Re: Solyenitsin y su discurso universal
Hombre, hasta cierto punto. Hay liberales relativistas, ateos e insoportables. Y muchos. Pero también los hay profundamente cristianos.
Depende de qué consideremos liberalismo.
Sugiero la lectura del número 32 de Centesimus Annus, que dice literalmente:
42. Volviendo ahora a la pregunta inicial, ¿se puede decir quizá que, después del fracaso del comunismo, el sistema vencedor sea el capitalismo, y que hacia él estén dirigidos los esfuerzos de los países que tratan de reconstruir su economía y su sociedad? ¿Es quizá éste el modelo que es necesario proponer a los países del Tercer Mundo, que buscan la vía del verdadero progreso económico y civil?
La respuesta obviamente es compleja. Si por «capitalismo» se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de «economía de empresa», «economía de mercado», o simplemente de «economía libre». Pero si por «capitalismo» se entiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es absolutamente negativa.
La solución marxista ha fracasado, pero permanecen en el mundo fenómenos de marginación y explotación, especialmente en el Tercer Mundo, así como fenómenos de alienación humana, especialmente en los países más avanzados; contra tales fenómenos se alza con firmeza la voz de la Iglesia. Ingentes muchedumbres viven aún en condiciones de gran miseria material y moral. El fracaso del sistema comunista en tantos países elimina ciertamente un obstáculo a la hora de afrontar de manera adecuada y realista estos problemas; pero eso no basta para resolverlos. Es más, existe el riesgo de que se difunda una ideología radical de tipo capitalista, que rechaza incluso el tomarlos en consideración, porque a priori considera condenado al fracaso todo intento de afrontarlos y, de forma fideísta, confía su solución al libre desarrollo de las fuerzas de mercado.
El subrayado es mío.
Ahora, digo yo: ¿Y si entendemos que el liberalismo es eso que he subrayado? Fíjate en la expresión que utiliza Juan Pablo II: Si por «capitalismo» se entiende...
Luego, según Juan Pablo II, es posible entender eso. Claro está que no tenía nada de ingenuo y, a continuación, sigue escribiendo y no descarta el riesgo de una ideología radical de tipo capitalista que resulte nociva.
En fin, como he dicho otras veces: Creo que partimos de un problema hermenéutico.
La influencia de la Tradición Religiosa en las instituciones: Bueno, pues creo que debe ser eso: influencia. En el Bautismo, hemos recibido el Santo Crisma, con un olor riquísimo. Así es el cristiano: con su olor favorece, agrada, ayuda, ilumina a los demás. Las instituciones de una nación mayoritariamente cristiana tienen que notar esa influencia. En Occidente, esa influencia aún se da. Que yo sepa, no está permitido el infanticidio (al menos, después del parto) ni se pueden tener esclavos, ni hay luchas de gladiadores, ni el marido puede permitirse maltratar a su o sus mujeres. Existe cierto imperio de la Ley, que nos hace iguales en derechos. Ya digo que hasta cierto punto y en fase de declive. Somos deudores del cristianismo, vamos, tanto los creyentes como los que no lo son. Nuestra sociedad se ha beneficiado enormemente de él.
Otra cosa sería convertir a la religión en ley civil. Eso sería contrario a las enseñanzas de los evangelios.
Si no somos católicos de "puertas para adentro", si manifestamos públicamente nuestra fe, si damos razón de nuestra esperanza, si no nos hundimos ante el sufrimiento, si no devolvemos mal por mal, si sabemos perdonar, si tenemos luz para no dejarnos seducir por engaños del demonio, estamos contribuyendo al bien común. Sólo con un ejercicio público del cristianismo se cambia la sociedad.
Pero ¿y si, además, resulta que estoy a favor de liberalizar la economía y frenar la injerencia del Estado en la vida de cada persona? De cada persona, fundamentalmente. Menos importancia tienen las tradiciones políticas, el foralismo, los territorios y los reinos. Para Dios, somos importantes uno a uno, no sólo como comunidad.
Saludos.
"La Verdad os hará libres"
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