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Re: Mexico no es bicentenario
sábado, 3 de agosto de 2013
José María González Hermosillo, el alteño que dio su nombre a una ciudad en México.
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Uno de los héroes del movimiento de Independencia en sus primeros años es José María González Hermosillo. Información de él es más bien poca la que encontramos. En los libros de texto que el Gobierno Federal distribuye es solamente en el que se entrega en el estado de Sonora en donde se hace mención del jalisciense. Y es precisamente allí que encontramos lo siguiente:
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"En Sonora el movimiento de Independencia tuvo simpatizantes, pero la lejanía las dificultades en la comunicación, la ignorancia y miseria en que se encontraba la gente, entre otras razones, no permitieron que los sonorenses participaran ampliamente en esta lucha. Sin embargo, en Guadalajara, Hidalgo envió a José María González Hermosillo a propagar la lucha en el noroeste de la Nueva España. Al conocer el gobernador colonial, Alejo García Conde, el movimiento de Independencia, salió hacia el sur al mando de las tropas realistas, las cuales tenían también entre sus filas a indígenas ópatas; en el enfrentamiento de San Ignacio Piaxtla, población de la actual Sinaloa, las tropas insurgentes de Hermosillo fueron derrotadas por las de los realistas. En esa época Sonora y Sinaloa formaban un solo territorio que se llamaba Intendencia de Arizpe". (1)
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Sobre Hermosillo habíamos dado ya cuenta, teniendo como base la biografía que Igracio del Río incluye dentro del libro de Tres siglos de historia sonorense. Allí vemos la afirmación sobre el lugar en el que nació, se dice fue Zapotlán el Grande, lo que hoy conocemos como Ciudad Guzmán en el estado de Jalisco. Se dice que luego su padre, Andrés González de Hermosillo junto con su familia se traslada al Puesto de Loreto, en la jurisdicción de Mexticacán. Pero, como suele suceder con los personajes que sobresalen en la historia, en Teocaltiche se dice que fue allí el lugar donde nació el héroe insurgente.
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Pero estas discusiones por ser el lugar en donde nació don José María González de Hermosillo no son solamente entre Mexticacán y Teocaltiche, ya que, según Villaseñor y Villaseñor, uno de los biógrafos de los héroes de la Independencia, dice que fue en Tepatitlán y el historiador jalisciense Pérez Verdía menciona a Jalostotitlán como el lugar de nacimiento.
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Nicolás de Anda Sánchez, teocaltichense que ha estudiado a fondo en todos los documentos que le ha sido posible, encuentra que, para 1699 había ya en San Pedro de Teocaltiche, noticia de la familia González de Hermosillo, que al menos tenía medio siglo de haberse asentado allí, imagino que medio siglo pues el estudioso menciona a don Sebastián González de Hermosillo, padre de Juan Antonio González de Hermosillo; de los demás descendientes de la familia González Hermosill que menciona don Nicolás de Anda en su libro no aparece don Andrés González Hermosillo del que Ignacio del Río apunta como el padre del héroe.
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Las fotografías que estamos viendo corresponden a la Casa Pinta, actual sede de la Casa de la Cultura en Teocaltiche, Jalisco, de la que se dice que "En 1810 era propiedad de Dn. José María González de Hermosillo, en ese año la vendió a Dn. Francisco López, al no pagar éste un préstamo sobre la misma, es rematada en 1822 a favor de Dn. Francisco Borja Gómez. En 1860 esa finca ya era propiedad del Lic. Dn. Eduardo González Laris; después fue de su hijo Dn. Juan José y de su esposa Dña. Rosa álvarez de G. Laris, y de sus hijos Eduardo, José y Luis G. Laris Álvarez. Hoy pertenece a Dn. Lauro (o Hilario) Jáuregui". (2)
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Como parte de los inmuebles intervenidos y rescatados dentro del programa del Bicentenario de 2010, encontramos la llamada Casa Pinta, de la que se afirma era finca propiedad de González Hermosillo, que luego de un fuerte trabajo de restauración se logró darle un nuevo aire y dejar para la posteridad esa que sin lugar a dudas es una de las tantas casonas que hay en México y que por una y otra razón están asociadas al periodo histórico que conocemos como guerra de Independencia. Para no meternos en discusiones de que si es Mexticacán o Teocaltiche o Jalostotiltán o Tepatitlán el lugar de origen de don José María González de Hermosillo, lo dejaremos como el héroe alteño de la Insurgencia y recordemos que la capital del estado de Sonora lleva el nombre de Hermosillo en honor al alteño por decreto del 5 de septiembre de 1828.
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De meteórica podemos considerar la carrera militar de Hermosillo. En estas imágenes, tomadas de la Colección de Documentos (4) de Hernández y Dávalos, vemos cómo apenas unos días luego de unirse al movimiento Insurgente, para el 13 de diciembre de 1810 es nombrado Teniente Coronel. Dos semanas más tarde, el 29 de diciembre, recibe el nombramiento de Coronel.
Fuentes:
1.- Sonora. Historia y Geografía. Tercer Grado. Secretaría de Educación Pública. México, 1997. p. 121.
2.- De Anda Sánchez, Nicolás. Biografía de don José María González de Hermosillo. Mariscal Insurgente. Edición del autor. México 2000.
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Cabezas de Aguila: José María González Hermosillo, el alteño que dio su nombre a una ciudad en México.
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Re: Mexico no es bicentenario
Y como la mayoría de nuestros "héroes" también fue derrotado por los realistas.
:barretina:
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Re: Mexico no es bicentenario
1829 Ley sobre expulsion de españoles
20 de Marzo de 1829
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1. Saldrán de la República todos los españoles que residen en los Estados ó Territorios internos de Oriente y Occidente, Territorios de la Alta y Baja California y Nuevo México, dentro de un mes despues de publicada esta ley, del Estado ó Territorio de su residencia, y dentro de tres de la República. Los residentes en los Estados y Territorios intermedios y Distrito Federal; dentro de un mes del Estado, Territorio y Distrito de su residencia, y de dos de la República, y los habitantes en los Estados litorales al mar del Norte, saldrán de la República dentro de un mes contado desde la publicacion de esta ley.
2. Se entienden por españoles los nacidos en los puntos dominados actualmente por el rey de España y los hijos de españoles nacidos en alta mar. Se exceptuán solamente los nacidos en Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
3. Se exceptuán de lo prevenido en el artículo 1º primero, los impedidos fisicamente mientras dure el impedimento: segundo, los hijos de americanos.
4. Dentro de un mes, contado desde la publicacion de esta ley, los comprendidos en el artículo anterior presentarán por sí ó remitirán al gobierno por conducto inmediato de la secretaría de Relaciones, los documentos que acrediten su excepcion.
5. Los españoles, si no saliesen dentro del término prefijado en el artículo 1º, serán castigados seis meses en una fortaleza, y despues embarcados; lo mismo los que vuelvan al Territorio de la República mientras dure la guerra con España.
6. El gobierno dará cada mes parte al congreso sobre el cumplimiento de esta ley
7. Los que á juicio del gobierno no puedan costear su viaje y transporte, se les costeará por cuenta de la Hacienda pública de la federacion, hasta el primer puerto de los Estados-Unidos del Norte, procediendo el gobierno con la más estrechaeconomía.
8. En los mismos términos se costeará por la Hacienda pública, el viaje y trasporte de los religiosos, á quienes no pueda costeárselo por falta de fondos la provincia ó convento á que pertenezcan.
9. El gobierno expedirá el correspondiente documento en que conste la excepcion á los españoles que hayan de permanecer en la República, quienes no podrán en lo sucesivo avecindarse en las costas, pudiendo el gobierno obligar á los que actualmente residan en ellas, á que no se internen en el caso de que tema una invasion próxima de tropas enemigas.
10. Los españoles que obtengan pension, sueldos de la federacion ó beneficio eclesiástico, disfrutarán la parte que les corresponda segun derecho, si se establecen en algunas de las repúblicas ó naciones amigas, con noticia de su existencia ó residencia por los cónsules de ésta, y lo perderán si pasan á los puntos dominados por el rey de España.
11. Se deroga la ley de 20 de Diciembre de 1827, á excepcion del artículo 18, que prohibe la introduccion en la república de los españoles y súbditos de su gobierno.
Reglamento de la ley anterior
1ª. Los gobiernos de los Estados cuidarán de que, conforme al artículo 1º del anterior decreto, salgan respectivamente de ellos todos los españoles que no fueren exceptuados, con arreglo á las disposiciones de los artículos 3º, 4º y 9º de dicho decreto.
2ª. Los mismos gobiernos señalarán á los individuos que, conforme al artículo antecedente, deben salir de su propio Estado, el derrotero por donde han de conducirse, dando el correspondiente aviso á los gobiernos del tránsito y del puerto en que hayan de embarcarse, para que estén á la mira de la efectiva salida.
3ª. Iguales avisos darán al supremo gobierno publicándolos por la imprenta; y sin perjuicio de ellos, á la conclusion del término señalado en el artículo 1º del citado decreto le pasarán una nota circunstanciada de todos los individuos que hayan salido de su territorio, y de sus clases, con expresion de quedar en él entera y exactamente cumplidas las disposiciones del mismo decreto.
4ª. Los gobernadores del tránsito y del puerto por donde se verifique la salida, darán los avisos oportunos al gobierno del Estado de donde hayan salido los individuos que deben caminar á embarcarse, y los comunicarán asimismo al supremo gobierno general.
5ª. En todos los correos darán puntual y exacta noticia de cuanto se haya practicado y quede por practicar en ejecucion del anterior decreto, para que el supremo gobierno pueda cumplir con lo que se previene en el art. 6. de él.
6ª. Para cumplir con el art. 7º los gobiernos de los Estados, de acuerdo con los comisarios generales ó sub-comisarios, harán la calificacion correspondiente de la imposibilidad que tengan algunos individuos seculares de los que deban salir del territorio de cada Estado para costear su viaje y trasporte.
7ª. Del mismo modo calificarán la cantidad que con la más estrecha economía deba ministrarles la hacienda pública de la federacion para hacer su viaje hasta el puerto, segun las distancias y la clase y rango de cada individuo, disponiendo que con efecto se les ministre, no excediendo la asignacion que hicieren desde dos reales por legua hasta un peso.
8ª. Entre estos dos extremos harán del mismo modo la asignacion correspondiente á los empleados cuyo sueldo no llegue á mil quinientos pesos anuales.
9ª. De las calificaciones que hagan los gobiernos de cada Estado en la forma explicada sobre la imposibilidad de algunos individuos para costear su viaje y trasporte, darán aviso á los gobiernos de los Estados á que correspondan los puertos por donde deben embarcarse á este supremo gobierno.
10ª. Los gobiernos á que correspondan los puertos de acuerdo con los comisarios generales ó sub-comisarios dispondrán que se costee el trasporte de cada individuo de los que se ha hablado, bajo las consideraciones y con la más estrecha economía que previene el referido art. 7º.
11ª. Procediendo ó constancia formal de que la provincia ó convento á que pertenezcan los religiosos de que habla el art. 8ª del mismo decreto, no tienen fondos para costearles el viaje y trasporte, dispondrán los gobiernos de los Estados, de acuerdo con los comisarios, que se les costee de cuenta de la hacienda de la federacion, abonándoles lo que corresponda á razon de veinte reales por jornada de diez leguas, segun las distancias, hasta en puerto en que deban embarcarse; y para su transporte por mar se observará lo prevenido en la prevencion anterior.
12ª. Los españoles de que habla el art. 10º del mencionado decreto, percibirán la parte que les corresponda segun derecho, en los lugares en que actualmente la cobran, siempre que acrediten con la noticia que el mismo artículo previene, su existencia ó residencia en alguna de las repúblicas ó naciones amigas. 13ª. Por lo que toca al Distrito Federal y Territorios, procederán respectivamente el gobernador y jefes políticos con total sujecion á lo que queda prevenido.-(Se publicó en bando del día 20 del mismo).
Dublán Manuel y José María Lozano. Legislación mexicana ó colección completa de las disposiciones legislativas expendidas desde la Independencia de la República. México. Imprenta del Comercio a cargo de Dublán y Lozano, hijos, 1876-1912. Docto. No.615
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Fuente:
Memoria Politica de Mexico
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Re: Mexico no es bicentenario
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Re: Mexico no es bicentenario
MEMORIAS DE LA REGIÓN
Vencedores y vencidos de Baján
ARCHIVO MUNICIPAL DE MONCLOVA
Maestro Arnoldo Bermea.
Cuando se enteraron en Monclova del arribo de Allende e Hidalgo y demás Insurgentes a Saltillo y la intención que tenían de marchar a Texas, consideraron que necesariamente, tenía que ser a través de la ruta que conectaba con esta ciudad. Los partidarios realistas de aquí, comenzaron a conspirar haciendo reuniones “secretas” en la casa de Don José Melchor y a propuesta de este, que era sobrino del prominente cura José Miguel Sánchez Navarro, que irónicamente había realizado diversos negocios con el padre de Don Ignacio Allende, residente en Guanajuato, y ahora era de los principales orquestadores para detener el avance de los Insurgentes, comisionaron como espía al holandés el Barón de Bastrop, como conocedor que era de los caminos hacia Texas, para que se dirigiera con los Insurgentes y ofreciera sus servicios como “guía”; Bastrop al encontrarse con los cabecillas, este fue recibido con beneplácito y aceptado gustosamente su ofrecimiento. El Barón desde Saltillo informaba a los realistas de Monclova de cuanto se trataba en los acuerdos que los Insurgentes tomaban y del itinerario que seguirían.
El gran contingente encabezado por don Miguel Hidalgo e Ignacio Allende, hizo poco caso de las dificultades que podían presentarse en la víspera de su llegada al paraje de Norias de Baján. Con agua, víveres y forrajes muy limitados, el camino se pudo sobrellevar a pesar del mortificante calor que unido al polvo y al cansancio acumulado, se fue haciendo insoportable. En esas condiciones pretendían arribar a este punto, donde supuestamente encontrarían agua suficiente para abastecerse y poder así sortear las privaciones, con la esperanza de llegar a Monclova lugar de donde posteriormente se trasladarían a San Antonio de Béjar (Texas) para adquirir más armamento.
Mientras estas circunstancias se presentaban y de acuerdo a los informes que desde Saltillo proporcionaba el Barón de Bastrop, en Monclova se registraba un gran movimiento y alboroto para organizar a los 342 hombres de las fuerzas integradas por vecinos, soldados veteranos milicianos e indios mezcaleros y comanches, que servirían para detener el avance de los Insurgentes. Por la tarde del 19 de marzo de 1811, salieron todos ellos rumbo a Baján, con Don Ignacio Elizondo al frente, llevando como segundo a don Rafael Valle; como jefe de los “paisanos”, a don Tomás Flores, administrador de las Rentas Unidas de Monclova, y al justicia de San Buenaventura, don Antonio Rivas.
Aproximadamente a las 9:00 de la mañana del día 21 de marzo en Baján, la gente de Elizondo avistó a los que venían a la vanguardia de los Insurgentes, al acercarse se saludaron mutuamente y siguieron la marcha hasta donde se hallaba la retaguardia; una vez ahí, se les intimidó pidiéndoles la rendición a lo que obedecieron sin oponer mucha resistencia y con un mínimo de bajas.
De entre las pérdidas humanas que hubo del lado de los insurgentes y que opusieron resistencia, se encuentran los militares Arias y el joven Indalecio Allende (hijo del general Ignacio), cuyos cuerpos se mantuvieron sepultados en las inmediaciones de Baján; y no fue sino hasta 11 años después, el 19 de marzo de 1822, en que el ayuntamiento de Monclova junto con el cura Soberón, acordaron trasladar los restos de quienes ahora se les reconocía como Heroicos Patriotas, para darles cristiana sepultura y rendirles honores por el mérito, a estos connotados Insurgentes.
Cuando los Insurgentes fueron hechos prisioneros el 21 de marzo de 1811 en Baján, el Barón de Bastrop se encontraba en uno de los carruajes aprehendidos, había cumplido cabalmente con su cometido. De estos servicios de espía y conducta poco honorable, le sirvieron a Bastrop para reafirmar su amistad con las autoridades realistas de Texas, que en gratificación se le benefició con grandes extensiones de tierra.
En algunos puntos de Coahuila, las noticias que llegaban sobre el avance de los insurgentes causaban mucho temor entre sus pobladores, sobre todo entre aquellos que poseían riqueza, trataban de protegerlas a toda costa de los posibles saqueos o decomisos. Tal es el caso de los frailes Ramón de Loza, Manuel Anselmo de la Rivera Delgado y Francisco Múzquiz, quienes con el apoyo de don Esteban Díaz, salieron de la Hacienda de Hornos el 26 de marzo de 1811, con un atajo de mulas cargadas con dinero que trataban de proteger y ponerlo a buen resguardo; fuera del alcance de los insurgentes. El contingente apresuraba la marcha de las largas jornadas, todos temerosos de ser alcanzados por “los polvos” de los Insurgentes, sin saber que ya estos habían sido sometidos en Baján el 21 de marzo por Ignacio Elizondo y su gente y luego trasladados a Monclova, como lo pudieron corroborar luego de pasar por esta ciudad.
El 13 de abril de 1811, las autoridades de la ciudad se congregaron en la casa de don Antonio Cordero y Bustamante, Gobernador de Coahuila y Texas, por segundo periodo (1809-1817), para declarar Patrona, Abogada y Generalísima de las Armas, a la Sacrosanta imagen de la Madre de Dios, que bajo el título de Sra. de Zapopan se venera en su santuario de esta población; esto en gratitud por los infinitos y portentosos beneficios, al haber ayudado a la tropa y vecinos a sacudir el “infame yugo de la insurrección”. Durante varios años se le estuvo rindiendo tributo por esta causa.
La villa de Monclova fue elevada al rango de ciudad por acuerdo del Comandante de las provincias internas y por orden de él mismo, fechada el 24 de mayo de 1811, se condecoró a los individuos de tropa y vecindario que concurrieron a la acción del 21 de marzo, con un distintivo consistente en una estrella con la leyenda “Vencedores de Baján”, colocado en la manga izquierda de sus vestidos y uniformes.
Referencias clave que pueden ayudar al lector interesado en el tema.
Javier Guerra Escandón “Apuntes sobre Texas, para la historia de Coahuila y Texas”. Revista Coahuilense de historia Nov.-Dic. 1979
Arnoldo Bermea “Medio Siglo de Afanes”
Pedro García, “Con el Cura Hidalgo”
arnoldo_bermea54@hotmail.com
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Fuente:
https://www.facebook.com/www.archivo...40203249368778
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Re: Mexico no es bicentenario
Barón de Bastrop Un espía y traidor en Monclova en 1811
En un día como hoy pero de 1827, siendo Diputado por el Congreso de Coahuila, muere el holandés Felipe Enrique Neri, Barón de Bastrop. Este personaje procedente de Texas, se integró a las reuniones secretas que se realizaban en Moclova, en la casa de Don José Melchor Sánchez Navarro, sobrino del Cura Don José Miguel Sánchez Navarro, con el propósito de organizarse para contener el avance de los Insurgentes encabezados por Don Miguel Hidalgo e Ignacio Allende.
Bastrop como conocedor que era de los caminos hacia Texas, fue comisionado como espía para que se dirigiera con los Insurgentes y ofreciera sus servicios como guía; este fue recibido con beneplácito y aceptado gustosamente su ofrecimiento. Bastrop desde Saltillo informaba a los realistas de Monclova de cuanto se trataba en las juntas Insurgentes y del itinerario que seguirían, contribuyendo así con la aprehensión de los Insurgentes en Baján.
Durante su estancia en Norteamérica y antes de desplazarse a Monclova, el Barón de Bastrop participó activamente en 1806 en la conspiración frustrada para invadir México, movimiento que encabezaba el que se le consideraba como su amigo, el ex –Vicepresidente de los de los Estados Unidos, el Coronel Aarón Burr.
http://i87.photobucket.com/albums/k1...pspc2yfzlb.jpg
Monumento del Barón de Bastrop, en reconocimiento por sus distinguidos servicios a Texas.
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Aarón Burr, tercer VicePresidente de los EU, durante la presidencia de Thomas Jefferson entre 1801-1805
Archivo Municipal
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Fuente:
https://www.facebook.com/www.archivo...68918779830555
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Re: Mexico no es bicentenario
Plan de Manuel Abad y Queipo para destruír a José María Morelos.
Valladolid, septiembre 6 de 1813.
Excelentísimo señor [don Felix María Calleja ]: “Voy a decir cosas importantes. Diré errores, diré también necedades, pero diré lo que siento; y por lo menos indicaré males que necesitan eficaz y pronto remedio. Si no se destruye lo principal de la insurrección en los ocho meses del próximo estío, la insurrección prevalecerá necesariamente. Seremos víctimas todos los buenos patriotas, incluso V.E. que será de las primeras. Se consumirá hasta el último extremo la devastación del reino y en menos de diez años no quedará una cara blanca en el. La idea de estos sucesos no entran en el sensorio de nuestros americanos, ni aun en el de los más sabios, por que todos están ignorantes de los efectos de una anarquía [ya que] . . . una gran masa de habitantes desconoce los bienes de la sociedad y los verdaderos principios de la religión y la moral.
. . . Nuestros americanos están deslumbrados con la ilusión de la independencia y se ocupan de ella por más ruinosa o imposible que sea . . . hemos visto que desde el suceso de Morelos sobre Fuentes y la toma de Oaxaca, se han hecho insurgentes los que estaban indecisos, e indecisos muchos de los que seguían la causa. Esto se ha verificado principalísimamente en...Puebla y en Querétaro.
Es preciso que Vuestra Excelencia, esforzando todas las facultades de su gran talento, de su sabiduría y su prudencia, . . . tome las grandes medidas que exige un proyecto tan vasto y complicado; medidas tanto más difíciles, cuanto es mayor la inopia y la escasez de la renta pública. El campo está sembrado de espinas y obstáculos ingentísimos; pero todo es superable y Vuestra Excelencia adquirirá una gloria inmortal y reconocimiento general de los dos hemisferios.
Morelos es, sin disputa, el alma y el tronco de toda la insurrección . . . Y en la junta que ha convocado para este mes en Chilpancingo, se va a elevar a Jefe Supremo, independiente de toda otra autoridad, . . . Posee el sur de la Nueva España , desde Zacatula a Tehuantepeque .
No se le debe dejar tiempo para que, disponiendo como soberano de toda la fuerza de la insurrección . . . pueda organizar ejércitos respetables. Pues aunque él es un idiota, la envidia y la ambición han desplegado bastante sus talentos.
La división que vaya sobre Morelos debe llevar orden cerrada y muy estrecha de atacarlo luego en donde quiera que se encuentre y perseguirlo a donde quiera que se retire . . . Si se fuga, se le seguirán los alcances, como es dicho, aunque sea hasta Goatemala . . .”
Dios guarde a V.E. muchos años. Valladolid y septiembre 6 de 1813.
[ Manuel Abad Queipo]
Fuente: El analfabeto político. Brecht Bertolt. - Sitio oficial del INEP A. C.
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Fuente:
Plan de Manuel Abad y Queipo para destruír a José María Morelos.
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Re: Mexico no es bicentenario
Otro video del anticlerical Juan Miguel Zunzunegui donde se aborda el hecho de que en realidad la independencia (hecha por los sectores realistas) fue de raíz contraria al liberalismo.
Datos interesantes que también aporta:
La insurrección de Hidalgo se hizo en nombre de Fernando VII, solo duró unos cuantos meses de un guerra ¡de 11 años!
Los problemas entre los insurgentes terminaron por fragmentar el movimiento que encabezaba Morelos.
La incursión de Servando Teresa de Mier a la masonería (en Inglaterra, para variar :rolleyes:)
Las fuerzas del navarro (y liberal) Xavier Mina eran en su mayoría mercenarios gringos y estaban financiadas por ingleses.
El inquisidor Matías de Monteagudo fue uno de los artífices de la Independencia.
Zunzunegui: La conspiración de la profesa y la independencia de México
Publicado el 21 sep. 2015
Juan Miguel Zunzunegui, historador y aclamado autor habla sobre este interesante tema y los factores que detonaron la independencia de nuestro país
https://www.youtube.com/watch?v=CSiLSCZAJI0
https://www.youtube.com/watch?v=CSiLSCZAJI0
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Re: Mexico no es bicentenario
Otra nota de fuentes izquierdistas.
:barretina:
MARTIRIO DE MORELOS
Evodio Escalante
Leñero, Vicente Martirio de Morelos, Ariel y Seix Barral, México, 1981 (Biblioteca Breve, 280) 135 pp.
Si la historia es un testimonio del grado de veracidad que alcanzan las representaciones de una conciencia colectiva, entonces se diría que en México la historia ha sido más que nada el coto privilegiado de una ideología oficial que ha tomado esas representaciones para deformarlas y utilizar a su conveniencia. El resultado es que la historia que se nos administra al común de los ciudadanos es una historia maniquea, casi prefabricada, donde los “buenos” y los “malos” se dejan distinguir con asombrosa facilidad, y donde pareciera que lo que menos hace falta es el juicio de los lectores. Los expedientes están cerrados, y sobre cada pasaje o cada momento de nuestra historia pesa el dictum de una “cosa juzgada”. Cada personaje, cada figura, están ya en el lugar que les corresponde; un veredicto omnisapiente —salido no se sabe de dónde— ha dicho la última palabra La última, en sentido literal, porque este veredicto es, o pretende ser, inapelable.
¿De verdad lo es? La historia siempre está por hacerse, y siempre habrá un inconforme que abra otra vez los expedientes y obligue a reconsiderar lo que hasta entonces eran “verdades establecidas”. En este contexto, el último libro de Vicente Leñero, Martirio de Morelos, puede ser al mismo tiempo incómodo y vivificante. Al refutar las verdades establecidas que impone una visión oficial y al devolver a la palabra histórica su valor de palabra en proceso, de palabra que necesita ser trabajada continuamente, Leñero logra reabrir un expediente que estaba sepultado y nos obliga a participar en un debate que, aunque centrado en la figura histórica de Morelos, tiene alcances más amplios.
Aunque no es la primera vez que Leñero escoge un tema de nuestra historia pasada o presente como asunto de su indagación literaria, pareciera que con este libro ha logrado calar en una veta particularmente sensible. Tenemos al Morelos de la visión hagiográfica: uno de los héroes más “puros” de las Independencias, aventajado crítico social y precursor de la reforma agraria, descubridor y forjador de nuestra nacionalidad —ahí está el título de su documento: Sentimientos de la Nación— y genio de la guerra por méritos propios, un Napoleón de la guerrilla insurgente cuyas glorias todavía no acaban de cantarse. Es el Morelos de la retórica institucional que amenaza con volver a la brega —algunos signos así lo indican— durante el próximo sexenio. Pero también tenemos, como lo descubrimos en el libro, el Morelos desgarrado en la intimidad de su conciencia católica, derrotado y preso en un momento muy crítico de la insurgencia, cuando el movimiento revolucionario ha entrado en una fase de decadencia y desintegración.
La elección estratégica no podía haber sido mejor. Al situar su texto en un momento de reflujo revolucionario, Leñero no sólo esquiva las conocidas tentaciones del triunfalismo histórico, también puede enfocar con atención adecuada algunos de los aspectos más delicados de un personaje que no era de una sola pieza, y que también tuvo sus momentos de debilidad. Son los momentos de la delación. Acaso porque se sentía personal e históricamente derrotado (o sea; porque pensaba que su causa estaba derrotada), acaso porque intentó ganarse la conmiseración de unos jueces que tenían autoridad sobre su vida y su muerte. Morelos denuncia a sus compañeros de guerra y proporciona a sus captores información muy precisa acerca de su ubicación, sus contingentes y armas de que disponían, aconsejando inclusive acerca de cuáles podían ser los movimientos ofensivos que deberían emprender los realistas para derrotarlos. Se siente, por supuesto, no sólo la flaqueza del personaje, sino el poderío de una máquina judicial que no sólo obtiene el arrepentimiento del inculpado, sino que lo convierte en consejero privilegiado de la contrainsurgencia. ¿Qué mejor que Morelos para indicar cuáles son los puntos débiles de sus compañeros? ¿Quién mejor que él para sugerir cuál ha de ser el plan estratégico que puede derrotarlos? Quizá por esto la parte más impresionante de este Martirio de Morelos, cuando menos la más emotiva, la encontramos al final de la primera parte, cuando El Lector, citando versos de “Tempestad y calma en honor de Morelos” de Pellicer, nos dice: “Gloria a ti porque hablaste tu voz diciendo América/Perdón a tu flaqueza en el martirio”
Pero el gran acierto formal de Leñero es la inclusión de un personaje contemporáneo, una especie de personaje testigo que no es otra cosa que un Lector, elemento incrustado en la historia un poco a la manera brechtiana, para producir un “distanciamiento” que antes que propiciar nuestra identificación con el personaje central, obligue a mantener frío y alerta nuestro sentido crítico. No estamos ahí, a través de ese Lector modelo, para emocionarnos, incluso ni siquiera para juzgar (“Morelos: El libro emplear, seguramente, la palabra delator Lector: No, no la emplea pero yo podría pronunciarla”), sino más bien para que reiniciemos en la instancia de nuestra subjetividad un juicio crítico que los manuales de historia habían vuelto imposible. Porque este Lector de la historia, con el libro en la mano, antes que encarnar una versión siempre discutible —todas las versiones lo son—, lo que nos ofrece es justamente una posibilidad de lectura, la posibilidad de ser también nosotros los lectores, y en ese mismo sentido, los autores de nuestra propia historia. Libros como Martirio de Morelos demuestra que merecemos otra historia, y que podemos tenerla, siempre que nuestro amor a la verdad asuma la mínima osadía de navegar contra la corriente.
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Fuente:
http://www.proceso.com.mx/132675/martirio-de-morelos
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Re: Mexico no es bicentenario
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Re: Mexico no es bicentenario
Qué pensarían los desquiciados indigenistas si supieran que un peninsular (Jaime Nunó era originario de Cataluña) y el hijo de un gaditano fueron los creadores del Himno Nacional que seguramente esos antiespañoles habrán cantado alguna vez en su vida.
;)
Himno Nacional Mexicano (Cantadas sus 10 estrofas originales)
https://www.youtube.com/watch?v=wOJPgu6x1xE
https://www.youtube.com/watch?v=wOJPgu6x1xE
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Re: Mexico no es bicentenario
Mexispano, con todos los respetos por las interesantes aportaciones en el hilo... nos enlazas a unos comentarios del Sr. Zunzunegui que van en la dirección de apoyo al liberalismo, verdadero cáncer que está detrás de los separatismos de ultramar y también de los peninsulares en la época actual.
