HA LLEGADO UN FUGITIVO


24-Febrero-1937

Las “checas” y García Atadell

No serán muchos, probablemente, los que desconozcan el caso de aquel lugarteniente de Pancho Villa que se separó del general porque había comprado un cañón y pensaba que le sería mucho más provechoso hacer la revolución por su cuenta… Esto ha ocurrido y ocurre en Madrid. No son pocos los que administran Justicia y se entregan a la incautación de oro, plata, billetes y alhajas… por su cuenta.

Las famosas “checas” no son sino Sociedades dedicadas al robo y al crimen con un criterio absolutamente personal. El hecho de haber pasado por una “checa” sin desperfectos excesivos en la piel y en los valores inmobiliarios, no es una garantía de tranquilidad. Otra “checa” repite la faena, inmediatamente, y casi siempre opina de manera mucho más dura. Las “checas” son también las que recogen a los presos puestos en libertad, francamente puestos en libertad, a los que se provee de un volante que dictamina su inocencia, para recluirles en sus mazmorras y hacerles sentir por último que la Dirección General de Seguridad se equivoca con frecuencia, pero que “el pueblo no se equivoca nunca”.

Cada “checa” tiene un Tribunal cuya misión consiste en insultar al detenido y prohibir que el detenido hable. No se puede tolerar que un canalla –todos los detenidos son canallas, entre otras cosas mucho más infamantes- trate de demostrar la injusticia que se comete con él. Después de la “prueba”, que tiene lugar a los dos o tres días de la captura, la víctima pasa a la jurisdicción del plomo en un sótano de la misma casa o en el extrarradio de Madrid. Por el ya conocido sistema del “paseo”. Como en las “checas” los calabozos son tenebrosos, pero escasos, conviene ir eliminando gente cuanto antes.

Las “checas” pertenecen a los grupos rojos más exaltados –me refiero a la F.A.I. y a la C.N.T.-, pero esto no quiere decir que el partido socialista y la U.G.T. desdeñen un procedimiento tan expeditivo y remunerador.

Precisamente, el célebre García Atadell pertenecía al partido socialista. García Atadell y su maravillosa Brigada del Amanecer se anunciaban en los periódicos como se puede anunciar un jabón para la barba. Todos los días daba cuenta la Prensa de alguna nueva hazaña de este hombre y de sus secuaces, atribuyéndole cualidades de sagacidad y de vista que hubieran envidiado, probablemente, los mejores detectives de la época victoriana. En los primeros meses del movimiento, García Atadell era tan admirado en Madrid como el general Riquelme o el “ilustre Mangada”. En realidad, uno pensaba que, llegado el momento de ser enjaulado y juzgado, podía ser un deleite que esto lo hiciese García Atadell. García Atadell estudiaba los casos previamente y los escogía con una elevada opinión de su jerarquía. Era, pues, un honor que él se ocupara de uno. Muerto ya este “caballero”, según me dicen, no quiero mostrarme desagradecido; la verdad es que me enternece pensar la tenacidad y los medios que empleó para apoderarse de mí. Siento ahora que no lo lograse, porque es indudable que aquellas “faenas” merecían el éxito.

La “checa” absolutamente personal de García Atadell estaba en la Castellana. Un hotel situado en la esquina de la calle de la Ese, a la izquierda del arranque de la misma, cuando la Ese repta hacia la calle de Serrano. Allí tenía el hombre su despacho, sus ficheros, su parque de automóviles, sus teléfonos y sus calabozos. Era un hombre bajo, gordete, con lentes, que solía disponer las mayores atrocidades con cierta amabilidad. Parece que su obsesión era que las señoras le encontraran gentil. En realidad, el deseo que tenía de que las señoras se fueran de esta vida con una buena opinión de él, no podía ser más legítimo. El mismo día que publicaban los periódicos el artículo más elogioso en honor de García Atadell, de su labor cíclope en la persecución de la “quinta columna”, de su sobriedad y hasta de su misticismo, García Atadell embarcaba en un puerto del Mediterráneo rumbo a Francia. Con él iban los linces predilectos de la Brigada famosa y varias maletas con dinero y alhajas por valor de nueve o diez millones.

García Atadell no era un caso único de “establecido por su cuenta” en el Madrid siniestro de las persecuciones. Había muchos. Ninguno de ellos ha llegado, sin embargo, a la altura de “El Místico”, que pasará a la historia de los grandes criminales con automóvil, con pistola ametralladora, con máquinas de escribir y con oficina, por el capítulo de honor.

EL FUGITIVO