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Tema: En defensa de los toros

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  1. #1
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    Re: En defensa de los toros

    11] ¿Tenemos derecho a matar animales?
    El respeto absoluto de la vida humana es uno de los fundamentos de la civilización. No sucede lo mismo con la idea de respeto absoluto hacia la vida en general. De hecho sería contradictorio con la idea misma de vida: la vida se alimenta sin cesar de la vida. Un animal es un ser que se alimenta de sustancias vivas, sean vegetales o animales. Proclamar por tanto que todos los seres vivos tienen derecho a la vida es un absurdo ya que, por definición, un animal sólo puede vivir en detrimento de lo viviente. Los animales se matan entre ellos para cubrir sus necesidades, y no exclusivamente nutritivas (contrariamente a lo que comúnmente se cree), a veces lo hacen por agresividad, por juego, o por instinto de caza (como en los casos del gato, del zorro, o de la orca)... De la misma forma, los hombres siempre han matado animales: bien, porque tenían la necesidad de hacerlo para deshacerse de bestias dañinas (portadoras de enfermedades o causantes de plagas), bien, para satisfacer sus necesidades, nutritivas o de cualquier otro tipo: cuero, lana, etc.; bien, por razones culturales o simbólicas (sacrificios religiosos, demostraciones cinegéticas, juegos agonísticos). Pero lo propio del hombre, que le diferencia de "los demás animales", es lo siguiente: cuando mata un animal respetado (y no una bestia dañina de la que tiene la obligación de deshacerse), el acto de darle muerte va generalmente acompañado (en las sociedades tradicionales o rurales) de un ritual festivo o de una ceremonia expiatoria. Hay una excepción a esta regla: la muerte mecanizada, estandarizada e industrializada de los mataderos. Ésta es fría, silenciosa, ocultada y — por decirlo de alguna forma — vergonzosa, que es lo que caracteriza a nuestras sociedades urbanas. La corrida de toros satisface al mismo tiempo las necesidades físicas (el toro es comestible) y simbólicas (las corridas de toros son un combate estilizado y una ceremonia sacrificial). Y, al contrario del matadero industrial, siempre van acompañadas de todas las marcas de respeto tradicional hacia el animal: ritual regulado precediendo al acto y recogido silencio en el momento de la muerte. La pregunta del "derecho a matar" animales se plantea por tanto mucho más en el caso del matadero industrial que en el de la muerte del toro en el ruedo.

    [12] ¿Por qué matar a los toros?

    La muerte del toro es el fin necesario de la corrida. Podríamos enumerar razones utilitaristas. El toro está destinado al consumo humano y en ningún caso puede volver a servir para otra corrida, porque en el transcurso de la lidia ha aprendido demasiado, se ha convertido en "intoreable". Pero esto no es lo esencial. Las verdaderas razones son simbólicas, éticas y estéticas.
    Simbólicamente, una corrida es el relato de la lucha heroica y de la derrota trágica del animal: ha vivido, ha luchado, y tiene que morir.

    Éticamente, el momento de la muerte es el "instante de la verdad", el acto más arriesgado para el hombre, en el que se tira entre los cuernos intentando esquivar la cornada gracias al dominio técnico que ha adquirido sobre su adversario en el desarrollo de la lidia. Estéticamente, la estocada es el gesto que finaliza el acto y hace nacer la obra; la estocada bien ejecutada, en todo lo alto y de efecto inmediato confiere a la faena la unidad, la totalidad y la perfección de una obra.

    Estas tres razones son las que dan sentido a las corridas de toros.

    [13] Pero al menos ¿se podría no matar al toro en público, tal como prescribe la ley portuguesa?

    Hemos recordado más arriba las razones esenciales (simbólicas, estéticas y éticas) de la muerte pública, fin necesario de la ceremonia sacrificial. Por otra parte es un error creer que una muerte "ocultada" sería "menos cruel" para el animal. Es más bien lo contrario. Un toro que sale vivo del ruedo tendrá que esperar largas horas antes de ser llevado al matadero donde será abatido por el carnicero. Dejar al animal malherido y confinado en un espacio reducido sin opción a la lucha, sí que sería un auténtico calvario para él (ver argumento [8]). La única beneficiada de esta solución sería la hipocresía: lo que no se ve no existe. ("¡Tapemos la sangre y la muerte, lo esencial es que no se vean!")

    [14] Todas las tauromaquias implican el respeto al toro

    La corrida de toros es una de las formas de tauromaquia. Existen cientos, de las que perviven unas cuantas decenas. En todas las sociedades donde han vivido toros bravos ha existido alguna forma de tauromaquia, ora deporte, ora rito (en ocasiones ambos a la vez), ora caza solitaria, ora espectáculo de una lucha, ora gratuito desafío del hombre al animal, ora sacrificio ofrecido por los hombres a los dioses. El punto común de todas las tauromaquias es que ellas denotan la fascinación y la admiración que ejercen, en todo tipo de culturas, el toro y su poder, sea real o simbólico. El toro se transforma en el único adversario que el hombre encuentra digno de él. Es el animal con el que se puede medir con orgullo y que por consiguiente lo afronta con la lealtad que se debe a un adversario a su medida. ¿Podríamos demostrar nuestro propio poder ante un adversario al que despreciásemos y maltratásemos? En todas las tauromaquias, al animal se le combate con respeto y no se le abate como a un bicho dañino, ni se le mata de cualquier manera como a una simple máquina de producción cárnica.

    [15] La norma taurómaca consiste en afirmar que no se puede matar al animal sin arriesgar la propia vida

    Prueba fehaciente del respeto hacia el toro es que en la corrida sólo se puede dar muerte al toro poniendo el torero en peligro su propia vida. El deber de arriesgar la propia vida es el precio que uno tiene que pagar para tener el derecho de matar al animal. Lo que hace posible la necesidad de la muerte del toro (ver argumento [10]) es la posibilidad siempre necesaria de la muerte del torero. La mayoría de normas que ilustran la ética taurómaca se inspiran en esta norma esencial: engañar al toro para no resultar cogido pero exponiendo siempre el cuerpo al riesgo de la cornada.

    A la inversa, si se vence sin peligro se triunfa sin gloria.

    [16] El toro no es abatido, tal como lo atestigua el ritual taurómaco.

    La corrida de toros no sería nada sin su ritual. Desde el paseíllo inicial hasta las mulillas que arrastran el cadáver del toro, todos los actos, todos los gestos, todas las actitudes de los actores intervinientes están ritualizados y tienen su sentido. El ritual porta dos finalidades. Proteger simbólicamente los actos de un hombre que arriesga su vida de cualquier accidente imprevisible, al rodearlos de una tranquilizadora barrera repetitiva. Envolver con un ritual festivo y trágico a la vez los momentos en los que se juega la vida de un animal respetado (ver argumento [11]) y por lo tanto singularizado. Al toro se le distingue como un ser vivo individualizado, que cuenta con un nombre propio conocido por todos y con una procedencia genealógica sabida por los aficionados, y al que muchas veces se le aplaude por su belleza, se le ovaciona por su combatividad, e incluso se le aclama como a un héroe.

    ¿Alguien hablaba de desprecio o de crueldad? Habría que hablar de admiración (ver argumento [26])

    [17] El toro no es abatido, se le respeta en su propia naturaleza
    El toro de lidia es un animal bravo, lo que significa que es por naturaleza desconfiado, taciturno y agresivo. Esta natural combatividad no tiene nada que ver con la del depredador azuzado por el hambre, puesto que el toro es un herbívoro, ni tampoco está vinculada con un instinto sexual, pues se manifiesta también ante individuos de otras especies. Para un animal como éste, una vida conforme a su naturaleza "salvaje", rebelde, indómita, indócil, insumisa, tiene que ser una vida libre – por tanto la mejor posible. Y así, una muerte conforme a su naturaleza de animal bravo tiene que ser una muerte en lucha contra aquél que cuestiona su propia libertad, es decir, contra aquel ser vivo que le disputa en su terreno su supremacía. Éste es el drama que se muestra en el redondel: el toro libra su último combate para defender su libertad. ¿Sería más conforme a su bravura y a la propia naturaleza del toro vivir esclavizado por el hombre y morir en el matadero como un buey de carne?

    [18] ¿La mejor de las suertes?
    Es debido a un proceso de identificación por lo que el animalista sólo es capaz de imaginar al toro como chivo expiatorio del hombre. También dicho proceso hace que algunos lo vean como víctima y no como combatiente. Así, puestos a identificarse con el toro propongamos a esos animalistas que se identifiquen con otras especies bovinas y pidámosles que elijan cuál es la mejor de las suertes: la del buey de tiro, la del ternero de carne (criado normalmente "en batería" y muerto a corta edad) o la del toro de lidia: cuatro años de vida libre a cambio de quince minutos de muerte luchando. Entonces la pregunta sería:

    "¿con quién quiere usted identificarse?"

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  2. #2
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    Re: En defensa de los toros

    [19] Una de las últimas formas de ganadería extensiva en Europa


    Defender la fiesta de los toros es apostar por una de las últimas formas de ganadería extensiva que existen en Europa, en la que cada animal dispone de una extensión de 1 a 3 hectáreas de terreno. ¿Puede alguien mejorar esa realidad tratándose de animales domésticos? Si se suprimen las corridas de toros muchas de esas tierras hoy destinadas al toro de lidia se entregarían al uso de la agricultura intensiva o industrial. No deja de ser curiosa la inversión de valores: en la época de la mercantilización de lo viviente, de la cría de bovinos en auténticas fábricas de filetes, de la producción en cadena de pescados estandarizados, algunos se indignan por las condiciones de vida y de muerte de los toros de lidia.


    [20] Un ecosistema único

    Esta ganadería extensiva, preservada de la mecanización indiscriminada gracias al amor por el toro y a la abnegación personal de algunos ganaderos (que a buen seguro tendrían mucho más interés -económico- en "fabricar carne" en ganadería intensiva) sólo se puede hacer en unos espacios y unos pastos únicos: la dehesa en España (de Salamanca a Andalucía), en Portugal (en el Ribatejo), y en Francia (en la Camarga). Gracias a la presencia del toro de lidia, estos espacios son auténticas reservas ecológicas de incomparable riqueza de flora y de fauna (jabalí, lince, buitre, cigüena, etc.) similar a la de los grandes parques naturales protegidos. (En el caso de La Camarga nos podemos referir, por ejemplo, a los trabajos del equipo de Bernard Picon y en especial a su libro "El espacio y el tiempo en La Camarga"). Esto lo saben bien los ecólogos, que no deben ser confundidos con algunos teóricos de la "ecología política".

    21] Defensa de la biodiversidad


    Un verdadero ecologista defiende la biodiversidad y lucha contra la desaparición de las especies. Los animalistas que hoy batallan por la prohibición de la fiesta de los toros luchan, muchas veces sin ser conscientes de ello, por la desaparición de los toros de lidia (Bos taurus ibericus). Esta variedad única de toro salvaje preservada en Europa desde el siglo XVIII gracias a las grandes ganaderías estaría condenada al matadero si se suprimieran las corridas de toros. Con lo cual, para salvar la especie (o la variedad) es necesario "sacrificar" algunos toros en el ruedo. El animalista querría "salvar" a esos ejemplares del destino que les espera. Pero ¿cómo sería eso posible sin condenarlos, a ellos y a todos los demás, al matadero?


    ¿Qué haríamos con todas esas vacas, erales, becerros, que hoy viven exclusivamente para posibilitar que unos cuantos toros adultos sean lidiados en el ruedo? En efecto, es necesario contar con una ganadería de unas trescientas cabezas de ganado para "producir" anualmente tres corridas de seis toros adultos, (cuatro años). (A esto, el antitaurino generalmente contesta que no siendo el toro de lidia, en la estricta acepción biológica del término, una especie sino solo una "variedad" su patrimonio genético no tendría que ser protegido: pero ¿podríamos deshacernos de los perros con el pretexto de que tenemos lobos, o viceversa?)


    Supongamos que, aguijoneado por estos argumentos, el animalista insista en su empeño de pretenderse "ecologista" y vuelva a las consideraciones morales sobre la necesidad de reducir el "sufrimiento" animal. Preguntémosle entonces:


    ¿disminuiría verdaderamente el sufrimiento animal si se suprimiesen las corridas de toros? (Claro, si suprimimos todos los individuos de una determinada población, de un plumazo suprimiremos sus "sufrimientos". Pero a nadie se le escapa que esto es un sofisma). Pero, sigamos con ese razonamiento "utilitarista": ¿qué pasaría con todas esas vidas libres (y por tanto "mejores" que las de la mayor parte del resto de animales que viven bajo la dominación del hombre) de esos centenares de miles de bestias (sementales, vacas, utreros, añojos, becerros) que disfrutan actualmente de una vida conforme a su naturaleza y que no mueren en el ruedo? (De unos 200.000 animales que viven actualmente en las ganaderías destinadas a la lidia, sólo el 6% muere en el ruedo). ¿Cómo contabilizar la pérdida de su existencia y de calidad de vida si se suprimieran las corridas de toros? Vayamos más lejos y volvamos a los doce mil toros que mueren cada año en los ruedos: ¿estamos seguros de que disminuiríamos sus sufrimientos privándoles de una buena vida si se suprimieran las corridas de toros? Y finalmente ¿estamos seguros de que disminuiríamos los sufrimientos de los toros destinados a la corrida si se les privase de la corrida? (ver argumento [18])

    22] Respeto de la naturaleza del animal

    Una última consideración ecologista: el toro de lidia es el único animal criado por el hombre que vive y muere conforme a su naturaleza (ver argumento [17]).


    Esto no es fruto del azar, sino la consecuencia misma del sentido de la corrida ya que ésta exige la bravura del toro. Es un caso único de ganadería que debe respetar necesariamente las exigencias de la vida salvaje del animal (territorio, alimentación, coexistencia de las crías con sus progenitores, etc.) precisamente porque hay que preservar lo más intacto posible el instinto natural de agresividad, defensa del territorio y desconfianza ante cualquier intruso, especialmente ante el hombre. El toro de lidia es el único animal doméstico que sólo puede servir a los fines humanos para los que ha sido criado a condición de no ser domesticado. De ahí que deba ser criado de la manera más "natural" posible; en caso contrario, su lidia sería imposible y la corrida de toros perdería todo su sentido.