Por lo demás, un saludo y gracias por el excelente trabajo de recopilación.
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Re: Mexico no es bicentenario
Cita:
Iniciado por
Leolfredo
Mexispano, con todos los respetos por las interesantes aportaciones en el hilo... nos enlazas a unos comentarios del Sr. Zunzunegui que van en la dirección de apoyo al liberalismo, verdadero cáncer que está detrás de los separatismos de ultramar y también de los peninsulares en la época actual.
Por lo demás, un saludo y gracias por el excelente trabajo de recopilación.
Por eso advertí desde un principio que era un anticlerical.
Puse el video más que nada por lo datos históricos que el hombre aporta.
Saludos
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Re: Mexico no es bicentenario
Entendido. Disculpa mi precipitación.
Saludos.
Cita:
Iniciado por
Mexispano
Por eso advertí desde un principio que era un anticlerical.
Puse el video más que nada por lo datos históricos que el hombre aporta.
Saludos
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Re: Mexico no es bicentenario
Hispanofobia en la América española
Es el resultado de las medidas tomadas por los gobiernos independientes americanos que arranca en el proceso de las guerras de independencia en contra de la población española. Los crímenes de las guerras de independencia y las leyes de expulsión se cebaron sobre miles de familias españolas de toda condición, afectando con mayor severidad a los más humildes o a los de mayor arraigo en el país, en un ambiente de creciente de hostilidad contra todo lo español.
En México existen paralelamente sentimientos de hispanofobia y de hispanofilia. En el siglo XIX, los principales promotores de la hispanofobia y anticatolicismo fueron los miembros del Partido Liberal, con conexiones a la masonería del Rito yorkino, establecido en México por Joel Roberts Poinsett y cuyos miembros fueron influenciados fuertemente por Estados Unidos y su discurso de la leyenda negra, entre ellos el ex presidente Benito Juárez. Mientras que los del Partido Conservador eran los principales defensores del legado español en México y favorecían ampliamente la preservación de las instituciones establecidas por España en México, uno de sus máximos defensores fue Lucas Alamán.
Después del triunfo del liberalismo en la Intervención francesa y la Revolución mexicana, la hispanofobia se impondría sobre la hispanofilia en la política mexicana y como consecuencia esto afectaría profundamente en la perspectiva del legado español en México. En la actualidad la educación del país (de corte liberal) se ha enseñado por periodos importantes que marcan la identidad nacional, la época precolombina, la época colonial, la independencia, el nacimiento de la república y la revolución mexicana, donde hace ver muchas veces a los españoles como opresores y enemigos. Desde la carta firmada para la declaración de la independencia de México se expresa la palabra «gachupín», que en este país es sinónimo de 'español advenedizo o refugiado' tanto para el criollismo mexicano como para los pueblos indígenas y mestizos.
Para los gobiernos post-revolucionarios la importancia de las culturas precolombinas que se desarrollaron en el territorio nacional marcó una fuerza de identidad para la negación de todo aquello que proviniera de Europa. Sin embargo, en términos religiosos, el catolicismo pudo penetrar en la religiosidad de los indígenas y mestizos negando la devoción a la Virgen de los Remedios, que era patrona de los españoles (aquella que Hernán Cortés le dio el título de generalísima y patrona de la Nueva España), ensalzando la fe hacia la Virgen de Guadalupe, que era la imagen portada por Miguel Hidalgo y Costilla al iniciar el movimiento independentista.
Los criollos fueron los principales oponentes de la corona española durante la Nueva España y el comienzo del México independiente, pero fueron los criollos también sus máximos defensores, como es el caso de los miembros del Partido conservador, compuesto principalmente por criollos, esta explicación es debido a que este grupo era el más activo en la política del México independiente. los españoles peninsulares fueron expulsados del territorio, desterrados principalmente hacia España, Florida y Cuba. Pablo Yankelevich escribió sobre la hispanofobia que se desarrolló al comenzar la revolución mexicana. Muchos españoles residentes en México que habían llegado durante el porfiriato, fueron expulsados de México, se les confiscaron sus propiedades y otros con menos suerte fueron asesinados.
Diego Rivera fue uno de los muralistas que expresaron muchas veces su hispanofobia y admiración por el indigenismo. Él buscaba la ridiculización y exageración de los rasgos faciales de los españoles, como símbolo de repudio ante tres siglos de colonización y de gobiernos mexicanos presididos por criollos. Pintaba los valores de los pueblos indígenas buscando en ellos la identidad nacional del México Moderno sobre la base de la dignificación del trabajo.
Grupos de evangélicos provenientes de países extranjeros también inducen a sus creyentes mexicanos a tomar actitudes xenófobas hacia los españoles para desvirtuar la imagen del cristianismo católico.
http://i87.photobucket.com/albums/k1...psrkofey9k.jpg
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Fuente:
https://www.facebook.com/74755179864...type=3&theater
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Re: Mexico no es bicentenario
Los criollos que se han dedicado a propagar antihispanismo al cabo serán víctimas, de hecho ya están empezando a serlo, de sus propia propaganda.
Porque a nadie se les escaba que, desde el punto de vista del indígena, los criollos son "esos españoles" que, según se dice, invadieron, saquearon y aniquilaron el país.
A ver cómo se libran del problema que ellos solitos se han creado.
Me consta que, cada vez más, se está dando esta paradoja y que el sistema educativo mexicano está empezando en suavizar el discurso antiespañol pues se están dando cuenta de que seguir con él podría acabar por provocar tensiones raciales.
Ojito...
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Re: Mexico no es bicentenario
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Re: Mexico no es bicentenario
De cómo los insurgentes siguieron usando la figura del rey Fernando VII para justificar su movimiento aún después de la derrota de los primeros cabecillas Hidalgo y Allende.
La villa de Zitácuaro en llamas por órdenes de Calleja
Por Miguel Ángel Fernández Delgado
INEHRM
http://www.mizitacuaro.com/archivo_n...s/enero/44.jpg
Al momento de ser capturado, dentro de la causa que se le formó en febrero de 1818, Ignacio López Rayón debió responder al fiscal el siguiente cuestionamiento: “¿Qué miras llevaba en que la Junta de Zitácuaro se instalase en representación de nuestro conocido monarca siendo así que Su Majestad tenía constituido su legítimo gobierno en la persona del excelentísimo señor virrey de México, y demás tribunales y autoridades que en aquel entonces regían?”. En su respuesta resumió, sin dubitaciones, los motivos que lo habían impulsado a fundar la primera institución del movimiento insurgente: “Seguir el ejemplo de la España, que sin embargo de todas las autoridades constituidas cada provincia erigió su Junta Gubernativa por ausencia del soberano”.
La Suprema Junta Nacional Americana o Junta de Zitácuaro, así llamada por la villa michoacana en la que fue erigida, nació el 19 de agosto de 1811. Sus funciones principales, siguiendo hasta cierto límite la estructura de la Junta Suprema Central Gubernativa creada en 1808 en la Península, sería gobernar, administrar justicia y constituirse como una especie de secretaría de guerra mientras se definía el destino del monarca español. Al mando de ella se eligieron cuatro vocales: López Rayón —que además fungiría como presidente—, José María Liceaga, José Sixto Verduzco y José María Morelos.
Tan convencidos estaban los creadores de la Junta de defender en forma legítima los mejores intereses de la corona, que al regresar del norte del país para proseguir la lucha armada, por órdenes de Hidalgo y Allende —que se dirigían al norte en busca de armas y nuevas tropas, sin saber que marchaban en un viaje sin retorno—, desde Zacatecas, en abril de 1811, Rayón escribió al brigadier Félix María Calleja, que había salido de San Luis Potosí para combatir la rebelión desde el 25 de octubre del año anterior, para decirle: “La religiosa América intenta erigir un Congreso o Junta Nacional bajo cuyos auspicios… permanezcan ilesos los derechos del muy amado señor don Fernando VII”.
¿Por qué le escribió algo así a Calleja, recordado como el temible enemigo de los insurgentes a quienes ya había derrotado en las batallas de Puente de Calderón y Aculco? En su libro de 1828, Campañas del General Félix María Calleja, Carlos María de Bustamante aseguró que el futuro virrey de la Nueva España “estaba convencido de la justicia y necesidad de la independencia”. Además de esto, el propio Miguel Hidalgo había intentado atraerlo a la causa insurgente desde comienzos de octubre de 1810.
¿Quién era en realidad Calleja? No basta recordar que era un militar español comisionado para sofocar la insurgencia. Las circunstancias de su vida y el desprecio con que el virrey Francisco Javier Venegas lo había tratado al estallar la guerra insurgente podrían llevar a creer que simpatizaría con la rebelión, sobre todo en el momento en el que apenas se le concebía como un levantamiento o especie de guerra civil favorable al monarca secuestrado por las tropas francesas invasoras.
Félix María Calleja del Rey nació en Medina del Campo, Valladolid, España, en 1753. Ingresó en el ejército real a los veinte años con la plaza de cadete en el regimiento de Saboya. Participó en el fracasado desembarco en Argel y luego en el sitio de Gibraltar a las órdenes del marqués de Branciforte y del segundo conde de Revillagigedo, futuros virreyes de la Nueva España. Con este último, como parte de su séquito y ya con el grado de capitán, pasó a nuestras tierras en 1789. Durante sus primeros años en ultramar fue capitán jefe de instrucción en el regimiento de Puebla, inspector de las milicias de Nueva Galicia y comandante del cuerpo de dragones de Colotlán, Nayarit. Fue ascendido a teniente coronel en 1792, pero las comisiones que le asignaron le parecieron ajenas a sus aspiraciones: inspector de los puertos de Tampico y Pánuco, comandante de la primera división de milicias de la Nueva España e inspector de las compañías veteranas del Nuevo Santander y de Nuevo León. Después de varias solicitudes, fue nombrado coronel graduado de infantería por real despacho y luego comandante de la décima brigada de milicias, con sede en San Luis Potosí, donde conoció a su futura esposa, Francisca de la Gándara y Cardona, hija de una rica familia de terratenientes, con la que contrajo matrimonio en 1807. En esta etapa conoció también a Miguel Hidalgo, años antes de que éste se diera a conocer como conspirador o líder insurgente. Durante los años críticos de 1808, a Calleja se le designó comandante militar de la capital mexicana y, luego de otras tantas solicitudes de promoción, en abril de 1810, alcanzó el grado de brigadier.
A partir de su llegada a la Nueva España, Calleja sufrió en carne propia el desprecio que se atribuía al servicio en las fuerzas armadas fuera de la Península, pues premios y ascensos tardaban más en llegar en una monarquía que, en el siglo XVIII, se caracterizó, además, por las promociones a militares en cargos antes concedidos a la nobleza. A la llegada del virrey Venegas, el 14 de septiembre de 1810, apenas se le designó comandante “interino” de las tropas que combatirían la rebelión, porque Venegas nombró en su lugar al brigadier José de la Cruz, de sólo 25 años, que ya podía presumir haber combatido a las tropas napoleónicas. No obstante, De la Cruz prefirió no dar nuevos motivos para avivar los celos de Calleja y le ofreció combinar sus fuerzas para recuperar Guadalajara cediéndole el mando.
Pero sus más de veinte años de residencia en la Nueva España, que muy bien conocía por haberla recorrido hasta sus más lejanas fronteras en el norte para asfixiar los continuos ataques de pieles rojas, y una década de vida en San Luis Potosí, donde casó con una joven, adinerada y no menos hermosa criolla, convirtiéndose en terrateniente, no podían tomarse por descontados.
Sin embargo, al momento de recibir la carta de Rayón, Calleja no dudó en calificar su idea de la “más impolítica, bárbara y absurda en sus fines, y la más cruel y destructora en sus medios”. Por otro lado, consideraba increíble que se le invitara a secundarla, degradándolo “hasta el punto de tratar con las reliquias de la facción, cuyos primeros cabecillas ya estaban en nuestras manos”. Lo invitó entonces a rendirse y entregar la ciudad de Zacatecas o atenerse a las consecuencias.
Rayón y sus hombres abandonaron la capital zacatecana ante el avance de Calleja, que ordenó su captura, y continuaron hacia su natal Tlalpujahua, donde el caudillo pensó encontrar más voluntarios y recursos. En el trayecto tuvieron enfrentamientos en los que compartieron victorias y derrotas, hasta que el caudillo optó por establecerse en la villa de Zitácuaro, que fortificó y convirtió primero en un exitoso centro de operaciones militares y luego en sede de la Suprema Junta Nacional Americana.
Sus logros, sumados a las famosas campañas de Morelos y a los triunfos de otros guerrilleros, dieron a la insurgencia ánimos suficientes para emprender tareas de mayor brío. Junto con el grupo de informantes conocido como los Guadalupes, planearon secuestrar al virrey Venegas por la tarde del 3 de agosto de 1811 en el paseo de la Viga. Una vez capturado, lo trasladarían hasta Zitácuaro, donde sería obligado a renunciar a su cargo para permitir que Rayón diera el siguiente paso del proyecto juntista. Era la segunda ocasión en que intentarían realizar algo similar, pues tres meses antes, a finales de abril, un grupo encabezado por Mariana Rodríguez del Toro de Lazarín había fracasado en la misma empresa. El plan de Rayón y los Guadalupes fue arruinado también por un traidor.
La Suprema Junta continuó entonces su proyecto de gobierno insurgente en Zitácuaro. Las autoridades virreinales optaron por persuadir a los rebeldes antes de recurrir a la fuerza. Los primeros días de octubre de 1811, se presentó el cura Antonio Palafox y Hacha, enviado por el obispo de Puebla, Manuel Ignacio González del Campillo. Quería conversar con Rayón para hacerle ver el daño que dos gobiernos dentro del mismo territorio podían ocasionar a la Nueva España. El líder rebelde recibió al delegado, pero no estuvo de acuerdo en desistir de sus planes, como expuso al responder por escrito:
… no se remedia el trastorno y fermento de la nación, si no es adoptado el sistema de gobierno que se pretende establecer. Este se reduce en lo esencial a que el europeo, separándose del gobierno que ha poseído por tantos años, lo resigne en manos de un Congreso o Junta Nacional, que deberá componerse de representantes de las provincias. Que este Congreso, independiente de España, cuide de la defensa del reino, conservación de nuestra religión santa, en todo su ser; observancia de las leyes justas; establecimiento de las convenientes, y tutela de los derechos correspondientes a nuestro reconocido monarca el señor don Fernando VII.
El virrey se exasperó ante semejante respuesta y ordenó cortar de tajo la raíz del mal, pues los rebeldes no sólo desafiaban a las autoridades establecidas, sino que habían perjudicado seriamente el tráfico comercial de la zona. Ordenó entonces apresurar la fundición de cañones y proyectiles costeados por el Colegio de Minería.
Por su parte, el brigadier Calleja, antes de atacar a los insurgentes, dio a conocer un bando, fechado el 28 de septiembre, en Guanajuato, en el que reprobaba del mismo modo el plan presidido por Rayón, aclarando que la Nueva España sólo acataría los mandatos de la Junta creada en la metrópoli española:
este reino no tiene ni reconoce otra Junta que el Supremo Congreso Nacional reunido en Cortes, donde se hallan los diputados de sus provincias, ni otra autoridad que la que dimana[da] del mismo congreso soberano está depositada en el excelentísimo señor virrey de estos reinos don Francisco Javier Venegas.
Por otro lado, ofreció una recompensa de diez mil pesos a quien entregara a cada uno de los vocales “que se decían miembros de la ridícula Junta nacional, que crearon por sí solos a nombre de nuestro adorado monarca el Sr. D. Fernando 7º”.
A la cabeza de su ejército, partió de Guanajuato el 11 de noviembre. Pasó por Acámbaro, Maravatío, San Felipe del Obraje (hoy del Progreso), donde terminó con los reductos insurgentes que le salieron al paso. Finalmente, se detuvo en la hacienda de Manzanillos a las puertas de Zitácuaro.
Los insurgentes se prepararon para hacer frente al ataque, aunque sabían que eran superados ampliamente en número de tropas y armamento. El 2 de enero de 1812, hacia las once de la mañana, los realistas abrieron fuego, el cual fue respondido con los 36 cañones de la resistencia, que apenas duró media hora antes de comenzar a callar. Los vocales de la Junta huyeron hacia Tlalchapa con todo el personal —unos quinientos hombres— que les fue posible. A las dos de la tarde, la villa había regresado al dominio virreinal.
Calleja dictó un bando, tres días más tarde, en el que ordenaba el traslado de la cabecera del partido a Maravatío para imponer a Zitácuaro un castigo similar a la última pena que se aplicaba a los condenados por el tribunal del Santo Oficio:expropiar la propiedad raíz, como se hacía con los bienes de los sujetos a proceso inquisitorial, y luego pasar por fuego a la villa, pena equiparable a reducir a cenizas a los peores enemigos de la religión, pues “no se encuentra vestigio ni señal alguna de amor al gobierno que les ha dispensado tantos bienes: sino por el contrario de odio y fiereza la más brutal, como lo acreditan las cabezas de varios dignos jefes y oficiales de las tropas del rey, que sacrificaron sus vidas en obsequio de la tranquilidad pública, colocadas en las principales entradas de la misma villa”. El objetivo al imponer semejante castigo, según sus palabras, era escarmentar a “los demás que intenten su desleal conducta, en uso de las facultades que me están concedidas por el Exmo. Sr. Virrey”.
En consecuencia, las tierras y demás bienes de propiedad comunitaria o particular de los indios y pueblos de la jurisdicción de Zitácuaro serían adjudicados a la Real hacienda. Los naturales quedarían a su suerte. Las tierras y bienes de españoles y castas que se hubieran sumado a la insurgencia sufrirían idéntico destino. La Real hacienda vendería después dichos bienes a personas “honradas y de conocida fidelidad, con absoluta prohibición de volver a fundar en adelante pueblo alguno en este lugar ni en ningún otro de los que merezcan ser arrasados; permitiéndose únicamente que se formen ranchos o caseríos rurales”.
Se daría oportunidad, por un plazo de ocho días, a insurrectos arrepentidos de presentarse ante las autoridades virreinales para que fueran sometidos a trabajos forzados. Con esto alcanzarían el perdón pero no la restitución de sus bienes y propiedades. También dispuso que quienes tuvieran en su poder armas o bienes robados durante el gobierno de los insurgentes tendrían tres días para entregarlos. De lo contrario, sufrirían la pena capital.
Impuso como gobernador político al conde de Casa-Rul y envió a los eclesiásticos a Valladolid (actual Morelia). Al resto de los habitantes dio un plazo de seis días para abandonar Zitácuaro, no sin antes entregarles una especie de salvoconducto con sus datos de identidad. Quien no lo tuviera o permaneciera en la villa, sería tratado como rebelde y fusilado.
Casi al final del bando, advirtió que toda población que admitiera u ocultara a los vocales de la Junta de Zitácuaro y a sus comisionados, negándose a entregarlos, sería sometida a las mismas penas.
El 12 de enero, el conde de Casa-Rul procedió a pasar por fuego a Zitácuaro y los pueblos de indios circunvecinos. Calleja prosiguió su lucha contra los insurgentes y ahondó sus diferencias con el virrey Venegas, pero en unos meses, con Morelos, encontraría la horma de su zapato.
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Fuente:
http://www.mizitacuaro.com/archivo_n...e-calleja.html
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Re: Mexico no es bicentenario
¡Si esto se "repitio" mas o menos en el resto de Hispanoamerica! Otros nombres y traidores, pero siempre los mismos "judas" (judeomasones y pro-anglos(yankis)-liberales)
¡Malhadado "tiempo" que vivió nuestra america!..
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Re: Mexico no es bicentenario
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Re: Mexico no es bicentenario
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Re: Mexico no es bicentenario
BREVE HISTORIA DE MÉXICO
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http://static.tvazteca.com/imagenes/...io-1416190.jpg
"Se quedó pues, México, a consecuencia de las leyes de Reforma (de Benito Juárez, en 1859), como el único país oficialmente ateo de la tierra. El único en que el nombre de Dios está proscrito y aun provoca la burla de cierto rufianismo seudo científico, seudo ilustrado. La triste condición de nuestra patria, en lo moral y en lo económico, en su política externa e interna, es un buen ejemplo del resultado de semejante moral desquiciadora. En vez de Dios se nos han querido ofrecer a la adoración pública, mitos de segunda, como la patria que no tiene ningún sentido, si no es concebida como persona moral que sobrevive al tiempo y a las circunstancias materiales, ligándose con los valores eternos del espíritu, que, en todo caso, superan a todas las Patrias...
Pero no sólo se amortizó la propiedad eclesiástica. Por una de esas aberraciones propias de todo fanatismo, y queriendo disimular el aspecto de odio religioso, las leyes de Reforma consumaron la destrucción de todas las personas morales; obligaron a la división de todas las propiedades de comunidad. Las comunidades indígenas que, desde los tiempos de la Colonia, disfrutaban de tierras apartadas para su servicio, fueron obligadas a fraccionar. Así como hoy priva la exigencia teórica de la colectivización, los falsos economistas de la Reforma estaban enamorados de la "individualización". Y creyeron consumar un progreso repartiendo entre los vecinos las tierras de la comunidad. El resultado fue que los vecinos empezaron a vender, y traspasar sus fundos. Y arrojadas las tierras de comunidad al mercado, el más listo se hizo de ellas; el latifundista más inmediato las compró a vil precio y los indios vieron empeorada su suerte. Y resultó que no solo los clérigos mexicanos quedaron proletarizados, sino también los indios. La sabia institución española del ejido, que tan buenos frutos dio durante más de tres siglos, quedó deshecha, en beneficio de un latifundismo que, a partir de la Reforma, comenzó a ser predominantemente extranjero. Y no extranjero español, que eso no es extranjero desde el momento en que los hijos del español se hacen mexicanos. Por extranjero deberemos entender siempre a los nacionales de pueblos que no se funden con el nuestro, no abrazan nuestro destino, lo dominan y lo explotan...
Los tesoros de la Iglesia, tesoros artísticos inapreciables, a causa de las confiscaciones impremeditadas, desordenadas y salvajes, han ido a parar a los Museos de Estados Unidos y a las casas de los ricos de Norteamérica. Los tres mejores siglos del arte mexicano han quedado de esta suerte convertidos en ruinas, sin que nada de lo que hoy se hace pueda aspirar al reemplazo de lo destruido."
José Vasconcelos (1882-1959), Breve Historia de México.
ANTONIO MORENO RUIZ
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Re: Mexico no es bicentenario
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Re: Mexico no es bicentenario
#Defensores del Virreinato #Familias Realistas
Don Pedro Francisco Novella Azabal Pérez y Sicardo (Madrid, 21 de enero de 1769 - La Habana, Cuba, 9 de abril de 1822) fue un militar español con un papel destacado en el virreinato de Nueva España al servicio de la corona de España en las guerras de independencia hispanoamericanas luchando contra los revolucionarios que profanaban templos y saqueaban ciudades.
Tras enterarse que el nuevo virrey, Juan O’Donujú había entrado en tratos con el Ejército Insurgente, aceptó dialogar con Agustín de Iturbide y con el propio virrey.
– Entregó al último virrey de la Nueva España, Juan O’Donoju el mando de la guarnición militar de la ciudad de México (10 de septiembre de 1821) junto con el de los fuertes de Veracruz, Perote y Acapulco.
– Desaloja la ciudad de México para permitir la libre entrada del Ejército Trigarante (27 de Septiembre de 1827).
http://i87.photobucket.com/albums/k1...pspr4pau4n.jpg
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Fuente:
https://www.facebook.com/photo.php?f...type=3&theater
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Re: Mexico no es bicentenario
Por una visión equilibrada de nuestra historia.
Interpretaciones sobre la Independencia de México
https://www.youtube.com/watch?v=Y8hedTc2QJM
https://www.youtube.com/watch?v=Y8hedTc2QJM
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Re: Mexico no es bicentenario
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Re: Mexico no es bicentenario
De la misma manera que la división entre los caudillos del primer movimiento insurgente (Hidalgo y Allende principalmente) fue la causa de su perdición; las fricciones entre los rebeldes encabezados por Morelos los llevaron al fracaso.
Un dato adicional aparecido en éste artículo es que Morelos hostiga a un pueblo por haberle negado el apoyo. Lo anterior corrobora que las lealtades de la gente se dividieron, contrario a la versión oficial que habla de un apoyo incondicional “del pueblo” a la insurgencia.
Morelos es Traicionado por el Congreso de Chilpancingo
by Ernesto Ortiz
September 15, 2012
Después del enorme éxito que Morelos tuvo con los Sentimientos de la Nación el 14 de septiembre de 1813 en Chilpancingo, su estrella comenzó a declinar. El Primer Congreso de Anáhuac salió, en medio de la turbación de José María Morelos, hacia Tlacotepec. Lo traicionaron los suyos, también los más allegados: Ignacio López Rayón y Juan Nepomuceno Rossains, el mismo que le dio lectura a los 23 Sentimientos de la Nación. En febrero de 1814 el malhadado Congreso se dio el lujo de despojar a Morelos del cargo del poder ejecutivo, prohibiéndole ejercer el mando militar para cualquier fuerza excepto para el de su escolta personal. Sólo pudo conservar el grado militar decorativo y una curul como diputado de Nuevo León.
Eran los idus de marzo. Morelos, aquel héroe que los unía había dejado de ser la razón de la lucha insurgente. Cada cual marcó su territorio. Hirvieron las pasiones, se confundió la libertad con la inmoralidad y el territorio fue presa de horror y confusión. Eso lo pudo escribir Rossains, pero él lo produjo con su deslealtad como ahora se reproduce a casi 200 años con la traición de la 59 Legislatura del Congreso de Guerrero al imponer a los consejeros electorales, convirtiendo al Instituto Electoral en un bipartidismo PRD y PRI, en el que hay carencia de instituto ciudadanizado.
La fama de Tehuacán y Cerro Colorado, en Puebla, había crecido en 1814-1815. Se le consideraba un sitio seguro, inexpugnable y estratégico por su posición geográfica. Un nuevo visitante apareció a final de 1815: el Congreso de Chilpancingo. Los miembros de los tres poderes del gobierno se reunieron en Puruarán entre el 27 de junio y el 15 de julio de 1815 para nombrar a José Manuel de Herrera, ministro plenipotenciario ante Estados Unidos.
En estas reuniones de Puruarán también se decidió que el Congreso cambiara su residencia de Chilpancingo a Tehuacán. Varias razones motivaron ese cambio: el acoso del ejército del rey en Michoacán y Tierra Caliente, la escasez de alimentos después de cinco años de guerra en esta región, la cercanía que ofrecía Tehuacán de la costa del Golfo y la idea que se tenía de Cerro Colorado como un sitio inexpugnable. Reynaldo Sordo Serdeño (2009), Manuel de Mier y Terán y la insurgencia en Tehuacán, México: Revista Historia Mexicana, núm. 223, El Colegio de México, pp.137-194.
El Congreso de Chilpancingo encomendó a Morelos la dirección de esta empresa, que no resultaba nada fácil. Tenían que cruzar 150 leguas de territorio controlado por el enemigo, el ejército realista. Antes de salir, el Congreso nombró una Junta Subalterna con plenos poderes para que se quedara en la provincia de Valladolid.
Los tres poderes salieron de Uruapan el 29 de septiembre de 1814. En Huetamo se le unieron Nicolás Bravo, Páez y otros grupos de insurgentes que andaban por las orillas del Río Mezcala. Morelos envío oficios a Sesma, Vicente Guerrero y Manuel Mier y Terán para que lo apoyaran en el paso del Mezcala. Morelos fue apresado en Temalaca (hoy Tezmalaca), el 5 de noviembre de 1815, protegiendo la huida del Congreso. Once días después, los miembros del gobierno y del Congreso llegaron a la ciudad de Tehuacán.
Morelos llegó a Atenango del Río, la ira del caudillo crece por la actitud hostil de los nativos, han ocultado las balsas que se usan para vadear el río, además la actitud de los indígenas, tan agresiva. Morelos en un acceso de cólera, da la orden de incendiar algunas casas para castigar a la población de Atenango del Río.
Los realistas llegan a Atenango, los nativos desahogan su rencor por el incendio y le dicen a los realistas que Morelos se encuentra en Tezmalaca. Como escribe el literato Pedro Ángel Palou, Morelos libra su última batalla. Él, Nicolás Bravo y el brigadier José María Lobato.
En la última Batalla de Temalaca, Morelos divide su línea de batalla en tres cuerpos. El de la izquierda a las órdenes de Nicolás Bravo; el de la derecha al mando del brigadier Lobato, y él mismo se coloca en el centro con los dos pequeños cañones. Superado en armamento y en número de soldados, Morelos es derrotado, en medio de aquella terrible confusión, Morelos le dice a Nicolás Bravo que siga escoltando al Congreso y que si él perece poco importa.
El 5 de noviembre de 1815, los perseguidores capturan a Morelos al mando del capitán Matías Carrasco, ex insurgente traidor, Morelos le dice: “Señor Matías Carrasco, parece que nos conocemos, ¿no es verdad?
El Congreso de Anáhuac fue disuelto por el coronel insurgente Manuel Mier y Terán el 15 de diciembre de 1815, aduciendo que las tropas realistas eran más numerosas que las suyas. Esta decisión fue una carga pesada toda su vida para este coronel insurgente ilustrado.
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Fuente:
Morelos es Traicionado por el Congreso de Chilpancingo - Colloqui
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Re: Mexico no es bicentenario
Comunicado de la delegación de la CT en Nueva España
A todos los mexicanos, españoles:
Como ya anunciaba S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón en su Mensaje del día de la Epifanía de este año, a partir del día de hoy, 16 de septiembre, las miradas de todo el mundo se concentrarán en el continente americano, en donde se inicia una serie de conmemoraciones conjuntas por los bicentenarios de lo que suele interpretarse como independencia respecto de España.
Con tristeza comenzaremos a ver que veintidós naciones hispanoamericanas festejarán una imaginaria lucha por los ideales de justicia, de libertad y democracia. No dejarán de sonar los nombres de Hidalgo, Morelos, Bolívar, San Martín, O'Higgins, de Sucre y muchos otros; y con poca sinceridad nos dirán sus gobiernos que buscarán hoy día lograr el sueño de esos mismos "libertadores" que, dicen, dieron su vida por ver un continente americano unido; y cualquiera en todas las calles del continente, podrá ver las banderas de franjas, a la manera de representaciones de tristes nacionalismos particularistas o de patriotismos constitucionales, ambos puramente disolventes.
La Delegación de la Comunión Tradicionalista de la Nueva España no podía permanecer callada y es su deseo manifestar su postura a este respecto.
