Fuente: Verbo, Número 239-240, Octubre-Noviembre-Diciembre 1985, páginas 1229 a 1238.
ILUSTRACIONES CON RECORTES DE PERIÓDICOS
EUGENIO VEGAS LATAPIE
[…]
IV. SU PENSAMIENTO EN LO ESENCIAL
Juan Vallet de Goytisolo explica lo que él estima esencial en el pensamiento de Eugenio Vegas Latapié:
«Fue incompatible con todo voluntarismo: sea el de uno, el de varios, o el de la mayoría. Creyó en la verdad. No en la suya, sino en una verdad objetiva trascendente al hombre, que tenía por fuentes la revelación y el orden natural que la historia y la experiencia de los hombres y de las sociedades nos muestran. No estimaba honesto opinar sin haber estudiado a fondo la cuestión y sin haberse documentado a través de los más solventes autores. Creía indecente lanzar opiniones acerca de lo que no se sabía a fondo. Tampoco le parecía lícito enseñar el error y engañar, aunque fuera por negligencia, ni informar falsamente, mal que fuera por ignorancia.
»Si en una escuela no debe enseñarse que 2 + 2 son 5 ó 6 ó 3, ni se admite que en la Facultad de Medicina se enseñe a curar conforme opine la mayoría del pueblo o el dictador, ni en la de Farmacia se acepta que cada farmacéutico pueda combinar según le parezca los fármacos que se le ocurran, sino de acuerdo con el arte de curar, ¿por qué en derecho y en política puede decidir la voluntad de uno o de los más y no se busca la solución objetivamente mejor y más justa? ¿Por qué aquello se confía a la búsqueda científica y esto a la voluntad del que manda o de una mayoría movida por la propaganda?
»Recordaba a menudo esta frase de Kelsen: “De hecho, la causa de la democracia resulta desesperada (es decir, indefendible) si se parte de la idea de que el hombre puede acceder a verdades y captar valores absolutos”. Él creyó, sin desfallecer, en esos valores absolutos; creyó firmemente en que existen verdades objetivas acerca de las cuales no cabe sino estudiarlas. Por tanto, no podía admitir que la mayoría pudiera decidir lo bueno y lo malo, ni lo justo y lo injusto; que pudiera permitir el aborto, la eutanasia, el emponzoñamiento moral. Su discurso de ingreso como numerario en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, Algunas consideraciones sobre la democracia, que constituye un documentado y extenso volumen, muestran claramente sus fundadas y razonadas convicciones políticas».
Gonzalo Fernández de la Mora, en [ABC], señala:
«(…) El joven Vegas fue el promotor y el coordinador de aquel laboratorio en el que se forjaron las razones del Alzamiento Nacional y las bases de un nuevo Estado confesional, corporativo y monárquico, que tenía su antecedente en el de nuestros siglos áureos (…)».
Pero Fernández de la Mora añade algo más, al concluir [en] ABC:
«Lo más vivo de la aportación de Vegas y de Acción Española es una reactualización de la interpretación histórica de Menéndez Pelayo, y la teoría de la democracia orgánica, cuya fuente estaba en el idealismo alemán, y muy especialmente en Krause y sus discípulos hispanos».
De estas dos afirmaciones estamos seguros que Eugenio Vegas estaría totalmente disconforme con la segunda. Rogamos a nuestro amigo Fernández de la Mora que lo medite.
En primer lugar, siempre rechazó la expresión “democracia orgánica”, estimando que ambos términos se repelen; y citaba estas frases de Charles Maurras replicando a Marc Sangnier, en LA DEMOCRATIE RELIGIEUSE:
«No se organiza la democracia. No se democratiza la organización. Organizar la democracia es instituir aristocracias; democratizar una organización es introducir en ella la desorganización. Organizar significa diferenciar, es decir, crear desigualdades útiles; democratizar es igualar, o sea, establecer en lugar de las diferencias, de las desigualdades, de las organizaciones, la igualdad que es estéril, incluso mortal».