    Por definición la corrida de toros es la práctica humana que debe respetar más y mejor las condiciones naturales de la vida de los animales que viven bajo la dominación humana.


    [23] Humanidad y animalidad

    Los animalistas defienden que como "todos somos animales", deberíamos dispensar el mismo trato a los animales que a los hombres. Se equivocan. Es justamente porque el hombre no es un animal como los demás por lo que tiene deberes hacia ellos y no al contrario. Estos deberes no pueden, en ningún caso, confundirse con los deberes universales de asistencia, reciprocidad y justicia que tenemos para con los otros hombres en tanto que personas. Sin embargo, está claro que tenemos deberes hacia algunos animales. A priori hay tres formas de relacionarse con los animales. A los animales de compañía, les damos afecto a cambio del que ellos nos ofrecen: por eso, es inmoral traicionar esa relación, por ejemplo abandonando a un perro en el área de servicio de una autopista. A los animales domésticos, les proporcionamos ciertas condiciones de vida, a cambio de su carne, leche o cuero...; por eso, es inmoral considerarlos como meros objetos de producción sin vida, como sucede en las formas más mecanizadas de la ganadería industrial; pero no es inmoral matarlos, puesto que con esa finalidad han sido criados (argumento [22]). Y, respecto de los animales salvajes, con los que no nos liga ninguna relación individualizada, ni afectiva ni vital, sino solamente una vinculación con la especie, es moral, respetando los ecosistemas y eventualmente la biodiversidad, luchar contra las especies perjudiciales o proteger ciertas especies amenazadas.


    Ahora bien, ¿qué ocurre con los toros bravos – que no son animales propiamente domésticos ni verdaderamente salvajes? ¿Qué deberes tenemos para con ellos? Yo respondo: preservar su naturaleza brava, criarlos respetando esa naturaleza, y matarlos (puesto que solo viven para eso) conforme a su fiereza natural (ver argumentos [14] a [16]).

    Cincuenta razones para defender la corrida de toros (19 a 23) - cultoro.com

  3. #3
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    Re: En defensa de los toros

    [24] "¿No es un espectáculo cruel y bárbaro?"
    Entre las representaciones que se hacen los adversarios de la fiesta de los toros, una de las más comunes consiste en considerarla como un espectáculo cruel y bárbaro. No niego que es un espectáculo singular y violento, aunque esta violencia está sublimada y ritualizada, como en otras formas artísticas.

    Pero no admito que sea un espectáculo bárbaro: nació en el siglo de las Luces como una ilustración del poder del hombre y de la civilización sobre la naturaleza bruta (ver argumento [29]). La verdadera barbarie, ¿no consistiría en poner en el mismo plano la vida del hombre y la vida del animal, "considerando por tanto al hombre como una bestia"? Tampoco admito que sea un espectáculo cruel, puesto que la crueldad supone el placer que se obtiene con el sufrimiento de una víctima (ver argumento [1]). Por supuesto, el aficionado también es sensible al drama del toro (el antitaurino no tiene el monopolio de la sensibilidad y de los buenos sentimientos) pero no ve en él una víctima de malos tratos sino un peligroso combatiente, muchas veces heroico, por más que resulte casi siempre vencido. La auténtica crueldad, ¿no es la de aquellos antitaurinos que afirman desear la cornada y la muerte del torero? Esto supone, una vez más, colocar al hombre y al animal en el mismo plano.

    [25] "¿No son perversos los placeres de los espectadores?"
    Una de más habituales e injustas de las injurias que los antitaurinos regalan a los aficionados, consiste en tratarlos como "perversos", "sádicos", etc. Es absurdo. Nadie conoce a ningún aficionado que disfrute con el sufrimiento del toro. De hecho es difícil encontrar alguno que sea capaz de pegar a su perro, e incluso de hacer daño de manera voluntaria a un gato o a un conejo. Y para todos aquéllos que imaginan a los aficionados como una casta particular de humanos sin corazón ni humanidad, sólo me permito recordarles el nombre de todos los artistas, poetas, pintores, que, con independencia de su procedencia y de sus convicciones, son al menos tan sensibles a la vida y al sufrimiento como todos los demás hombres, y en modo alguno carecen de moralidad o humanidad. ¿Cabría pensar que Mérimée, Lorca, Bergamín, Picasso, etc. (ver argumento [30]) han sido psicópatas y perversos sedientos de sangre? ¿Se podría pensar que hayan mentido hasta ese punto sobre lo que veían?

    ¿Habrían sido capaces de traicionar hasta ese punto lo que experimentaban en el fondo de su sensibilidad y expresaban con su arte? ¿Sería posible que un profano, que jamás ha visto una corrida de toros, sepa más que ellos sobre lo que realmente es? Y sobre todo, ¿cómo puede saber lo que esos mismos artistas han sentido al verlas?

    [26] La mayor emoción en la plaza: la admiración
    ¿Cuál es la principal y más grande emoción que un aficionado siente, como otros muchos espectadores ocasionales, en una plaza de toros? No es un gozo perverso o maligno, sino una emoción inmediata, tan carnal como intelectual, que se llama admiración. Admiración antes que nada hacia la bravura del toro: por su poder, por su incesante combatividad, a pesar de las heridas y por sus repetidas acometidas, a pesar de sus fracasos. Y admiración también hacia el valor del hombre, por su audacia, su coraje, su sangre fría, su calma, y su inteligencia en relación con el adversario. ¡Sí! Vamos a la plaza, por encima de todo, a admirar. Es el más sano y más delicioso de los placeres.

    27] "La corrida de toros genera violencia"
    Es una idea simplista. Bajo el pretexto de la existencia de violencia en la lidia, se generaría violencia automáticamente. Insisto: se trata de una violencia estilizada y ritualizada, es decir, sublimada y canalizada y por tanto no de una violencia caótica, absurda, desenfrenada, sin fe ni ley..., con la que a veces la realidad (o su representación) nos confronta. Por eso no se ha visto nunca a ningún espectador que se haya vuelto violento o agresivo hacia los hombres o los animales después de haber visto una (o cien) corrida(s). Rara vez se han registrado actos de violencia cometidos por los espectadores durante o después de una corrida. El fútbol es seguramente un deporte menos violento que el rugby, pero todo el mundo sabe que la violencia en los estadios de fútbol es mucho más habitual y desenfrenada que la que se produce en los estadios de rugby –y por supuesto superior a la de las plazas de toros. El público que asiste a una corrida es a menudo gente cultivada y educada, que manifiesta de manera muy pacífica sus emociones, e incluso las más fuertes e indignadas, cuando el espectáculo no corresponde a sus expectativas.

    En realidad, si hubiera que considerar la fiesta de los toros como una "escuela" de algo, ésta sería la del respeto: por el rito y su sentido; por la animalidad y la manera como se expresa; y por la humanidad que triunfa y la manera como lo consigue.

    [28] "¿Son las corridas de toros un espectáculo traumatizante para los niños?"
    Cualquier cosa puede traumatizar a un niño. Especialmente la violencia muda, ciega y absurda, a la que no se le puede dar ningún sentido ni razón. Lo que puede contribuir al trauma es el silencio. Un niño puede soportar o no el espectáculo de la corrida de toros ni más ni menos que un adulto. El niño puede aprender y comprender, igual que lo puede hacer un adulto. Puede rápidamente percibir la diferencia entre el hombre y el animal, y sobre todo, entre el animal admirado y temido como el toro, y el animal afectuoso y querido como su perro o su gato. Y la corrida de toros puede ser la ocasión para que los padres den explicaciones sobre los signos del ritual (hecho al que los niños son especialmente sensibles), dialoguen con ellos sobre la vida y la muerte, y también ofrezcan las explicaciones pertinentes sobre el comportamiento animal y el arte humano. La corrida de toros, por sí misma, no es ni "traumatizante" ni "educativa". Lo que puede contribuir a traumatizar a los niños es el miedo de los padres a traumatizarlos. Al contrario, es el deseo de los padres de compartir sus alegrías y hacer comprender a los niños un espectáculo tan singular, lo que puede resultar educativo.

    Cincuenta razones para defender la corrida de toros (24 a 28) - 50 razones - Cultorízate - cultoro.com
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  4. #4
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    Re: En defensa de los toros

    La fiesta de los toros en la cultura y en la historia

    Hasta el momento nos hemos situado en territorio adverso. Hemos respondido a los ataques de los que afirman que no les gusta la fiesta de los toros – que están en su derecho — y de los que, a veces sin saber nada del asunto, pretenden prohibirla o limitar el acceso a los demás –ya no están en su derecho. Hemos dicho, por tanto, todo lo que la fiesta de los toros no es. Aún no hemos empezado a decir lo que es. No se trata de un fenómeno sin raíces históricas y geográficas. Está integrada en una cultura, lo que no quiere decir que se reduzca a ella. Es creadora de una diversidad de culturas particulares, lo que no significa que no sea en todos los casos portadora de los mismos valores. Es también inspiradora de "alta cultura", lo que no significa que esté desconectada de la cultura popular.

    [29] "¿Es arcaica la fiesta de los toros?"

    A este respecto, los prejuicios abundan a uno y a otro lado de la barrera que separa a los aficionados de los antitaurinos. Para éstos, la fiesta de los toros es arcaica, remontándose a una especie de edad bárbara de la humanidad. Para aquellos, la fiesta de los toros es arcaica, encontrando su legitimidad en las más antiguas y respetables fuentes. Estas dos utilizaciones de la antigüedad
    son igualmente ideológicas. En realidad la corrida es una invención moderna.

    El toreo a pie no va más allá del siglo XVIII; se codifica progresivamente a principios del siglo XIX y, tal cual lo conocemos hoy, no tiene más de un siglo y medio de existencia. Es más o menos la época en la que llega a las regiones francesas de Aquitania, Camarga y Provenza, que conocían los juegos taurinos desde hacía mucho tiempo. La historia se opone al prejuicio. Se cree que la
    muerte pública del toro es lo que es arcaico y que el aspecto lúdico de las tauromaquias populares es reciente (conforme al actual prejuicio según el cual el proceso de "civilización" supone la progresiva depuración de la muerte). Sin embargo, lo cierto es justamente lo contrario: en toda la cuenca mediterránea siempre hubo diversos juegos populares con el toro. La codificación de la
    popular corrida de toros con muerte pública es reciente – como puede comprobarse con un argumento económico: criar toros "salvajes", que sólo pueden ser empleados una vez, presupone un elevado grado de desarrollo económico.

    En compensación, lo que está demostrado son los tres hechos siguientes.

    La corrida de toros no ha dejado de desarrollarse en España a lo largo de todo el siglo XX y está más viva que nunca. Como nos recuerda Pedro Córdoba en su excelente libro La corrida (Colección "Idée reçues", editorial "Le cavalier bleu", Paris, 2009), en 2008 se celebraron en España aproximadamente novecientas corridas de toros formales; cuatro veces más que un siglo antes; y también (contrariamente a un prejuicio con mucha aceptación) cuatro veces más que en 1950.

    En Francia, la "corrida" no ha dejado de desarrollarse desde su introducción (hacia la mitad del siglo XIX), y ha conocido un auténtico boom especialmente en estos últimos veinticinco años. A modo de ejemplo, en el último cuarto de siglo, la asistencia a la plaza de Nîmes se ha duplicado prácticamente, pasando de unos 70.000 espectadores por año a comienzos de los ochenta a
    unos 133.000 en el 2007. Lo mismo ha ocurrido en el mundo ganadero: la primera ganadería se fundó en 1859 (H. Yonnet) y durante mucho tiempo fue la única; en la actualidad, Francia cuenta con 42 ganaderías, distribuidas por el sureste del país (especialmente en La Camarga) y algunas en el suroeste. La gran mayoría fue fundada a partir de 1980.

    Lo que por otro lado nutre la idea de arcaísmo es el hecho de que la corrida de toros se ha convertido en uno de los pocos acontecimientos en el que se perpetúan actos que, hace poco, eran habituales y formaban parte de la vida
    cotidiana. Cualquier forma de ritualización ha desaparecido prácticamente de nuestras vidas en los últimos treinta años, sobre todo las que están ligadas a la muerte: no hay cortejos fúnebres en las ciudades, no se colocan marcas de duelo en las casas, y las personas tampoco llevan ya signos visibles de luto. La muerte de los animales se ha refugiado en el glacial silencio de mataderos
    industriales; de igual manera, la de los hombres ha emigrado hacia clínicas hiper-especializadas y asépticas o hacia las antecámaras de la muerte, anónimas y disimuladas, de las residencias geriátricas. Por otro lado, en una sociedad que hasta hace poco tiempo tenía raíces y sensibilidades rurales, la muerte regulada y festiva de un animal doméstico (la del gallo o la del cerdo)
    era un acto familiar que daba ritmo a la vida ordinaria mediante la excepcionalidad de los solemnes actos de comunión colectiva. Todo eso ha desaparecido de manera brusca.

    Por tanto, la perspectiva animalista contemporánea que considera estos fenómenos como arcaicos no se equivoca del todo. Pero con una matización: lo que desde esa sensibilidad se considera arcaico no se remonta de ninguna manera a la noche de los tiempos sino, como mucho, a una o dos generaciones. Lo que ignora esa sensibilidad es que ella misma es el fruto muy reciente e hiper-moderno de una pérdida de contacto con los animales y con la naturaleza reales. Los animales que imagina son todos buenos como los animales de apartamento, o todos víctimas, como los cerdos criados en baterías que a veces vemos por la televisión: ambos tipos de animales son el resultado de una ideología urbana reciente.

    Hay un nexo de unión evidente entre estos tres hechos. Justamente porque nuestra época ha perdido poco a poco el sentido de los ritos, de la muerte, de la naturaleza, de la animalidad, es por lo que necesita volver a encontrar al mismo tiempo la realidad, la imagen y el símbolo en la corrida. ¡De ahí su modernidad!

    [30] La fiesta de los toros no está ligada al franquismo.

    Como toda gran creación cultural es políticamente neutra Hay un hondo prejuicio, puramente español, que identifica las corridas de toros con el franquismo. Esta consideración no resiste ni el análisis ni el peso de los hechos. ¿Los hechos? Por supuesto, las corridas de toros existían con anterioridad al franquismo y se han desarrollado perfectamente después. Cosa distinta es que el régimen haya sabido utilizar y manejar en beneficio propio los fenómenos más espectaculares de la pasión taurina – lo trágico de Manolete y lo desenfadado de El Cordobés, las dos caras de la popular fiesta de los toros.