Todos aquellos que tengan memoria recordarán que la revolución de independencia en México nunca fue un movimiento popular. Al contrario, el pueblo mexicano nunca dejó de vitorear al Rey Don Fernando, y durante las guerrillas revolucionarias el pueblo, indios, negros y mestizos se unieron con las tropas del Rey en el llamado Cuerpo de Indios Voluntarios de S.M.C. Fernando VII, o también en el llamado Cuerpo Patriótico Nacional de Soldados Voluntarios de Fernando VII formado por habitantes comunes, quienes ofrecieron al Rey sus personas, asegurando estar prontos a sostenerlo y derramar la última gota de sangre en su defensa.
Y es que tampoco el apaciguamiento hecho por don Agustín de Iturbide tenía como finalidad separarse de la vieja España, sino muy por el contrario, deseaba devolver al Rey legítimo sus posesiones: ese era el plan de Iguala.
No callaremos que el representante del Rey, don Juan de O'Donojú firmó la independencia de México contra la voluntad del Rey, y que ulteriormente fue la Regente usurpadora quien suscribió, contra la voluntad de su difunto marido, la verdadera consumación de la independencia; y fue esta misma María Cristina quien firmó un acuerdo secreto, hoy día público y que se encuentra vigente, en el que el gobierno de la república mexicana acepta, contra la aceptación de independencia, el deber de reprimir a todos los carlistas que estuvieren en suelo patrio, y a los que intentaran ingresar en México.
Hoy vivimos un México de contradicciones, donde las leyes regulan lo antinatural y donde el gobierno de la república ha demostrado su evidente falta de capacidad para armonizar a un pueblo que es profundamente católico, dejando, al igual que cuando convocaron a la revolución de independencia, que los mexicanos nos matemos entre nosotros; que hiere a nuestras familias con aprobaciones del aborto o del matrimonio entre homosexuales, o por las leyes que promueven la deseducación de nuestros niños; un país donde el laicismo corrompe hasta al más fuerte y donde ser aconfesional y liberal, entonces moderno, es moda del tiempo.
Vivimos en un México de contradicciones, pues aún existe ese pueblo que en Romería por la Virgen de Zapopan convoca a más de tres millones de mexicanos en un solo día; un pueblo donde se vive la Misa Tradicional en antiguas capillas; un pueblo donde hasta el más infame le tiene respeto y ama como Madre a la Guadalupana. Hoy vivimos un México de nuevos mártires, el de todos aquellos que resisten a la Revolución y que con heroicidad siguen formando familias y forjando en ellas el futuro de nuestra nación.
Por ello, desde México queremos manifestarnos todos aquellos que vivimos opuestos al tiempo a la usurpación y a la revolución, los que vivimos custodios de la legitimidad y de la tradición, los que defendemos la tesis del orden político católico.
Hoy más que nunca nos atrevemos a alzar la voz y junto con nuestro Abanderado y como él nos atrevemos a soñar, pues como él afirma: "Uno tiene derecho a soñar, el sueño es necesario para la libertad mental de las personas. Tengo mucha esperanza que España vuelva a lo que fue, que sepa acordarse de sus raíces, sus convicciones y dé su ejemplo y referencia internacional e imperial. Eso quisiera".
Hoy seguiremos soñando en ese México que vio Don Carlos VII, el primer Rey que visitó la Nueva España, puesto que queremos sentirnos orgullosos de lo que le llevó a afirmar que "Si no fuese español [peninsular] quisiera ser mejicano".
Si este bicentenario nos tiene que hacer recordar algo, es que nuestras comunes naciones sí tienen vocación de unidad, pero no en una masa amorfa y carente de destino trascendente, sino en una unidad católica, como lo que antes fueron nuestras Españas, y con una cabeza común.
Dios, Patria, Fueros y Rey legítimo
La Comunión Tradicionalista en la Nueva España
Miguel Navarro Castellanos, Delegado
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Fuente:
Tetralema - Bitácora Lealtad: Comunicado de la delegación de la CT en Nueva España
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Re: Mexico no es bicentenario
Alianza Realista Hispana.
https://monarquiamexicana.files.word...pg?w=776&h=814
Bandera de la Nueva España. Cruz de San Andrés y el escudo de la Ciudad de México,
No es ningún escándalo que al decretarse el Plan de Iguala (o Plan de las Tres Garantías), primera declaración de independencia del nuevo Estado Mexicano, el punto central del plan era la total emancipación de la “América Septentrional” del Estado Español. Aquel grupo de militares realistas, nobles criollos y demás hombres de importancia de nuestro territorio, declaraban la total independencia de España con el objetivo de formar un nuevo Estado. La conformación de ese nuevo Estado y su jefatura, sí podría resultar escandaloso para los mal informados y adoctrinados por la educación propagandística de los regímenes posteriores. Y es que poco tiene que ver la mítica figura del Padre Hidalgo con la verdadera independencia de México.
https://monarquiamexicana.files.word...pg?w=418&h=600
Plan de Iguala.
Aunque pocos contemplen con amabilidad lo que estoy por decir, la revolución insurgente del Padre Hidalgo fracasó, y no fue hasta diez años después que la emancipación se llevó acabo de manera totalmente pacífica y sin ninguna relación con la anterior. No fueron diez años de guerra e insurgencia, sino diez años de relativa paz, los que precedieron a la verdadera independencia de México. Los motivos de dicha independencia, tampoco fueron la liberación de los esclavos (que existieron durante otros treinta y cinco años), ni la rebelión de los criollos por no poder alcanzar altos cargos (aunque algunos llegaron a virreyes), ni tampoco la introducción de las ideas de la Ilustración y de la Revolución Francesa por parte de los jesuitas (expulsados desde 1767), así como tampoco lo fue la infiltración masónica del rito de York ni de los francmasones, apoyados por Riego y Poinsett. Así es, al contrario de todas las mentiras construidas décadas después como propaganda justificatoria de gobiernos contrarios a los verdaderos propósitos de la independencia, la total emancipación de España se llevó acabo por motivos totalmente distintos a los que la SEP, el Colegio de México, y la historiografía comercial nos suelen presentar.La independencia de México fue organizada por una élite conservadora de criollos y peninsulares oponiéndose al golpe de estado de Rafel de Riego en Sevilla, que obligaba a S.M.C. el Rey Don Fernando VII (a quien Hidalgo tanto vitoreaba) a firmar la Constitución Liberal que éste y otros masones habían construido, en contra de su voluntad. La élite novohispana, poco adepta a estas ideas masónicas y liberales, se rebeló de inmediato, jamás habrían de aceptar ser gobernados por una logia ni acatar las ideas anti-católicas y anti-tradicionales de Riego y sus secuaces. Es por ello que ya en 1820, en cuanto la noticia del golpe de estado llegó a la capital de la Nueva España, un grupo de hombres poderosos y de ideas absolutistas (terminantemente contrarios a las ideas liberales de Riego), todos ellos pertenecientes a las altas esferas de la sociedad, de la Iglesia y del ejército español, se reunieron en la Iglesia de San Felipe Neri, en un cónclave secreto llamado la Conspiración de la Profesa, para actuar en contra de la imposición masónica cuyo poder pronto habría de hacerse efectivo en la América Hispana. En esa conspiración, pronto decidieron que aunque poco había que hacer ya en la Península, que el Reino de la Nueva España se habría de independizar en un nuevo Estado, cuya cabeza sería el monarca de las Españas, Su Majestad Católica Don Fernando VII, para que así, unidos por una misma cabeza, las leyes liberales de Riego no tuvieran efecto en los territorios ultramarinos del Imperio.
https://monarquiamexicana.files.word...pg?w=450&h=600
Tratados de Córdoba.
La conspiración fue pronto descubierta, pero no por ello sus conclusiones tardaron en llevarse acabo. El 24 de febrero de 1821, el Comandante en Jefe de los Ejércitos del Sur, Don Agustín de Iturbide y Aramburu, anunciaba el Plan de Iguala a los novohispanos, en el que invitaba a la independencia de la América Septentrional, llamado entonces Imperio Mexicano, configurándose como una monarquía hereditaria encabezada por S.M.C. el Rey Don Fernando VII. En los Tratados de Córdoba, del 24 de agosto de 1821, se contemplaba que en el defecto de que el nuevo emperador no pudiera hacer efectiva la toma de sus posesiones, se solicitaba que enviara a uno de sus hermanos, el infante Don Carlos María Isidro o el infante Don Francisco de Paula, o bien a su primo el Archiduque Don Carlos de Austria-Teschen, a reinar en el nuevo Estado independiente. Todo esto fue ratificado en el Acta de Independencia del Imperio Mexicano, del 28 de septiembre de 1821, documento máximo y definitivo de la Independencia de México, en el cual quedaba clara la intención de conformar una monarquía, cuya cabeza sería el mismo rey de antes, pero cuyos nexos con la Madre Patria, no serían ya los de un subordinado, obligado a acatar sus errores, sino los de un hermano emancipado, más parecido al estado de la Nueva España con Carlos I (Carlos I de España y V de Alemania), o el de una mancomunidad de naciones, similar a la Commonwealth británica, con una misma jefatura de Estado.
https://monarquiamexicana.files.word...pg?w=442&h=300
Acta de Independencia del Imperio Mexicano.
Tras el fracaso de doblegar a los liberales peninsulares para aceptar el nuevo orden de los reinos de la Corona Española, reinó la confusión entre los antiguos novohispanos, ahora mexicanos. Por presiones populares, se llegó a la deficiente solución de coronar a Agustín de Iturbide como monarca del nuevo Imperio Mexicano, y los lazos con España, y con el resto de la América Hispana, quedaron rotos involuntariamente y sin remedio alguno. Es entonces cuando podemos hablar de la influencia de la Revolución Francesa, de los masones, de los estadounidenses y de Poinsett. La monarquía claramente no les gustaba, y menos una monarquía católica, que defendía el orden, la religión, y la tradición de trescientos años de historia novohispana. Las ideas republicanas se infiltraron rápidamente a través de la masonería, e Iturbide, hábil militar, pero monarca deficiente, fue rápidamente destronado. Los Tratados de Córdoba, el Plan de Iguala, el Acta de Independencia del Imperio Mexicano y todos los demás esfuerzos fueron desestimados, y al final, los novohispanos que se levantaron para evitar la infiltración de las ideas liberales se tuvieron que doblegar ante la inevitable llegada de éstas, pero no a través de la burocracia imperial, sino a través de la masonería infiltrada. Esta masonería, se encargó muy bien de adoctrinar a los mexicanos en sus nuevas ideas, ocultándoles la historia verdadera y las rectas intenciones de sus verdaderos emancipadores, levantaron en glorias a figuras secundarias que poco amenazaban sus propósitos, y poco a poco intentaron destruir a sus opositores en todos los frentes, servidos de la Leyenda Negra y de la propaganda antiespañola que aún reina en nuestros días.La historia de la masonería en México durante los siglos XIX y XX es harina de otro costal, y corto me queda este ensayo para ilustrar la influencia, la destrucción y la nueva construcción que éstos hicieron durante sus siglos de poder efectivo. No me queda más que añadir que tras casi doscientos años de asiento en el poder, los masones no lograron doblegar el alma de México, ni las Guerras de Reforma, ni los dos regicidios (de Iturbide y Maximiliano), ni los fatídicos intentos por eliminar totalmente la religión católica tras la Guerra Civil de 1911 (pues la Revolución de 1910 nada tiene que ver con lo que vino después), lograron eliminar completamente los restos de aquella alma novohispana de Sor Juana Inés de la Cruz, de Palafox y Mendoza, Ruiz de Alarcón, Luis de Velasco, Fray Bartolomé de las Casas, del Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba.
https://monarquiamexicana.files.word...pg?w=600&h=450
Mural de la Conquista por Diego Rivera, alimentando la Leyenda Negra comisionado por el gobierno masón del PRI.
En nuestros días, aún se escuchan resonantes los gritos de “¡Viva Cristo Rey!” y decenas de millones de personas peregrinan anualmente a la Basílica de Guadalupe, de Zapopan, de San Juan de los Lagos, el Santo Niño de Atocha y otros tantos. Políticamente, aunque pocos mexicanos vean ya viable la conformación de una mancomunidad de estados hispanos, unidos bajo la tutela de una misma corona, las voces empiezan a proliferar en las plumas de agudos intelectuales y las redes sociales. Porque el indigenismo no nos ha unido sino dividido, al final, ¿qué une a Hispanoamérica? Si no es el idioma español, la religión católica, la cultura hispana, y una historia común, que no comienza con la conquista de Cortés, sino con los orígenes de la monarquía visigoda y con el mecenazgo de los Reyes Católicos a Cristóbal Colón, entonces, ni la Pachamama, ni Quetzalcóatl lograrán la identificación de nuestros pueblos. No nos engañemos, tenemos una esencia e identidad común con matices diferentes, la conformación de los nuevos estados-nación (digo nuevos pues ninguno llega aún a los 200 años, aunque nuestros políticos se quieran adelantar a la verdad) no hace más que dividirnos, y aunque nunca podamos eliminar nuestras fronteras, sí podemos enfatizar los hilos que nos unen, que son los mismos que nos unían antes que los masones quebraran nuestros lazos. Porque algunos anhelamos el día en que dé igual nacer en Cuzco o en Montevideo, en Managua o en Cádiz, en Santander o en Veracruz, todos somos hispanoamericanos, hablamos el mismo idioma, rezamos al mismo Dios, tenemos la riqueza de nuestra historia real, y unidos podríamos ser la potencia que los masones han desarticulado siguiendo la divisa napoleónica de “divide y vencerás”. Si nos unimos somos más fuertes, seamos constructores de nuestro destino y no víctimas de nuestro presente.
https://monarquiamexicana.files.word...pg?w=600&h=468
Estandarte de la Monarquía Católica Hispánica.
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Fuente:
https://monarquiamexicana.wordpress.com/2013/11/14/37/
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Re: Mexico no es bicentenario
El Virreinato de Méjico (parte 1 de 3)
Conferencia de Don Enrique de Aguilera y Gamboa (XVII Marqués de Cerralbo)
Señores:
No sé como empezar, y hasta dudo que acierte a leer estas pobres cuartillas, porque balbuciente mi palabra por el temor, suspendido el ánimo por la certidumbre en mi poco valer y hasta empañados los ojos por considerarme en esta ilustre tribuna contemplando delante de mí a tantos, a todos vosotros, o es una temeridad, y hasta empañados los ojos por considerarme en esta ilustre tribuna contemplando delante de mi a tantos, a todos vosotros, que atesorando la ciencia y viviendo en la fructuosa y perpetua vigilia del estudio, me deslumbráis y ando embelesado, pero atónito, como el ciego que abriera los velados párpados para mirar el cielo, esplendente de luces y colores, en esas noches de imponente grandeza que la luna esclarece y que engalanan y embelesan las estrellas.
Hablar delante de vosotros, o es una temeridad, o es una arrogancia, porque me consta que nada se me ha de ocurrir de que ya no estéis avisados; ni hechos, ni citas, ni lugares, ni nombres me será dable apuntar que no os sean familiares y vivan, por la admiración, en vuestra memoria, y por el cariño, en vuestros corazones.
Nada vengo, pues, a enseñaros; no será para mi esta laureada tribuna, cátedra magistral en donde levante la voz para que vayan sus períodos dejando miras y jalones que tracen una nueva vía de conocimientos y de estudios; y si quedan lejos de mi todas las pretensiones, no podéis argüirme de temerario ni de arrogante, pues he empezado por disculparme de este paso y por reconocerme insuficiente; no quede otra cosa, y no veáis en mí sino a un entusiasta español que en este año del Centenario imponderable de Colón acude con patriotismo delirante a todo punto, a todo lugar en dónde izada, como aquí, la invicta y heroica bandera de España, se la proclame y se le reconozca como el mágico e inspirado dosel a cuya sombra descansan tantos héroes que en sus armaduras de bruñido acero parecen reverberar el sol espléndido de nuestra historia, que se enciende y derrama sobre los sacrosantos brazos de la Cruz.
Y como el sol aun brilla, porque arde en nuestros corazones y se alumbra en vuestras inteligencias, y se agita en nuestros brazos, no vengo a salmodiar aquí una elegía que angustie el alma y abata el esfuerzo, no; no vengo aquí a cantar un poema que sea un consuelo o una lamentación como la del griego entristecido, que con los ojos puestos en los vacíos y robados frontones del Parthenón, o llorando en Constantinopla al pie del conquistado y misterioso bronce de Marathón y de Platea, busco en vano su patria; pregunta sollozando, y sin respuesta, por sus héroes, sus glorias y sus banderas se conforma con releer aquellos fastos sin rutilante belleza, que en tumulto arrebatador la Grecia corrió a escuchar, de primogénita lira, las leyendas que le cantaba Homero al pie del histórico plátano de Smyrna.
No, no es una elegía, no es un poema: es un himno el que pretendo cantar aquí esta noche, porque sé, porque adivino en vuestros semblantes que venís a oírme repetiros grandezas y glorias pasadas con la fe, el entusiasmo y el arrojo de los que tienen ánimo y voluntad para proseguirlas.
¡Oh! hermosísima ocasión la presente; paréntesis consolador en la agitada vida de los que nos ocupamos en la política: aquí no hay hombres de partido, aquí no hay propaganda, ni luchas, ni recelos, ni enemigos; aquí no hay más que españoles; y si algún extranjero nos contempla y nos escucha, también para él lleguen nuestras manos de amigos; y no les ofrezco nuestros brazos, porque los tenemos embargados en estrecharnos íntimamente nosotros, y en torno del venerado y amadísimo estandarte de la Patria.
¿Quién como España? ¿Qué fueron de los Imperios de Alejandro de César, de Aníbal, de Mahomet y de Napoleón? Tempestades pasajeras y asoladoras que, cargando sus nubes en los mares de la ambición, del odio y de la muerte, lanzaron sobre la espantada tierra torrentes de sangre y de lágrimas que borraron por un momento las fronteras; pero como estas devastadoras inundaciones pretendían con su vapor nublar el cielo, y no presentaban en sus códigos otra ley que la espada, pronto se despertaron los nacionales caracteres en su contra; surgió de nuevo el rayo de la justicia, y enterrados los usurpadores entre el fango de su tiranía y su egoísmo, resplandecieron nuevas auroras que dejaron destacarse sobre las fortalezas las peculiares e independientes enseñas de cada nacionalidad.
España, por el contrario, supo conservar su posesión en América por tres siglos, y en su lugar oportuno apuntaré las causas que la interrumpieron, todas extrañas a sacudir un yugo de tiranía que demostraré no existió jamás como política o administración permanentes. Como el descubrimiento y posesión del Nuevo Mundo fue la más gigante y portentosa idea que en el hombre ha tomado origen, inspiración y vuelo, la fue preciso un molde colosal, un corazón más inmenso que los Andes, más solemne y majestuoso que sus Océanos, más ardiente que sus volcanes y más puro que su cielo: errando Colón por el viejo mundo llegó hasta los Tronos, explicó en las Universidades, mendigó en las antecámaras de los poderosos, y aquel marino que sabía trazar rumbos ignorados, andaba perdido y errante no hallando el del ser privilegiado que le correspondiese hasta que a su natural asilo y refugio, y llamando a la puerta de un pobre convento cayó en manos de un fraile, que llevándole por la mano entre sinuosidades y asperezas, le condujo ante una mujer que, desceñida una corona, oraba al pie de una cruz: aquella no era sólo una reina, no era un sólo ángel, no era sólo una maravilla, aquella era Isabel I, aquella era España, aquel era el corazón inmenso en donde Dios había albergado todo un mundo.
Éste nació, pues, del amor divino y del amor patriótico: sus primeros sentimientos eran una caridad, su primera palabra una oración; sus primeros pasos un heroísmo, su único objeto la redención y felicidad universales.
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El ángel de Castilla mandó a América a gigantes españoles con cruces para convertir y con espadas para defenderse: así brillaron desde Veracruz a Tacuba y Otumba; y si aparecieron como conquistadores en Méjico, fue preciso que tuviera por pedestal la conquista las hacinas de cadáveres españoles con que cegó sus espantables lagunas el duro Cuauhtemoctzin.
La conquista no es un derecho, la conquista no puede ser razón del fuerte, ni disculpa del ambicioso: un pueblo no debe ser dominado por la fuerza del extranjero que le arrebate arbitrariamente su independencia y su libertad; pero la conquista no es sólo un derecho, es un deber, cuando se trata y se logra arrancar a un pueblo de la barbarie y se lucha por la humanidad en contra del salvajismo.
Pensemos en la situación horrorosa a que habían traído los antropófagos aztecas al Imperio vastísimo de Moctezuma II, y véase su la conquista se impuso y si debieron inmensa, constante y pública gratitud a los españoles, los siervos y descendientes de aquel a quien llamaban señor sañudo y respetable.
El respeto a las nacionalidades no existía, y se hacían la guerra entre ellos, no sólo por extender su territorio y aprovisionar sus tesoros, sino que cada año, debiendo celebrarse las fiestas del dios de la guerra el feroz Huitzilopochtli, les era indispensable proveerse de prisioneros y cautivos en campañas que llamaron guerra florida, para sacrificarlos sobre el techcatl de serpentina en el teocalli de cuatro portadas: en la consagración que Almizotl hizo de este templo en 1487, fueron sacrificadas 72,344 víctimas arrebatadas a sus hogares y a sus familias con el sólo objeto de esta bárbara fiesta, y si por exageradas se tienen tales cifras, no podrá reducirse a menos de 20,000 las que anualmente sacrificaban en Méjico, según afirma su primer Arzobispo el docto y veraz Zumárraga.
Pero no era sólo que se las inmolase; era lo más de ofender y lo ni menos de sentir la feroz manera de realizar tan espantosas hecatombes.
Hasta la segunda gradería del templo, a la vista de la exaltada multitud, llevaban los sacerdotes a cuestas los cautivos, y lanzándolos sobre el techcatl, que era una piedra convexa para que la víctima, acostada sobre ella, sacase forzadamente el pecho, de un tajo se lo hendían en toda su anchura, con el dentado cuchillo de obsidiana; y metiendo las adiestradas manos en el bullente seno, arrancaban el corazón, frotando con él y con la sangre la horrible cara del ídolo para arroja de un puntapié el cuerpo que, cayendo de escalón en escalón rodaba hasta dar con la alborozada muchedumbre, donde lo hacían pedazos que con preferencia comían, como el corazón lo mascaban el topiltzin y los chachalmeca o sacerdotes.
Este espantoso cuadro de bárbara saturnal tenía sus fastos salvajes escritos con blanqueadas calaveras, porque frente al altar alzábase la aterrorizadora estacada de las setenta vigas o tzompantli, en donde en un erizo de varas había tantos cráneos hincados, que Andrés de Tapia asegura haber contado más de 136,000.
Fatigados los sacerdotes de arrancar corazones, o por dar variedad al espectáculo, unas veces degollaban a sus víctimas, recogiendo los torrentes de sangre en el cuauhxicalli para embadurnar sus altares y dioses, o las exponían al público, atadas a un madero, para que todos les arrojasen flechas: y cuando el cuerpo quedaba informe, por destrozado, o desaparecía entre un espantoso manto de sangre y de saetas, les arrancaban el corazón por deshecho que estuviese para no faltar al homenaje y ceremonia obligados.
Otras veces buscaban con predilección el mozo y la joven más hermosos del país, y durante todo un año los sostenían con lujo regio para en la fiesta anual sacrificarlos como el tributo más simpático a sus dioses.
Fuera abusar de vuestra amabilidad extenderme en la horrible descripción de tan salvajes usos y fiestas, presentando los cuadros de desolación en que los cautivos se despedían de sus padres y de sus esposas para antecederles en el suplicio a que arrastrados iban por aquellos sacerdotes de largas y erizadas melenas, todos pintados de negro, con amplias túnicas que también de negras convertía en rojas la sangre; y visto al pie de las torres, de las calaveras y al vacilante fulgor de los calderos en que ardía el fuego sagrado que sólo renovaban cada siglo.
Si la mujer era esclava, si todas las viudas y la servidumbre habían de sacrificarse cuando el esposo o el señor moría: si con los tributos enormes arrastraban tal miseria los pueblos, que debiendo pagar cada uno lo que produjese, eran muchos los que no lograban poseer otra cosa que esos insectos de la hediondez y la miseria que en múltiples casos encontró Ojeda en el palacio de los tributos que en Méjico guardaba Moctezuma: y de tan desconsolador panorama social, eran contraste injusto las grandezas y los tesoros del Emperador, que sosteniendo muchos palacios, y miles de animales en ellos, dedicaba a su guardia y servicio más de 3,000 hombres.
La esclavitud existía por edicto y costumbre, y por ley de la voluntad arbitraria del tirano.
Y para más extrañeza y más irritante desigualdad y bárbaro despotismo, nadie podía mirar al Emperador, ni dirigirle la palabra, sino con las humillaciones más denigrantes, como si los reyes pudieran ni debieran ser otra cosa que padres de su pueblo, ni como si los hombres hubieran de ser esclavos y ni aun vasallos siquiera, cuando su dignidad y la justicia no pueden dejarles rebajarse a esas condiciones, y sólo sí reconocerse en la de súbditos; ni como si las sociedades pudieran vivir sujetas a la voluntad de un rey, variando las leyes a su capricho, cuando este y sobre la decisión real están y han de seguirse las leyes fundamentales.
Me he detenido en este punto con deliberado propósito, porque es de oportunidad y razón dejar asentados los fundamentos justísimos en que se apoya la conquista de Méjico, de cuya administración y gobierno tengo por deber de ocuparme, en virtud de la invitación bondadosa con que tanto me honran el sabio y dignísimo Presidente de la sección histórica que me ha encomendado éste, como mío pobre trabajo, y la de vosotros que me demostráis, con la atención, que iguala vuestra amabilidad a vuestra ciencia, con ser hoy tan probada la una y siempre tan reconocida la otra.
Demostrada la bárbara e inhumana constitución del Imperio mejicano con Moctezuma II, no estaría de más citar que sólo apoyado en la razón del más fuerte y del ambicioso, y en el derecho de conquista, se fueron sucediendo en el territorio los hijos de aquella fecundísima raza Náhuatl; y así pasaron y triunfaron y cayeron los Mayas de Votan al empuje asolador de los bárbaros más ilustres que ocuparon el Imperio de Anáhuac, los amarillos y hermosos toltecas de Cuculcan, para extinguirse a su vez, con su quemado rey Topiltzin, a los golpes rudísimos de las hachas de istli con que se despeñaron del Norte, como un volcán de piedra, los desnudos y bebedores de sangre horribles chichimecas conducidos por Xolotl: y cuando, después de tres siglos, les presentaron batalla en la entonces miserable Tenochtitlan las nuevas hordas aztecas que, bajando del inexistente Aztlan, cayeron en derrota, y para siempre, en el personal combate de Maxtla con Moctezuma I, quedó constituido el Imperio de los aztecatl, para ser derrocado a su turno por Hernán Cortés en la campaña homérica de la Nueva España.
Ni a este punto diera tal extensión, ni insistiría en la destrucción y gradual marcha de los diferentes pueblos sobre el Imperio de Méjico, siempre aniquilando al vencido con única excepción de los españoles, si no hubiese sido calificada como injusta nuestra conquista por escritores ilustres que se olvidaron, al apreciar los heroicos hechos de 1519 a 1522, de los que habían escrito, elogiando las campañas de Quinatzinnahoa contra el chichimeca Tenancacaltzin, llamándolas civilizadoras y justas por oponerse rudamente el estado salvaje de este pueblo a aceptar la relativa civilización del aztecatl.
No cumple a mi deber tratar de las asombradoras y legendarias conquistas de héroe incomparable que nos detalló Bernal Díaz, y cuyo espléndido retrato, ajustadísimo al hermoso natural, nos ofrece con orla de oro más cincelado que el de Palenque, y con más ricos y mágicos colores que los pintados penachos de Nezahualcoyotil, la pluma inspirada y patriótica del clásico Solís.
Otro General ilustre que honra por igual nuestro brillante ejército y nuestras doctas Academias, ha arrebatado no ha muchas noches vuestra atención y ha movido vuestros aplausos, vertiendo desde esta docta tribuna arranques de inspiración, sabios estudios, nuevas investigaciones y concienzudos comentarios, con los que el ilustradísimo general Arteche nos hizo entender y admirar la grandiosa figura de Hernán Cortés, el digno compañero en la gloria americana de Colón; dos gigantes en cuyos hombros parece que se sustenta todo un mundo: genios y caracteres que sin duda se guardan y simbolizan en las hermanas columnas que desde entonces ha grabado España en su regio escudo.
Hechos y batallas olímpicas las de Cortés, que ni tuvieron y ni es posible alcancen igual en ninguna historia.
Sólo a los españoles les fue dado acometer la incomprensible empresa de conquistar y combatir a un imperio de 16 millones de habitantes con 508 soldados, 60 caballos, un centenar de arcabuces, una docena de cañones y otra incompleta de bajeles.
Con menos resistencias, España sólo cedió limitados trozos de su suelo a las miriadas de bárbaros invasores que del Báltico trajo Gunderico, Hermanoxico del Rhin, del Cáucaso Atace y Respendial de la Panonia; y fueron necesarios a Taric 25,000 árabes en Guadalete, y para sostenerse, los 18,000 caballos bereberes de Muza; como al emir Abdelmelic los 70,000 sirios de Samail y de Baleg.
Estas conquistas, realizadas por muchos millares de guerreros, se hacen y se comprenden; pero lo realizado en América por los españoles, sólo se explica por el inspirado esfuerzo de nuestra ibérica raza, asistida por Dios, que acompañando a las espadas de Cortés y de Pizarro, permitió que izasen las cruces de Tlascala y de Cumaná, en prosecución de las petreas de Palenque y de las cerámicas de Perú, y que las misiones de Las Casas, Olmedo, Testesa, Castro y Villalpando, continuasen las misteriosas de Pay Zumé o Santo Tomás.
Y para demostrar lo extraordinario y único de nuestra española empresa, parece que DIos consintió llegase en aquel momento a su mayor grandeza y poderío el Imperio Mexicano, que extendiéndose y dominando reinos y repúblicas, hasta entonces independientes, se contempló el más grande y poderoso que allí jamás ha existido: y como si concitándose en nuestra oposición y enemiga todas las energías de la naturaleza para endurecer con la prueba y el sufrimiento a sus indígenas, los mares se revolvieron; rodó con furia inusitada el huracán; las nubes se desgajaron; las nieves nivelaron los terrenos; crujió en sus entrañas la tierra; los volcanes incendiaron la atmósfera, las ciudades y los bosques; las epidemias azotaron los cuerpos; la miseria los endurecía y hasta el sol cubrió sus esplendores escondiéndose tras las argentinas espaldas de la luna.
