Re: La verdad de garabandal
En estos días, en un intento de comprender ciertas cuestiones, estoy leyendo el libro La Virgen de Fátima, de C. BARTHAS, de Ediciones RIALP, colección PATMOS "Libros de Espiritualidad". La edición original en Francés es de 1962 y yo tengo una edición en español de 1988.
De dicho texto quiero destacar algunos pasajes del Capítulo XIV "Solamente para Dios" y con el epígrafe "¡Al fin un obispo!". Destaco particularmente los referidos a cómo procedió el obispo que tomó aquello en sus manos, aunque no sea más que para comprobar la diferencia de actitud en un prelado que por entonces tampoco creía en lo que había sucedido en Cova de Iría. Hago una breve introducción sobre quien se trataba y, a continuación, el fragmento que relata como se fue procediendo. Compárese con la actitud oficial mantenida por el Obispado de Santander.
<<La diócesis de Leiria fue restablecida en 1918, y, al fin, en 1920, tuvo su obispo en la persona de S.E. monseñor José Alvés Correira da Silva, que antes había sido profesor de Teología en el seminario de Porto. nacido en 1872, el nuevo prelado tenía cuarenta y ocho años. Muy conocido por su entrega a la acción social cristiana, colaboraba en varios periódicos católicos. Desde el primer momento, clero y fieles tuvieron la sensación de tener un guía seguro. Y todavía hoy, después de cuarenta años (el libro está editado en 1962), administra su diócesis con gran alegría por parte de su pueblo que le ama y le venera. Podemos decir que Nuestra Señora de Fátima no podía haber hecho mejor elección para poner en práctica sus propósitos y como apóstol de sus glorias.
Monseñor José da Silva era muy devoto de la Santísima Virgen. Antes de su elección al episcopado había ido diecisiete veces en peregrinación a Nuestra Señora de Lourdes, cuatro de ellas como director de la peregrinación. Después de su consagración ha vuelto muchas veces más. Tomó posesión de su diócesis el 5 de agosto de 1920, y diez días después, en la fiesta de la Asunción de la Virgen, consagraba su diócesis solemnemente a la Reina del Cielo.
La tarea que se ofrecía al nuevo obispo era de las más delicadas. La diócesis, necesitaba de una reorganización en el aspecto administrativo y en sus principales organismos, sólo le ofrecía uinas, preocupaciones y transtornos. Tan sólo en un lugar el nuevo obispo podía buscar consuelo: en la Cova de Iria, con la emotivas manifestaciones de fe y de piedad que allí tenían lugar. tan pronto como fue conocida su elección por el Soberano Pontífice, uno de sus colegas en el episcopado le había felicitado por tener en su diócesis "el nuevo Lourdes portugués" Tales felicitaciones no le produjeron alegría alguna, puesto que aquello era un gran problema que tenía que resolver, una nueva fuente de preocupaciones. Nada o casi nada hubiese hecho para estudiar de forma regular el origen y la legitimidad de este movimiento que escapaba totalmente a la autoridad eclesiática.
Por tanto, es fácil de comprender que, a pesar de su cortesía tan amable, manifestara cierta frialdad cuando un delegado del Patriarcado de Lisboa le hizo entrega del expediente sobre Fátima, cuya responsabilidad no podía eludir. No tardó mucho en comenzar a recibir cartas y a oír declaraciones en sentidos opuestos. Por su parte el Padre Jacinto Ferreira, arcipreste del distrito de Ourem, cuya bondad llena de caridad hacia los pequeños videntes conocemos, le dijo:
'Me encuentro en una situación privilegiada para saber todo lo que ha pasado en Cova de Iria. Personalmente, reconozco claramente el dedo de Dios en estas maravillas, y lejos de oponerme a la propaganda a favor de Fátima, la permito de buen grado, manteniendo a salvo los derechos del magisterio eclesiástico en lo que se refiere a la apreciación del carácter sobrenatural de los hechos.'
El nuevo obispo leyó o escuchó todos los informes favorables, neutros u hostiles, pero se reservaba su opinión hasta poderse formar una opinión personal.
'En suma -nos ha dicho personalmente-, en lo que se refiere a Fátima era un incrédulo. Pero esperaba de la Providencia las indicaciones según las cuales poder ordenar mi conducta.'
No obstante esta reserva, desde el primer momento se ve ante la necesidad de adoptar una actitud. El hecho de Fátima no es una bagatela. Son millones los fieles que creen en la realidad de las apariciones y que desean el reconocimiento y la normalización del culto a la Virgen de Cova de Iria
(En el caso de Garabandal y a través de los centros repartidos en diversos países, se sabe que son unos 4 millones quienes esperan lo mismo)
Todos los meses el día 13, decenas de millares van allí a rezar con fervor. jamás se ha producido ningún desorden, a no ser la original e inofensiva manifestación de aquel artificiero de Porto de Moz, que disparó, sin advertencia alguna, una salva de veintiuna carcasas para agradecer a Nuestra Señora cierta curación (13 de octubre de 1919).
Por todas partes se cuentan curaciones milagrosas atribuidas a la intercesión de Nuestra Señora de Fátima. El pueblo católico está poco más o menos unánime a la hora de pedir una declaración oficial de la autoridad.
En cuanto al clero, se muestra todavía dividido. (en 1962) Una parte de los sacerdotes se declaran partidarios de la verdad sobrenatural de las apariciones y varios no han dudado en mezclarse, a título privado, entre los peregrinos de la Cova y rezar con ellos.
La mayor parte de los sacerdotes muestra todavía una prudente reserva que había impuesto desde el primer momento a su clero el patriarcado de Lisboa. Una pequeña minoría, queriendo salvaguardar el prestigio de la religión que cree comprometido en este asunto, se manifiesta hostil a la nueva "superstición" sin preocuparse, por otra parte, de examinar de cerca los hechos en su realidad objetiva.
El obispo tiene la responsabilidad de lograr que cesen estas dudas y estas disensiones, mostrando dónde está la verdad. Se pregunta por qué la Santísima Virgen, en una hora de crisis religiosa, moral y social habrá escogido aquel pequeño rincón de su diócesis para recordar a los hombres cuál es el camino de la salvación. En este caso ¿por qué no elegir como embajadores a pequeños pastores inocentes y piadosos como ya lo ha hecho otras veces?
He aquí por qué monseñor José da Silva, inmediatamente después de su nombramiento, se preocupa por estudiar y por hacer estudiar con esmero y atención las visiones que son la base de este culto nuevo, así como los milagros que la opinión vulgar le atribuye.>>
(páginas 321 a 324)
Se puede comparar la actitud, preocupación, interés por aclarar el asunto, en el obispo titular nombrado en 1920, con la de los sucesivos titulares del obispado de Santander desde 1961 hasta hoy 59 años más tarde.
"He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.
<<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>
Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.
Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."
En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47
Nada sin Dios
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