    Esto es sin duda lo que hacen todas las dictaduras. Así, Salazar se esforzó en recuperar el fado portugués y atraer hacia sí el icono popular que fue la genial Amalia Rodrigues. Por eso el fado conservó durante algún tiempo después de la "revolución de los claveles" cierta imagen fascista cuando sin embargo nunca dejó de ser la expresión más profunda del alma popular lisboeta. También el régimen militar brasileño intentó recuperar para su favor la pasión futbolística del pueblo brasileño y la victoria de la Seleçäo en 1970. Todo esto nada tiene que ver con el fútbol, la música o los toros. Recordemos, porque la gente olvida, que hubo aficionados tanto en el bando antifranquista (pensemos en Lorca, Bergamín o Picasso) como en el bando franquista. En Francia, la fiesta desata pasiones entre personas de izquierdas (por ejemplo, los escritores Georges Bataille o Michel Leiris) como de derechas (por ejemplo, Henry de Montherland o Jean Cau); y al contrario de lo que ocurre en España, los medios de comunicación meridionales apoyan la tauromaquia independientemente de cualquier consideración ideológica.

    En la España actual, el hecho de que los partidos de derechas favorecen con más facilidad la fiesta de los toros que los de izquierdas, tiene que ver con los enfrentamientos entre posturas nacionalistas y planteamiento centralista.

    [31] La fiesta de los toros transmite valores universales, no los de la España negra

    Para algunos espíritus más cultivados que los anteriores, la fiesta de los toros no está asociada al franquismo sino, más generalmente, a la "leyenda negra de España", en la que se encuentra – totum revolutum — la expulsión de los judíos, la Inquisición, la exterminación de los indios americanos, el oscurantismo, etc. Algunos hispanistas han mostrado cómo esa leyenda, montada pieza a pieza, ha podido contribuir a una cierta "culpabilización" de las élites españolas. Ésta es una de las fuentes del sentimiento antitaurino de algunos intelectuales contemporáneos, que asocian las corridas de toros con la representación que tienen de la imagen que los extranjeros se hacen de su país y de su cultura. Por eso quieren romper con esa representación que estiman trasnochada, folclórica y sobre todo nefasta.

    De otro lado, la fiesta de los toros no puede ser separada de su marco histórico y geográfico. Marco que es al mismo tiempo más estrecho (ya hemos escrito que está ligada a la modernidad, argumento [29]) y más ancho que la supuesta "España negra". Su raíz es fundamentalmente la de las culturas mediterráneas.

    Entre los orígenes lejanos de la tauromaquia moderna, se citan los grandes mitos de la antigüedad (la leyenda de Hércules o el mítico triunfo de Teseo) y la religión romana del dios taurino Mitra. Como todas las grandes creaciones culturales donde se mezclan elementos populares y cultos, el arte taurino está al mismo tiempo ligado a una civilización particular y expresa valores universales: la fiesta, el juego, el valor, el sacrificio, la belleza, la grandeza...

    De esta manera la tragedia griega depende de su lugar de nacimiento, la Atenas clásica, y al mismo tiempo vehicula emociones y pensamientos en los que todos los seres humanos pueden reconocerse, independientemente de la época: la fatalidad, la pasión que corroe, las coincidencias funestas, los conflictos del deseo y de la sociedad... Sería tan absurdo reducir la fiesta de los toros a la "España (llamada) negra" como reducir la tragedia griega al antiguo esclavismo. La moderna corrida de toros ha conquistado el mundo a pesar de haber nacido en algunas regiones de España (Andalucía, Castilla o Navarra). Y todas las poblaciones que adoptaron este ritual y sus valores los integraron en sus culturas y sus tradiciones particulares porque reconocieron en ellos una parte de su propia humanidad. Así ha pasado con el pueblo vasco, catalán, valenciano, extremeño, gallego, portugués, y con los de la Provence, del Languedoc, de la Aquitaine, y por supuesto las poblaciones mexicanas, colombianas, ecuatorianas, venezolanas, peruanas, que mantienen viva la fiesta, incluso cuando algunos quieran renegar de esta parte de ellos mismos
    por razones políticas. ¿Alguien hablaba de "España Negra"?

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  5. #5
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    Re: En defensa de los toros

    La forja de la cultura taurina

    [32] La tradición ha forjado una cultura taurina

    Algunos defensores de las corridas lo hacen arguyendo que debe su legitimidad a la tradición. Y ante eso los antitaurinos lo tienen fácil para responder que la tradición no es un argumento y que la mayor parte de los grandes progresos de la civilización se han hecho contra costumbres bien arraigadas, y por tanto supuestamente legitimadas por la tradición. Enumeran con razón la esclavitud, la sumisión de las mujeres, la pena de muerte, etc. No es menos cierto que hoy continúan existiendo tradiciones absolutamente detestables como el suicidio de las viudas en India o la ablación de niñas y jóvenes de acuerdo con determinados ritos religiosos.

    Sin embargo, en Francia una prudente ley (la del 24 de abril de 1951, transcrita también como uno de los supuestos del artículo 521.1 del Código Penal) declara las corridas de toros lícitas "cuando existe una tradición local ininterrumpida". ¿Quiere esto decir que la tradición es el motivo de la licitud?

    De ninguna manera. Lo único que hace la ley es definir su extensión. El matiz es importante. Las corridas de toros son autorizadas no porque hay tradición, sino allí donde hay. La tradición tiene como efecto forjar una cultura local y una determinada sensibilidad. Es justamente esto lo que confirma una sentencia de la Cour d'Appel d'Agen del 10 de enero de 1996: "la tradición local es una
    tradición que existe en un entorno demográfico determinado, por una cultura común, las mismas costumbres, las mismas aspiraciones y afinidades...una misma manera de sentir las cosas y entusiasmarse por ellas, el mismo sistema de representaciones colectivas, las mismas mentalidades".

    Éstos son los frutos de la cultura taurina, allí donde existe tradición. Coexistir con discursos taurinos, vivir próximo a los toros, relacionarse desde niño con este magnífico y fiero animal, y tener admiración hacia el toro y su bravura, son elementos que han forjado la sensibilidad necesaria para la percepción de este singular espectáculo. De esta forma, lo que sería visto como un acto de
    crueldad en Londres, Boston, Estocolmo o Estrasburgo se comprende, se vive y se entiende en Dax, Béziers, Bilbao, Barcelona, Málaga o Madrid como un acto de respeto inseparable de una identidad.

    [33] Fiesta de los toros y defensa de la diversidad cultural
    La fiesta de los toros es efectivamente inseparable de las identidades que ha forjado y éstas recíprocamente se han construido gracias a ella. No es posible imaginar las ferias de Nîmes o de Vic-Fezensac, de Pamplona o de Valencia, de Jerez en Andalucía o de Céret en Catalunya francesa, sin el toro en la plaza, ni en las calles, ni en los carteles, ni en las exposiciones, ni en las librerías, ni en toda la fiesta, etc. En una época en la que se defiende la diversidad cultural, en la que se pretende resistir a la mundialización de la
    cultura, en la que se lucha contra la uniformización de los valores y de las costumbres, en la que se denuncia la omnipotencia de la dominante y avasalladora civilización anglosajona... ¿no hay que defender las identidades culturales locales, regionales, minoritarias? ¿No hay que defender, ahora más que nunca, los "pueblos del toro"?

    [34] Unidad de cultura, diversidad de interpretaciones

    Como toda gran creación humana, la fiesta de los toros expresa valores universales (ver argumento [31]). Como toda cultura popular, es inseparable de la identidad de los pueblos que la han inventado o adoptado (ver argumentos [32] y [33]). Pero como toda cultura que es a la vez local y universal, la fiesta de los toros se vive, se siente, se expresa diferentemente según las ciudades, regiones o países que la han hecho suya. Lo destacable es que la misma fiesta de los toros, que se desarrolla en la actualidad exactamente de la misma manera en Sevilla, México, Pamplona, Madrid, Bayona, Arles o Cali, no es, de ningún modo, interpretada de la misma manera en esas diferentes ciudades.

    En ocasiones se vive como una desinhibida fiesta dionisíaca, en otras como una ceremonia apolínea, en algunos casos como un ritual receloso y circunspecto. La lidia a veces es vista como un juego de quiebros y fintas, a veces como un arte plástico, a veces como una tragedia al anochecer. Las faenas a veces son sentidas como la expresión de la animalidad salvaje y otras veces como la de la humanidad más educada. Todas estas interpretaciones de la fiesta de los toros, y muchas más, son posibles, dependiendo de la idiosincrasia de cada pueblo, y hasta de cada persona. Basta con examinar los dos extremos geográficos de España, el País Vasco y Andalucía, para comprender como cada uno de ellos traduce en su propia sensibilidad la universal fiesta de los toros (de la misma manera que se representa hoy a Sófocles en japonés o en alemán). En el Norte de España, les gustan los toros duros y fuertes y los toreros guerreros que aceptan sus desafíos. En esos ruedos se admira la audacia, la dominación y la demostración del poder. La
    corrida de toros es vista como un rito festivo y como un arte marcial. Sin embargo, en el Sur, prefieren los toreros artistas y los toros que se prestan a ese juego. En esos ruedos se admira la elegancia, la gracia profunda y la armonía sensual. La corrida de toros es una de las bellas artes, algo entre la tragedia y la escultura. En Francia, sólo el Sur es taurino y el contraste está entre el Oeste y el Este.

    Cada pueblo dispone de multitud de maneras para adaptar y traducir a su propio vocabulario cultural el mensaje universal de la fiesta de los toros.

    [35] La cultura taurina y la "alta cultura" Todo lo expuesto inscribe la fiesta de los toros dentro de las grandes manifestaciones de la cultura popular (argumentos [29] a [34]). Con la variedad innumerable de tauromaquias que los pueblos taurinos han inventado, en su territorio, ocurre lo mismo. Pero lo que le diferencia a la fiesta de los toros de una simple manifestación folclórica es haber sido adoptada y convertida en objeto de reflexión de la cultura "culta". La universalidad de la fiesta de los toros no es solamente la de los valores que transmite (ver argumento [31]) sino también la de los mundos artísticos y cultos donde ha sido acogida y la de las obras que ha producido en las demás artes. ¿Pintura? Sólo hay que citar los nombres de Francisco de Goya, Eugène Delacroix, Gustave Doré, Édouard Manet, Claude Monet, Ignacio Zuloaga, Ramón Casas, Pablo Picasso, André Masson, Salvador Dalí, Joan Miró, Francis Bacon y, en la actualidad, los de Soulages, Alechinsky, Botero, Arroyo, Chambás, Barceló, Combas, entre otros muchos... Refiriéndonos a escritores, podemos mencionar a Luis de Góngora, Nicolás Fernandez de Moratín, Prosper Mérimée, Théophile Gauthier, Gertrude Stein, Manuel Machado, Jean Cocteau, José Bergamín, Henry de Montherlant, George Bataille, Federico García Lorca, Ernest Hemingway, Michel Leiris, Miguel Hernández, Camilo José Cela...; y hoy, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Florence Delay, etc. A esta lista habría que añadir la poesía de Fernando Villalón, de Gerardo Diego, de Rafael Alberti, de René Char, de Yves Charnet, entre otros muchos. Sin olvidar las músicas de George Bizet, de Isaac Albéniz, de Joaquín Turina, las esculturas de Benlliure, y, en las artes del siglo XX, dentro de la fotografía, la obra de Lucien Clergue, en el jazz las composiciones de John Coltrane y de Eric Dolphy, en el ámbito de la alta costura las creaciones de Christian Lacroix y de Jean-Paul Gaultier, y en el cine las películas de Henry King, de Rouben Mamoulian, de Sergei M. Eisenstein, de Abel Gance, de Budd Boetticher, de Luis Buñuel, de Pedro Almodóvar, etc.

    ¿Cómo explicar que una tradición tan particular, y aparentemente tan limitada histórica y geográficamente, haya podido inspirar las obras de artistas pertenecientes a modos de expresión, nacionalidades, horizontes y estilos tan diversos, si no fuera porque la fiesta de los toros encierra en sí misma tantos tesoros de expresión artística (ver argumentos [39] a [43]) y tantos valores humanistas (ver argumentos [36] a [38])?


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  6. #6
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    Re: En defensa de los toros

    [36] Comprender la animalidad

    Hoy por hoy, no tenemos nada más que relaciones con animales de compañía,“humanizados” por nuestra permanente convivencia con ellos. En el ruedo,vemos al animal, en toda su naturalidad, o, mejor dicho, a un animal singular, y a

    pensar con él. Ese es uno de los esenciales placeres del aficionado. Es también la primera sorpresa del profano cuando escucha los comentarios de los iniciados. Hablan del toro, de su tipo, de su comportamiento e intentan descifrar su carácter singular, anticipar sus acciones y comprender sus reacciones: “¿Por qué acomete aquí y no allí? ¿Por qué a determinada distancia y no a otra? ¿Por qué en este terreno y no en aquél?¿Por qué repite sus embestidas? ¿Por qué mide sus arrancadas? ¿Se percatará de la presencia del hombre tras el engaño?”. Aprender a ver los toros en general y a comprender un toro en particular es una fuente de educación de“etología” para los niños. Finalmente, es la condición indispensable para apreciar el trabajo del torero: ver lo que él comprende, apreciar cómo se adapta a su adversario, juzgar si le entiende o no y admirar que le haya entendido mejor que nosotros.

    ¡Estamos lejísimos de gozos perversos!

