Revista FUERZA NUEVA, nº 528, 19-Feb-1977
MARXISMO Y CRISTIANISMO: EL PORQUE DE UNA INFILTRACIÓN (I)
José Maluquer Cueto
La acción marxista sobre el cristianismo sigue en nuestros días (1977), y en los países donde no se ha implantado la dictadura comunista, dos rumbos. Uno, los intentos de captación de los cristianos, previamente adoctrinados, para sumarlos al marxismo y a la subversión; otro, la campaña de destrucción de la Iglesia Católica, que se lleva a cabo desde dentro por infiltración, e intentando sustituirla luego con Iglesias paralelas, cada vez más heréticas. Hoy informaré sobre la maniobra de captación de los cristianos, y en próximas entregas, sobre las diversas tácticas para lograr la desintegración de la Iglesia: PAX, IDO-C, “Cristianos para el Socialismo”, CELAM y Cuernavaca, “Comunidades de base” y “Grupos proféticos”.
Conviene decir desde ahora que, por ser el marxismo de ámbito mundial, se ha infiltrado no sólo en el catolicismo y en los protestantismos e Iglesias Cristianas orientales, sino en él mahometismo, como vemos en el Oriente próximo y Norteáfrica, y en el budismo, con enorme repercusión en la política asiática, de lo que es prueba su colaboración en la caída del Vietnam en poder del comunismo.
Rechazo de la dictadura del proletariado
El comunismo triunfó en países pobres y atrasados -Rusia y China- por la presión de los campesinos que pedían la tierra y el fin de una guerra, o, caso de la Europa centro oriental, por imposición del ejército rojo. En ningún caso, tal como habían previsto Marx y sus epígonos -entre los que destaca Kautsky-, por insurrección del proletariado industrial urbano, en un país industrializado y con una burguesía dominante, seguida de la instrucción de la dictadura del proletariado, “la tiranía de los más sobre los menos”.
En Occidente no existen (1977) partidos comunistas numéricamente importantes más que en Francia e Italia, pero están detenidos en su desarrollo por la desconfianza del resto, mayoritario, de la población, que rechaza la dictadura del proletariado y no olvida el terror que denunció Kruschev ni la represión de Praga (1968).
Por otra parte, el proletariado industrial urbano, al que Marx había confiado la tarea de hacer la revolución, no parece muy dispuesto a cumplir con su misión. La depauperación progresiva del proletariado que había previsto Marx no se ha presentado, y el obrero occidental se siente integrado y satisfecho: sabe que disfruta de un nivel de vida muy superior al del obrero en la URSS.
Esta deserción lo reconocen teóricos modernos del marxismo -Gorz, Mallet, Bon, Marcuse-, que intentan transferir la misión subversiva a los pueblos del tercer mundo, a los revolucionarios de color (Tricontinental de La Habana en 1966).
Forzados, pues, por el rechazo general de la dictadura del proletariado y por la insuficiencia de la clase elegida, Berlinguer por el PCI, Marchais por el PCF y Carrillo por el PCE han proclamado el eurocomunismo en la Conferencia de Partidos Comunistas de Europa en Berlín-Pankow (Alemania comunista), en julio de 1976. Renuncian -de mentirijillas- a la dictadura del proletariado, que es sustituida por “todas las clases laboriosas”, que incluyen los “cuadros”, pequeños comerciantes, intelectuales, profesiones liberales; dicen aceptar el juego democrático; reclaman una vía propia para el socialismo, reduciendo la sumisión al PCUS (soviético), a la solidaridad entre los PCs de países comunistas y capitalistas”. Entre los llamados a colaborar están los católicos, cuya importancia se reconoce.
El Partido Comunista español
En el caso del PCE, los motivos para liberalizar el Partido fueron aún de más peso. La táctica violenta, que preconizaba la Ibarruri, guerrillas o invasión desde el exterior, apoyadas por la huelga general revolucionaria, había fracasado. Por otra parte, el intento de sumar el Partido de corte stalinista, y que arrastraba una siniestra historia de traiciones y crímenes, a las múltiples coaliciones subversivas españolas antifranquistas después del 40 -ANFD, IDC, Pacto de París, MFD- fracasó al ser constantemente rechazado el PCE por los grupúsculos componentes, especialmente el PCE histórico, dejándole fuera de juego. Había que cambiar de táctica.
Carrillo, de acuerdo con Moscú, siempre realista, desplazó a La Pasionaria de la Secretaría General del PCE y propugnó la línea pseudodemocrática y la alianza con otras capas de la población y especialmente con los católicos, “que dieron el triunfo a Franco”, y hasta con la Iglesia. Es la “campaña de reconciliación nacional”, burdo engaño que estamos ya (1977) viviendo los españoles.
