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Tema: Reyes Católicos y 500 años de unidad española (Textos de varios autores)

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    Re: Reyes Católicos y 500 años de unidad española (Textos de varios autores)

    13. El compromiso de Caspe

    Mediante el compromiso de Caspe la dinastía castellana de los Trastamaras pasó a reinar en Aragón siendo un paso decisivo para la unión futura de ambos reinos.


    R
    evista FUERZA NUEVA, nº 147, 1-Nov-1969

    El Compromiso de Caspe (año 1412)

    Resulta curioso observar cómo en la historia de los pueblos, los sucesos que parecen más insólitos no son sino la sucesión de una serie de hechos, todos consecuencia unos de otros, de tal forma que enlazándose lógicamente llegan a una conclusión que, vista de una forma superficial, pueden parecer fruto de la casualidad, cuando en realidad no es más que la lógica concatenación de una serie de factores humanamente previsibles e históricamente demostrables.

    La misión de los reinos de Castilla y Aragón en las personas de los Reyes Católicos, creando para siempre el reino de España como unidad política, no es producto de la casualidad. Toda una serie de contactos previos habían familiarizado ambos reinos de tal manera que se veía claramente que, más pronto o más tarde, la unión definitiva sería una realidad.

    En mayo de 1410, muere sin sucesión el rey de Aragón don Martín I, llamado “el Humano”, hombre, que si bien no tenía los grandes vicios de su padre, tampoco tenía sus virtudes y entre las que tuviera no estaba la decisión y así, pese a las presiones de la condesa de Urgel y de otros magnates, no contestó nunca categóricamente, dando lugar a que a su muerte quedara el reino aragonés expuesto a una situación excepcional, grave y comprometida, pues los diversos pretendientes no moderaban sus impaciencias y el continuo y cada vez mayor tráfico de hombres de armas y emisarios hacían prever el desencadenamiento de la guerra civil.

    Estos pretendientes eran:
    don Jaime de Aragón, conde de Urgel, biznieto por línea masculina de Alfonso III;
    don Alfonso, duque de Gandía y conde de Denia y Ribagorza, nieto de Jaime II;
    el infante don Fernando de Castilla, hijo de la reina doña Leonor y nieto de Pedro III;
    don Luis, duque de Calabria, nieto de Juan I de Aragón;
    y por último, don Fadrique, hijo natural de don Martín de Sicilia y nieto, por tanto, de Martín el Humano, que le había hecho legitimar por el antipapa Benedicto XIII.

    De todos estos pretendientes, el Duque de Gandía era un anciano achacoso y el duque Luis de Calabria, un niño, circunstancias ambas que hacían que el número de sus partidarios fuese muy reducido. Don Fadrique de Sicilia, aunque legitimado, no podía enfrentar su bastardía contra los dos pretendientes más poderosos: el Infante don Fernando de Castilla y el Conde de Urgel, entre los que se iba a dirimir realmente el pleito dinástico.

    Don Fernando de Castilla, llamado “el de Antequera”, plaza que había gloriosamente tomado a los moros, había dado ya muestra de la nobleza de su carácter, pues habiendo podido ocupar el trono de Castilla a la muerte de su hermano Enrique III “el Doliente”, hizo caso omiso de las sugerencias de sus numerosos partidarios y proclamó rey a su sobrino Juan II. Parecía como si Dios quisiera premiar su nobleza, reservándole otro trono con plenos derechos y total justicia al que había renunciado a otro por no ser totalmente de derecho.

    El Conde de Urgel, Impetuoso, osado y de violento carácter, apoyado por la poderosa familia aragonesa de los Luna, se alzó con la lugartenencia del reino, como paso previo a lo que daba por descartado: el trono. Este hecho le privó de numerosos partidarios, entre los que se encontraban el Justicia de Aragón, el arzobispo de Zaragoza, el gobernador Lihorí y el mismo Benedicto XIII, lo que provocó que el de Urgel, montando en cólera, amenazó al arzobispo “con cortarle la cabeza” y al Papa “con ponerle una mitra de hierro candente”, palabras que no podían menos de sonar desagradablemente en los cristianos oídos de aquella gente.+



