La Ilustración es un movimiento que hunde sus raíces en la nefasta filosofía cartesiana: todo parece dubitable, menos la razón autónoma -¿autista?- desde la que se juzga todo lo demás. Mientras que extendemos la sospecha sobre el ser de las cosas y sobre la misma verdad, nos entregamos a la fantasiosa elucubración que: o bien desemboca en la admisión de un "innatismo de las ideas" -ciertas ideas son tomadas como si fuesen axiomas de las que derivar todo el resto de conclusiones- (racionalistas), o bien termina admitiéndose que el conocimiento se disuelve en la sensación (empiristas). En el caso último, la conclusión más coherente es la de David Hume: el escepticismo.
La ilustración se desarrollará en Inglaterra durante el siglo XVII (muy recomendable el libro "Los orígenes intelectuales de la Revolución inglesas", de Christopher Hill, Editorial Crítica) y eclosiona en el XVIII con el enciclopedismo.
Y ahí está Inmanuel Kant, para decirnos que la Ilustración es la mayoría de edad de la Humanidad. Sirviéndose de esa metáfora -que puede rastrearse en los clásicos grecolatinos y también en "El Criticón" de nuestro Baltasar Gracián-, Kant elaborará uno de los más grandiosos mitos y despropósitos de todos los tiempos. Somos adultos, nos dice este grisáceo profesor prusiano, ya es hora, pues, de emanciparnos. ¿De qué? Pues de todo lo que ha tutelado a la humanidad: religión, tradición... Todo eso... ¡por la borda! Uno de los filósofos preferidos de los progresistas españoles -aunque dudo mucho que hayan leído la "Crítica de la Razón Pura" o la "Crítica de la Razón Práctica"- es justamente Kant, pues Kant es la voz de la Ilustración. Lo que Descartes pensaba por lo bajini, Kant lo proclama a los cuatro vientos. Kant, lector y rendido devoto de Juan Jacobo Rousseau.
Pero Kant es, en ese sentido, la síntesis de las dos antítesis en que pareció quedar el linaje de Descartes: racionalistas y empiristas. Y en el bando empirista hay una clara mayoría insular, de las Islas Británicas. Muchas veces se subestima la revolución inglesa. Se concede toda la atención a la revolución francesa, pero apenas se trata la inglesa (me refiero que no se estudia en los depauperados temarios de Historia del sistema educativo actual). Pero no tendríamos que olvidar que ideas como "tolerancia", "división de poderes" y otras propias del liberalismo están delineadas, y más que esbozadas, en la obra de Locke.
Lo que se desprende de tu magnífico análisis, Gothico, es que el progresismo siempre ha vencido mediante la manipulación del lenguaje. La misma denominación "liberal" da a entender algo que no es: Liberalidad no es liberalismo.
Y por si fuera poco, a la postre, se da a entender que fueron los tradicionalistas, precisamente los más calumniados y difamados, los culpables de la falta de entendimiento. Así dice Miguel Castillejo en un libro dedicado al apóstata y herético Julián Sanz del Río: "El fundador del krausismo español. Etapa andaluza":
"La defensa bunkeriana de la tradición por la tradición cerró las puertas a toda posibilidad de diálogo y entendimiento entre los grupos disidentes."
El entendimiento era imposible. Pero no por cerrazón de los tradicionalistas, sino por incompatibilidad absoluta y férreo principio de identidad lógico, ontológico y teológico.
No se puede poner una vela a Dios y otra al diablo.
Muchas gracias por su estupenda exposición, Gothico.
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