero 1966, Número 105 Suplemento, páginas 3 – 12.



PUNTUALIZACIONES A MR. WILHELMSEN

Por GONZALO FERNÁNDEZ DE LA MORA

Como respuesta al artículo que, con el título “El pleito de las ideologías” publica FREDERICK D. WILHELMSEN, en este mismo número de “PUNTA EUROPA”, nos remite GONZALO FERNÁNDEZ DE LA MORA las siguientes puntualizaciones.



I. ADVERTENCIAS PREVIAS

1) El artículo de Mr. Wilhelmsen es tan totalitariamente caótico que, si lo contestase siguiendo su “orden” de exposición, tendría que caer en innumerables reiteraciones, saltos dialécticos y desarrollos sobre cuestiones marginales o enteramente ajenas a la tesis de mi libro “El crepúsculo de las ideologías”. Como todo ello repugna a mi modo de entender la actividad intelectual, me veo en la necesidad de organizar un poco las posiciones de mi contradictor para poder entablar un diálogo mínimamente lúcido.

2) El artículo en cuestión incluye, junto a algún argumento, pasiones, sentimientos, calificativos personales, opiniones subjetivas, imprecaciones, apóstrofes y hasta invocaciones religiosas. Como yo creo que las controversias doctrinales sólo pueden apoyarse en los hechos y en las razones haré caso omiso de toda la carga patética de W. y renunciaré a sus procedimientos polémicos.

3) W. me atribuye numerosas tesis que yo no he sustentado jamás y que, en la mayoría de los casos, están en expresa contradicción con mis escritos. Para evitar que mi silencio pueda interpretarse como un asentimiento tácito, comenzaré enumerando aquellas posiciones en que se me pretende colocar y que, desde luego, no son mías, sino de un imaginario autor. Luego responderé a cuatro preguntas más o menos asombrosas y, finalmente, analizaré las dos únicas observaciones que tienen cierto parecido con una objeción fundada, aunque la verdad es que tampoco se apoyan en citas textuales de mi libro.


II. OPINIONES QUE ME SON ATRIBUIDAS Y QUE YO NO HE MANTENIDO JAMÁS

1) Que “rechazo el Estado confesional”. No es cierto. En la página 130 escribo: «sin entrar en el espinoso fondo de la discusión sobre la controvertida disyuntiva del Estado neutral o confesional…».

2) Que soy “el apóstol de un mundo automatizado y mecanizado”. Tampoco es cierto. En la página 80 escribo: «la libertad es, ciertamente, un bien deseabilísimo». Y el mecanicismo es incompatible con la libertad.

3) Que admiro el “aburguesamiento progresivo de los pueblos europeos”. No es exacto. Lo que admiro es el progreso científico y el desarrollo económico; y no sólo en Europa, sino en cualquier latitud.

4) Que invito a “desprenderse del bagaje de la Historia”. Tampoco es cierto. Todo mi libro es un homenaje a la historia de las doctrinas y de las instituciones. Y en la página 122 escribo: «La Historia y, sobre todo, la observación de la realidad, están empezando a dar sus frutos teóricos».

5) Que ataco a “los hombres dedicados a una vida moldeada por una intuición estética”. Tampoco es cierto. En la página 12 escribo: «sin las formas estéticas nuestro peregrinar por el mundo sería insufrible».

6) Que canto un “himno a la infalibilidad… de la técnica”. Tampoco es cierto. Por el contrario, en la página 13 menciono «las trampas y los desvíos cordiales, y la posibilidad de equivocarse». Y la técnica, desgraciadamente, no es una excepción.

7) Que “divorcio la política de la Ética”. Tampoco es cierto. Escribo en la página 100: «la política, entendida como sistema de normas y de ideales, es un capítulo de la Ética».

8) Que yo soy “culpable de pensar que el juicio prudencial se reduce al orden técnico”, cuando, según W., lo cierto es que “lo técnicamente viable no solamente no se identifica con la moral, sino que a veces se pone en contra”. Estoy totalmente de acuerdo con esta doctrina, y en ningún lugar he afirmado lo contrario. Mi objetante falsifica mi pensamiento. He aquí lo que he escrito en la página 138: «que artilugios técnicos pueden ser utilizados para el mal, es evidente». ¿Cabe más rotundo reconocimiento de que la tecnología ha de subordinarse a la Ética?

9) Que en mi sistema “falta la dimensión metafísica de la bondad”. Tampoco es cierto. Yo acepto tres acepciones de la política, y la primera de ellas o “filosofía del bien común” consiste en la determinación del «Derecho natural… en la búsqueda de un mejor absoluto, un óptimo político, y su cardinal punto de referencia es la justicia» (pág. 100). ¿Cabe una remisión más definitiva hacia una noción objetiva del bien? ¿No es el iusnaturalismo una fundamentación metafísica?

