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Tema: Democracia orgánica y Eugenio Vegas: Estanislao Cantero vs. Gonzalo Fdez. de la Mora

  1. #1
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    Democracia orgánica y Eugenio Vegas: Estanislao Cantero vs. Gonzalo Fdez. de la Mora

    Fuente: Los teóricos izquierdistas de la democracia orgánica. La democracia orgánica, defendida por los krausistas, es un invento de la izquierda. Gonzalo Fernández de la Mora. PLAZA & JANES EDITORES, S. A. 1985. Texto de la contraportada.



    En la democracia inorgánica los gobernados se hacen representar a través de los partidos; en la democracia orgánica lo hacen a través del municipio, la región, el sindicato o las corporaciones. Ambos procedimientos no son incompatibles. Se ha dicho que la democracia orgánica es un hallazgo de los regímenes autoritarios; pero no es cierto. El organicismo social tiene su raíz en el idealismo alemán: Hegel, Fichte y, sobre todo, Krause. De este último lo tomaron los krausistas españoles. Así, Sanz del Río, Salmerón, Giner, Pérez-Pujol, Posada o Besteiro. La expresión «democracia orgánica» la acuñó el socialista Fernando de los Ríos en 1917 y la desarrolló Madariaga en 1934. La democracia orgánica es un invento de la izquierda, luego adoptado por otros sectores.

    Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial se han generalizado en occidente los pactos socio-económicos entre sindicatos obreros y organizaciones empresariales. Estos acuerdos, auspiciados por el Estado, son claro testimonio del renacimiento de la representación orgánica; es el llamado neocorporativismo.

  2. #2
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    Re: Democracia orgánica y Eugenio Vegas: Estanislao Cantero vs. Gonzalo Fdez. de la M

    Fuente: ABC, 20 de Septiembre de 1985, página 52.



    Vegas doctrinario



    Hay en la figura pública de Vegas tres facetas de distinto brillo: la de animador intelectual, la de doctrinario y la de político.

    Como animador intelectual, creó, en unión de Ramiro de Maeztu, la revista de pensamiento Acción Española, a cuyo alrededor se congregó un valioso grupo de escritores que compartían una concepción tradicional del mundo. Algunos fueron asesinados por sus convicciones en 1936. El joven Vegas fue el promotor y el coordinador de aquel laboratorio en el que se forjaron las razones del alzamiento nacional y las bases de un nuevo estado confesional, corporativo y monárquico que tenía su precedente en el de nuestros siglos de oro.

    Como doctrinario, Vegas se concentró en la crítica del liberalismo católico y de la democracia inorgánica. Paralelamente defendió la ortodoxia integral y la Monarquía limitada por unas Cortes orgánicas. Su libro más importante y maduro –Consideraciones sobre la democracia (1965)– es un análisis demoledor del sufragio universal individualista canalizado monopolísticamente por los partidos. Hasta entonces no había en la bibliografía de lengua española una obra tan sistemáticamente adversa al demoliberalismo en todas sus formas, incluida la que Vegas, en sentencia famosa, calificaba de «república coronada». Como doctrinario, estuvo en la línea de Donoso, Nocedal y Mella.

    Como político, se entregó tenazmente a la empresa de establecer en España una Monarquía tradicional en la persona del Conde de Barcelona, previa la abdicación de Alfonso XIII. Él fue quien, desde la columna editorial del periódico La Época, acuñó con Valdeiglesias el concepto de «instauración» en lugar de la Simple Restauración. A este objeto participó en las varias conspiraciones antirrepublicanas y, después de la segunda guerra mundial, en las conspiraciones dinásticas. A partir de la promulgación de la Ley Orgánica del Estado se retiró de la política activa, se integró en el ámbito de la revista católica de pensamiento Verbo y se consagró a preparar y redactar sus memorias políticas, de las que ya ha aparecido el primer volumen y está concluido el segundo. En esta obra queda patente una esencial paradoja biográfica: luchó por un nuevo Estado, del que pronto se apartó por no coincidir plenamente con su proyecto monárquico; pero al producirse la Restauración, permaneció al margen porque tampoco coincidía con el esquema que propugnaba. En su noble idealismo político había una fuerte dosis de utopía que prácticamente le incapacitaba para la acción política.

    Con Vegas desaparece el máximo representante contemporáneo del Tradicionalismo político integral, un modelo de escasa viabilidad actual, entre otros motivos, por la posición que adoptó la Iglesia posconciliar. Lo más vivo de la aportación de Vegas y de Acción Española es una reactualización de la interpretación histórica de Menéndez Pelayo, y la teoría de la democracia orgánica, cuya fuente estaba en el idealismo alemán, y muy especialmente en Krause y sus discípulos hispanos.



    Gonzalo FERNÁNDEZ DE LA MORA

  3. #3
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    Re: Democracia orgánica y Eugenio Vegas: Estanislao Cantero vs. Gonzalo Fdez. de la M

    Fuente: Verbo, Número 239-240, Octubre-Noviembre-Diciembre 1985, páginas 1229 a 1238.


    ILUSTRACIONES CON RECORTES DE PERIÓDICOS

    EUGENIO VEGAS LATAPIE



    […]



    IV. SU PENSAMIENTO EN LO ESENCIAL

    Juan Vallet de Goytisolo explica lo que él estima esencial en el pensamiento de Eugenio Vegas Latapié:


    «Fue incompatible con todo voluntarismo: sea el de uno, el de varios, o el de la mayoría. Creyó en la verdad. No en la suya, sino en una verdad objetiva trascendente al hombre, que tenía por fuentes la revelación y el orden natural que la historia y la experiencia de los hombres y de las sociedades nos muestran. No estimaba honesto opinar sin haber estudiado a fondo la cuestión y sin haberse documentado a través de los más solventes autores. Creía indecente lanzar opiniones acerca de lo que no se sabía a fondo. Tampoco le parecía lícito enseñar el error y engañar, aunque fuera por negligencia, ni informar falsamente, mal que fuera por ignorancia.

    »Si en una escuela no debe enseñarse que 2 + 2 son 5 ó 6 ó 3, ni se admite que en la Facultad de Medicina se enseñe a curar conforme opine la mayoría del pueblo o el dictador, ni en la de Farmacia se acepta que cada farmacéutico pueda combinar según le parezca los fármacos que se le ocurran, sino de acuerdo con el arte de curar, ¿por qué en derecho y en política puede decidir la voluntad de uno o de los más y no se busca la solución objetivamente mejor y más justa? ¿Por qué aquello se confía a la búsqueda científica y esto a la voluntad del que manda o de una mayoría movida por la propaganda?

    »Recordaba a menudo esta frase de Kelsen: “De hecho, la causa de la democracia resulta desesperada (es decir, indefendible) si se parte de la idea de que el hombre puede acceder a verdades y captar valores absolutos”. Él creyó, sin desfallecer, en esos valores absolutos; creyó firmemente en que existen verdades objetivas acerca de las cuales no cabe sino estudiarlas. Por tanto, no podía admitir que la mayoría pudiera decidir lo bueno y lo malo, ni lo justo y lo injusto; que pudiera permitir el aborto, la eutanasia, el emponzoñamiento moral. Su discurso de ingreso como numerario en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, Algunas consideraciones sobre la democracia, que constituye un documentado y extenso volumen, muestran claramente sus fundadas y razonadas convicciones políticas».


    Gonzalo Fernández de la Mora, en [ABC], señala:


    «(…) El joven Vegas fue el promotor y el coordinador de aquel laboratorio en el que se forjaron las razones del Alzamiento Nacional y las bases de un nuevo Estado confesional, corporativo y monárquico, que tenía su antecedente en el de nuestros siglos áureos (…)».



    Pero Fernández de la Mora añade algo más, al concluir [en] ABC:


    «Lo más vivo de la aportación de Vegas y de Acción Española es una reactualización de la interpretación histórica de Menéndez Pelayo, y la teoría de la democracia orgánica, cuya fuente estaba en el idealismo alemán, y muy especialmente en Krause y sus discípulos hispanos».



    De estas dos afirmaciones estamos seguros que Eugenio Vegas estaría totalmente disconforme con la segunda. Rogamos a nuestro amigo Fernández de la Mora que lo medite.

    En primer lugar, siempre rechazó la expresión “democracia orgánica”, estimando que ambos términos se repelen; y citaba estas frases de Charles Maurras replicando a Marc Sangnier, en LA DEMOCRATIE RELIGIEUSE:


    «No se organiza la democracia. No se democratiza la organización. Organizar la democracia es instituir aristocracias; democratizar una organización es introducir en ella la desorganización. Organizar significa diferenciar, es decir, crear desigualdades útiles; democratizar es igualar, o sea, establecer en lugar de las diferencias, de las desigualdades, de las organizaciones, la igualdad que es estéril, incluso mortal».



