Revista FUERZA NUEVA, nº 100, 7-Dic-1968
Los curas separatistas
Cuando escribo estas líneas está ya en el coro de la catedral el obispo de Bilbao (mons. Pablo Gúrpide) como grano de trigo enterrado para ser germen de perpetua juventud.
Cuando escribo estas líneas parece que ha terminado la rebeldía y desobediencia de unos cuantos sacerdotes que, aparte las penas canónicas, han sido autores del delito de allanamiento de morada, con nocturnidad y en cuadrilla.
Me importa hoy ignorar toda la conducta delictuosa en el aspecto canónico e incluso eclesial para detenerme a pensar en las motivaciones sociológicas, políticas, incluso étnicas, de esta sorprendente actitud. Habría que remontarse en la historia por lo menos a 1832, cuando Fernando VII agonizaba. “Las Vascongadas -dice mi amigo Joaquín de Zugazagoitia- fueron absolutamente cristianizadas hacia el siglo XII y comenzaron a comer decentemente (maíz, alubias…) después del descubrimiento de América”. Por ello, añade,“hemos llegado a la misa y a la mesa con el fervor del catecúmeno”.
Cuando en los siglos XVIII y XIX el proceso secularizador se acentúa simultáneamente con el proceso centralizador de los Borbones, se superponen, perfectamente indiferenciadas para los vascongados, dos cuestiones: el laicismo y el Poder central. Entonces Madrid, el Poder central, los Ejércitos liberales se hacen símbolo de las dos cuestiones: Madrid anula la legislación foral y Madrid dicta las leyes impías del divorcio, de la libertad de cultos, etc. Nos encontramos en una región marginada todavía de la era industrial y ello dentro de la marginada Península Ibérica. Las guerras carlistas son todavía unas guerras románticas que pertenecen al antiguo régimen y en las que el lema Dios, Fueros, Patria, Rey, tiene una vigencia capital. Si consideramos además que el clima cultural de los Vascongadas no alcanza la altura de ninguna de las ciudades universitarias de entonces, empezaremos a entender un poco del contexto social en el que el clero puede adquirir un determinado predicamento político.
Hay datos históricos. Cuando el pobre Sabino Arana inventó el separatismo vasco, enviaba su propaganda a los señores curas ecónomos. Eran los más eficaces elementos para constituir una barrera al laicismo invasor en un país que daba el más alto índice de religiosidad en España.
De otra parte, en Vizcaya, como en toda España rural, el predicamento del sacerdote ha venido siendo definitivo. Este predicamento tenía una justa razón: el sacerdote vascongado ha sido siempre un magnífico sacerdote y simultáneamente ejercía su sagrado ministerio sobre una población rural, aldeana, fervorosamente católica, que se encontraba enfrentada, después de las guerras carlistas con un Estado liberal y centralista.
El planteamiento, entonces, en esquema, era éste: Cuando vivíamos sometidos a nuestras costumbres y a nuestros fueros, vivíamos en paz con Dios y con los hombres. Cuando nuestros fueros han sido anulados, nos invaden la religión y la tiranía. En consecuencia, hay que volver al “status” anterior.
Y así el clero, intentando defender la cristiandad vascongada, se enreda en una lucha o en una polémica puramente políticas.
Del fuerismo al separatismo no hay sino un paso, que se da como iniciación en “Vizcaya por su independencia”, folleto de Sabino Arana, históricamente deleznable y sin valor, pero que, a través de cuatro dudosas escaramuzas feudales, viene a decir que Vizcaya constituye una unidad política con rango de nación. Absolutamente indefendible la tesis en ningún nivel, adquiere especial relieve “el hecho diferencial”, el idioma, la fisionomía, la raza, la “etnia”. Ni el Führer en sus más febriles noches llegó a las aberraciones racistas a las que llegó el separatismo vasco. Y una postura que nació -con los errores que se quiera y que son muchos y graves- para defender el catolicismo y las viejas libertades del pueblo vasco, en la hora angular del 18 de Julio de 1936 se encontró aliada del comunismo ateo y del socialismo centralista.
Después, sobre la España de la paz han llovido las bienandanzas económicas y las bendiciones espirituales. Y el pueblo vasco va (1968) a la cabeza del nivel español. Pero esa cabecera tiene un precio: se han disuelto las razones románticas y bastante cursis que podrían abonar una postura nacionalista a lo Manzoni.
La etnia vasca, guste o no, se desvanece en aquello que don Sabino llamó el “mestizaje”. Pero simultáneamente también, la población se ha escolarizado, la televisión, la radio, la prensa, las comunicaciones sobre todo con un Bilbao de 400.000 habitantes de los que ninguno habla vascuence, ha colocado el vivir social de Vizcaya en un lugar en el que el predicamento clerical, caso de mantenerse, ha de establecerse sobre otras plataformas que la simple inercia de las buenas costumbres o la romántica nostalgia de los tiempos idos.
Pero sucede que el clero en Vizcaya constituía, por aquella tradición, una auténtica clase social rodeada de respeto y veneración, escuchada con devoción y humildad, respetada por su propia autoridad humana y divina. Y sucede que aquel respeto, aquella devoción, aquella veneración por los niveles del “tiempo social” se han disuelto. Y, sociológicamente, no hay nada más resistente a la disolución de una clase social. Entonces el clero, en cuanto clase, se ha estado defendiendo en Derio.
Ni entro ni salgo en las cuestiones eclesiales y canónicas. Afirmo que en el doloroso y amargo juego, en el que se ha querido introducir incluso a la santidad de Pablo VI, están jugando, puede que inconscientemente, unas determinadas situaciones de clase, junto a otras que pueden venir disfrazadas de teología, de humanidad y de falsa historia. El clero que ha estado desobedeciendo en Derio no lo ha hecho por ninguna razón, lo ha hecho por pasión, aunque esa pasión se disfrace de una sola cosa.
Xavier Domínguez Marroquín
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