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Tema: El régimen franquista no fue políticamente tradicionalista

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  1. #1
    jasarhez está desconectado Proscrito
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    Re: El régimen franquista no fue políticamente tradicionalista

    Cita Iniciado por Martin Ant Ver mensaje
    No. Una cosa es decretar que las doctrinas tradicionalistas y falangistas-nacionalsindicalistas inspirarían la política de los sucesivos gobiernos franquistas y otra cosa es llevarlo a la práctica. Franco ni era tradicionalista ni era falangista-nacionalsindicalista, sino que simplemente era... franquista, y mandaba a sus gobiernos que aplicaran las políticas que mejor les pareciera adaptándose a las circunstancias (.../...)
    Sin duda alguna, tengo que admitir que tiene usted razón. 'Una cosa es decretar que las doctrinas tradicionalistas y falangistas-nacionalsindicalistas inspirarían la política de los sucesivos gobiernos franquistas y otra cosa es llevarlo a la práctica'. Me estaba refiriendo al texto del Decreto, por eso hablé de 'autores' no de estadistas. Franco en sus obras era pragmático, y se adaptaba, según podía, a las circunstancias. Pero el texto del famoso decreto sí decía tener como inspiración la idea de intentar fundir las virtudes de ambos movimientos. Otra cosa muy distinta es, y en eso yo no se lo discuto, lo que luego ocurriera.

    Y con respecto a la parte de su mensaje en la que toca el tema del tradicionalismo religioso en el régimen franquista, solamente le digo que estaré espectante de poder leer sus conclusiones en ese otro hilo que nos ha prometido. Yo también opino que jamás habríamos llegado a los niveles que comenzaron a producirse a partir de 1982, tras la victoria del Partido Socialista con Felipe González a la cabeza, y por la decisiva intervención del Episcopado Español convenciendo a los políticos procedentes del régimen franquista, para que no se preocuparan por el 'catolicismo sociológico' perdido con tantas políticas liberalizadoras como se empezaban a llevar a cabo en esos días. Como todos sabemos, el episcopado español ya se encargó de lleno en su sucia tarea de neutralizar cualquier intento de oposición católica organizada que pudiera haber surgido por aquellos días. Por eso, a la Iglesia Católica del postconcilio yo también le echo muchas culpas de todo lo ocurrido...

    Existe una carta escrita por Sigfredo Hillers, y que yo leí por primera vez en este mismo foro, que habla y acusa con pelos y señales a los principales culpables:

    http://hispanismo.org/religion/7137-...html#post34681

    Un abrazo en Cristo
    Última edición por jasarhez; 23/06/2013 a las 23:26

  2. #2
    Valderrábano está desconectado Proscrito
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    Re: El régimen franquista no fue políticamente tradicionalista

    Cita Iniciado por jasarhez Ver mensaje
    Franco en sus obras era pragmático, y se adaptaba, según podía, a las circunstancias.
    Digamos que Franco hacía lo que le daba la gana, lo cual no siempre coincidía con lo que convenía a España. Y es que claro, con los rojos cautivos o desterrados, Jose Antonio muerto, Don Juan exiliado, Mola desaparecido en combate... ¿quién quedaba en España aparte de Pilar y su sección femenina?

  3. #3
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
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    Re: El régimen franquista no fue políticamente tradicionalista

    Como del primer artículo pudiera parecer que el tradicionalismo político español teórico sólo se cultivó en la Comunión Tradicionalista (y de ahí la consecuente demostración del carácter no tradicionalista, desde el punto de vista político, del régimen franquista), es importante señalar también que al menos hubo otro grupo político-cultural en el que se cultivó también, por algunos autores, el tradicionalismo téorico. Me refiero al grupo de Acción Española liderado por Eugenio Vegas (otra cosa distinta es el tradicionalismo político práctico que sólo correspondía a la Comunión Legitimista, como única solución política verdadera para los españoles).

    Añado esto porque podría pensarse que, si bien el régimen franquista no fue tradicionalista por rechazar a la Comunión legitimista, al menos sí lo fue por recoger las ideas teóricas que defendían dicha Comunión y algunos hombres de Acción Española, habiéndose obtenido dichas ideas de éstos últimos.

    Para fundamentar también el rechazo de esta tesis, reproduzo a continuación otro artículo del famoso bloguero Francisco José Fernández de la Cigoña, en el que, con motivo de la crítica de un libro de Morodo, justifica también la falta de aplicación o puesta en práctica de las ideas tradicionalistas provenientes de Acción Española. El artículo se publicó en el nº 229-230 de la revista Verbo en 1984.