Así fueron las espantosa erupción del gigante Popocatepetl; así los diluvios que inundaron la ciudad de Méjico en 1449; así las pertinaces nevadas y la miseria y el hambre antropófaga de 1450; así la general sequía y los desgajadores ciclones y el eclipse de sol de 1454; así los rajantes terremotos del 60 y del 68, y así la espantosa epidemia en el Yucatán.
Siguieron después años de fertilidad, de poderío y de riqueza: y aquellas razas, endurecidas por el sufrimiento y guarecidas en sus fortalezas, en sus adoratorios y en sus montañas; aquellos ejércitos que hasta por muchos millares de soldados pasaban sus revistas, cedieron y pactaron con unos centenares de españoles que, caminando de victoria en victoria por aquella asombrada tierra, la dominaron escribiendo sus hazañas con la sangre de sus héroes; y así, como luminosas estrellas en un cielo diáfano y resplandeciente de gloria, brillan entre laureles los cadáveres de los capitanes Escalante en Vera Cruz; Juan Domínguez en Chalco; Yuste en Zulepeque; Pedro Barba en Tenochtitlan; Francisco de Guzmán en Las Lagunas; Velázquez de León en la vuelta de Tlascala, y del hercúleo Juan de Argüello en Nueva Almería.
Conquistado Méjico en 13 de Agosto de 1521, sale Cortés para las Hibueras en 1524, dejando en su gobierno y representación a Zuazo, Estrada y Albornoz; y entre discordias y tropelías mutuas y de sus parciales, debilitan sus fuerzas, y las hubiesen comprometido sin la intervención patriótica y salvadora de los frailes que los unieron.
Supo Cortés desde Honduras, en 1526, las demasías de Chirino y de Salazar, y las calumnias que en contra del conquistador habían llevado hasta Carlos V algunos miserables, logrando se enviase como juez de residencia a Ponce de León, que muerto apenas llegado, tuvo por sustituto a Marcos de Aguilar, quien inspirado y movido por Estrada, en contra de Cortés, le desterró a España, apenas vuelto de su gloriosa expedición.
En 1527 se nombra la primera Audiencia para el gobierno de Nueva España y para residenciar a Cortés. Los cuatro oidores y su Presidente Nuño Beltrán de Guzmán llegaron a Méjico en 1528.
Ocurrida inmediatamente la muerte de dos de ellos, Parada y Maldonado, como si la justiciera mano de la Providencia quisiera por repetida vez salvar de la persecución arbitraria y residencia ingrata al conquistador, asumieron los restantes el poder, que lo ejercitan en persecución del gran Hernando: reanúdanse las querellas y las demasías, y vuelven los religiosos con el evangélico primer Obispo de Méjico desde 1527, don Juan de Zumárraga, a trabajar y sufrir por la paz entre los españoles.
Oídas en la Corte las justas quejas y demandas del Obispo en contra de la Audiencia, se dedicó el nombramiento de un Virrey, recayendo en D. Antonio de Mendoza, Conde de Tendilla y mientras le era dable marchar se hizo el de nueva Audiencia, presidida por el docto Obispo de Santo Domingo.
Entretanto el Emperador distinguía y premiaba soberanamente a Hernán Cortés con merecidísimas riquezas y honores, y se dispuso a volver al Imperio que había conquistado con título de Marqués del Valle de Oaxaca y cargo de Capitán general.
Arriba el conquistador, y los antiguos oidores le persiguen exaltando su odio hasta desterrarle de Méjico; pero en cuanto llegó la nueva Audiencia cesaron los rencores y abusos del primer y desdichado interregno, y lucieron cuatro años de paz y ventura para los españoles, y de administración benéfica y protectora para los indios: hízose la expedición importante de Guzmán a lo que se llamó Nueva Galicia; se fundaron varias ciudades, siendo la primera Puebla de los Ángeles, en 1530, en igual fecha la del Espíritu Santo, después Guadalajara, trasladándola en 1533 al Valle de Tlacotán y Compostela, en Nueva Galicia.
Se dio gran desarrollo al cultivo y a la ganadería, y cansado de fructuosos trabajos, y cubierto de gloria, bendiciones y méritos al amado Obispo Fuenleal, pidió y obtuvo del Emperador, en 1534, licencia y ocasión para su descanso, dejando el sillón presidencial de la Audiencia, siendo nombrado el 17 de Abril de 1535 por primer Virrey de Méjico el dicho D. Antonio de Mendoza, Conde de Tendilla.
Y rogando me dispenséis las disgresiones y antecedentes que he amontonado en esta primera parte de mi disertación, juzgándolas indispensables para dar leve idea del país, la raza, la conquista y la situación, llego al punto culminante de mi encargo.
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Re: Mexico no es bicentenario
El Virreinato de Méjico (parte 2 de 3)
Continuación de la Conferencia de Don Enrique de Aguilera y Gamboa (XVII Marqués de Cerralbo)
Hermoso y consolador momento es aquel, en que fatigados los ojos de recorrer sobre muchas y sangrientas páginas de la Historia; cuando el espíritu parece abatido y el ánimo contristado y el horizonte se cierra entre brumas de sangre, de incendios y de lágrimas; cuando de la tierra borran sus contornos la ciudades entre las nubes de polvo que levantan los jadeantes corceles de los usurpadores; y cuando ni en los aires se producen, ni los ecos repiten, otro ruido que ayes de desolación y crujir de látigos y cadenas, el angustiado corazón descanse, la voluntad se liberte, la esperanza se avive y el pensamiento se engrandezca viendo surgir un oasis de paz y bienandanza en aquellos fastos que son sublimes en la Historia por cristianos, patrióticos y civilizadores.
Admirable espectáculo; lección magistral, asilo venturoso en que se extasía y descansa el noble peregrino del estudio: momento consolador que nos representa a aquél en que el desterrado de la patria vuelve a repasar la frontera, y en el horizonte alcanzan sus ojos lo que ni un instante dejó de contemplar su corazón, la bendita torre de su parroquia.
Así, aunque ligeramente, pero con horror, hemos caminado a través del Anahuac, recorriendo el bárbaro panorama de los torrentes humanos del Aztlan; y si con asombro y admiración hemos seguido al gran Cortés en su campaña por la Cruz y la patria, llegamos por fin al oasis reparador en que el corazón se tranquiliza, y todo descansa menos la gloria; y así vemos surgir el monumento más grandioso del poder, la más brillante aureola del trono, la más sublima producción de la idea humana, el código incomparable de las benditas leyes de Indias; y como gigante y adecuado pedestal para este coloso, el noble, heroico, sabio, protector, español y cristiano Virreinato de Méjico; y vémosle, en su trono y a su alcance, construir en el antiguo campo de batalla la universidad; los fuertes en las fronteras; en las mazmorras de los esclavos, en los caritativos montepíos; en las costas las armadas; en las tierras vírgenes, las colonias; en el palacio, la imprenta; sobre el adoratorio, la catedral; y con el sudor del honrado y general trabajo hasta lavarse de nuestras manos las manchas de sangre.
Y como surgiendo de este Parthenón de Virreyes, destacan sus grandiosas figuras y alzan al cielo los gigantes brazos para mostrar a ambos mundos el incomparable código, sus admirables ejecutores y representantes, Mendoza el de Tendilla, Velasco el del Condestable, Rivera el Arzobispo, Acuña el de Casafuerte, Bucarelli el Bailio, y Güemes Pacheco, el de Revillagigedo.
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Don Antonio de Mendoza, Primer Virrey.
Duéleme que por ingratitud o abandono no se alce en Méjico entre bronces y mármoles este soñado monumento de mi patriótica fantasía; él fuese la honra y la gloria de ambas naciones; él quien recordase a América que España fue su madre; el un lazo, el más íntimo y fraternal, entre mejicanos y españoles: recordad a los indios quiénes fueron esos seis grandes virreyes, popularizad las leyes de Indias, alzad luego un monumento a la madre España, y de seguro que no hay a los pies de aquellos mármoles ni una cabeza cubierta, ni una rodilla que no se doble, ni una mano que no se tienda, ni un mejicano que no caiga en los brazos que le ofrecemos, llamándolos, aunque cada uno por su nombre nacional, todos hermanos.
Jamás se ha visto en otra historia que en esta de Méjico, en el período de que nos ocupamos, unos reyes, unos legisladores y unos gobernantes con más decidido propósito y desvelada atención, regir por varios siglos los acontecimientos, estudiar las naturales mudanzas de las épocas, velar por sus súbditos y conformar con todas las necesidades en defensa de todos los intereses y en gloria y grandeza de la patria, sus actos, sus leyes y su poder.
Si el soberano católico ha de existir para que sus súbditos y su tierra, sobre la que es representante de Dios, purifiquen y salven sus almas, defiendan y engrandezcan su territorio, se desarrolle el trabajo, el comercio, la industria; y toda la laboriosidad y la inteligencia tiendan al legítimo progreso; si ha de afirmarse entre los hombres la paz, contenerse las demasías de los poderosos y defender y amparar y acudir a los pobres; si a los pueblos ha de conducírseles a la grandeza material desde la moral grandeza, los Reyes de España, y en su representación los Virreyes de Méjico, realizaron estas aspiraciones y estos beneficios.
Voy, pues, a demostrarlo: tarea fácil y simpática en la que no huelga ningún elogio; porque mayores merece el Virreinato de Méjico de los posibles a mi pobre inteligencia:
Pero ni cumple a mi intención, ni es de oportunidad en este discurso, ante concurrencia tan docta, reseñar los acontecimientos por su orden, ni hacer la enumeración de los virreyes por su cronología: me limitaré a las necesidades graduales necesidades de un pueblo; y a presentar junto a cada una el virrey que la satisfizo: grandiosa parada de honor en la que van a desfilar héroes y legisladores que, si hijos fueron de España, ejemplo y gloria son del todo el mundo porque el beneficio y perfeccionamiento de la humanidad no reconocen fronteras.
La primera necesidad y aspiración en un pueblo, como en el individuo, es el conocimiento de la verdad absoluta, que es la patria del alma.
El descubrimiento de América y la conquista de Méjico se hizo para la Cruz, y desde el primer virrey al último, dieron necesaria y decisiva protección a la Iglesia católica, que engrandeciendo la dignidad humana, estableció la verdadera libertad, y unificando la especie por el amor y la caridad, borró los valladares que apartaban al pobre del rico, y al indio del español.
El acertado y sublime espíritu y gobierno colonizador de la Iglesia y las órdenes religiosas, tema especial ha sido de otras conferencias anteriores que aquí, con alta inspiración y luminosos estudios, llevaron a las más completa comprobación el convencimiento de que España les ha debido muchas veces la integridad de su territorio, y siempre su ilustración y su gratitud.
Evítome, pues, aunque con sentimiento, la enumeración de los obispos y los misioneros que con sus gloriosos actos demuestran mis afirmaciones, pero aun así los encontraremos de continuo al lado de toda grande obra, para iniciarla o protegerla.
El desconcierto de una gran conquista y la novedad en el país de todos sus fundamentos, obligaron a la Iglesia a estudiar y prever sus necesidades; y los virreyes, apresurándose a proteger sus cuatro concilios, hallamos a D. Luis de Velasco, en 1553, escoltando al presidente, arzobispo Montufar; y cuando, en 1564, muere aquel gran Virrey, durante el Concilio segundo, demuestran los obispos cuántos eran sus méritos y cuánto bueno se le debía, conduciéndole en sus hombros hasta la iglesia de Santo Domingo.
En el corto virreinato del gran arzobispo Moya de Contreras, de 1585, se reúne el tercer Concilio mejicano, y logran sus decisiones la solemne aprobación de Sixto V: y sólo en 1771 congrega el cuarto el arzobispo Lorenzana, durante el gobierno del honradísimo Marqués de Croix.
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Don Luis de Velasco, Segundo Virrey de la Nueva España
Gran Desarrollo alcanzan la Iglesia y las órdenes religiosas hasta ese grave suceso, pues había en Nueva España 179 conventos de frailes, 85 de monjas y 1073 parroquias; pero sus virtudes eran tantas y tales, que conquistando el corazón del pueblo, le hallamos siempre protegiéndoles; así, cuando, en 1624, el virrey Marqués de Gelves, se indispone con el Arzobispo y llega en su enemiga hasta perseguirle, y que, para salvarse, tenga el Prelado que acogerse a su templo, y presentar la hostia consagrada, a fin de detener la espada del capitán Armenteros, la población se subleva, y asaltando el palacio, en donde heroicamente se defiende el Virrey, no logra salvar la vida sino con otra nueva prueba del profundo amor y respeto del país a la religión; porque, acogiéndose a la iglesia de un convento, diéronle por inmune, y en la puerta de la basílica cedieron todos los odios y cesaron todas las persecuciones.
Si no a tan grave extremo, se repiten también en 1664 parecidos ataques populares contra el virrey Conde de Baños, por su indisposición con el Obispo de Puebla, Osorio de Escobar. Y al realizarse aquel despojo y tropelía que en 1767 expulsó de todos los dominios españoles a los gloriosos hijos de San Ignacio, se produjeron gravísimas alteraciones por el pueblo, alzado en su favor, en cuanto se supo lo misteriosamente que el Marqués de Croix los había embarcado en Veracruz para Génova.
Todas estos sucesos, escogidos entre muchos, acreditan la popularidad amorosísima que logró la Iglesia en Méjico; pero si es del caso demostrar con algunos otros actos la patriótica acción de la misma Iglesia, no deberíamos pasar en silencio aquella gravísima escisión de 1589, entre el virrey Marqués de Villamanrique y la Audiencia de Guadalaxara, que dividiendo a los españoles, los lanzaban a la guerra civil; y cuando los dos ejércitos en Analco se disponían a la batalla, y tal vez a la ruina de nuestro predominio en Méjico, el gran obispo Arzola se lanzó en medio de los enemigos, y mostrándoles el Santísimo Sacramento, él solo los apaciguó, de tal manera, que cesaron todas las divisiones, con gran beneficio de España; y no fue menor el que hizo el tan ilustre Obispo de Guadalaxara, don Alonso de la Mota, en 1603, cuando insurreccionados los indios de Topia, durante el virreinato del Conde de Monterrey, marcháronse en son de guerra a los bosques, y no hallando forma de reducirles a la obediencia, bastó que el Obispo de Oaxaca, D. Alonso Cuevas, dominando, con su evangélica palabra, la sublevación alarmante de los indios de Tehuantepec, en los comienzos del revuelto virreinato del Marqués de Leyva.
Y si este decisivo ascendiente del clero lo conquistaron sus méritos y virtudes, vieron los indios rivalizar en caridades extraordinarias, y desvelados en su asistencia, al Arzobispo, a los franciscanos, agustinos, dominicos, jesuitas y a todo el clero, en la espantable ocasión de 1577, cuando por primera vez se hizo sentir la sin igual epidemia del matldzalmatl, que causó más de dos millones de víctimas, y si murieron entre espantosas angustias, hallaban siempre en su auxilio y cuidado del clero, y de manera admirable y ejemplarísima al nobilísimo virrey D. Martín Enríquez de Almansa.
Vuelve el terrible azote de la misma epidemia a causar 50,000 víctimas en 1763, y consternando el pueblo, cifra su esperanza y salvación en la Santísima Virgen de Guadalupe, y, entre conmovedores fiestas, se la declara patrona de Méjico durante el Virreinato de D. Juan Antonio de Vizcarrón y Eguiarreta, y era tan grande la veneración que se profesaba a la bendita imagen, que ya el admirable virrey Rivera en 1677 construyó la calzada que conduce a la tradicional colegiata, cuya dedicación solemne se hizo en 1709 bajo el gobierno del Duque de Alburquerque; durante el de Almansa, y en 1573, se pone la primera piedra a la suntuosa catedral de Méjico, que inaugurada en 1656 y dedicada en 1668, no se termina hasta 1677, empleando en tan grandiosa fábrica dos millones de duros.
Angustiosa era la situación pecuniaria en 1709, y para salvarla acudió el clero desde entonces con la décima parte de sus rentas.
Siento verdaderamente molestarlos con tantas citas y varias enumeraciones; pero si a todo trabajo histórico le son indispensables, no puedo reducirlas más, refiriendo un periodo de tres siglos.
Establecida la Iglesia y propagadas las misiones, se ocuparon desde el primer instante los virreyes en mejorar la triste condición de los indios; la que produjo el admirable codicilo de Isabel I, como en éste se inspiraron las no menos admirables leyes de Indias.
Llega el primer Virrey a Méjico en 1535, y antes de otra cosa y como portador del fraternal cariño de España a América, da libertad a los esclavos, y prohíbe, bajo duras penas, la antigua servidumbre de los indios, representada en el duro trabajo de la carga o tamene, y estos actos, y muchísimos otros de justicia y caridad, hicieron tan amadísimo al ejemplar Conde de Tendilla, que le llamaban los indios su padre, el padre de los pobres, que no de otra manera debía empezar el gobierno paternal de una nación cristiana.
Su ilustre sucesor, en 1551, D. Luis de Velasco, emulando las nobles aspiraciones en la redención india, da libertad a 160,000 que como esclavos trabajaban en las rudas faenas de las minas, y a su vez conquista y merece del país, que le honre con el dictado de Padre de la Patria.
Llega en 1590 otro virrey del mismo nombre; halla a los indios explotados por la forzada compra de las telas españolas con que vestirse, y dispone abrir fábricas de tejidos de lana, con lo que les exime de vejaciones y monopolios.
El temor a conspiraciones y revueltas populares había hecho prudente y necesaria la disposición de 1598 del virrey Zúñiga, obligando a que los indios viviesen en las ciudades; pero considerandolo éstos como prejuicio y contrariedad, apresuróse en 1605 el Marqués de Montesclaros a revocar la orden, dejándoles en la más completa libertad de sus campos y de sus voluntades.
Ocultos atropellos habían conseguido sostener hasta 1635 en la esclavitud a muchos indios; pero la enérgica protección del Marqués de Cadreita les asegura un todo su libertad.
Y siempre la codicia buscando arteros recursos para explotar al débil, había logrado reducir a su presa con la venta a elevadísimos precios de los comestibles; pero allí donde se inventaba una vejación para los indios, siempre se interpuso la autoridad protectora de un virrey, y en este caso le cupo la suerte y la gloria al Duque de Veragua, de imponer en 1673 una tarifa y una rebaja en todos aquellos necesarios productos; ¡lástima grande que un Virrey de tales alientos y esperanzas le interrumpiese la muerte en su noble carrera a los cinco meses de haber ocupado su elevadísimo cargo!
Pero si hemos visto cómo los virreyes se desvelaban en proteger a los indios, no es menos hermoso considerar la caridad inmensa con que atendieron a los pobres todos, y de todas maneras.
Ya no manifestándose huidos en sus bosques los que caían enfermos en los campos, fundó para su asistencia en 1734 varios hospitales el gran Virrey y Arzobispo de Méjico Vizcarrón: apenas pasados cuarenta años ocupa el gobierno el admirable bailío de San Juan, Antonio de Bucareli, y si en 1734 crea un hospicio para los pobres, al que se acogen inmediatamente 250, y en 1777 un hospital para los dementes, funda en 1775 el grandioso y nunca bastante agradecido y elogiado Monte pío, en cuya gloria y mención debe acompañarle el generosísimo Conde de Regla, que regalando 300,000 duros fue y es salvación y amparo de la industria, la agricultura y el comercio, tan favorecidos por sus estatutos como por el módico interés que cobra, aunque en un principio fue tan absoluta la generosidad, que se prestaba a los pobres sin interés ninguno.
Enumerando grandes virtudes y servicios de los virreyes, necesariamente hemos de citar en repetidos puntos el nombre de este incomparable gobernante, que por sí solo basta para demostrar prácticamente a Méjico y al mundo la sin igual bondad de las leyes de Indias, porque en él hallaron sublime y justa personificación.
Pero estos elogios nos traen a la memoria los que merecen muchos otros virreyes, y pues que de protección a los pobres nos ocupamos, caso de citar aquel popularísimo Conde de Gálvez, que gobernando sólo diez y seis meses, de 1785 a 86, inscribió su ilustre nombre entre los meritísimos de la patria: fue para él suerte la horrible desgracia de la miseria que acaeció en el país, llamándola “Año del Hambre”, y este horrible suceso puso de manifiesto la grandeza y caridad de aquella alma que, encerrada en un cuerpo hermoso, joven y varonil, se había aquilatado por el valor de la guerra, y se engrandecía en las batallas de infortunio: sencillo, humilde y entusiasta, abolió toda etiqueta; connaturalizando con Méjico, puso a su hija por nombre Guadalupe, e inscribió a su hijo como soldado raso en el regimiento de Zamora; si un enfermo necesitaba de su asistencia, él corría a su lado, y en la plazo pública distribuía por su misma mano, y con la cabeza descubierta, las limosnas en especie a los pobres famélicos; soberanas cualidades y actos regios, que así los calificaba el país y así los entendieron en España; pero si eran majestades del alma, se equivocaron los que, juzgándole ansioso de la majestad del trono, temieron de su popularidad y sospecharon que pretendía de Virrey transformarse en Emperador.
Establecida la Iglesia como fundamento y guía de la sociedad; constituida la sociedad misma por las leyes de Indias, de que al final nos ocuparemos, bajo el gobierno de los monarcas y por la protección a los naturales y a los pobres, veamos cómo se constituyó la población; y de igual manera que los virreyes fueron en los dos cuadros precedentes determinando su paso por el Imperio con sus virtudes y su justicia, les hallamos ahora inscribiendo su nombre sobre el territorio, dejando por letras, colonias, villas y ciudades.
Allí aparece Tendilla fundando a Valladolid y reconstituyendo a Guadalaxara; proclamando a Velasco, en Ixtlahuaca la San Rafael, y San Miguel en Guanajuato; se recuerda a D. Martín Enríquez en Ojuelos, San Felipe y Portezuelo; el Conde de Monterrey da su nombre a la bahía de la Alta California; funda en la Nueva Extremadura y el nuevo reino de León, y en 1600 traslada a Veracruz a donde la había proyectado Hernán Cortés; el Marqués de Salinas edifica a San Lorenzo en Orizaba; el de Guadalcázar la ciudad de Lerma y la villa de Córdoba en el estado de Veracruz; el de Cerralbo da su nombre al fuerte de Monterrey; el de Cadreita a la villa que le recuerda; el Conde de Salvatierra a la ciudad del mismo título; el de Alburquerque a la de Nuevo Méjico; el Conde de Monclova llama así a la que funda en Coahuila; el Duque de Linares dedica a San Felipe la que construye en Nuevo León, y el Conde de Fuenclara crea en Sierra Gorda las colonias de Nueva Santander.
Amenazado el territorio por las guerras extranjeras en 1760, sufriendo la cesión a Inglaterra de la Florida y el Mississipi, llegó el momento de aplicar las herramientas de la construcción civilizadora de ciudades a la defensa de la patria, dirigiendo su esfuerzo y su trabajo a fortificar Veracruz y San Juan de Ulúa, en cuya empresa había muerto el Virrey Duque de la Conquista en 1741; Croix levanta el castillo de Perote, y el Conde de Gálvez la magnífica fortaleza de Chapultepec en 1786.
Pero en tanto que se agrupa la población a las ciudades, fueron los virreyes mejorando las anteriores y hermoséandolas; que de este modo forma Velasco en 1592 el magnífico paseo La Alameda, que engrandece el Marqués de Croix en 1771.
Don Juan de Mendoza construye en 1600 el acueducto de Zamboala y la primera iglesia de los franciscanos en la capital; el Marqués de Salinas el dique y desagüe insignes del jesuita P. Sánchez; el de Guadalcázar concluye en 1618 el grandioso acueducto de Santa Fe con sus 900 arcos; Rivera, en 1677, empiedra la capital; Revillagigedo la dota de alumbrado público en 1790; conduce a sus expensas en 1688 el Conde de la Monclova, por famosa cañería, el Chapultepec al salto del agua; construye el Marqués de Casafuerte, en 1726 los suntuosos edificios de la Aduana y Casa de Moneda; Vizcarrón levanta el gran palacio de Tacuba, como Iturrigaray activa en 1803 la conclusión de la Alhóndiga.
Tan grandioso y exuberante de vida era el genio militar de los virreyes y las colonias, que, no satisfechos con luchar dentro de ellas mismas para asegurarlas, y no bastándoles tan enorme imperio para contenerse, se desbordan los guerreros españoles por el Continente y los Océanos, y mientras Hernán Cortés descubre la California en 1541 y muere heroicamente en el peñón de Toc el brazo de la conquista, D. Pedro de Alvarado, y se lucha en Florida, manda al segundo Virrey que D. Miguel López de Legaspi tome posesión por España del mar del Sur, donde su gigante empresa alcanza por corona el descubrimiento y posesión de las grandiosas islas Filipinas, nuevo y portentoso alarde a que sólo se arrojaran y dieran cima los conquistadores de Nueva España.
Apenas repuestos de tantos trabajos y tantas fatigas, el Conde de Monterrey envía en 1595 a Juan de Oñate a conquistar Nuevo Méjico, y a Sebastián Vizcaíno con tres buques, a explorar la Alta California; vuelve este a surcar los mares con rumbo a Japón en 1611, y en 1669 envía al Marqués de Mancera nueva expedición a California a las órdenes de D. Francisco Lucenilla, que a poco renueva el Conde Paredes, yendo en la armada los célebres jesuitas PP. Kino y Salvatierra; y aunque el celo de estos y el valor de los soldados tanto hicieron, quedó reservada la gloria definitiva en aquel país para el tercer viaje, ordenado por el Virrey Arzobispo de Michoacán en 1696, con los mismo y santos misioneros.
Sobre 1714 organiza el Duque de Linares una expedición a Texas, con tan feliz resultado como la dispuesta por el Conde de Fuenclara, en 1744, en la que Escandón sonete a Sierra Gorda; y el Conde Revillagigedo, deseando que ni a estas empresas de glorioso ensanche de la patria le fuese posible no contribuir como últimos resplandores de nuestra grandeza y poderío, que en él siempre se personificaron y terminan, lanza nuestras banderas a California y al estrecho de Fuca.
Pero no es sólo en estas gigantes y arriesgadas expediciones en las que brillan las armas españolas; que unas veces para afirmar la posesión, y otras en su custodia, fueron muchas las ocasiones que se ofrecieron a los virreyes para demostrar su arrojo y ejercer su patriotismo; y este es el cuadro de la defensa nacional.
Domina el Marqués de Salinas la insurrección de negros de Yangua en 1609, y el Conde de Alba de Liste la de indios Tarahumara de 1650; el Duque de Alburquerque pelea en 1655 contra los ingleses invasores de la Jamaica y la Florida; y si bajo el gobierno del Conde de Baños se les obliga a evacuar en derrota a San Francisco de Yucatán en 1622, en 1678 Alvarado los desaloja de Campeche; pero estas y otras muchas campañas logran majestuoso epílogo en dos empresas grandiosas y singulares. Los franceses, apoderados de Santo Domingo en 1690, consideraban afirmada su conquista, sin recordar que las naves de Legazpi y las espadas de Otumba aun surcaban los mares, imponiéndoles los templados aceros: el esforzado Virrey Conde de Gálvez sube a la capitanía, y emulándose la destreza con el valor, reconquistan la tierra; y la brillante jornada, La Limonda, cubre de laureles a la inmortal armada de Barlovento.
Aun resonaban en los ritmados ecos de la costa los gritos de libertad y los cánticos de triunfo, cuando el Virrey Ortega fía al patriotismo de D. Manuel Velasco, en 1720, al mando de la flota que conducía a España 50 millones de pesos: acecháronle con avidez y artería las escuadras de Francia y Holanda pretendiendo mejor apoderarse del tesoro que pelear por el honor y la patria: en tanto los arriesgados españoles, con el hacha en la una mano y el remo o las cuerdas en otra, triunfan de todos los peligros, con tanto mérito de los capitanes como destreza de los pilotos; pasan días y semanas de angustia; por fin se destaca en el horizonte el amado contorno de nuestra España: todo fue consuelo y regocijo en los buques, y con las hinchadas velas, considerándose a salvo, surcan por fin las tranquilas ondas de la rada de Vigo. Aun estaban tendidas las lonas y las jarcias, cuando las escuadras enemigas aparecen en su persecución: entáblase desesperada contienda, y cuando no quedaba otro recurso para salvarse, sino rendirse, pasa sin duda la sombra de Cortés por el corazón de Velasco, y cogiendo una tea en la mano, antes que entregar el tesoro al enemigo, vuelven a alumbrarse los mares con nuevas hogueras de españoles buques, que parecían enviar una inspiración a los héroes de Trafalgar. Quedó allí sumergida nuestra escuadra; quedó allí sepultado nuestro tesoro; pero ni el fuego de los cañones franceses ni la procelosidad de las ondas han podido hacer naufragar aún la grandiosa figura de nuestra gloria en aquel día.
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Re: Mexico no es bicentenario
Tal día como hoy, 30 de julio
EFEMÉRIDES HISTÓRICAS
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El 30 de Julio de 1811 sería fusilado el cura Miguel Hidalgo, promotor de la revuelta en México . Su sucesor, José María Morelos, con la colaboración del estadounidense Peter Ellis Bean, continuaría la guerra separatista hasta que fue tomado preso en noviembre de 1815, siendo apresado con él el cura José María Morales, quién declaró las relaciones existentes entre los insurgentes y los Estados Unidos. Morelos acabará retractándose de sus actos e informando de los lugares donde se asentaban los insurgentes, siendo fusilado el 22 de Diciembre. Agustín Itúrbide, que había combatido a Morelos, acabaría relevándolo.
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Fuente:
Tal día como hoy, 30 de julio | Cesáreo Jarabo
La ayuda ¿desinteresada? de los estadunidenses a los secesionistas novohispanos.
Biografía del norteamericano Peter Ellis Bean
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Re: Mexico no es bicentenario
domingo, 7 de agosto de 2016
AUTOPSIA
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"Es un hecho pasmoso que, en una época tan lejana como el año 1579, se hizo en público una autopsia del cadáver de un indio en la Universidad de México, para indagar la naturaleza de una epidemia que entonces causaba estragos en Nueva España. Es dudoso que en aquella época hubieran llegado tan lejos en la misma ciudad de Londres. Y en libros de aquel período, que existen todavía, hallamos proyectos de armas de repetición, y hasta una inequívoca indicación del teléfono. ¡La primera imprenta no llegó a las colonias inglesas de América hasta 1638, cerca de cien años a la zaga de México!"
Charles Lummis, historiador estadounidense.