    [37] Admirar las virtudes intelectuales del torero

    Torear no es sólo atreverse a ponerse delante de un animal que podría (y“querría”) matar. Torear es demostrar una forma muy peculiar de inteligencia(los griegos habrían dicho “astucia”). Consiste en presentar el propio cuerpo a una fiera peligrosa de forma que lo pueda coger, desviando su acometida con un engaño de trapo. Una finta hecha de audacia y astucia. Torear consiste sobre todo en enlazar una serie de quiebros que necesitan un conocimiento del toro, una penetración intuitiva de sus acciones y sus reacciones, una inteligencia estratégica de la lidia adaptada a cada toro y un sentido táctico delos gestos necesarios en cada fase de la lidia. La finalidad de todos esos actos,que culminan con la muerte, gesto de suprema maestría, es la dominación del hombre sobre el animal: se trata de forzar al toro a actuar contra su propia
    naturaleza, es decir obligarlo a acometer
    dónde, cuándo y cómo
    el hombre ha decidido, cumpliendo con la gratuidad del juego y la seducción del engaño. De todo ello resulta una faena que viene a ser como una acción domesticadora concentrada en unos pocos minutos. No hay placer taurino sin esa admiración por la inteligencia del torero.Y la fiesta de los toros no tendría sentido sin esas virtudes de la inteligencia humana que ganan a las fuerzas de la naturaleza. Esta es la lección constante y universal de todo humanismo.
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  7. #7
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    Re: En defensa de los toros

    [38] Admirar las virtudes morales del torero

    Torear no es sólo arriesgar su cuerpo o ejercer su inteligencia. Es también demostrar virtudes morales que se deducen del acto taurómaco. Es ilustrar cinco o seis grandes virtudes intemporales. El toreo no es solamente una técnica, ni un arte, sino también una suerte de "arte de vivir" que requiere que se actúe siempre respetando alguno de los grandes principios morales.
    Para ser torero, o mejor, para merecer ese título:

    - Hay que combatir a un animal naturalmente peligroso, lo que exige valor y sangre fría.

    - Hay que afrontarlo en público, sin perderle la cara, lo que exige caballerosidad y dignidad.

    - Hay que dominarlo, lo que exige antes que nada el dominio de sí mismo, del cuerpo, de las reacciones instintivas y de las emociones incontroladas.

    - Hay que matar, también, a ese adversario, lo que sólo se justifica si, para hacerlo, se pone la propia vida en juego (ver argumento [3]): esto supone lealtad para con el adversario y total sinceridad en relación con su propio compromiso físico y moral.

    - Finalmente, hay que saber ser solidario con los compañeros, lo que exige, una vez más, sacrificio de su propia persona, aun a riesgo de su vida.

    ¿No es el Torero con mayúsculas un auténtico ejemplo de lo que querríamos poder hacer y un verdadero modelo de lo que nos gustaría poder ser?

    [39] Diversidad cultural e imperativos culturales de la humanidad

    Hemos expuesto cómo defender la fiesta de los toros era resistir a la globalización (ver argumento [3]). Pero defender la diversidad cultural no significa defender cualquier práctica cultural. No todas son obligatoriamente "buenas" o defendibles. Algunas chocan con prohibiciones o tabús absolutos. Son aquellas que transgreden lo que puede ser resumido en la idea de "derechos humanos". Condenar a la esclavitud a un hombre o una mujer; no reconocer a una persona como tal; tratar a un ser humano como un medio para satisfacer cualquier necesidad; rechazar los principios de reciprocidad y justicia; violar los principios de libertad, igualdad y dignidad de los seres humanos... son acciones que nada tienen que ver con la diversidad cultural ni tampoco con la placentera relatividad de las costumbres. Son pura y simplemente barbarie. Por definición, estos principios universales no pueden aplicarse a los animales, ya que suponen el reconocimiento del otro como un igual, es decir, imponen la reciprocidad sin la cual no habría justicia. Si el hombre hubiera tenido, o tuviera, que aplicar a los animales los principios que debe aplicar al hombre, no habría habido domesticación, ni ganadería, ni agricultura, ni, en definitiva, civilización propiamente humana. Esto no significa que podamos hacer lo que queramos con los animales, ni que no tengamos deberes hacia ellos (ver argumento [24]). Significa que no podemos confundir esos deberes con los que tenemos hacia los hombres, ni los principios del humanismo con los del animalismo.

    El animalismo no es una extensión de los valores humanistas. Es su negación.
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  8. #8
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    Re: En defensa de los toros

    La fiesta de los toros es creadora de inestimables valores estéticos

    Sin embargo, la fiesta de los toros no sería nada si se quedara ahí. Sería sólo defendible pero no admirable. Si tantos artistas han visto un arte que podía ser traducido a su forma de expresión, si la fiesta de los toros procura a los que la aman tan incomparables placeres, si hay que preservarla como una fuente de valores estéticos que no debe perderse, es porque el toreo es un arte raro, que entronca posiblemente con el origen mismo del arte: dar forma humana a una materia natural.

    [50] La sublime grandeza del espectáculo

    Entre en una plaza de toros llena un día clave. Nunca antes ha asistido a una corrida. No está ni a favor ni en contra. Solamente quiere ver. Le horroriza la violencia y no le gusta para nada la sangre. A pesar de todo, es posible que la grandeza del espectáculo le conquiste poco a poco. Si es así, déjese arrastrar por sus sensaciones: la solemnidad del ritual, la ligereza de la música, el destello inesperado de los trajes, el poder de la fiera que ataca en todas direcciones, la coreografía tan regulada como imprevisible de las cuadrillas, el capote que gira, el impresionante choque del toro con el caballo de picar (la suerte que más inspiró a Picasso), las banderillas que revolotean, la increíble serenidad del hombre durante el duelo, las audaces y deslumbrantes figuras de su danza con el animal, la muerte en el recogido silencio de la multitud... ¿Ya ha visto algo parecido? ¿Ha visto algo que le deje atónito hasta ese punto? ¿Ha visto alguna cosa que pueda así trastornar y hacer naufragar sus sentidos? Este espectáculo incomparable, único, tan potente como singular, esta fiesta total de la grandeza y de la desmesura recibe el nombre de lo sublime. Usted quizás vuelva. O quizás no. Pero seguro que está de acuerdo en afirmar: sólo las corridas de toros pueden procurarnos hoy emociones como éstas.

    [41] La creación de lo bello

    Todo eso no son más que las primeras sensaciones del profano, que el aficionado sólo reencuentra en las grandes ocasiones. Pero, día a día, el arte del toreo consiste en algo completamente diferente: simplemente crear belleza. La belleza del toreo es la más clásica: supone elegancia, armonía de movimientos, perfección de formas, equilibrio de volúmenes. El toreo crea formas, obras humanas a partir del caos, es decir, la acometida natural de un toro. Inmóvil pone, con un solo gesto, orden donde no había más que desorden y movimiento. Dibuja curvas poéticas donde el animal naturalmente sólo produce líneas rectas (para coger, para matar). Intenta, como los más clásicos pintores, producir el máximo efecto sobre su materia prima (la acometida del toro) con las mínimas causas, es decir, en el menor espacio, tiempo y movimiento.

    Claro que no sólo existe la corrida de toros para crear belleza. Pero sólo la corrida de toros puede crear esta belleza a partir de su contrario, el miedo a morir.

    [42] Un arte original, entre el clasicismo y la modernidad

    El arte del toreo es original. Tiene algo de música (armonía de los acontecimientos consonantes), algo de las artes plásticas (equilibrio de líneas y de volúmenes en tensión opuesta), algo de las artes dramáticas (alianza del azar y de la necesidad).

    El toreo tiene al mismo tiempo algo de clásico y algo de contemporáneo. La mayoría de las artes cultas han abandonado hace tiempo la creación de belleza, valor estético que se juzga desfasado. Desde este punto de vista, el toreo es un arte extremadamente clásico. La mayoría de las artes cultas han abandonado la representación, para transformarse en artes de la actuación única y de la presentación directa (ver el happening, el body-art, el ready-made, la instalación, la intervención, etc.). Desde este punto de vista, el toreo es un arte completamente contemporáneo: presentación bruta del cuerpo, de la herida, de la muerte.

    El toreo tiene al mismo tiempo algo de las artes cultas y de las artes populares. Da a los profanos las más inmediatas emociones y a los cultos las más refinadas conmociones, que corresponden a las artes más "estéticamente correctas". Y da a todos, a la par que la tensión permanente debida al riesgo de muerte, el alivio transfigurado debido a la belleza.

    [43] Lo trágico

    Y a todas las artes, el toreo les añade la dimensión que ninguna otra arte podrá nunca dar: la dimensión de la realidad. Todo está representado, como en el teatro, y sin embargo, todo es verdad, como en la vida. Puesto que el juego es a vida y a muerte. Orson Welles dijo: "¡El torero es un actor al que le suceden cosas de verdad!" La corrida de toros es un drama trágico al que le toca presentar sin ambages la vida y la muerte. Y decir y afirmar esta verdad: sí, es innegable, morimos.

    ¿Es esta verdad la que rechaza nuestra época, la cual sólo ama la naturaleza aséptica, y sólo acepta la realidad a condición de que esté desinfectada, y que afirma amar la juventud siempre que sea eterna?

    [44] La fiesta, comunidad espiritual

    Sin embargo, las corridas de toros son, y quizás por encima de todo, una fiesta. Los festejos taurinos siempre han ido de la mano de periodos de ruptura de la vida cotidiana, es decir, de los momentos de conmemoración en los que una comunidad se encuentra y se recrea. Nuestra época, más que cualquier otra, tiene necesidad de fiestas, porque nuestra modernidad es cada vez más individualista, circunscrita al hogar, a lo privado y a lo íntimo. Mientras que la fiesta es la calle, lo de afuera, lo público. Quizás es por eso por lo que las corridas de toros dominicales han ido siendo paulatinamente reemplazadas por las ferias. No hay corrida de toros sin fiesta, pero para los pueblos taurinos no hay fiesta posible sin toros. Porque, ¿hay alguna imagen más bella de la comunidad que el mismo ruedo, redondo, circular, donde todo el mundo ve todo, donde todo es visto desde todos los lados y donde, sobre todo, toda la comunidad se ve a sí misma, comulgando de un mismo espectáculo, de una misma ceremonia, y siguiendo un mismo ritmo de olés, con el sentimiento de vivir juntos un acontecimiento único?

    Este es el poder de la fiesta de los toros, bien conocido por los alcaldes de las ciudades taurinas, atentos a la vida de su comunidad. Saben que no se hace la misma fiesta en las bodegas de Mont-de-Marsan que en el Real de la Feria de Sevilla, que no se canta igual en las Fallas de Valencia como se corre en Pamplona, que no se baila igual en Nîmes que en Granada, que sin toros durante el día no se haría, por la noche, fiesta con el mismo ánimo. Porque lo que hemos vivido durante el día, todos juntos, es el triunfo de la vida sobre la muerte.
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  9. #9
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    Re: En defensa de los toros

    Los peligros del animalismo

    Hemos intentado responder a los detractores de la fiesta de los toros. Hemos intentado decir también, en pocas palabras, lo que son las corridas de toros y los valores de los que son portadoras. En este momento, hay que intentar esbozar las razones que convierten en peligroso el movimiento antitaurino. En sí mismo sólo lo es para la fiesta de los toros; pero el movimiento más general del que es manifestación y los valores que lo inspiran amenazan mucho más allá que a la fiesta de los toros.

    Después de todo, puede usted pensar que si mañana, o en diez años, las corridas de toros se prohíben en los lugares donde hoy existen, ¡asunto zanjado! Los aficionados se recuperaran y las pasiones humanas ya encontrarán otro propósito del que ocuparse. Quizá. Hoy la amenaza se cierne sobre la fiesta de los toros; ¿qué es lo que amenazará mañana?

    [45] Humanismo o animalismo

    Ya hemos dicho que no hay que confundir al hombre y al animal (argumentos [5] y [23]), ni los principios del humanismo con los del animalismo (argumento [39]). Ahora bien, la ideología que se extiende y de la que el movimiento antitaurino es portador consiste en poner en el mismo plano animales y hombres. "¿No somos nosotros también animales?" La intención parece loable: porque ¿no es una manera de extender a los demás seres vivos la compasión, la simpatía, y por tanto, la moralidad que nos liga a los hombres? Mera apariencia. Porque, intentando alzar a los animales hasta el nivel en el que debemos tratar a los hombres, necesariamente rebajamos a los hombres al nivel en el que tratamos a los animales. ¿Qué quedaría de los valores de justicia, equidad, generosidad y fraternidad? ¿Qué sería de los valores de la convivencia, si reducimos la comunidad humana a esa otra, infinitamente más vaga y menos exigente, que nos liga a los animales, sea cual sea la afección que tengamos para algunos o el respeto que debemos a todos?

    [46] ¿Hasta dónde irá la "liberación animal"?

    La modernidad ha conllevado una incontestable degradación de las condiciones de cría de algunos animales destinados al consumo humano (especialmente cerdos, terneras y pollos) considerándolos puras mercancías. La toma de conciencia de ese fenómeno ha acabado por conmover de manera perfectamente legítima a las poblaciones occidentales, las cuales --por otra parte-- no tienen una idea clara del precio que tendrían que pagar por un eventual retorno a una cría más extensiva o más respetuosa con las condiciones de vida de las bestias.

    A la misma vez, las mentalidades cambian: el crecimiento de la urbanización ha hecho perder a los habitantes de las sociedades industriales cualquier contacto con la naturaleza salvaje. Las personas han olvidado la ancestral lucha contra las especies dañinas (pensemos en los lobos que diezmaban rebaños o las ratas transmisoras de la peste) e ignoran la que continúan librando otros hombres en otros lugares (las langostas que destrozan las cosechas africanas, o incluso los perros asilvestrados que infestan multitud de ciudades del tercer mundo). El animal ha dejado de ser, en el imaginario occidental contemporáneo, lo que era en el imaginario clásico: de bestia terrorífica o animal de labor a víctima o mascota. De ahí la elaboración del mito por la sociedad industrial: el de una "naturaleza" pacificada (paraíso perdido donde los animales son libres) y el del Hombre, con mayúscula, representando el Mal, verdugo del Animal con mayúscula, víctima inocente. Esto permite poner a todos los animales en el mismo saco: el gato y el ratón, el lobo y la oveja, el perro y la pulga, el toro de lidia y el animal de compañía. Este fantasma alimenta los ideales de la "liberación animal".