    En segundo lugar, Vegas Latapié no necesitaba influjo alguno, directo o indirecto, de Krause, ni le interesó nada de éste –de quien ya a finales del pasado siglo dijo el ilustre jurista catedrático de la Universidad de Barcelona Juan de Dios Trías y Giró: “hoy ya nadie habla de Ahrens ni de Krause, como no sea para recordar las extravagancias de sus adeptos y la estultez de los gobiernos moderados y progresistas patrocinadores de tan exótica importación en las Universidades de España”–, ni comulgaba nada con el idealismo alemán. Su concepción de los cuerpos intermedios –municipios, gremios, regiones– se basaba en su realidad histórica sempiterna, que vive y revive toda cultura cuando alcanza un determinado nivel y mientras el Estado no los asfixia. Vallet de Goytisolo ha dicho de palabra alguna vez que, sin duda, ya estarían en el código genético que, con la vida, Dios infundió a Adán. La concepción política de Vegas recuerda el régimen que Montesquieu denominó gobierno gótico, y del que escribió –en El espíritu de las Leyes, XI, XIII– que produjo tal concierto:


    «(…) que no creo haya habido sobre la tierra gobierno tan bien temperado como lo fue éste en cada parte de Europa en el tiempo en que subsistió».



    Aunque, a su juicio –que añade en XXX, I–, se trata de


    «(…) un acontecimiento llegado una vez en el mundo y que tal vez no se producirá nunca más (…)».



    Cierto que Montesquieu no captó el principio de este gobierno, del que tanto admiraba su aparición y su desarrollo. Principio que no era otro sino la fe común y la recíproca fidelidad, de cuya necesidad tan percatado ha estado Vegas. Este gobierno floreció en España en el Bajo medievo –con las Cortes, los municipios con sus fueros y los gremios–, y se mantenía con los Reyes Católicos y los Austrias. ¡Nunca pudo ocurrírsele a Eugenio Vegas buscar ese régimen en el krausismo ni en otra versión alguna del idealismo alemán!.

    Ricardo de la Cierva dice que Vegas fue:


    «(…) un intelectual monárquico sumido, hasta la muerte, en la tarea imposible de modernizar el antiguo régimen; que para él no era lo que todo el mundo, es decir, el despotismo ilustrado del siglo XVIII; ni siquiera la gloriosa decadencia barroca, que también era plenitud, en el siglo XVII; sino el Siglo de Oro histórico de España, es decir, desde 1485 a 1598, ni un año más ni un año menos».



    Y, añade en la página siguiente:


    «(…) Con él ha muerto el último enemigo de la Revolución francesa, enemigo temible porque venteaba los orígenes de aquella convulsión con toda la energía de un contemporáneo. Eugenio Vegas nunca mintió, nunca disimuló. El 25 de abril de 1931 proclamaba: “La democracia es el mal, la democracia es la muerte de los pueblos”».



    José de Armas Díaz
    en su artículo EUGENIO VEGAS, MAESTRO DE LA TRADICIÓN, publicado en el diario LAS PROVINCIAS de Las Palmas de Gran Canaria del día 18 de octubre, matiza que Vegas Latapié fue tradicionalista y monárquico:


    «Tradicionalista, sí» (…) «Ahí están su vida y sus obras. Léanlas y estúdielas quien quiera y opínese después».

    (…)

    «Eugenio Vegas, pues, fue monárquico tradicionalista –renunciando digna y elegantemente a todo cuanto de mundano se le ofrecía, desde el mismo instante en que sus lecciones comenzaron a ser desoídas– en la misma línea y en igual medida que lo fue, por ejemplo, Donoso Cortés».



    V. JUICIOS ACERCA DE SU PENSAMIENTO

    Según Raúl Morodo, en Vegas Latapié:


    «(…) hay algo inusual y atípico en el comportamiento político: coherencia, honestidad e intransigencia. Coherencia, en cuanto a unidimensionalidad intelectual: una coherencia integrista sin fisuras, y a la que será fiel en toda su vida. Honestidad, en cuanto como buen maurrasiano, le llevará a no aceptar claudicaciones ni asumir transacciones (…)».


    Añade Raúl Morodo:


    «Anticipación y frustración se unen en una vida política e intelectual azarosa».

    (…)

    «Como en Spengler, hay anticipación y, como en Maurras, hay frustración (…)».


    En cambio, García Escudero no ve en Vegas anticipación alguna, sino, por el contrario, petrificación. Así explica:


    «(…) mientras otros, que pasamos por lo mismo que él, nos apoyamos precisamente en esa experiencia para retirarnos de ella, desprendiéndonos de las adherencias que nos habían retenido al borde de nuestro tiempo, con una fe demasiado vinculada a las fórmulas del pasado para que la pudiésemos encarnar en formas nuevas, él fortaleció su creencia en las que siguió considerando doctrinas verdaderas y salvadoras. Culpaba a las personas que las habían aplicado mal. Fiel a la dura dicotomía donosiana de la historia, había trazado una línea infranqueable ante lo que él llama agresivamente revolución y otros llamábamos ya, amorosa y receptivamente, mundo moderno».



    Revolución
    , según Vegas, es “receptivamente”, para García Escudero, “mundo moderno”. Pidamos a Santa Lucía por la vista de García Escudero. Para que le conceda perspectiva y visión larga, histórica, del proceso de causas y efectos, en el tránsito de nuestra civilización al mundo moderno, es decir, a lo que otro inolvidable maestro nuestro, el profeso Michele Federico Sciacca, denomina el “occidentalismo que es la muerte histórica del Occidente”. Son patentes ya la descristianización, la degradación de las costumbres, el permisivismo moral en un ambiente de inmoralidad que se contempla amoralmente, el materialismo, el egoísmo y el hedonismo, la desintegración de las familias, el aborto, la laicización de la educación, la información tendenciosa dominante, la eclosión de la homosexualidad, el terrorismo, la drogadicción, el pasotismo, la náusea…, que avanzan en el mundo moderno y tienen su raíz en lo que Eugenio Vegas llama “agresivamente revolución”.

    Ricardo de la Cierva se fija en este párrafo de la página 278 de las MEMORIAS de Vegas Latapié:


    «Según he dicho en más de una ocasión, procuraba mantenerme (habla de 1936) al margen de actividades políticas concretas para poderme dedicar por entero a la que estimaba mi tarea fundamental: infundir una clara conciencia ideológica a la derecha española para que algún día pudiera implantar el sistema antiliberal que propugnábamos desde Acción Española».


    Y la apostilla:


    «Aquí están, de una pieza, la gloria y la tragedia de Eugenio Vegas Latapié. La gloria es que nadie como él, en el siglo XX, ha tratado de construir una base ideológica y de conferir una dimensión cultural a la derecha española.

    »La tragedia es que se quemó en ese empeño imposible de construir la base ideológica y conferir la dimensión cultural en contra de la democracia; en contra del liberalismo; en contra de una corriente manchada de sangre y de barro, pero que es la corriente real de la historia moderna. Y –esto ahonda la tragedia– que no contradice ni a la fe cristiana, ni al ser histórico de España, ni a las raíces y el horizonte, a la vez, de Europa y de Occidente.

    »Eugenio Vegas, con insigne coherencia, publicó en Acción Española el discurso de la Comedia pronunciado por José Antonio Primo de Rivera en octubre de 1933. Hace desfilar en su libro, implacablemente, una galería de políticos que después fueron ardientes demócratas y poco antes de la guerra civil despotricaban no menos ardientes de la democracia (…)».

    (…)

    «La tragedia de Eugenio Vegas –una de ellas– es que buscó la defensa de altos ideales –la religión, la monarquía, el servicio al Estado– por un camino cortado ya siglo y medio antes, definitivamente. Pero su gloria consiste en que valoró con hondura, y quiso fomentar con decisión práctica, la necesidad ideológica y cultural de la derecha española, sin advertir la veta Jovellanos-Balmes-Cánovas-Menéndez Pelayo-Maeztu que era también, aunque él no se reconociese más que en dos de esos nombres, la suya».


    Nos parece más cierto, sin embargo, que no existe –por mucho que se desee y quiera– una veta común «Jovellanos-Balmes-Cánovas-Menéndez Pelayo-Maeztu», sino varias vetas distintas de las que alguno, tal vez, mezclara sus aguas que, al confundirse, contaminaron las más genuinas en beneficio, a la larga, de las corrientes revolucionarias.

