Revista FUERZA NUEVA, nº 551, 30-Jul-1977
Pero, ¿dónde están los santos, los fundadores, los obispos y los teólogos que, a manera de lumbreras y crisoles, demuestran en nuestros días la fecundidad, la santidad, la espiritualidad sagrada del Concilio Vaticano II?
FE CRISTIANA FRENTE A ANÁLISIS MARXISTA
Lo que no osa, no quiere o no sabe ya hacer la Iglesia de Italia, de Alemania o de España, lo ha hecho la Iglesia de Francia, a través del Consejo Permanente de su Episcopado (v. “La Croix”, 7-VII-1977) y a través de su Comisión Episcopal para el Mundo Obrero (v. “La Croix”, 8-VII-1977).
En Roma, es el Vaticano, es la Curia Pontificia, es la Suprema Jerarquía de la Iglesia católica, el Papa Pablo VI, quien, en estos años, en estos meses y en estos días de tamaña confusión, de tan cruel perplejidad, de tan profunda crisis en la Iglesia, debiera haber publicado para la cristiandad y para el mundo una encíclica o una serie de encíclicas que fueran como “luz del mundo y sal de la tierra”, a semejanza de lo que hicieran en tiempos similares sus predecesores, los cuales supieron atajar la descomposición que amenazaba a su Iglesia y la dispersión que amenazaba, como ahora, a los fieles católicos. Que si, efectivamente, después de cada Concilio reformador ha sobrevenido en la Iglesia un lapso de incertidumbre y de resistencias -como ahora ocurre-, también ha sido consiguiente con tales concilios, una pléyade de santos (reformadores, fundadores, doctores, etc.).
¿Dónde está la santidad producida por el Vaticano II?
Pero, ¿dónde están los santos, los fundadores, los obispos y los teólogos que, a manera de lumbreras y crisoles, demuestran en nuestros días la fecundidad, la santidad, la espiritualidad sagrada del Concilio Vaticano II? ¿Dónde están las nuevas formas de vida religiosa, las nuevas congregaciones, las nuevas espiritualidades y escuelas sanas y sabias de teología homologables por la Iglesia? Dónde están las liturgias, los cantos sagrados, los ministerios, las asociaciones laicales, las fundaciones misericordiosas, las órdenes (militares, religiosas, contemplativas, asistenciales, apostólicas, etc.) que, como en otro tiempo, habrían de haber surgido en el nuestro, a consecuencia. del Concilio Vaticano II y para llevar a cabo la saludable reforma y evolución homogénea “(in eodem sensu eademque sententia”) de que sigue estando precisada la Iglesia hoy?
Por toda respuesta al desafío colosal de nuestro tiempo, se producen en la Iglesia católica tímidas e insuficientes, aunque mayormente positivas, respuestas, como las de estos dos documentos, uno al menos de los cuales va a difundir ampliamente “L’Osservatore Romano”, en sus semanarios de diversas lenguas.
La realidad de nuestra Iglesia actual consiste en que un teólogo como Hans Kung (que recusa la autoridad de la Curia Pontificia Romana para juzgarlo, después de haber negado en sus libros y en sus lecciones de cátedra dogmas católicos) se atreve a publicar un voluminoso libro en que plantea la cuestión de “¿Qué es ser cristiano?”, que traducen enseguida a nuestro propio idioma y, pocas semanas después, entrevistan al cardenal Tarancón para “Blanco y Negro” (13-VII-77), y cuando le preguntan: “¿Cuáles son los grandes temas que le preocupan más en estos momentos?”, responde la personalidad más representativa de la Iglesia madrileña y española: “En España tenemos una doble problemática, que es más bien de carácter interno. Precisar la identidad del cristiano. Ahora parece que el cristianismo es compatible con todas las ideologías y no es así. La Iglesia tiene que esclarecer lo que significa el ser cristiano”.
