Este viejo artículo de 2007 ya apareció en Sevilla y América, pero lo copio aquí para juntar toda la información sobre el doctor Monardes.
Jardines en la calle Sierpes
J. FÉLIX MACHUCA
Pedro de Osma y de Xara y Zejo, soldado del rey que llevaba casi treinta años peregrinando por las Indias, había recorrido en 1568 Méjico, Perú, islas del Marañón y la Florida. Se puede decir que había participado en las más destacadas acciones de conquista y acción de los ejércitos españoles en el novísimo continente. Y pudo ver con sus ojos, cuando no los requería para esquivar dardos, lanzas y tajos de los americanos de nación, un mundo tan distinto y diverso que, pese a sus limitada formación, quiso transmitirlo a sus paisanos.
El 26 de diciembre de aquel año, Pedro de Osma remite desde Lima por correo hasta la calle Sierpes de Sevilla una caja con muestras de plantas y semillas de hierbas medicinales que había ido conociendo en treinta años haciendo las Américas. El envío estaba dirigido a Nicolás Monardes, que vivía en dicha calle donde hizo famoso un huerto en el que crecían muchas de las especies americanas que llegaban hasta nuestra ciudad.
Los jardines sevillanos de la época van a sucumbir al exotismo floral del edén americano. Desde tiempos árabes había permanecido fiel a su flora más mediterránea, con alguna que otra veleidad africana llegada hasta el puerto de la mano de quienes frecuentaban las rutas comerciales negras. Pero desde que Colón descubre el paraíso caribeño y, años después, se salta a Tierra Firme, en las naos que llegan al puerto sevillano, junto al oro, la plata, el azúcar y las maderas preciosas, van a venir marineros con semillas como las que De Osma le enviaba a Monardes. Y esas semillas van a cambiar la fisonomía de los jardines locales, dándole a patios y huertas frondoso sabor americano.
Es cierto que Monardes cultivaba en su huerta aquellas plantas que venían precedidas por sus virtudes medicinales. Pero no es menos cierto que, antes que se propagara el uso «científico» de las hierbas, los sevillanos se esmeraron por americanizar sus jardines con plantas tan nuevas, exóticas y hermosas como, por ejemplo, la Pimienta de Indias. En su «Historia medicinal de las cosas que se traen de Indias...» el médico sevillano nos cuenta la atracción que dicha planta ejerce sobre sus paisanos más allá de virtudes medicinales. Asegura Monardes que «no hay jardín ni huerta ni macetón que no la tenga sembrada por la hermosura del fruto», para concluir que la Pimienta es planta grande y que él había visto algunas en la ciudad «que iguala con algunos árboles».
El tabaco llega de Cuba quizás en el primer viaje colombino. Pero resulta evidente que, antes de pregonar sus propiedades medicinales, Sevilla le busca acomodo en sus jardines. El mismo Monardes lo cultiva en su huerta jardín de Sierpes y nos comenta en la obra citada que «de pocos años a esta parte se ha traído a España más para adornar jardines que por pensar que tuviese las maravillosas virtudes medicinales que tiene». Paradojas de la medicina. Cinco siglos atrás, el tabaco se nos presenta como hierba tocada por la mano de Dios capaz de curar jaquecas y dolores de muelas. Hoy mata según dicen las cajetillas. Monardes mismo se quita un penosísimo dolor de muelas de día y medio mandando que le traigan de su huerta hojas y raíces de tabaco, que una vez masticadas por la parte infestada «desflemé y quitóseme el dolor».
«Zumo de tabaco» para el dolor
No menos asombroso es el uso medicinal que le llega a Monardes desde San Juan de Puerto Rico. Unos caribes, indios bravos y caníbales hicieron una incursión en la estancia de un español. Utilizaron flechas envenenadas. Monardes indica en su obra que algunos españoles e indios amigos de españoles murieron en la refriega. Pero otros se salvaron por tratar las heridas con «zumo de tabaco» mitigándoles «los dolores, rabias y accidentes con que morían, quitándole la fuerza al veneno» y sanando las llagas.
Gran popularidad en la Sevilla del Quinientos tuvo otra planta, el Mechoacán. Procedía de Nueva España (México) de Mechoacán concretamente, donde las famosas minas de Zacatecas. Monardes se entera de que había llegado un ejemplar en una nao de la flota al cuidado de un fraile llamado Francisco. Buscó y encontró al citado fraile, que le explicó el mimo que puso en el traslado de la planta a Sevilla. Luego la colocó en la puerta de la enfermería del citado monasterio de San Francisco, donde está hoy el Ayuntamiento, desde el que se ha dejado morir el mejor jardín americano que nos legó la Expo y que hubiera hecho las delicias de la Sevilla del Quinientos y la actual, contemporánea a tanta barbaridad política como destilan nuestros alcornoques públicos.
El jardín y huerta de Monardes vio crecer la guayaba, el tabaco, el cardo santo, el girasol... Una de las tapias de la casa, que era poderosa y de gente acaudalada, daba a la antigua calle de Azofaifo. El azofaifo es un árbol frutal de origen asiático que, quién sabe, lo mismo también cultivó Monardes en aquel jardín amplio y exótico para que, con el tiempo, el olvido y la caprichosa voz de la leyenda, le diera nombre a esa parte de la calle Sierpes donde Sevilla tuvo un jardín tan hermoso como los bosques que vieron en Mexico, Perú, las islas del Marañón y la Florida soldados como Pedro de Osma y frailes como Francisco. El edén americano en la calle Sierpes.
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