    Pasando a otro juicio crítico, leemos en el texto de Gonzalo Fernández de la Mora en ABC:


    «En su noble idealismo político había una fuerte dosis de utopía que prácticamente le incapacitaba para la acción de gobierno».


    José Luis Vázquez Dodero matiza mejor:


    «Las utopías son utopías, pero Vegas no era, sin embargo, enteramente utópico, porque creía que, defectos aparte, Isabel y Fernando, Carlos I y su hijo Felipe II, por dar sólo cuatro nombres, habían hecho verdad el mandar como Dios manda, es decir, no divinamente, sino según los divinos preceptos.

    »Si se compara esta aspiración con la tétrica realidad humana que en todos los tiempos ha prevalecido, podrá tacharse de quimérica. Pero, por otra parte, no sabe uno si llorar o reír si se ponen al lado de la llama ardiente de un espíritu como el de Eugenio Vegas, los Himalayas de basura amontonados por insaciables devoradores de poder».


    Creemos necesario distinguir aquello que resulta imposible en un momento histórico dado y lo que es utópico. Son cosas muy distintas. La utopía no está en parte alguna del espacio ni del tiempo. Lo utópico no es posible ni lo será nunca; y es, sempiternamente, pantalla de espejismos y fuente de engaños. En cambio, lo imposible en un momento dado puede haberse alcanzado en otros anteriores y cabe que vuelva a lograrse.

    Hay cosas imposibles en un tiempo dado, pero que, con el común esfuerzo perseverante a largo plazo, incluso de varias generaciones, puede llegar a hacerse realidad. En cambio, los propugnadores de utopías pueden, ayudados con su señuelo, alcanzar el poder, pero ni aun así lograrán instaurarlas sino nominalmente y con su nombre sólo mostrarán un espejismo. Así ocurre con el comunismo, e incluso con la verdadera democracia. En parte alguna existe comunismo entre gobernantes, que lo imponen a sus gobernados, y éstos, que están sometidos al poder absoluto de aquéllos. Y las que hoy se denominan democracias occidentales no serían consideradas como tales por Montesquieu, y menos aún por Rousseau, que no admitía la representación política ni los partidos, y para quien la voluntad general, para serlo realmente, tiene que ser siempre justa y razonable.

    Bajando a lo concreto, no era utópico en 1930 lo que Eugenio Vegas propuso a Alfonso XIII; ni, en 1939, el régimen que Acción Española quería que reinstaurase el Movimiento nacional del 18 de julio. Por el contrario, previó con anticipación realista la venida de la República y su catastrófico desarrollo. También, muy pronto –por su conocimiento de historia y, en especial, por la experiencia del final de la dictadura del General Primo de Rivera–, se percató de que el régimen de Franco tendría un inevitable final y padeceríamos lo que ahora sufrimos y aún lo peor que, él pensaba, está por venir. En fin, cuando le fallaron todas sus esperanzas de reinstauración de la monarquía tradicional se retiró de la política y, cuando, incluso, escapó de sus posibilidades la educación y formación doctrinal del Príncipe, se dedicó a sembrar sus ideas donde pudo hacerlo.

    Pero Gonzalo Fernández de la Mora, en “Un animador intelectual”, dice algo más:


    «El modelo constitucional de Vegas apenas tiene ya viabilidad patria, porque la Iglesia posconciliar ha renunciado a la confesionalidad del Estado y ha aceptado el pluralismo ideológico. Y, además, porque la realeza se ha pronunciado a favor de unos esquemas institucionales incompatibles con los preconizados por Vegas. Una “ortodoxia legitimista” desautorizada por su iglesia y su dinastía es algo bastante parecido a lo que los franceses denominan un “château en Espagne”. En este doble desprendimiento de raíces se funda la frustración dogmática y, consecuentemente política, de Vegas».


    También rogamos a nuestro amigo que reflexione y revise esta declaración de inviabilidad, presente y futura, que no podemos compartir.

    La primera razón en que la apoya se funda en que “La Iglesia postconciliar ha renunciado a la confesionalidad del Estado”. En esto parece que Fernández de la Mora coincide con García Escudero, y, sin duda, con un sector eclesiástico, tal vez mayoritario en la Iglesia española y en los medios de comunicación. Sin embargo, la misma Declaración sobre la libertad religiosa del Concilio Vaticano II dice claramente:


    «Ahora bien: como quiera que la libertad religiosa que exigen los hombres para el cumplimiento de su obligación de rendir culto a Dios se refiere a la inmunidad de coacción en la sociedad civil, deja íntegra la doctrina tradicional católica acerca del deber moral de los hombres y de las sociedades para con la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo».


    En su discurso de investidura, como numerario de la Real Academia de Jurisprudencia, el Catedrático Isidoro Martín Martínez mostró, en su conclusión, que el ideal de toda nación católica consiste en la existencia entre Iglesia y Estado de “distinción sin separación y colaboración sin confusión”. Y cita, entre otras declaraciones del documento de los obispos españoles, publicado en 1973, LA IGLESIA Y LA COMUNIDAD POLÍTICA, la que sigue:


    «(…) será necesario esforzarse por acomodar toda nuestra legislación a la ley de Dios, tal como la interpreta la doctrina de la Iglesia».


    No pretendió otra cosa Eugenio Vegas. Él no quería confusión de jerarquía religiosa y gobierno civil, sino que las leyes y la actuación política de los gobernantes se acomodara a la ley de Dios. Por eso, entre otras razones menos importantes, no podía ser demócrata en el significado moderno de la palabra, surgido de la Revolución francesa, implicativo de que la ley y la justicia emanan de la voluntad del pueblo. Y, en esto, no se separaba de Juan XXIII, en su encíclica PACEM IN TERRIS, al decir éste que,


    «(…) no puede ser aceptada como verdadera la posición doctrinal de aquéllos que erigen la voluntad de cada hombre o de ciertas sociedades como fuente primaria y única de donde brotan derechos y deberes y de donde provenga tanto la obligatoriedad de las constituciones como la autoridad de los poderes públicos».


    La segunda razón aducida es que “la realeza se ha pronunciado a favor de unos esquemas institucionales incompatibles con los preconizados por Vegas”. Pero, al argüirlo, olvida que la monarquía es la cima preferible, pero no el fundamento de la concepción propugnada por Eugenio Vegas. Por eso rechazaba la monarquía absoluta. Y no olvidemos que, a su juicio, el gobernante –por él venerado, como puede verse en su conferencia que reproduce en primer lugar este número de VERBO– que, en los tiempos modernos, mejor llevó a la práctica el derecho público cristiano, fue un presidente de una República, García Moreno. Entre los amigos de la Ciudad Católica no predicó doctrina monárquica –aunque él siguiera considerando que la monarquía tradicional era el régimen óptimo–, sino los principios del derecho público cristiano y de la doctrina social de la Iglesia.

    Pensaba lo mismo que expuso Vallet de Goytisolo en el último párrafo de su conferencia “Constitución orgánica de la nación”:


    «No proponemos un programa político, sino que promovemos un cambio mental. Para que sean desechados todos los falsos mitos en los que, desde la modernidad, se apoya nuestro mundo político y tantas utopías por las cuales se trata hoy de huir hacia adelante ante los reiterados fracasos de las ideologías basadas en ellos».


    Por su parte, Francisco de Gomis hace estas precisiones:


    «La Política tiene sus exigencias muy concretas adaptadas a la realidad del hombre (…)».

    (…)

    «La Verdad es espiritual y no puede admitir deformaciones que la limiten y que se hallan en la misma naturaleza de la libertad del hombre. La Verdad pugna por dar estímulos y orientación a esa Libertad. Nunca será adecuado condenar a la Iglesia, que afirma y aconseja, por el alejamiento de sus fieles cuando éstos, en alas de su libertad, escogen otros caminos. Y la Verdad absoluta proclamada por Cristo no es menos Verdad porque en un momento dado la mayoría se aleje o la deniegue. Hay verdades del espíritu que son inalterables, que se encuentran proclamadas desde la más remota antigüedad, cuyos condicionamientos a las circunstancias de cada momento son también enunciables.

    »Eugenio Vegas Latapié es un clásico del pensamiento. No tiene la pedantería del fichero. Sólo analiza su entorno. Acude al patrimonio espiritual de otros pensadores y de la Iglesia y propone las conclusiones que le parecen más adecuadas. Habrá quien pueda disentir de éstas; es cuestión de contraponer la fuerza de las argumentaciones y la solidez de las previsiones. Pero siempre habrá que reconocer el talento, la cultura, la «lealtad sin límites», la fidelidad y la misión de quien ha sido el aldabón de muchas Verdades que se hallaban dormidas y cuyo despertar ha influido decisivamente en el rumbo de nuestra más reciente historia».