    Se comprende entonces por qué la ideología animalista elige como blanco la fiesta de los toros. No es porque sea más "cruel" objetivamente que todas las formas de explotación animal (se sabe perfectamente que no), ni porque contraríe más la naturaleza de los animales que las demás formas conocidas de domesticación (hemos visto que no), sino porque contradice la imagen aséptica y edulcorada que se tiene actualmente del mundo animal (¿una bestia que combate y puede matar? ¡Inimaginable!) y que parece ser la imagen de la relación del Hombre con su Víctima. ¡Y puesto que habría que "liberar" a todas las víctimas, es por lo que se debe comenzar por esos pobres toros de lidia! Tocamos de nuevo con lo irracional.

    Y mañana, ¿cuál será la nueva imagen de víctima animal que ya no podrán soportar? ¿Habría que "liberar" todos los animales que el hombre ha domesticado desde hace 11.000 años tal y como lo reclaman ya hoy los teóricos radicales del animalismo en Estados Unidos? ¿Habrá que soltar los cerrojos para liberar a los conejos, y que se apañen en Australia y su ecosistema, que estuvieron a punto de perecer bajo el peso de su invasión? ¿Habrá que liberar a los visones, como recientemente se ha hecho en Dordogne, sin preocuparse de la catástrofe ecológica que provocaron? ¿Habrá que liberar a las ovejas del hombre y liberar también a los lobos sin preocuparnos de los agricultores de los Pirineos y sus rebaños (y que ellos también puedan liberarse de los osos, si les apetece)? ¿Hasta dónde nos llevará esta locura "liberacionista"? Hasta el punto de que, tomando conciencia de que la mayor parte de las variedades, razas y especies animales (como el toro de lidia) sólo deben su supervivencia a la relación con el hombre, y que, una vez "liberadas", no podrían volver al estado salvaje sin ser inmediatamente condenadas a muerte, habríamos de tomar, como única medida "liberatoria" eficaz, la castración y esterilización de todos los animales domésticos de la tierra, que nos aseguraría que jamás habrá animales sometidos a los hombres. Es esto lo que preconiza el pensador americano Gary Francione, que se atreve a llevar la lógica de la "liberación animal" hasta ese punto. ¿Es absurdo? Es, cuanto menos, insensato. Sin embargo, es absolutamente coherente. De hecho, es el único tipo de medida que se deduce racionalmente del principio mismo de la "liberación animal", eslogan tan ingenuo como irresponsable.
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    Re: En defensa de los toros

    [47] Peligros de una moral prohibicionista

    Hoy la fiesta de los toros. Y mañana, ¿contra qué la tomarán? ¿Qué inocente placer será descrito como perverso? ¿La caza deportiva, la pesca con caña? Eso ya está. ¿Y entonces? La producción de foie gras ya está prohibida en varios países. El parlamento californiano votó incluso en el 2004 una ley prohibiendo su comercialización. ¿Y mañana? ¿Habría primero que "desaconsejar vivamente" el consumo de carne y de pescado (por razones supuestamente morales, se entiende) para después autorizar su consumo sólo bajo ciertas condiciones, para finalmente decidir prohibirlo? Y pasado mañana, ¿"desaconsejar" la leche, el cuero, la lana... porque suponen explotación animal? ¿Y por qué no la miel? ¿O la seda producida gracias a la invención por parte de los chinos de una mariposa, el Bombix mori? ¿Hasta dónde irá la obsesión de nuestro "Bien" y la locura prohibicionista?

    [48] Animalismo e imperialismo cultural

    Se escuchan voces de algunos políticos de Cataluña, lugar hasta hace poco taurinamente brillante, declarándose hoy antitaurinos en nombre de la resistencia de la catalanidad frente al centralismo español. También sabemos que, simétricamente, algunos aficionados de la Cataluña francesa se reafirman como radicalmente taurinos en nombre de esa misma resistencia de la catalanidad frente al centralismo francés. (En Céret se toca "Els segadors", himno nacional catalán, antes de la salida del primer toro). También sabemos que todo nacionalismo debe reinventar permanentemente su pasado y construirse un enemigo todopoderoso frente al cual debe presentar su propia "nación" como víctima. En esto no hay nada nuevo. Lo que es nuevo, y que sería casi cómico si la corrida de toros no fuera mañana la víctima, es que esta resistencia al supuesto imperialismo más cercano (el español) se hace en nombre de los valores, los principios y las normas del imperialismo cultural más potente (ver argumento [33]), el imperialismo cultural anglosajón y sus principios animalistas, que tienen fuentes históricas, ideológicas e incluso religiosas propias, y que están en las antípodas de las tradiciones culturales, ideológicas y religiosas de los pueblos mediterráneos.

    El sentido de la fiesta en la calle, la ritualización de la muerte y la estilización enfática de lo trágico, elementos constitutivos de la fiesta de los toros, están en el fundamento de todas las culturas mediterráneas. Y estas costumbres están muy alejadas de las tradiciones de los países anglosajones y de las culturas de tradición protestante de las que se alimenta hoy en día toda la moral animalista. Pretendiendo zafarse de la dominación de un hermano, ¿no caen algunos movimientos antitaurinos bajo la influencia de un primo mucho más lejano?

    [49] ¿Y la historia?

    Muchos adversarios de la tauromaquia (e incluso algunos aficionados) están persuadidos de que, como la fiesta de los toros es "arcaica" (argumento [29]), tiende invariablemente a desaparecer, condenada por la historia. (Pero si los antitaurinos están tan persuadidos de que desaparecerá por sí misma, ¿por qué se empeñan en prohibirla?) Sin embargo, la historia nunca está escrita y siempre reserva sorpresas. En el pasado, las corridas de toros ya estuvieron varias veces prohibidas, y por razones morales mucho más potentes que las esgrimidas en la actualidad. Se trataba por ejemplo del respeto que todo creyente debe a su vida, o del cuidado que debe dedicar a su propia salud en lugar de a fútiles divertimentos, demasiado aduladores de la vanidad humana. Se censuraba también la perversidad de los espectáculos en general, la promiscuidad de los sexos en los tendidos de las plazas, y otras cosas mucho más enérgicamente reprobadas por la moral pública de la época que los supuestos maltratos a los animales de hoy en día. ¿Se sabe --por ejemplo-- que las corridas de toros fueron prohibidas en 1804 en España por el rey Carlos IV, y que fueron restablecidas en 1808 por el ocupante francés José Bonaparte? Desde hace dos siglos, la fiesta de los toros se ha adaptado a todos los cambios de regímenes, de ideologías, de costumbres y de sensibilidades. Tiene aún por delante un prometedor futuro, aunque no fuera más que por dos razones, extremadamente tranquilizadoras: primero, cuando está amenazada en una región, se fortalece en otra (en Francia, por ejemplo, la afición es cada vez más numerosa y educada, ver argumento [29]); segundo, hoy es cada vez más atacada desde el exterior (y lo seguirá siendo por la fuerza de la globalización), pero se comporta muy bien en el interior, lo que hace que viva uno de los periodos más brillantes de su historia reciente.

    Tomemos un ejemplo: en los años 70 se declaraba que el flamenco estaba moribundo y debía ser tirado a las papeleras de la historia, al cajón del olvido de un folclore caduco, por su compromiso con el "fascismo"; condenado al desuso o a la aniquilación por la música pop, las diversas fusiones y todo lo que aún no se llamaba la "globalización". Le pasaba lo mismo al fado en Portugal, ya lo hemos explicado (argumento [30]). Entonces llegó la nueva generación de cantaores, sinceros y capaces, que quisieron reencontrar las raíces puras de su arte y el flamenco conoció un fenómeno de revival y vivió una de las más bellas páginas de su historia.

    Volvamos a la fiesta de los toros. Se declaró en los años 60 que las corridas de toros no sobrevivirían a la victoria sobre la miseria y que habría que ser un muerto de hambre para tirarse a los pitones de un toro. Las predicciones históricas eran falsas. Las generaciones de toreros de las tres décadas siguientes fueron en general de una buena condición socioeconómica y cultural y estaban animados sólo por la pasión taurina. Ésta no muere fácilmente. Hoy, que vivimos en sociedades cada vez más obsesionadas con la seguridad, se ven más que nunca toreros que practican un arte audaz y arriesgado. ¡Otra vez más llevando la contraria a la supuesta lógica de la historia!

    De igual manera, al final de los 70, se creía la feria de Bilbao moribunda, bajo los golpes de un nacionalismo que (y se decía que era ineluctable) iba a dar la espalda a la "tradición taurina", juzgada envejecida y reaccionaria. Esta feria está hoy por hoy más viva y vasca que nunca.

    Entonces, si hubiera que hacer alguns predicción, ¿no podríamos pensar que lo que es transitorio, pasajero y más efímero que la moda del sushi es la ola animalista, que seguramente no ha llegado aún a su apogeo, pero que quizá está destinada a desaparecer tan rápidamente como ha aparecido cuando otros valores, perfectamente humanos, tomen la delantera? Tenemos algunos signos en este sentido, por ejemplo, el cansancio de las poblaciones ante algunas campañas prohibicionistas o higienistas, o la reivindicación cada vez más reafirmada a favor de la diversidad cultural.

    Un último ejemplo de los curiosos giros de la historia. En mitad del siglo XIX fueron las sociedades protectoras de animales las que lanzaron grandes campañas a favor de la hipofagia. Estimaban que, reconduciendo la mirada de los cocheros y otros usuarios de caballos de tiro hacia el interés económico que podrían obtener de sus viejos jamelgos usados, se verían obligados a tratarlos mejor para sacar partido de la venta de su carne. ¡Hoy esas mismas sociedades luchan por la prohibición de la hipofagia porque sería indigno para un animal ser comido porque (o cuando) ya no trabaja. (Es de temer que la especie caballar no salga de esta.)

    ¿Sería demasiado esperar, para el toro bravo, un giro parecido por parte de los movimientos animalistas? Entregados hoy a prohibir las corridas de toros en nombre del bienestar animal, ¿no podríamos esperar que una mejor comprensión hacia el interés animal y en particular hacia el de los toros de lidia les haga luchar a favor del desarrollo de la tauromaquia, para preservar la supervivencia de esa raza y el bienestar de los individuos que se benefician de esas condiciones de cría?

    Siempre podemos soñar...
    Erasmus, Xaxi y Pious dieron el Víctor.

  11. #11
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    Re: En defensa de los toros

    Muy interesante este trabajo, para reflexionar. Adjunto la obra en pdf:
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    Imperium Hispaniae

    "En el imperio se ofrece y se comparte cultura, conocimiento y espiritualidad. En el imperialismo solo sometimiento y dominio económico-militar. Defendemos el IMPERIO, nos alejamos de todos los IMPERIALISMOS."







  12. #12
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    Re: En defensa de los toros

    Montealegre ya había puesto un enlace al libro, pero he preferido transcribirlo para que todos lo puedan leer con más facilidad, por los que pudieran sentir pereza para entrar en el enlace y por si alguna vez el enlace dejara de funcionar. El librito es buenísimo, los argumentos son excelentes, brevemente sintetizados y fáciles de recordar. El autor no es exactamente de los nuestros, es decir, tradicionalista, como se puede notar en algunas cosas que dice. Pero en conjunto el librito no tiene desperdicio. Parece mentira que tenga que ser un francés el que venga a proporcionarnos argumentos irrebatibles a favor del toreo.
    Última edición por Hyeronimus; 26/09/2013 a las 13:12

  13. #13
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    Re: En defensa de los toros

    Una defensa de España
    Origen europeo, liberal y antiespañol de las corridas de toros