La “aportación de los católicos al Frente Común” es para el PCE totalmente decisiva. La lucha abierta contra la Iglesia durante la pasada guerra civil fue un fracaso, y el PCE, ante este hecho, cambio de táctica y presenta hoy la necesidad de atraer a la lucha revolucionaria a la Iglesia”.
Un importante trabajo de Santiago Álvarez, miembro del Comité Central del PCE, publicado en la “Revista Internacional” de Praga en junio de 1965, descubre el plan para poner a los católicos al servicio de la subversión comunista. Dice en la pág. 10: “Las dos grandes tendencias ideológicas hoy en nuestro país son la marxista revolucionaria y la católica. Una lucha verdaderamente popular entraña, por ello, la participación masiva de millones de católicos; es preciso, pues, atraer a la Iglesia a esta lucha o neutralizarla. La guerra pasada fue, a este respecto, terriblemente aleccionadora”. Y añade: “Podría objetarse que, si la Iglesia ha perdido influencia espiritual, esta alianza carece de base. Sin embargo, en España, a pesar del retroceso evidente de la influencia de la Iglesia, aún es muy grande y rentable la alianza”.
Santiago Carrillo remacha en “Realidad Política” (Roma, agosto de 1966): “La única posibilidad de éxito consiste en marchar por el camino de la colaboración entre católicos y marxistas, dejando para el futuro demostrar cuál de las dos concepciones se impondrá”.
Finalmente, citaremos un discurso de Dolores Ibarruri en el círculo Julián Grimau, en La Habana, en enero de 1966, donde dijo: “Tenemos que atraernos a los católicos, a los estudiantes, a la clase media, que han dado la victoria a Franco, y dividir las fuerzas entre ellos. Por eso es necesario no herir los sentimientos católicos hasta que podamos imponer nuestra ley. Las nuevas corrientes que han asomado entre los católicos franceses, totalmente divididos, pueden ser nuestra gran solución para España”.
Obsérvese, desde ahora, la alusión a escisiones en la Iglesia. Carrillo, en unas declaraciones a “L´Unitá”, en 1966 también, dijo: “En España existen dos Iglesias: una, la de la Jerarquía, y otra, orientada hacia el porvenir. Para el futuro de España sería muy positivo que los católicos se identificaran con esta nueva Iglesia, que coincide con las aspiraciones progresistas del pueblo”.
***
La doctrina de la Iglesia Católica respecto al comunismo, al marxismo, desde Pío IX en 1846 hasta nuestros días, ha sido constantemente de rechazo y condena. Condena no solo por su ateísmo, sino también como enemigo de los derechos fundamentales de la persona humana. De entre las condenas, cabe destacar las encíclicas “Divini Redemptoris”, en 1937, y “Quadragesimo Anno”, en 1931, de Pío XI, estudios completos y científicos del marxismo y socialismo, magistralmente refutados. “La doctrina comunista se funda esencialmente en los principios del materialismo dialéctico e histórico, ya proclamados por Marx. Esta doctrina enseña que no existe más que una sola realidad: la material, y no deja lugar para la idea de Dios”. “El socialismo ya se considere como doctrina ya como hecho histórico, es incompatible con los dogmas de la Iglesia católica”.
La condena más tajante es el decreto del Santo Oficio, aprobado por Pío XII en 30-VII-1949: “No es lícito inscribirse en partidos comunistas o prestarles apoyo, ni publicar, difundir libros, periódicos u hojas volantes. El comunismo es, en efecto, materialista y anticristiano. Sus dirigentes, con la teoría y la acción, se muestran hostiles a Dios, a la religión verdadera y a la Iglesia de Cristo. Los fieles que profesan la doctrina del comunismo, aquellos que la difunden y propagan, incurren ipso facto en excomunión reservada a la Santa Sede”.
Finalmente, recientemente, en 1964. Pablo VI concluye la encíclica Ecclesiam Suam con: “Estas son las razones que Nos obligan, como han obligado a Nuestros Predecesores a condenar los sistemas ideológicos que niegan a Dios y oprimen a la Iglesia y entre ellos, especialmente, el comunismo marxista”.
El Concilio Vaticano II no es tan explícito
En cambio, el Concilio Vaticano II no ha sido tan rotundo. Condena al comunismo como “ateísmo”, sin citarlo explícitamente. Verdad es que a continuación cita las encíclicas que lo condena nominalmente de Pío XI, Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI. Pero “el hecho concreto y a la vista, con todas las tortuosas maniobras conciliares evidentes, es éste: el Concilio Vaticano II no se decidió claramente ni por la condena jurídica ni por la condena nominal del comunismo”. Repetidamente los padres conciliares pidieron una condena explícita y nominal del comunismo, pero siempre, a última hora en los borradores del relator monseñor Garrone, había desaparecido la palabra “comunismo” o “marxismo”.