    No hay utopía en lo propuesto por Vegas, sino conciencia de que sólo sembraba para que alguien pudiera recoger mañana. El mismo Juan Vallet, en ABC del día 20, interpretando y mostrando el sentir de Eugenio Vegas, escribe:


    «El nombre griego Speiro significa sembrar. La idea de adoptarlo la suscitó una poesía titulada Sembrad, de sor Cristina de la Cruz de Arteaga y Falguera. A Eugenio le gustaba recitarla. Comienza así: “Sin saber quien recoge, sembrad”. Su tercera estrofa la inicia este verso, “No os importe no ver germinar”.

    »¡Sembrar! Esto es lo que Eugenio hizo toda su vida; aunque, desde hacía muchos años, sabía que no vería germinar la semilla por él esparcida… Pero la poesía de sor Cristina de la Cruz sigue y concluye

    »“Las espigas dobles romperán después.
    Yo abriré la mano
    para echar el grano
    con una armoniosa promesa de mies
    en el surco humano.
    Brindará la tierra su fruto en agraz;
    otros segadores
    cortarán las flores…
    Pero habré cumplido mi deber de paz,
    mi misión de amores (…)”».
    Última edición por Martin Ant; 29/12/2017 a las 13:19

  4. #4
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    Re: Democracia orgánica y Eugenio Vegas: Estanislao Cantero vs. Gonzalo Fdez. de la M

    Fuente: Verbo, Número 243-244, Marzo-Abril de 1986, páginas 475 a 478.


    DEMOCRACIA ORGÁNICA, VIABILIDAD DEL MODELO POLÍTICO Y UTOPÍA EN EUGENIO VEGAS LATAPIÉ


    PUNTUALIZACIONES SOBRE EUGENIO VEGAS

    Por GONZALO FERNÁNDEZ DE LA MORA



    En el número 239 de Verbo (págs. 1.230 y sigs.), a propósito de mi admirado amigo Eugenio Vegas, se me alude con reiteración y sin suficiente fundamento, lo que me obliga a formular ciertas puntualizaciones.

    1. Efectivamente he escrito: «Lo más vivo de la aportación de Vegas y de Acción Española es una reactualización de la interpretación histórica de Menéndez y Pelayo, y la teoría de la democracia orgánica cuya fuente estaba en el idealismo alemán y muy especialmente en Krause y sus discípulos hispanos». A la segunda aserción del citado párrafo se me objeta en Verbo que Vegas «siempre rechazó la expresión democracia orgánica» y que «no necesitaba influjo alguno, directo ni indirecto, de Krause, ni le interesó nada éste». Cada una de las dos objeciones requieren un párrafo:

    a) En su libro Consideraciones sobre la democracia (1965), Vegas dio el título de «Democracia orgánica» a un capítulo de catorce páginas. Empleó, pues, la expresión, aunque no le acababa de gustar porque Maurras, en uno de sus malabarismos dialécticos, afirmó que democracia y organización eran incompatibles; pero Vegas reconoce que «es mucho más fácil y menos comprometido adherirse a la “democracia orgánica” a pesar de la antinomia profunda que encierra la expresión». Es decir, que Vegas da por útil la fórmula. Y digamos entre paréntesis que la antinomia denunciada por Maurras no existe, porque si la democracia es la participación de los gobernados en el gobierno, es evidente que pueden participar organizada o desorganizadamente. Y el modo de participar más organizadamente es la representación política a través de los cuerpos intermedios. La esencia procesal de la democracia orgánica es el voto orgánico o corporativo. Y respecto de éste escribe Vegas: «La representación profesional u orgánica, además de reflejar de manera más adecuada la realidad del país, elevaría el nivel cultural de los elegidos». El modelo de representación política preconizado por Vegas era, pura y simplemente, lo que la doctrina suele denominar democracia orgánica; pero lo que importa no es el nombre sino el contenido, y queda cada cual en libertad de rebautizarlo para hacer las cosas menos inteligibles.

    b) Acerca de la segunda objeción, yo nunca he escrito que Vegas conociese o se interesase por Krause. Se refuta, pues, no una afirmación mía, sino un maniqueo inventado. Lo único que, en este contexto, he escrito es que la teoría de la democracia orgánica se debe al idealismo alemán y al krausismo. Esto he podido comprobar que no lo sabía casi nadie hasta que se publicó mi estudio sobre la cuestión, y Vegas lo ignoró durante toda su vida, hasta que, a finales de 1980, me oyó explicarlo en una sesión de la Academia de Ciencias Morales y Políticas y, luego, lo leyó en la separata que le envié de la Revista de Estudios Políticos (junio de 1981). Lo comentamos y me manifestó su sorpresa. Nadie está, pues, más convencido que yo de que Vegas no era consciente del antecedente.

    Pero, la objeción va más lejos y se afirma, en son de reproche, que Vegas «no necesitaba influjo alguno, ni directo, ni indirecto, de Krause». Si lo necesitaba o no, es asunto muy subjetivo en el que ahora no quiero entrar; lo que puede tener algún interés objetivo es averiguar si Vegas fue o no influido por el organicismo social krausista. Ésta es una cuestión marginal sobre la que nunca me he pronunciado, y aprovecho la ocasión para hacerlo ahora. Vegas estudió a fondo la importante obra de Madariaga Anarquía o jerarquía (1934) y la citó con reiteración. En esa obra, Madariaga formulaba su proyecto de democracia orgánica y, como he demostrado en un libro reciente, Madariaga era en esta materia un epígono del krausismo, lo cual prueba que Vegas recibió un influjo indirecto de Krause, por lo menos, a través de Madariaga. Pero hay más; Vegas reconoció reiteradamente el magisterio de Mella y, como he escrito en otro lugar, Mella conocía mal, pero tenía noticia del organicismo krausista, lo cual nos revela otra vía indirecta de influjo. Y me detengo aquí para no cansar al lector, porque el seguimiento de las tácitas y expresas influencias del organicismo krausita sobre el tradicional da materia para muchas páginas.

    Añadiré que no veo razón alguna para considerar como inconfesable y negativo el hecho de haber aprendido, directa o indirectamente, algo de un krausista. El krausista Ahrens era un estudioso de gran talento al que se debe una de las elaboraciones más inteligentes y completas de la teoría orgánica de la sociedad y de la representación, que luego defendió, entre otros, Vegas. Hoy, ser organicista y no querer leer a Ahrens sería como ser comunista e ignorar a Marx. Y esto lo declaro, como es notorio, desde unas posiciones filosóficas que están a distancias siderales de la metafísica krausista. Saber es distinguir, y no hay peor método que el reduccionismo y la globalización.


    2. Escribí también: «El modelo constitucional de Vegas apenas tiene ya viabilidad patria, porque la Iglesia postconciliar ha renunciado a la confesionalidad del Estado y ha aceptado el pluralismo ideológico. Y, además, porque la realeza se ha pronunciado a favor de unos esquemas institucionales incompatibles con los preconizados por Vegas. Una “ortodoxia legitimista” desautorizada por su iglesia y su dinastía es algo parecido a lo que los franceses denominan un château en Espagne».

    a) Respecto de la confesionalidad, reconoce mi objetor que mi opinión coincide con «un sector eclesiástico tal vez mayoritario de la Iglesia española». Creo que con esto bastaría, puesto que estamos hablando de un modelo político para España. Sugiere, además, mi objetor que la Iglesia opina de otra manera; pero no aporta prueba alguna y resulta difícil de admitir que la mayoría eclesiástica española esté contra la opinión de la Iglesia sin que se le llame solemnemente la atención. Por otro lado, es un hecho que la Iglesia de Roma ha aceptado la no confesionalidad del Estado español, proclamada por la Constitución vigente, texto que la autoridad eclesiástica no ha condenado y que la mayoría de la jerarquía española acogió favorablemente. Quien afirmase que hoy en España es viable la confesionalidad del Estado y que la Iglesia la preconiza, negaría la evidencia.

    b) También Verbo se manifiesta disconforme respecto a cuanto digo acerca de la monarquía; pero lo hace en términos tan confusos que no acierto a desentrañarlos. Mi convicción es que Vegas propugnó la restauración en España de una monarquía tradicional en la persona de mejor derecho de la dinastía reinante. No tengo ninguna noticia de que Vegas se hiciera republicano, indiferente en materia de formas de gobierno, o partidario de un cambio de personas dentro o fuera de la línea alfonsina. El hecho es que, por propia decisión libre de las regias personas, el modelo monárquico de Vegas carece de viabilidad española. Negar esto sería negar la evidencia. ¿Quizás sugiere Verbo que en el futuro no se puede descartar la restauración de esa monarquía tradicional por el príncipe de mejor derecho de la dinastía? Lo que suceda en ese futuro lejano es algo que está más allá del horizonte de mi artículo y, seguramente, de mi vida. Me refiero a mi tiempo: dentro de él, la inviabilidad española de la monarquía tradicional encarnada por la legitimidad sucesoria de Alfonso XIII –que es la que propugnó Vegas– es total.