En segundo lugar, Vegas Latapié no necesitaba influjo alguno, directo o indirecto, de Krause, ni le interesó nada de éste –de quien ya a finales del pasado siglo dijo el ilustre jurista catedrático de la Universidad de Barcelona Juan de Dios Trías y Giró: “hoy ya nadie habla de Ahrens ni de Krause, como no sea para recordar las extravagancias de sus adeptos y la estultez de los gobiernos moderados y progresistas patrocinadores de tan exótica importación en las Universidades de España”–, ni comulgaba nada con el idealismo alemán. Su concepción de los cuerpos intermedios –municipios, gremios, regiones– se basaba en su realidad histórica sempiterna, que vive y revive toda cultura cuando alcanza un determinado nivel y mientras el Estado no los asfixia. Vallet de Goytisolo ha dicho de palabra alguna vez que, sin duda, ya estarían en el código genético que, con la vida, Dios infundió a Adán. La concepción política de Vegas recuerda el régimen que Montesquieu denominó gobierno gótico, y del que escribió –en El espíritu de las Leyes, XI, XIII– que produjo tal concierto:
«(…) que no creo haya habido sobre la tierra gobierno tan bien temperado como lo fue éste en cada parte de Europa en el tiempo en que subsistió».
Aunque, a su juicio –que añade en XXX, I–, se trata de
«(…) un acontecimiento llegado una vez en el mundo y que tal vez no se producirá nunca más (…)».
Cierto que Montesquieu no captó el principio de este gobierno, del que tanto admiraba su aparición y su desarrollo. Principio que no era otro sino la fe común y la recíproca fidelidad, de cuya necesidad tan percatado ha estado Vegas. Este gobierno floreció en España en el Bajo medievo –con las Cortes, los municipios con sus fueros y los gremios–, y se mantenía con los Reyes Católicos y los Austrias. ¡Nunca pudo ocurrírsele a Eugenio Vegas buscar ese régimen en el krausismo ni en otra versión alguna del idealismo alemán!.
Ricardo de la Cierva dice que Vegas fue:
«(…) un intelectual monárquico sumido, hasta la muerte, en la tarea imposible de modernizar el antiguo régimen; que para él no era lo que todo el mundo, es decir, el despotismo ilustrado del siglo XVIII; ni siquiera la gloriosa decadencia barroca, que también era plenitud, en el siglo XVII; sino el Siglo de Oro histórico de España, es decir, desde 1485 a 1598, ni un año más ni un año menos».
Y, añade en la página siguiente:
«(…) Con él ha muerto el último enemigo de la Revolución francesa, enemigo temible porque venteaba los orígenes de aquella convulsión con toda la energía de un contemporáneo. Eugenio Vegas nunca mintió, nunca disimuló. El 25 de abril de 1931 proclamaba: “La democracia es el mal, la democracia es la muerte de los pueblos”».
José de Armas Díaz en su artículo EUGENIO VEGAS, MAESTRO DE LA TRADICIÓN, publicado en el diario LAS PROVINCIAS de Las Palmas de Gran Canaria del día 18 de octubre, matiza que Vegas Latapié fue tradicionalista y monárquico:
«Tradicionalista, sí» (…) «Ahí están su vida y sus obras. Léanlas y estúdielas quien quiera y opínese después».
(…)
«Eugenio Vegas, pues, fue monárquico tradicionalista –renunciando digna y elegantemente a todo cuanto de mundano se le ofrecía, desde el mismo instante en que sus lecciones comenzaron a ser desoídas– en la misma línea y en igual medida que lo fue, por ejemplo, Donoso Cortés».
V. JUICIOS ACERCA DE SU PENSAMIENTO
Según Raúl Morodo, en Vegas Latapié:
«(…) hay algo inusual y atípico en el comportamiento político: coherencia, honestidad e intransigencia. Coherencia, en cuanto a unidimensionalidad intelectual: una coherencia integrista sin fisuras, y a la que será fiel en toda su vida. Honestidad, en cuanto como buen maurrasiano, le llevará a no aceptar claudicaciones ni asumir transacciones (…)».
Añade Raúl Morodo:
«Anticipación y frustración se unen en una vida política e intelectual azarosa».
(…)
«Como en Spengler, hay anticipación y, como en Maurras, hay frustración (…)».
En cambio, García Escudero no ve en Vegas anticipación alguna, sino, por el contrario, petrificación. Así explica:
«(…) mientras otros, que pasamos por lo mismo que él, nos apoyamos precisamente en esa experiencia para retirarnos de ella, desprendiéndonos de las adherencias que nos habían retenido al borde de nuestro tiempo, con una fe demasiado vinculada a las fórmulas del pasado para que la pudiésemos encarnar en formas nuevas, él fortaleció su creencia en las que siguió considerando doctrinas verdaderas y salvadoras. Culpaba a las personas que las habían aplicado mal. Fiel a la dura dicotomía donosiana de la historia, había trazado una línea infranqueable ante lo que él llama agresivamente revolución y otros llamábamos ya, amorosa y receptivamente, mundo moderno».
