Interesante tema este de las razas malditas. Por lo que respecta a los agotes, también los hubo en Aragón. Copio de un trabajo de M. García Piñuela:
“En Aragón la presencia de “agotes” pasa desapercibida y hubo casi tantos o más que en Navarra, pero los problemas con los montañeses no eran de marginación, sino pura y simple separación de dos comunidades, sin conflictos, ni pleitos, ni escándalos, hasta su total integración. De todos es sabido la fama de buenos constructores y canteros que tenían “cagots” y “agotes” y la tradición de una arquitectura firme y sólida que surgió en Aragón, con obras como la Catedral de Jaca, con uno de los mensajes ocultista más importante del románico, o La Santa Cruz de la Seros [sic], San Caprasio, San Juan de la Peña, o San Pedro de Siresa que ostenta uno de los pocos laberintos que aun puede verse de los muchos que hubo en las iglesias españolas.”
Muy completo es este otro artículo De Bastián Lasierra:
“Sí, ya sé que al hablar de “agotes”, o “cagots”, o “gafos”, que todos estos nombres tenían -y algunos más como luego veremos-, inmediatamente pensamos en Navarra, sobre todo en el barrio de Bozate, en Arizcun, en el Baztán, cerca de Elizondo, o, a lo más, en el Roncal. Pero, ¿agotes en Aragón?
Hace unos cuantos años, al arreglar la iglesia parroquial de Plan, cuya noble piedra había sido embadurnada por la fiebre enyesadota y encaladora del siglo diecinueve, apareció una extraña portezuela debajo del coro, en el ángulo izquierdo del templo.
Desde luego, no podía estar allí para dar paso al cementerio, que justo se encontraba en el lado contrario, ni como una entrada a la sacristía o a la torre, por la misma razón. Además, su insignificante tamaño, como para ser cruzada encorvado o agachado, eliminaba toda otra posibilidad como, por ejemplo, la del paso hacia el baptisterio. ¿Qué pintaba allí esa puerta? ¿Qué misterio tenía? ¿Hasta aquí habían llegado los agotes?
Lo mismo nos sucedía con las brujas, que por lo visto solamente se daban en Euskalerría o en Galicia, hasta que descubrimos su apabullante abundancia en el Alto Aragón. Que en Aragón tenemos de todo, que os lo digo yo. Lo malo es que no nos hemos enterado y seguiremos sin enterarnos por falta de investigadores y de apoyo a la investigación. Y esto no va por nadie, ya se ve… Pero bueno, ¿quiénes eran y qué hicieron los agotes? Un profundo desconcierto sobre su origen llevó en otro tiempo a considerarlos relacionados con otras poblaciones malditas, como “los vaqueros de Asturias”, “los chuetas de Mallorca” o “los cretinos de los Pirineos”. Hoy sabemos que nada tienen que ver con ellos, como no sea un aspecto exterior un poco deprimente, que en todos ellos solamente tienen el significado de una endogamia total, ya que nadie quería emparentar con ellos.
Tampoco son de raza vasca, aunque la pequeña comunidad que queda de ellos sin mezclar hable euskera, por vivir en una zona que casi desconoce el castellano. Pero el factor Rh de su sangre descarta claramente esa procedencia.
