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  • 1 Mensaje de Martin Ant

Tema: Textos de discursos en Quintillo

  1. #1
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
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    Textos de discursos en Quintillo

    Al modo del hilo que ya se abrió en su día sobre los discursos pronunciados en las concentraciones de Montejurra, inauguramos este otro para los correspondientes al acto de Quintillo.

    Ya que, según informa la Agencia Faro, acaba de fallecer Doña Mercedes García Hernández-Ros, viuda de Antonio Segura Ferns (el sobrino favorito del Cardenal Segura), vamos a empezar, como homenaje, reproduciendo el discurso de este último pronunciado en el acto de Quintillo de 1969.

  2. #2
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
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    Re: Textos de discursos en Quintillo

    Fuente: Esfuerzo Común, Número 106, Julio 1969, páginas 3 – 5.


    Quintillo – 13 de Abril de 1969 – Sevilla

    CONCENTRACIÓN CARLISTA, CON ACTO POLÍTICO


    DISCURSO DEL QUINTILLO ANTE MILES DE ANDALUCES

    EN EL CARLISMO, IDEARIO Y DINASTÍA ESTÁN UNIDOS COMO EL CUERPO Y EL ALMA

    El 18 de Julio fue posible, entre otras cosas, porque los carlistas fueron fieles a su Dinastía.– La disociación es inviable: la intentó Pidal y Mon, pero fracasó

    Palabras de Don Antonio Segura Ferns, Jefe Regional de Andalucía Occidental




    Amigos carlistas, amigos todos:

    Puntualmente, como todos los años, el Sol ha acudido a esta cita de Quintillo, despejando los negros nubarrones que parecía lo iban a impedir. Demos gracias a Dios.

    Y este año, Quintillo es importante. Yo diría que tiene una significación especial que a nadie se le oculta, aunque es posible que algunos no acierten a definirla.

    Para mí, hoy se presenta el Quintillo como el de la fe y la esperanza.


    EJEMPLO DE CABALLEROS

    No es una casualidad el que este año, esta reunión de Quintillo esté dedicada a honrar la memoria de Don Alfonso Carlos, «buen español y ejemplo de caballeros», como fue concisa y magistralmente retratado por el Jefe del Estado.

    Fijaos bien: Don Alfonso Carlos fue el único Rey de la Dinastía Legítima, generalmente conocida como la Dinastía Carlista, a quien la Providencia premió permitiendo que su fe inquebrantable y su «esperar contra toda esperanza» le hicieran presenciar, antes de su muerte, no sólo el triunfo de las ideas a que había consagrado su vida sacrificada, sino también conocer victoriosas a las legiones de sus Requetés que, pagando con el precio de su propia sangre, limpiaban a España de lo acumulado en cien años de liberalismo, monárquico o republicano, y la fecundaban para un futuro mejor que legar a las generaciones posteriores.

    Este ejemplo insigne de fe y de esperanza que fue la vida de Don Alfonso Carlos, tiene unos aspectos prácticos para nosotros que no conviene silenciar, sino «proclamar en alta voz», como canta nuestra vieja y querida canción.


    FE Y COMPROMISO

    En primer lugar, hay que señalar la oportunidad de hacer viva nuestra fe. Nos ha tocado vivir una época, no sólo de crisis, sino también de enorme confusión, y, cuando esto se produce, es preciso actualizar la fe, la fe en algo, pues sin ella es imposible mantenerse dignamente en pie, como hombres, en lugar de arrastrarnos en tierra cuando el torbellino de la confusión ha conseguido derribarnos. Sinceramente, puedo deciros que, al menos a mí personalmente, me parece más digna la figura de un comunista consecuente con sus propias ideas –aunque éstas sabemos que son «intrínsecamente perversas»– que no la de tantas buenas personas que por todas partes encontramos y cuyo único objetivo es hoy el de no comprometerse con nada ni con nadie. A éstos, cuando gimen asustados al afectarles personalmente las salpicaduras de la crisis social, es inútil recordarles las proféticas palabras de Vázquez de Mella: «levantáis tronos a las premisas, y cadalsos a las conclusiones». Es inútil decirles que, la anarquía ideológica que hoy padecemos, y que ha penetrado hasta en los campos que debían ser inmunes a ella, como el de la Teología, y que la impetuosidad propia de la juventud intenta hoy, en algunos sectores, llevar a todo el sistema social, destruyendo todo el orden preexistente, no es más que la consecuencia, lógica e inevitable, de los presupuestos liberales en que han sido educados y que fueron aceptados por las generaciones, burguesas y capitalistas, que les han precedido.


    NO A LAS DICTADURAS TODAS

    Nosotros, que trascendemos en el tiempo y en el ámbito de las ideas, tanto a la «dictadura flexible del liberalismo» cuanto a la «dictadura férrea del socialismo comunista», como han sido definidas por uno de los actuales epígonos de la utopía anarquista, Herbert Marcuse, somos los más caracterizados y válidos denunciantes de esta confusión y de las semillas que la han originado. Y no podemos desaprovechar esta ocasión de hacerlo, aunque no caigamos en la ingenuidad de creer que vayan a venir a nosotros los «pecadores arrepentidos» mientras dure esta lucha ya más que secular, aunque formen el «coro de los afligidos» que se lamentan de las consecuencias del desorden social.


    LA DINASTÍA DE LA ESPERANZA

    La segunda consecuencia hace referencia a la Esperanza: es ahora fácil evocar la noble figura romántica del Rey que muere en olor de victoria, cuando sus huestes avanzan cubriéndose de gloria en el campo de batalla. Pero fue necesario el temple que ha tenido, y tiene siempre, la Dinastía Carlista para mantener la Esperanza en los duros tiempos del destierro y de la derrota. Para D. Alfonso Carlos, las Guerras Carlistas no fueron un episodio de la Historia, sino un pedazo de su propia vida. El General, mil veces victorioso en el campo de batalla, tuvo que sufrir la amargura de la traición y el exilio.