    3. También he escrito: «En su noble idealismo había una fuerte dosis de utopía que prácticamente le incapacitaba para la acción de gobierno». Incluso esta idea, que me parece apologética, desagrada a mi crítico, quien, a modo de presunta contraposición, afirma que Vegas «no era utópico en 1930 ni en 1939». Mi crítico cae otra vez en la refutación del maniqueo inventado. Yo no sólo no creo que el modelo político de Vegas era inviable en 1930 y en 1939, sino que he escrito con reiteración que ese modelo fue en gran parte realizado por el Estado del 18 de julio. Lo que afirmo es que el maximalismo práctico de Vegas le impidió gobernar, cosa que está confirmada apodícticamente por su larga vida de político en perpetua oposición. Y el maximalismo es siempre utópico, porque no hay realidad terrestre alguna que coincida absolutamente con un modelo ideal. Pero es al final de la vida de Vegas cuando la dosis de utopismo alcanza una mayor densidad. Entiendo que murió fiel a los sucesores de Alfonso XIII y, sin embargo, partidario de una monarquía tradicional, antiparlamentaria y antipartitocrática. Tal proyecto era históricamente contradictorio, lo cual es una de las manifestaciones más claras del utopismo.

    En fin, algunos de los que nos honramos con la amistad de Vegas, le admiramos, y reconocemos nuestras deudas con su labor educadora y no pocas coincidencias conceptuales, creemos que no es bueno caer en la beatería o en la monopolización porque ambas empequeñecen al que las padece.

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    Re: Democracia orgánica y Eugenio Vegas: Estanislao Cantero vs. Gonzalo Fdez. de la M

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Fuente: Verbo, Número 243-244, Marzo-Abril de 1986, páginas 478 a 490.


    RESPUESTA A GONZALO FERNÁNDEZ DE LA MORA


    Por ESTANISLAO CANTERO


    Nuestro querido amigo y colaborador, el ilustre académico y brillante escritor, don Gonzalo Fernández de la Mora, nos ha remitido las anteriores puntualizaciones sobre Eugenio Vegas. Con toda cordialidad las publicamos y replicamos, manifestando nuestras discrepancias.

    I. La democracia orgánica.– En las «Ilustraciones con recortes de periódicos» del número 239-240 se señaló que Eugenio Vegas «siempre rechazó la expresión democracia orgánica» (página 1.230) como objeción a la segunda afirmación del siguiente párrafo de Gonzalo Fernández de la Mora que reproducíamos: «Lo más vivo de la aportación de Vegas y de Acción Española es una reactualización de la interpretación histórica de Menéndez Pelayo, y la teoría de la democracia orgánica, cuya fuente estaba en el idealismo alemán y muy especialmente en Krause y sus discípulos hispanos».

    a) 1.– Es cierto que Eugenio Vegas dio el título de «democracia orgánica» al último epígrafe de aquéllos en que dividió el apartado titulado «la democracia moderna» de su libro Consideraciones sobre la democracia. «Empleó, pues, la expresión», tal como dice Fernández de la Mora. En este sentido tiene, pues, razón, Fernández de la Mora.

    Pero el hecho de que empleara, utilizara o escribiera la expresión «democracia orgánica», ¿dice algo respecto a su aceptación o rechazo? Por supuesto que no. Y ésta es la cuestión. No si la empleó o no, ya que para poder rechazarla –o en su caso aceptarla, que es lo que verdaderamente se debate– tenía forzosamente que emplearla. Para nosotros está claro que la rechaza y tal es lo que indica la frase que se había escrito: «siempre rechazó la expresión democracia orgánica». De otro modo se hubiera escrito: «nunca empleó o nunca escribió la expresión democracia orgánica». Para rechazar lo que se quiere significar con dicha expresión, por fuerza tenía que emplearla. No creemos, sin embargo, que nuestro ilustre contradictor se refiere a una interpretación en la que rechazar la expresión es contradictorio con emplearla o escribirla.

    2.– Respecto al fondo de la cuestión, y dejando para más adelante las alusiones de Fernández de la Mora respecto a Maurras, veamos lo que dice de Eugenio Vegas con las citas de éste que aporta.

    Según Fernández de la Mora, «Vegas reconoce que es mucho más fácil y menos comprometido adherirse a la “democracia orgánica” a pesar de la antinomia profunda que encierra la expresión. Es decir, que Vegas da por útil la fórmula».

    Es cierto que Eugenio Vegas ha escrito esas palabras que escribimos en cursiva y que cita Fernández de la Mora. Pero esto no significa que Vegas «da por útil la fórmula». Veámoslo.

    Cuando Eugenio Vegas escribe esa frase está hablando del sufragio orgánico contraponiéndolo al sufragio inorgánico, y dice: «Son muchos quienes consideran el sufragio orgánico el medio más adecuado para obtener una auténtica representación nacional, indemne de los males inherentes al sufragio inorgánico, aun cuando se halle en oposición absoluta con el principio de igualdad en que pretende basarse la democracia moderna. Se trata, en efecto, de un sufragio cualitativo que se contrapone al sufragio cuantitativo; pretende que la calidad sustituya a la cantidad. En último resultado, que gobiernen los mejores –aristocracia, aristarquía– en lugar de que impere la voluntad del número, de la multitud –democracia–. Pero como el mundo actual vive inmerso en un clima ideológico determinado por la terminología democrática, frente al cual resulta heroico pronunciarse, y es el heroísmo virtud rara, casi nadie se arriesga, aun sustentando el valor de los conceptos, a proclamarse partidario de la aristocracia, o de su término equivalente –la aristarquía–, que se encuentra libre del séquito de prejuicios biológicos e históricos que acompañan al primero. Es mucho más fácil y menos comprometido adherirse a la «democracia orgánica», a pesar de la antinomia ideológica profunda que encierra la expresión» (1).

    He ahí, en todo su contexto, la frase de Eugenio Vegas citada por Fernández de la Mora. Eugenio Vegas se refiere a quienes («son muchos…») consideran que el sufragio orgánico es más útil que el inorgánico para obtener una auténtica representación nacional y que no se atreven a emplear la expresión aristocracia o aristarquía, pues por vivir inmersos en un clima ideológico determinado por la terminología democrática, consideran más fácil y menos comprometido adherirse a la democracia orgánica. Pero de ninguna manera «da por útil la fórmula». Él no se incluye entre quienes se adhieren a ella. Es más, la rechaza y no la considera en absoluto útil. No sólo por «la antinomia ideológica profunda que encierra», sino porque, a continuación del largo párrafo transcrito, escribe: «No supone, desde luego, novedad alguna la doctrina que indebidamente se titula «democracia orgánica»». Aquí Eugenio Vegas no se refiere a otras personas, sino que es él quien toma posición y de esa doctrina dice que «indebidamente» se titula democracia orgánica. Pero, no sólo sería incongruente considerar útil una fórmula de la que dos líneas después dice que indebidamente se titula de esa manera, sino que, además, la rechaza expresamente siguiendo a Maurras y a Charles Benoist. Así, escribe: «Entre los numerosos autores que han abordado a fondo este problema, nadie lo ha planteado y estudiado, a mi juicio, con tanta precisión como Maurras» (2). «Para Maurras, el intento de yuxtaponer los términos «democracia» y «organización» equivale a pretender hermanar proposiciones contradictorias, a plantearse la cuadratura del círculo» (3). Y más adelante añade: «Nada nos parece más elocuente que las palabras con que Charles Benoist expone su desengaño al comprobar la esterilidad de sus trabajos para realizar el imposible sueño de organizar la democracia» (4). Las tesis y explicaciones de Maurras y Benoist las hace plenamente suyas Eugenio Vegas.