Revolución, según Vegas, es “receptivamente”, para García Escudero, “mundo moderno”. Pidamos a Santa Lucía por la vista de García Escudero. Para que le conceda perspectiva y visión larga, histórica, del proceso de causas y efectos, en el tránsito de nuestra civilización al mundo moderno, es decir, a lo que otro inolvidable maestro nuestro, el profeso Michele Federico Sciacca, denomina el “occidentalismo que es la muerte histórica del Occidente”. Son patentes ya la descristianización, la degradación de las costumbres, el permisivismo moral en un ambiente de inmoralidad que se contempla amoralmente, el materialismo, el egoísmo y el hedonismo, la desintegración de las familias, el aborto, la laicización de la educación, la información tendenciosa dominante, la eclosión de la homosexualidad, el terrorismo, la drogadicción, el pasotismo, la náusea…, que avanzan en el mundo moderno y tienen su raíz en lo que Eugenio Vegas llama “agresivamente revolución”.
Ricardo de la Cierva se fija en este párrafo de la página 278 de las MEMORIAS de Vegas Latapié:
«Según he dicho en más de una ocasión, procuraba mantenerme (habla de 1936) al margen de actividades políticas concretas para poderme dedicar por entero a la que estimaba mi tarea fundamental: infundir una clara conciencia ideológica a la derecha española para que algún día pudiera implantar el sistema antiliberal que propugnábamos desde Acción Española».
Y la apostilla:
«Aquí están, de una pieza, la gloria y la tragedia de Eugenio Vegas Latapié. La gloria es que nadie como él, en el siglo XX, ha tratado de construir una base ideológica y de conferir una dimensión cultural a la derecha española.
»La tragedia es que se quemó en ese empeño imposible de construir la base ideológica y conferir la dimensión cultural en contra de la democracia; en contra del liberalismo; en contra de una corriente manchada de sangre y de barro, pero que es la corriente real de la historia moderna. Y –esto ahonda la tragedia– que no contradice ni a la fe cristiana, ni al ser histórico de España, ni a las raíces y el horizonte, a la vez, de Europa y de Occidente.
»Eugenio Vegas, con insigne coherencia, publicó en Acción Española el discurso de la Comedia pronunciado por José Antonio Primo de Rivera en octubre de 1933. Hace desfilar en su libro, implacablemente, una galería de políticos que después fueron ardientes demócratas y poco antes de la guerra civil despotricaban no menos ardientes de la democracia (…)».
(…)
«La tragedia de Eugenio Vegas –una de ellas– es que buscó la defensa de altos ideales –la religión, la monarquía, el servicio al Estado– por un camino cortado ya siglo y medio antes, definitivamente. Pero su gloria consiste en que valoró con hondura, y quiso fomentar con decisión práctica, la necesidad ideológica y cultural de la derecha española, sin advertir la veta Jovellanos-Balmes-Cánovas-Menéndez Pelayo-Maeztu que era también, aunque él no se reconociese más que en dos de esos nombres, la suya».
Nos parece más cierto, sin embargo, que no existe –por mucho que se desee y quiera– una veta común «Jovellanos-Balmes-Cánovas-Menéndez Pelayo-Maeztu», sino varias vetas distintas de las que alguno, tal vez, mezclara sus aguas que, al confundirse, contaminaron las más genuinas en beneficio, a la larga, de las corrientes revolucionarias.
Pasando a otro juicio crítico, leemos en el texto de Gonzalo Fernández de la Mora en ABC:
«En su noble idealismo político había una fuerte dosis de utopía que prácticamente le incapacitaba para la acción de gobierno».
José Luis Vázquez Dodero matiza mejor:
«Las utopías son utopías, pero Vegas no era, sin embargo, enteramente utópico, porque creía que, defectos aparte, Isabel y Fernando, Carlos I y su hijo Felipe II, por dar sólo cuatro nombres, habían hecho verdad el mandar como Dios manda, es decir, no divinamente, sino según los divinos preceptos.
»Si se compara esta aspiración con la tétrica realidad humana que en todos los tiempos ha prevalecido, podrá tacharse de quimérica. Pero, por otra parte, no sabe uno si llorar o reír si se ponen al lado de la llama ardiente de un espíritu como el de Eugenio Vegas, los Himalayas de basura amontonados por insaciables devoradores de poder».