    EL EXILIO Y EL TIEMPO

    Acaba entonces su dura, pero atrayente, vida familiar, y empieza la despiadada lucha política. Adiós a la noble lucha con el enemigo al frente, para empezar la deslucida vida de la política lejos del Poder, que, además, no era su vocación sentimental. Pero para ella había sido destinado por la Providencia, y él, que había sabido batirse en su juventud en defensa de los derechos de la Iglesia, supo en su ancianidad, no sólo conformarse, sino cumplir airosamente el papel a que Dios le había destinado. D. Alfonso Carlos dirige la vida política del Carlismo frente al terrible envite de la II República Española, desgraciado e inevitable fin de la «Restauración» de Cánovas; y, mientras las beatas fuerzas del «mal menor» intentan asegurarla con la pacífica convivencia de lobos y corderos, aquí mismo, en estos campos de Quintillo, ya en 1934, muchos de vosotros, con Barrau al frente, indicabais cuál sería el camino por donde vendría el amanecer de una nueva España.

    Después de esto, en 1936, es cuando volverían para el anciano Capitán General de Cuenca, la inexpugnable, los días gloriosos de los Tercios de Requetés avanzando a los viriles sones de «Por Dios, por la Patria y el Rey…».

    Y «el Rey», ahora, era él.

    Pero no vamos a pararnos aquí a saborear el triunfo, sino que debemos profundizar el sentido histórico y político de todo esto.

    Entre la salida de Carlos VII por Valcarlos, que, con el corazón sangrante, pero con el ánimo entero y la mente clarividente, profetizó: «Si España es sanable, volveré…», y el «ideal renovado por los millares de Requetés que, respondiendo al llamamiento de la Patria y a la voz de D. Alfonso Carlos» –como ha recordado hace pocos días el Gobierno en el Boletín de las Cortes–, se alzaron el 18 de Julio de 1936, cuando fueron convocados para ello, por D. Javier de Borbón Parma y D. Manuel Fal Conde concretamente, ocurrieron muchas cosas. Y son una lección muy actual.


    CEBO PARA LAS «HONRADAS MASAS CARLISTAS»

    Cuando la Familia Real sale al Gran Exilio el 28 de Febrero de 1876, el pueblo carlista iba a quedar privado de su presencia en España, por casi cuarenta años.

    Don Alfonso, mal llamado XII, que quería ser «católico como sus mayores, y liberal como su siglo», venía aureolado por el sobrenombre de «el Pacificador».

    No cabe duda de que la Paz es una gran cosa; para los egoístas y todos aquéllos que no tienen espíritu de sacrificio, incluso un bien supremo. Para éstos no significa nada la frase que hace cuatro mil años acuñó Job y que hace pocos resucitó José Antonio en la política: «La vida es milicia».

    Así pues, el Pacificador encontró un entusiasta apoyo en muchas gentes que estaban asustadas por la Revolución, que hacía poco habían conocido de cerca. Otros, sinceramente, creyeron haber encontrado la Paz y pensaron que era un deber apoyarla y buscar quien la defendiera. Pero, eso sí, sin llegar a producir «situaciones desagradables».

    Por esta razón, un insigne patricio católico, D. Alejandro Pidal y Mon, tuvo la «feliz» idea de «recoger» a esos pobres inocentes que eran «las honradas masas carlistas», ahora decapitadas, y reunirlas en un «partido popular católico» que aportara sus fuerzas e ideas sanas a la recién inaugurada «Restauración», concebida por Cánovas y alumbrada por las bayonetas del General Pavía, con su pacífico turno de partidos en el Poder, asegurado por toda la completa red de caciques feudales que se extendía –y asfixiaba– a todos los pueblos de España.


    NO HAY CARLISMO SIN DINASTÍA

    Pero no contaron con el pueblo carlista. Éste, siempre fiel, ayer y hoy, a la Dinastía Legítima, resistió la tentación y aguardó a tiempos mejores. Que llegaron después de la tormenta.

    Pero esto ya es Historia de nuestros días, y muchos de los protagonistas están aquí presentes.

    No quiere ser esto una erudita conferencia de Filosofía de la Historia. Aquí pretendemos aportar nuestro esfuerzo a la Historia misma. Y, por ello, hay que sacar las consecuencias con honradez, llamando «al pan, pan, y al vino, vino».

    No están en lo cierto los que suponen que el Carlismo, lo que es y lo que representa, puede sobrevivir a una separación entre su ideario y su Dinastía, unidos como el cuerpo y el alma.

    Cuando un Rey de la Dinastía Carlista –Juan III, parece un presagio– intentó desvincularla del ideario tradicional, el pueblo carlista lo apartó de su camino y cristalizó todo el potencial de su entusiasmo en torno a la Princesa de Beira y al que luego había de ser Carlos VII y su hermano el Príncipe Alfonso, cuyas vidas redimieron, con creces, los errores de su desgraciado padre.

    Pero si el ideario tradicional fuera separado de la Dinastía, como se intenta con reiteración histórica, pasaría inevitablemente a ser un «residuo» integrista, desvinculado a pequeños círculos intelectuales sin gran peso en la vida nacional. Ahí están para demostrarlo, los movimientos tradicionalistas de Italia, de Austria y de Francia, que, a pesar de sus heroicos esfuerzos, sobreviven sin incidir notablemente en la vida política nacional.


