Fuente: Archivo Manuel Fal Conde, Archivo Universidad de Navarra.



Discurso de Don Antonio Garzón. Quintillo 1976


Señor:

Sea lo primero el saludar con todo respeto a V. A., y, con el permiso del Señor, voy a leer unas cuantas adhesiones de las que se han recibido, algunas tan importantes como las del General Cuesta Monereo, Juan Sáenz-Díez –nuestro Jefe Delegado de la Comunión Tradicionalista–, Raimundo de Miguel, Juan José Palomino, etc…

Después quiero saludaros a todos los asistentes a este Acto, empezando por los que sois jerarquía de la Comunión Tradicionalista Carlista; y dirigirme a vosotras, mujeres españolas, que, por españolas, precisamente es por lo que sois más tradicionalistas; y quiero saludaros a todos los carlistas con un abrazo, pero con un abrazo más fuerte todavía a los que, no estando militando en nuestras filas, habéis venido aquí para honrar este Acto y para honrar a todos los que estamos en él.

Se ha caído últimamente en la idea de que en España, en estos momentos, nada hay que hacer; se ha caído en la idea de que todo hay que mitigarlo, y, como diría yo, de que no se pueden tener enfrentamientos reales con los que mantienen criterios diametralmente opuestos: y el resultado es que en España, hoy, la gente no hace más que comentar sentada, en el muro de las lamentaciones –como os dije el día de la Fiesta de los Mártires–, y yo os digo que no saben más que lamentarse, porque les falta gallardía para saltar ese muro y ponerse frente a los que nos provoquen, y, por eso, estamos en minoría; pero, mientras exista la Comunión Tradicionalista Carlista, con un Abanderado a la cabeza, y con unos ideales inmutables que la han mantenido viva durante ciento cincuenta años, España se levantará; y si no, es porque no somos nosotros capaces de vencer de verdad el miedo y estar dispuestos a derramar hasta la última gota de nuestra sangre, si Dios nos lo pide.

Con gran ilusión hablo en este Quintillo –en el que ya habéis tenido la desgracia de oírme más de una vez–, y hablo con ilusión porque me recuerda el primer Quintillo del año 1934, cuando España atravesaba por una situación política muy parecida a la que atraviesa actualmente; cuando hubo un caballero andaluz, que se llamaba D. Manuel Fal Conde –y que, por desgracia para nosotros y para España, éste es el primer Quintillo que nos falta–, que tuvo el valor suficiente para inculcar a aquel grupo de valientes muchachos –que muchos de ellos dieron sus vidas en los frentes– que lo que no se puede de ninguna manera tolerar es ser avasallados continuamente y aceptar todas las provocaciones; nosotros no provocaremos, pero seremos indignos de llamarnos tradicionalistas si no somos capaces de aplastar a quien nos provoque, aplastándolos con nuestro esfuerzo.

Pero, además, quiero hacer constar que, en esta época que estamos viviendo, precisamente hombres que sirvieron cargos políticos durante los últimos 40 años, y que ahora son Ministros en el actual Gobierno, tienen concomitancias con los partidos de izquierdas, queriéndonos establecer diferenciación entre socialistas y comunistas, cuando no son más que miembros de una sola familia, que tiene por padre al marxismo y por madre a la Masonería.

Y ahora, a vosotras también quiero dedicaros un párrafo: es agradable, cuando se habla en público, dirigirse a la mujer; y es agradable, Señor, porque son la claque más a propósito que se tiene para oír palmas, porque son más sensibles de corazón, y, por lo tanto, conviene ganárselas; pero ahora no es que me las quiero ganar, sino que quiero decir todo lo que ellas tienen ganado: ¡benditas mujeres españolas! Benditas mujeres españolas, que habéis sido capaces de dar al mundo el mayor árbol genealógico de Santos; benditas mujeres españolas, que cuando llegó el momento de nuestra Cruzada, fuisteis capaces de ofrecerle a Dios, como madres, como esposas, como hijas, como hermanas y como novias, los amores más puros de vuestra alma.

Y os quiero decir más: cuando tratan las modas y las corrientes modernas de que dejéis de ser lo que siempre fuisteis vosotras, españolizaros más y más, porque sois las únicas que tenéis virtudes y espiritualidad suficiente para enseñar al mundo entero algo que se lleva muy en el fondo del alma, y que es muy superior al desnudismo, que es lo que exhiben las que no tienen otra cosa que exhibir, porque en el fondo están vacías de espiritualidad.

Señor, este sitio está muy incómodo, y no quiero alargarme más, y he dejado este último párrafo para dedicároslo a V. A., pues, como en las Bodas de Caná, el último vino fue el mejor de los vinos que allí se tomaron, y este párrafo no va a ser el mejor por mi palabra, pero sí va a serlo por la solera que el Señor le va a imprimir al escucharlas.

La Comunión Tradicionalista Carlista no se había acabado en España, pero desde hace unos años, por desgracia, empezó a haber desviaciones dentro del Carlismo; empezó a haberlas y nos dimos cuenta, y yo me reprocho a mí mismo de que debí haberlo hecho mucho antes, cuando ya se pretendía lo del Partido, que suponía la apostasía de todos nuestros ideales, teniendo seguridad de que mantenían concomitancias con partidos de tipo izquierdista, que representan los ideales contra los que nosotros luchamos por orden de D. Javier y de D. Manuel Fal Conde.

Como era natural, nuestra disconformidad no suponía la menor renuncia; de distintas regiones se le dirigieron bastantes escritos a D. Javier, que, o no fueron contestados, o se nos devolvieron sin darlos por recibidos; muchos hombres caracterizados de la Comunión hablaron directamente con D. Carlos Hugo; y, por último, escribimos a S. M. pidiéndole una entrevista, y, cuando parecía que estaba concedida, vino la abdicación, y, entonces, se tuvo gallardía bastante para dirigirnos a D. Carlos y decirle que no aceptábamos al Rey que no defendiera los principios de Dios, Patria y Fueros, consustanciales con la Comunión Tradicionalista Carlista; y tuvimos la suerte de que el Infante D. Sixto Enrique –a quien tan de verdad tenemos que agradecer el que, sin aspiraciones dinásticas, el sacrificio que le tiene que haber supuesto, dada su vinculación de sangre– recogiera la Bandera arriada por D. Carlos, para ponerse al frente de los que jamás la arriaron, que serán los que mantendrán ante España y el mundo la espiritualidad de criterios.

Viva Cristo Rey. Viva España. Y viva el Rey.