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10. Cunde la fama -confirmada por el unánime consentimiento y testimonio de todos los antiguos autores, y no por un vago e incierto rumor- de que Túbal, quinto nieto de Noé, por la línea de Jafet, fue el primero que vino a España, cuyo imperio -antes que nada organizado sobre leyes santísimas y después propagado por la religión, las ciencias y las demás artes- llegó a extenderse principalmente hacia aquella parte que trescientos años después, o algo más, tomó su nombre del rey Beto. Al llegar, después de una larga y penosa navegación, al litoral de la Bética y encontrarse con una tierra rica por su suelo, feliz por su cielo y cercana al mar, en cuyas orillas, a todo lo largo, se estableció con su familia, fue el primer cuidado de este excelente varón el infiltrar en aquellas nuevas colonias, deformadas por la rudeza e incultura de tiempos primitivos, las primeras nociones de la civilización, para perfeccionarlas más tarde en el ejercicio de las artes y de las ciencias.

11. El siempre despierto ingenio de los béticos, pronta y profundamente asimiló estos rudimentos de cultura; creció con el tiempo su imperio; con el imperio florecieron las letras, y éstas consigo trajeron su gran cortejo de ventajas y bienes, circunstancia que, advertida por nuestros mayores, dio pie para que comenzaran a colmar de honores a los estudiosos y se hicieron nuevas aportaciones al cultivo de las humanidades. Y en modo tan porfiado todos se consagraron a la poesía, filosofía y demás nobles y preclaras disciplinas, que Maya, la hija del Rey Atlante, era honrada por todas las mujeres como una divinidad a causa de su sobresaliente talento artístico. No se puede tachar de fábula lo que yo más de una vez recuerdo haber leído en graves autores. Refierennos que cada año se le dedicaban honoríficas solemnidades para festejar el gran portento de su sabiduría; ceremonias que todavía admiramos subsistentes en nuestras costumbres, pues vemos que se reviste de múltiples y maravillosas modalidades, este antiguo culto de España hacia una joven de bellas formas, a la que los nuestros denominan Maya.

Fieles a la tradición familiar, sientan a la joven, personificación de la antigua amazona, en un trono un poco más elevado que el de las otras vírgenes, igualmente hermosas, y éstas, durante treinta días del mes de mayo, como a su reina, gustosamente la obedecen.

12. Por esta época, cuando Palamedes no había introducido aún las letras en Grecia, florecían filósofos y poetas en la Bética, donde, después de que el célebre emporio de cultura de los fenicios -según Jenofonte, el primero fundado en el mundo-, hubo una insigne Academia, en la que, conforme nos lo refiere Estrabón, dio sus enseñanzas Asclepíades Myrleano.
13. Tras larguísimos intervalos de tiempo, llegamos hasta los primeros Escipiones, portadores, con el ejército romano, de la lengua latina a España. Durante doscientos años, hasta César Augusto, en tal forma prosperó este idioma, y, una vez expulsados los cartagineses, tanto se difundió por la Bética, que los mismos turdetanos, que tenían no pocas tierras junto al Betis -olvidados de su propia lengua-, casi se transformaron en romanos, y la mayoría, latinizados, adquirieron carta de ciudadanía; y poco faltó en tiempos de Augusto (como Estrabón lo testimonia) para que todos se creyesen romanos.

14. Sabemos que Quinto Metelo oyó muchas veces con suma complacencia los versos de los poetas cordobeses, que en gran número y calidad allí sobresalieron, pocos años antes de Augusto. Sin embargo, a Cicerón le suenan a algo tosco y extraño, a causa de la rudeza y escaso afinamiento de aquella edad.

15. En efecto; no sólo antes que Livio Andrónico (quien, cerca de cuatrocientos diez años después de la fundación de Roma, fue el primero que dio a los romanos un poema -un año antes de nacer Ennio, anterior a Plauto y a Nevio-), sino aún antes que el mismo Homero, y con prioridad de ocho centurias a Hesíodo, existieron en España esclarecidos y divinos poetas, cuyas memorables y antiguas composiciones asegura Estrabón que llegaron hasta los tiempos de Augusto. Prueba de ello es que los túrdulos, la gente más instruida de entre los españoles, tenían leyes de seis mil años de antigüedad, cómputo que arroja dos mil años, que son precisamente el tiempo que media entre Túbal, nuestro fundador, y Augusto; con tal que (conforme a las instrucciones que Jenofonte nos da en los Equívocos) hagamos bien la cuenta por años de cuatro meses, según la costumbre ibérica.

16. A Augusto siguió una época abundante en nombres famosos, pero fatal para el Imperio, y más desdichada y amarga aun para la lengua romana. Pues, muerto Cicerón, las letras latinas sufrieron un gran quebranto, y la libertad del Imperio sucumbió con los últimos resplandores de aquella luz de la elocuencia que iluminaba el Foro y el Senado con sus discursos. La suprema potestad de la República en manos de un solo individuo, fue la llave que cerró los labios de todos los oradores, el último golpe dado a la elocuencia y la rúbrica de muerte para los aficionados a las humanidades. Y si España no hubiera cogido a tiempo de las manos trémulas por el dolor y la indignación del agonizante Lacio, la gloriosa bandera de su cultura, hoy día no quedaría rastro alguno de la primitiva grandeza y resplandor de la lengua romana. España, con la incorporación de sus hijos de la Bética a las ya quebrantadas y débiles fuerzas del Imperio, que, cada vez más corría hacia la ruina, le infundió nuevas energías y ella sola reintegró a su lugar las letras tránsfugas, no solo de Roma, sino de toda Italia.

17. Córdoba, Colonia Patricia y madre fecundísima de ingenios, fue quien primero envió a Roma los hombres que necesitaban el actual ocaso de las letras, la amarga ruina de la elocuencia y la mísera suerte de los oradores. A Roma fue enviado, después que Gneo Domitio Ahenobardo tomó a Córdoba, Anneo Séneca, con los hermanos Galión y Mela y con su sobrino Lucano. ¡Eran los vencidos, que marchaban a mandar a los vencedores!

18. Fue noble la prosapia de los Anneos; y como en árbol de muchas ramas, sus vástagos dieron espontáneos frutos de iluminada doctrina.

Los españoles Julio Hygino, liberto de Augusto y prefecto de su biblioteca, y Sextilio Hena, compatriota de Lucano y poeta, de quien decía Séneca que tenía más ingenio que erudición, pertenecen a esta época.

Corren parejas el otro Séneca -el Trágico- y Porcio Latron, el ínclito declamador, a quien más tarde Séneca llama su compañero.

Con estos hombres divinos empieza, a mi entender, el siglo segundo, portavoz de las alabanzas de los españoles, que llega hasta el imperial trono de los Antoninos.


(continúa)