Durante la Edad Media se les consideraba leprosos y eso parece indicar el nombre de “gafo”, “mesiello”, “meseguero” o “mesuma” y hasta “cristianos de San Lázaro” con que se los conocía. Esto y también la creencia muy extendida de que su presencia producía un hedor insoportable, nauseabundo, fue el factor más determinante para la marginación que siempre sufrieron. Y, por supuesto, también su carga religiosa, en unos tiempos de profunda fe pero de una gran intolerancia por la obsesión de no mezclarse con herejes. Se los creía descendientes de albigenses o arrianos y godos. Se les perseguía por profesar la fe de los cátaros, quienes rechazaban el poder y la riqueza de la Iglesia. La palabra “cagot” o “casgot” significa precisamente “perro gordo”, y lo que está claro es que a España vinieron desde el Bearne, procedentes de la zona de Albi (tierra de albigenses). ¿Cómo iban a entrar solamente en Navarra, con el contacto intensísimo que el Alto Aragón ha tenido siempre con el “Aragón” del otro lado del Pirineo? Otra cosa curiosa: se habla del Euskadi francés (los iparretarrak, los del norte); de los navarros franceses de la Benabarra, que significa lo mismo que Benabarre: “Navarra la Baja”; se habla de los catalanes franceses de la parte de Perpignan. Bien. Parece que hay razón para ello. Pero, ¿por qué nunca se dice los aragoneses franceses, como han sido en realidad los bearneses y los aregianos? Bueno. Punto y coma aquí… Y sigo con el tema. Si las gentes los consideraban albigenses, ellos se esforzaban por aparecer como auténticos cristianos, y por eso recibieron también el nombre de “cristianos nuevos”. Pero su presencia dentro de la Iglesia fue tan condicionada como fuera de ella: tenían que colocarse debajo del coro, no podían pasar a hacer ofrendas, la comunión la tenían que recibir al final de todos, incluso después que las mujeres y los niños, la paz se les daba con diferente portapaz o, cuando no tenían dos, besaban el reverso del mismo. Y se les hacía entrar en el templo por diferente puerta, generalmente bajita y humilladora, lejos de la principal. Este es el rasgo más importante para descubrir su presencia, aunque esas puertecicas estén tabicadas. Aún había más. En el Roncal, por ejemplo, no podían vestir el traje roncalés con sus ribetes colorados en los capotes y nunca eran reconocidos como ciudadanos. No podían poseer tierras y, probablemente, por esta razón se dedicaron en todos los sitios a oficios artesanos, considerados como bajos frente a los labradores y ganaderos. Fueron, pues, herreros, tamborileros, y con mucha frecuencia de oficios relacionados con la madera: leñadores, torneros, carpinteros, toneleros…
Pero lo más infamante para ellos, junto con la entrada vergonzante a la iglesia, fue la obligación de llevar cosida en la ropa una pata de oca roja sobre el omoplato izquierdo para que todo el mundo detectase su presencia y pudiera huir de ellos. El nombre de “gafos” significa precisamente “mano en garra”. Una inspección de puertas laterales por las iglesias del norte de Aragón nos acusa su presencia en Ansó, Fago, Echo, Majones, Salvatierra, Sigüés, Berdún, Villanúa, Castiello, Barós y muchos lugares más. La sorpresa es encontrar también dicha puerta en Plan. Alguien opinará que este dato no es suficiente para afirmar su presencia entre nosotros. Y le doy la razón, aunque no deja de ser una pista.
Pero lo que me indujo a buscar el rastro de los agotes en el Pirineo fue un documento del siglo XVI en el que se querellan en los tribunales de Pamplona nada menos que ciento sesenta agotes. Entre ellos aparecen no pocos aragoneses.
En un documento desempolvado por Idoate consta una lista de ciento sesenta querellantes de lugares muy diversos que piden justicia por la marginación que sufren a causa de su condición de agotes. Entre ellos aparecen, Mateo Olite y Carlos de Esteban, de Sos; Pedro Domínguez el Viejo, Miguel Domínguez, y Raimundo Martín, de Uncastillo; Juan, Antonio y Miguel Arnaldo y Beltrán, de Salvatierra; Arnaldo Sánchez y su hijo, de Ansó; Bernardo Maxones, carpintero, y sus hijos, de Maxones; Juan Xinón y Guillermo (a) Guillennet, de Villarreal; Juan Fuster, Miguel, su hijo, y Pedro Spes, de Berdún; Juan Blanc, Juan, su hijo, y Juan de Margarita, de Berdún; Grada y sus hijos, de Borau…
Es la primera noticia documental, o casi, que tengo de agotes entre nosotros. Claro que ya sabíamos por el Espasa, que “los agotes viven en Navarra y, principalmente, en el Baztán. Se les encuentra también en Pamplona, en Elizondo y hasta en Jaca”.
Las pistas orientaban hacia la diócesis de Jaca y allí es donde podemos descubrir las dichosas puertas de agotes por todos los lados. Pero era necesario documentar su presencia. Sabíamos de una disposición, hacia 1590, que exigía que el rector de la parroquia de Ansó debía ser licenciado en teología “porque vienen muchos cristianos del Bearne a Ansó para los santos oficios”. Por lo visto, había que filtrar toda posible entrada de esencias albigenses.
