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Tema: Las Gafas de Castellani

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  1. #1
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    Re: Las Gafas de Castellani

    O autêntico romance profético da nossa época



    Seria óptimo que Juan Manuel de Prada, apesar de abalado pelos sucessos recentes ou até por causa disso mesmo, se abalançasse, no seu labor de divulgação da obra do Padre Leonardo Castellani, a promover a reedição de “Su Majestad Dulcinea”, trabalho no qual o insigne sacerdote católico argentino demonstra em absoluto toda a sua genialidade, obrando o autêntico romance profético da nossa época. Sobre este último, não resisto a transcrever daqui o seguinte trecho:
    Lo que Castellani expone en sus libros teológico-exegéticos, lo ha desarrollado también, y de manera insuperable, en sus novelas. Entre ellas, quisiéramos destacar Su Majestad Dulcinea, a nuestro juicio una de sus obras cumbres, donde, retomando la trama de la novela de Benson que hemos comentado anteriormente, imagina los sucesos del Apocalipsis, pero aplicándolos a nuestra patria. También allí reaparece la figura siniestra de Juliano Felsenburgh. Mas lo que allí se describe con pluma maestra –como sabemos, constituye uno de los temas recurrentes en el pensamiento de nuestro autor– es la corrupción en el interior de la Iglesia. A diferencia de los católicos fieles, una minoría cada vez más exigua, la mayor parte de los cristianos adhiere a la corriente política dominante, la política del Señor del Mundo, que no es otro que Felsenburgh, de cuyo Imperio somos una de las colonias. Digamos entre paréntesis que en esta materia del Gobierno Mundial, Castellani fue un verdadero profeta, llegando a predecir hasta el envío de tropas argentinas para operaciones ordenadas por el Poder que ejerce la hegemonía universal. Pues bien, en nuestra patria se va formando en ciertos lugares una Iglesia falsa, que bajo el nombre de Neocatolicismo, Movimiento Vital Católico o Vitalismo Cristiano, llega incluso a inficcionar ciertos espacios de poder de la Iglesia de Cristo y como señalara S. Pío X en su condena al Modernismo, socava las raíces mismas de la fe, y operando «desde dentro», confunde al pueblo cristiano, al mismo tiempo que acosa duramente a los católicos fieles, de modo semejante a como ocurrió en tiempos de Arrio o de otras grandes herejías.
    Es la Iglesia de Monseñor Panchampla, obeso obispo a las órdenes del poder imperante, rodeado de su séquito de eclesiásticos serviles. En un acto público se concretó solemnemente la unión de la Iglesia y del Estado, del poder espiritual y temporal, «conciliados cordialmente por obra de la Razón y la Vida por primera vez en la historia de los pueblos», como clamó el Locutor oficial. Y así, la religión adulterada suplió públicamente a la de Cristo. Como la Iglesia decía «Extra Ecclesiam nulla salus», escribe Castellani, esta Contra-Iglesia o Pseudo-Iglesia predica: Fuera de la «democracia» no hay salvación. Trátase, como se ve, de una auténtica defección, o más propiamente, de una «herejía» o «nueva religión». Queda el lenguaje, pero vaciado de sentido; quedan los viejos ritos, pero falsificados. «El misterio de iniquidad, que consiste en la inversión monstruosa del movimiento adoratorio hacia el Creador en hacia la creatura se ha verificado del modo más completo posible, sin suprimir uno solo de los dogmas cristianos..., solamente con convertirlos en mitos, es decir, en símbolos de lo divino que es lo humano».
    En la ficción de Castellani coexisten dos Papas, el verdadero, León XIV, que reside ocultamente en Jerusalén; y el falso, pero oficial, Cecilio I, con sede en Roma. Cuando años más tarde Cecilio I muere, es elegido para sucederlo el propio Juliano Felsenburgh, quien reúne así todos los poderes. Mas la Iglesia no ha muerto, ya que los católicos fieles tienen sus Patriarcas e Inspectores clandestinos, que a la muerte de León XIV eligen a Juan XXIV.
    En fin, como puede verse, Su Majestad Dulcinea es una novela teológica acerca del fin de la historia. «Estos tiempos son muy buenos –dice su protagonista, el Cura Loco, que no es otro que el mismo Castellani–, porque son eficacísimos para hacernos renegar de lo que Cristo llamó “el mundo”». Dejemos, por el momento, la consideración de esta novela, local y universal a la vez.