    3.– Escribe Fernández de la Mora: «La esencia procesal de la democracia orgánica es el voto orgánico o corporativo. Y respecto de éste escribe Vegas: la representación profesional u orgánica, además de reflejar de manera más adecuada la realidad del país, elevaría el nivel cultural de los elegidos. El modelo de representación política preconizado por Vegas era, pura y simplemente, lo que la doctrina suele denominar democracia orgánica».

    En primer lugar, Eugenio Vegas emplea acertadamente el calificativo de orgánica referido a la representación, pero no lo refiere a la palabra democracia, ya que a ésta la considera sustancialmente contrapuesta a lo realmente orgánico. Por ello, Vegas rechaza la equivalencia entre las expresiones «representación profesional u orgánica» y «democracia orgánica».

    En segundo lugar, en la frase aportada por Gonzalo Fernández de la Mora de Eugenio Vegas, éste se refiere a determinadas ventajas de la representación profesional u orgánica (y líneas antes al sufragio orgánico frente al inorgánico) frente al sufragio inorgánico. Pero, a pesar de ello, tras la frase transcrita por Fernández de la Mora, Eugenio Vegas añade: Pero no cabe hacerse demasiadas ilusiones. Esa indudable mejora en modo alguno resolvería el gravísimo mal que producen las intromisiones y usurpaciones ilimitadas del Parlamento (5). Es decir, de la frase de Vegas citada por Fernández de la Mora no se infiere de ningún modo que «el modelo de representación política preconizado por Vegas era, pura y simplemente, lo que la doctrina suele denominar democracia orgánica». Vegas no preconiza eso en absoluto. En primer lugar, porque la democracia orgánica es susceptible de muchas interpretaciones. Entre ellas la de Maurras y la Acción Francesa, que la considera un absurdo y un imposible. Esa interpretación forma parte de la doctrina que se refiere a la democracia orgánica, aunque sea para rechazarla y combatirla.

    En segundo lugar, y esto constituye el meollo de la cuestión, porque para Eugenio Vegas la democracia es «el gobierno del pueblo por el pueblo, el gobierno del número» (6). Por esta razón rechazaba por contradictoria la expresión democracia orgánica. Por este motivo indicaba, como hemos visto, que la representación profesional u orgánica EN una democracia no permite hacerse demasiadas ilusiones, debido a las intromisiones y usurpaciones ilimitadas del Parlamento. Y es que, para Eugenio Vegas, el mal está en el gobierno democrático aunque a la cámara de representantes se acceda a través de un sufragio orgánico, que aunque menos nocivo que el inorgánico, conserva los males del Parlamento de la democracia. Por eso señalará que el Parlamento, aunque esté formado a través de una representación profesional u orgánica, no debe gobernar sino precisamente representar (7). La democracia en Vegas Latapié, si sigue siendo democracia –es decir, «gobierno por el pueblo»–, es mala aunque exista un Parlamento o cámara de representantes en la que éstos resultan elegidos por sufragio orgánico, pues, en realidad, tales representantes se convierten en gobernantes.

    4.– Veamos ahora las alusiones a Maurras que afectan al pensamiento de Eugenio Vegas, puesto que en la forma de plantearse esta cuestión le siguió muy de cerca.

    Dice Fernández de la Mora: «Empleó, pues, la expresión, aunque no le acababa de gustar porque Maurras, en uno de sus malabarismos dialécticos, afirmó que democracia y organización eran incompatibles». Y más adelante: «Y digamos entre paréntesis que la antinomia denunciada por Maurras no existe, porque si democracia es la participación de los gobernados en el gobierno, es evidente que pueden participar organizada o desorganizadamente. Y el modo de participar más organizadamente es la representación política a través de los cuerpos intermedios». A esto es a lo que Fernández de la Mora, líneas después, denomina democracia orgánica.

    Creemos que en estos párrafos se contiene la esencia de la discusión. Maurras y Vegas, al hablar de democracia, tenga ésta calificativos o no, se refieren a la democracia como forma de gobierno en su origen etimológico –así lo señala reiteradamente Eugenio Vegas, desde su Romanticismo y democracia hasta sus Consideraciones, y es notorio en la obra de Maurras–, es decir, al gobierno popular, al gobierno del pueblo por el pueblo, y más aún en la democracia moderna, al gobierno de la multitud. En esta acepción no hay malabarismo alguno al considerar que la democracia, y en especial la democracia moderna, es incompatible con la organización.

    Fernández de la Mora, por el contrario, se refiere a la democracia como participación y así lo señala expresamente: «si la democracia es la participación de los gobernados en el gobierno». Pero a esto, tanto Maurras como Eugenio Vegas le objetarían, con razón, que eso no es la democracia. Desde luego no es la democracia de la que hablan y a la que combaten. Para ceñirnos a Eugenio Vegas baste con leer, por ejemplo, que en sus Escritos políticos, bajo el epígrafe «Democracia: Intervención del pueblo en el gobierno», dice: Asociar al pueblo a la función de gobierno es cosa enteramente distinta (…) eso (…) no es democracia, dígalo quien lo diga (8).

    Por ello, creemos que sólo confundiendo las acepciones de democracia como ejercicio del gobierno por el pueblo y como participación del pueblo en el gobierno, reduciéndola a una sola acepción, es posible considerar que no es exacto escribir que Eugenio Vegas «rechazó siempre la expresión democracia orgánica» o afirmar que «lo más vivo de la aportación de Vegas (…) es (…) la teoría de la democracia orgánica». Eugenio Vegas era partidario de la participación política del pueblo representado a través de los cuerpos intermedios, pero esto nunca lo aceptó como democracia orgánica. Sólo empleando de forma restrictiva el concepto de democracia orgánica, limitándolo a la participación política en vistas a la representación –no al gobierno–, cabe decir que lo más vivo de su aportación fue la teoría de la democracia orgánica. Pero Vegas nunca habría aceptado –pues se esforzó en rechazarlo– que lo que él propugnaba se calificara de esa manera.

    Estamos perfectamente de acuerdo con Gonzalo Fernández de la Mora cuando afirma: «Pero lo que importa no es el nombre sino el contenido, y queda cada cual en libertad de rebautizarlo para hacer las cosas menos inteligibles». Porque lo que importa es el contenido, Maurras y Vegas señalaron el vicio radical que a juicio de ambos entrañaba el concepto de democracia y se esforzaron en que se utilizara tal palabra en un solo sentido: forma de gobierno en la que el poder es ejercido por el pueblo, que es diferente de la participación del pueblo en el gobierno. Por ello Maurras polemizó con Marc Sangnier y años antes, en 1899, advertía, con palabras que reproduciría Eugenio Vegas, que «la definición de las palabras es libre. Se puede decir al pollo: te bautizo carpa, y llamar mesa a un sombrero o gorra a un zapato, pero no es menos cierto que el público debe ser advertido de esos cambios, y si no se le advierte se le engaña: pero, si se le advierte, se pierde el tiempo, pues, ¿para qué sirve cambiar las convenciones del lenguaje antiguo?» (9).

    b) 1.– Al escribir que Eugenio Vegas «no necesitaba influjo alguno, directo ni indirecto, de Krause, ni le interesó nada de éste» no se pretendió en absoluto con tal objeción señalar que Fernández de la Mora hubiera dicho que Vegas se hubiera interesado por Krause o hubiera recibido su influjo. Tiene, pues, razón Fernández de la Mora al escribir: «nunca he escrito que Vegas conociese o se interesase por Krause». Como también la tendría al escribir: «Se refuta, pues, no una afirmación mía, sino un maniqueo inventado», si le hubiéramos imputado tal afirmación. Pero no ha sido así. Por ello, para quienes por el contexto pudiera haberles parecido que le hemos imputado implícitamente tal afirmación, valgan estas líneas como aclaración en tal sentido.

    Lo que nos propusimos al señalar que Eugenio Vegas no recibió influjo de Krause ni se interesó por él, fue indicar que lo que Fernández de la Mora denomina «teoría de la democracia orgánica» de Eugenio Vegas, no tiene ni necesitaba tener su fuente en Krause. Negábamos que la parte del pensamiento de Eugenio Vegas que Fernández de la Mora llama teoría de la democracia orgánica tuviese su fuente en el idealismo alemán y en Krause. Al contrario, indicábamos que la concepción de Eugenio Vegas «de los cuerpos intermedios… se basaba en su realidad histórica sempiterna, que vive y revive toda cultura cuando alcanza un determinado nivel y mientras el Estado no los asfixia», y se añadía: «La concepción política de Vegas recuerda el régimen que Montesquieu denominó gótico… Este gobierno floreció en España en el Bajo Medievo –con las Cortes, los municipios con sus fueros y los gremios– y se mantenía con los Reyes Católicos y los Austrias». Es decir, nos remontábamos a tiempos anteriores al idealismo alemán y a Krause.