    TAMPOCO HOY

    A los que ahora nos recomiendan «rescatar a España aportando el tesoro ideológico de la Tradición, que es parte integrante de los contenidos doctrinales del Movimiento Nacional» –y sigo citando el Boletín de las Cortes– , decimos que D. Alfonso Carlos no fue el «último representante de la Dinastía Carlista», sino el penúltimo. Hoy, el representante histórico, legítimo e inequívoco de la Dinastía es D. Javier de Borbón Parma, al que desde aquí renovamos nuestra fidelidad, lo mismo que al Príncipe D. Carlos, porque así aseguramos nuestra propia pervivencia política al irrenunciable servicio de España.

    Si alguna ventaja clara presenta el sistema monárquico, aun para los que no lo son, es el antiguo automatismo de la sucesión, lejos de las demagogias, los partidismos y los grupos de presión: «El Rey ha muerto. Viva el Rey». No hay «último Rey», aunque el que sigue no pueda quedar supeditado a una mera circunstancia biológica.

    La Tradición, lo mismo que la Dinastía, van de arriba hacia abajo, lo mismo que de abajo hacia arriba. Mas no se cortan, se suceden. Por eso Eugenio D´Ors decía que «lo que no es Tradición, es plagio».

    Y esto es lo que hay que evitar en las cosas serias que afectan a la misma esencia del ser nacional: no hacer una monarquía social y tradicional sin monárquicos, con liberales y sin tradicionalistas.

    Termino, pero recordando a todos que el 18 de Julio de 1936 fue posible, entre otras cosas, porque las «honradas masas carlistas» siguieron fieles a la Dinastía Legítima, sin rendirse a ajenos cantos de sirena.

    Esto es Historia: la Historia de la fe y la esperanza.

    Nosotros nos negamos a admitir que el Carlismo –el Pueblo y el Rey– hayan perdido la «última guerra carlista». Porque entonces España no tendría salvación.

  3. #3
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    Re: Textos de discursos en Quintillo

    Fuente: ABC de Sevilla, 27 de Abril de 1976, página 9.



    UNAS QUINIENTAS PERSONAS ASISTIERON A LA CONCENTRACIÓN TRADICIONALISTA DE EL QUINTILLO

    Presidió Don Sixto de Borbón-Parma

    EL ACTO TUVO CARÁCTER DE HOMENAJE A LAS FUERZAS DEL ORDEN Y AL EJÉRCITO.– DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS DE LA COMUNIÓN


    Alrededor de quinientas personas, entre hombres, mujeres y niños, se dieron cita en El Quintillo para asistir a la concentración de la Comunión Tradicionalista, celebrada este año bajo la presidencia de Don Sixto de Borbón-Parma.

    El único distintivo que llevaron los asistentes fueron las boinas rojas, ya que la concentración se llevó a cabo sin banderas ni bandas de música.

    El acto consistió tan sólo en una Misa de campaña, tras la cual hicieron uso de la palabra el Jefe Provincial de la Comunión, Don Ángel Onrubia; el Secretario, Don Manuel Álvarez Ossorio, quien señaló la necesidad de unir filas frente a la subversión, y puso de relieve que el acto que estaba celebrándose tenía carácter de homenaje a las Fuerzas del Orden, al Ejército y al Príncipe.

    Don Sixto de Borbón-Parma se refirió a la crisis sufrida últimamente por el Carlismo, diciendo que la misma ha sido ya superada.

    Evocó la figura de Don Manuel Fal Conde, que, por primera vez, falta a estas concentraciones (ésta ha sido la primera celebrada tras su muerte), y la de Don Enrique Barrau, terminando con una petición a todos para salvar lo que el Carlismo representa para España y lo que la región representa para el Carlismo.

    Un componente de la Junta Provincial, Don Antonio Garzón, dio lectura a las adhesiones recibidas, entre ellas una del General Cuesta Monereo.

    La Comunión Tradicionalista celebró después una reunión, tras la que hizo pública la siguiente declaración de principios:

    [Nota mía. A continuación, ABC reproduce algunos párrafos de la Declaración. Debido a las omisiones y erratas que hay en la transcripción de la susodicha, hemos preferido no copiar esta parte del reportaje, ya que en el siguiente mensaje de este hilo recogemos en su integridad el texto completo de dicha Declaración].


    * * *


    Antes de levantarse la reunión, fue entregado a los informadores el siguiente comunicado de Don Sixto de Borbón-Parma:

    «Como Abanderado de la Comunión Tradicionalista, he venido al Acto de Quintillo para tomar contacto con nuestro pueblo andaluz. He tenido un amplio cambio de impresiones con los Jefes de Andalucía sobre el Acto Nacional de Montejurra, que se celebrará el próximo 9 de Mayo, y al cual convoco a todos los carlistas.

    El Carlismo, siempre fiel a sus grandes principios de Dios, Patria, Fueros y Rey, intensificará su acción en la vida política española frente a las fórmulas que, por la Revolución, se nos quieren imponer desde el exterior.

    Sevilla, 25 de Abril de 1975».

    Terminado el cambio de impresiones, le fue ofrecida una cena a Don Sixto de Borbón-Parma en un restaurante, la cual dio fin a primera hora de la madrugada.

  4. #4
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    Re: Textos de discursos en Quintillo

    Fuente: Archivo Manuel Fal Conde, Archivo Universidad de Navarra.



    Afirmaciones de la Comunión Tradicionalista de Sevilla con motivo del Acto de Quintillo, en el 40 Aniversario del “18 de Julio”


    Si en 1934, en los campos de Quintillo, por medio de sus Requetés, la Comunión Tradicionalista de Sevilla supo iniciar el camino de la libertad de España frente al comunismo, hoy, en el mismo lugar, nuevamente proclama la defensa de España, su independencia moral y política –más importante aún que la económica, que de suyo lo es–, frente a toda Internacional socialista o comunista.