    En el artículo se tocan otros temas parciales (como, por ejemplo, la supuesta "importancia" del papel de Acción Española y sus hombres en el Alzamiento y la Cruzada) que son ciertamente discutibles. Pero aún así reproduzco el artículo con el objetivo de ahondar más en el objetivo propio de este hilo: subrayar el carácter no tradicionalista, en lo político, del régimen franquista.

    -----------------------------------------------


    ACCION ESPAÑOLA Y EL FRANQUISMO

    POR

    FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA GIGOÑA

    La aproximación de Morodo a Acción Española (Morodo, Raúl, Orígenes ideológicos del franquismo, Tucar Ediciones, Madrid, 1980), por muchos conceptos interesante, adolece de un defecto de enfoque que hace que las pocas personas que hoy conocen de verdad lo que fue aquello se sientan con una incomodidad mental cierta y, aún reconociendo brillantes análisis, textos abundantes recogidos con bastante honestidad, si bien dentro de esas parcialidades inevitables en el más independiente de los historiadores —y no atribuyo a Morodo tal título—, se concluye la lectura diciendo: no es eso, no es eso...

    Lo he escrito (Fernández de la Cigoña, Francisco José, «En el cincuentenario de Acción Española, en Verbo, 201-202, enero-febrero de 1982). Se había escrito antes (Ansón, Luis María, Acción Española, Zaragoza, 1960). Y es preciso partir del hecho del protagonismo absoluto de Eugenio Vegas en todo análisis de lo que fue aquel movimiento intelectual que realmente dio una razón y un contenido al alzamiento militar de 1936.

    Entiéndaseme bien. No pretendo decir que los militares que se sublevaron llevaran en sus mochilas los ejemplares de la revista en julio de aquel año. La inmensa mayoría de ellos no había leído ni un ejemplar de Acción Española. La influencia, indudable y de enorme peso, vino por otros caminos. Acción Española dio a la derecha unas bases doctrinales que justificaron su resistencia al sacrificio y a la desaparición. Los valores en los que esa derecha creía, las fidelidades que en un corazón viejo, cansado y desacostumbrado al trabajo intelectual aún latían, se sintieron avalados por un grupo creciente de figuras de la intelectualidad española y comprobaron, además, que esas gentes sintonizaban con importantes núcleos intelectuales del extranjero.

    Y todo ello hizo que se volviera a creer, a pensar y a resistir. De ahí surgieron las condiciones objetivas de la sublevación militar. Después confluyeron otras concausas. Mimetismos fascistas y nacionalsocialistas, ayudas militares de otras potencias, la superioridad de los cuadros del ejército sobre la improvisación guerrillera y anarquista, las virtudes de una clase media catalizada por una Iglesia beligerante —y es curioso que hoy se le reproche una actitud a la que fue obligada y empujada violentísimamente por el saqueo, el incendio y el asesinato de cuanto tenía alguna relación con lo sagrado— «sobre el analfabetismo moral y cultural de unas masas que obraban movidas por elementales pasiones de resentimiento y odio...

    Como decía, no descubro nada con esto. Pero sin ello no se entenderá nunca a Acción Española. La sociedad cultural Acción Española, la revista, cuanto se propuso y fue, tiene un nombre: Eugenio Vegas. Lo demás es comparsa. Que no se me malinterprete. No cabe duda de que en aquel grupo intelectual hubo figuras de más envergadura que Vegas Latapie. Literatos, oradores, poetas, dramaturgos, historiadores, periodistas... La nómina —en sentido metafórico, pues allí nadie cobraba, ya que si se pagaron algunas colaboraciones era más para atender difíciles situaciones personales derivadas del exilio o de la persecución política que como remuneración del trabajo aportado— de Acción Española es asombrosa. Y por muchos conceptos. Dos de ellos saltan a la vista del observador menos perspicaz: lo amplio de la misma y su diversidad de matices ideológicos.

