No se está reivindicando asuntos territoriales zanjados. El artículo (su conclusión) lanza una idea clave: ambas coronas (León y Castilla) perdieron muchísimo con la unión de 1230. Culturalmente hablando, y políticamente. Hay varios hechos históricos que no están sujetos a valoración, sino que son constatables tras 1230:
-La nueva monarquía unificada extirpa el poder de los Concejos para situarlo, no ya en las Cortes, sino en la Cancillería Real, que acaba traduciéndose en una camarilla de nobles (con sus intereses) que asisten al Rey.
-Se sustituye la elección directa y la participación del Común por las pequeñas élites urbanas que a partir del siglo XIV ejercen el control del poder municipal (regidores y posteriormente corregidores).
-Las Cortes de Castilla dejan de tener cientos de procuradores de decenas de villas y ciudades (como en época de Alfonso VIII) para hacerse cada vez más restrictivas, de tal forma que hacia el siglo XIV quedan poco más de una decena de ciudades con derecho a voto.
-El derecho castellano (de raíz germánica) es relegado y sustituido por el Liber Iudiciorum leonés (código visigodo también pero con una fuerte influencia romana). Las sucesivas leyes van afianzando el poder autoritario del Rey, que prefiere apoyarse en los nobles antes que en las Cortes y los Concejos, como antaño.
-Asimismo se impone (oigan bien, impone) a los Concejos el llamado "Fuero Real", carta otorgada que quiebra el principio de que el Fuero lo redacta el Concejo y lo confirma el Rey. Además esta carta tiene la propiedad derogatoria respecto a los fueros castellanos anteriores.
La rebelión de 1520 no es sino el estallido de una válvula que se lleva hinchando durante toda la Baja Edad Media. Se empieza por las Alcabalas, pero seguidamente se solicita el fin de los corregidores (concretamente "que no se envíen si el Concejo no lo pide"), y se reivindica para las Cortes un protagonismo que empezaron a perder en el siglo XIV. Tenían que perder la guerra, porque el dinero y el interés al cabo y lamentablemente lo pueden todo en este mundo. Pero los comuneros de 1520 estaban reivindicando prerrogativas que llevaban siendo pisoteadas desde la Baja Edad Media.
Este artículo pone negro sobre blanco los perjuicios (a nivel jurídico y político) que Castilla recibió en aquella unión, y se decide redactarlos porque estos cambios constituyen la base de la pérdida progresiva de la conciencia castellana tradicional y su dilución en la nada, de tal suerte que Castilla es hoy la identidad regional más hundida de la Península Ibérica y una de las más acabadas de Europa.
La expansión territorial no lo santifica todo ni lo oculta todo, no es el bálsamo de Fierabrás. Eso mismo fue lo que hizo España durante la época imperial y constituyó el desastre: la huida hacia delante, el sacrificio de los propios por la conservación de los ajenos. Tres bancarrotas y la miseria en los campos de Castilla: emigración a las Indias, levas militares... una sangría demográfica de la que todavía Castilla no se ha recuperado, y que el éxodo de 1960 a las grandes áreas industriales terminó por apuntillar.
No es cuestión de querer cambiar lo que pasó, sino de exponer claramente las consecuencias a largo plazo que esos hechos tuvieron en el devenir siguiente. Del mismo modo que la Asociación homenajea aquellos hechos y personajes de nuestra historia que considera contribuyeron a engrandecer (de verdad, no solo territorial sino cultural y jurídicamente) a Castilla (Fernán González, El Cid, Alfonso VIII, Arcipreste de Hita, Jorge Manrique, la literatura del XVI, la mística del XVII...) también es de recibo poner de manifiesto aquellos hechos que, evaluadas sus consecuencias a largo plazo, puede decirse que han contribuido a diluir y acabar la identidad de Castilla en el conjunto de los pueblos hispánicos hasta el punto de haberla perdido.
Al comienzo de los 1800, Castilla ya había perdido el pulso. La supresión de las Comunidades en 1837 es la puntilla que liquida la Castilla tradicional e inaugura de forma efectiva la división provincial de 1833. Pero esa situación tiene un por qué, se debe a un proceso histórico que comienza muy atrás, que es muy dilatado en el tiempo y que precisamente por ello fue inapreciable en el corto espacio pero inexorable a largo plazo.
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