    2.– Frente a la opinión manifestada en estas páginas, Fernández de la Mora señala en sus Puntualizaciones, que Vegas recibió el influjo de Krause por dos vías indirectas: Madariaga y Vázquez de Mella.

    Verdaderamente, respecto a los influjos indirectos es muy difícil pronunciarse. Así, por ejemplo, en el supuesto –en cuyo fondo no entramos en este momento– de que la teoría de la democracia orgánica que Fernández de la Mora atribuye a Eugenio Vegas, tuviera su fuente en Krause, podría resultar que la de Krause, a su vez, la tuviera en Montesquieu y más remotamente, en España, en el régimen de los Austrias, de los Reyes Católicos y del Bajo Medievo, toda vez que, a nuestro juicio, la concepción de Vegas recuerda a estas otras. Sin embargo, tal forma de argumentar no parece válida. Porque, además, de forma análoga podría decirse que la teoría de la democracia orgánica cuya fuente sitúa Fernández de la Mora en el idealismo alemán y en Krause, respecto a Ahrens, podríamos decir que su concepción es deudora de Santo Tomás, cuya Suma Teológica y Régimen de Príncipes debió de leer, como se desprende de la mención expresa que hace de ellas (10); o que por haber leído a Grocio (11) es deudor de Vitoria a través de aquél. Así, la fuente de la teoría de Ahrens no estaría en el idealismo alemán ni en Krause, sino en Santo Tomás. Las ideas no son monopolio de nadie (de hecho el progreso no es sino tradición, deuda contraída e influencia recibida de muchos de quienes nos precedieron), y muchas concepciones orgánicas son deudoras de otras, especialmente de Aristóteles y de Santo Tomás, al tiempo que hay concepciones orgánicas muy diversas entre sí. El hecho de citar a un autor, o de haberle leído, no significa que se haya recibido su influjo.

    Sin entrar en la cuestión de si Madariaga o Vázquez de Mella fueron influidos por Krause, que no es objeto de esta controversia, hay que ver si Vegas ha sido influido por Madariaga y, en ese caso, en qué le influyó. Esta influencia sólo cabe aceptarla en su sentido más lato, en cuanto cualquier autor al que se lee –salvo que no diga o aporte absolutamente nada– influye en quien le lee. Así, en este sentido lato, podemos decir que Rousseau influyó en Vegas; pero en sentido más restrictivo, que es el empleado en esta controversia, de ser deudor de unas ideas que se profesan y exponen, Vegas no debe nada a Rousseau. Y creemos que en este sentido restringido y propio, Madariaga tampoco influyó en Eugenio Vegas. Veámoslo: Fernández de la Mora aduce como prueba que Vegas le cita en Consideraciones sobre la democracia. Pero citarle no prueba ese influjo. Vegas cita a Madariaga en tres ocasiones: al hablar de la distinción entre pueblo y nación, junto a otros autores (12); al hablar de la aristocracia como contrapuesta a la democracia orgánica (13); y al señalar que la URSS es la única nación que intenta o profesa gobernarse por medio de una aristocracia (14). También Vegas utiliza textos de Rousseau para combatir la democracia. No por ello es deudor de Rousseau. Tampoco lo es de Madariaga, sobre todo si tenemos en cuenta que de la segunda de las citas de éste, tras citar a Maurras: «(…) organizar una democracia equivale a destruirla», dice: «Entre los autores españoles, Salvador de Madariaga coincide sustancialmente con el inspirador de L´Action Française» (15). El libro de Madariaga Anarquía o jerarquía está fechado en su primera edición en 1934 y Eugenio Vegas ya desde 1932 rechaza la utilización de la palabra democracia para designar algo diferente del gobierno por el pueblo, del gobierno de la multitud. Pero no era preciso esperar a lo que escribiera Vegas para darnos cuenta de que la influencia de Madariaga respecto a la teoría de la democracia orgánica no existe. La formación y las lecturas de Eugenio Vegas son muy anteriores a esa obra de Madariaga, y cuando la lee, encuentra parecido, en una cita determinada, nada menos que con Maurras. No creo que pueda sostenerse que Vegas, en la formulación de su pensamiento, fuera influido por Madariaga.

    Respecto a Mella no cabe negar su influjo en Eugenio Vegas. Pero a la hora de determinar en qué aspectos, puede surgir la dificultad. ¿Reconocer el magisterio de Mella significa adherirse a todo el pensamiento del maestro? Vegas era partidario de una Cámara o Cortes representativas orgánicas, pero no desarrolló prácticamente dicha idea, limitándose casi al enunciado del principio y a menciones al modelo de referencia que situaba en la Edad Media, los Reyes Católicos y los Austrias, adaptado a las necesidades actuales. ¿Tomó esa idea de Mella? (16). ¿La tomó de Donoso? ¿De Gil Robles? ¿De Maurras quizá? ¿Fue fruto del estudio de la historia y de la filosofía –la filosofía aristotélico-tomista–? Esto nos parece lo más correcto, reforzado por los diversos argumentos de esos autores –y de otros sin duda– especialmente de Maurras. En todo caso, no hay duda alguna que en cuanto al origen, el organicismo del idealismo alemán y de Krause no es el mismo que el de Vegas. Aquéllos se basan en un idealismo racionalista y éste en la observación realista de la naturaleza.

    3.– No se ha considerado en ningún momento negativo el aprender algo de un krausista. La verdad hay que descubrirla donde quiera que se encuentre y reconocérselo a quien la halla. Y nada más lejos de la intención y de la dicción de lo escrito en Verbo que rechazarlo a fuer de tomistas. Pero no estamos de acuerdo en que la teoría orgánica de la sociedad y de la representación de Ahrens sea la «que luego defendió, entre otros, Vegas». Esto lo afirma Gonzalo Fernández de la Mora, pero ni lo demostró entonces ni lo hace ahora. Él ve esa identidad. Nosotros, por el contrario, no lo vemos así, y creemos que su fuente está en otro sitio y así lo dijimos.


    II. Viabilidad del modelo constitucional.– En Verbo se señaló nuestra disconformidad con la afirmación de Fernández de la Mora de que «el modelo constitucional de Vegas apenas tiene ya viabilidad patria». Digamos como inciso que la viabilidad o inviabilidad de un modelo constitucional depende de muchos factores. Entre otros de los hombres, especialmente de las élites. Lo que en un momento dado puede parecer a unos inviable, puede parecer a otros viable y ser realidad en un futuro próximo o remoto. En el año 1931 se dio por fenecida a la Monarquía. ¿Cuántos desde 1931 a febrero de 1936, e incluso durante la guerra, creían viable el regreso de un monarca de la dinastía que había abandonado la patria? Hoy puede decir Fernández de la Mora que el modelo de Vegas era viable en 1930 y en 1939 y que, a su juicio, se realizó en gran parte con el régimen nacido del 18 de julio. Pero, si en la guerra hubiera fracasado el bando nacional, ¿hubiera sido viable? No se habría realizado, pero no significa que no pudiera haberlo sido. ¿Sólo la posterior realidad política es la prueba [de] que ese modelo era viable porque se realizó a partir de una voluntad que lo hizo realidad? Pero aunque no se hubiera realizado, tan sólo por ese hecho, no cabe negarle viabilidad. Podría haber sido viable aunque no se hubiera hecho realidad, de forma análoga a como pierde toda viabilidad el feto cuando se provoca su aborto o el recién nacido cuando se le asesina.

    a) Respecto a la confesionalidad del Estado, Fernández de la Mora omite dos textos autorizados que en apoyo de la confesionalidad del Estado se adujeron en Verbo. Uno del Concilio Vaticano II en su Declaración Dignitatis humanae, otro de Juan XXIII en [Pacem in Terris]. A ellos nos remitimos por no polemizar sobre una cuestión en que la doctrina de la Iglesia se ha manifestado con toda claridad, ya que sigue propugnando la constitución cristiana del Estado, una de cuyas condiciones es la confesionalidad del Estado, aunque dé normas para cuando esto no se da. La bondad de esta doctrina y su propugnación por parte de la Iglesia no depende de las mayorías aunque sean de Obispos. Y su viabilidad depende en gran parte del esfuerzo de los católicos, del trabajo que a ello se dedique y de la voluntad para establecerlo.

    b) 1.– Está muy claro. Para Eugenio Vegas la Monarquía como voluntad de un hombre que por el mero hecho de ser el monarca hay que acatar, no es la fuente de la organización social. Eso no es para él la Monarquía. Puede un monarca establecer o contribuir a establecer una monarquía determinada. Puede, también, cambiar en su reinado, de mejor o de peor grado, incluso varias veces, como Fernando VII. ¿Resta esto viabilidad política a un modelo constitucional? Que lo dificulta es evidente, pero no lo hace imposible. Si no, no hubiera habido determinados cambios. Por ello, el que [la] realeza se pronuncie «a favor de unos esquemas institucionales incompatibles con los preconizados por Vegas», no hace su modelo inviable. De lo contrario caeríamos en el despotismo o en la esclavitud.