    A Casa de Sarto

  2. #2
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    Re: Las Gafas de Castellani

    Xaxi dio el Víctor.

  3. #3
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    Re: Las Gafas de Castellani

    tintaverde dio el Víctor.

  4. #4
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  5. #5
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    Re: Las Gafas de Castellani

    Xaxi dio el Víctor.

  6. #6
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    Re: Las Gafas de Castellani


  7. #7
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    Re: Las Gafas de Castellani


  8. #8
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    Re: Las Gafas de Castellani


    Una novela del P. Castellani de difícil reseña


    Genial, con atisbos locoides, apasionante, profética...



    Jerónimo del Rey (P. Leonardo Castellani): Juan XXIII (XXIV). Una fantasía. Librería Lectio, Córdoba (Argentina), 2013, 349 pgs.

    El libro se escribió en 1964. Y es plenamente castellaniano: brillante, incluso genial, imposible, que atrapa enseguida al lector que tenga interés por cuestiones eclesiales y una cierta cultura pues al analfabeto cultural le será imposible entenderlo, con mucho fondo autobiográfico, crítico, amante de la institución, con atisbos que algunos podrían considerar progresistas y enorme fondo tradicional y profético. Ya me dirán si no es profético un Papa argentino y que renuncia al Pontificado. Y ya para rizar el rizo el Papa es él. Sacerdote abandonado, expulsado de la orden "jeromiana", la suya también empezaba por jota, y rescatado por Juan XXIII para reconducir un Concilio que se le iba de las manos. Para mí ha sido un gozo de lectura. Que me confirma más en la genialidad de este singular sacerdote argentino.



    Es una novela y no os la voy a destripar. El lector que pueda hacerse con el libro, cosa que no será fácil pues está editado en Argentina y supongo que con escasa tirada, quedará asombrado de tanta imaginación y de tanto fondo real. Algunos personajes son identificables, otros, pura imaginación del autor. Que tenía mucha.



    Y aquí concluyo la nota. Quien quiera saber más que intente hacerse con el libro. El mío no lo presto. Pero sí hago constar mi agradecimiento al queridísimo amigo que me lo regaló.
    ¿Lo habrá leído el Papa Francisco?


    Castellaniana

  9. #9
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    Re: Las Gafas de Castellani

    LEONARDO CASTELLANI, MAESTRO DE LA FE



    Jorge Mastroianni (Publicado en “Cabildo” 98, año X, segunda época)

    Los años transcurridos desde la muerte del Padre Castellani (foto de la izquierda), son posiblemente el lapso en que frecuentamos su trato con mayor asiduidad. Decimos “trato” y no “lectura”, porque un libro de Castellani es una lección dialogada entre autor y lector, un coloquio que va desarrollándose inadvertidamente, hasta que —de pronto— las intuiciones y sentimientos que suscita la lectura irrumpen en forma de diálogo ameno y chispeante. El alma de ese diálogo personal, directo y confiado, consistía en su propósito de cumplir con el oficio que Dios eligiera para él, esto es, enseñar la Fe, poniendo a su servicio los medios más aptos del que él eligiera para cumplirlo: nos referimos a su vocación de sacerdote y su idoneidad de hombre de letras. Porque este escritor singular, profundo, sabio y disciplinado como pocos en su trabajo; este lector de oficio —que ejercía como un deber de estado en que se juegan la vida o muerte eternas— este sacerdote que amó a la Iglesia “a pesar de los pesares” y, sobre todas las cosas, amó a Cristo presente en la Iglesia, era, sobre todas las cosas también, un hombre de Dios, un hombre elegido por Dios. Dice bien Calderón Bouchet en su Estudio Preliminar a “Las Canciones de Militis” (Ed. Dictio, Bs. As., 1974) que “…sin ser dominico, hizo suyo el lema de aquella Orden: Contemplari et contemplata aliis tradere”. Bien dice, porque de esta contemplación y transmisión de lo contemplado, puede afirmarse que fue el primer motor de su obra. Y bien dice, cuando explicitando el concepto, agrega: “…si hay algo que distingue a Castellani de otros doctos en sagradas ciencias, es su idoneidad para hacerse entender y provocar en la inteligencia un movimiento de profundo goce intelectual sostenido por dos estímulos aparentemente antagónicos: el descubrimiento de la verdad y la asombrosa comprobación de la insignificancia de las mentiras que la ocultaban…” (subrayado nuestro). Conocer, en sentido cristiano, es contemplar y luego obrar en orden a lo contemplado. La virtud de la caridad, en este caso, consiste en participar a los demás de la Verdad contemplada: esa “caridad de la Verdad” que debemos al prójimo, antes y mejor que cualquier otro bien material o moral.