    A la memoria de Fernando Villalón
    I
    Nuevos Sansones entre filisteos
    los viejos toros de la Iberia vieja
    en los nuevos torneos
    su antiguo Dios sin compasión los deja.
    F.V.
    En todo el mundo –y aun dentro de la misma España– hay ideas muy confusas sobre las corridas de toros.
    Suele afirmarse que las corridas de toros son una fiesta bárbara, cruel, digna de los árabes e indigna de los buenos europeos. Una fiesta sólo posible en un pueblo como el español. Sanguinario en la conquista de América e inquisitorial con sus herejes y librepensadores.
    El divino toro ibérico
    Fiesta en la que se asesina impunemente a pobres caballos indefensos. En que se martiriza al toro. En que se expone gravemente la vida de algunos hombres. En que el pueblo espectador se enardece y grita como embriagado.
    Quien más censuras y reproches han hecho a la fiesta de la corrida de toros fué –naturalmente– esa Europa moderna, nórdica y anglosajona, que envía sus turistas, todas las primaveras –turistas que se desmayan–, a nuestras plazas españolas de toros.
    Hora es ya de poner punto, en su punto, a esos turistas, a sus desmayos y a sus imprecaciones, poniendo ante todo en el suyo –al histórico, el exacto– a las propias corridas de toros.
    II
    ¡Oh, padre Gerión! De la grandeza
    último resto y muestra valerosa
    de Tartessos los toros son ardiente;
    y cabe la corriente
    del viejo Betis su real nobleza
    guardada fué entre paños recamados
    en oro de los siglos y cuidados
    F.V.
    Hasta hace pocos años, yo había ido consiguiendo refrenar –al llegar la primavera española– una voluptuosidad obsesionante que me ascendía por las entrañas con más apetito que un apetito sexual.
    La creía esa voluptuosidad una de infancia, retardada en mi ser, como un poso instintivo al que todas mis presiones intelectuales posteriores habían inútilmente intentado purgar.
    Me aparecía inexorablemente tal líbido, se hacía esta confluencia estacional del año español en que ahora estamos: cuando la Semana Santa, el primer sol fuerte y las primeras corridas de toros llenan el aire nuestro de un temblor como trágico.
    A fuerza de rechazar ese ansia vaga –pero bárbara y hermosa– a las alcantarillas de mi ser, obtuve lo que se obtiene de todo frenazo: un desviamiento, una perversión. O –hablando idealmente– una pedantería.
    Me refiero con estas elipses a la querencia primaveral «de ir a los toros», de ir de «sangre y fiesta», que omniprimaveralmente me sacude los nervios sin apenas poder remediarlo. Y que yo juzgaba –hasta hace poco– como un residuo infantil y primitivo de mi vida; como una sobrevivencia pueril, obscura y remota, que debía dominar. Una neurosis que debía curarme.
    Para curarme esta neurosis acudí a todas las violencias mentales y pedagógicas que prescribían los más famosos europeizantes de España, los mejores anglosajonistas de nuestra vida. Esto es: a considerarme bárbaro, incivil, cruel, atrasado, moro, y tal.
    Pero ya digo: lo único que conseguí fué tal crisis aguda de pedantería, que me tuvo al borde mismo de la sandez; en peligro inminente de desmedularme y de descastarme para siempre.
    Afortunadamente, una inmersión de aquel instinto mío en una coyuntura ocasional de toros, me sanó de repente y me devolvió la salud. Haciéndome ver claro que lo que yo intentaba era estrangular un signo prócer de mi casta: la afición táurica. Y que aquello que yo estimaba como líbido infantil y pecaminosa era nada menos que un egregio cordón umbilical tendido entre mi alma y las almas antiguas y aristocráticas del mundo (pongamos la de Teseo, por ejemplo, el matador de Maratón). Lazo umbilical que una tradición piadosa y espléndida me había conservado selectamente, para mi casta, diferenciándola así de otras castas auténticamente bárbaras, modernas, humanitaristas y pedantes.
    III
    ¡Oh, padre Gerión, que no vasallos
    seamos de los hombres, y caballos!
    F.V.
    Esta liberación mía de la neurosis taurina es una liberación que corresponde, en rigor, a los mejores espíritus de mi generación española, a esta de la postguerra, que, al interesarse decidida, poética y afirmativamente por los toros, superó el «europeísmo» de generaciones anteriores, aisladas de presiones neurósicas, frenadas por la pedantería de otras culturas, y que consideraban, por lo menos, como una indecencia la lidia de toros bravos en los redondeles de España y de Hispanoamérica.
    (De la generación del 98 –taurófoba– no quedaron más que dos signos disparatados: Zuluaga y Eugenio Noel.)
    El siglo XIX y los toros:
    bestias, plebe, sangre
    La generación de 1915 logró una concesión: la de Ramón Pérez de Ayala. Y una sedicente simpatía de José Ortega y Gasset.
    Pero hay que llegar al Torero Caracho de Ramón Gómez de la Serna para encontrar el camino franco y poético a la poesía y la franqueza que habría de hacer esa magnífica cuadrilla lírica de un Alberti, un Lorca, un Gerardo Diego, un Pepe Bergamín, un Fernando Villalón, un Pedro Salinas, un Dámaso Alonso...
    Estos poetas jóvenes, que oyeron una misa por el alma de Goya, cierto día escandaloso, nutrieron compañías y amistades toreras –con toda sencillez y distinción–, haciendo lanzarse a la literatura, como espontáneo al ruedo, a todo un matador como Sánchez Mejías. (Faena que ya la generación anterior inició tímidamente con Juan Belmonte, sin conseguir de él más que una viva afición por la lectura.)
    Tras una racha de generaciones intelectuales antitaurinas, nos encontramos de pronto –en España– una agrupación de liberados de esa neurosis, que se daba a la afición y al goce y al festival del toro con toda la plenitud e inteligencia del que recobra un equilibrio divino: el de su casta histórica.
    Pertinente yo a este grupo nuevo, habiendo ya consagrado en un libro mi esfuerzo y comentario, quiero hoy insistir –aún– para aclarar en estos días de primavera y de turistas (de extranjeros en España), lo que significan –exactamente– las corridas de toros.
    IV
    ¡Toros de Atlante
    a los oficios viles
    los siempre gladiadores, condenados,
    y a morir entre tropas y atabales,
    ante los desgastados
    pueblos agonizantes y brutales!
    F.V.
    ¡No esperes, bárbaro turista, que te desmayes en nuestras corridas de toros, que toda mi anterior prefación haya sido un preludio para exaltar ahora con cierta impunidad retórica la corrida de toros,como fiesta digna, patriótica y auténtica de España!
    ¡Todo lo contrario, todo lo contrario!
    Bárbaro turista, escucha bien (te llamo bárbaro porque todo turismo es barbarie), escucha bien:
    Yo acepto que las corridas de toros tienen una modalidad brutal, repugnante, plebeya, soez, intolerable.
    Yo protesto con más energía que tú, con más coraje que tú, bárbaro turista, contra el sacrificio triste y ridículo de caballos famélicos e inservibles.
    Yo me indigno, con indignación pura, testicular, superior a la tuya, lacrimosa de bárbaro sentimental, contra el mucho martirio innecesario que se hace al nobilísimo toro en las corridas.
    Ahora bien: Si yo acepto el plebeyismo, la crueldad, la estupidez y la vileza en las corridas de toros, es con una condición imprescindible: la de que tú me reconozcas y aceptes, bárbaro turista, de que esa parte vulgar y soez de las corridas de toros no es española. Sino europea. Archieuropea. Tuya.
    Escucha bien:
    Las corridas de toros deben su aplebeyamiento actual a la Europa moderna, a esa de la Reforma, a la de los Derechos del Hombre, a la Revolución francesa, a la burguesía liberal del siglo XIX; es decir, a ti, bárbaro turista.
    La suerte –suerte bellaca y vil– del picador, del «nuevo caballero»
    Las corridas de toros no eran en España una fiesta «nacional y romántica» hasta el siglo XIX. Hasta que la nobleza caballeresca fué desposeída por la burguesía, gracias al movimiento de la Francia napoleónica y de la Inglaterra liberal. Hasta esa época, la fiesta de toros constituyó en España un deporte noble, de caballeros, ligado a un culto popular y milenario, casi divino, por el toro: animal sagrado en la mitología ibérica, mediterránea, antigua.
    El caballero toreaba a caballo, ayudado por criados y servidores, ante damas ilustres, ante los monarcas. La fiesta de lancear toros era en la España heroica del seiscientos un sucedáneo viril de la guerra. (Ya lo vió Goya. ¡Goya, vértice de España, entre dos mundos, el noble y el liberal!) Ahora bien: la Revolución francesa derrocó al caballero y lo bajó del caballo, poniendo en su lugar al criado, a la chusma plebeya, cruel, que antes permanecía disciplinada en segundo término. Ese fué el origen histórico del repugnante «picador». El cual, en su odio al caballo como animal aristocrático, no vaciló en entregarle indefenso a las astas del toro.
    Del mismo modo se origina el «torero» profesional, especie hispánica que no existió hasta la España moderna. Este «torero» no pudo evitar la parte vil y brutal que le daba la clase social ineducada, violenta, antiintelectual.
    Las corridas de toros cristalizan en España como espectáculo nacional al mismo compás que el sistema parlamentario. (Raro era el diputado que no llegaba tarde al Parlamento en día de toros por asistir a la corrida.)
    No es, pues, a la España genuina, jerárquica, humana y heroica del seiscientos a la que hay que culpar de la barbarie de las corridas, sino a la España europeizante, burguesa y mixtificada del siglo XIX. No a la cruel España, sino a la Europa humanitaria. A Francia, a los anglosajones: esa Europa que nos envilece y luego nos insulta, a los españoles.
    V
    No a hombres viles, sí a dioses inmortales
    nuestra vida en las aras herácreas
    fueron, por nuestros males,
    ofrendas hirvientes, rojas teas,
    sino al rey Gerión, de Heracles fuerte,
    cautivos entregamos nuestra suerte.
    F.V.
    Si las corridas de toros, a pesar de esa mancha soez y burguesa, antiespañola, se han salvado y se salvarán, es porque en la fiesta continúan jugando factores poéticos y míticos de una España eterna: la España que ve en el toro una divinidad, como la vió Grecia, Roma, el Mediterráneo.
    Quiero repetir un elogio mío –ya hecho– del divino toro. «Vinculado a nosotros el toro, desde siempre, sacudidor egregio de los nervios ibéricos eternos, ¿podría sucumbir tan divino bruto? El toro, en el cielo antiguo, fue el dios más supremo, el dios fecundador por excelencia. No podía España –la España creadora del mito profundo de Don Juan–, renunciar a esa deidad genesíaca, a ese viejo símbolo indoeuropeo de la fuerza erótica, al ilustre animal mediterráneo, adorado por tanta raza morena.»
    Creador el toro de nuestra fiesta más potente y fuerte –la más potente y fuerte del mundo actual–, hecha con sangre, muerte y sol, al gran estilo antiguo. Esa fiesta que «es un baño de juventud, de la más joven juventud vecina todavía de la animalidad» –como dijo Mauricio Barrès–. Si se salvan y se salvarán las fiestas de toros en España, es porque, en el fondo, constituyen todavía nuestro más alto mito, nuestro sacrificio religioso más profundo. El sacrificio del dios por mano de un sacerdote: el torero ante una concurrencia estremecida de fieles palpitantes. El toro es el mito trágico de España –como diría Nietzche–. Por eso ha llegado a sublimar hasta el cruel y vulgar de su fiesta. Por eso el torero adquiere a veces calidades heroicas, de alta estirpe humana –en su lucha con el toro.
    * * *
    Los toros son el último refugio que resta a la España heroica, audaz, pagana y viril, ya a punto de ser asfixiada por una España humanitarista, socializante, semieuropea, híbrida, burguesa, pacifista y pedagógica. Los toros son el último reflejo del español que se jugó la vida en aventuras, que conquistó América, que invadió dominador la Europa del Renacimiento.
    Ennoblecer de nuevo esta fiesta, extraer su esencia mítica, es la labor de los nuevos españoles, consuentes de un pasado y de un porvenir: orgullosos y leales de una gran tierra milenaria, como España.
    Por eso avanzo yo hoy mi voz ante ti –bárbaro turista–, y te pido respeto, enérgicamente, para el culto de mi patria hacia el toro; animal divino, y, como divino, bravamente sacrificado.
    E. Giménez Caballero


    Ernesto Giménez Caballero / Origen europeo, liberal y antiespañol de las corridas de toros / 28 marzo 1931
    «¿Cómo no vamos a ser católicos? Pues ¿no nos decimos titulares del alma nacional española, que ha dado precisamente al catolicismo lo más entrañable de ella: su salvación histórica y su imperio? La historia de la fe católica en Occidente, su esplendor y sus fatigas, se ha realizado con alma misma de España; es la historia de España.»
    𝕽𝖆𝖒𝖎𝖗𝖔 𝕷𝖊𝖉𝖊𝖘𝖒𝖆 𝕽𝖆𝖒𝖔𝖘

  14. #14
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    Re: En defensa de los toros

    La Patria no es la fiesta bárbara de los toros

    «Los taurinos identifican la nación española con la fiesta bárbara de los toros porque son patriotas de charanga y pandereta. No identifican la nación española con Cisneros, con Ortega, con Cervantes, con Lope, con Quevedo, con Cortés, con Pizarro, con Gonzalo de Berceo… No, la patria es esa fiesta bárbara y si te metes con esa fiesta bárbara e ironizas sobre esa chorrada de vivir el toreo, eres un mal español. Pues yo soy un mal español».

    Eduardo García Serrano

    https://youtu.be/ZAQqiBCvvNk

    Saludos en Xto.
    «¿Cómo no vamos a ser católicos? Pues ¿no nos decimos titulares del alma nacional española, que ha dado precisamente al catolicismo lo más entrañable de ella: su salvación histórica y su imperio? La historia de la fe católica en Occidente, su esplendor y sus fatigas, se ha realizado con alma misma de España; es la historia de España.»
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    Re: En defensa de los toros

    A tourada e a caça avaliada pelos Papas, Prelados e a Lei Natural





    Do livro "O Príncipe dos Cruzados" (volume 2).

    Antes de mostrarmos a opinião da Igreja Católica nestas questões, faremos um breve raciocínio para refutar objeções.

    Na Doutrina Católica é permitido matar animais, no entanto não por sadismo na morte ou sofrimento do animal, mas por uma razão justa. No caso dos animais que às vezes são mortos até brutalmente para melhorar a sua carne a razão é óbvia: o alimento.

    No caso da caça e da tourada o motivo para matar os animais é: o divertimento ou eutrapelia advinda da participação humana nestas atividades (e não de um sadismo gozador do sofrimento do animal), as quais promovem a contemplação do belo, e subsistem em uma cosmo-visão cristã.

    Objeção 1: Se é possível matar animais pelo divertimento que uma atividade lúdica proporciona, poderíamos matar nosso cachorro ou um animal qualquer sem dono, por exemplo, como uma espécie de caça.

    Só será possível dentro do contexto. O animal tem como finalidade servir ao homem, mas serve ao homem de diversas maneiras. O cavalo, por exemplo, serve como animal de carga.

    Outros exemplos podem ser dados: os cachorros e gatos servem para companhia e guarda da casa, portanto não podem ser mortos por divertimento em um jogo qualquer, mesmo se ainda não foram adotados. Outros animais em geral servem para alegrar o ambiente, como certas aves e certos primatas, que alegram por elementos como beleza e canto. Matá-los, mesmo no caso de invasão e furto de comida por parte de primatas, coisa que ocorre em locais próximos de floresta, é injusto. Só o seria se estes primatas ou outros animais em outra situação fossem perigosos na sua invasão para os homens, crianças e animais domésticos (que poderiam travar uma briga ocasionando a morte de um deles).

    As caças e os touros de tourada servem exatamente para a finalidade de proporcionar a caça e a tourada para o homem.

    Alguns ainda alegam que matar animais dentro de uma atividade lúdica é pecado intrinsecamente mas apoiam a caça, mas se a alegação fosse verídica, eles deveriam condenar a caça, porque algumas são liberadas mesmo não fazendo a diferença se ninguém fosse caçar, isto é, não são legalizadas por causa de uma necessidade de controle da reprodução daquele animal, embora alguma hora, se ninguém for caçar, talvez isto torne-se necessário.

    Objeção 2: O touro e a caça existem unicamente para o alimento ou para auxiliar na reprodução dos animas que servem de alimento, ou seja, não devem passar por sofrimentos desnecessários para a obtenção daquela carne na sua melhor qualidade.

    Na verdade, alguns touros e caças existem e são criados e protegidos exatamente para a finalidade das touradas e caças. De outro modo nem existiriam, ou seriam mortos por armadilha ou execução sem capacidade de luta, sem poder colocar seu instinto animal em cena, ou seja, sem poder alcançarem de modo mais pleno aquilo para que nasceram: lutar e servir ao homem. De certo modo estas práticas poderiam até promover uma seleção natural, se se separarem os touros mais valentes e caças mais ágeis para se reproduzirem. O que favorece o homem também.

    Muitas vezes a carne do touro e da caça servem de alimento, além de caça e tourada. Então estes animais passam a ter dupla finalidade.


