Revista FUERZA NUEVA, nº 538, 30-Abr-1977
A MONSEÑOR GUERRA CAMPOS
(Eulogio Ramírez)
Mi querido y admirado obispo:
He echado mucho de menos, en mi preparación para la Pascua de Resurrección de este año, el sólido y enjundioso manjar de sus intervenciones de otros años a través de la RTVE.
Hay cantidad de días y de horas dedicados por los órganos de la información pública para dar satisfacción a las necesidades recreativas, informativas, políticas, deportivas, etc. ¡Pero hay ya muy pocas, cada vez menos, horas dedicadas a satisfacer las necesidades de reflexión y educación religiosa y católica de los españoles! Cada vez recibimos, a través de los medios informativos, privados y públicos, más mensajes e incitaciones a la vida superficial, frívola, materialista, amoral. Hasta comenzamos a comprobar que la seducción marxista sin desenmascarar, camuflada de paraísos terrenales, para unos “mañanas que cantan” los nuevos ídolos del nuevo régimen político, van desplazando paulatinamente a Dios.
Ahora, para colmo de males, inopinadamente en Semana Santa, nos traen a la ventanilla de TVE un joven y simpático obispo -dando sensación de cura no más que para aldeanos muy elementales-, que nos viene a dar testimonio, más que nada, de que él es “creyente”; o un maduro arzobispo, que nos trae el “evangelio” del comunista Bertolt Brecht en rara mistura con el de Jesucristo.
Se nos venía diciendo que la Iglesia y el Estado debían aparecer separados y que, en cualquier caso, no deberían aparecer por los medios de difusión del Estado sino aquellos clérigos u obispos que fueran representativos de la Iglesia. ¿Estos son “representativos” y usted no? ¿Del “nuevo cristianismo”?
Era otra cosa, bien se ha visto
Antes era usted, monseñor Guerra Campos, el que discretamente dirigía o asesoraba en lo tocante a la programación de RTVE. Ahora, contra toda promesa y contra toda esperanza, hemos visto sentados a la par y presidiendo la constitución del gran consejo de RTVE al ministro del Gobierno y al presidente de los obispos españoles, al cardenal Tarancón: ¡la autoridad de la Iglesia más visiblemente complicada que nunca con la autoridad del Estado, en materia tan grave como la de supervisar el tenor y orientación en la información estatal!
Y, ¡francamente!, yo no veo que hayamos mejorado, sino empeorado, en materia de programación religiosa: parece como si la más alta autoridad española de la Iglesia y la más calificada autoridad del Estado hubieran convenido en secularizar los programas, en descargarlos de contenido específicamente católico: las palabras que oíamos a usted y monseñor Beguiristáin los domingos eran específicamente católicas, en continuidad, en desarrollo y crecimiento con las palabras, con el Evangelio que se nos venía predicando tradicionalmente, con respeto a la Tradición. Las palabras que yo he oído a los obispos de ahora se me antoja que igual pudiera haberlas oído a unos pastores protestantes. Y si el presidente-cardenal Tarancón es el responsable supremo de este nuevo Evangelio, se me antoja que no es que España se esté descatolizando; es que las autoridades de la Iglesia y del Estado, aun inconscientemente, quieren descalificar España, enseñando un Evangelio irenista, reductible en último término a las religiones e ideologías en boga.
Abandonismo de lo específicamente católico
A fin de cuentas, es como si dijéramos: ya que no hemos podido catolizar a fondo todos los españoles, descatolicémonos nosotros para que no haya conflictos y sea posible la convivencia y la reconciliación: hagámonos un poco liberalistas, otro poco marxistas, otro tanto luteranos y una pizca mahometanos; gracias a ese sincretismo y eclecticismo alcanzaremos la paz universal.
Ese mismo talante reduccionista, entreguista, de repliegue, que el cardenal Daniélou llamaba complejo de antitriunfalismo y cristianismo de perros apaleados, es el que se advierte específicamente en lo tocante al marxismo desde el punto de vista de la Iglesia.
A mí me ha prometido en audiencia el cardenal Tarancón que iba a proponer y, virtualmente, a conseguir que la Conferencia Episcopal Española se pronunciase sobre los “cristianos por y/o para el socialismo”, cuya profesión de fe marxista y cuya instrumentación de la Iglesia son obvios en España. Pero el cardenal Tarancón, en esto como en otras cosas, me ha engañado: el arzobispo de Madrid, que tiene el deber (frente a mi derecho) de pronunciarse inequívocamente al respecto, no sólo no se pronuncia, sino que concienzudamente mantiene al frente de una parroquia madrileña a uno de los líderes de ese movimiento de marxistas que utilizan la Iglesia (sus ministerios, su autoridad moral y sus locales) en favor del marxismo.