Publicado por Antonio Moreno Ruiz en 13:35
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Fuente:
ANTONIO MORENO RUIZ: AUTOPSIA
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Re: Mexico no es bicentenario
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Re: Mexico no es bicentenario
Desacralizando a los héroes.
:cool:
Nacionales
#LadyCultura: Corren a subdirectora de Cultura tras burlarse de Miguel Hidalgo
2016-08-14 - Redacción
Angélica Rodríguez, subdirectora de Cultura de Ciudad Madero, Tamaulipas, compartió un video grabado en su oficina en el que se burla de dos figuras, una de Miguel Hidalgo y otra de Doña Cecilia, por lo que fue bautizada en redes sociales como #LadyCultura.
http://www.elpueblo.com/img/thumbnai...adycultura.jpg
Según medio locales, la servidora pública fue cesada de su puesto debido a que su comportamiento no era acorde al de una empleada del gobierno.
En la grabación la mujer dice que ambas figuras, que mandaron a su oficina, “esta es la cabrona que neta está bien fea”, comenta sobre la de Doña Cecilia, fundadora de Ciudad Madero.
Posteriormente, Rodríguez difundió otra grabación en la que pidió disculpas por las burlas que hizo, pero muy a su estilo, "me da risa, pero bueno, si ofendí a alguien contra los héroes de la patria, bueno ya lo siento".
Información Publímetro.
Angélica Rodríguez, subdirectora de Cultura de Ciudad Madero, Tamaulipas, compartió un video grabado en su oficina en el que se burla de dos figuras, una de Miguel Hidalgo y otra de Doña Cecilia, por lo que fue bautizada en redes sociales como #LadyCultura.
Según medio locales, la servidora pública fue cesada de su puesto debido a que su comportamiento no era acorde al de una empleada del gobierno.
En la grabación la mujer dice que ambas figuras, que mandaron a su oficina, “esta es la cabrona que neta está bien fea”, comenta sobre la de Doña Cecilia, fundadora de Ciudad Madero.
Posteriormente, Rodríguez difundió otra grabación en la que pidió disculpas por las burlas que hizo, pero muy a su estilo, "me da risa, pero bueno, si ofendí a alguien contra los héroes de la patria, bueno ya lo siento".
https://www.youtube.com/watch?v=DzcF2nsG554
https://www.youtube.com/watch?v=QqRXTDfnACw
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Fuente:
#LadyCultura: Corren a subdirectora de Cultura tras burlarse de Miguel Hidalgo
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Re: Mexico no es bicentenario
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Re: Mexico no es bicentenario
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Re: Mexico no es bicentenario
Agustín de Iturbide y el Imperio Mexicano (parte 1)
Subido el 15 jul. 2010
Agustín de Iturbide verdadero libertador de México, es un personaje que ha sido olvidado o criticado injustamente. El historiador José Omar Tinajero Morales muestra los méritos que tuvo Iturbide a partir de fuentes documentales de primera mano. Más información vista nuestro sitio:
https://www.youtube.com/watch?v=2Jrs6ZILzBQ
https://www.youtube.com/watch?v=2Jrs6ZILzBQ
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Re: Mexico no es bicentenario
Agustín de Iturbide y el Imperio Mexicano Parte 2
Subido el 15 jul. 2010
Iturbide creo un imperio que representara el Hispanoamericanismo y luchara contra el avance de Estados Unidos.
Un video que ha gustado por su enfoque realizado por el historiador José Omar Tinajero Morales. Para ampliar la información visita nuestro sitio: http://histormex.jimdo.com/2014/04/27...
https://www.youtube.com/watch?v=fpsVCgwZY0Y
https://www.youtube.com/watch?v=fpsVCgwZY0Y
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Re: Mexico no es bicentenario
Conoce la Bandera Cruz de Borgoña o de San Andrés de las Tres Villas
El Día de la Bandera que se celebra el próximo 24 de Febrero nos convoca a honrar nuestros símbolos patrios. Infórmate, conoce, participa y comparte nuestra identidad y orgullo.
La Bandera Cruz de Borgoña o de San Andrés de las Tres Villas fue utilizada en la Guerra de Independencia por el Batallón del Ejército Realista de Tres Villas: Córdova, Orizaba y Jalapa.
Representa la Cruz de San Andrés que fue un símbolo militar y religioso en la defensa del régimen colonial por parte de las autoridades novohispanas.
La identidad que nos otorgan los Símbolos Patrios nos compromete a rendirles un homenaje permanente, enmarcado siempre en la solemnidad y el respeto que la propia ley exige.
Conoce más en Ley sobre el Escudo, la Bandera y el Himno Nacionales
http://www.gob.mx/cms/uploads/articl..._s._1821...jpg
Bandera Cruz de Borgoña o de San Andrés de las Tres Villas, 1811-1821 Fotografía del Museo Nacional de Historia – Instituto Nacional de Antropología e Historia
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Fuente:
Conoce la Bandera Cruz de Borgoña o de San Andrés de las Tres Villas | Secretaría de Gobernación | Gobierno | gob.mx
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Re: Mexico no es bicentenario
La versión del grito de Hidalgo según los colombianos (segundo 0:30 del video)
Bicentenario Memoria Revelada - Grito de Independencia
Subido el 29 mar. 2010
Cápsula de la serie "Bicentenario, Memoria Revelada", de señalcolombia. El Grito de la Independencia, un símbolo para celebrar nuestra libertad.
https://www.youtube.com/watch?v=Gl3X2xrQgTY
https://www.youtube.com/watch?v=Gl3X2xrQgTY
:jeje:
Ya se ha hablado mucho de esto aquí pero no está de más reiterarlo.
Si no hubo ni vivas a México, menos a la República.
Pero eso sí, tanto en la Nueva Granada como en la Nueva España el nombre que más se vitoreo fue el del Rey.
Fernando VII
http://i87.photobucket.com/albums/k1...psdyacvzwq.jpg
http://i87.photobucket.com/albums/k1...pszuefydvg.jpg
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Re: Mexico no es bicentenario
¿Un insurgente español? :eek:
Pues sí, además de Xavier Mina y éste hubo otros...
http://i87.photobucket.com/albums/k1...&1473983275187
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Re: Mexico no es bicentenario
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Re: Mexico no es bicentenario
No olviden que compartir nos hace crecer ;)
México no es un país independiente.
Nueva España, el espíritu y esencia real de México, pues la fe, el castellano y la Hispanidad es lo único que le da un sustento cultural suficiente al terruño para poder tener la suficiente cohesión para sobrevivir, perdió su genuina independencia cuando Iturbide se le fue de las manos el artificio "mexicano" en el que había convertido Nueva España. Nuestra miseria, como pueblo, así como nuestro sometimiento a los anglosajones y a la masonería, nace junto con este país, el cual, de hecho, de no ser por esa esencia hispánica de la que tanto reniega, hubiera terminado por separarse y sería un montón de estados separados como Centroamérica, pues ese era el objetivo de nuestros enemigos, anularnos y dividirnos en terruños de tamaños municipales.
-Castellanos
http://pre08.deviantart.net/d555/th/...ts-dahp3dc.png
https://www.facebook.com/Hispanicbal...type=3&theater
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Re: Mexico no es bicentenario
No quería dejar que terminara el “mes patrio” sin compartir con ustedes un dato que me estuve guardando, más que nada para recopilar información suficiente y tratar de ahondar lo más posible en los hechos.
Este episodio histórico de la guerra de independencia en Nueva España es muy poco conocido y por ello me veo en la necesidad de exponer varios textos para poder comprender su desarrollo.
Sirva como introducción éstos datos sacados de la página de internet oficial del gobierno Municipal de San Blas:
San Blas es un municipio y puerto del estado mexicano de Nayarit, el cual está ubicado de cara al Océano Pacífico. Colinda al norte con los municipios de Santiago Ixcuintla y Tepic; al este con los municipios de Tepic y Xalisco; al sur con los municipios de Xalisco y Compostela y al oeste, allende el Océano Pacífico a 112 Km. las Islas Marías.
http://i87.photobucket.com/albums/k1...ps8rugm3ti.jpg
Más información sacada de la misma fuente, hechos trascendentales que marcan la importancia de aquél sitio.
http://i87.photobucket.com/albums/k1...ps8ca12aij.jpg
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Fuente:
Historia
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Re: Mexico no es bicentenario
La Insurgencia y San Blas de Nayarit
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El llamado que hizo el cura Miguel Hidalgo y Costilla aquel 16 de septiembre de 1810, abrió la etapa de iniciación del movimiento armado que derivaría años después en la Independencia de México. El poder de convocatoria de este insurgente fue enorme, la invitación a levantarse en armas en contra del enemigo francés, del mal gobierno, a favor de Fernando VII y por el bien de América, encontró muy buena acogida entre la sociedad novohispana.
Las ideas por la autonomía se fueron expandiendo con bastante rapidez dando paso al surgimiento de algunos jefes locales, quienes organizaron la lucha abarcando puntos importantes del territorio de la Nueva España: Mariano Jiménez, comisionado por Hidalgo como Comandante de las Provincias Internas, tenía dominado el camino desde Coahuila hasta Texas; José María González Hermosillo, quien tomó el Rosario, Mazatlán y San Sebastián en Sinaloa; Rafael Iriarte tomó León, Guanajuato, Aguascalientes, Zacatecas y San Luis Potosí, Miguel Sánchez y los hermanos Villagrán en Querétaro y Huichapan –Hidalgo-; Tomás Ortiz y Benedicto López en Toluca –México- y Zitácuaro –Michoacán-; Ávila y Rubalcaba en Cuernavaca; José Antonio Torres –conocido como “El amo”- ocupó Colima, Sayula, Zacoalco –Jalisco- y Guadalajara.
José María Mercado y la toma de San Blas
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Puerto de San Blas de Nayarit
Los insurgentes pronto se dieron cuenta de la gran importancia que tenían los puertos de ambos lados de la Nueva España, de donde sabían que podían tener facilidad para recibir, entre otros beneficios, armas y pertrechos para la causa. Por el lado del Pacífico uno de los más significativos fue el puerto de San Blas de Nayarit, importante apostadero de la Marina española, además de constituyó una de las terminales del comercio con el Oriente. Este puerto fue fundado por el visitador José de Gálvez el 16 de mayo de 1768, estableciéndose ahí un astillero en donde fueron construidos numerosos barcos. Geográficamente por algún tiempo fungió como un punto estratégico como medio de unión y comunicación entre Filipinas, Guadalajara, Tepic y la Ciudad de México. Este puerto se convirtió en la primera salida hacia el mar para los insurgentes.[1]
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José María Anacleto Mercado
José María Anacleto Mercado,[2] cura de la parroquia de Ahualulco –Jalisco- se unió al movimiento en contra del gobierno usurpador en España. Aprovechó la oportunidad cuando “El amo” Torres, que era jefe del movimiento armado en Nueva Galicia,[3] ocupó Guadalajara el 11 de noviembre de 1810. Respetando la autoridad de éste, Mercado decidió unirse a la causa pidiendo su autorización para iniciar una campaña en la zona de Tepic, específicamente en el puerto de San Blas. De hecho, el cura Mercado recibió la aprobación de Hidalgo cuando éste le confirió el nombramiento de Comandante de la División del Poniente.[4] Desde su curato lanzó el llamado a la rebelión el 13 de noviembre de 1810, logrando que se le uniera un no despreciable contingente en el que incluso se encontraba su propio padre don José Mercado.
En su camino a San Blas, el primer lugar al que llegó fue Tepic el 20 de noviembre de 1810 y ahí exigió la rendición del lugar cuya guarnición no presentó resistencia, tomándola sin disparar un solo tiro.[5] Ahí se hizo de seis piezas de artillería y sus fuerzas aumentaron de 50 a 2000 hombres.[6] Con este primer éxito continuó su camino hacia el puerto de San Blas que en ese momento era comandado por el Capitán de Fragata José Joaquín Labayen y Larriñaga. El día 26 de noviembre de 1810 el cura de Ahualulco ya se encontraba frente a San Blas. En él se encontraban dos bergantines, el San Carlos, que era una embarcación de guerra comandado por Jacobo Murphy y El Activo comandado por Antonio Quartara. El realista Ramón de Moyúa era el comandante interino de artillería en el puerto. Desde su campamento Mercado envió un oficio solicitando la capitulación del apostadero y las condiciones en las que se debía efectuar la misma.[7]
Labayen no respondió a esta intimación pero, viendo muy cerca el peligro, tomó algunas medidas para la defensa del puerto, quemando los almacenes para que, de ser tomado el apostadero por los insurgentes, éstos no les fueran de utilidad. Al no obtener respuesta, entonces Mercado adoptó medidas más radicales, enviando otra comunicación a Labayen declarando en estado de sitio a San Blas[8] y responsabilizó al jefe realista de las desgracias que pudieran suceder. La respuesta a esta amenaza fue comisionar al Alférez de Fragata de la Real Armada Agustín Bocalán para entrevistarse con Mercado y comunicarle que estaban dispuestos a defenderse del ataque insurgente.[9] El alférez regresó donde Labayen y exagerando –en un esfuerzo por salvar sus propiedades de la posible tragedia- le informó que el contingente de Mercado era muy numeroso y se encontraba bien equipado.[10]
Esto hizo que Labayen accediera a capitular, enviando nuevamente al Alférez Bocalán para negociar la entrega de San Blas. Después de efectuarse dos juntas,[11] el cura rebelde elaboró las cláusulas de la rendición, contemplando la entrega del Castillo, armas y buques, el descargo de los cañones y la entrega de los pertrechos. Para la capitulación voluntaria, el cura se comprometió a respetar la vida de los europeos, pidiendo de ellos a cambio la declaración de las personas y haciendas a su cargo. De no llevarse la capitulación de manera voluntaria, Mercado estaba decidido a tomarla plaza por medio de las armas.[12]
El Comandante de San Blas aceptó esta capitulación a pesar de la oposición de algunos de sus subalternos, como Mateo Plowes y el Alférez de Fragata Felipe García, quienes insistieron en la defensa y en mantener preparadas las embarcaciones para retirarse por mar. Finalmente se dio cuenta que no podía continuar la resistencia y accedió a entregar la plaza, pidiendo sólo la modificación de la clausula referente a la situación de los europeos, solicitando a Mercado que a éstos se les dejara en plena libertad de dirigirse a donde les pareciera más conveniente.[13] El 30 de noviembre de 1810, mientras entregaban el puerto de San Blas, Mercado mantuvo como rehenes a Plowes, Agustín Bocalán, Francisco Pujadas, José Monzón, Marcelo Croquer y al capellán José Afanador.[14] Entrada la noche de la capitulación, se permitió que los bergantines San Carlos y El Activo zarparan llevando a bordo a las autoridades realistas del puerto de Nayarit.
En el momento de la pacífica capitulación, según el informe que rindió Vicente Garro, administrador de correos de Guadalajara a Félix María Calleja, San Blas se encontraba en las siguientes condiciones:
…un castillo respetable con doce cañones de a veinticuatro que defiende el puerto y puede arruinar la villa; cuatro baterías en ella, y en la mar una fragata, dos bergantines, una goleta y dos lanchas cañoneras: una segunda esperanza de que diese fondo de un día a otro la fragata Princesa y la goleta particular S. José con harinas: seiscientos o setecientas cargas de estas que existen en la plaza; igual número con corta diferencia de arrobas de queso: más de mil fanegas de maíz: de ciento cincuenta o doscientas reses, y facilidad de traer por mar un corto tiempo de las Bocas, Guaimas y Mazatlán la carne, harina y reales necesarios: abundantes pozas de aguas en el recinto de la villa: trescientos hombres de marinería, doscientos de maestranza, y más de trescientos europeos armados y dispuestos como aquellos a defenderse: ciento y tantas piezas de artillería de todos calibres, y montadas cuarenta de ellas con sus correspondientes municiones, y ocho o nueve oficiales de marina…[15]
El Alférez de Fragata Felipe García declaró también que la plaza de San Blas estaba fuertemente fortificada y en condiciones para su defensa:
…la plaza estaba suficientemente fortificada, teniendo una batería de 5 cañones de a 8 en San José, otra llamada Santiago de 4 culebrinas de a 4, otra llamada de Guadalupe con 6 cañones, 2 de a 20 y 4 de a 6, y otra en el paraje que llaman la Contaduría de 3 a 4 cañones, 3 lanchas cañoneras en el estero de Cristóbal, una con 1 cañón de a 24, y las 2 restantes con uno de a 6, y una lancha cañonera con un cañón de a 24; más unas baterías nombradas el Castillo, que le parecen tenían 14 cañones de todos calibres; cuyas fuerzas consideran suficientes para resistir algunos ataques con respecto a la pólvora y municiones dichas…[16]
Mercado entró a San Blas, confirmó la capitulación el 1º de diciembre de 1810 e informó las buenas nuevas a Miguel Hidalgo, con quien siempre tuvo comunicación. De la artillería encontrada en el apostadero, Mercado envió a Hidalgo gran parte para apoyarlo en la campaña común que estaban llevando a cabo.[17] El logro de la toma de San Blas, hizo que el Generalísimo –como era llamado Hidalgo- otorgara a Mercado el grado de Brigadier del Ejército Insurgente.[18] A pesar de estos pequeños triunfos, en estos momentos el movimiento del padre Hidalgo comenzó a decaer tras las derrotas sufridas frente al ejército de Félix María Calleja.
El triunfo de los realistas
Ya en el puerto de San Blas, los insurgentes se apoderaron de la fragata Concepción, el bergantín Escaldez y capturaron el barco harinero Batanes y la fragata Princesa; además de algunas pequeñas lanchas y falúas, todas ellas no muy útiles para la causa por necesitar carenarse. Mercado procedió a reanudar los trabajos del arsenal construyendo pequeños carros para trasladar la artillería que haría llegar a Hidalgo. Durante los últimos días de 1810 el cura de Ahualulco emprendió su camino hacia Tepic y al iniciar el año de 1811 se dirigió hacia la capital de Nueva Galicia –Guadalajara- con el fin de unirse con las fuerzas de Hidalgo.
En su trayecto se enteró del enfrentamiento que el ejército desorganizado de Hidalgo tuvo con la experimentada milicia de Calleja en la batalla de Puente de Calderón –Guadalajara-,[19] derrota que hizo que el cura de Dolores fuera destituido del mando militar, mismo que pasó a manos de Ignacio Allende. Debido a estos acontecimientos, Mercado decidió regresar a Tepic y en el camino abandonó sus cañones en el fondo de la sierra.
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General José de la Cruz
El General José de la Cruz procedente de la península Ibérica llegó comisionado a la Nueva España para atacar a los insurgentes en la Nueva Galicia. Ya en Ahualulco ofreció a Mercado el indulto,[20] el cual no aceptó y se dirigió a San Blas para guarecerse en el apostadero, sin saber que ahí mismo se conjuraba su aprehensión. Nicolás Santos Verdín, cura de la villa de San Blas, convocó al pueblo para pactar la captura de Mercado, de su comandante Joaquín Romero, Esteban Matemala y sus respectivas familias,[21] plan que se efectúo la noche del 31 de enero de 1811. Mercado al tratar de escapar murió despeñado en la profundidad de un voladero. Es preciso mencionar que su cadáver fue colgado en una garita del camino, expuesto como escarmiento para todos aquellos insurrectos. En esta acción se tomaron reos a José Antonio Pérez, a los Coroneles José Manuel Gómez y Pablo Covarrubias, Pedro Castillo, además del padre del cura rebelde. El 12 de febrero de 1811, de la Cruz llegó a San Blas, haciendo oficial el triunfo de los realistas y dando fin al levantamiento insurgente en el apostadero nayarita.
José de la Cruz giró instrucciones para organizar a la marinería y maestranza reunida en el arsenal del puerto, comenzar la construcción de pertrechos y nombrar la tripulación para la fragata Princesa para ponerla en condiciones de recibir cargamentos. Tras el triunfo de los realistas sobre los insurgentes, la gente del puerto de San Blas comenzó nuevamente sus actividades, con la orden de las autoridades del lugar de “hacer como si no hubiera pasado nada”, a fin de lograr que todo regresara a su antigua normalidad.
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El movimiento de Hidalgo resultó fuertemente afectado por el ejército realista encabezado por Calleja, tan es así que después de la batalla de Puente de Calderón ya no le fue posible recuperarse. A los dirigentes de la insurgencia no les quedó otro remedio que emprender la huída hacia el norte del país. En su camino a Monclova cayeron en una emboscada siendo capturados el 21 de marzo de 1811. Hidalgo, Allende y Aldama fueron trasladados y juzgados en Chihuahua. El cura de la parroquia de Dolores fue ejecutado el 30 de julio de 1811. Su cabeza, junto con la de sus lugartenientes, fue colgada y exhibida en cada una de las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas –Guanajuato-, lugar en donde obtuvieron su primer y único triunfo.
[1] Enrique Cárdenas de la Peña, Historia Marítima de México. Guerra de Independencia 1810-1821, Vol. 1, México, Lito Ediciones Olimpia, 1973, 326 pp. p. 67.
[2] Para la biografía del cura de Ahualuco se pueden revisar las siguientes obras: José María Mercado, héroe de nuestra Independencia de Salvador Gutiérrez Contreras y Apuntes biográficos del Sr. cura d. José María Mercado de Luis Pérez Verdía.
[3] Nueva Galicia abarcaba los actuales territorios de Jalisco y Nayarit, parte de Zacatecas, Aguascalientes, San Luis Potosí y Durango.
[4] Documento núm. 115, Nombramiento hecho por el Sr. Hidalgo al Sr. Cura D. José María Mercado de Comandante en jefe de las fuerzas que operan sobre San Blas, 27 de noviembre de 1810, en Juan E. Hernández y Dávalos, Historia de la Guerra de Independencia de México, Tomo I, México, Comisión Nacional para las celebraciones del 175 aniversario de la Independencia Nacional y 75 aniversario de la Revolución Mexicana, 1985, 936 p., p. 348.
[5] Juan de Dios Bonilla, Historia Marítima de México, México, Editorial Litorales, 1962, 718 p. p. 193.
[6] Enrique Cárdenas de la Peña, Historia Marítima de México. Guerra de Independencia 1810-1821, Vol. 1, p. 69.
[7] Documento núm. 87, Primer oficio del Sr. Mercado intimando rendición a la guarnición de San Blas, 26 de noviembre de 1810, en Juan E. Hernández y Dávalos, op. cit., Tomo I, pp. 257-258.
[8] Documento núm. 88, Segundo oficio del Sr. Mercado poniendo plazo de media hora para la contestación, 28 de noviembre de 1810, en Juan E. Hernández y Dávalos, op. cit., Tomo I, pp. 258-259.
[9] Al parecer Bocalán tenía algunas propiedades en San Blas que trató de evitar que fueran afectadas con un posible enfrentamiento entre realistas e insurgentes.
[10] Operaciones de Guerra 916, f. 33. Archivo General de la Nación.
[11] 29 y 30 de noviembre de 1810. A esta última junta asisten los tenientes de navío Jacobo Murphy y Ramón de Moyúa, el teniente de fragata Antonio Quartara, el alférez de navío Silvestre Madrazo, alférez de fragata Mateo Plowes, Felipe García y José María Narváez, los oidores Recacho y Alva, los Capitanes de las compañías de voluntarios y comerciantes europeos Juan José de Hecharte (Echarte), Carrión, Costilla, Pacheco, Francisco Pujadas y el Teniente de la Compañía Veterana Manuel Buentiempo. Enrique Cárdenas de la Peña, Historia Marítima de México. Guerra de Independencia 1810-1821, Vol. 1, p. 74.
[12] Documento núm. 90, Primeras proposiciones para la capitulación y entrega de la plaza, 29 de noviembre de 1810, en Juan E. Hernández y Dávalos, op. cit., Tomo I, p. 260.
[13] Operaciones de Guerra 144, f. 84. Archivo General de la Nación.
[14] Enrique Cárdenas de la Peña, Historia Marítima de México. Guerra de Independencia 1810-1821, Vol. 1, p. 75.
[15] Carlos María de Bustamante, Cuadro Histórico de la Revolución Mexicana, Tomo I, México, Ediciones de la Comisión Nacional para la celebración del Sesquicentenario de la proclamación de la Independencia Nacional y el Cincuentenario de la Revolución Mexicana, 1961, 662 p. p. 120.
[16] Causa formada a los jefes realistas que entregaron el arsenal y puerto de San Blas al Sr. Cura don José Ma. Mercado, Operaciones de Guerra 144, fojas 1 a 302. Archivo General de la Nación.
[17] Documento núm. 138: Comunicación del Sr. Mercado al Sr. Hidalgo sobre remisión de artillería y demás pertrechos de guerra, 22 de diciembre de 1810, en Juan E. Hernández y Dávalos, op. cit., Tomo I, p. 366.
[18] Documento núm. 131: Comunicación del Sr. Hidalgo al Sr. Mercado, sobre negocios de importancia y le remite el nombramiento de Brigadier, 16 de diciembre de 1810, en Juan E. Hernández y Dávalos, op. cit., Tomo I, pp. 359-360.
[19] Documento núm. 161: Los alcaldes de Ahualulco avisan al Sr. Mercado la pérdida de la acción de Calderón, 21 de enero de 1811, en Juan E. Hernández y Dávalos, op. cit., Tomo I, p. 389.
[20] Documento núm. 168: D. Manuel Álvarez da parte al Sr. Mercado de la entrada del general Cruz a Ahualulco y le ofrece el indulto, 28 de enero de 1811, en Juan E. Hernández y Dávalos, op. cit., Tomo I, pp. 394.
[21] Documento núm. 176: Parte del cura D. José Nicolás Verdín de la contrarevolución formada en San Blas contra el cura Mercado, 8 de febrero de 1811, en Juan E. Hernández y Dávalos, op. cit., Tomo I, pp. 401-402.
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Fuente:
La Insurgencia y San Blas de Nayarit
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Re: Mexico no es bicentenario
Pero la cuestión no terminaba ahí, este hecho no tendría mayor trascendencia (más allá que seguir demostrando que muchos de los insurrectos, fueron abatidos a las primeras de cambio) de no ser porque consumada la derrota de los rebeldes en esa región, llegaría el siguiente documento de la península ibérica:
Decreto. Se concede el título de noble y leal ciudad de Tepic al pueblo de este nombre.
Julio 24 de 1811.
Deseando las córtes generales y extraordinarias manifestar á los leales habilitantes de Tepic en Nueva España lo gratos que les han sido sus servicios, y la particular atencion que les han merecido sus esfuerzos, dirigidos á restablecer la tranquilidad pública en aquellos paises, decretan, conceder, como por el presente conceden, al pueblo de Tepic el título de noble y leal ciudad de Tepic, y que los oficios concejiles que restan para la formacion de su ayuntamiento, sean nombrados por esta primera vez en la misma conformidad que en él se hace el nombramiento de sus alcaldes ordinarios, debiéndose en lo sucesivo seguir la práctica general que rija en América, esto es, ó la actual si nada se innova, ó la que se establezca de nuevo.
Fuente:
Legislación mexicana o colección completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la República. Ordenada por los licenciados Manuel Dublán y José María Lozano.
http://www.biblioweb.dgsca.unam.mx/dublanylozano/
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Fuente:
Decreto. Se concede el título de noble y leal ciudad de Tepic al pueblo de este nombre.
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Re: Mexico no es bicentenario
Y mientras se siguen haciendo ceremonias para recordar las acciones más importantes de la guerra de independencia, celebrando con mayor entusiasmo aquella que conmemoró el inicio de la ola de destrucción que trajo esa conflagración fratricida (15 y 16 de septiembre de 1810) y por obvias razones se espera que los festejos continúen hasta 2021 (cuando se cumplan los 200 años de la entrada del ejército Trigarante a la Ciudad de México y que sella la VERDADERA independencia de México) y quizás hasta 2029 cuando se celebre la derrota en Tampico de la expedición de reconquista dirigida por el brigadier Isidro Barradas. En 2011, para Tepic sí que hubo OTRO bicentenario.
Tepic festejará 200 años de título de 'noble ciudad'
El 24 de julio de 1811, la corona española otorgó a la ciudad el ‘título de noble y leal ciudad'
Tepic, Nayarit | Viernes 22 de julio de 2011 Antonio Tello / corresponsal | El Universal
16:50
En 2010, año del Bicentenario, las autoridades de Nayarit no festejaron con relevancia los hechos históricos de los independentistas locales, pero ahora en 2011 se disponen a celebrar los 200 años del título de "noble y leal ciudad" otorgado por la corona española tras sofocar la revuelta insurgente.
De acuerdo al historiador Pedro López González, en noviembre de 1810, Tepic y San Blas fueron tomados por el cura José María Mercado acatando una orden de Miguel Hidalgo en el inicio de la Independencia.
La lucha del sacerdote Mercado tuvo tintes dramáticos y heroicos cuando desde San Blas le envió cañones a Hidalgo hasta Guadalajara, sorteando los peligrosos caminos de la abrupta serranía entre ambas poblaciones de aquella época.
Pero más tarde los criollos y españoles retomaron esas plazas y liquidaron a todos los insurgentes de la región, regresando la "paz y tranquilidad" temporalmente.
Por eso el rey Fernando VII declaró al pueblo de Tepic en 1811 "noble y leal ciudad" como premio a quienes seguían siendo sus fieles súbditos.
Una cédula real promulgada por las Cortes de Cádiz el 24 de julio de ese año, dice que "deseando manifestar a los leales habitantes de Tepic, en Nueva España, los gratos que le han sido sus servicios, y la particular atención que les han merecido sus esfuerzos dirigidos a restablecer la tranquilidad pública en aquellos países, decretan conceder como por el presente conceden al pueblo de Tepic, el título de Noble y Leal ciudad de Tepic".
El año pasado no se festejó el Bicentenario de la lucha insurgente local del cura Mercado en lo que hoy es Nayarit, pero ahora el Ayuntamiento de Tepic festejará el Bicentenario de la lealtad a la corona de España con una sesión solemne de cabildo programada para las 17 horas de este viernes, entre otras festividades que se prolongarán hasta el domingo.
spb
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Fuente:
El Universal - - Tepic festejará 200 años de título de 'noble ciudad'
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Re: Mexico no es bicentenario
Con motivo de la independencia real de México bajo la monarquía católica de Agustín de Iturbide, escribí este artículo que comparto. En él además doy una reflexión sobre el destino de México después de la instauración de la república.
Cita:
México es un país por el que siempre he sentido una especie de afinidad, pese a que nunca he tenido el placer de visitarlo. En mi
Cita:
introducción me autodefiní como hispánico, esto quiere decir que defiendo la cultura hispana formada como consecuencia de la expansión del Imperio Español y que, pese a los intentos de negarla y difamarla a ambos lados del Atlántico, sigue en pie y vigente.
