"HOMENAJE Y REPROCHE A DON JOSÉ ORTEGA Y GASSET" (1935)
[…] "Don José Ortega y Gasset –que cumple en estos días veinticinco años de profesor– oyó la vocación de la política. En esta hora de valoración, ¿quién podrá negarle, si es justo, la clarividencia crítica y la limpieza moral de sus actitudes? No tuvo que expresar a gritos el dolor de España –“acostumbro gritar pocas veces", ha dicho–; pero nosotros, los hombres nacidos del 98 acá, entendemos muy bien el escozor entrañable que esconde la sobriedad castellana de sus gestos. Acaso porque hayamos aprendido a identificarla en libros suyos. ¡Cómo se nos sube hasta la garganta la mediocridad de una España sin alma común, que al descalzarse el coturno del Imperio no halló modo de andar si no era poniéndose en babuchas! No; don José no quiso hacer de la política un flirt, pero se dio por vencido. Cuando descubrió que "aquello", lo que era, no era "aquello" que él quiso que fuese, volvió la espalda con desencanto. Y los conductores no tienen derecho al desencanto. No pueden entregar en capitulaciones la ilusión maltrecha de tantas como les fueron a la zaga. Don José fue severo con sí mismo y se impuso una larga pena de silencio; pero no era su silencio, sino su voz lo que necesitaba la generación que dejó a la intemperie. Su voz profética y su voz de mando.
Otro, acaso intentará dar por nulos estos años de expedición a la política. Reintegrarse a las viejas tareas con un “aquí no ha pasado nada". Don José sabe que nada de lo que ha pasado de veras se puede dar por nulo. Las actitudes trágicas –como ésta de saltar a la política– no tienen vuelta: o se desenlazan a la otra orilla o se estabilizan en la diaria tragedia, maravillosamente depuradora, de comprobar frustrada la que fue más ardiente esperanza de la propia vida.
Pero nada auténtico se pierde. Cuando un "egregio espíritu" se entrega por entero, hasta agotarse en frustración generosa, nunca se dilapida el sacrificio. Los que vienen detrás tienen ya ganado incluso el aprendizaje de los errores. La crítica precursora ha desbrozado mucho. Otros brazos, con golpes más simples y más fuertes, seguirán la tarea. Al final –acaso en un final no previsto, en los instantes de la crítica precursora–, los que lleguen tendrán un recuerdo de gratitud para los que si no vieron del todo la verdad o no tuvieron fuerzas para entronizaría, al menos deshicieron a cuchilladas muchos espantapájaros armados con mentiras.
Una generación que casi despertó a la inquietud española bajo el signo de Ortega y Gasset se ha impuesto a sí misma, también trágicamente, la misión de vertebrar a España. Muchos de los que se alistaron hubiesen preferido seguir, sin prisas ni arrebatos, la vocación intelectual... Nuestro tiempo no da cuartel. Nos ha correspondido un destino de guerra en el que hay que dejarse sin regateo la piel y las entrañas. Por fidelidad a nuestro destino andamos de lugar en lugar soportando el rubor de las exhibiciones; teniendo que proferir a gritos lo que laboramos en la más silenciosa austeridad; padeciendo la deformidad de los que no nos entienden y de los que no nos quieren entender; derrengándonos en ese absurdo simulacro consuetudinario de conquistar la "opinión pública", como si el pueblo, que es capaz de amor y de cólera, pudiera ser colectivamente sujeto de opinión... ; todo eso es amargo y difícil, pero no será inútil. Y en esta fecha de plata para don José Ortega y Gasset se le puede ofrecer el regalo de un vaticinio: antes de que se extinga su vida, que todos deseamos larga, y que por ser suya y larga tiene que ser fecunda, llegará un día en que el paso triunfal de esta generación, de la que fue lejano maestro, tenga que exclamar complacido: "¡Esto sí es!"
(“Haz”, núm. 12, 5 de diciembre de 1935)
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