Una petición reiterada por 435 padres conciliares fue escamoteada. El texto final se aprobó por sorpresa en un fin de semana, con una asistencia reducida. Pero es que, como dijo monseñor Lefebvre, “el Concilio, desde los primeros días, ha estado cercado por los progresistas”. Organizaciones contestatarias y misteriosas, como el Centro Holandés de Documentación, DOC, presionaron, tergiversaron, manipularon constantemente. No hay que olvidar que el DOC, en su última versión el IDO-C, ha resultado ser uno de los peores enemigos de la Iglesia Católica, ahora ya declarado.
Pues bien, el extremista canónigo don José María González de Ruiz, componente del actual IDO-C, ha afirmado en “Sábado Gráfico”, en enero de 1975: “El material presentado por el DOC fue amplísimamente utilizado por los padres conciliares, hasta penetrar -a veces casi intacto- en las últimas redacciones de los textos más significativos del Concilio. El DOC cumplió su función principal, aportando una buena parte de sí mismo a las conclusiones de la magna asamblea”.
En este trabajo, destinado a denunciar las infiltraciones en la Iglesia, había que principiar por esta denuncia.
***
El Magisterio de la Iglesia, negando la licitud y posibilidad de entendimiento de católicos y marxistas, se ve singularmente confirmado, si necesidad de confirmación hubiera, con las declaraciones de destacados comunistas, que no han asimilado la maniobra o que recelan de la misma. Veamos unos cuantos ejemplos, que creo convincentes.
El secretario general del PCF, el mismo Marchais que ha lanzado el eurocomunismo francés, en una entrevista con A. Moine (1972), declara: “Nosotros los comunistas profesamos una filosofía materialista y dialéctica y consideramos que nuestro Partido no podría desempeñar su papel si no fundara su acción en este materialismo dialéctico. No queremos crear ilusiones en este punto: entre el marxismo y el cristianismo no es posible conciliación teórica alguna, ni cabe ninguna convergencia ideológica”. Ya el antecesor de Marchais, Thorez, el de “la mano tendida”, había dicho: “El materialismo filosófico de los comunistas está lejos de la fe religiosa de los católicos”.
Veamos ahora el testimonio de marxistas leninistas españoles del Partido del Trabajo de España. El máximo dirigente, Eladio García, ha dicho en Sevilla (1976): “El marxismo es contrario al idealismo. Ni los Cristianos para el Socialismo ni elementos procedentes de cualquier militancia cristiana podrían ingresar en el PTE. Hay que comprender que el materialismo dialéctico excluye toda posibilidad de seres espirituales. Otra cosa es colaborar con nosotros para la conquista de ciertas parcelas”. Y Sánchez Carrete, dirigente del PTE para Cataluña, recalca: Considero que no es posible militar en el Partido y tener creencias religiosas, ya que éstas están en contradicción con el materialismo dialéctico. Esto no impide que considere conveniente ahora la más estrecha colaboración con las fuerzas progresistas cristianas para el establecimiento de la democracia y luego para la transición al socialismo”.
Y finalmente, decisivas por su autoridad, vayan las manifestaciones de Kazimier Carol, ministro de Asuntos Religiosos en Polonia. Dice en “Newsweek”, en febrero de 1975: “¿Se puede ser a la vez miembro del Partido Comunista y cristiano? Yo creo que no. La pertenencia al PC es un compromiso ideológico. Si la base del Partido es el materialismo dialéctico, uno no puede ser a la vez materialista y creer en Dios”. Y en una conferencia posterior, termine diciendo: “Como comunista, yo combatiré sin descanso a la Iglesia, tanto desde el punto de vista ideológico como filosófico”. Es esta la política de los países donde está implantado ya el comunismo. Donde ha de conquistar aún el poder, se halaga al cristiano, como hemos visto.
Y, para terminar, veamos lo que dice Lenin en “Parti ouvrier et religión”. Ed. Soc. II, 315. “El marxismo es el materialismo. Como tal, tan inexorable hacia la religión como el materialismo de los enciclopedistas del XVIII o de Feuerbach. Debemos combatir la religión, es el abecé del todo materialismo y, por consecuencia, del marxismo. Pero el marxismo va más lejos. Dice: hay que saber combatir la religión, y para ello explicar al pueblo, en materialista, las fuentes de la fe y de la religión. La lucha antirreligiosa no puede limitarse a predicas abstractas, debe estar ligada a la práctica concreta de la lucha de clases que tiende a suprimir las raíces sociales de la religión”.
Creo que está claro.
José MALUQUER CUETO
(continúa)
|
Marcadores