Puede que de ahí venga mi interés por México. Se trata del país con mayor cantidad de hispanoparlantes, un catolicismo cultural fuertemente defendido e identitario además de contar con un tremendo potencial para poder liderar un bloque de naciones hispanoamericanas que defienda sus intereses frente al poderoso vecino anglosajón del norte. Debería ser para los españoles, en teoría, lo que para los ingleses es Estados Unidos o para los portugueses es Brasil: Un país que puedan mirar orgullosos y decir "Esta nación, nosotros ayudamos a crearla". En teoría.
En su lugar nos encontramos a un México pobre, arruinado, infestado por la corrupción, el narcotráfico, la violencia y sin más devenir que ser un patio trasero de maquiladoras y mano de obra barata para empresas americanas en el marco del TLCAN. Y nos preguntamos ¿Qué salió mal? ¿Por qué México está como está?
Dar una respuesta a esta pregunta se antoja complicado y tomaría no uno, sino veinte artículos para si quiera llegar a la mitad. Pero podríamos remontarnos a un evento que fue clave para el rumbo que tomaría México en el futuro: El efímero Imperio Mexicano.
La Guerra de Independencia Mexicana, que dio inicio el 16 de septiembre de 1810, con el Grito de Dolores había arrasado el antaño próspero Virreinato de Nueva España. Tras once años de intensa lucha, la guerra parecía llegar a su fin. Los guerrilleros separatistas habían sido diezmados y su causa estaba en vísperas del colapso total. Agustín de Iturbide, un general criollo realista, conservador y defensor de las tradiciones católicas había sido enviado a Iguala en 1820 para liquidar a las últimas fuerzas insurgentes en pie, lideradas por Vicente Guerrero.
Esto coincidió con el levantamiento del militar liberal y masón Rafael del Riego, el cual obligó al rey Fernando VII a jurar y aceptar la Constitución de 1812, transformando a España de una monarquía absolutista a una moderada. Esto alarmó al clero virreinal y a los realistas, incluyendo a Iturbide, quienes veían en la Constitución una amenaza a sus privilegios. Esto motivó a que Agustín decidiese pactar con los insurgentes de Guerrero en el llamado Plan de Iguala, el cual defendía entre otras cosas la independencia de México en el marco de una monarquía católica. Este plan logró convencer tanto a realistas como a independentistas, cerrando las heridas provocadas por la Guerra y unificando ambos bandos en el Ejército de las Tres Garantías.
El 24 de agosto de 1821, se firmó el Tratado de Córdoba con el virrey de Nueva España, Juan O'Donojú (de ascendencia irlandesa) donde se establece formalmente la independencia de México y el 27 de septiembre de ese mismo año el Ejército Trigarante marcha victorioso en la Ciudad de México. El Virreinato de Nueva España había madurado y se había convertido en el Imperio Mexicano con el general Agustín de Iturbide como Regente.
No tardaron en aparecer los problemas. Según el Plan de Iguala el título de Emperador de México le correspondería al rey Fernando VII de España, quien gobernaría en una unión personal, similar al modelo que adoptaría Gran Bretaña con sus Dominions. Sin embargo, el Rey en su necedad no solo no aceptó la corona, sino que prohibió a cualquier pariente suyo aceptarla y se negó a reconocer la independencia de México, empeñándose en reconquistarla manu militari.
En medio de una serie de tensiones debido a la negativa del Borbón a aceptar la Corona, el 18 de mayo de 1822 una manifestación popular exigió que Agustín de Iturbide fuese proclamado Emperador, lo cual aceptó. De ese modo, el Congreso lo coronó a él como Agustín I de México.
El Imperio Mexicano anexionó la antigua Capitanía General de Guatemala que en aquel ocupaba toda Centroamérica salvo Panamá, que pertenecía a Colombia. Esto convirtió a México en el país norteamericano más grande de su tiempo, extendiéndose desde California hasta Costa Rica.
Pese a ello, los problemas no cesaron. En esta ocasión vendrían de la mano de un personaje bastante controvertido en la historia mexicana: Antonio López de Santa Anna. Este peculiar individuo, apodado el "Napoleón del Oeste" tiene mérito por haber sido conservador y liberal, realista y republicano, federalista y centralista, mostrando carecer de principios y adaptarse siempre a lo que le convenga, un veleta vamos. Por eso y por sus fallidas campañas militares que hicieron que México perdiera casi la mitad de su territorio.
En febrero de 1823, Santa Anna lideró varios pronunciamientos por todo el imperio, los cuales fueron sofocados por el ejército, salvo uno: El de Veracruz, dado que Santa Anna tenía contactos con el general Echevarí, encargado de combatir la revuelta. Ambos generales suscribieron el Plan de Casa Mata, que exigía la adopción del modelo republicano federal, similar al de Estados Unidos. El plan se difundió rápidamente por todas las provincias, donde obtuvo apoyos de las mismas.
Esto dejó al emperador Agustín sin más apoyos que la Ciudad de México y un reducido Ejército Imperial. En marzo de 1823, Agustín I abdicó el trono, restituyó el Congreso (que había sido abolido tras una fallida intentona golpista, cometiendo el mismo error que Luis XVI) y huyó a Italia. Posteriormente volvería en 1824 para ayudar a su país a combatir a los españoles en sus intentos de reconquista, el Gobierno mexicano se lo "agradeció" ejecutándolo por fusilamiento.
Los Estados Unidos Mexicanos (nombre adoptado por la república federal) no prosperaron, sino que se hundió en el caos, la inestabilidad y el golpismo. En los once años que duró la I República tuvo la friolera de 9 presidentes y 2 triunviratos, de estos solamente Guadalupe Victoria logró completar su periodo. Se perdieron las provincias centroamericanas (a excepción de Chiapas, que decidió quedarse unida a la república), las cuales se organizaron en las Provincias Unidas de Centroamérica, un estado que rápidamente fue balcanizado y recolonizado por empresas americanas, entre ellas la United Fruit Company, con sus provincias transformadas en repúblicas bananeras regidas por dictaduras.
Por otro lado, se empezó a difundir la leyenda negra en México, la idealización de lo azteca, se realizaron masivas expulsiones de españoles bajo el pretexto de que servían como quintas columnas y comenzaron los primeros enfrentamientos contra la Iglesia.
Posteriormente, bajo la dictadura del ya mencionado Santa Anna, México adopta un modelo centralista que solo empeoró las cosas. Estallan rebeliones separatistas en Texas, Zacatecas y Río Grande. De todas estas, como bien sabemos, solo la primera lograría tener éxito, finalizando con la humillante captura de Santa Anna por los rebeldes texanos. Adicionalmente, México perdió más de la mitad de su territorio (la llamada Cesión Mexicana) tras perder una guerra con Estados Unidos, incluyendo estados como California, Utah, Nevada y Arizona. La República Centralista de México tuvo once presidentes en sus once años de existencia, de los cuales ninguno llegó a completar su período
En medio del caos provocado por la Guerra Mexicana-Americana, un golpe de estado liderado por José Mariano Salas derroca al Gobierno centralista colocando otro que restaura el federalismo y la Constitución de 1824. Para aquel entonces, México había perdido grandes territorios y se encontraba arruinado. La segunda República Federal tuvo 14 presidentes en 17 años, de los cuales solo José Joaquín de Herrera logró completar su mandato.
El país estaba a su vez dividido por los enfrentamientos entre conservadores y liberales. Esta rivalidad se agudizaría con la Reforma de Benito Juárez en 1854, la Guerra de Reforma y la Intervención Francesa en México...pero eso ya es otra historia.
Como puede verse, la adopción del modelo republicano solo trajo problemas a México. Transformó el Virreinato de Nueva España, en aquel entonces uno de los estados más potentes y prósperos del mundo, que fue incluso halagado por el explorador alemán Alexander von Humboldt en un país arruinado, caudillista, guerracivilista y destinado a ser un segundón en Norteamérica, a la sombra de su vecino norteño. Todo ello mientras el propio Gobierno escupía sobre su propia herencia hispánica y combatía a sus propias tradiciones religiosas en el nombre del "laicismo".
¿Pudieron las cosas haber sido de otra forma? Probablemente sí. Hay que tener en cuenta que cada nación tiene una cultura y mentalidad diferente a otras, por lo que puede que el modelo que funcione en un país A no funcione en un país B y viceversa. Eso puede verse hoy día en el mundo árabe viendo como los regímenes seculares de inspiración ilustrada liberal caen y retroceden (Siria, Irak, Turquía), mientras que las monarquías religiosas (Arabia Saudí, Jordania, Marruecos...) siguen en pie.
El modelo republicano federal laico pudo calar en Estados Unidos porque era compatible con la mentalidad protestante anglosajona. Sin embargo, en México estos principios no calaron y generaron una dicotomía con tendencia al guerracivilismo: Monárquicos vs Republicanos, Centralistas vs Federalistas, Conservadores vs Liberales, Antirreformistas vs Reformistas hasta llegar a la Guerra Cristera, que podría ser considerado el último choque de ese estilo.
En Estados Unidos, en cambio, siempre hubo un consenso de como debían ser las cosas. Por mucha diferencia de opinión que pudiese haber, por ejemplo, entre los federalistas y anti-federalistas, ninguno pensaba que se debía instaurar una monarquía o que se debía colocar a X iglesia protestante como oficial. Este "consenso" le dio estabilidad al país y permitió que progresara.
Si quisiéramos ver un ejemplo de como habría sido México de haber conservado la monarquía imperial de los Iturbide podemos fijarnos en el único país iberoamericano que adoptó tal modelo tras su independencia, el Imperio de Brasil, el cual da incluso para un artículo propio.
Brasil empezó igual que México, con un Gobierno poco estable y una rivalidad entre el Congreso y el Emperador. No fue muy estable, pues en sus primeros años tuvo que enfrentarse a varias guerras y rebeliones internas. El hecho de que su Emperador, Pedro I de Braganza huyese de Brasil tampoco ayudó mucho. Sin embargo, una vez que su hijo Pedro II alcanzó la mayoría de edad, el Imperio Brasileño experimentó un despegue en toda regla: Crecimiento económico, desarrollo artístico muy influenciado por la cultura europea, paz y estabilidad interna sin necesidad de recurrir a tiranos, inmigración europea que levantó más aún el país, expansión territorial y consolidación de Brasil como una potencia mundial a tener en cuenta. Incluso los más fervientes republicanos brasileños tomaron a Pedro II como un referente de como debería gestionarse un país.
No me cabe ninguna duda que si Brasil logró prosperar e incluso hoy en día es visto como la "Alemania" de Iberoamérica se debe a la estabilidad que proporcionó el reinado de Pedro II de Brasil. Incluso cuando Deodoro da Fonseca dio el golpe de estado que lo derrocó, pese a que la república fue un desastre, Brasil no decayó, siguió "tirando pa adelante" gracias a la base que tuvo. Nada de eso ocurrió con México, pues no conoció la paz y la estabilidad hasta la instauración del Porfiriato. Justamente los mayores períodos de crecimiento y prosperidad coinciden con el Porfiriato y la dictadura socialista del Partido Nacional Revolucionario (hoy transformado en el centrista, corrupto y clientelar PRI). Aunque en esos casos, se tuvo que recurrir a la represión y a la tiranía para mantener la paz.
FUENTE
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Re: Mexico no es bicentenario
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Re: Mexico no es bicentenario
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Re: Mexico no es bicentenario
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Re: Mexico no es bicentenario
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Re: Mexico no es bicentenario
Respecto al último meme...
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No dudamos de las nobles intenciones de Agustín de Iturbide, ni de la situación crítica y compleja de la coyuntura de 1821; pero es evidente que sus acciones y su decisión de hacer la secesión de la Patria y el abandono de la piedad política, fueron a la larga causa de la destrucción de Méjico en todo sentido incluyendo el territorial; en palabras de José Antonio Ullate: "Tan subvertidos estaban los criterios, que hasta los «trigarantistas» llegan a plantearse ofrecer el trono de México al denostado Fernando VII. A condición de negar el bien común acumulado, se está dispuesto incluso a entronizar al máximo responsable de la decadencia del bien común actual: muera la patria y viva el mal gobierno. Absolutismo y liberalismo, (...), por encima de sus palpables diferencias, están íntimamente identificados en su rechazo de la doctrina política católica." Luchemos pues por la Segunda reconquista y la Reunificación de la Patria ¡Viva el Rey! ¡Muera la independencia!
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¿Por qué no celebramos la consumación de la "independencia"?
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Re: Mexico no es bicentenario
En Nueva España se rompe la inercia
nigrosebius
16 septiembre, 2016
Hoy se cumplen 206 años desde que el Cura Hidalgo, usó la fidelidad al Rey de los insurrectos para asociarla a Nuestra Señora de Guadalupe, y proclamar el odio a la raza peninsular; usar de forma maquiavélica la imagen de María Santísima para perpetrar asesinatos y saqueos.
Estos son los acontecimientos y el contexto previos al 15 de septiembre y su significado real, en la pluma de José Antonio Ullate:
El ejemplo de la Nueva España es significativo. El virrey, don José de Iturrigaray y Aréstegui, había tomado posesión cuatro años antes, en 1804. Al conocer la noticia del Motín de Aranjuez, de la abdicación en favor de Fernando VII y del estallido de la guerra contra el francés en la Península, opta por no decantarse. La inmensa mayoría del pueblo de la Nueva España manifiesta sin disimulo su adhesión al monarca cautivo y su apoyo a la causa de sus hermanos peninsulares. Hay tumultos callejeros.
Veamos cómo narra los hechos un testigo presencial, «el Gachupín» don Juan López Cancelada, por entonces redactor de la Gaceta de México. Cancelada fue desde el comienzo enemigo acérrimo no sólo de la independencia, sino de los cabildeos del virrey. Eso no obstante, no cuestiona la objetividad de sus crónicas. Fray Servando Teresa de Mier, acérrimo independentista novohispano, polemizó agriamente con López Cancelada. En particular contra la obra de López titulada La verdad sabida y buena fe guardada. Origen de la espantosa revolución de la Nueva España, comenzada en 15 de septiembre de 1810. Defensa de su fidelidad. En La verdad sabida, López Cancelada, además de explicar su punto de vista, hace una narración de los hechos que precedieron a los movimientos independentistas de Morelos y de Hidalgo. Incluso Christopher Domínguez Michael, biógrafo y compatriota del fraile revolucionario, sin aprobar las tesis de López Cancelada, se pronuncia favorablemente en cuanto a su fiabilidad como cronista de los hechos: «El conservador (López) tenía un conocimiento de México muy superior al de Mier y al de los diputados americanos (en las Cortes de Cádiz), una prosa ilustrada y una visión realista y profética de los hechos». Así era: cuando salió de Nuevo México, López Cancelada había pasado treinta de sus cincuenta años de vida en aquel virreinato y lo había recorrido de punta a cabo con afán investigador y, por su competencia nada común, había sido uno de los proveedores de inaccesibles informaciones para el trabajo del barón Von Humboldt.
Veamos cómo describe el periodista berciano la llegada a América de las noticias del Motín de Aranjuez y de la coronación de Fernando VII:
“El 8 de junio llegaron a Nueva España las noticias de lo ocurrido en Aranjuez los días 18 y 19 de marzo. Como por lo regular es allí el Comercio el primero que las recibe, y este gremio las celebró de un modo extraordinario, el pueblo atraído de la novedad se instruyó brevemente del motivo. Si los comerciantes celebraron con el mayor entusiasmo la exaltación de Fernando séptimo al trono y la caída de Godoy, el resto del pueblo no lo hizo menos. Por todas las calles y plazas no se oía otra cosa que vivas y aclamaciones. La curiosidad más placentera se notaba hasta en la misma plebe: al oír los papeles públicos que contenían aquellos sucesos, [gritar] Viva Fernando séptimo, Viva España, era común hasta en los niños”.
«En este estado de general alegría -continúa el redactor de la Gaceta de México- dexé a México y partí para San Agustín de las Cuevas, donde se hallaba el Virrei Don José Iturrigaray». El Virrey no quiso darle autorización para que publicase las noticias en la Gaceta. Era comprensible, pues había sido favorecido por Godoy y no tenía ninguna seguridad del futuro que le esperaba en las nuevas circunstancias. Iturrigaray quería ganar tiempo. La gente estaba muy extrañada de que no se hubiera mandado celebrar oficialmente las buenas noticias y se «murmuraba sobre eso». A los tres días, «hubo repique y Misa de gracias» y se mandó publicar en la Gaceta «que, por ocupaciones de la santa catedral, no se había hecho antes…». Lo cual era falso, y los canónigos protestaron. No se había celebrado antes por las vacilaciones del Virrey. «Desde aquella fecha comenzó a opinarse sobre la fidelidad del Virrei. las gentes que carecían de conocimientos políticos decían sencillamente: El virrei no quiere a nuestro Soberano…». Mientras tanto, Iturrigaray «no se explicaba en sus tertulias en el orden que se esperaba como primer Jefe». Pero nuevas noticias iban a dar oxígeno al Virrey en su estrategia dilatoria: «Por desgracia llegó la barca Ventura con las Abdicaciones de Bayona». Los jefes del partido independentista empezaron a moverse rápidamente. Se dieron situaciones estrambóticas: «No pasaron muchos días sin que se presentase un Indio diciendo que era descendiente por línea recta del Emperador Moctezuma; que en virtud de no haber ya Soberano en España, le tocaba la corona del Imperio Mexicano».
Apostilla López: «Los malos criollos querían dar grande importancia a esa solicitud». Pero pocos días después se vio que los indios no querían saber nada de aquel pretendido monarca: «La cosa quedó en nada en punto a los indios». Continuaron los manejos. «La tarde del 18 de julio vimos salir de las Casas Capitulares al Ayuntamiento [la corporación]. Dirigióse al palacio virreinal rodeado de una numerosa plebe que vitoreaba». El gentío daba gritos de ¡Viva el Rey! ¡Viva España!, «prueba evidente de que la masa del pueblo estaba sana», concluye López. «El 20 se supo que el Cabildo había llevado una representación, la que contenía en sustancia que respecto de faltar el Soberano, había recaído la soberanía en el pueblo: que la nobilísima ciudad lo representaba, y así debían quedar abolidas todas las autoridades, hasta no recibir nueva investidura del Cabildo».
Como apunta López Cancelada, el Virrey, al escuchar la desproporcionada declaración, completamente ajena al sentir popular, le dio alas. [/COLOR] Si interiormente no hubiera desistido, «con sólo amenazarles hubiera sido bastante para cortar al primer paso los daños que después se han experimentado en contra de la España». Las cosas estaban en ese punto muerto «hasta que el 29 de julio llegaron agradables noticias de haberse levantado en masa la Nación española contra los franceses». ¿Cuál fue la reacción popular de los mexicanos al conocer las novedades?:
“Apenas fue enterado de ello el pueblo mexicano por los repiques y salvas, parecía haber perdido el juicio. Jamás había visto México un torrente igual de alegría en todos sus habitantes. Los malintencionados se admiraron al ver que no había más que una voz a favor del Rei y de la España. No hubo remedio: todos recelaron hacerse sospechosos y todos tuvieron que mezclarse con el pueblo en sus alegrías. Los buenos fundaron una total esperanza de que habían acabado sus proyectos. El virrey y el Cabildo, testigos de vista por tres días, no podían menos que cambiar de designios por el cambio repentino de circunstancias.”
Pero añade el periodista: «¡Ah! Si desde aquel momento no hubiera dado un paso el Virei que no fuese en todo conforme con la inocente fraternidad de aquel leal pueblo que él mismo había observado, no lloraríamos ahora la sangre que derrama».
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Virrey José Joaquín Vicente de Iturrigaray y Aróstegui
El cabildo, dirigido por la minoría revolucionaria, estaba resuelto a no cejar, aunque tuviera que cambiar de estrategia. Pidió la constitución de una junta, lo que en principio no ofrecía dificultad alguna, dadas las excepcionales circunstancias. Sin embargo, los oidores, conociendo los propósitos del cabildo, «contestaron que jamás consentirían se formase la Junta bajo los principios que solicitaba el Cabildo». El Virrey los ignoró y los oidores «protestaron no ser responsables de sus resultas». Explica el autor de La verdad sabida que:
“la solicitud del cabildo era puntualmente en aquella fecha lo que pusieron en práctica Caracas, Buenos Aires y Santa Fe: que se formase una Junta de todos los cuerpos principales. Que ésta debía de dar todos los empleos civiles, militares y eclesiásticos, y que había de ejercer la soberanía en todos los asuntos que estaban sujetos a la decisión del Rei durante su impedimento.”
Según el periodista, una medida de esa envergadura tenía sentido en zonas donde la gravedad de la situación lo demandase, pero dada la tranquilidad y unidad del pueblo novohispano en el sometimiento de los derechos del Rey y en apoyo a los españoles alzados en la península, no sólo no había fundamento para establecerla, sino que significaba crear artificialmente el desconcierto en la población. En apariencia se echaba mano de una medida exteriormente conforme con la tradición política castellana, pero bajo ese expediente se escondía la intencionalidad de una minoría que deseaba hacer prender la mecha de la secesión.
Al constituirse finalmente la Junta de México, los componentes, «un crecido número de personas europeas y americanas», no resolvieron otra cosa «que la pronta jura de Fernando séptimo». Sin embargo, el acta de lo acordado «no es en nada conforme con lo que se acordó (a excepción de que se proclamase al Rei). El Virrei fue el dictador de todas aquellas palabras sueltas». Comenzaba a aplicarse la táctica de «ahogar a favor de la corriente» por parte del Virrey y de la minoría separatista. Resultaba imposible negar abiertamente la obediencia -por lo demás, mera disponibilidad- al Rey cautivo, pero se trataba de ir guiando el cambio de la opinión general con sutiles añagazas.
El 13 de agosto se juró la fidelidad al monarca prisionero. «El pueblo repitió la sinceridad de sus afectos: su amado Fernando séptimo hacía las delicias de sus diversiones. En el pecho o en el sombrero no había ninguno que quisiera andar sin esta real divisa. Los adornos de las casas y las iluminaciones fueron magníficas». La gente había identificado en el nuevo Rey todas sus esperanzas tras años de desgobierno y el hecho de saberlo cautivo lo aureolaba todavía más. En las Fiestas de la Jura, los plateros de México habían realizado un majestuoso retrato que presidía los actos:
“La riqueza que rodeaba aquel retrato del Soberano sorprendía a los espectadores. Éstos lloraban al considerar a su jovencito Rei cautivo. Yo presencié estas tiernas lágrimas y juraré siempre que eran hijas del afecto y de la sinceridad de aquellos habitantes. Siento por lo mismo la mayor repugnancia en tener que explicar el extravío de una parte de ellos, aunque fue movida (¡quién lo creyera!) por los mismos principales jefes.”
Sospechosamente, comenzaron a sucederse puntuales tumultos y aparecieron pasquines contra los europeos. El Virrey daba todas las seguridades de palabra, pero interiormente estaba persuadido de que «España no podía resistir al poder de Bonaparte. Fernando séptimo jamás volvería a su trono. La nación española no tenía cabezas que la pudiese gobernar y los que pensaban lo contrario eran unos locos». El escepticismo y la pusilanimidad de Iturrigaray sirvieron para dar calor y cuerpo al partido secesionista. Conocedores de la pusilánime condición del Virrey, los miembros del cabildo le recordaban que en cualquier momento podía llegar de la Península el nombramiento de un nuevo virrey, ya fuera por Murat o por las juntas. Conforme pasaban los días, la pasividad del Virrey alimentaba un sentimiento de desamparo que fue aprovechado por los provocadores, generando un clima de enfrentamiento entre los habitantes de la ciudad provenientes de la Península y los criollos. Mientras tanto, en el interior del virreinato, se sucedían los festejos y demostraciones de afecto por el Rey.
El propósito de los separatistas encontró nueva ocasión favorable con la visita de don Manuel Francisco de Jáuregui y de Don Juan Rabat, dos delegados de la Junta de Sevilla, que se habían declarado Junta Suprema de España. En nombre de una regencia de Fernando VII instituida por esa Junta, traían facultades para sustituir a las autoridades nombradas por el odiado Godoy que no se adhiriesen al nuevo Rey y a la regencia. Así se iba a proceder a esa adhesión, cuando el 31 de agosto «llegaron pliegos de la Junta de Asturias, constituida en Londres, solicitando también el reconocimiento como Junta Suprema. En presencia del cisma, tanto el virrey como los criollos tuvieron argumentos para convencer a los Oidores de la conveniencia del no reconocimiento hasta tanto no se aclarase la situación», explica el historiador y magistrado Felipe Tena Ramírez. Cada una de estas circunstancias era hábilmente aprovechada por los rebeldes. Llegados a este punto, ya contaban a su favor con el anhelo del pueblo de que se estableciese un Gobierno firme y estable, dadas las muestras de incertidumbre y de desgobierno que había dado el Virrey. Todas aquellas disensiones debilitaban el entusiasmo popular por la causa real y hacían aflorar los viejos agravios no olvidados de los malos Gobiernos. Los criollos secesionistas sabían que había que evitar reconocer a ninguna Junta ibérica, lo que significaba escenificar una primera ruptura política con España.
Mientras tanto, los novohispanos fieles a la Corona tampoco se estaban quietos. Conocidos los manejos de los separatistas, propusieron a un notable, don Gabriel de Yermo, que aceptara la arriesgada tarea de acaudillar a los deseosos de continuar unidos a España y dar un golpe de mano que arrebatase el poder al Virrey. Así lo efectuaron el 15 de septiembre, y el 16 se hacía una proclama pública en la que se daba cuenta de los sucesos y se anunciaba al pueblo que el señor arzobispo y otras autoridades habían reconocido al mariscal de campo don Pedro Garibay como jefe político y nuevo virrey: «Sosegaos, estad tranquilos, os manda por ahora un jefe acreditado y a quien conocéis por su probidad». Una semana más tarde enviaban al depuesto Iturrigaray con su familia al castillo de San Juan de Ulúa, para partir de vuelta a Europa, En su camino a Veracruz, el pueblo le increpaba y querían agredirle por su deslealtad al Rey. El 6 de diciembre, cuando se le unió su esposa, partieron definitivamente para la Península. El nuevo Gobierno, así constituido, se había formalizado contra todas las Leyes de Indias y los derechos forales, de modo que este golpe de mano supuso una victoria pírrica. Los derrotados secesionistas, que ya habían plantado en el pueblo el germen de su ideal, se presentaban como víctimas de aquella violación de la legalidad, lo que iba a incrementar su ascendiente popular. Luego vendrían «el grito de Dolores» y la guerra sangrienta entre españoles en la Nueva España. Guerra inútil, pues finalmente los insurgentes lograron la independencia tras el acuerdo del realista Iturbide y del insurgente Guerrero, de 21 de febrero de 1821, el Acuerdo de Iguala.
Este ejemplo ilustra la rápida evolución, en aquellas complejas circunstancias, del sentimiento popular de los españoles americanos. Sentimiento que en breve lapso de tiempo transita del entusiasmo y el delirio por la coronación de Fernando VII hasta desasosiego y la guerra a muerte contra lo español. Dos cosas quedan claras ante este cuadro: que el independentismo no era un brote fatal ni genuino del suelo americano, sino más bien inoculado y adventicio; y que el nervio político del pueblo americano estaba exangüe y reducido en su mayor parte a pasional sentimiento hispano.
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Fernando VII
Tomado del libro: “Españoles que no pudieron serlo” (páginas. 153-159). José Antonio Ullate.
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Fuente:
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Re: Mexico no es bicentenario
-HISTORIA
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"Un rasgo sociológico indicador de la prosperidad y riqueza de la Monarquía Hispánica en América, fueron las fortunas que se amasaron en nuestros territorios. Es bien conocida la vinculación entre la nobleza inglesa y la plutocracia estadounidense a finales del siglo XIX y principios del XX, mismas que empezaron a unirse matrimonialmente para, las unas dar los títulos y el abolengo, y las otras las fortunas. Pero es prácticamente desconocido que este tipo de alianza sucedió antes, durante el siglo XIX, entre la élite mexicana y la nobleza centroeuropea. Era tal la riqueza de muchas familias mexicanas, que varias familias nobles centroeuropeas buscaban casar a sus vástagos con hijas de esas familias mexicanas para mantener la posición económica que cada vez más, con un siglo de ilustración encima, era difícil de sostener y perpetuar. Muchos príncipes, duques, condes y demás nobles titulados alemanes y austriacos, tienen antepasados mexicanos por esta razón. Otras familias mexicanas que conservaron su fortuna de la época hispánica, ante el desastre del Estado mexicano, no pudieron mantenerlas, pero se demoraron más de un siglo, o sea cuatro generaciones, en algunos casos para gastársela toda. Así era el nivel de riqueza de lo que algunos ideólogos llaman el atraso español. A diferencia de la América del Sur, la América Central y del Norte españolas no sufrieron una cruenta guerra civil para conseguir su separación de los demás reinos hispánicos, la misma se logró por medios políticos. Así, el que fuera el Virreinato de Nueva España, es decir, los territorios actuales de los estados de California, Nevada, Utah, Nuevo México, Arizona, Colorado, partes de Wyoming, Oklahoma y Kansas, así como Texas, dentro de los Estados Unidos; México, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica; no tuvo la terrible pérdida humana y económica que sí tuvo la América del Sur española, con más de tres lustros de guerras, la destrucción de sus economías y el aniquilamiento de buena parte de sus élites y fortunas. Lo demás es historia."
Francisco Núñez del Arco
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Fuente:
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Re: Mexico no es bicentenario
Comentarios de gente desagradable y personas conscientes que los ponen en su lugar.
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De los peores, una muchachita que tiene de india lo que yo de guapo diciendo que los peninsulares son moros.
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Re: Mexico no es bicentenario
Afortunadamente, entre tanto cúmulo de porquería uno encuentra esperanza en personas que no se tragan el discurso indigenista que ¿curiosamente? es igualito al relato gubernamental.
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Y este es el mejor
:aplauso:
¡Así celebro yo septiembre! Ensenada Baja California
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Re: Mexico no es bicentenario
Para cerrar éste conjunto de escritos que puso aquí el forista Hyeronimus:
El Virreinato de Méjico (parte 1 de 3)
El Virreinato de Méjico (parte 2 de 3)
El Virreinato de Méjico (parte 3 de 3)
Última parte de la Conferencia del Marqués de Cerralbo dando toque final a su tan magistral recorrido por el Virreinato novohispano.
Todos lo virreyes se desvelaron en formar armadas y ejércitos; pero en el interior tan seguros se consideraron por la paternal bondad del gobierno, que es una excepción las doce compañías que hubo organizado Palafox en 1642.
