Revista FUERZA NUEVA, nº 591, 6-May-1978
Próxima Constitución
AMARGA ANDADURA PARA LOS CATÓLICOS
Por D. Elías (sacerdote)
La fe católica no es algo que nazca de un “consenso”, sino que nace de un asentimiento, que no es igual. En consecuencia, el comportamiento moral de los creyentes en Cristo, si es coherente con esa fe, no puede ser fruto de un consenso común, sino del asentimiento a las normas morales dadas por Dios y enseñadas por la Iglesia.
Hasta hoy (1978), no hemos dicho nada en esta página acerca de la futura Constitución, porque, como sabe el paciente lector, lo político como tal no ha sido nunca objeto de nuestros comentarios. Hoy hacemos excepción, porque para nosotros, cristianos católicos, una Constitución que nace como fruto de un consenso, pero sin tener como fundamento explícito a Dios como Supremo Legislador y Señor de todas las cosas, es un árbol sin raíces, un edificio edificado sobre arena y un barco sin quilla y sin timón.
Lo moral y lo jurídico no son la misma cosa, pero lo jurídico tiene su punto de apoyo en lo moral: los deberes son exigibles por su bondad, los delitos son sancionables por su maldad. La bondad o malicia de los actos humanos no es algo que les adviene por consenso común, sino por su ajuste o desajuste con la norma superior dictada por Dios en su ley natural o en los diez mandamientos.
Si la bondad o malicia de la acción legislativa del futuro ha de tener como punto de referencia la Constitución, y la rectitud o no rectitud de esa acción legislativa ha de medirse por su acuerdo o desacuerdo con la misma Constitución, nos preguntamos, honradamente, dónde está el fundamento moral de los principios constitucionales que en su día serán un articulado con fuerza de obligar.
Al creyente sólo puede obligarle lo que este acorde con su fe, pero mucho nos tememos que, tal y como están las cosas, la conciencia de los creyentes sinceros se va a ver sometida a muy seria prueba. Veamos un ejemplo de ahora mismo.
En Italia han sido procesados cuatro sacerdotes, por supuesto “delito contra la Constitución”. Tal delito no ha sido otro que cumplir con su deber de sacerdotes católicos, enseñando a sus feligreses la ilicitud del divorcio para todo cristiano. Esto ha sucedido hace bien poco (1978) en Italia, donde gobierna un partido que se llama cristiano. Estos son los frutos amargos del “consenso”: ser procesados por repetir una vez más que “lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”. ¿Puede darse mayor aberración que, en un país de gran mayoría católica y por un gobierno que se titula “cristiano”, se haga proceso a unas personas por predicar la enseñanza de Jesucristo? Pues los hechos ahí están a la vista de todos.
“Pero los españoles somos diferentes”, dirá algún ingenuo... ¡Ni hablar! Nosotros no somos diferentes. Nosotros llegamos mucho antes que los italianos a las consecuencias de los principios; nosotros hemos llegado en tres años a una situación política que en Italia ha tardado ¡treinta años! Somos diferentes… porque corremos más y tardamos menos en llegar al fin.
Entre nosotros ya ha comenzado el enfrentamiento, a nivel de sociedad, de las Dos Ciudades de San Agustín. La Ley de Dios, natural o positiva, va a ser puesta entre paréntesis en virtud de “consenso”, al que se ha llegado por los caminos de la llamada democracia.
No podía ser de otro modo. No se pueden aceptar las causas rechazando luego los efectos.
Al margen de todas las explicaciones sutiles que intenten los políticos en activo,la ley del número se ha impuesto a la Ley de Dios.
Para quienes carecen de fe es lógico que sea la ley del número la única válida; para quienes tienen fe, y en cosas ya dictaminadas por Dios hace muchos siglos, esto no tiene adjetivo calificativo. Porque no se trata solamente de “tolerar” un mal menor para que no sobrevenga un mal mayor. Ahora se trata de institucionalizar por ley lo que de suyo es malo. El futuro, que ya es presente, está comenzando a decirlo.
***
Una vez más, la Iglesia de España comienza una andadura penosa por razones políticas. La andadura de la Iglesia nunca es fácil porque no es fácil que los hombres amen a Dios y a sus prójimos. Pero esa andadura es menos difícil cuando los políticos, aceptando a Dios, legislan en coherencia con la ley natural. Los políticos no pueden violentar las conciencias de los hombres, pero lo que Dios ha declarado crimen ellos no pueden considerarlo virtud; y lo que sabemos de siglos que es un mal evidente a la comunidad no pueden ellos declararlo bien declararlo bien, o a la inversa.
La verdad no es fruto del consenso, como tampoco lo es el bien. Un consenso sabiamente manipulado hace mentira la verdad y bien el mal. En nuestros días no hace falta haber cursado teología en Salamanca o en Munich para darse idea de esta realidad.
La andadura va a ser difícil y amarga: enseñanza, divorcio, anticonceptivos… (*) No es lo peor el hecho de la legalización de lo malo, sino que lo peor es la falsa conciencia que esto forma en los ciudadanos, y que crea una moral falsa; moral falsa que llega a todo el pueblo a través de la prensa, la radio y sobre todo la televisión y crea estilo de vida en ese mismo pueblo.
No es hora de lamentos, sino de aprovechar el terreno que queda, poco o mucho, afincarse en él y ensancharlo por todos los medios, sintiéndose cada uno responsable de sí, de su familia y de las diversas comunidades en que su vida se desarrolla.
El tema es largo, y seguiremos.
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