    Durante cuarenta años hemos sabido mantener levantada la Bandera de la Tradición, que no ha claudicado ante poder personal alguno. Hoy, continúa con ella alzada, y sabrá resistir a los temporales que se avecinan, sin que por ello la pleguemos ante los nuevos poderes políticos, que no tienen otra legitimidad que la del poder personal anterior.

    En defensa de España, en llamada a todos los españoles para una acertada reconstrucción de la vida política nacional, la Comunión Tradicionalista de Sevilla proclama su ideario:


    I. DIOS.

    Afirmamos la doctrina tradicional de la Unidad Católica: «La Bandera española que tiene por lema el santo nombre de Dios, con que se significa la Soberanía Social de Jesucristo y las enseñanzas de la Iglesia».

    «Ahora bien, como quiera que la libertad religiosa que exigen los hombres para el cumplimiento de su obligación de rendir culto a Dios, se refiere a la inmunidad de coacción en la sociedad civil, deja íntegra la doctrina tradicional católica acerca del deber moral de los hombres y de las sociedades para con la verdadera Religión y la única Iglesia de Cristo». Doctrina concorde con la anterior, que afirmamos y nos comprometemos a servir.

    Hoy, plenamente desfasado y constantemente incumplido el Concordato de 1953, cuando la Santa Sede y el Estado español vienen en interminables conversaciones para su reforma, expresamos la vigencia de la doctrina de «dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios», por cuanto ambas potestades, Iglesia y Estado, son sociedades perfectas, con medios propios para obtener sus respectivos fines.

    «La Iglesia es el poder supremo en lo espiritual, como el Estado lo es en lo temporal». Mas, al tener en común el elemento humano, miembros de una y otro, requiérese el acuerdo –pacto único o vario–, que, al sentir del mundo moderno, expresa la renuncia de toda clase de privilegios, pero el reconocimiento de las propias obligaciones. Como después, en el desarrollo de sus misiones, tenga la Iglesia y sus ministros libertad para predicar el Evangelio; pero la tenga el Estado para aplicar la ley civil cuando aquellos ministros, como humanos, la hayan infringido.


    II. PATRIA.

    España, como conjunto histórico-político de Municipios, Regiones y antiguos Reinos, cuyos pueblos mantienen viva su adhesión a los principios del Derecho Público Cristiano, doctrina multisecular que contiene las bases permanentes para el desarrollo del Derecho positivo.

    Sin merma de nuestras relaciones con los pueblos de Europa, de la que formamos parte por nuestra situación geográfica, como por nuestra cultura, afirmamos nuestra unión fraternal con los países de América, con la que formamos ese ente –unión en ideales y sangre– que llamamos la Hispanidad, de la que Sevilla fue su cuna y sede de su gobierno.

    Juramos defender la unidad de España contra todo quebranto, sea territorial –separatismo–, sea político –luchas de clases o partidos–. Y para mantenerla, desde Sevilla, recogiendo ecos de toda Andalucía, rechazamos las falaces ofertas de descentralización administrativa, por cuanto reclamamos la puesta al día de los Fueros patrios.


    III. FUEROS.

    Que no son privilegios, ni concesión Real, ni simples peculiaridades administrativas o fiscales, sino verdaderas leyes paccionadas –acuerdos públicos inviolables– formalizados entre el Rey y los ciudadanos, éstos reunidos corporativamente en sus Municipios, Diputaciones, Gremios, Sindicatos y demás Corporaciones públicas, cuyo contenido viene adecuado a las circunstancias de lugar y tiempo.

    La unidad de España se basa, precisamente, en su inmensa y riquísima variedad de pueblos: catalanes, aragoneses, valencianos, gallegos, asturianos, vascos y navarros, castellanos, leoneses, extremeños y andaluces, y cada uno con mil peculiaridades, que requieren la atención legislativa, para distribuir en justicia lo que es desigual en su naturaleza.


    IV. MUNDO DEL TRABAJO.

    Del que hoy vivimos la inmensa mayoría de los españoles, y que sólo por la vía del Derecho positivo de los Fueros puede llegar en España a una acertada protección.

    Que declare la obligación de todo español de trabajar en servicio de la familia, de la sociedad en que vive, y de la Patria que le ampara. Que nos recuerde que, antes es dar nuestra prestación, que recibir la justa retribución que la misma merece; ésta, adecuada al rendimiento prestado, a las posibilidades de la Empresa, y en función a nuestras necesidades personales y familiares. Sin olvidar que el trabajo no es mera relación económico-material entre Empresa y trabajador, sino el medio ordinario de servicio de unos a otros, y que el salario no es más que uno, aunque importante, de los elementos que componen su retribución: respeto a la dignidad de la persona, previsión social, enseñanza profesional, etc.

    Hora es de actualizar el concepto de la Empresa: ente jurídico-social que polariza el desarrollo de la economía nacional, al tiempo que absorbe buena parte de nuestra vida cotidiana. Determinar su naturaleza, sus elementos, su gobierno, la justa distribución de sus beneficios.


    V. SINDICATOS.

    Palabra mágica de lucha «obrerista», y bandera que pretende monopolizar el socialismo.

    Los Sindicatos, Gremios, Agrupaciones Profesionales, y demás, han de basarse en la libertad de sus miembros, por cuanto deben ser los órganos de aglutinación de los diferentes sectores de la vida laboral y profesional, de tan diferentes características; donde tenga prelación el factor humano al sector económico. Con incidencia en la vida política, pero independiente de la misma.

