Alacran. Evidentemente cuando hablo de tradición política española me refiero a los principios políticos que informan al régimen tradicional de la Monarquía española (tal y como ha sido estudiado y descrito por los autores tradicionalistas, que no tienen que ser necesariamente legitimistas (¡Por supuesto!), pues dicho estudio ha sido cultivado por numerosos autores tradicionalistas no carlistas).Eso será considerado a nivel de la primacía de la religión católica sobre los reyes y el sometimiento de éstos a la religión. En lo demás, habrá cosas que sí y cosas que no. Supongo que a la costumbre visigoda del asesinato de un rey para ponerse otro en su lugar no lo llamará Vd "tradicional".
Aunque cada vez nos vamos dando cuenta que la palabrita en cuestión no pasa de ser un comodín para usar según conviene a la tesis "tradicionalmente" correcta del bando "tradicionamente" correcto.
Estos autores son unánimes, por supuesto, al señalar que la permanencia de dichos principios políticos (unidad católica, monarquía hereditaria, respeto a los fueros y leyes particulares de los entes tanto territoriales como institucionales -civiles y eclesiásticos (de ahí lo de que la política gubernamental del despotimo ilustrado era inconstitucional en tanto que contraria a dichos principios políticos)-, representación en Cortes legítimas, etc...) no implica un inmovilismo en cuanto a su formación jurídica concreta, sino que se va paulatinamente mejorando y adaptando a las circunstancias que hagan mejor el bien común de los españoles (que es en definitiva lo que importa en última instancia). Es por ello que el respeto a la tradición supone el verdadero y auténtico progreso (usted ponía el ejemplo de la costumbre de matar a los reyes; yo le pongo el ejemplo del origen de esa costumbre: el carácter electivo de la monarquía. ¿Solución? Reforma paulatina y consuetudinaria hacia la monarquía hereditaria como solución constitucional al problema. Y así con todo lo demás).
Para más información me remito al estudio documentadísimo de Magín Ferrer (que en este caso era legitimista) de "Las Leyes Fundamentales de la Monarquía Española" (Partes I y II), obra muy elogiada por los historiadores Melchor Ferrer (legitimista) y Federico Suárez Verdeguer (legitismista en un primer momento, para luego pasarse a capellán de Juan Carlos).
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