Creemos necesario distinguir aquello que resulta imposible en un momento histórico dado y lo que es utópico. Son cosas muy distintas. La utopía no está en parte alguna del espacio ni del tiempo. Lo utópico no es posible ni lo será nunca; y es, sempiternamente, pantalla de espejismos y fuente de engaños. En cambio, lo imposible en un momento dado puede haberse alcanzado en otros anteriores y cabe que vuelva a lograrse.
Hay cosas imposibles en un tiempo dado, pero que, con el común esfuerzo perseverante a largo plazo, incluso de varias generaciones, puede llegar a hacerse realidad. En cambio, los propugnadores de utopías pueden, ayudados con su señuelo, alcanzar el poder, pero ni aun así lograrán instaurarlas sino nominalmente y con su nombre sólo mostrarán un espejismo. Así ocurre con el comunismo, e incluso con la verdadera democracia. En parte alguna existe comunismo entre gobernantes, que lo imponen a sus gobernados, y éstos, que están sometidos al poder absoluto de aquéllos. Y las que hoy se denominan democracias occidentales no serían consideradas como tales por Montesquieu, y menos aún por Rousseau, que no admitía la representación política ni los partidos, y para quien la voluntad general, para serlo realmente, tiene que ser siempre justa y razonable.
Bajando a lo concreto, no era utópico en 1930 lo que Eugenio Vegas propuso a Alfonso XIII; ni, en 1939, el régimen que Acción Española quería que reinstaurase el Movimiento nacional del 18 de julio. Por el contrario, previó con anticipación realista la venida de la República y su catastrófico desarrollo. También, muy pronto –por su conocimiento de historia y, en especial, por la experiencia del final de la dictadura del General Primo de Rivera–, se percató de que el régimen de Franco tendría un inevitable final y padeceríamos lo que ahora sufrimos y aún lo peor que, él pensaba, está por venir. En fin, cuando le fallaron todas sus esperanzas de reinstauración de la monarquía tradicional se retiró de la política y, cuando, incluso, escapó de sus posibilidades la educación y formación doctrinal del Príncipe, se dedicó a sembrar sus ideas donde pudo hacerlo.
Pero Gonzalo Fernández de la Mora, en “Un animador intelectual”, dice algo más:
«El modelo constitucional de Vegas apenas tiene ya viabilidad patria, porque la Iglesia posconciliar ha renunciado a la confesionalidad del Estado y ha aceptado el pluralismo ideológico. Y, además, porque la realeza se ha pronunciado a favor de unos esquemas institucionales incompatibles con los preconizados por Vegas. Una “ortodoxia legitimista” desautorizada por su iglesia y su dinastía es algo bastante parecido a lo que los franceses denominan un “château en Espagne”. En este doble desprendimiento de raíces se funda la frustración dogmática y, consecuentemente política, de Vegas».
También rogamos a nuestro amigo que reflexione y revise esta declaración de inviabilidad, presente y futura, que no podemos compartir.
La primera razón en que la apoya se funda en que “La Iglesia postconciliar ha renunciado a la confesionalidad del Estado”. En esto parece que Fernández de la Mora coincide con García Escudero, y, sin duda, con un sector eclesiástico, tal vez mayoritario en la Iglesia española y en los medios de comunicación. Sin embargo, la misma Declaración sobre la libertad religiosa del Concilio Vaticano II dice claramente:
«Ahora bien: como quiera que la libertad religiosa que exigen los hombres para el cumplimiento de su obligación de rendir culto a Dios se refiere a la inmunidad de coacción en la sociedad civil, deja íntegra la doctrina tradicional católica acerca del deber moral de los hombres y de las sociedades para con la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo».
En su discurso de investidura, como numerario de la Real Academia de Jurisprudencia, el Catedrático Isidoro Martín Martínez mostró, en su conclusión, que el ideal de toda nación católica consiste en la existencia entre Iglesia y Estado de “distinción sin separación y colaboración sin confusión”. Y cita, entre otras declaraciones del documento de los obispos españoles, publicado en 1973, LA IGLESIA Y LA COMUNIDAD POLÍTICA, la que sigue:
«(…) será necesario esforzarse por acomodar toda nuestra legislación a la ley de Dios, tal como la interpreta la doctrina de la Iglesia».