    “El problema del aeronauta (dice Castellani), no es sólo volar alto, sino volar alto con pasajeros y carga, que de otro modo le puede sacar ventaja cualquier globito de hidrógeno”. Castellani voló alto y dotado de un instrumental de vuelo excepcional: Teología, Filosofía, Lingüística, Psicología, latín y griego, seis idiomas modernos, preceptiva literaria, arte y sensibilidad de poeta. Voló alto hacia Dios, por amor de Dios, llevando en el “anca” de su vuelo a la Patria, que al decir de Verlaine en los inolvidables versos que Castellani tradujera “…ya son un solo amor, ya no son dos”. Y voló alto para salvar su alma y la nuestra en un vuelo del que algunos fueron pasajeros y otros fuimos carga. Dicho en cristiano, unos pocos fueron Cireneos y otros, cruz.

    Se ha dicho de él que fue el escritor religioso más original de este tiempo. Es verdad, pero vale la pena detenernos a considerar en qué consistía esa originalidad. Por una parte, originalidad de estilo, innegable, evidente, casi única. Pero por otra, o mejor dicho, subsumiendo aquélla, la originalidad de las almas en gracia, la santa originalidad de los fieles a las mociones de la Gracia.

    ¡Qué más le daba al Padre una palabra, un giro idiomático más o menos pulido, si expresaba claramente la idea que trataba de enseñarnos, la verdad que defendía, el punto de la Fe en que podíamos vacilar, tropezar o escandalizarnos! Castellani fue un maestro en la más amplia y pura acepción de la palabra, un maestro de la inteligencia, pero también un maestro de los corazones, porque movía la voluntad a la enmienda y a la vida virtuosa: porque edificaba, en suma, poniendo la inteligencia al servicio de la Fe.

    Este servicio de la inteligencia en obsequio de la Fe, esta subordinación de grado de la razón a la Providencia, puede parecernos fácil a los que obramos sin mucho miramiento respecto de ambas. Pero en los hombres del talante (y del talento) de Leonardo Castellani, implica un esfuerzo y un vencimiento de valor excepcional: es fácil renunciar a las riquezas que no se tienen, lo tremendamente difícil es renunciar a las que se tienen.

    En obsequio de la Fe, Castellani vendió, como el mercader de la parábola, todos sus bienes. Por cultivar el pequeño grano de mostaza, por hallar el tesoro escondido, por adquirir la perla única, gastó su vida, “…al servicio de Dios y de los hombres, en las cosas que miran a Dios” (San Pablo, ad Heb.)

    Dice Bloy, parafraseando a San Pablo, precisamente, que la Fe “…es la sustancia de nuestra Esperanza”. Castellani vivió como pocos esa verdad; como pocos nutrió su Esperanza de la Fe y como pocos la esparció generosamente, como la buena semilla del Evangelio. Algunas cayeron sobre el camino, otras a su vera. Algunas fueron asfixiadas por los abrojos, pero alguna cayó en buena tierra. Y germinó, y dio frutos en abundancia. En esta patria enferma, tan melancólica, tan doliente, es preciso volver a ver la patria bella, tan oculta, que solo los ojos de la Fe intrépida, de la Fe que mueve montañas, serán capaces de descubrirla.

