El carlismo careció de toda relevancia intelectual. En un principio, los par-
tidarios de Don Carlos, en cuyas bases sociales existía un claro predominio de
los sectores agrarios, campesinos y comunales, p
udieron sostenerse a través de
tradiciones consuetudinarias, en cierto modo preconscientes; y en su seno, por
lo tanto, la reflexión ideológica y teórica tuvo una importancia muy secunda-
ria. En ese sentido, el carlismo puede ser encarnado en un estilo de pensa-
miento tradicionalista que se aproxima a lo que Mannheim llama «natural», es
decir, adherido a «normas vegetativas y a viejos modos de vida ligados a ele-
mentos mágicos de conciencia»^9. De 1833 a 1845, el carlismo, bajo la direc-
ción de Carlos V, se movió, por ello, dentro de unos principios sumamente
vagos, genéricos y abstractos, herederos, al menos en parte, de los plantea-
mientos «realistas» gaditanos y de los apostólicos y «agraviados» del reinado de
Fernando VII
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