    Objeção 3: A tourada e a caça não são divertimentos genuínos nem subsistem em uma cosmo-visão cristã porque não se deve divertir-se, como católico, com os sofrimentos do animal, nem contemplar a arte quando ela passa um conceito moralmente reprovável.

    Ninguém se diverte com os sofrimentos do animal. Isso seria sadismo, e sim ilícito. Se fosse verdade, a tourada seria um touro amarrado sofrendo choques, pancadas e as torturas mais horríveis de frente ao público e o mesmo seria com a caça.

    No caso da obtenção de comida, ninguém acusa os açougueiros e empresas de carne de se divertirem com o sofrimento dos animais que por vezes é necessário para melhor obtenção da carne. Isto porque ali é evidente que nenhum deles procura aquilo, mas sim a carne. Do mesmo modo na tourada e na caça se procura as finalidades da atividade lúdica: a distensão, a habilidade, a contemplação, a vitória.

    Ambas as atividades estão inseridas no contexto de um jogo, e em um jogo existe vencedor e vencido. A diversão vem de ver vencido a caça e o touro (querer o oposto é pecado, é desejar a morte de um homem contrariando o mandamento de Deus).

    O manejo das armas, a capacidade de cálculo, a agilidade, são características comuns de ambas as atividades que desenvolvem a habilidade, o raciocínio e a percepção, apesar dos meios serem diferentes. Isto, alinhado ao jogo, faz deles um tipo de divertimento.

    A cosmo-visão cristã está inserida nas seguintes características (de modo análogo pode ser dito da caçada):

    Anti-Materialista: Na vitória do espírito sobre a matéria, como um alpinista que vence uma montanha, é o toureiro que derrota o touro, representante da matéria.

    Anti-igualitária: Coloca o touro em lugar de servidão e abaixo do homem, mostrando a hierarquia do universo, que é católica e monárquica.

    Anti-desarmamentista: Na caçada se louva a cultura das armas e na tourada o armamentismo é implícito no espírito dela.

    Valores de alma: heroísmo, valentia, inteligência.

    Também a cosmo-visão está inserida na contemplação do belo que se dá nas atividades: O toureiro possui roupas esteticamentes admiráveis, com armas bonitas, sem contar a beleza do animal, o vigor dele e dos cavalos. No caso da caça a beleza vem do animal abatido, junto com contato com a natureza travado pelo caçador.

    Em suma, a tourada e a caça refutam uma visão de mundo materialista, igualitária, vegana, individualista (anti-heróica), desarmamentista e vitimista.

    -Os Papas da Santa Igreja e teólogos sobre a tourada

    Foi proibida no começo, mas liberada depois para o Reino das Espanhas. O que mostra que não é intrinsecamente má ou contra a Doutrina Católica como alegam os repudiadores de tal atividade lúdica. A razão pela qual foi proibida era o perigo para os homens, como fica evidente nos textos abaixo.

    O Reino das Espanhas incluía Portugal e colônias, onde hoje ainda se vê touradas, embora os países tenham se tornado independentes. É importante notar que a legalização se aplicava para aqueles locais, indiferente da organização governamental de lá, as quais só foram citadas porque eram assim conhecidas na época.

    São Pio V (1566-1572) proibiu as touradas

    "proibimos terminantemente por esta nossa Constituição, que estará vigente perpetuamente, de baixo de pena de excomunhão e de anátema em que se incorrerá pelo feito mesmo (ipso facto), que todos e cada um dos príncipes cristãos, qualquer que seja a dignidade de que estejam revestidos, seja eclesiástica ou civil, incluso imperial ou real ou de qualquer outra classe, qualquer que seja o nome com o qual os designe ou qualquer que seja sua comunidade ou estado, permitam a celebração destes espetáculos em que se correm touros e outras feras em suas províncias, cidades, territórios, praças fortes, e lugares onde se leve isto a cabo.

    Proibimos, assim mesmo, que os soldados e quaisquer outras pessoas ousem enfrentar-se com touros ou outras feras nos citados espetáculos, seja a pé ou a cavalo.

    E se algum deles morrer ali, que não lhe seja dado sepultura eclesiástica" [1].

    Gregorio XIII (1572-1585) levantou esta proibição para os leigos

    "§.2. Nós, aceitando as súplicas do Rei Felipe, humildemente apresentadas, por nossa autoridade Apostólica, e sobre a base desta, suprimimos e deixamos sem efeito as penas de excomunhão, anátema e interdito, assim como outras condenações e censuras contidas na Constituição de nosso predecessor Pio, nos citados Reinos das Espanhas, mas somente em relação ao leigos e aos irmãos militares, de qualquer Ordem militar, incluso aos que obtem encomendas e benefícios dessas Ordens militares temporalmente; Contanto que os mencionados irmãos militares não tenham recebido alguma das Sagradas Ordens e que não se celebrem as touradas em dias de festas” [2].

    Sixto V (1585-1590) reafirmou a autoridade da Bula de S.Pio V e sua revogação em parte por Gregório XIII em uma carta para um bispo

    "O Papa Pío V mediante sua Constitução válida perpetuamente, proibiu os espetáculos taurinos e proibiu, também, tanto os leigos como os clérigos seculares e regulares de qualquer Ordem, que tomassem parte nos ditos espetáculos e jogos públicos, baixo de determinadas penas contidas na mencionada Constitução. Mais tarde, o Papa Gregório XIII de piedosa memória, assim mesmo predecessor nosso, declarou, por meio de Letras Apostólicas redatadas por ele, que a citada Constituição e as penas contidas nela eram aplicáveis aos clérigos tanto seculares como regulares, mas não aos leigos e aos militares, qualquer que fosse a Ordem militar a que pertencessem, sempre que não houvessem recebido alguma das Sagradas Ordens, tal como se estabelece (...)

    Concedemos a vossa Fraternidade em qualidade de Delegado nosso e da Sede Apostólica, livre facultade e autoridade para, em virtude da autoridade Apostólica, advertir, ordenar e mandar tanto aos citados preceptores que não ensinem ou afirmem nada em contra da Constituição e Letras citadas, como a todos os clérigos compreendidos nas Letras de nosso predecessor Gregório, que não ousem nem se atrevam a tomar parte, de qualquer modo que seja, nas corridas e espetáculos mencionados" [3]

    Clemente VIII (1592-1605) fez o mesmo

    "Havendo chegado a conhecimento de nosso predecessor Pío V, de feliz memória, que destes combates e espetáculos surgiam frequentemente perigos não só para o corpo, senão também para a alma, preocupado com a saúde da grei do Senhor, para fazer frente a estes perigos na medida de saus possibilidades con a ajuda de Deus, havia proibido mediante sua Constituição perpétua, a todos e cada um dos Príncipes Cristãos e a outras pessoas mencionadas na dita Constituição, de baixo de pena de excomunhão e anátema nas que se incorria ipso facto os que permitiam a celebração desta classe de espetáculos nos quais se correm touros e outras feras (...).

    Mais tarde, nosso predecessor Gregório XIII, de piedosa memória, aceitando aos rogos de nosso filho muito amado em Cristo, Felipe, Rei Católico das Espanhas, o qual havia elevado súplicas movido pelo proveito que reportavam a seus Reinos as touradas, derrogou (o Papa Gregório) e deixou sem efeito as penas de excomunhão, anátema e outras condenações e censuras contidas na Constituição de nosso predecessor Pio, e os reinos das espanhas, mas em relação aos leigos e aos irmãos militares de qualquer Ordem militar, e aos que haviam obtido temporalmente encomendas e benefícios das mesmas Ordens militares, com o que os mencionados irmãos militares não tivessem recebido alguma das Sagradas Ordens nem se celebrassem as touradas em dias de festa e de que aqueles a quem deveria, tomassem medidas para evitar, no possível, que se seguisse do espetáculo a morte de alguma pessoa" [4].

    Unanimidade dos teólogos diz que a tourada não é contra a lei natural

    Segundo a Catholic Encyclopedia: "Moralistas como uma regra são da opinião que a tourada como praticada na Espanha não é proibida pela lei natural, visto que a habilidade e destreza dos atletas impede o perigo imediato de morte ou de lesão grave" (cf. P.V, Casus conscientiae, Vromant, Brussels, 1895, 3d ed., I, 353, 354; Gury-Ferreres, Comp. Th. mor., Barcelona, 1906, I, n. 45) [5]

    -Os Papas da Santa Igreja sobre a caça

    IV Concílio de Latrão (1215)

    "Nós interditamos a caça e falcoaria para todos os clérigos" (Can. xv). Ou seja, não foi proibida para todos, mas só para os clérigos.

    Concílio de Trento

    "Que os clérigos se abstenham de caça ilícita e falcoaria" (Sess. XXIV, De reform., c. xii). Ou seja, há uma caça lícita.
    Pio XII (1939-1958) louva o Conselho Internacional de Caça

    "Vous préservez en réalité de précieux éléments du patrimoine de l'humanité (vós preservastes em realidade preciosos elementos do patrimônio da humanidade)" [6].

    Bento XIV (1740-1758)

    Segundo a Catholic Encyclopedia, "é certo que um Bispo pode proibir absolutamente toda a caça aos clérigos de sua diocese. Isto foi feito por sínodos em Milão, Avignon, Liège, Colônia, e outros lugares. Bento XIV (De synodo diœces., l. II, c. x) declara que tais decretos sinoidas não são muito severos, sendo uma absoluta proibição da caça mais própria para a lei eclesiástica. Na prática, portanto, o status sinoidal das várias localidades precisa ser consultada para descobrir se é permitido caça silenciosa ou se toda caça é proibida" [7]

    -Aos clérigos é permitido participar em touradas ou na caça?

    Pelos textos acima mostramos como não lhes é permitido assistir ou tomar parte em touradas.

    Abaixo vemos como para eles não é permitido igualmente caçar ou impunhar qualquer arma exceto em caso de temor. Também não é permitido assistir nestas atividades, visto que não se coadunam com o estado do clérigo.

    IV Concílio de Latrão (1215), Const.16

    "Os clérigos não podem exercer cargos seculares nem administrar assuntos temporais, sobretudo se são desonestos; não devem assistir a sessões de pantomimas, trovadores ou atores; que se abstenham de visitar tabernas e hotelarias salvo necessidade em caso de viagens; que não joguem dados ou jogos de azar, e que não sejam tampouco espectadores destes jogos" [8]

    Código de Direito de Canônico de 1917 diz que os padres só podem levar armas em caso de temor

    "Evitem os clérigos tudo quanto não convenha à dignidade do seu estado de vida: não exerçam artes indecorosas, nem se entreguem a jogos de azar envolvendo dinheiro; não levem consigo armas, a não ser que haja uma justa causa de temor; não se devotem à caça, no caso das barulhentas; não entrem em tabernas ou lugares semelhantes sem necessidade ou justa causa, segundo o parecer do Ordinário do local" (Codex Iuris Canonici 1917. Can. 138)

    S.Tomás de Aquino ensina que aos clérigos não é lícito matar

    "Aos clérigos não é lícito matar, por dupla razão. Primeiro, porque são escolhidos para o serviço do altar, no qual se representa a paixão de Cristo imolado, 'que ao ser espancado, não espancava' (1 Pd 2, 23). Portanto, não compete aos clérigos espancar e matar. Pois os servos hão de imitar o seu senhor, como se diz em Eclo 10, 2: 'Qual é o juiz do povo, tais serão os seus ministros'.

    A outra razão é que aos clérigos se confia o ministério da Nova Lei, que não comporta pena de morte ou mutilação corporal. Assim, para serem 'ministros autênticos da Nova Aliança', devem abster-se de tais práticas" [9].



    ----------------------------
    [1] "De Salutis Gregis Dominici", 1 de Novembro de 1567, Bullarum Diplomatum et Privilegiorum Sanctorum Romanorum Pontificum Taurinensis editio», tomo VII, Augustae Taurinorum 1862, páginas 630-631
    [2] 25 de agosto de 1575, Encíclica “Exponi nobis”
    [3] Papa Sixto V: Breve “Nuper Siquidem”(1586). Traduzida do texto latino: Ioannis Marianae e Societate Iesu. Tractatus VII. Pp. 182 - 183.
    [4] Bula “Suscepti Muneris”, 1596
    [5] Amadó, R.R. (1908). The Spanish Bull-Fight. In The Catholic Encyclopedia. New York: Robert Appleton Company. Retrieved June 4, 2015 from New Advent: http://www.newadvent.org/cathen/03051a.htm
    [6] Papa Pio XII, Discurso aos participantes do Conselho Internacional de Caça, 12 de dezembro de 1957. Disponível em: Aux participants au Conseil international de la chasse (12 décembre 1957) | PIE XII
    [7] Fanning, W. (1910). Canons on Hunting. The Catholic Encyclopedia. New York: Robert Appleton Company.http://www.newadvent.org/cathen/07563c.htm
    [8] Beatriz BADORREY MARTÍN, “Los sínodos diocesanos medievales y las fiestas de toros”, em IV Jornadas de Historia na Abadía de Alcalá la Real, págs. 15-42, Jaén, 2003; ref. nas págs. 20-22
    [9] Suma Teológica, II-II, q. 64, a. 4




    O Príncipe dos Cruzados: A tourada e a caça avaliada pelos Papas, Prelados e a Lei Natural



  16. #16
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    Re: En defensa de los toros

    TOROS Y CÁNONES

    (Á LOS AFICIONADOS A TOROS)

    Excomuniones contra los toros —Levantamiento de esascensuras.—Opinión de lossalmanticenses».—¿Por quées pecado que los francesestoreen y no lo es para los españoles?

    Hace poco que la Sagrada Penitenciaría hadado contestación á una consulta del Obispo deCiudad Rodrigo sobre la asistencia de los sacerdotes á las corridas de toros.

    Con este motivo un redactor de la excelenteRevista Agustiniana, el P. Honorato del Val, expone la historia de la legislación canónica á propósito de las corridas de toros.

    Fué San Pío V el primero que prohibió las corridas de toros en la Constitución que comienzaDe salute gregis Dominici, dirigida en 1567 á todala cristiandad. En ella decreta el Santo Pontífice la pena de excomunión contra los reyes y autoridades civiles que permiten esas diversionespeligrosas, y contra los clérigos, así seglarescomo regulares, que asistan á semejantes espectáculos. La prohibición de San Pío V está aúnvigente en todo el orbe católico, aunque la penaeclesiástica ha desaparecido por la ConstituciónApostolicae Sedis.