    Estructurados horizontalmente, de forma que cada grado de los distintos de su gobierno, sea genuinamente representativo del grado inferior, por cuanto no se confiere poder, sino mandato u orden de servicio.


    VI. REY.

    Mantenemos nuestras lealtades. La Monarquía Tradicional no puede ser mero enunciado de unas Leyes dictadas por una Autoridad unipersonal y sujetas a un referéndum circunstancial.

    Rey de España, es y será, a nuestro entender y servicio, quien traiga su derecho de las Leyes tradicionales de España, y preste, antes de empuñar el Cetro, juramento de guardar y hacer guardar los fueros y libertades de sus pueblos, sin cuyo requisito éstos no han de prestarle su adhesión ni obediencia.

    Rey que reine y gobierne, asistido de Secretarios y Ministros responsables, sometidos, como toda autoridad, a juicio de residencia; y de los Consejos, de tanta raigambre, como buen recuerdo, en nuestro Derecho histórico.

    Que administre los tributos, recibidos y pactados con unas Cortes genuinamente representativas, cuyos Diputados hayan sido libremente elegidos por sus mandantes, a quienes deberán rendir razón de la misión encomendada.

    Cortes que representen al pueblo constituido en sus entidades políticas, laborales, profesionales, en su dialogar con el Poder Real, al que autorizarán para imponer tributos, y al que exigirán las cuentas de la administración del gasto público. Así como pactarán con Él, sobre la implantación primero, y reformas posteriores, de las leyes por las que se regirá la vida de nuestra nación.

    Mantenemos nuestras lealtades monárquicas. Por ello, hacemos patente nuestro dolor por las graves desviaciones doctrinales que viene manteniendo de forma inequívoca el Príncipe Don Carlos Hugo, quien desoyó el requerimiento formulado en 23 de Mayo de 1975, por un nutrido grupo de hombres del Carlismo, al conocer la abdicación por su Padre, el Rey Don Javier, hecha en favor de su persona, pues

    «según la constitución tradicional española (que, por otra parte, es compartida universalmente), el derecho de sangre en la sucesión dinástica no constituye más que un título necesario, pero inicial, para acceder a la Realeza. Pero ningún Príncipe puede ser reconocido como Rey, si antes no jura la aceptación y el respeto a las leyes, fueros y libertades por las que se rige la nación».

    La pública adscripción del Príncipe Don Carlos a la doctrina socialista, en todo incompatible con la doctrina tradicional española, como ante un acontecimiento similar al presente, siguiendo las palabras de la Princesa de Beira, en su «Carta a los Españoles», proclama hoy que «ni el honor, ni la conciencia, ni el patriotismo, permiten a ninguno reconocerle como Rey».

    Como en la citada carta se decía a Don Carlos Hugo:

    «El Carlismo es algo, Señor, que tenemos recibido con ciento cuarenta años de Historia: se acepta tal cual es, o se rechaza. Lo que no puede pretenderse es quebrar la consecuencia de su doctrina política, o degradarlo haciéndole perder su autenticidad».

    «Nuestro propósito es –dice al final de dicha carta, y hoy repetimos–, salvar el honor del Carlismo ante la Historia y hacer efectivas, cuando el caso desgraciadamente ha vuelto a presentarse, sus formulaciones políticas».

    Fieles a la Dinastía, afirmamos que los errores de los Reyes sólo pueden salvarse por su Dinastía, y Dios querrá que un día los hijos de Don Carlos presten el juramento de fidelidad a la Causa y reciban, así, en reciprocidad, el juramento de quienes militamos en el servicio de ésta.

    Como expresamos, con inmensa alegría y gratitud, nuestro testimonio de agradecimiento al Infante Don Sixto, quien ha sabido mantenerse fiel al juramento prestado por su Padre, el Rey Don Javier, ante la tumba de Alfonso Carlos, y se lanza ya, decidido, a seguir enarbolando, con la Comunión Tradicionalista, la Bandera de Dios, Patria, Fueros y Rey:

    «Yo, como miembro de mi Familia, sin arrogarme derechos que no me corresponden, ni renunciar a los que pudieran recaer en mí, quiero mantener la Bandera del Carlismo; quiero unir a los carlistas para que, en un momento grave para España y para el mundo, puedan ofrecer una ideología y una organización, por encima de cualquier materialismo, sea marxista o capitalista, tendente a la transformación, no a la revolución ni al continuismo, basado en la Tradición española, con respeto a la autonomía de los pueblos que forman la Patria y dentro del respeto a los principios mantenidos desde hace ciento cuarenta años por el Carlismo».

    En estos ideales de servicio a Dios, lealtad a España, y garantía de las libertades públicas, enunciamos hoy nuestra actividad política, la que, como siempre, esperamos vaya marcada con el sello del honor y exenta de toda ambición personal de quienes militamos en la Comunión Tradicionalista.


    Sevilla, 25 de Abril de 1976.

  5. #5
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    Re: Textos de discursos en Quintillo

    Fuente: Archivo Manuel Fal Conde, Archivo Universidad de Navarra.



    Discurso de Don Manuel Álvarez Ossorio. Quintillo 1976


    Queridos amigos:

    Empiezo diciendo amigos, y no correligionarios, pues sé que hay aquí personas que no pertenecen a la Comunión Tradicionalista. Pero como también sé que esas personas están unidas a nosotros por un mismo amor a Dios y a la Patria, por eso os llamo a todos amigos.