    Pero el reino aragonés está en el pleno apogeo de su libertad constitucional. La batalla de Épila había acabado con el feudalismo y ya no era la nobleza, sino el Parlamento quien dicta las leyes. Y es el Parlamento catalán, quien dando muestras de su patriotismo convoca a los reinos de Valencia y Aragón para que se haga una junta, que, eligiendo rey ponga fin a un interregno que ya lleva dos años de duración. Ardía la discordia en los tres reinos. En Cataluña se agitaban el de Urgel y el conde de Pallars; en Aragón, los Urrea, los Luna y los Heredia; y en Valencia, los Centellas y Vilaragut. El Parlamento aragonés, convocado en Calatayud, se disolvía sin pena ni gloria. Por si fuera poco, un trágico suceso venía a agravar la situación: el cobarde asesinato del arzobispo de Zaragoza, a manos de uno de los Luna; lo que provocó que el número de los partidarios del de Urgel disminuyese a favor del de Antequera.

    Pero por fin, y gracias a las gestiones de Benedicto XIII, pudo concertarse la junta que había de elegir nuevo rey. La villa de Caspe, equidistante de los tres reinos (de las capitales), fue la elegida para la reunión de los compromisarios, tres por cada reino, total, nueve personas “de ciencia, prudencia y conciencia”. Estos fueron: por Aragón, don Domingo Ram, obispo de Huesca, Francés o Francisco de Aranda, cartujo de Portaceli y Berenguer de Bardají, letrado; por Cataluña, don Pedro Zagarriga, arzobispo de Tarragona, Guillén de Valseca y Bernardo de Guelbes, jurisconsultos; y por Valencia, Bonifacio Ferrer, prior de la Cartuja, su hermano fray Vicente Ferrer (el Santo) y Ginés Rabassa, abogado, hombre íntegro, aunque cobarde que, para no verse en líos se fingió loco, por lo que fue sustituido por Pedro Beltrán. Entre todos descollaba como un lucero luminoso el célebre apóstol san Vicente Ferrer. Es de notar que en esta especie de cónclave político no se viera representada la nobleza en un pueblo tan aristocrático como Aragón. De los nueve jueces, cinco pertenecían al clero y cuatro a la magistratura.

    No solamente los tres reinos de Aragón, no solamente la España entera sino toda la cristiandad veía por primera vez con asombro y ansiedad, encomendada la decisión del más grave problema que puede ocurrir a un reino, a unos pocos clérigos y legistas llamados a disponer de una de las coronas más ricas de Europa y determinar en conciencia, con santa calma y libre espíritu, sordos al ruido de las armas y ausentes de pasiones y particulares intereses, quien había de ceñir la corona de los Berengueres, de los Alfonsos y de los Jaimes.

    El 24 de junio de 1412 se verificó la elección, siendo san Vicente Ferrer el primero que emitió su voto a favor de don Fernando como nieto de Pedro IV, siguiéndole en el voto el obispo de Huesca, fray Bonifacio Ferrer, Bernardo de Guelbes, Berenguer de Bardají y Francés de Aranda, abrumadora mayoría que había triunfo al Infante castellano, lo que así se hizo constar en acta que fue solemnemente proclamada el 28 de junio por los tres alcaides de los tres Reinos, cada uno con una escolta de cien hombres y llevando al frente a Martín Martínez de Marcilla con estandarte real de Aragón. Luego hubo una misa en la que Vicente Ferrer pronunció un sermón sobre las palabras del Apocalipsis: “Gaudeamus et exultamur et demus gloriam ei, quia venerunt nuntia agni”. El mismo leyó la sentencia del jurado y cada vez que pronunciaba el nombre del infante era interrumpido con fervorosos aplausos del público, con lo que así demostraba su conformidad con la elección.

    Todos, chicos y grandes, acataron la sentencia, menos el soberbio Conde de Urgel, que tuvo que ser perseguido a mano armada y hecho prisionero, muriendo en prisión.

    En enero de 1414 fueron convocadas Cortes Generales en Zaragoza para la solemne proclamación del Infante castellano, que establecía en Aragón a la Casa de Trastamara, creando así un nuevo lazo que anudaría definitivamente su nieto Fernando II el Católico. Por último, es de notar que para la coronación envió a don Fernando de Antequera, la reina de Castilla, su cuñada, la corona que había ceñido el rey don Juan, su padre “que fue -según dice un cronista aragonés- como una misteriosa señal de unión de estos reinos de la Corona de Castilla y León”.

    Lorenzo RUIZ CABEZAS

    Última edición por ALACRAN; 16/04/2023 a las 12:19
    DOBLE AGUILA dio el Víctor.
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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