No pretendió otra cosa Eugenio Vegas. Él no quería confusión de jerarquía religiosa y gobierno civil, sino que las leyes y la actuación política de los gobernantes se acomodara a la ley de Dios. Por eso, entre otras razones menos importantes, no podía ser demócrata en el significado moderno de la palabra, surgido de la Revolución francesa, implicativo de que la ley y la justicia emanan de la voluntad del pueblo. Y, en esto, no se separaba de Juan XXIII, en su encíclica PACEM IN TERRIS, al decir éste que,
«(…) no puede ser aceptada como verdadera la posición doctrinal de aquéllos que erigen la voluntad de cada hombre o de ciertas sociedades como fuente primaria y única de donde brotan derechos y deberes y de donde provenga tanto la obligatoriedad de las constituciones como la autoridad de los poderes públicos».
La segunda razón aducida es que “la realeza se ha pronunciado a favor de unos esquemas institucionales incompatibles con los preconizados por Vegas”. Pero, al argüirlo, olvida que la monarquía es la cima preferible, pero no el fundamento de la concepción propugnada por Eugenio Vegas. Por eso rechazaba la monarquía absoluta. Y no olvidemos que, a su juicio, el gobernante –por él venerado, como puede verse en su conferencia que reproduce en primer lugar este número de VERBO– que, en los tiempos modernos, mejor llevó a la práctica el derecho público cristiano, fue un presidente de una República, García Moreno. Entre los amigos de la Ciudad Católica no predicó doctrina monárquica –aunque él siguiera considerando que la monarquía tradicional era el régimen óptimo–, sino los principios del derecho público cristiano y de la doctrina social de la Iglesia.
Pensaba lo mismo que expuso Vallet de Goytisolo en el último párrafo de su conferencia “Constitución orgánica de la nación”:
«No proponemos un programa político, sino que promovemos un cambio mental. Para que sean desechados todos los falsos mitos en los que, desde la modernidad, se apoya nuestro mundo político y tantas utopías por las cuales se trata hoy de huir hacia adelante ante los reiterados fracasos de las ideologías basadas en ellos».
Por su parte, Francisco de Gomis hace estas precisiones:
«La Política tiene sus exigencias muy concretas adaptadas a la realidad del hombre (…)».
(…)
«La Verdad es espiritual y no puede admitir deformaciones que la limiten y que se hallan en la misma naturaleza de la libertad del hombre. La Verdad pugna por dar estímulos y orientación a esa Libertad. Nunca será adecuado condenar a la Iglesia, que afirma y aconseja, por el alejamiento de sus fieles cuando éstos, en alas de su libertad, escogen otros caminos. Y la Verdad absoluta proclamada por Cristo no es menos Verdad porque en un momento dado la mayoría se aleje o la deniegue. Hay verdades del espíritu que son inalterables, que se encuentran proclamadas desde la más remota antigüedad, cuyos condicionamientos a las circunstancias de cada momento son también enunciables.
»Eugenio Vegas Latapié es un clásico del pensamiento. No tiene la pedantería del fichero. Sólo analiza su entorno. Acude al patrimonio espiritual de otros pensadores y de la Iglesia y propone las conclusiones que le parecen más adecuadas. Habrá quien pueda disentir de éstas; es cuestión de contraponer la fuerza de las argumentaciones y la solidez de las previsiones. Pero siempre habrá que reconocer el talento, la cultura, la «lealtad sin límites», la fidelidad y la misión de quien ha sido el aldabón de muchas Verdades que se hallaban dormidas y cuyo despertar ha influido decisivamente en el rumbo de nuestra más reciente historia».
No hay utopía en lo propuesto por Vegas, sino conciencia de que sólo sembraba para que alguien pudiera recoger mañana. El mismo Juan Vallet, en ABC del día 20, interpretando y mostrando el sentir de Eugenio Vegas, escribe:
«El nombre griego Speiro significa sembrar. La idea de adoptarlo la suscitó una poesía titulada Sembrad, de sor Cristina de la Cruz de Arteaga y Falguera. A Eugenio le gustaba recitarla. Comienza así: “Sin saber quien recoge, sembrad”. Su tercera estrofa la inicia este verso, “No os importe no ver germinar”.
»¡Sembrar! Esto es lo que Eugenio hizo toda su vida; aunque, desde hacía muchos años, sabía que no vería germinar la semilla por él esparcida… Pero la poesía de sor Cristina de la Cruz sigue y concluye
»“Las espigas dobles romperán después.
Yo abriré la mano
para echar el grano
con una armoniosa promesa de mies
en el surco humano.
Brindará la tierra su fruto en agraz;
otros segadores
cortarán las flores…
Pero habré cumplido mi deber de paz,
mi misión de amores (…)”».
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