    2.– Estamos totalmente de acuerdo con que «la inviabilidad española de la monarquía tradicional encarnada en la legitimidad sucesoria de Alfonso XIII –que es la que propugnó Vegas– es total». Pero ni esto fue lo que dijo entonces Fernández de la Mora, ni en lo que nosotros discrepamos en las «Ilustraciones con recortes de periódicos». Pero Eugenio Vegas, que sí defendió la abdicación de Alfonso XIII en su hijo don Juan de Borbón en quien veía –en aquel entonces– al príncipe en quien podía encarnar la Monarquía tradicional católica, no fue, en cambio, en absoluto, de esos monárquicos de Corte que son exclusivamente partidarios de una persona con independencia de sus ideas. Él fue partidario de una Institución, de una forma de gobierno concreta, que en aquel entonces, a su juicio, don Juan representaba. Después, al ver que ese deseo suyo no era posible, Vegas se apartó de la política. Si pretendió el retorno de una persona fue en la medida en que con ella volvería un modelo constitucional determinado: la Monarquía tradicional católica.


    III. Utopía.– 1. No dijimos tan sólo que Eugenio Vegas «no era utópico en 1930 ni en 1939». También dijimos: «muy pronto (…) se percató de que el régimen de Franco tendría un inevitable final y padeceríamos lo que ahora sufrimos y aun lo peor que, él pensaba, está por venir. En fin, cuando le fallaron todas las esperanzas de reinstauración de la monarquía tradicional se retiró de la política y, cuando, incluso, escapó de sus posibilidades la educación y formación doctrinal del Príncipe, se dedicó a sembrar sus ideas donde pudo hacerlo». No nos limitamos, pues, a negar el utopismo de Vegas en 1930 y en 1939. Lo negamos en toda su vida. Por consiguiente, no hemos caído «en la refutación de un maniqueo inventado».

    2.– El hecho de que Eugenio Vegas no participara en el gobierno no es prueba en absoluto de utopismo. La realidad es que no participó por no ceder en sus ideas, y de ahí también su perpetua oposición. Podría haber participado en la acción de gobierno si ésta hubiera coincidido con sus ideas. No era así y, por tanto, no cabía participación a no ser renunciado en parte a las ideas profesadas y por las que combatió. No creemos que esto sea una característica de la utopía. Más bien tiene un nombre bien distinto que la historia, en especial de la transición política, ha mostrado con profusión. Cuando Vegas pudo tener ocasión de participar en la acción de gobierno, se estaba construyendo un nuevo régimen. Esta elaboración pudo ser diferente en consonancia con las ideas y los ideales de Vegas. No se trataba, pues, de que «no hay realidad terrestre alguna que coincida absolutamente con un modelo ideal».

    3.– Creemos totalmente inexacta la afirmación de que «es al final de la vida de Vegas cuando la dosis de utopismo alcanza una mayor densidad». La actitud de Eugenio Vegas retirándose de la vida política nos parece que es suficiente respuesta a ese proyecto «históricamente contradictorio» que, según Fernández de la Mora, Eugenio Vegas pretendía, y que Fernández de la Mora considera que «es una de las manifestaciones más claras del utopismo». El realismo de Vegas le dictó la conducta a seguir.

    En fin, no creemos haber caído entonces, ni tampoco ahora, en la beatería ni en la monopolización. Tan sólo procuramos exponer, entonces y ahora, lo que a nuestro juicio constituye el pensamiento y la actitud política de uno de nuestros maestros más queridos.





    (1) Consideraciones sobre la democracia, Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, Madrid, 1965, págs. 165-166.


    (2) Op. cit., pág. 168.


    (3) Op. cit., pág. 169.


    (4) Op. cit., pág. 172.


    (5) Op. cit., pág. 168.


    (6) Escritos políticos, Cultura Española, Madrid, 1940, pág. 20. Y en Consideraciones sobre la democracia escribió: «cabe afirmar que los términos “gobierno del pueblo” y “gobierno para el pueblo” son comunes a todos los regímenes políticos, mientras no se corrompen, y que tan sólo es característica exclusiva y teórica de la democracia la de ser un “gobierno por el pueblo”» (pág. 64).


    (7) Cfr. Consideraciones…, pág. 168; Romanticismo y democracia, Cultura Española, Santander, 1938, pág. 146.


    (8) Escritos políticos, edición citada, pág. 24.


    (9) MAURRAS, De Démos a César, Du Capitole, París, 1930, pág. 34; VEGAS, Consideraciones…, págs. 24-25.


    (10) AHRENS, Cours de droit naturel, Bruselas, 1860, 5.ª ed., pág. 547.


    (11) Op. cit., págs. 551-552.


    (12) Consideraciones…, pág. 163.


    (13) Op. últ. cit., págs. 171-172.


    (14) Op. últ. cit., pág. 263.


    (15) Op. últ. cit., pág. 171.


    (16) En cualquier caso, y aunque el citar o no a un autor no es prueba incontrovertible respecto a la influencia que dicho autor haya podido ejercer, veamos las citas que de VÁZQUEZ DE MELLA hace VEGAS:

    En ocho ocasiones en Escritos Políticos: en una para señalar que propugnaba como único remedio frente a las doctrinas de la democracia, el abandono de los falsos dogmas de la Revolución francesa (pág. 44); en dos para señalar el lamento de MELLA por los ataques que la Iglesia sufría en 1913 (págs. 59 y 203-204); en otra para indicar que MELLA había vaticinado la situación de 1933 y anunciado la hecatombe (pág. 67, lo repetirá en otra ocasión, pág. 204) y lo que [le] era preciso hacer a los católicos frente a la revolución (págs. 68-69); en otra para advertir que había denunciado la falsa filosofía y las instituciones que de ella nacieron (página 174); y, finalmente, para señalar que las doctrinas de Acción Española respecto a las esencias fundamentales de la civilización cristiana y de la contrarrevolución y los principios del Derecho público cristiano tenían por maestro, entre otros, a VÁZQUEZ DE MELLA (pág. 183).

    En Romanticismo y democracia, una vez para indicar que para los verdaderos contrarrevolucionarios, MELLA entre otros, la verdad siempre tuvo derecho a imponerse por la fuerza (pág. 183).

    En los Escritos políticos editados por Círculo (Zaragoza, 1959), en la parte no publicada en el anterior volumen del mismo título, una vez, para indicar que MELLA previó y anunció la catástrofe a que se había conducido a España (pág. 165).

    En El pensamiento político de Calvo Sotelo (Cultura Española, Madrid, 1941), en cinco ocasiones; una señalando que en tiempos de la Dictadura, MELLA se encontraba enfermo (pág. 37); en otra para afirmar que excepto GIL ROBLES y MELLA, desde la derecha, nadie criticó ni estudió con metodología sistemática y científica desde la Restauración hasta el año 1930 las bases del Estado existente en España (pág. 47); otra para indicar que MELLA rechazaba que la voluntad del pueblo expresada en las urnas debiera ser norma obligatoria para los gobernantes (pág. 55); y dos para indicar en qué aspectos CALVO SOTELO conocía a MELLA (pág. 121) o le siguió (pág. 209).

    En sus Memorias (Planeta, Barcelona, 1983), sólo interesa una en que el regionalismo de MISTRAL coincidía con el ideario de MELLA (pág. 36).

    Y en sus Consideraciones sobre la democracia, cuatro veces para señalar que MELLA se esforzó en dar una concepción cristiana y aceptable de la palabra democracia (págs. 33-34) y ya sabemos que VEGAS rechazaba ese intento; dos veces para indicar con MELLA que en la España anterior al siglo XIX no se conoció la lacra del pauperismo generalizado. Y, solamente le cita en dos ocasiones para colocarle entre los que integran la doctrina que indebidamente se titula democracia orgánica, citando unas frases de MELLA en que éste se muestra partidario del sufragio orgánico por clases y con voto acumulado frente al sufragio individualista y atómico (págs. 166 y 167).
    Última edición por Martin Ant; 29/12/2017 a las 12:45

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