    Castellaniana: Maestro de la Fe

  10. #10
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    Re: Las Gafas de Castellani

    34º aniversario de su fallecimiento



    Parecemos devolvértelos a Ti, oh Dios, de Quién los recibimos. Pero así como Tú no los perdiste al darlos a nosotros, tampoco los perdemos cuando regresan a Ti.


    Oh Amante de Almas, Tú no das como el mundo da. Lo que das no quitas, pues lo que es Tuyo, también es nuestro puesto que somos Tuyos, y Tú eres nuestro.


    La vida es eterna, el amor es inmortal; la muerte no es más que horizonte, y el horizonte no mas que límite de nuestra visión.


    ¡Levántanos, oh Poderoso Hijo de Dios, para poder ver más allá; enjuga nuestros ojos para mirar con luz más clara; acércanos a Ti para sentirnos junto a Ti y hallarnos cerca de nuestros queridos seres que están contigo!


    Y mientras preparas un lugar para nosotros, prepáranos a nosotros también para esa tierra feliz, por que donde estés, estemos nosotros también, por siempre. Amén.

    Rdo. Padre Bede Jarret O.P.
    Castellaniana

  11. #11
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    Re: Las Gafas de Castellani

    Padre Leonardo Castellani: el profeta incómodo (la mitad de su vida)



    No hace mucho, el escritor español, Juan Manuel de Prada descubrió al gran padre Leonardo Castellani, quizás lo mejor que haya dado la Argentina en el ámbito católico del siglo XX. Pocos lo conocen o mejor dicho, no tantos como debieran.
    Presentamos ahora la versión digital de una obra genial: el libro del Dr. Sebastián Randle titulado “Castellani (1899-1949)“. Su autor tuvo la dicha de trabajar a la luz de los diarios íntimos y las publicaciones éditas del gran jesuita argentino. Criticado por propios y ajenos y silenciado por muchos, creemos sin embargo que, aunque hay pasajes que no suscribimos totalmente, es del todo indispensable para entender el cambalache del siglo pasado.

    Con permiso expreso del autor, lo ponemos a disposición para quienes deseen conocer al “profeta” más grande que tuvo la Argentina y aguardamos mientras tanto, la segunda parte (1949–1981) que fue prometida para fin del corriente año.

    Como se trata de un libro “gordo”, me permito presentar aquí también un excelente resumen que escribiera mi maestro, el Dr. Octavio A. Sequeiros, justamente hoy 27 de Abril, a siete años de su partida a la casa del Padre: “Castellani: el profeta incómodo”, aparecido en la Revista Gladius Nº 59(2005), 55-100.

    Que les aproveche.

    Libro del Dr. Sebastián Randle
    en formato mobi, pdf y word

    Que no te la cuenten…
    P. Javier Olivera Ravasi


    Que no te la cuenten | La falsificación de la realidad

  12. #12
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    Re: Las Gafas de Castellani

    Con todos se peleó...

    Leonardo Castellani fue un escritor peligroso: demasiado hondo y sincero para ser tolerado por el sistema


    Leonardo Castellani

    En mi existencia de lector he saboreado muchos deslumbramientos; pero ninguno tan gigantesco y perdurable como el que me proporcionó el argentino Leonardo Castellani. Con legítimo orgullo, puedo confesar que si hoy no soy un escritor sistémico, ni un católico chirle al uso, se lo debo a este gran maldito, que con todos se peleó salvo con Dios; también sin asomo de hipérbole, puedo añadir que, si he mantenido el entusiasmo por mi vocación en medio de tantas zancadillas y puñaladas traperas, ha sido gracias al ejemplo de este escritor duro y precioso como un diamante que supo sobreponerse a todas las penurias y animosidades. Y puede que también conserve la fe gracias a su influjo benéfico. Castellani ha sido mi faro en las noches oscuras del alma, mi consuelo en la tribulación, mi guía en la pesquisa de la verdad, mi profesor de energía, mi protección contra los sobornos mundanos y mi intercesor en el cielo; pues un pecador tan denodado como yo necesita un abogado tan pugnaz como Castellani.