    Maeztu (de la Academia Española y de la de Ciencias Morales, embajador, diputado), Pradera (del Tribunal de Garantías Constitucionales, diputado), Calvo Sotelo (Ministro, diputado, Presidente de la Academia de Jurisprudencia y Legislación), Sáinz Rodríguez (Académico de la Española y de la Historia, catedrático, ministro, diputado), Montes (de la Española), Ríber (también de la Española), Pemán (Director de la Academia Española), Pemartín, Arrarás, Aguado, Eliseda (de la Academia de Ciencias Morales), Artíñano (catedrático), Alcalá Galiano, Aunós (ministro, embajador), Castro Albarrán (magistral de Salamanca y de Madrid), Juan de la Cierva (inventor del autogiro), Vázquez Dodero, Armando Durán (de la Academia de Ciencias), Enriquez de Salamanca, José Ignacio Escobar (director de La Epoca), Carlos Fernández Cuenca (crítico de cine), el P. Gafo (alma de los sindicatos católicos), Galindo Herrero, Galinsoga (director de La Vanguardia), el P. Félix García, O. S. A., el P. Peiró, S. J., el general García de la Herrán, García Valdecasas (de la Española, de Morales y Políticas y de Jurisprudencia), García Villada, S. J. (ilustre historiador), Giménez Caballero, Goicoechea (ministro y Presidente de la Academia de Jurisprudencia, de la Academia Española), el cardenal Gomá, González Amezúa (de la Española), Emilio Herrera (que llegaría a ser Presidente de la República en el exilio), Miguel Herrero, Lequerica (ministro, embajador), el marqués de Lozoya (académico de la Historia y de Bellas Artes, catedrático), Juan Ignacio Luca de Tena (director de ABC, de la Academia Española), Juan Antonio Ansaldo (laureado individual), Esteban Bilbao (Presidente de las Cortes, ministro), Manuel Bueno, Corts Grau (catedrático), Santiago Corral (Presidente de Acción Católica), Rafael Garda de Castro (arzobispo de Granada), el P. Guenechea, S. J., Ibáñez Martín (ministro, embajador), Menéndez Reigada (obispo), Carlos Miralles (laureado individual), Julio Palacios (académico de la Española y de Ciencias, catedrático), Leopoldo Eulogio Palacios (catedrático, académico de Morales), Puigdollers (catedrático), Juan Pujol (director de Madrid), Javier Reina (canónigo), Blanca de los Ríos, el conde de Rodezno (ministro), Ruiz del Castillo (catedrático del Tribunal de Garantías Constitucionales, académico de Morales), Sánchez Mazas (de la Española), Mardal Solana, Vallejo Nájera, Jorge Vigón (ministro), Eduardo Marquina (de la Española), Zacarías de Vizcarra, Yanguas (catedrático, embajador, ministro, académico de Morales y de Jurisprudenda) ...

    Esta relación, ampliable, en la que cargos y laureles fueron en muchos casos obtenidos después, es lo suficientemente expresiva para precisar comentario, Pero si impresiona por la extensión, asombra más, si cabe, porque en ella figuran personajes de todas las agrupaciones políticas que entonces existían en la derecha: CEDA, Renovación, Falange, Comunión Tradicionalista.

    En Acción Española depusieron discrepancias accidentales y se unieron en una corporación entrañable y sin fisuras. Pues bien, todo ello fue obra milagrosa de Eugenio Vegas Latapie. Él los buscó, uno por uno, mantuvo la unión y movió desde la sombra todos los hilos semidictatorialmente. Y fue obedecido por todos.

    Por ello resulta increíblemente mezquino que un personajillo —y no me refiero sólo al tamaño físico— que giró cual la mariposa alrededor de la llama en torno a aquel ambiente en los años de la República, movido de no sé qué rencores o envidias mal digeridos, omite el nombre de Vegas entre los fundadores de Acción Española en un pobre artículo publicado recientemente. Morodo lo reconoce expresamente —«Vegas Latapie, artífice de esta obra»—, pero no conoce a la persona. Y sin ello es muy difícil conocer Acción Española. Este es el defecto capital del libro que, por otra parte, tiene valores que no hemos de negar.

    No es ese desconocimiento de extrañar por cuanto Eugenio Vegas es hoy un gran ignorado en España. La aparición de sus apasionantes Memorias Políticas, cuyo primer volumen se encuentra ya en las librerías, quizá contribuya a que este español excepcional salga algo de la sombra en que voluntariamente se recluyó tras el fracaso de sus ilusiones y esperanzas.

    Pero el hecho es que el libro de Morodo está escrito desde esa ignorancia y ello hipoteca gravemente el resultado. Desde el mismo título: Orígenes ideológicos del franquismo. Que nos parece inexacto. Porque lo que fue Acción Española fue el origen, en el sentido que hemos dicho, del alzamiento de 1936. Identificar ése alzamiento con el franquismo posterior es simplificar demasiado, entendiendo que toda causa de una causa lo es de lo posteriormente causado. Lo que, si en ocasiones es cierto; extremarlo hace a Enrique IV de Francia responsable de la actual Constitución española o a Rodrigo de Triana del castrismo de Fidel.