10) Que mi “enemigo verdadero es el Tradicionalismo Católico”. Tampoco es cierto. Como W. define lo que él entiende por “Tradicionalismo Católico”, me referiré por separado a los diversos elementos que enumera.

a) “El hombre libre y protegido por la ley, y no sometido a la tiranía mayoritaria”. No sólo no me repugna, sino que me parece de perlas.

b) “La sociedad libre gobernándose a sí misma a través de sus propias instituciones coronadas por el poder legítimo”. Tampoco me repugna, y me parece también de perlas.

c) La libertad política “es una ilusión a menos que se compagine con una libertad económica”. Tampoco me repugna y también me parece de perlas.

d) “El poder debe arraigarse en el principio foral o federal”. Tampoco me repugna y, en determinadas circunstancias, me parece recomendable.

e) “Amplia distribución de la propiedad a fin de que la propiedad personal y familiar sea lo corriente dentro de la comunidad”. No me repugna y también me parece de perlas.

f) “Que la responsabilidad política sea descentralizada en todo lo posible”. No me repugna y me parece, también, de perlas.

g) Que haya “una continuidad del presente con el pasado”. No me repugna y me parece, también, de perlas.

h) “Que la familia sea representada políticamente”. Tampoco me repugna y me parece también de perlas.

i) “Que las tradiciones de cada región sean guardadas”. Tampoco me repugna, y me parecerá de perlas siempre que esas tradiciones no sean erróneas, como la magia negra, por ejemplo.

j) “Que se rechace el nacionalismo”. Tampoco me repugna, y me parece también de perlas.

k) “Respeto para lo personal”. Tampoco me repugna, y me parece también de perlas.

l) “Recelo contra toda uniformidad y colectivismo”. En este punto discrepo parcialmente del autor. Yo no recelo de toda uniformidad, sino sólo de algunas. Me gusta, por ejemplo, que las leyes de la ciencia, los principios de la filosofía, y las normas morales sean uniformes. Y el colectivismo, en ocasiones, me parece bueno, verbigracia: las cooperativas agrícolas libres.

m) “Primacía de lo espiritual sobre lo temporal”. Tampoco me repugna, y me parece de perlas, sobre todo en el ámbito individual.

n) “Primacía de lo ético sobre lo económico”. Tampoco me repugna y me parece de perlas.

o) “Primacía de lo económico sobre lo técnico”. Tampoco me repugna, suponiendo que con lo “técnico” se quiera decir lo “tecnológico”, pues de lo contrario el principio resulta incomprensible.

p) “La Iglesia Católica en la calle”. Esto sí me desagrada. No deseo que nadie “se vea en la calle”. Y menos todavía, la Iglesia.

q) “La Iglesia Triunfante”. Tampoco me repugna, y me parece de perlas.

r) EN SÍNTESIS: Eso que arbitrariamente W. llama el “Tradicionalismo Católico” resulta que me parece de perlas. Es, pues, pura inexactitud la afirmación de que soy enemigo de la doctrina así bautizada.

11) Que “demuestro desprecio olímpico para el pueblo y sus sueños”. Jamás he manifestado tal cosa. Por el contrario, todo mi “Crepúsculo de las ideologías” está montado sobre la idea del bien común, que es la más ontológicamente popular. De los “sueños” nunca he hablado, pues no soy psicoanalista.

12) Que incurro en “negación de la Encarnación”. Falso de toda falsedad. No hay en todo mi libro la menor alusión a la Teología dogmática, ni es lógico que la haya, dado su método y tema.

13) Que caigo en “desprecio para la aventura y para el riesgo”. Tampoco es cierto, como lo demuestra el hecho de que me haya arriesgado a escribir un libro tan polémico.

14) “Que confieso ser un burgués”. Jamás he hecho semejante declaración personal, ni tengo tampoco idea de lo que W. entiende por burgués. Si es la noción marxista, desde luego lo niego.

15) Que pienso que “el eremita es el prototipo del ser religioso”. Nunca he dicho nada parecido, aunque sí creo que el eremita es un espíritu religioso.

16) Que “niego el carácter comunitario de lo religioso”. Tampoco es cierto. Lo que yo niego es que lo religioso sea primaria y fundamentalmente algo comunitario; es esencialmente una relación con Dios, de la cual se derivan consecuencias comunitarias.

17) Que “invito a España a dejar de ser confesionalmente católica”. Falso de toda falsedad. Yo no he invitado a España a dejar de ser católica, entre otras muchas razones, porque son los individuos, y no las naciones, los sujetos del acto de fe. Pero a cada uno de los españoles en particular les deseo de corazón que sean buenos católicos.

18) Que quiero que “España imitara a esos pueblos cuya pérdida de la fe ha traído la secularización”. Falso de toda falsedad. Mi punto de vista está expresado en el número anterior.