Yo me felicito ahora de que, por fin, se haya editado en folleto y hecho pública, en el Boletín del Obispado de Cuenca, la conferencia que tuvimos el placer de escuchar a usted, de viva voz, los asistentes a la lección de usted, en el ciclo que la Asociación de Universitarias Españolas organizó en la parroquia de Nuestra Señora de los Dolores en 1974. Aquella conferencia sobre “La Iglesia y el marxismo” no solo no ha perdido actualidad, sino que, en defecto de otro texto mejor y más autorizado que pudiera venir y que debiera venir de la Sede Apostólica, cobra hoy la actualidad que entonces no tuviera, dada, por una parte, la autorización de partidos marxistas en España y, de otra, el proceso electoral y constituyente español en el que va a cobrar aquí el marxismo una pujanza desacostumbrada, en parte debido al silencio de la Jerarquía de la Iglesia, romana y española.
Porque la cosa es clara: ¿de qué me sirven a mí el Papa Pablo VI, ni la Curia romana, ni la Conferencia Episcopal Española, ni los obispos de Madrid, si no me sacan absolutamente de dudas acerca de la licitud o ilicitud de profesar el marxismo, coadyuvar a la promoción de los partidos de confesión marxista (el de Carrillo, el de Tierno, el de Felipe González, etc.) o de votar por los partidos marxistas?
Tanto si la jerarquía de la Iglesia ignorase la respuesta a mi pregunta reiterada, en privado y en letra impresa, como si sabiendo esa respuesta, prefiere callarla, a mí la Iglesia no me sirve. Yo no puedo creer en una Revelación divina y en un pretendido Magisterio vicario de Dios que no supiera darme respuesta concreta, explícita, clara, a la pregunta de si un católico puede ser o no ser marxista, puede favorecer al marxismo, puede afiliarse a un partido marxista y votar por él.
La Iglesia, fuera de España, condena al comunismo. Aquí no
Se me puede argumentar que la Iglesia, el Magisterio oficial de la Iglesia, ya se ha pronunciado más de una vez, sin lugar a dudas, sobre este asunto. Se me puede decir que, en los últimos comicios, la Sede Apostólica excomulgó al ex abad Franzoni, precisamente por haber hecho pública profesión de marxismo. Se me puede informar que el diario oficioso vaticano “L’Osservatore Romano” del 19-20-III-77 ha dedicado toda una página a conmemorar el quincuagésimo aniversario de la encíclica “Divini Redemptoris”, en la que Pío XI condenaba al comunismo por “intrínsecamente perverso”, no por coyunturalmente, extrínsecamente, pasajeramente perverso. Se me puede hacer ver que el diario mediante el cual se expresa la Santa Sede (y sus semanarios en diversas lenguas), destaca la actualidad de aquella encíclica y su vigencia. Hasta se me podrá argüir que “L’Osservatore della Domenica” apenas publica número que no contenga algún rasgo de anticomunismo y de antieurocomunismo (el último que yo conozco, el del 10-IV-77).
¡Bien! Pero si ni siquiera eso es suficiente para que los católicos españoles en trance de elecciones constituyentes, que pueden variar por muchos años el curso de nuestra historia, dejen de apoyar a los partidos marxistas y dejen de figurar en el Comité Central del Partido Comunista de España, habrá que hacer algo más espectacular, más solemne, más sonado, más contundente. Parece como si el colectivo orgánico de la Jerarquía de la Iglesia debiera situar a muchos españoles ante la alternativa de escoger a Cristo o escoger a Marx, de seguir en la Iglesia sólo, o en la comunidad marxista sólo, haciéndoles ver que es incompatible la pertenencia a la Iglesia y la adscripción al marxismo, como usted, monseñor Guerra, con tanta autoridad propia, con tantos argumentos de autoridad ajena y de razón explana en los cortos límites de esta conferencia publicada en folleto, de la que ni siquiera los diarios que se precian de católicos han querido dar cuenta ni hacer propaganda para ilustración de sus lectores.
Eulogio RAMÍREZ
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