Acontece, pues, en la Iglesia española lo que, según decía el cardenal Daniélou, sucede en las iglesias protestantes, a saber, que los teólogos van por delante y dirigen a los obispos. Cuando muchos están ya leyendo el libro de Hans Kung, poniendo en tela de juicio el ser del cristiano, el cardenal Tarancón, como si ya no supiera bien en qué consiste el ser cristiano, nos confiesa que lo que más le preocupa y la principal problemática de la Iglesia española consiste en “precisar la identidad del cristiano”, esclarecer lo que significa ser cristiano”, determinar con qué ideologías es compatible e incompatible el cristianismo. ¡Apaga y vámonos! Si el presidente de la Iglesia española, tras un Concilio como el Vaticano II, o a causa de sus secuelas, no sabe cuál es la esencia de lo cristiano y su especificidad, ¿cómo vamos a andar los católicos?
“El Concilio Vaticano II fue una auténtica desgracia”
Cuando el cardenal revela los lectores de “Gaceta ilustrada” (17-VII-1977) que “lo que le pasaba a Franco respecto a la Iglesia era que no acababa de comprender el cambio de ésta después del Concilio Vaticano II ni la evolución que ésta llevó a cabo. Franco siempre creyó que el Concilio Vaticano fue una auténtica desgracia”, algún que otro lector puede que concluya para su coleto: “Pues si merced al Vaticano II ya no se conoce “la identidad cristiana” y “la Iglesia tiene que esclarecer lo que significa el ser cristiano”, ¡qué razón tenía Franco y que sinrazón tiene el cardenal Tarancón, el cual admite en su pastoral sobre el obispo que un seglar puede darle lecciones a un obispo!” (…)
La Iglesia, apática frente al análisis marxista
Y lo que más me desespera y desmoraliza es que cuando el papa Pablo VI, el cardenal Tarancón, los obispos españoles, los obispos franceses, italianos, americanos, los teólogos de todo el mundo debieran servirme y servirnos una crítica seria, tanto científica como tecnológica, de ese análisis y, sobre todo, un análisis cristiano del marxismo y del mundo actual -cosa que teníamos derecho a esperar de una carta encíclica o de estos comunicados de los obispos franceses-, por el contrario, nos encontramos con la pasividad de los pastores de la Iglesia, con la superficialidad con que tratan este análisis y sus consecuencias políticas, económicas y religiosas o, lo que es peor, nos tropezamos con una secreta complicidad, permeabilidad o corrupción de las mentes eclesiásticas, de nuestros mentores, sean pastores, sean teólogos, sean intelectuales católicos. El cardenal Tarancón llega a pensar que con el “marxismo o con el comunismo… “una coexistencia pacífica es lo único que se puede intentar”; y que “de cara al futuro el único régimen posible es “un socialismo a base de un humanismo cristiano” (“Gaceta Ilustrada”, cit.).
¿Puede haber un derrotismo, una claudicación mayor por parte de la Iglesia que la confesada o preconizada por el cardenal Tarancón? (…) Estamos, con las palabras del cardenal Tarancón y de los obispos franceses, palpando las erróneas y desastrosas consecuencias de proponer a los hombres de nuestro tiempo una interpretación acatólica, mundana, alejada de los datos y criterios de la divina Revelación.
“Nadie puede ser católico y verdadero socialista”
Basándose en los datos de la divina Revelación y en la doctrina larga y sólidamente conquistada por la Tradición cristiana, estableció Pío XI en la “Quadragesimo Anno”, de una vez para siempre: “Aun cuando el socialismo, como todos los errores, tiene en sí algo de verdadero (cosa que jamás han negado los Sumos Pontífices), se funda sobre una doctrina de la sociedad humana propia suya, opuesta al verdadero cristianismo. Socialismo religioso, socialismo cristiano, implican términos contradictorios: nadie puede ser a la vez buen católico y verdadero socialista” (BAC. Doc. Soc.” Quadr. Anno” 120, pág. 752). (…)
Lo más grave no es que el cardenal Tarancón ignore el término a que conducen esas utopías del socialismo basado en el humanismo cristiano, después de haberse producido la experiencia de Marc Sangnier, condenada por San Pío X. Esta utopía fue resucitada no sólo en el pensamiento de J. Maritain (sobre todo en “Humanisme integral”), sino en la práctica de las democracias cristianas de todo el mundo y en los Cristianos por el Socialismo de hoy. Tales utopías obtienen finalmente tantos fracasos políticos espectaculares en todo el mundo (de Bidault a Fanfani, pasando por Frei, Ruiz-Giménez y Gil-Robles) como suspensiones “a divinis”, cual es el caso de los clérigos Girardi y Franzoni, paladines del “socialismo basado en el humanismo cristiano”, con el que sueña nuestro indocumentado cardenal.