En cambio, cuadrillas de bandoleros asolaban el país, y desde el principio ya vemos en 1552 al Virrey Velasco instituir la Santa Hermandad en su persecución; la que activa de tal modo y con tanta energía el Marqués de Gelves en 1622, que restablece con mano dura el orden y la seguridad, distinguiéndose como infatigable protector de los débiles.
Pasa casi un siglo, y durante ese tiempo van los bandidos reanimando sus maldades, cuando en 1710 el Duque de Alburquerque establece el protector Tribunal de la Acordada, que, trabajando con incansable celo en persecución de toda suerte de criminales, despachó en cien años 57,506 causas: mucho temieron que se prestase a abusos e injustas persecuciones este procedimiento; más, por el contrario, sirvió para demostrar nuevamente la justicia de los virreyes; y de tal colosal número de 62,850 reos, sólo 68 pasaron a la Inquisición.
Queriendo dar ejemplo de cuánto interesa sustanciar pronto las causas, llevó por sí mismo el Conde de Revillagigedo la que aterrorizaba a la villa de Guadalupe por el asesinato del riquísimo Dongo y de toda su familia; descubrió los criminales, y a los quince días, convictos y confesos, pagaron su infame delito.
Pero conforme se desarrollaba la riqueza en Nueva España, se extendía el comercio: e inmediatamente acudieron en su amparo los virreyes, estableciendo ya en 1582 el Conde de la Coruña un Tribunal especial de comercio, con nombre de Consulado.
Esta protección interior necesitaba un complemento que garantizase la exportación, tan peligrosa como aventurada por los infinitos piratas que infestaron los mares: conocido el peligro, al punto el Marqués de Cadreita le vence, creando la armada de Barlovento, con destino especial de proteger a la marina mercante.
Tan necesario era el amparo al comercio con las armas, como desarrollarle por el crédito y el giro; y el tantas veces citado y admirable virrey Bucarelli realiza un progreso y un acto que por sí solo demuestra, no sólo su honradez, generalmente reconocida, y su talento superior, sino que es confirmación indudable de que esa misma honradez era carácter general del Virreinato.
https://carlistasmejico.files.wordpr.../bucarelli.jpg
Virrey Antonio María de Bucareli
Quiso establecer un giro de comercio en 1773; pero hallándose sin recursos, pidió prestada una cantidad, y en el acto le entregó el comercio la enorme cifra de 2,800.000 pesos, sin esa precisa condición moderna de garantías, escrituras e intereses: dio el Virrey su palabra por único depósito o resguardo, y aquella palabra es el diploma más solemne y grandioso de la administración del virreinato; fue una escritura en la que firmaba el honor con la garantía de la conciencia.
Excusado es decir que el Virrey cumplió con la exactitud de caballerosidad, y el beneficio fue grande para el Estado y para la gloria de todos.
Este mismo excelso gobernante pasa su atención del comercio a la enorme riqueza que representaba la explotación de las minas, de tan inmenso producto, que llegó el total de América desde 1492 a 1803, según Humboldt, a 4,851 156 000 pesos, en cuya cifra figura Méjico con una producción en plata de 2,028 000 000 de pesos; la de oro asciende a 68,778 411 y la de cobre queda en 542,893. Crea el Virrey para orden de su explotación y amparo de los trabajadores, el Tribunal de Minería.
Organizados todos los servicios y regularizada la administración, era indispensable repartir con justicia los tributos y conocer todas las fuerzas vivas de la colonia; para subvenir a estas necesidades, el famoso Conde de Revillagigedo forma el Censo de población en 1793; y ya que los tributos he citado, oportuno es consignar la bajísima contribución que pagaban los indios; pues hecho por la ley de Indias el cálculo de la ley del jornal, supo que llegaba a 60 pesos anuales y sólo se les exigía desde 1590, ocho reales por bracero que pasase diez y ocho años sin llegar a cincuenta, y en 1760 sube a su cifra máxima de un peso y 25 centavos: beneficiosísima capitación si se le compara con la tercera parte de todo el producto total que les exigía su emperador Moctezuma, y de las tres quintas partes que nos impusieron los árabes cuando la conquista de España.
Gran dificultad ofrecía al general desarrollo de la riqueza la falta de moneda, que no existía en Méjico cuando llegaron los españoles; y uno de los primeros cuidados del primer Virrey, fue crear una Casa de Moneda de plata, que empezó a funcionar en 1536; y para extender a mayor importancia las transacciones, se resolvió en 1675 a fabricar moneda de oro el virrey, tantas y justas veces elogiado, Fr. Payo Enríquez de Rivera.
Muchos son los distinguidísimos oradores que, procediéndome en esta tribuna, han dedicado luminosos estudios a la cultura americana, y no osaría entrar por este hermoso campo, si no creyese de mi deber, y para complemento de los cuadros que he expuesto, apuntar, aunque sea ligeramente, de qué modo tan efectivo protegieron los virreyes el desarrollo de la inteligencia.
Que la dedicaron la más preferente atención se comprueba por haber establecido la imprenta en Méjico en 1535, pues el primer Virrey, Conde de Tendilla Juan Cromberger, el envío de todos los útiles necesarios a la impresión, y se cree que el mismo Conde llevase en su compañía la imprenta, y al lombardo Juan Pablos, que fue el primer impresor en América, como el libro que vio la luz en el Nuevo Mundo la obra de San Juan Clímaco, Escala espiritual para llegar al Cielo, traducida por Fr. Juan de la Magdalena: obra conocida tan sólo por relación, pues la más antigua que ha llegado a nosotros, es la Breve y más compendiosa doctrina christiana en lengua mexicana y castellana, que en 12 fojas en 4° mandó imprimir en 1539 el primer Obispo de Méjico Fray Juan de Zumárraga; como es el primer grabado que se hizo y publicó en América, la portada representando Nuestra Señora imponiendo la casulla a San Ildefonso, que enriquece el famoso tripartito de Doctrina cristiana del Dr. Juan Gersón, impreso en 1544 por orden del mismo ilustre Prelado.
Era ya tan importante el desarrollo intelectual en la Nueva España, que no bastando ni correspondiendo a ella las diferentes escuelas desde un principio establecidas por los españoles, funda el segundo virrey D. Luis de Velasco la Regia y Pontificia Universidad de Méjico en 1552.
La organización que sabiamente dio a sus estudios el venerable Palafox, aun resuena aquí entre los brillantes periodos de la asombrosa conferencia del Sr. Jardiel, y los aplausos calurosísimos con que todos le seguimos y le premiabais, porque en esta doctrina asamblea del Ateneo, siempre se ha hecho noble e independiente justicia.
Grandes desvelos inspiró a los primeros virreyes, y después a muchos otros, propagar la cultura, por la atrasadísima que era la de los aztecas, a los cuales hallaron los españoles en la bárbara edad del bronce y de la piedra. ¡Suerte y consuelo para los americanos, porque así pueden asegurar, en su gloria y elogio, que no era suyo, que no era de su país, el hierro ingrato con que se fabricaron los vergonzosos grillos impuestos a Colón!
En esta rápida excursión por la brillante historia del virreinato de Méjico se han confirmado cumplidamente todos mis elogios y todas mis afirmaciones; si algo falta para la prueba, culpa es mía, que no he alcanzado a demostrarla: y si falta la terminación de la historia, ni la culpa me pertenece, porque no lo reconozco, ni ha de caer sobre el Virreinato, porque no le alcanza.
Las instituciones han de juzgarse por su espíritu, por su constitución y por su historia; pero en cuanto los hombres, por su torpeza, por sus debilidades o por su tiempo, las bastardean, no pueden caer las censuras sobre la institución, cuando en su esencia y forma no hay inevitable tendencia a la perdición y al vicio, sino que se alcanzan a los procedimientos.
la crítica filosófica ha de ejercitarse con todo rigor para demostrar si una institución es intrínsecamente buena y corresponde a su misión y a su deber, ajustados al tiempo, al lugar y a las necesidades.
El virreinato de Méjico cumple con todas estas condiciones, tiene por alma la fe católica, por impulso y protección el cetro de sus monarcas, por espíritu y régimen las leyes de Indias, y por cuerpo las grandiosas figuras de sus virreyes: fue una institución genuinamente española por su origen, su aspiración y su desarrollo: desde el punto en que falta uno de estos caracteres y se rinde el criterio o la acción a intervenciones o influencias extranjeras, ya el Virreinato no existe, porque ha dejado de ser español.
De este modo entiendo que cierra su historia el 12 de julio de 1794, al entregar su vara de juez, su bastón de general y sus cuentas de gobernador, el admirable y españolísimo D. Juan Vicente de Güemes Pacheco de Padilla, Conde de Revillagigedo, en las manos del extranjerizado rapaz e inepto cuñado de Godoy, D. Miguel de la Grúa y Talamanca, Marqués de Branciforte, que convierte la administración en un mercado en su beneficio, y al gobierno en un desastre nacional. ¿Para qué seguir en la enumeración de virreyes como Azanza, que le sucede, y que baste decir cómo conduciría, cuando llegó a ser Ministro de José Bonaparte? No se salven de mi omisión y mi silencio algunas pobres excepciones, como Marquina y Garibay y otras más distinguidas, como Lizana y Calleja, porque no son bastantes a compensar las tropelías de Iturrigaray, las desgracias de Venegas y Apodaca, y las traiciones de O’Donojon.
La Revolución francesa había enseñado a romper la amorosa unión del pueblo con el Soberano, y a lanzarse el individuo a todas las independencias, y aunque en América se conservaba íntima y segura aquella, por los prestigios y paternal gobierno de la Monarquía española, como lo demuestra que en los primeros y en los constantes y en los últimos gritos de la independencia, jamás se suprimieran los vivas a la fe católica y al Rey de España.
Termina, pues, el virreinato con el Conde de Revillagigedo, que no pareció sino que el cielo, reconociéndole como glorioso epílogo de aquella institución, y como deseando honrarla con espléndida corona de luces y colores, produjo la sorprendente y en Méjico nunca contemplada aurora boreal del 12 de Noviembre de 1789, que es la celestial diadema del Virreinato.
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Virrey Juan Vicente de Güemes, Conde de Revillagigedo
Qué aun en el periodo de 1535 a 1794 se produjeron algunas contadísimas excepciones, que ni empañar consiguen el deslumbrador brillo del Virreinato, ni he de desmentirlo, ni aun con ellas se dejó de demostrar la justicia de los reyes, que jamás impuestos ni detenidos por la potestad del Virrey, deponen sin contemplaciones al Marqués de Cruillas y al de Branciforte, a Iturrigaray y a O’Donojon; pero más fueron los que, mereciendo por sus actos y servicios premios excepcionales, ascendieron al virreinato del Perú, como el Conde de Tendilla y el de Monterrey: los Sres. Almanza y el de Velasco; el Marqués de Montesclaros y el de Guadalcázar, el Conde de Salvatierra, el de Alba de Liste y el de Monclova: otros pasan a la presidencia del Consejo de Indias, como D. Pedro Moya de Contreras en 1585, y D. Luis Velasco, Marqués de Salinas, en 1611, y el famoso arzobispo D. Fr. Payo Enríquez de Rivera, en 1680: y no son pocos los que descansando de agitadas y fructuosas empresas, por su amor a la América española, dejaron sus cenizas encomendadas a la santidad de las basílicas que levantaron y al amor del pueblo que protegieron: y allí quedan como heraldos de nuestro amor y nuestra gloria, y así, entre las generales bendiciones mueren en Nueva España D. Luis de Velasco y el Conde de la Coruña, el Marqués de Castrofuerte y el Duque de la Conquista, el Marqués de las Amarillas, el gran Bucarelli y los Gálvez, padre e hijo: única excepción de herencia en tan excelsa autoridad.
Varios son los virreyes que renunciaron a sus cargos, y entre ellos habría de citarse al Marqués de Cerralbo, que la repitió dos veces, y del que por razones que comprendéis no me ocupo sino incidentalmente, y que siendo hasta su época la duración del virreinato de seis años, se redujo a tres, lo que no impidió que gobernase por espacio de once, que tanto se necesitaba de su prudencia y de su dirección para arreglar el país, tan hondamente perturbado por el Marqués de Gelves.
Queda a grandes rasgos hecha la historia; si en el manto esplendente del Virreinato hay algunas manchas, no se advierten siquiera, por la inmensidad de laureles que todo le cubren. Fácil es que en la colosal pirámide de Egipto falte una piedra, y que en su hueco arteramente se guarezca el beduino miserable desde donde asalta, roba y asesina al extasiado y errante viajero; pero ¿ha de perder su grandeza, su importancia, su general respeto y su más general admiración; ha de dejar de ser la maravilla del mundo y su más grandioso monumento, por la insignificancia accidental de que en sus escalones se esconda un asesino? ¿Han de inspirar terror porque entre las quebradas sinuosidades de sus inmensos sillares se guarezca el sanguinario chacal o se enrosque y aceche la sierpe venenosa?
He terminado la prolija y fatigosa carrera de mi trabajo; mi deseo es y fue cumplir lo mejor que se me alcanzase; pero mis ocupaciones son tan extraordinarias, que sabe nuestro ilustre Presidente, el Sr. Sánchez Moguel, que no dejaron sino tres días para escribir este pobre discurso: limítome, pues, a no poder ofreceros sino el homenaje de mi entusiasta y patriótica voluntad.
Pero son tantas la veces que con justo y asombrado elogio hice mención de las españolas leyes de Indias, que, ya por su incomparable valer, ya porque fueron el genio, la acción y el juicio del Virreinato, habréis de permitirme en su obsequio una rápida y última enumeración tomada al acaso, porque escoger es imposible entre tan nobles y cristianas leyes, entre aquella espléndida diadema de joyas donde hay tantos brillantes que representan los torrentes de lágrimas que por ellas se enjugaron, tantas perlas que figuran la prístina nitidez de las virtudes que ellas protegieron, tantas esmeraldas que copian los campos fertilizados por su organizada agricultura, tantos carbunclos que atestiguan el fuego deslumbrante que en la inteligencia y en la inspiración encendieron, tantos rubíes que retratan la generosa sangre de los españoles, y tantos zafiros que con su irisado turquí proclaman que su aspiración sublime es apoyarse en la felicidad social de la tierra para conquistar la del cielo.
Empieza el sublime Código con la enumeración de las grandes atribuciones que se conceden al Virrey, pero también le exige estrecha cuenta que siempre se lo tomó; se le obliga, así como a todas las demás autoridades, a jurar que velará sin descanso por elbuen tratamiento, conservación y aumento de los indios; se prohíbe que en su viaje de ida se hagan al Virrey obsequios ni que deje de pagar sus hospedajes, para que no le conquisten por las dádivas o los halagos los conculcadores de conciencias, dejando en cambio, que todos lo festejos y atenciones que los pueblos quieran les hagan volver de su gobierno, porque entonces se convierten en noble recompensa de sus servicios lo que antes fuese compra o adulación.
Oblígase a los virreyes y demás autoridades a hacer minucioso inventario de los bienes que poseen al ir a sus empleos, para fácil averiguar cómo salen de ellos con probidad, que es siempre razón de justicia.
Prohíbese con toda entereza que los Virreyes ni ningún empleado tenga bienes, industrias, comercio ni explotaciones en el territorio de su mando, ni que casen a sus hijos en el país que gobiernen ni en los colindantes, ni que empleen a ninguno de sus amigos.
Y llegase hasta prohibirles que lleven en su compañía más parientes que su mujer e hijas, y en diferentes artículos se insiste mucho, pero mucho, en que a ningún Virrey ni a ninguna autoridad, bajo ningún caso, les acompañen sus yernos.
Declárase la correspondencia particular libre, recíproca y secreta; ordénase que en los países a donde puedan ir misioneros no vayan los soldados, para mejor conquistar las voluntades que los cuerpos.
Reconócese a los indios libres de toda esclavitud; impídese que ninguno sea cargado con más peso que el de dos arrobas, ni se impongan trabajos personales; no se les obligue a pescar perlas, ni hagan, por nocivo, el desagüe de los lavaderos de mineral; que el tributo del jornalero que gane 60 pesos al año no pase de dos, y que los indios de tierra caliente, como Nueva Granada, no satisfagan, por pobres, tributo de ninguna especie; que en sus pueblos los alcaldes sean indios; que todos aquellos sepan leer y escribir; que tengan libre comercio con los españoles; que no se destinen a dehesas para el ganado de éstos, las que linden con los cultivos de los indios; a ninguno de los últimos, en ninguna de las provincias y reinos de América, se le pueda exigir contribución mientras no le quede lo necesario para vivir y para criar y dotar a sus hijos, y en todo caso una reserva para curarse de sus enfermedades; a todos los que sirviesen en el ejército veinte años con lealtad, a llegar a los cincuenta se les deja todo su sueldo; en sucesos de miseria o peste en los pueblos, no se exija tributo; que los abogados y procuradores de los indios tengan sueldo del Estado para que no paguen nada aquellos y les sea más fácil y gratuita la justicia. A los encomenderos que no protejan a los indios, se les quiten sus propiedades y encomiendas.
Y como es un Código de caridad y justicia, no son leyes para un tiempo determinado, sino que abarcan a todos, como universales y eternos son los principios que le informan: todas las graves cuestiones modernas allí se tratan, legislan y resuelven: voy a demostrarlo con las órdenes y palabras del gran rey Felipe II, que deberían aprender de memoria los trabajadores de nuestros días, que últimamente alarman a la sociedad con sus fiestas de Mayo: véase cómo los monarcas se han adelantado nada menos que desde 1593 a conceder por su voluntad lo que hoy se demanda imperiosamente. Decía así Felipe II en la famosa instrucción del año citado:
“Todos los obreros trabajarán solamente ocho horas al día, cuatro por la mañana y cuatro por la tarde, de modo que no faltando un punto de lo posible, se atienda a procurar la salud y conservación del trabajador.”
Pero aún hay más, aun ordena y concede mucho más el Rey, de lo que hoy se pide, pues dispone que los sábados se trabajen sólo siete horas a fin de dedicar la octava a las listas y cobro de sus jornales para no pasar jamás de ocho las que ha de estar el bracero sujeto a su trabajo.
¿Qué puedo añadir después? Aquí no cabe ni mayor elogio, ni más palmaria demostración de la sublimidad paternal de las leyes de Indias, si no copiar el admirable codicilo de Isabel I, que las inició, y la cláusula amorosa y paternal que Felipe IV escribió de su puño y letra como dignísimo sello y remate de tantas maravillas.
Decía así en su testamento la Serenísima y muy Católica reina D.ª Isabel, de gloriosa memoria:
“Cuando nos fueron concedidas por la Santa Sede Apostólica las Islas y Tierra Firme de el mar Océano, descubiertas y por descubrir, nuestra principal intención fue al tiempo que lo suplicamos al Papa Alejandro VI de buena memoria, que nos hizo la dicha concesión, de procurar inducir y traer pueblos de ellas y los convertir a nuestra santa fe católica y enviar a las dichas Islas y Tierra Firme prelado y religiosos, clérigos y otras personas doctas y temerosas de Dios, para instruir los vecinos, y moradores de ellas a la fe católica, y los doctrinar y enseñar buenas costumbres, y poner en ello la diligencia debida, según más largamente en las letras de la dicha concesión se contiene. Suplico al Rey mi Señor muy afectuosamente, y encargo y mando a la Princesa mi hija, y al Príncipe su marido, que así lo hagan y cumplan, y que éste sea su principal fin y en ello pongan mucha diligencia, y no consientan ni den lugar a que los indios vecinos y moradores de las dichas Islas Firmes, ganados y por ganar, reciban agravio alguno en sus personas y bienes: más manden por deservido y aseguraos que aunque no lo remediéis, lo tengo que remediar y mandaros hacer gran cargo de las más leves omisiones en esto, por ser contra Dios y contra mi y en total ruina y destrucción de esos Reinos, cuyos naturales estimo y quiero que sean tratados como lo merecen vasallos que tanto sirven a la Monarquía, y tanto la han engrandecido e ilustrado”.
A lo cual Carlos II añadió la siguiente confirmación:
“Y porque nuestra voluntad es que los indios sean tratados con toda suavidad, blandura y caricia, y de ninguna persona eclesiástica o secular ofendidos: Mando que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido lo remedien, y provean de manera que no se exceda cosa alguna lo que por las letras apostólicas de la dicha concesión nos es inyungido y mandado”.
Y la hermosa cláusula que Felipe IV escribió por su Real mano en la Recopilación de las leyes de Indias, dice de esta manera:
“Quiero que me deis satisfacción a mi y al mundo del modo de tratar esos mis vasallos, y de no hacerlo, con que en respuesta de esta Carta vea yo ejecutados ejemplares castigos en los que hubieren excedido en esta parte, mandamos a los Virreyes, Presidentes, Audiencias y Justicias, que visto y considerado lo que su Majestad fue servido de mandar y todo cuanto se contiene en las Leyes de esta Recopilación, dadas en favor de los Indios, lo guarden y cumplan con tan especial cuidado, que no den motivo a nuestra indignación, y para todos sea cargo de residencia”.
Voy a concluir, única palabra que tal vez sonará bien en vuestros oídos; pero el tema es tan amplio y los hechos tan grandiosos, que necesitarían de mucho más espacio del por costumbre concedido a los estrechos límites de una conferencia; esta razón y la del tiempo ya excesivo con que el reloj me advierte que apuro vuestra bondad y paciencia, y, sobre todo, la imposibilidad de que mi pobre palabra entretenga y adorne con galanuras de dicción la aridez de mis enumeraciones históricas, hácenme llegar al término con la más solicita petición de que me dispenséis cuanto haya podido molestaros; gratitud que he de deberos, nuevo favor que he de añadir a la honra con que me habéis distinguido y que tengo por muy preciada al concederme por unas horas tan afectuoso hospedaje en esta ilustre tribuna, que, siendo una gloriosa lumbrera de la patria, parece el luminoso faro de la ciencia, la ilustración y la oratoria.
Estas conferencias, con excepción de la mía, han de ser el timbre más grandioso de la conmemoración universal del Centenario colombino. Si ellas, con sus estudios y con sus declaraciones, son el íntimo y fraternal abrazo con que España sacó a América de las infranqueables brumas del Atlántico, levantándola sobre los gigantes hombros españoles, para mostrarla al viejo mundo ya vencida para siempre la barrera que nos separaba, las encrespadas olas del Océano, quisiera que mis palabras, quisiera que mi poco valer, servir pudieren para más y más estrechar los lazos con nuestra hermana predilecta, dirigiéndola mi saludo, el saludo de un entusiasta español que por sus convencimientos y por sus amores vive en la admiración y en el cariño de la vieja España.
Sean cualesquiera los acontecimientos que aun guarda en las tinieblas del porvenir la mano sabia y justiciera de Dios, sostenidas por todas las nacionalidades su peculiar libertad y su propia independencia, siempre hallará desde su trono de inmarcesible gloria el ángel de Castilla, nuestra Isabel I, las banderas españolas tremolando sobre las inconmensurables extensiones de la América, que si arriados fueron los heroicos colores rojo y amarillo, si allí no brillan y se destacan los timbres de nuestro escudo, la bandera de España aun tremola por todas partes, porque en todos puntos, porque en todas las villas se alza la Santa Cruz, y ése es el primitivo y verdadero estandarte de nuestra heroica y amadísima patria.
Aun queda allí la sonora lengua castellana para que tengan expresión los sentimientos de gratitud que nos deben los americanos, y para que entiendan, con ejemplo el legislador, con deleite el sabio y con verdad el pueblo, nuestra historia, nuestras leyes, nuestro amor y nuestras oraciones.
Y a Dios lleguen y acoja las que le dirigimos por la felicidad de América y porque en Méjico no falten jamás en su gloria y en su beneficio gobernantes como los virreyes españoles, y códigos como las benditas leyes de Indias.
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Re: Mexico no es bicentenario
Por el momento, la página de donde saqué esta información no se encuentra disponible, así que los dirijo al perfil público (el otro era el personal) del historiador ecuatoriano Francisco Núñez del Arco Proaño.
https://www.facebook.com/Francisco-N...25/?fref=photo
Uno de tantos personajes que la historia oficial esconde...
¡Ahí está su discriminación contra los criollos!
http://i87.photobucket.com/albums/k1...&1478491742182
Y por si no lo notaron, este insigne hombre fue retratado por el maestro Francisco de Goya.
:D
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Re: Mexico no es bicentenario
Historia del primer crédito a México como país independiente
http://cdn.forbes.com.mx/2014/05/Méx...s1-420x400.jpg
Ciudad de México (Foto: Reuters)
Francisco Muciño
Economía y Finanzas
16. septiembre .2014
Inglaterra se posicionó en el siglo XIX como el ‘prestamista del mundo’ y otorgó financiamientos a los primeros gobiernos latinoamericanos. México fue uno de ellos. Esta es la historia.
Después de 11 años de lucha armada, el primer reto del México independiente fue levantar su actividad económica devastada por la guerra y obtener recursos para solventar los gastos elementales para la administración pública.
Para ello recurrió a contratar deuda con inversionistas extranjeros. Así se conseguían dos objetivos: obtener liquidez para satisfacer las necesidades urgentes del gobierno, y que más naciones reconocieran a México como independiente.
Inglaterra fue precisamente de los primeros en reconocer a México como un país soberano y su principal acreedor en aquella época. ¿Cómo consiguió su primer crédito y en qué lo gastó?
Economía paralizada
Tras la consumación de la Independencia en 1821, la economía del país se encontraba paralizada y con enorme déficit en sus cuentas. Las actividades productivas estaban paradas y las deudas se estaban acumulando.
La guerra “segó todas las fuentes de la riqueza pública y auxilios del erario”, relataba Antonio de Medina y Miranda, secretario de Hacienda durante el gobierno de Agustín de Iturbide, en sus memorias recogidas por la dependencia en su archivo histórico.
La falta de liquidez para solventar los gastos administrativos y militares llevó a Medina y Miranda a ordenar la emisión de papel moneda, pero en vez de solucionar el problema, aumentó la desconfianza de la población y la protesta de las provincias, que desembocaron en la renuncia de Iturbide.
El ‘prestamista’ del mundo
Mientras México pasaba sus primeros años como nación independiente con una grave crisis económica y financiera, “el gobierno británico intentaba, de manera no oficial, evaluar la viabilidad de entablar relaciones comerciales con nuestro país como una forma diplomática de preservar y respaldar el reciente triunfo de la Independencia y como un medio indirecto de amenazar a España y extender su hegemonía en las regiones de la ‘América española’, antes de que Estados Unidos lo hiciera”; esto, de acuerdo con el segundo capítulo del libro Breve historia hacendaria de México, del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM.
El historiador y secretario académico de la UNAM en Chicago, Óscar Alatriste Guzmán, señala en el documento “El capitalismo británico en los inicios del México independiente”, que tras derrotar a Napoléon en la batalla de Waterloo en junio de 1815, la hegemonía de Gran Bretaña le permitió posicionarse como el “primer prestamista del mundo”.
“Los hombres acaudalados ingleses empezaron a interesarse por primera vez en prestar dinero a gobiernos y comerciantes extranjeros. En el decenio de 1820-1830, hubo una serie de préstamos a los gobiernos restaurados y a los latinoamericanos, así como inversiones en acciones de compañías mineras”, dice el documento, citado con autorización del autor.
¿Cómo se contrató el primer crédito?
Óscar Alatriste relata que los primeros créditos empezaron a gestarse desde junio de 1822, cuando los legisladores mexicanos autorizaron al gobierno buscar un empréstito en el extranjero. Después de la caída de Iturbide y algunas negociaciones fallidas, Francisco de Borja Migoni, un comerciante mexicano que residía en Londres y que fungía como representante del gobierno, firmó un contrato con la firma B.A. Goldschmidt el 7 de febrero de 1824 por un crédito de 5.6 millones de pesos de aquella época.
Pero el crédito conseguido no fue en las mejores condiciones para México, señala Alatriste en el texto.
“Es preciso hacer notar cómo en las transacciones de este préstamo, los mexicanos mostraron una vez más su inexperiencia en asuntos económicos de esta índole, pues a pesar de que nuestra nación iba a recibir 8 millones de pesos, que Migoni había sido autorizado para pedir prestado, la cantidad que México quedó obligado a pagar era mayor que el presupuesto total de 1824, que ascendía a 15 millones de pesos aproximadamente.”
México también negociaba otro préstamo, éste con la firma Barclay, Herring, Richardson y Company por un monto cercano a 8 millones de pesos. Por ambos préstamos el país tuvo que dejar en garantía casi todos sus ingresos por aduanas marítimas.
¿En qué se gastó el dinero?
De acuerdo con la investigación de Alatriste Guzmán, del total del préstamo de Goldschmidt, casi 50% fue usado para gastos de administración y pago de sueldos, 17% para la compra de tabaco y 7.5% en compra de equipo naval y militar.
Del crédito de Barclay, 55% se usó para gastos de administración gubernamental y 21% para compra de buques y municiones.
“Para 1825, ya como presidente el general Guadalupe Victoria, los recursos económicos obtenidos mediante préstamos extranjeros se destinaron a vestir y aumentar el Ejército y la Marina, socorrer a Nuevo México, California y todas las fronteras, acallar los clamores de los empleados de la República, atrasados en sus sueldos, y a cubrir las atenciones de la administración. Lo anterior es prueba de que los gastos generados por la guerra significaron la única prioridad para la hacienda pública”, se indica en el libro Breve historia hacendaria de México.
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Fuente:
http://www.forbes.com.mx/historia-de...independiente/
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Re: Mexico no es bicentenario
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Re: Mexico no es bicentenario
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Re: Mexico no es bicentenario
Este es un tema que poco se ha abordado en el foro (y en la historia mexicana en general, por obvias razones). Ya todos hemos leído con asombro sobre de los pastusos y su bravo líder Agustín Agualongo; de los iquichanos de Antonio Navala Huachaca; de los llaneros venezolanos, los Pincheira en Chile o de los feroces guajiros que asolaban a los mercenarios anglosajones al servicio de la causa bolivariana.
Ante tales hechos, las preguntas para algunos de los que vivimos en lo que fuera la parte septentrional del imperio surgen: ¿Y qué hay de los indios de la Nueva España? ¿Todos quisieron vengar 300 años de “afrentas”? ¿Seguidores absolutos de la causa secesionista? ¿Hubo “traidores” partidarios del realismo? ¿Cuáles eran los nombres de estos personajes?
Intentemos pues, disipar la bruma.