    Qué duda cabe que el franquismo recogió ideas y, sobre todo, personas de Acción Española. Ello es tan evidente que ni merece nos detengamos en ello. Pero Acción Española —y ahí están sus textos— pretendía un modelo político y social que tenía ciertas diferencias con el que se instauró en España cuando las circunstancias —y en particular el accidente que costó la vida al general Sanjurjo— impusieron a Franco como Generalísimo y Jefe del Estado.

    Acción Española quería una monarquía hereditaria y efectiva como cúspide del sistema político. Franco instauró una monarquía teórica en la que el titular tardó muchos años en determinarse y después de que se dieran esperanzas a varios pretendientes. Aunque Franco, posiblemente, tuviera claro desde el primer momento quién iba a ser su sucesor. Esa monarquía natural que el Caudillo ejerció estaba muy lejos de lo que postulaba Acción Española. Y la monarquía que efectivamente le sucedió, lo mismo. Aunque fuera también muy distinta de la que Franco había querido para España.

    Tampoco tenían nada que ver con los principios y estilos de Acción Española los modelos nazifascistás que se impusieron en los primeros años del franquismo, precisamente cuando Serrano y sus corifeos: Ridruejo, Laín, Tovar, Mayalde, Hoyos, Neville, Torrente Ballester... detentaban, al servicio de Franco, el poder dictatorial. Las raíces de esa España, que la derrota del Eje hizo inviable, se nutrían en tierras muy distantes de las de Acción Española.

    El ortodoxo catolicismo de Acción Española tampoco inspiró las posturas totalitarias respecto a la Iglesia de esos primeros tiempos, nacidas de las mismas fuentes nazifascistas. El cardenal Gomá, prematuramente desaparecido, no hubiera tenido el menor problema con un Estado que se inspirase en los principios de Acción Española. Los tuvo, y serios, con las autoridades de la España nacional. Y el Vaticano también.

    No fue, asimismo, consecuencia doctrinal de Acción Española el centralismo que se impuso a todas las regiones españolas desde la capital de la nación. Que hoy estamos pagando a demasiado alto precio. Ni la falsificación corporativa que hizo de municipios y sindicatos una sucursal del poder, inutilizándolos para posteriores actuaciones previstas teóricamente en el montaje del Estado franquista pero que, ante su escasísima implantación real, fueron incapaces de realizar el cometido previsto en el «atado y bien atado» problema sucesorio.

    Fuera de estas diferencias —no desdeñables— hubo señaladas coincidencias, claro está. Y, sobre todo, un trasvase de hombres que aceptaron y se beneficiaron del franquismo. Y algunos de qué manera.

    Pero este es un fenómeno político muy corriente que el mismo Morodo señala en su libro respecto del Integralismo portugués de Antonio Sardinha. Y que lo mismo podríamos apuntar de la CEDA. Los Artajos y Martín Sánchez-Juliá dejaron tan solo a Gil Robles como los Areilzas, Lequericas, Pemanes y Vigones a Vegas Latapie. Y con Hedilla ocurrió lo mismo. Porque fenómenos aislados como Giménez Fernández o Juan Antonio Ansaldo son excepciones que confirman la regla y que se producen en no pocas ocasiones más por peculiaridades de carácter que por el mantenimiento de unos principios.

    Las sirenas del poder tienen demasiado atractivo y suelen arrastrar a la mayoría de los humanos. El caso de Sáinz Rodríguez fue otro. Ministro de Franco por influencia de Serrano Suñer, al cesar, se embarca en la oposición. Quizá hubiera sido fidelísimo al Caudillo de continuar en el cargo. Nosotros creemos que sí.

    El hecho es que, de la sublevación militar de 1936, nació una dictadura que duró casi cuarenta años. Hasta la muerte de la persona que la encarnaba. Sus realizaciones materiales son indiscutibles y España, que partía deshecha de una terrible guerra civil, conoció un período de paz y desarrollo económico sin parangón en nuestra historia.

    Suele ser un efecto de las dictaduras. No cabe duda que también conoció defectos: abusos de poder, negocios poco limpios... Son fenómenos que suelen acompañar a esos regímenes políticos. Si bien nuestra, ya no tan joven, democracia —-su vida es más larga que la suma de los dos períodos republicanos— nos demuestra que tampoco están libres de esos defectos los sistemas democráticos. Que, en ocasiones, y mucho me temo que la nuestra sea una de ellas, los aumentan muy considerablemente...

