[38] Admirar las virtudes morales del torero
Torear no es sólo arriesgar su cuerpo o ejercer su inteligencia. Es también demostrar virtudes morales que se deducen del acto taurómaco. Es ilustrar cinco o seis grandes virtudes intemporales. El toreo no es solamente una técnica, ni un arte, sino también una suerte de "arte de vivir" que requiere que se actúe siempre respetando alguno de los grandes principios morales.
Para ser torero, o mejor, para merecer ese título:
- Hay que combatir a un animal naturalmente peligroso, lo que exige valor y sangre fría.
- Hay que afrontarlo en público, sin perderle la cara, lo que exige caballerosidad y dignidad.
- Hay que dominarlo, lo que exige antes que nada el dominio de sí mismo, del cuerpo, de las reacciones instintivas y de las emociones incontroladas.
- Hay que matar, también, a ese adversario, lo que sólo se justifica si, para hacerlo, se pone la propia vida en juego (ver argumento [3]): esto supone lealtad para con el adversario y total sinceridad en relación con su propio compromiso físico y moral.
- Finalmente, hay que saber ser solidario con los compañeros, lo que exige, una vez más, sacrificio de su propia persona, aun a riesgo de su vida.
¿No es el Torero con mayúsculas un auténtico ejemplo de lo que querríamos poder hacer y un verdadero modelo de lo que nos gustaría poder ser?
[39] Diversidad cultural e imperativos culturales de la humanidad
Hemos expuesto cómo defender la fiesta de los toros era resistir a la globalización (ver argumento [3]). Pero defender la diversidad cultural no significa defender cualquier práctica cultural. No todas son obligatoriamente "buenas" o defendibles. Algunas chocan con prohibiciones o tabús absolutos. Son aquellas que transgreden lo que puede ser resumido en la idea de "derechos humanos". Condenar a la esclavitud a un hombre o una mujer; no reconocer a una persona como tal; tratar a un ser humano como un medio para satisfacer cualquier necesidad; rechazar los principios de reciprocidad y justicia; violar los principios de libertad, igualdad y dignidad de los seres humanos... son acciones que nada tienen que ver con la diversidad cultural ni tampoco con la placentera relatividad de las costumbres. Son pura y simplemente barbarie. Por definición, estos principios universales no pueden aplicarse a los animales, ya que suponen el reconocimiento del otro como un igual, es decir, imponen la reciprocidad sin la cual no habría justicia. Si el hombre hubiera tenido, o tuviera, que aplicar a los animales los principios que debe aplicar al hombre, no habría habido domesticación, ni ganadería, ni agricultura, ni, en definitiva, civilización propiamente humana. Esto no significa que podamos hacer lo que queramos con los animales, ni que no tengamos deberes hacia ellos (ver argumento [24]). Significa que no podemos confundir esos deberes con los que tenemos hacia los hombres, ni los principios del humanismo con los del animalismo.
El animalismo no es una extensión de los valores humanistas. Es su negación.
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