19) Que deseo que la religión deje de existir “en los Consejos de los gobiernos”. Absolutamente inexacto. Deseo que la religión esté en el corazón de todos los hombres, y también en el de los gobernantes.

20) Que reduzco la religiosidad a una relación “estrechamente vertical entre un Dios solitario y un individuo solitario”. De ningún modo. Yo no creo que se pueda aplicar a Dios el calificativo antropomórfico de “solitario”. Además, todas las tesis de mi libro se apoyan en el hecho de la sociabilidad del hombre. Y, en fin, no he negado en ningún lugar la comunión de los creyentes. Lo que pienso es que la religiosidad consiste, fundamentalmente, en una relación entre el hombre y Dios, no en un pacto social, o una retórica. Aunque, evidentemente, del hecho religioso se pueden deducir numerosas consecuencias colectivas.


III. INTERROGACIONES QUE ME SON FORMULADAS PRESUMIENDO UNA CONTESTACIÓN AFIRMATIVA

1) “¿Es Pío XII un fariseo?”. Respuesta: No, por favor.

2) ¿Se debe suprimir “la bandera española en la calle en las fiestas de la Virgen”?. Respuesta: Yo no dictaría un bando en tal sentido.

3) ¿Se debe prohibir “la Semana Santa de Sevilla”?. Respuesta: Tampoco yo lo haría, aunque estoy convencido de que se puede cantar una saeta y arrastrar un “paso” sin creer en Dios.

4) ¿”Podría haber evangelizado España la mitad del orbe” con las ideas de mi libro?. Respuesta: Ni con las ideas de mi libro, ni tampoco, por ejemplo, con las expuestas en las “Disputaciones Metafísicas” de Suárez, porque ni una ni otra obra son manuales de predicación para infieles. Pero creo que la lectura de dichos libros no catequísticos en nada perjudicaría a la acción de un buen misionero.


IV. ANÁLISIS Y SOLUCIÓN DE OBJECIONES

1) Que, aunque rechazo las ideologías, “soy tan ideólogo como los socialistas y los liberales”. Prueba: que preconizo “una política organizada alrededor de una tecnificación intensiva”. Respuesta: Como ya he dicho muchas veces, yo no propugno la tecnificación, sino la desideologización, que es algo muy distinto; deseo que, en la medida de lo posible, se gobierne a los pueblos como se hacen las matemáticas y la metafísica, es decir, con ideas rigurosas y exactas, no con pasiones y consignas retóricas. No estoy, pues, con ninguna ideología, sino exactamente con su contrario, la ciencia.

2) Que hablo “de la sensibilidad como si fuera siempre un estorbo y un obstáculo para el entendimiento, y de la inteligencia como si fuese un principio cartesiano capaz de ejercer su oficio solamente con tal de que se separe del orden del cuerpo”. En esta objeción W. confunde dos nociones tan distintas como las “pasiones” y la “sensibilidad”. Yo no tengo inconveniente en aceptar que la mayor parte de nuestras ideas proceden de la experiencia sensible y, en definitiva, de los sentidos. No soy, pues, un negador de la sensibilidad, sino un defensor de la misma, puesto que admito que es fuente predominante de nuestro bagaje intelectual. Pero las pasiones desordenadas son el enemigo número uno de la ecuanimidad y de la objetividad y, por ello, son frecuentísimo origen del error lógico y del moral. Es inexplicable que W. confunda la sensibilidad con las pasiones, sobre todo si se tiene en cuenta que el primer concepto yo no lo utilizo ni una sola vez en mi libro. Consecuentemente, no puedo sostener, ni lo he hecho en ningún momento, que el hombre mortal tenga una vida intelectual completa de espaldas a sus experiencias sensitivas.


V. CONCLUSIÓN

W. desquicia mis planteamientos, deforma mis tesis, me atribuye las que él gratuitamente se inventa, y lleva la discusión a zonas que yo ni siquiera había rozado. Incluso en las rarísimas ocasiones en que formula algo parecido a una objeción, sigue idéntico procedimiento tergiversador. Y, desde luego, sin citarme textualmente. La verdad es que, en casi todos los casos, he escrito lo contrario de lo que se pretende hacerme decir. Por añadidura, W. pasa por alto casi toda mi argumentación, e introduce asuntos de orden dogmático, litúrgico y aun folklórico, que no tienen ni el más mínimo contacto con la problemática de mi obra. ¿Explicación de tal conducta? La más generosa es suponer que W. no ha leído mi libro, y que lo conoce tan sólo de oídas a través de un loco malévolo, o de un espíritu, como el de aquéllos que quisieron llevar a la hoguera, entre otros, a Fray Luis de León. Las otras explicaciones posibles, todas muy penosas, las dejo a la conciencia moral del lector, a quien pido perdón por haber tomado relativamente en serio el artículo de Mr. Wilhelmsen, distinguido profesor en Dallas, la urbe famosa por el magnicidio.