Pero el archivo de Ansó ya no daba más de sí. Un poco más explícito era el de Berdún, aunque no había ninguna alusión directa. En 1571, el visitador manda “que se haya de cerrar o hacer cerrar a piedra calina la puerta pequeña que está en la iglesia que sale a la calle so pena de cien sueldos de sus propios bienes pagaderos”. Esto puede interpretarse como una medida para evitar la discriminación. Aunque parece que debió de haber sus más y sus menos porque, cuatro años más tarde, en 1575, otro visitador manda que se haga “un portapaz de plata, honesto, y otro de bronce”. Parece clara la intención.
También se nos habla de que murió en el hospital Jacobo Bergés, serrador, extranjero y pobre, y se le enterró en el cementerio de la iglesia. Esto de “serrador” y “extranjero” da qué pensar, tanto más que por entonces se nos habla de un herrero llamado Figoli, napolitano. ¡No extranjero a secas! ¿Es que Bergés no es más aragonés que otra cosa? También sabemos que siglos después, en las guerras de sucesión, “los carlistas cogieron las serrerías, pero no pudieron entrar en Berdún”.
Luego éstas estaban fuera del pueblo, en donde se obligaba a los agotes a vivir y el oficio es claro.
Los libros parroquiales de Villarreal, Binués y Majones tampoco sacaban de dudas. Parece como si hubiera existido una conspiración para hacer desaparecer todo rastro de agotes en la documentación. Tampoco fue fructífera la investigación en Canfranc. Y eso que el apodo de sus gentes ya no podía ser más explícito: en efecto, los llaman “cagotes”, con el nombre exacto que reciben en el Bearne. Por cierto, que el nombre de “chistotes” que también se les daba, podría enlazar con el de “La bal de Chistau”, en el lugar de Plan. Lo dejo para los historiadores…
Como la documentación cerraba sus puertas, había que seguir otros derroteros. Un paseo atento por las calles de Berdún me mostró escudos con signos esotéricos curiosísimos, que algún día habría que estudiar. En Villarreal abundaban los anagramas de JHS (Jesús), que podrían entenderse como un esfuerzo para pasar por católicos. En Casa Carpintero -atención al oficio- también se veían signos extrañísimos. Mi informador me aclaró que en esa casa habían sido siempre carpinteros. En Salvatierra, además de los anagramas, en Casa Ramón Bueno aparecía un escudo netamente artesano, con un martillo, un yunque, unas tenazas…
Quedaba la pista del traje. ¡Con qué ilusión se me ocurrió consultar a Jorge Puyo, -el último hombre de calzón de Ansó-, si antiguamente se había prohibido a alguien, en concreto a forasteros, vestir el traje ansotano como se había hecho en el Roncal. ¡Qué feliz me hubiera hecho una respuesta afirmativa! Pero no, nunca se prohibió a nadie. Es chocante, sin embargo, que en Jaca se distinguiese claramente el traje de calzón y cachirulo que llevaban los labradores, de de los artesanos, mucho más parecidos al navarro, hasta por la boina.
También es cierto que en Aragón, tanto en el caso de las brujas como en el de los agotes, fuimos mucho más permisivos que los navarros. En el siglo XVII Idoate localiza a numerosos agotes afincados en Aragón. Y ya venía de antiguo, pues el recibidor de Olite en el siglo XIV ya había conducido a varios de ellos a Sádaba. Por agotar todas las pistas posibles, duro fue el trabajo de examinar la presencia de los apellidos que sabía que eran de agotes por los diferentes pueblos de la comarca. En Berdún, por ejemplo, aparecía en 1551 una tal María Maxones, apellido que sigue dándose en 1561 pero que luego desaparece, aunque reaparece en Villarreal en 1580, en donde también perduran los Accos hasta 1626. Los Fuster perseveran en Berdún hasta 1790. Se ve que en muchos casos iban cambiando de pueblo. En Biniés, aún existen Casa Fustero y Casa Margarita, aunque se haya perdido el apellido. Lo más probable es que a la larga todos fueran a parar a Jaca y allí están o ya se fusionaron con el resto de la población. No sé si tengo razón. Ni soy historiador ni lo pretendo. Mientras no me demuestren lo contrario, ¡También Agotes hemos tenido en nuestra tierra!”
Como veis, en Aragón no solo hubo agotes en los valles más occidentales, es decir, los más cercanos a Navarra. Los hubo también en Gistau (Sobrarbe). Sobre ellos escribieron Lucía Dueso y Bizén d’o Río en el número 106 de la Revista Argensola:LOS AGOTES DE GeSTAVI