    Pero el franquismo lo que sí confirmó es la regla áurea de todo sistema de ese tipo: la incapacidad de sucederse. Las dictaduras se agotan con el carisma de quienes las detentan. Y sólo el terror puro y simple las hacen perdurar como ocurre más allá del Telón de Acero.

    Señalada la discrepancia fundamental con la tesis de Morodo expondremos a continuación otras parciales, algunas de no poca importancia. El capítulo 1.3: Acción Española: apología y revisión crítica de la Dictadura es una pura contradicción. De la lectura del mismo, y de la realidad histórica, lo único que se deduce es que Acción Española no tuvo nunca la menor veleidad de resucitar la experiencia primoriverista que tan mal acabó. Otra cosa es que, ante el caos republicano, se pudiera sentir alguna añoranza de los años tranquilos y prósperos de la Dictadura. Pero nada más.

    Falta de conocimientos también, por parte de Morodo, de hechos concretos. Por ejemplo es reveladora esta afirmación: «Sáinz Rodríguez, colaborador de Acción Española, ministro con Franco —pero, el único ministro que rompe con él, y se autoexilia en Portugal...» (pág. 45)—. La ruptura de Sáinz Rodríguez con Franco fue el cese que el Jefe del Estado le comunicó. Hasta entonces no había existido tal ruptura. Y el «autoexilio», en 1942, no fue tal sino la huida de España por parte de Pedro Sáinz para evitar una orden de deportación a las Canarias. Y lo de único ministro que rompe con Franco habrá asombrado, sin duda, a un hombre tan próximo a Morodo en la oposición al Generalísimo, en sus últimos años, como lo fue Joaquín Ruiz Giménez

    Otro error de bulto es adscribir a Antonio Goicoechea al tradicionalismo (pág. 67),' lapsus verdaderamente increíble por tratarse de un político de cierta notoriedad, ministro de Alfonso XIII. Como omitir entre los generales simpatizantes de Acción Española a don Fidel Dávila (págs. 69-70). El tomo primero de las Memorias de Vegas, que Morodo ya conoce, pues publicó del mismo una recensión en El País es básico para escribir en el futuro de Acción Española y evitará muchos errores. Y puestos a señalar omisiones, entre los títulos nobiliarios que Morodo considera como concedidos por Franco a personas que se movieron, más o menos, en la órbita de Acción Española no menciona al que nos parece más capital, el concedido para honrar la memoria del que fue su director, el condado de Maeztu (páginas 72-73).

    El desconocimiento del entorno lleva a Morodo a cometer numerosos errores onomásticos: A Fuentes Pila le llama Fuentes Pilá (pág. 88), a José Ignacio Escobar, marqués de las Marismas y a la muerte de su padre, de Valdeiglesias, le llama Ignacio (pág. 89), a Martín Báguenas, Martínez (pág. 109); el Lizarra mencionado (pág, 139) tal vez sea Lizarza; el Andes al que se refiere (pág. 139) debe ser su hijo el marqués de Eliseda; Rebadet (pág. 151) es Rebatet; llama integralistas (página 180) a los integristas de Nocedal...

    Es absolutamente excesivo calificar de «permanente» (página 92) la colaboración de Ramiro Ledesma Ramos con Acción Española. Fue bastante esporádica. Pienso que el jonsista que más contacto tuvo con Acción Española fue Emiliano Aguado. Fueron también frecuentes los de Giménez Caballero, si bien esa relación fue pronto repudiada por los más conspicuos de la revista que demostraron por este curioso personaje verdadero desprecio. La carta de Vigón al «apreriable Giménez» es buena prueba de ello.

    Me parece de gran interés el estudio que Morodo hace de las influencias extranjeras en Acción Española (págs. 149-232). Es, en cambio, muy endeble el de los maestros del tradicionalismo español (págs. 74-81). La intencionalidad del autor de vincular a Acción Española con los fascismos es evidente y reiterativa; sin embargo, el resultado, a nada que se lea con discernimiento, es muy otro.

