2. Advertencia atendible no atendida por Maritain. “La racial naturaleza de Jesucristo”
Haciendo suyos unos pensamientos de León Bloy en su obra «Le salut par les Juifs», Maritain aduce: “Se olvida, o más bien, no se quiere saber que nuestro Dios hecho hombre es un judío, la flor de la raza judía; que los Apóstoles fueron judíos como igualmente todos los Profetas y que nuestra sagrada Liturgia toda íntegra ha sido bebida en los libros judíos. Siendo esto así, ¿cómo calificar la enormidad del ultraje y de la blasfemia que supone el vilipendiar a la raza judía?”
Antes de proseguir, una advertencia de paso. “Nuestro Dios hecho hombre” no es un judío como los otros, como esos que se mueven en la Bolsa, en las empresas de cine o en el comercio, sino un judío concebido de Madre Virgen sin mancha de culpa original por obra del Espíritu Santo, y con quien estaba unido hipostáticamente el Verbo Divino.
Ninguno de los judíos sometidos en las controversias del mundo a discusión puede exhibir, aun violentando su modestia, para acallar a los adversarios títulos equivalentes.
La apelación a la racial naturaleza de Jesucristo para atacar o defenderse en cuestiones políticas no es de buen gusto. Un espíritu fino al revolver pleitos mundanos deja esos temas aparte cubiertos con reverente y religioso silencio.
Querer emocionar con la Sagrada Persona de Jesucristo al repeler la imputación de maleficios reales o imaginarios de los judíos es procedimiento reñido, por lo menos con los cánones de la estética.
Déjese a Jesucristo de lado al dilucidar si se conduce bien o mal en el mundo la raza judía.
Si el Verbo Divino había de encarnar en el seno de la especie humana, en algún grupo de hombres había de llevar a efecto su misericordioso designio. Ninguno podía alegar méritos propios para exigir ser distinguido con dignación tan soberana. Ahondando bien en el misterio de esa dignación se llegaría a conclusiones muy opuestas al superficial convencimiento de Maritain.
El mundo no se opone a los judíos porque en ellos llevase el Verbo a ejecución el adorable misterio; tampoco porque de ellos saliesen personalidades tan excelsas, sino porque teniéndolas concedidas por don del Cielo las repudiaron y mataron entregándose al culto y adoración del Becerro de Oro.
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