    Apasionado polemista, detractor implacable de la modernidad y de toda su cochambre ideológica, Castellani es sobre todo un campeón de la ortodoxia, que como ya sabemos es la única forma de heterodoxia que nuestra época repudia. Resulta, en verdad, sobrecogedor, que un escritor tan formidable haya sido confinado en los desvanes donde se pudren los escritores prescindibles; y tal confinamiento lo ha consumado la canallesca cultura sistémica, pero también -no nos engañemos- la desidia de los presuntos «buenos». Castellani se distinguió por sostener -y no enmendar- aquellas posturas estéticas, filosóficas o religiosas que los repartidores de bulas del cotarro cultural han decidido demonizar; las mismas que por respetos humanos, allanamiento ante el mundo o cobardía propia de eunucos muchos católicos (incluidos los que gastan báculo) no se atreven a defender. Aunque, para ser del todo sinceros, esta condena en muerte no es muy distinta de la que Castellani soportó en vida: expulsado de la Compañía de Jesús, sufrió todo tipo de tropelías, hasta morir viejo y achacoso, sin más refugio que unos pocos fieles que lo confortaron en la desdicha y la lealtad acérrima a sus dos vocaciones -la sacerdotal y la literaria-, íntimamente desposadas entre sí.

    Terrible polemista

    Nacido en 1899 en Reconquista, un pueblo santafesino, Castellani era hijo de emigrantes italianos. Su padre, un periodista librepensador, halló la muerte en una confusa trifulca con policías corruptos; es posible que este hecho marcase su carácter, misántropo y un poco neurótico. Por influjo de su piadosa madre, Castellani ingresa en la Compañía de Jesús en 1918; y la Compañía, que descubre enseguida sus dotes extraordinarias, lo envía a estudiar a Roma y a la Sorbona. En estos años de brillo y cosmopolitismo, Castellani prueba sus primeras armas literarias, que abarcan casi todos los géneros: volúmenes de relatos como «Martita Ofelia y otros cuentos de fantasmas» (con joyas que nada tienen que envidiar a los escritores más renombrados del género fantástico) o «Las muertes del padre Metri» (una especie de Padre Brown santafesinio), así como sátiras y colecciones de artículos como «El nuevo gobierno de Sancho» o «Las canciones de Militis», en las que junto a una cultura ecuménica Castellani revela dotes de apologeta consumado y temible polemista, dotado de un estilo vibrante y un
    humor socarrón de estirpe cervantina que le permite derribar los espesos muros de la mentira como si estuviesen hechos de alfeñique.


    Son años en los que Castellani prodiga su pluma en las publicaciones más variopintas, exponiendo ideas disolventes, lúcidas hasta la imprudencia, que le van ganando una legión de enemigos, tanto entre las sotanas como entre los mandiles. Si sus comentarios políticos son tan luminosos como devastadores, sus ensayos religiosos fustigan sin melindres el vicio del fariseísmo y la sosería de una Iglesia resignada a la inanidad; y nada tan regocijante como sus artículos de crítica literaria, donde pone como chupa de dómine a todos los santones del canon, desde el tostónico James Joyce al señoritingo Borges.

    En todas estas obras, Castellani muestra una hondura intelectual y una capacidad admirable para provocar en la inteligencia un movimiento de adhesión gozosa (o de rechazo fulminante, si la inteligencia está infestada de paparruchas políticamente correctas). Y es que nuestro autor era eso que los franceses llaman un «maître à penser», alguien que, a través de sus reflexiones, no sólo nos invita a pensar, sino que vertebra y muscula nuestros pensamientos; alguien que no sólo acicatea nuestra inteligencia, sino que la nutre, la robustece, la dota de un andamiaje robusto y, a la vez, la impulsa por caminos nunca antes transitados.

    Con razón un escritor tan peligroso ha sido execrado igualmente por los impíos, los esnobs y los meapilas, y tanto en la vida como en la muerte…




    Con todos se peleó...

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