    La vinculación de Acción Española con Acción Francesa es indiscutible. Su hilo conductor es Vegas Latapie, la única persona dentro del grupo que conocía muy profundamente, y admiraba, el movimiento de Charles Maurras. Gracias a él lo conocieron los demás y alguno, como Calvo Sotelo, entró en contacto directo con él durante su exilio en Francia. Pero la influencia maurrasiana llegó tamizada por el hondo catolicismo de Vegas y por sus lecturas de los clásicos de la contrarrevolución española: concretamente de Zeballos, el «Rancio», Vélez, Donoso, Balmes, Mella y sobre todos, Menéndez Pelayo. De ahí que no pueda hablarse de un simple mimetismo sino sólo de una influencia o más bien de una recreación. Y esa influencia, sin duda la más poderosa de las llegadas del extranjero hasta el extremo de que su peso específico se aproxima al cien por cien, no tenía nada de fascista, Y no debe olvidarse que estamos en los días álgidos del Duce. La componente maurrasiana está en un horizonte ideológico absolutamente diverso. Se la podrá calificar de reaccionaria, de derechista, de ultra, de lo que se quiera. Pero no de fascista.

    El segundo influjo, recibido también de primera mano y éste a través del marqués de Quintanar, fue el del integralismo portugués de Antonio Sardinha. También en la línea de Acción Francesa y tampoco fascista.

    La influencia italiana, totalmente fascista ya, es impersonal. Nadie en el grupo era un especialista en Mussolini y sus doctrinas. Estaba la admiración por un Estado antiliberal, que había llegado a la pacificación religiosa con los pactos de Letrán, a un gran desarrollo económico... Después del 18 de julio vino, además, la ayuda militar. Su repercusión en el Estado franquista de los primeros años fue evidente. Y su influencia en Falange. Pero en Acción Española fue muy secundaria. El respeto y la admiración no impedían ver la sombra protectora del Duce sobre el rey. Y no era esa la monarquía que Acción Española postulaba, aunque otros aspectos del sistema y, concretamente, el corporativismo, fuesen asumidos sin reservas. Por todo ello las traducciones de autores italianos son escasas y creemos que su influencia también.

    Respecto al nazismo, su influjo fue nulo como se constata del mismo texto de Morodo. No ha podido hacer referencia ni a una sola traducción de un artículo nazi aparecido en la revista. El magisterio de Spengler, indudable y reconocido, es anterior al nazismo. Las referencias a González Oliveros y Murillo son a dos colaboradores muy marginales y de nulo peso en la dirección de Acción Española. Salvo eso sólo podrá espigarse alguna frase admirativa hacia Hitler del que entonces se desconocían sus atroces excesos. Y junto a esas frases siempre reservas por su actitud anticatólica como el mismo Morodo reconoce.

    Las traducciones inglesas aparecidas en la revista son de ideología católica y conservadora; el influjo de Berdiaev, entonces tan de moda, va también por otra línea distinta del fascismo; las alusiones a Letonia, Polonia o Rumania son marginales... y eso es todo. La búsqueda minuciosa e interesada de Morodo no halló más. Evidentemente porque no lo había.

    Concluyamos ya. Libro interesante, escrito desde la otra orilla. Con parcialidad, pero también con cierta mesura. Y sobre un tema que por cuarenta años resultó molesto al poder y sobre el que pesó la conspiración del silencio. De un silencio hipócrita por cuanto que muchos de los que disfrutaron de ese poder iniciaron sus batallas políticas en Acción Española. Y porque ese mismo poder nació, aunque luego siguiera otros rumbos, de la siembra que Acción Española realizó con riesgo, sacrificio y trabajo.

    Es curioso que los dos libros que sobre Acción Española se han escrito lo fueron desde la oposición al franquismo, si bien desde dos posturas tan distintas como la de Luis María Ansón y la de Raúl Morodo. Uno desde dentro de Acción Española y el otro desde fuera. Pero salvo esto apenas nada más. Menciones inevitables en obras que se refieren a la época pero absolutamente insuficientes para tan importante movimiento. En la escasísima bibliografía hay que hacer también referencia a un excelente artículo de Javier Badía aparecido en las páginas de Verbo e inexcusablemente a las Memorias de Eugenio Vegas que, en su primer volumen, son verdaderamente las memorias de Acción Española,

    Y una última referencia a Morodo. Su filiación respecto a Tierno Galván le hace recoger un penoso texto del mismo: «Cuesta trabajo no considerarle un pensador francés de tercera fila que repite los tópicos más corrientes de su tiempo». Nada menos que se refiere a Donoso Cortés. El sectarismo, en ocasiones, no sólo ciega,, hunde en abismos de bochorno. Ya desde la crítica constructiva un ruego a Raúl Morodo: que no use un término tan atroz como el de «austracista» para referirse a la Casa de Austria. A mí, al menos, me suena horriblemente.


    Fuente: FUNDACIÓN SPEIRO

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