    Me ha cabido el honor de ser designado por la Junta Provincial de la Comunión para hacer uso de la palabra en este Quintillo, que celebramos en el año en que se cumple el Cuarenta Aniversario de aquel 18 de Julio, que vino a ser el origen de un resurgir de España, y que hoy, desgraciadamente, muchos quisieran echar en olvido. En estos momentos en que, desde fuera de nuestras fronteras, y, lo que es peor, desde dentro, tanto se trabaja, se dice y se hace para destruir las más puras esencias de nuestra Patria.

    Sabemos que hay muchas personas de buena fe, que de veras aman a España, que se preguntan: ¿qué dicen los tradicionalistas? ¿qué hacen los tradicionalistas?

    Pues bien, para contestar a estas preguntas estamos hoy aquí. Los tradicionalistas, los carlistas, decimos lo que siempre hemos dicho, no abdicamos de nuestros principios, y proclamamos hoy como ayer, en este momento igual que hace siglo y medio, nuestra fe y nuestra esperanza, fijadas en el lema Dios, Patria, Fueros, Rey.

    Éstos son los verdaderos principios de la Comunión Tradicionalista-Carlista, de la cual se han apartado ésos que dicen pertenecer al que llaman Partido Carlista, que podrá ser Partido, puesto que sus miembros así lo proclaman, pero que nunca será Carlista, puesto que, al aliarse con el socialismo, el marxismo y todos los demás enemigos de Dios, han abjurado del primero de los principios del Carlismo, y, por tanto, han dejado de ser carlistas.

    Por ello, queremos resaltar aquí nuestra auténtica postura, que va contra el odio y la subversión, contra la huelga política y el terrorismo, contra el comunismo y el socialismo de cualquier clase y por mucha más cara de democracia de que quiera revestirse. Porque esas fuerzas disgregadoras que quieren imponerse por la violencia, conculcando los más elementales principios de la libertad y la convivencia ciudadanas, nunca podrán contar con nosotros. Nosotros, por el contrario, estaremos con las fuerzas del orden, esa Guardia Civil tan implacablemente atacada, que están dando un ejemplo de servicio al país con el Ejército, que es la salvaguardia de la independencia y de la unidad de España, y contra cuyo valor patriótico tendrán forzosamente que estrellarse los enemigos de la Patria.

    Por eso, el tradicionalismo no puede ser de izquierdas, porque el socialismo, médula fundamental de la izquierda, al negar la personalidad individual, y los principios religiosos, niegan la base de nuestra doctrina. Tampoco podemos ser del centro, puesto que éste contemporiza con la izquierda, incluso con el más acentuado marxismo. Pero es que tampoco podemos entroncar con las derechas, que defienden al capitalismo y van, por ello, en contra de la Doctrina Social de la Iglesia y de la Monarquía popular, católica y representativa que nosotros propugnamos. Por eso, es difícil encuadrarnos en ningún casillero, porque no somos propiamente un partido político, sino, como el mismo nombre indica, una comunión de ideales y de fuerzas, para el mejor servicio de España.

    Y como ya hemos analizado lo que no podemos admitir, veamos los puntos de nuestra doctrina.

    Somos católicos, con un catolicismo auténtico que, siguiendo las directrices del Sumo Pontífice, no admite componendas con el marxismo ni con aquéllos que, por el terrorismo y el asesinato, quieren hacerse los fuertes. Por eso, tenemos el deber de denunciar las falsas interpretaciones que muchos eclesiásticos dan a la Doctrina Social de la Iglesia; interpretaciones falsas con que quieren encubrir sus tendencias marxistas y disgregadoras.

    Y para demostrar lo que digo, basta una simple comparación. El funeral de las víctimas desdichadamente habidas en el enfrentamiento de unos huelguistas con la fuerza pública en Vitoria, revistió una gran solemnidad y fue concelebrado en la Catedral por altas Jerarquías de aquella Diócesis. Menos de un mes después, muere vilmente asesinado por la espalda otro obrero, y a su funeral no asiste más que el cura del pueblo y sus compañeros y familiares. ¿Por qué ha sido así?

    Pero es que ese fenómeno de falsa interpretación cristiana, se produce también aquí, en el Sur, en nuestra propia Sevilla, donde conocemos el caso de varios sacerdotes afiliados al Partido Comunista que, intentando ayudar a los obreros, únicamente buscan el arrastrarlos a la huelga y al motín, que se permiten el insultar y agredir a las Fuerzas del Orden Público, y, cuando éstos reaccionan lógicamente contra el agresor, acuden al Prelado para que éste haga valer su condición sacerdotal, que ellos olvidaron lamentablemente en el momento de agredir a los agentes de la autoridad civil.

    Y no se contentan con eso: aprovechan algo tan sagrado, tan familiar y tan inefable para los sevillanos, cual es el Culto Principal de una Cofradía, para, en la Homilía, en vez de un parlamento religioso, hacer una arenga política, y política subversiva, llegando con su osadía a ceder la palabra a un huelguista, que pronunció durante la Santa Misa una arenga comunista.

    Tenemos que llamar la atención sobre estos hechos y denunciar a esos clérigos que, en vez de predicar a Cristo, predican a Carlos Marx, con el pretexto de liberar al proletariado. ¿Y qué es el proletariado? El proletariado que Marx estudió ha dejado de existir, al menos en España, y no por la influencia marxista, sino porque en la vida española habrán influido decisoriamente ideas de la Doctrina Social, desde la Rerum Novarum y la Quadragesimo Anno, hasta las últimas recomendaciones de Pablo VI.

    Los carlistas somos católicos, pero católicos sin mixtificaciones, siguiendo la doctrina del Evangelio, y no esas elucubraciones con que quieren enmascararla los falsos teólogos democráticos.

