La fiesta de los toros es creadora de inestimables valores estéticos
Sin embargo, la fiesta de los toros no sería nada si se quedara ahí. Sería sólo defendible pero no admirable. Si tantos artistas han visto un arte que podía ser traducido a su forma de expresión, si la fiesta de los toros procura a los que la aman tan incomparables placeres, si hay que preservarla como una fuente de valores estéticos que no debe perderse, es porque el toreo es un arte raro, que entronca posiblemente con el origen mismo del arte: dar forma humana a una materia natural.
[50] La sublime grandeza del espectáculo
Entre en una plaza de toros llena un día clave. Nunca antes ha asistido a una corrida. No está ni a favor ni en contra. Solamente quiere ver. Le horroriza la violencia y no le gusta para nada la sangre. A pesar de todo, es posible que la grandeza del espectáculo le conquiste poco a poco. Si es así, déjese arrastrar por sus sensaciones: la solemnidad del ritual, la ligereza de la música, el destello inesperado de los trajes, el poder de la fiera que ataca en todas direcciones, la coreografía tan regulada como imprevisible de las cuadrillas, el capote que gira, el impresionante choque del toro con el caballo de picar (la suerte que más inspiró a Picasso), las banderillas que revolotean, la increíble serenidad del hombre durante el duelo, las audaces y deslumbrantes figuras de su danza con el animal, la muerte en el recogido silencio de la multitud... ¿Ya ha visto algo parecido? ¿Ha visto algo que le deje atónito hasta ese punto? ¿Ha visto alguna cosa que pueda así trastornar y hacer naufragar sus sentidos? Este espectáculo incomparable, único, tan potente como singular, esta fiesta total de la grandeza y de la desmesura recibe el nombre de lo sublime. Usted quizás vuelva. O quizás no. Pero seguro que está de acuerdo en afirmar: sólo las corridas de toros pueden procurarnos hoy emociones como éstas.
[41] La creación de lo bello
Todo eso no son más que las primeras sensaciones del profano, que el aficionado sólo reencuentra en las grandes ocasiones. Pero, día a día, el arte del toreo consiste en algo completamente diferente: simplemente crear belleza. La belleza del toreo es la más clásica: supone elegancia, armonía de movimientos, perfección de formas, equilibrio de volúmenes. El toreo crea formas, obras humanas a partir del caos, es decir, la acometida natural de un toro. Inmóvil pone, con un solo gesto, orden donde no había más que desorden y movimiento. Dibuja curvas poéticas donde el animal naturalmente sólo produce líneas rectas (para coger, para matar). Intenta, como los más clásicos pintores, producir el máximo efecto sobre su materia prima (la acometida del toro) con las mínimas causas, es decir, en el menor espacio, tiempo y movimiento.
Claro que no sólo existe la corrida de toros para crear belleza. Pero sólo la corrida de toros puede crear esta belleza a partir de su contrario, el miedo a morir.
[42] Un arte original, entre el clasicismo y la modernidad
El arte del toreo es original. Tiene algo de música (armonía de los acontecimientos consonantes), algo de las artes plásticas (equilibrio de líneas y de volúmenes en tensión opuesta), algo de las artes dramáticas (alianza del azar y de la necesidad).
El toreo tiene al mismo tiempo algo de clásico y algo de contemporáneo. La mayoría de las artes cultas han abandonado hace tiempo la creación de belleza, valor estético que se juzga desfasado. Desde este punto de vista, el toreo es un arte extremadamente clásico. La mayoría de las artes cultas han abandonado la representación, para transformarse en artes de la actuación única y de la presentación directa (ver el happening, el body-art, el ready-made, la instalación, la intervención, etc.). Desde este punto de vista, el toreo es un arte completamente contemporáneo: presentación bruta del cuerpo, de la herida, de la muerte.
El toreo tiene al mismo tiempo algo de las artes cultas y de las artes populares. Da a los profanos las más inmediatas emociones y a los cultos las más refinadas conmociones, que corresponden a las artes más "estéticamente correctas". Y da a todos, a la par que la tensión permanente debida al riesgo de muerte, el alivio transfigurado debido a la belleza.
[43] Lo trágico
Y a todas las artes, el toreo les añade la dimensión que ninguna otra arte podrá nunca dar: la dimensión de la realidad. Todo está representado, como en el teatro, y sin embargo, todo es verdad, como en la vida. Puesto que el juego es a vida y a muerte. Orson Welles dijo: "¡El torero es un actor al que le suceden cosas de verdad!" La corrida de toros es un drama trágico al que le toca presentar sin ambages la vida y la muerte. Y decir y afirmar esta verdad: sí, es innegable, morimos.
¿Es esta verdad la que rechaza nuestra época, la cual sólo ama la naturaleza aséptica, y sólo acepta la realidad a condición de que esté desinfectada, y que afirma amar la juventud siempre que sea eterna?
[44] La fiesta, comunidad espiritual
Sin embargo, las corridas de toros son, y quizás por encima de todo, una fiesta. Los festejos taurinos siempre han ido de la mano de periodos de ruptura de la vida cotidiana, es decir, de los momentos de conmemoración en los que una comunidad se encuentra y se recrea. Nuestra época, más que cualquier otra, tiene necesidad de fiestas, porque nuestra modernidad es cada vez más individualista, circunscrita al hogar, a lo privado y a lo íntimo. Mientras que la fiesta es la calle, lo de afuera, lo público. Quizás es por eso por lo que las corridas de toros dominicales han ido siendo paulatinamente reemplazadas por las ferias. No hay corrida de toros sin fiesta, pero para los pueblos taurinos no hay fiesta posible sin toros. Porque, ¿hay alguna imagen más bella de la comunidad que el mismo ruedo, redondo, circular, donde todo el mundo ve todo, donde todo es visto desde todos los lados y donde, sobre todo, toda la comunidad se ve a sí misma, comulgando de un mismo espectáculo, de una misma ceremonia, y siguiendo un mismo ritmo de olés, con el sentimiento de vivir juntos un acontecimiento único?
Este es el poder de la fiesta de los toros, bien conocido por los alcaldes de las ciudades taurinas, atentos a la vida de su comunidad. Saben que no se hace la misma fiesta en las bodegas de Mont-de-Marsan que en el Real de la Feria de Sevilla, que no se canta igual en las Fallas de Valencia como se corre en Pamplona, que no se baila igual en Nîmes que en Granada, que sin toros durante el día no se haría, por la noche, fiesta con el mismo ánimo. Porque lo que hemos vivido durante el día, todos juntos, es el triunfo de la vida sobre la muerte.
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