Los obispos franceses recaen en la misma utopía
Lo más grave es que, a vueltas de sus innegables aciertos de expresión, los obispos franceses recaen en la misma aberración, víctimas de esa propensión en la Iglesia de hoy a aceptar conjuntamente la tesis y la antítesis, Cristo y Belial, lo pagano y lo cristiano, contra el criterio revelado por San Pablo a los corintios: “No os unáis en yunta desigual con los infieles. ¿Qué consorcio hay entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué comunidad entre la luz y las tinieblas? ¿Qué concordia entre Cristo y Belial? ¿Qué parte del creyente con el infiel? ¿Qué concierto entre el templo de Dios y los ídolos? Pues vosotros sois templo de Dios vivo” (2 Cor. 6, 14-16). (…)
Lo lógico, lo moral, lo eclesial, es que los teólogos y los obispos acabaran de elaborar esa doctrina social de la Iglesia basada en los datos de la fe y que no es ni liberal, ni socialista, ni ecléctica, y que los católicos, en lugar de estar enfrentados entre sí, sirviendo libremente las diversas y contrarias u opuestas jugadas del “tablero político” de los ateos, se asociaran para plasmar el ideal de esa nueva cristiandad o doctrina social de la Iglesia, que los obispos hoy reniegan al inculcarnos la libertad de servir cualquier proyecto ateo de política de partido, sin excluir absolutamente la política marxista. Si el Papa y los obispos ya no quieren declarar apartado de la comunión cristiana a todo aquel que coadyuve con los partidos o conatos o proyectos de socialismo marxista, es que consienten la doblez -la coexistencia de la tesis y su antítesis- de afirmar teóricamente que el cristianismo es incompatible con el marxismo, pero que en la práctica se puede ser marxista y cristiano, socialista y cristiano, como pretende el cardenal Tarancón.
El mensaje de las bienaventuranzas y este mundo
Otra concesión al espíritu mundano que hacen estos obispos es la de afirmar cobardemente que “los fascismos -que ya no hacen mal a nadie, porque carecen de poder político- y los totalitarismos -sin que osen decir “los socialismos y comunismos”- no pueden coexistir con el mensaje de las bienaventuranzas”. La verdad es que si uno considera el mensaje de las bienaventuranzas encuentra que es compatible con todo, porque nos llama, no a un proyecto político de “socialismo basado en el humanismo cristiano” (como Maritain), sino a un paraíso en el otro mundo, si, en este mundo, somos pacientes, sufridos, mansos, si no ponemos nuestro empeño en un paraíso terrenal sin injusticias ni desigualdades.
En resolución: que, como hemos visto por estos y podríamos ver por otros pasajes de las manifestaciones del cardenal Tarancón y de los obispos franceses, no se nos analiza el mundo actual con la criteriología específicamente cristiana, ni se nos propone un ideal de vida civil transfigurado con las virtudes y motivaciones que se nos proponen en la divina Revelación. Los cristianos, la Iglesia, seríamos una pobre gente a remolque del esfuerzo puramente profano de los nuevos “prometeos” o “sísifos” que, en nuestro tiempo, andan tras el ideal imposible de un paraíso terrenal, en que no habría Dios, en que no se necesitaría de Dios, como el paraíso que trató de lograr Adán, tras la tentación diabólica (“seréis como dioses”).
Parece como si la Iglesia, tras el Concilio Vaticano II, en lugar de cristianizar el mundo, se hubiera empeñado en mundanizarse, para no tener conflictos con el mundo.
Eulogio RAMÍREZ
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