III.- LOS CONCILIOS DE TOLEDO
La primera identificación histórica de importancia transcendental, perfectamente documentada entre Toledo y los Romanos Pontífices está vinculada a los famosos Concilios de Toledo. Muchos de los cánones aprobados en estos Concilios, forjadores de la unidad política y religiosa de España pasaron a formar parte de la doctrina social y disciplinar de la Iglesia Universal. Así, por ejemplo, el Papa Graciano aceptó el texto aprobado en el primer Concilio toledano que impone a todo ordenando la promesa de reverencia a su obispo y el Papa Clemente !II acepta y aplica a la Iglesia una de las normas del IV Concilio toledano en el sentido de que la hija introducida por sus padres antes de los doce años en los monasterios no podía volver al mundo, si, núbil, aceptaba el hábito.
Esto justifica que ofrezcamos en este capítulo una breve reseña de los más importantes Concilios de Toledo. El objeto principal del primero de ellos fue la condenación de los errores de Prisciliano, y ofrece, como dato importantísimo en el terreno de la dogmática, la circunstancia de que en él se consignó por primera vez la palabra «Filioque» que tantas controversias había de suscitar, andando el tiempo, entre los griegos cismáticos y la Iglesia de Roma.
El segundo Concilio toledano, celebrado en el año 527, tuvo carácter provincial, y suscriben sus cánones seis Obispos coprovinciales, bajo la presidencia de Montano, Obispo de Toledo.
Brilla entre todos el tercer Concilio nacional, celebrado en Toledo a partir del día 4 de mayo del año 589.
Nuestra histórica ciudad vio reproducirse en pequeño el magnífico Concilio de Nicea, y cinco metropolitanos, 50 Obispos católicos y 14 arrianos, que debían abjurar sus errores, presididos por el Obispo de Mérida, el sabio y virtuoso Masona, dieron a España, junto con la unidad de su fe, el fundamento de su nacionalidad.
Alma y esplendor de este Concilio fue el glorioso San Leandro, cuyo nombre va inseparablemente unido al del inmortal Recaredo.
Entre el famoso Concilio que acabamos de reseñar y el que figura en el catálogo histórico con el nombre de «cuarto toledano» se celebraron en nuestra ciudad dos más, que están fuera de la cuenta de los toledanos. El primero, no obstante el corto número de padres conciliares. pues sólo asistieron a él hasta trece, tiene carácter de nacional y se celebró hacia el año 597, reinando aún Recaredo.
Al segundo se le señala época en el reinado de Gundemaro, en el año 610; asistieron al mismo quince Obispos y, aunque no es nacional, tiene excepcional importancia para nosotros, porque en él se afirma y asienta la primacía de la sede toledana.
Pero vengamos al celebérrimo «Concilio cuarto toledano.» Tocaba a su término el año de gracia de 633 y en la famosa basílica de Santa Leocadia, de Toledo, congregaban en Concilio nacional setenta y tres Obispos entre presentes y representados. Como si esto fuera poco a la gloria de esta famosa asamblea, hay que recordar que estuvo presidida por el hombre más sabio y más santo del siglo VII. por San Isidoro de Sevilla.
Del año 636 al 656, en un período de tiempo no mayor, como se ve, de veinte años, se celebraron en nuestra amada ciudad los siguientes Concilios:
El V (636). al que asistieron 24 Obispos, entre ellos San Braulio de Zaragoza, presididos por nuestro Obispo Eugenio 11; el Concilio VI, en el año 638, con asistencia de 52 padres conciliares; el VII (646), integrado por 39 Obispos; el VIII (653), con la asistencia personal de 52 Obispos; el IX (655), al que asistieron 17 mitrados, y el X, en el año 656, bajo el imperio de Recesvinto, y en el que tomaron parte 25 prelados, entre ellos tres metropolitanos que han pasado a la Historia con los nombres para siempre gloriosos de San Eugenio III de Toledo, Fugitivo de Sevilla y San Fructuoso de Braga.
Es creíble -escribe un docto historiador- que asistiese también San Ildefonso, que a la sazón era abad del célebre monasterio Agaliense en las inmediaciones de Toledo.
En tiempo del magnánimo y piadoso Rey Wamba, el día 7 de noviembre de 675, diecisiete Obispos y dos diáconos, en representación de los Obispos de Segovia y Arcavica, abren el XI Concilio provincial de Toledo, que tuvo lugar en la iglesia mayor dedicada a Nuestra Señora,
A San Julián de Toledo cupo la gloria de presidir a los 38 Obispos asistentes, en 681, al XII Concilio nacional toledano, y que, como el XIII, también nacional e integrado por más de 75 padres conciliares, tuvo lugar en el reinado del godo Ervigio.
Nada menos que tres Concilios nacionales (el XV, el XVI y el XVII) se celebraron en Toledo durante el breve reinado del Emperador Egica. En ellos se acentúa de modo alarmante el influjo laical en las decisiones conciliares.
Al primero, que es el XV en el orden de los Concilios toledanos, concurrieron, por orden del expresado Rey, setenta y un Obispos, cinco vicarios de otros tantos ausentes, once abades y siete condes palatinos, La fecha de su celebración coincide con el año 688.
Al segundo -año 693- fueron convocados y asistieron sesenta y dos conciliares. Entre las determinaciones de este Concilio, una fue imponer severísimas penas de degradación y destierro al Obispo de Toledo, Sisberto, aunque, acaso, más por haber sido rebelde y traidor a Egica, que por haber llevado su atrevimiento al extremo de sentarse en el trono episcopal en donde los demás no lo habían hecho por respeto desde que la Virgen Santísima lo había consagrado, apareciéndose en él a San Ildefonso.
Terribles fueron también y poco meditadas algunas de las penas establecidas contra los judíos traidores en el canon "De judeorum damnatione. »
Witiza, D. Oppas, los comienzos del siglo VIII señalan la hora fatídica del hundimiento de la España visigoda, y con el XVIII Concilio nacional del año 702 (del 704 según otros), al que asisten cerca de sesenta Obispos, se cierra el ciclo glorioso de aquellas importantes asambleas, que ya no volverán a ser convocadas en la inmortal Toledo, cautiva de la morisma o atenta a la liberación total de España, hasta largos siglos después de la invasión.
Y fue en el año 1565, en que, publicada la real cédula admitiendo el Concilio de Trento y encargando su observancia en España, Felipe II mandó convocar cuatro Concilios provinciales en Toledo, Sevilla, Salamanca y Zaragoza. El de Toledo, con motivo de la sede impedida, lo presidió el Obispo de Córdoba, don Cristóbal de Rojas y Sandoval.
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