    En España, sin embargo, fué necesario mitigar desde el principio el rigor de la Constitución de San Pío V. La modificó, en efecto, su inmediato sucesor Gregorio XIII, que, consideran domuy atendibles las reclamaciones é instanciasdel rey Felipe II, acompañadas de las súplicasde todos loa nobles personajes de su reino, dió una nueva Constitución en 1575, Exponi nobis,en la que abrogaba las penas eclesiásticas de laConstitución de su predecesor, únicamente enfavor de los españoles seglares que tomasen parte en esas diversiones públicas, dejando en pleno vigor las penas contra los individuos del clero, así secular como regular.

    Mas si la primera parte de esta Constitucióndebió ser bien recibida en España, no puede decirse lo mismo de la segunda, pues á pesar delas penas establecidas ó renovadas en ella contra los clérigos, los doctores de Teología y deDerecho de la universidad de Salamanca, no sólono se abstuvieron de honrar con su presencia lascorridas de toros, sino que enseñaban públicamente en las aulas que era lícito á los clérigosasistir á esos espectáculos sin peligro de incurrir en las mencionadas penas eclesiásticas.

    La actitud de los profesores de la universidadde la Atenas española, dió motivo á una nuevaConstitución del Papa Sixto V, dirigida en 1586al Sr. Obispo de Salamanca, otorgándole amplísimas facultades, aun en calidad de delegado dela Sede apostólica, para que obligase á observarlas Constituciones de sus predecesores con todogénero de penas, pudiendo implorar también, sipara ello fuese necesario, el auxilio del brazo seglar. Cumplió bien su cometido el Sr. Obispo deSalamanca, promulgando en el mismo año un edicto en que se prohibía á los clérigos, bajo lapena de excomunión mayor, la asistencia á esosespectáculos profanos, y decretando la mismacensura contra los doctores de la Universidadque se atreviesen á defender ó enseñar que pueden los clérigos asistir á las corridas de toros,sin peligro alguno de incurrir en excomunión.

    Inútiles debieron ser todos esos esfuerzos paraconseguir el objeto que intentaba, por lo cualClemente VII, comprendiendo la dificultad derefrenar el espíritu taurófilo de algunos clérigosespañoles, promulgó para estos reinos en 1596la Constitución Suscepti muneris, en la cual,«considerando que todas las penas, y principalmente la de ex-comunión y anatema, deben sersaludables, en cuanto que se deben imponer conel fin de que todos, por el temor de incurrir enellas, se abstengan de las cosas que se prohiben,y observando que las susodichas censuras y penas han aprovechado muy poco en los reinos delas Españas, y que en estos tiempos, no sólo nose obtiene con ellas la reforma de las almas, sinoque les perjudica bastante y hasta llega á serpara muchos materia de escándalo»; en vista detales inconvenientes, el Pontífice abroga la penaestablecida en las Constituciones de sus predecesores contra los clérigos seglares que asisten á dichos espectáculos, dejándola subsistenteúnicamente para los monjes y los religiososmendicantes y demás individuos de cualquieraOrden ó Instituto regular. Al mismo tiempoquiere el Romano Pontifice que no se celebrenesos juegos en día de fiesta, y siempre con lasprecauciones convenientes para evitar todo peligro de muerte. «Volumus autem ut hujusmodi taurorum agitationes in eisdem Hispaniarum regnis, festis diebus non fiat, et per eos ad quos spec tat probideatur, ne inde alicujus mors, quoad feri poterit, sequatur.»

    Ultimamente, en virtud de la ConstituciónApostolicae Sedis, ha desaparecido toda censura óexcomunión hasta para los mismos religiosos,que eran los únicos que permanecían sujetos áella en estos reinos.

    Tal es, en compendio, la historia de las evoluciones que ha sufrido la legislación eclesiásticaacerca de las corridas de toros. Abrogada todacensura, queda únicamente la cuestión de lícitoó ilícito, cuestión que debe resolverse más conla aplicación de los principios de la ley naturalque con las decisiones del derecho eclesiástico, que en este punto no son claras y terminantes para España.

    Viniendo, pues, á las prescripciones de la leynatural, y tomando la cuestión por sus primerosprincipios, es indudable que, aquellos que tomando parte activa en las corridas de toros, seexponen á un peligro inminente ó próximo demorir en la contienda, pecan gravemente, debiéndose entender por peligro próximo, segúnla definición de los doctores católicos, aquel enque siempre, ó casi siempre, ó por lo menos conmucha frecuencia, se sigue el mal efecto que estamos obligados á evitar. Mas si el peligro es remoto, ó si en el caso de ser próximo por su naturaleza, las circunstancias que le acompañan ólas cualidades de la persona pueden convertirloen peligro remoto, ya deja de existir la rigurosa prohibición del derecho natural para aquellosque á tal peligro se exponen, y con mayor razónpara aquellos que lo presencian.

    Tocante á las corridas de toros, autores tanrespetables como los Salmanticenses sostienenque semejante juego está prohibido por el derecho natural á todos los pueblos, exceptuando elpueblo español, porque para todos, por vía general, es un peligro próximo, y sólo para los españoles es peligro remoto. Plácenos trascribiraquí todo el razonamiento de los Salmanticenses, en la seguridad de que no abusaremos de la paciencia de nuestros lectores aunque resulte largo el discurso. «Niegan otros con más razón(la ilicitud de los toros). Y se mueven á ello:

    1.º Porque Gregorio XIII y Clemente VIII ensus Bulas permiten las corridas de toros á losseglares; luego no son por su naturaleza ilícitas.

    2.° Porque teniendo en cuenta el modo como sehace en España la corrida de toros, rara vezacontece la muerte del hombre, pues no se daentrada en la plaza á los niños, ni á los viejos,ni á los cojos, ni á aquellos que carecen de habilidad para capear al toro, ejerciendo únicamente este juego hombres ágiles en la corrida ydiestros en huir y burlar los golpes; luego no esintrínsecamente malo, pues para eso seria necesario que casi siempre pereciesen los que tomanparte en este ejercicio.

    3.° El juego de esgrima(ludus gladtatorius) no es intrínsecamente malo,y por lo tanto, en todas partes se permite; mas en él algunas veces ocurren muertes, y con mucha frecuencia contusiones y heridas, como testifica la experiencia. Luego no porque algunas veces ocurra la muerte en las corridas de toros,se han de reputar éstas intrínsecamente malas.Lo mismo podria también decirse de la caza defieras.

    4.º Porque esta lucha con fieras y toros,cuando se hace con la suficiente cautela, es útil á la patria, pues de ese modo los nobles, como diceBáñez, se hacen más intrépidos para defender elreino de los enemigos; y esta utilidad indica Gregorio XIII en la Bula que comienza Exponi nobis,dada en el año 1575 á instancias de Felipe II,rey de las Españas; luego no es una cesa malaab intrinseco, y el daño dudoso se compensa conesta utilidad cierta. Así lo enseña Navarro (inMan., cap. 15, núm. 18), el cual hace la retractación de la opinión contraria, á que treinta años antes se había inclinado. Porque así lo había oído yo (son palabrea de Navarro) á mis preceptores deParís, los que pusieron los fundamentos de la celebérrima Academia de Alcalá de Henares.

    Ni es de admirar que los dichos preceptoresenseñasen la opinión contraria, porque comoeran franceses, con razón podían creer que la corrida de toros es intrínsecamente mala, y quepor regla general se habían de seguir muertes,suponiendo que los españoles son en este puntocomo los franceses. Pero es grande la diferenciaque hay entre los franceses y los españoles; pues aquéllos son naturalmente pesados, mientrasque éstos son ágiles; aquéllos son inexpertos enese ejercicio, y éstos, per lo contrario, muydiestros.

    De donde proviene que aquéllos son fácilmente alcanzados por los toros y arrojados al aire,mientras que éstos, cuando se emplea la debidacautela, con muchísima dificultad pueden serheridos por los toros. Así lo enseñó la experiencia hace pocos años; pues cuando se aproximabanuestro rey Felipe V á tomar el gobierno de estos reinos, los nobles de España que le habíansalido al encuentro, á fin de recibirle con mayores festejos y aplausos, prepararon en Bayonaalgunos toros que debían salir á la plaza paraser corridos, según costumbre española.

    Viendo, pues, los franceses que acompañabanal rey cómo los españoles, tanto á caballo comoá pie, sin ninguna contusión de parte suya, corrían los toros y les clavaban las banderillas, yfinalmente los mataban, creyeron que tambiénellos podrían hacer lo mismo, y descendieron ala arena; mas apenas los ven los toros dentro dela plaza, cuando de repente se arrojan sobre ellos y, no sin gran desaliento y vergüenza de los suyos, los lanzan al aire con los cuernos y los despedazan; luego, aunque la corrida de toros seaun evidente peligro de muerte para los franceses, para los italianos y para las demás naciones, no lo es para los españoles, que desde suinfancia aprenden á correr los toros, á huir delos golpes y á burlarse de ellos. Y como los autores extraños y pertenecientes á otros reinos ignoran estas cosas, por eso sin duda hacen severas invectivas contra esta antiquísima costumbre de los españoles y la condenan como intrínsecamente mala. Confesamos, sin embargo, quesi algún sabidillo (...oiolus) ó algún hombre demasiado audaz no tuviese reparo en avistarsecon los toros, pecaría gravemente, porque seexpondría á evidente peligro de muerte; y de éstos hablan San Pío V y otros Pontífices cuando condenan como gentílica y bárbara la corridada toros.» (Cursus Salmanticetis moralis. Tomo VI. De Quinto Decalogi praecepto. Fol. 96 97).

    Esta curiosa doctrina de los salmanticenses se robustece más si se tiene en cuenta que hoy se consiente en los circos y teatros del Extranjero,en los mismos países donde condenan por bárbaras las corridas de toros, otra clase de ejercicios gimnásticos y funiculares tan peligrosospor lo menos como nuestras corridas, y eso sin acordarnos de los pugilatos de los boxeadores,cosa verdaderamente bárbara y escandalosísimapara la civilización.

    Aparte de esto, tanta inmoralidad reina en los espectáculos públicos que hoy se consienten, detal modo impera la pornografía en las diversiones modernas, que ya casi resultan los toros españoles el más inocente de los espectáculos.

    El Correo Español, diario tradicionalista (26 de enero de 1884)
    Militia est vita hominis super terram et sicut dies mercenarii dies ejus. (Job VII,1)

  17. #17
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    Re: En defensa de los toros

    En defensa de la tauromaquia




    Juan José Fernández Doctor




    Desde hace ya bastantes años las autoridades y los partidos políticos a los que estas representan llevan intentando destruir los pilares que encarnan a nuestra querida España, y por consiguiente, a toda la Hispanidad. Ya lo han hecho con la religión, ya lo han hecho reescribiendo nuestra historia común, y ahora lo están haciendo con el Mundo del Toro.Es todo ello lo que me ha llevado a preguntarme: ¿Son una barbarie las corridas de toros y demás festejos taurinos?

    Para cualquiera que se haya acercado a un ruedo, cosa que esta caterva de perroflautas sin perro y sin flauta no han hecho en su vida, esta pregunta es un tanto boba: «¡Pues claro que no es una barbarie, si se ha hecho toda la vida sin problemas!». Y siguiendo en esta misma línea, voy a intentar esclarecer esta diatriba: I. Los toros y la tauromaquia que conocemos no es relativamente nueva ya que esta se practicaba, como en el caso de los recortadores y los saltadores, en la Antigua Grecia hace más de 4.000 años atrás. Por lo que en todo ese tiempo las bestias se han ido adaptando para cumplir con dicha función, siendo por tanto, si se prohibiera la tauromaquia, el fin del toro bravo al por selección natural extinguirse.


    II. Lo que sí sería una barbarie de consentirlo, sería que tan buenos y tan bravos animales murieran en un cubil por un disparo sin honor, en vez de en las plazas dando su último aliento. Puesto que claro, matarlos está mal, pero luego el comerse su carne, ahí no sale ninguno a ponerle impedimentos.
    III. Esa carnicería atroz que son las corridas de toros, encierros, rejones, etc. Son de lo que muchas familias a lo largo del año comen, desde el aguador en las plazas, al que hace las banderillas o los trajes de luces, a los albañiles que se encargan de mantener en buen estado las infraestructuras. Porque sí amigo, porque no todo se limita a un torero y a un toro, porque estos son tan importantes como quien se encarga de alimentar a la bestia o quien se encarga de comprar una entrada. Porque sí amigo, estos festejos a diferencia de otros encarnan en las plazas al Pueblo, y en ellas el Pueblo a esa tradición que reniega a morir.
    ¿Deberían de prohibirse los festejos taurinos?

    Franca y sencillamente no, jamás deberían de prohibirse. Pese a que hoy estén prohibidas en algunos de los reinos de taifas en los que está fragmentada España bajo el amparo de esa banda de tarados, piojosos y subnormales que las gobiernan. Si alguien desea ir a los toros, pues que vaya. ¿O acaso son solo tan progresistas y liberales para lo que les interesa, y lo que no les gusta o no entienden solo saben censurarlo y o prohibirlo? Definitivamente la España de hoy sí que es una verdadera dictadura, y no esa de la que tanto se quejan. Lo que sí verdaderamente debería de ser prohibido por mil motivos, como pervertir a la juventud y a la moralidad de la amplia mayoría de los españoles,son las festividades de los maricones. Y esas bien que se celebran respaldadas por los políticos, ¿Pero cuántos políticos de primera plana vemos en los toros?Pues eso, hipocresía.

    Un pueblo que reniega de lo suyo en favor de todo lo extranjero, en el momento en el que repudia a sus costumbres y tradiciones, deja de ser un pueblo para convertirse un un inmenso solar del que todos menos ellos mismos, quienes solo pueden vivir enfrentados entre sí, se aprovechan de su suelo y de sus materias. Y a esto por desgracia es a lo que estamos abocados de no remediarse la situación actual a la que han llevado unos pocos a toda la Nación Española.




    https://www.tradicionviva.es/2022/09...a-tauromaquia/



    Pious dio el Víctor.

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