    Desengañémonos; existe hoy en España una verdadera psicosis de aparecer como demócratas, y, para ello, no encuentran mejor medio que el ataque a cualquier tipo de autoridad. Y, como muestra, ahí está la manifestación que organizó el socialismo en Sevilla, el último Domingo de Marzo, que iba encabezada por personas de la Alta Sociedad y de la Aristocracia, que tal vez busquen salvar sus fortunas en la eventualidad de un triunfo de los socialistas. ¡Desgraciados tontos útiles! Con seguridad que, si por desgracia para España, ese triunfo socialista se produjera, ellos serían los primeros en caer.

    Por eso, no podemos cruzarnos de brazos; no podemos permitir que se nos arrolle y se nos desprecie; no podemos consentir que, por ineptitud o por conformismo, siga proliferando en España el marxismo, con el pretexto de una mal entendida libertad.

    De aquí que propugnemos para la Patria, una Monarquía auténtica, católica, tradicional y representativa, pero no con esa representatividad liberal en que quieren hacernos caer para asemejarnos a los demás países de Europa, e igualarnos a ese Mercado Común, que, por lo visto, es la panacea de todos los males.

    Y aquí hemos de decir que repasemos la Historia, y veremos que España nada le debe a Europa, mientras que Europa le debe mucho a España. Que esa Europa, que muchos consideran la perfección, es un foco de inmoralidad, de corrupción y de vicio que, para su desgracia, aventaja en algunos aspectos al periodo más decadente del Imperio Romano. Es en esos países superdesarrollados donde se producen en mayor porcentaje los raptos, los secuestros, los incestos, los homosexualismos, con la secuela triste de los suicidios. ¿Es éste el porvenir que se nos ofrece? ¿Es ésa la civilización a que debemos llegar? Si es así, resulta preferible la barbarie de los países subdesarrollados, donde al menos conservan el amor a la Patria y a la familia.

    Se ha producido esta convocatoria de Quintillo, para honrar la memoria de los que murieron por Dios y por España en aquella contienda que la Jerarquía de la Iglesia proclamó verdadera Cruzada, y que ahora se pretende desfigurar como una simple guerra civil.

    No podemos consentir que se minimice el sacrificio de los que defendieron a España frente a los enemigos de la Patria y de Dios; de los que con su sangre lograron que no se proclamara en nuestro suelo la República Socialista Ibérica, como el Comunismo Internacional tenía proyectado.

    Y como la sangre de nuestros muertos nos reclama, tenemos que estar unidos, cuantos de verdad amamos a España, para impedir el triunfo de las ideas disolventes. Y ello no se logrará si permitimos el triunfo del socialismo. Porque el socialismo, ya lo ha dicho uno de sus jerifaltes de Italia, o es marxista o no es socialismo; y ya sabemos que el marxismo es por esencia contrario a la Religión y a la libertad del individuo.

    Por eso, hemos convocado este Quintillo en homenaje de los mártires de nuestra Cruzada, porque, en contra de cuanto pueda decir en su ya senecta obra el Sr. Pemán, hubo en nuestra guerra auténticas mártires, cuya única ilusión fue el inmolar su vida por Dios y por España. Por esta España que nos quieren arrebatar, haciendo inútil el sacrificio de nuestros mejores. Y que nos la quieren arrebatar precisamente aquéllos que se lucraron con el fruto de la victoria. Son esos mismos los que nos quieren llevar otra vez al caos, y que hacen recordar aquella frase con que el propio Pemán termina su obra Cuando las Cortes de Cádiz:

    «Señor…, ¿y dio para esto
    su sangre la Piconera?».

    Ante el estado actual de España, también se me ocurre a mi decir: Señor, ¿se puede permitir que el sacrificio que tantos españoles a lo largo de tres años de guerra, se inutilice por la torpeza o la mala fe de unos cuantos que quieren encumbrarse a costa del país?

    No; no lo consentiremos. Afortunadamente la Bandera de la Tradición, que pareció a punto de caer, ha sido elevada de nuevo por Don Sixto de Borbón-Parma; él es nuestro Abanderado, y él, siguiendo las directrices de la doctrina tradicional, está dispuesto a conducirnos por el camino que lleve a España a la Monarquía social, católica y representativa, en la cual, como punto esencial, figura el reconocimiento de los fueros y franquicias de la distintas Comarcas y Regiones de España, verdadero cauce histórico de nuestra grandeza, y auténtico regionalismo, sin el falso aspecto regional ahora tan de moda pero realmente nuevo instrumento del centralismo avasallador.

    Y de aquí que tengamos la inexcusable obligación de aprestarnos ante la lucha, y estar dispuestos a cualquier sacrificio, con la mirada puesta en Dios, como el Mártir de Cristo Rey, Antonio Molle, para defender contra todos sus enemigos a nuestra Patria.

    ¡VIVA ESPAÑA!

  6. #6
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    Re: Textos de discursos en Quintillo

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Fuente: Archivo Manuel Fal Conde, Archivo Universidad de Navarra.



    Discurso de Don Antonio Garzón. Quintillo 1976


    Señor:

    Sea lo primero el saludar con todo respeto a V. A., y, con el permiso del Señor, voy a leer unas cuantas adhesiones de las que se han recibido, algunas tan importantes como las del General Cuesta Monereo, Juan Sáenz-Díez –nuestro Jefe Delegado de la Comunión Tradicionalista–, Raimundo de Miguel, Juan José Palomino, etc…

    Después quiero saludaros a todos los asistentes a este Acto, empezando por los que sois jerarquía de la Comunión Tradicionalista Carlista; y dirigirme a vosotras, mujeres españolas, que, por españolas, precisamente es por lo que sois más tradicionalistas; y quiero saludaros a todos los carlistas con un abrazo, pero con un abrazo más fuerte todavía a los que, no estando militando en nuestras filas, habéis venido aquí para honrar este Acto y para honrar a todos los que estamos en él.

    Se ha caído últimamente en la idea de que en España, en estos momentos, nada hay que hacer; se ha caído en la idea de que todo hay que mitigarlo, y, como diría yo, de que no se pueden tener enfrentamientos reales con los que mantienen criterios diametralmente opuestos: y el resultado es que en España, hoy, la gente no hace más que comentar sentada, en el muro de las lamentaciones –como os dije el día de la Fiesta de los Mártires–, y yo os digo que no saben más que lamentarse, porque les falta gallardía para saltar ese muro y ponerse frente a los que nos provoquen, y, por eso, estamos en minoría; pero, mientras exista la Comunión Tradicionalista Carlista, con un Abanderado a la cabeza, y con unos ideales inmutables que la han mantenido viva durante ciento cincuenta años, España se levantará; y si no, es porque no somos nosotros capaces de vencer de verdad el miedo y estar dispuestos a derramar hasta la última gota de nuestra sangre, si Dios nos lo pide.

    Con gran ilusión hablo en este Quintillo –en el que ya habéis tenido la desgracia de oírme más de una vez–, y hablo con ilusión porque me recuerda el primer Quintillo del año 1934, cuando España atravesaba por una situación política muy parecida a la que atraviesa actualmente; cuando hubo un caballero andaluz, que se llamaba D. Manuel Fal Conde –y que, por desgracia para nosotros y para España, éste es el primer Quintillo que nos falta–, que tuvo el valor suficiente para inculcar a aquel grupo de valientes muchachos –que muchos de ellos dieron sus vidas en los frentes– que lo que no se puede de ninguna manera tolerar es ser avasallados continuamente y aceptar todas las provocaciones; nosotros no provocaremos, pero seremos indignos de llamarnos tradicionalistas si no somos capaces de aplastar a quien nos provoque, aplastándolos con nuestro esfuerzo.

    Pero, además, quiero hacer constar que, en esta época que estamos viviendo, precisamente hombres que sirvieron cargos políticos durante los últimos 40 años, y que ahora son Ministros en el actual Gobierno, tienen concomitancias con los partidos de izquierdas, queriéndonos establecer diferenciación entre socialistas y comunistas, cuando no son más que miembros de una sola familia, que tiene por padre al marxismo y por madre a la Masonería.

    Y ahora, a vosotras también quiero dedicaros un párrafo: es agradable, cuando se habla en público, dirigirse a la mujer; y es agradable, Señor, porque son la claque más a propósito que se tiene para oír palmas, porque son más sensibles de corazón, y, por lo tanto, conviene ganárselas; pero ahora no es que me las quiero ganar, sino que quiero decir todo lo que ellas tienen ganado: ¡benditas mujeres españolas! Benditas mujeres españolas, que habéis sido capaces de dar al mundo el mayor árbol genealógico de Santos; benditas mujeres españolas, que cuando llegó el momento de nuestra Cruzada, fuisteis capaces de ofrecerle a Dios, como madres, como esposas, como hijas, como hermanas y como novias, los amores más puros de vuestra alma.

    Y os quiero decir más: cuando tratan las modas y las corrientes modernas de que dejéis de ser lo que siempre fuisteis vosotras, españolizaros más y más, porque sois las únicas que tenéis virtudes y espiritualidad suficiente para enseñar al mundo entero algo que se lleva muy en el fondo del alma, y que es muy superior al desnudismo, que es lo que exhiben las que no tienen otra cosa que exhibir, porque en el fondo están vacías de espiritualidad.

    Señor, este sitio está muy incómodo, y no quiero alargarme más, y he dejado este último párrafo para dedicároslo a V. A., pues, como en las Bodas de Caná, el último vino fue el mejor de los vinos que allí se tomaron, y este párrafo no va a ser el mejor por mi palabra, pero sí va a serlo por la solera que el Señor le va a imprimir al escucharlas.

    La Comunión Tradicionalista Carlista no se había acabado en España, pero desde hace unos años, por desgracia, empezó a haber desviaciones dentro del Carlismo; empezó a haberlas y nos dimos cuenta, y yo me reprocho a mí mismo de que debí haberlo hecho mucho antes, cuando ya se pretendía lo del Partido, que suponía la apostasía de todos nuestros ideales, teniendo seguridad de que mantenían concomitancias con partidos de tipo izquierdista, que representan los ideales contra los que nosotros luchamos por orden de D. Javier y de D. Manuel Fal Conde.

    Como era natural, nuestra disconformidad no suponía la menor renuncia; de distintas regiones se le dirigieron bastantes escritos a D. Javier, que, o no fueron contestados, o se nos devolvieron sin darlos por recibidos; muchos hombres caracterizados de la Comunión hablaron directamente con D. Carlos Hugo; y, por último, escribimos a S. M. pidiéndole una entrevista, y, cuando parecía que estaba concedida, vino la abdicación, y, entonces, se tuvo gallardía bastante para dirigirnos a D. Carlos y decirle que no aceptábamos al Rey que no defendiera los principios de Dios, Patria y Fueros, consustanciales con la Comunión Tradicionalista Carlista; y tuvimos la suerte de que el Infante D. Sixto Enrique –a quien tan de verdad tenemos que agradecer el que, sin aspiraciones dinásticas, el sacrificio que le tiene que haber supuesto, dada su vinculación de sangre– recogiera la Bandera arriada por D. Carlos, para ponerse al frente de los que jamás la arriaron, que serán los que mantendrán ante España y el mundo la espiritualidad de criterios.

    Viva Cristo Rey. Viva España. Y viva el Rey.
    Rodrigo dio el Víctor.

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