LOS INDIOS VOLUNTARIOS DE FERNANDO VII
Virginia Guedea
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La caída de México-Tenochtitlan en poder de Hernán Cortés y la consecuente destrucción de la casta militar mexica significaron el principio del fin de la corta pero vigorosa tradición guerrera de los habitantes indígenas del valle de México. Entre 1521 y 1530 algunos de los naturales de esta zona participaron en varias expediciones militares, [ 1 ] como las emprendidas por Pedro de Alvarado, Nuño Beltrán de Guzmán, Francisco de Montejo el joven o el mismo Cortés a Las Hibueras, pero en lo sucesivo no volvieron a tener ocasión de dedicarse a actividades relacionadas con la guerra. La política que siguió el gobierno español con las regiones conquistadas fue la de no permitir que se armara la población -sobre todo la indígena- y evitar la creación de fuerzas militares que no fueran las estrictamente indispensables. En pocas regiones se siguió más rigurosamente esta política que en la capital del virreinato y sus alrededores, por lo que fue muy poco lo que en ella sobrevivió de la tradición guerrera tanto del indígena conquistado como del conquistador español. [ 2 ]
A pesar de que las fuerzas armadas novohispanas debían desempeñar no sólo actividades estrictamente militares, como las de expansión y defensa de la colonia, sino también funciones policiacas, como el mantenimiento del orden público y la vigilancia de la población civil, durante más de dos siglos sólo se mantuvieron cuerpos organizados de manera permanente en determinados lugares. En las zonas de frontera, amenazadas de continuo por levantamientos indígenas o por incursiones de tribus no sometidas; en las costas, para protegerlas de alguna posible invasión o de ataques piratas, y en la capital, donde se contaba con la pequeña guardia de corps del virrey, la que desempeñaba funciones casi exclusivamente ceremoniales. De hecho, el centro de la Nueva España llevó una existencia casi siempre pacífica, dedicado primordialmente, como lo exigía su condición de colonia, a la explotación de sus enormes recursos naturales. Cuando algún peligro, interno o externo, llegaba a amenazar la paz de determinada región donde no hubiera fuerzas armadas o éstas no fueran suficientes, o cuando había necesidad de ejercer una mayor vigilancia en el mantenimiento del orden público, se recurría al expediente de levantar milicias locales. Éstas se integraban con los vecinos del lugar, a los que se daba alguna instrucción en el manejo de las armas y quienes, en caso necesario, prestaban sus servicios por un tiempo limitado y sin salir de la provincia, de acuerdo con la obligación que tenía todo súbdito novohispano de acudir a servir en defensa del rey y del reino. Durante largos años no hubo necesidad de implantar otras medidas, ni siquiera en los casos, que no fueron pocos, de rebeldía de algunos grupos indígenas.
En 1692, cuando la terrible escasez de alimentos que se padecía en la ciudad de México ocasionó un motín entre las clases menesterosas, compuestas en su inmensa mayoría por indios, las autoridades de la capital no contaban con una fuerza suficiente para controlarlo. Fue entonces cuando se organizó por primera vez en ella un cuerpo armado permanente compuesto por los vecinos, que se integró con individuos pertenecientes al comercio y a los distintos gremios, quienes habían sido los más afectados por el motín y quienes habían acudido a sofocarlo. Al saber lo sucedido, el monarca español consideró prudente la regularización de esta fuerza y, por una real cédula del 18 de febrero de 1693, concedió a los comerciantes de la capital de la Nueva España la formación de un Regimiento del Comercio, cuerpo que debía ser financiado y quedar bajo la responsabilidad del Consulado de México.[ 3 ] Pero la creación de este cuerpo y la de alguno otro semejante no alteró mayormente la situación que existía en la Nueva España ni significó un viraje importante en la política de la Corona respecto a la fuerza militar con que debía contar la colonia.
Todo esto cambió con el advenimiento de los Borbones al trono de España, sobre todo a partir de la toma de La Habana y de Manila por los ingleses en 1762, lo que puso de manifiesto la necesidad de que las colonias españolas estuvieran en condiciones de defenderse por sí mismas de cualquier amenaza, ya fuera externa o interna. El gobierno peninsular se vio obligado entonces a recurrir a una nueva estrategia: la de establecer en ellas fuerzas regulares y permanentes que pudieran actuar en forma coordinada y eficaz ante cualquier emergencia. La creación de un ejército regular novohispano sería una más de las reformas en la organización del virreinato llevadas a cabo durante el gobierno de Carlos III. [ 4 ]
Sin embargo, una vez tomada esta decisión, el gobierno de la metrópoli se enfrentó a un serio dilema. Por varias y muy importantes razones, entre las que destacaban las económicas, no le era posible el envío de tropas peninsulares en número suficiente para constituir el grueso del ejército novohispano, lo que hubiera sido la manera más rápida y fácil de alcanzar su objetivo. Pero integrarlo mayoritariamente con los naturales de la Nueva España no parecía una medida prudente dada su circunstancia colonial y, por otra parte, la tarea de organizar y adiestrar a quienes, en general, carecían de una tradición militar costaría tiempo, dinero y esfuerzo. Para resolver el problema se intentó combinar ambas alternativas y así fue como, "además de haber mandado algunos regimientos de España, se fueron formando los cuerpos veteranos y milicias provinciales".[ 5 ]
Estas milicias que, como ya vimos, existían desde los inicios de la Colonia, bien organizadas y disciplinadas, debían constituir el grueso de las fuerzas armadas novohispanas. No se pretendía, claro está, que alcanzaran el profesionalismo de las tropas regulares; pero, al menos en teoría, la solución parecía atinada. Después de todo, la colonia no se hallaba en estado de guerra. Se trataba simplemente de preparar fuerzas armadas que pudieran defenderla con eficacia en caso de alguna invasión o de alguna revuelta y no de organizar fuerzas ofensivas.
Para la integración de las fuerzas armadas novohispanas tanto regulares como milicianas se pensó siempre en recurrir primeramente a los peninsulares que radicaban en la colonia y a los criollos. Hacia la segunda mitad del siglo XVIII, los españoles americanos constituían ya un grupo numeroso y en ellos se suponía, a causa de los lazos de sangre y las ligas de tipo económico, una mayor lealtad hacia la península y una mayor comunidad de intereses con ella que en los otros habitantes de la colonia, a excepción de los españoles europeos. Sin embargo, la política de integrar estas fuerzas con peninsulares y criollos no resultaría fácil debido a numerosos motivos, como el reducido número de peninsulares, la desigual distribución de los distintos grupos étnicos en el territorio del virreinato y la falta de interés de muchos de los criollos por dedicarse al servicio de las armas, excepto cuando se trataba de cargos militares de importancia. El hecho de que se mostraran interesados en alcanzarlos se debía a una buena dosis de vanidad por lo que implicaba de prestigio social y económico, pero principalmente a las ventajas que se tenían al gozar del fuero militar.[ 6 ] Esto provocó que los cargos de mayor autoridad se ocuparan bien pronto por peninsulares y por criollos, mas subsistió el problema de integrar en su totalidad los cuerpos armados. Fue así como se dio cabida en sus filas a los demás grupos étnicos que componían la población colonial, aunque se procuró, en la medida de lo posible, exceptuar a los negros y a los indios, en quienes no se tenía suficiente confianza y de quienes se temía algún disturbio una vez que se vieran armados.[ 7 ]
Con todo, no fueron pocos los indígenas que sirvieron militarmente, como había ocurrido desde los inicios de la Colonia. Tanto los indios milicianos en el norte, que auxiliaban en la defensa de las fronteras, como los indígenas que componían cuerpos de milicias en Yucatán prosiguieron prestando servicios militares de importancia. Todos ellos estaban exentos de pagar tributo para así recompensar sus servicios.
Los negros y las castas tampoco quedaron del todo fuera del servicio militar. En regiones de clima extremoso, sobre todo en las costas, su participación continuó siendo indispensable, entre otras razones porque resistían sin problemas los rigores del clima. Así pues, también cuerpos de milicias compuestos exclusivamente de negros o pardos, a los que asimismo se les eximió del pago del tributo en recompensa a los servicios que prestaban.
En la capital del virreinato y en alguna otra ciudad de importancia se formaron nuevas compañías de milicias urbanas. En México estas compañías se compusieron en su mayoría de artesanos, ya que el comercio de la ciudad continuaba contando con su propio regimiento. A pesar de la numerosa población capitalina, casi nunca se pudo tener completos a los cuerpos armados, tanto los de milicias como los de tropas regulares, porque la inmensa mayoría de los habitantes de la ciudad no parecía tener ningún interés en alistarse en sus filas. [ 8 ] El mismo Regimiento del Comercio adolecía de este problema, ya que los comerciantes más importantes no deseaban servir personalmente y recurrían a la práctica de utilizar alquilones, individuos pagados para sustituirlos en las funciones militares.[ 9 ] Esta falta de interés planteó un problema realmente serio para las autoridades encargadas de llevar a cabo el reclutamiento, quienes en varias ocasiones se vieron obligadas a recurrir a medidas extremas, entre ellas la leva forzosa, para alcanzar su objetivo. Esto fue causa de que se cometieran muchas injusticias, principalmente con individuos pertenecientes a los estratos socioeconómicos más bajos, los más indefensos siempre, injusticias que en algunos casos redundaron en el enriquecimiento de varias de estas autoridades, las que a veces parecían estar dedicadas más a la extorsión de estos infelices que a su alistamiento en los distintos cuerpos militares. Esta actitud de los encargados del reclutamiento y el descontento que provocaba se hallan descritos con toda claridad en dos representaciones que José Antonio de Alzate dirigiera al virrey marqués de Branciforte para pedirle pusiera remedio a tan detestable práctica.[ 10 ]
La falta de personas dispuestas a servir ocasionó que se echara mano de quien se pudiera, sin demasiadas exigencias. No pocos individuos cuya conducta había sido realmente antisocial, incluso verdaderos criminales, llegaron a formar parte de las fuerzas armadas y esto provocó algunas veces problemas entre ellos y el resto de la población, principalmente en los casos en que algunos de estos cuerpos desempeñaban funciones de policía, como sucedió en la ciudad de México. [ 11 ] Con todo, dejando a un lado los problemas entre los distintos cuerpos militares y la población civil, el hecho fue que los habitantes de la Nueva España, en particular los de la capital, se fueron acostumbrando a la presencia cotidiana de las fuerzas armadas.[ 12 ]
Los problemas a los que España se enfrentaba con las demás potencias europeas continuaron determinando en buena medida la política que la metrópoli seguía con sus colonias, sobre todo en relación con las fuerzas armadas que en ellas se habían levantado. No es casual el hecho de que la mayoría de los virreyes de la Nueva España durante la segunda mitad del siglo XVIII fueran militares de carrera. Esto se debió a que su función de capitanes generales cobró por entonces mucho mayor importancia. En 1797, al saberse que de nuevo había estallado la guerra entre España e Inglaterra, se movilizaron en la Nueva España varios de los regimientos de milicias, a los que se les ordenó unirse a los cuerpos del ejército acampados en Córdoba, Orizaba, Jalapa y Perote para encargarse de la defensa de Veracruz. Mientras tanto, otras unidades formaron el Ejército del Norte, cuyo centro fue San Luis Potosí, para rechazar cualquier amenaza que se presentara por aquel lado, movilización que duraría hasta mediados del año siguiente.[ 13 ] En 1805 se inició una vez más la guerra entre Inglaterra y España, guerra que aquélla extendió al continente americano al lanzarse al ataque de Buenos Aires. Esto provocó otra movilización de tropas en la Nueva España, llevada a cabo por el virrey José de Iturrigaray, quien decidió acantonar cuerpos regulares y de milicianos, lo que se efectuó nuevamente en Jalapa, Perote y puntos vecinos, reuniéndose cerca de catorce mil hombres.[ 14 ]
La integración de estas fuerzas tampoco fue fácil. Se tuvo que recurrir a una leva cuyo rigor fue excesivo y cuyos encargados no se detuvieron ante consideraciones de ninguna clase para cumplir su cometido. Las restricciones de tipo étnico fueron haciéndose a un lado cada vez más y en julio de 1807 Iturrigaray se propuso una política mucho más flexible. Si no había suficientes blancos, castizos o mestizos que llenaran los requisitos militares, se alistarían otras castas no tributarias; en su defecto se llamaría a los tributarios no indígenas y, finalmente, a los indios.[ 15 ] El temor a un posible levantamiento indígena se veía desplazado cada vez más por el temor a una amenaza, que parecía más real, de origen externo, que bien podría ser una invasión por alguna potencia europea con la que España estuviera en guerra, como era el caso de Inglaterra.
La amenaza externa
A principios de 1808 se vieron cumplidos los temores que tenían las autoridades españolas de que una nación extranjera invadiera alguno de sus territorios, pero no sería ningún dominio americano el que correría semejante suerte sino la península, ni sería tampoco Inglaterra la potencia invasora sino Francia, hasta ese momento aliada de España. La invasión de la metrópoli por tropas francesas llevó nada menos que a la caída de la casa reinante y puso en grave riesgo la existencia misma del Imperio Español. El peligro de que las colonias americanas se vieran a su vez invadidas parecía más cercano que nunca, y ello vino a aumentar la preocupación ya existente en la Nueva España por contar con fuerzas armadas suficientes para rechazar con éxito cualquier intento de esta clase.
Las noticias de los distintos y críticos acontecimientos que se sucedían por entonces en la península comenzaron a llegar a la Nueva España a principios de junio de 1808, cuando se supo de los motines ocurridos en Aranjuez que terminaron con la renuncia de Carlos IV. A fines de mes llegaron noticias de la partida de los miembros de la familiar real para Bayona y del levantamiento del pueblo de Madrid el 2 de mayo. Hacia mediados de julio se conocieron en la ciudad de México las renuncias de los distintos individuos de la familia real a la Corona de España e Indias en favor de Napoleón, así como el nombramiento del duque de Berg como lugarteniente general del reino. Todas estas noticias, cada vez más alarmantes, provocaron gran agitación en el ánimo de los novohispanos. Por otra parte, la desaparición de la familia reinante venía a plantear serios problemas para el gobierno colonial y, además, la ocupación de la metrópoli por fuerzas extranjeras hacía imposible esperar su auxilio en caso de cualquier amenaza armada que se cerniera sobre la colonia. Las autoridades de la Nueva España se dieron cuenta de que debían enfrentarse a esta crisis sin contar con más recursos que los propios.
Tan desgraciados sucesos tuvieron la virtud de provocar una reacción general por demás favorable a las legítimas autoridades y de inmediato comenzaron a hacerse públicas protestas de fidelidad a los monarcas prisioneros y ofertas de toda clase de personas y propiedades para el sostenimiento de su causa. En la representación elaborada por el regidor Juan Francisco de Azcárate, que el Ayuntamiento de la ciudad de México entregó al virrey el 19 de julio para hacerle saber su opinión acerca de lo que debía hacerse a causa de las renuncias de los reyes, se dice que sus habitantes están dispuestos a sostenerlos con sus personas, "sus bienes, y [que] derramarán hasta la última gota de su sangre para realizarlo. En defensa de causa tan justa, la misma muerte les será apacible, hermosa y dulce".[ 16 ] Dos días más tarde, el 21 de julio, los gobernadores de las parcialidades indígenas de San Juan y de Santiago se dirigieron a su vez al virrey. Le informaban que las terribles circunstancias en que habían puesto al reino "la renuncia y cesión inútil de una corona inalienable por su constitución legal" los obligaban a tomar parte en sus calamidades públicas:
Bien conocen los indios, señor excelentísimo, que son unos miserables destituidos de proporciones para ofrecer un servicio considerable, y que tal vez se cree son los ínfimos en el valor y demás virtudes militares; pero son los primeros que sacrificarán sus cortos bienes propios y comunes, su reposo y tranquilidad, sus hijos y familias, y hasta la última gota de su sangre, por no rendir vasallaje a quien sólo merece el justo enojo de nuestra nación. [ 17 ]
Según su ofrecimiento, los gobernadores expresaban estos sentimientos a nombre de más de catorce mil indios de que se componían ambas parcialidades. El escrito termina con las firmas de las autoridades indígenas, encabezadas por la del gobernador de San Juan, Eleuterio Severino Guzmán, y la del alcalde presidente Francisco Antonio Galicia. También firmaron Dionisio Cano y Moctezuma y Manuel Santos Vargas Machuca, gobernador de Santiago, entre otros. Las autoridades de la parcialidad de San Juan no se detuvieron aquí sino que, para poder hallarse en estado de cumplir su promesa, mandaron hacer listas de los habitantes de los pueblos y barrios que comprendía su jurisdicción.[ 18 ]
Otras corporaciones indígenas hicieron también ofrecimientos semejantes. La república de naturales de Querétaro, por medio de su corregidor de letras Miguel Domínguez, hacía saber que, de ser ciertas las novedades ocurridas en Europa,
estamos todos los caciques de esta dicha nobilísima ciudad dispuestos a plantar diez mil hombres de honda y piedra y de más armas que se puedan adquirir en toda la jurisdicción de esta ciudad; y últimamente estamos resueltos a derramar primero hasta la última gota de sangre que tenemos que desamparar la defensa de la ley de Dios y de nuestro Católico Monarca (Que Dios Guarde). [ 19 ]
Poco después, los vecinos de la ciudad de Texcoco y las repúblicas de naturales de su jurisdicción ofrecieron igualmente al virrey "sus personas, sus cortos intereses, seis mil indios y todos los vecinos de razón del propio Tezcuco y sus contornos, para que vuestra excelencia, como primer jefe de la nación, cuente con este corto, sincero obsequio", dispuestos todos a defender la religión, el rey y la patria. [ 20 ] Posteriormente los indios de Guadalajara también manifestaron estar dispuestos a sacrificarse por Fernando VII, "ofreciendo alistarse en común y en particular, para que se les ocupe en cuanto sea compatible con sus empleos, sin necesidad de que se les den armas, caballos, manutención ni otros auxilios". [ 21 ]
Además de los ofrecimientos de estas corporaciones indígenas, hubo otros de los distintos ayuntamientos, como fueron los de Veracruz, Jalapa y Querétaro o, más tarde, de los vecinos de Guadalajara. [ 22 ] Las noticias sobre las abdicaciones de los reyes provocaron reacciones semejantes en Puebla, donde, a decir de su intendente Manuel de Flon, conde de la Cadena, el público se manifestó entusiasmado por tomar las armas en defensa de la patria y de la religión y para "guardar estos dominios a su legítimo soberano. Flon informaba al virrey haber recibido un oficio del cura de Santa Cruz, acompañado de una lista de doscientos cinco hombres; que los veedores se le habían presentado para hacerle saber que los gremios querían tomar las armas, a los que ofreció alistar, y que los barrios también le habían hecho llegar un oficio anónimo en los mismos términos. El intendente le comunicaba también a Iturrigaray que había suspendido los alistamientos por las noticias favorables que se habían recibido de España a fines de julio, pero le expresaba su parecer de "que no puede tener vuestra excelencia ocasión más oportuna que la que se presenta, por el pedimento de los barrios de esta ciudad, para hallarse con un ejército formidable y bien disciplinado, pues la conducta de los poblanos sería imitada bien pronto por todos los habitantes del reino.[ 23 ]
No obstante las buenas noticias a las que aludía el conde de la Cadena, recibidas el 29 de julio en la capital, sobre el levantamiento del pueblo español contra los franceses y que ocasionaron un gran regocijo popular que duró varios días, los sentimientos de patriotismo y el espíritu marcial que animaba a los novohispanos, y en particular a los de la ciudad de México, no se vieron disminuidos. El 1 de agosto, día en que Iturrigaray declaraba la guerra a Francia, el Real Cuerpo de Minería ofreció al virrey dar cien piezas de artillería de campaña y levantar ocho compañías de ochenta hombres cada una.[ 24 ] Iturrigaray decidió aprovecharse de este fervor patriótico y espíritu marcial que animaba a la población capitalina, manifestados con marchas muy ordenadas llevadas a cabo durante los tres días de festejos por las buenas nuevas. Ordenó entonces la creación de un nuevo cuerpo militar, llamado de Voluntarios de Fernando VII, y el 6 de agosto dio a conocer las disposiciones para su organización. Los ayudantes de la plaza, Francisco Barroso y el conde de Columbini, formarían las nóminas de las personas que se presentarían voluntariamente a adiestrarse en el manejo de las armas, las que no serían molestadas sino cuando se les impartiera instrucción.[ 25 ] En la formación de estos cuerpos se seguía el ejemplo de la metrópoli, donde era constante la organización de voluntarios para pelear contra el francés, animados por las proclamas que desde su prisión emitía el cautivo Fernando, como la fechada en Bayona el 7 de mayo, la que exhortaba a sus vasallos a tomar las armas en defensa de tus personas, de sus hogares, de su honor.[ 26 ]
Estas compañías de voluntarios no serían exclusivas de la capital. Félix María Calleja, comandante de la décima brigada de milicias, formó una compañía de caballería en San Luis Potosí a petición de los cajeros de su comercio, para lo que contó con la aprobación del virrey.[ 27 ] Desde Guadalajara, el regente de la audiencia, Roque Abarca, el 6 de septiembre informaba al virrey que había publicado un bando a principios del mes para el alistamiento de voluntarios y que en dos días y medio se había alcanzado la cifra de dos mil quinientas sesenta personas.[ 28 ]
A pesar de los ofrecimientos hechos por los gobernadores y otras autoridades indígenas de varias partes del virreinato, no se consideró oportuno incluir a los indios en los nuevos cuerpos. Un ejemplo de esta política de exclusión lo encontramos en Puebla, donde por orden del virrey del 13 de agosto se inició el alistamiento de tropas. El intendente dio aviso a Iturrigaray de que hasta el 6 de septiembre se habían alistado mil setecientos ochenta y dos individuos, "pero en ellos están muchísimos tributarios y otros que por sus edades deben excluirse".[ 29 ] La desconfianza que hacia los indios tenían las autoridades se vio fortalecida por incidentes como el sucedido al mismo conde de la Cadena, quien informó al virrey que, al saber de las renuncias de los reyes, los indios se habían resistido al pago del tributo "diciendo que no tenían rey", aunque por fortuna había podido calmarlos. [ 30 ] Esta desconfianza se puso de manifiesto en la junta de autoridades que en la capital celebró Iturrigaray el 9 de agosto para resolver lo que debía hacerse por la ausencia del monarca. En ella hubo una discusión sobre el significado de la palabra soberanía entre el oidor Guillermo de Aguirre y el regidor Juan Francisco de Azcárate, del ayuntamiento de la ciudad, en la que el primero no aclaró más su concepto "a causa (según se entendió entonces por algunos y explicó después el mismo oidor Aguirre) de que estaban presentes los gobernadores de las parcialidades de indios, y entre ellos un descendiente del emperador Moctezuma".[ 31 ] Entre los indígenas asistentes a estas juntas se contaba Eleuterio Severino Guzmán, gobernador de la parcialidad de San Juan, quien a los pocos días de celebrada esta junta se encargaría de solemnizar debidamente la jura de Fernando VII entre los indios de su jurisdicción. [ 32 ]
Un nuevo cuerpo de voluntarios de Fernando VII lo formó Gabriel de Yermo con los individuos que lo ayudaron a apresar a Iturrigaray y a los miembros más destacados del bando criollo en la noche del 15 de septiembre. Casi todos los nuevos voluntarios eran europeos del comercio de la ciudad, quienes eligieron ellos mismos a sus oficiales. La conducta de estos individuos dejó mucho que desear desde antes de la formación de dicho cuerpo. Durante la prisión del virrey cometieron numerosos desórdenes en palacio y aun se les acusó del robo de varias alhajas.[ 33 ] Su altanería fue en aumento al paso de los días; encargados de custodiar el palacio, a nombre del pueblo, "entraban a la sala del acuerdo y sus capataces pedían imperiosamente que se dictasen las órdenes que les parecía conveniente exigir",[ 34 ] sin obedecer ni siquiera a los oficiales del ejército.[ 35 ] Estos voluntarios se ocuparon de conducir hasta Veracruz al virrey prisionero, quien salió de la capital el 21 de septiembre. Igualmente escoltaron hasta dicho puerto a la virreina, quien inició su viaje el 6 de octubre. [ 36 ]
El problema que plantearon los voluntarios organizados por Yermo no sería fácil de resolver, no sólo por la prepotencia que habían adquirido sino porque continuaban dando el servicio de la plaza. No obstante, el nuevo virrey Pedro Garibay creyó conveniente retirarlos y sustituirlos por otra clase de tropa. [ 37 ] La orden para que los voluntarios se retiraran a sus casas se dio el 15 de octubre, justo al mes de la prisión de Iturrigaray, el mismo día en que la Gazeta de México publicaba la noticia de que los voluntarios, durante los festejos por el cumpleaños del nuevo rey, vestidos con su uniforme de gala, habían paseado el retrato del monarca en un pendón.[ 38 ] La orden de retiro decía que, habiendo llegado varios cuerpos de tropas a la capital, "es justo que descansen los voluntarios de Fernando VII de las loables y útiles fatigas que han hecho hasta ahora en el servicio de las armas para la quietud pública". Se añadía que podían retirarse a cuidar de sus intereses personales y se terminaba dando las gracias a nombre del rey y del mismo Garibay.[ 39 ] A los pocos días, el 19 de octubre, se publicó un decreto en honor de los voluntarios, en que una vez más se daba las gracias "al leal cuerpo del comercio y demás individuos de la capital" por su energía y patriotismo al cooperar al mantenimiento de la quietud y el buen orden.[ 40 ]
Sin embargo de todas estas cortesías, los voluntarios recibieron muy mal semejante disposición y la atribuyeron a que se desconfiaba de ellos,[ 41 ] en lo que no andaban muy errados. El 30 de octubre, a los quince días de haberlos mandado retirar, Garibay se puso en defensa dentro del mismo palacio por temor a ser depuesto como lo había sido Iturrigaray y por las mismas personas. [ 42 ] La orden de retiro no acabaría con los problemas que presentaban los voluntarios. Al día siguiente de que Garibay se atrincherara en palacio, los que habían conducido a Iturrigaray a Veracruz hicieron celebrar una misa en el santuario de Guadalupe para dar las gracias por lo feliz de la expedición, ceremonia que terminó en una riña, de la que el abad dio desde luego noticias al virrey.[ 43 ]
Para controlar todos los desórdenes y organizar mejor el alistamiento, el nuevo virrey encargó a Calleja y a Joaquín Gutiérrez de los Ríos que se ocuparan de hacer a un lado a los perturbadores y de poner a los demás cuerpos de voluntarios en condiciones de servir con utilidad. Garibay aprobó asimismo el plan de los comerciantes de levantar diez compañías de cien hombres cada una, que también llevarían el nombre de Voluntarios de Fernando VII. Para formarlas se aceptaría únicamente a los comerciantes, sus hijos y sus empleados; en caso de no ser suficientes, se aceptarían voluntarios de entre quienes pertenecían a los gremios de la ciudad. Peninsulares y criollos integrarían estos cuerpos; no entrarían en ellos individuos pertenecientes a las castas ni tampoco los indios. Una reorganización semejante se llevó también a cabo en Puebla [ 44 ] y el cantón de Jalapa fue disuelto so pretexto de la paz con Inglaterra.[ 45 ]
La preocupación porque la Nueva España contara con fuerzas adecuadas para su defensa era compartida por el obispo electo de Michoacán, Manuel Abad y Queipo. En un escrito dirigido al Real Acuerdo el 16 de marzo de 1809, le hacía ver que la clase de los españoles no era suficiente para constituir el grueso de las tropas y únicamente debía servir para ministrar sus cuadros de oficiales. "Así, pues, la masa del ejército se debe tomar de las clases tributarias que componen los cuatro cuartos de toda la población del reino, eligiendo los más aptos por sus cualidades físicas y morales", a quienes se debería liberar del tributo para recompensar sus servicios.[ 46 ] Estas fuerzas quedarían repartidas en dos cantones: uno, el más numeroso, en San Luis Potosí, y el más pequeño en Puebla. Pero, como dice Alamán, desgraciadamente no fueron atendidos estos prudentes consejos,[ 47 ] como no lo sería ninguna de las propuestas semejantes que se harían con posterioridad.
A pesar de la desconfianza que se les tenía, no serían los indios quienes dieran señales de inquietud y desasosiego durante los gobiernos de Garibay y Lizana sino los criollos. Las numerosas causas de infidencia que se siguieron a individuos de este grupo a lo largo de este periodo, principalmente en la capital, y que llevaron a Garibay a crear en junio de 1809 una junta consultiva compuesta de tres oidores, hacen ver cuán profundo y extendido era su desafecto. Mas ello no significó que desapareciera la desconfianza que las autoridades coloniales tenían a los indios ni que dejara de considerarse la posibilidad de un alzamiento, sobre todo si se les armaba, a pesar de las repetidas demostraciones de fidelidad que las distintas autoridades indígenas dieron durante estos gobiernos, demostraciones de la que es un ejemplo el caso siguiente.
El 20 de abril de 1809 el virrey Garibay emitió una proclama en la que daba a conocer los sucesos adversos a las armas españolas ocurridos en la península. Lo hacía para prevenir los ánimos en caso de que fuera necesario aportar mayores auxilios a la metrópoli o preparar mejor la defensa de la colonia y aprovechaba la ocasión para exhortar a la unión y a la concordia.[ 48 ] Al recibir esta proclama, Francisco Antonio Galicia, gobernador por entonces de la parcialidad de San Juan, contestó a Garibay informándole que la había dado a conocer a sus gobernados, quienes de inmediato dieron pruebas de su amor a Fernando, de su reconocimiento a la madre patria y de su odio a Napoleón. Le aseguraba que podía contar con los indios puesto que, aun en el caso de que se perdiera la península o que el monarca muriera, sabían que no tenían otro rey "que el inmediato sucesor de la casa de Borbón". Si Napoleón pretendía apoderarse de la América, los indígenas se unirían para evitarlo "con los verdaderos españoles que la habitan" y, aunque no supieran vencer, sabrían morir "en defensa de la religión, del rey y de la patria". [ 49 ]
De hecho, la desconfianza, de las autoridades no se limitaba a un sector de la sociedad novohispana en particular, sino que se fue generalizando. Esto se debió, en parte, a la situación en que se hallaba la península, de donde no se podía esperar ningún apoyo, y que ofrecía una buena oportunidad a cualquier grupo con intenciones separatistas o simplemente renovadoras. También se debió, en buena medida, a que el golpe dado contra Iturrigaray había vulnerado a la propia autoridad virreinal más de lo que sus autores pudieron suponer, de lo que muy bien se dieron cuenta Garibay y su sucesor Lizana. A pesar de la política conciliadora de este último, las causas de infidencia continuaron siendo tan numerosas que la junta consultiva se transformó en septiembre de 1809 en Junta de Seguridad y Buen Orden. El grupo formado por los aprehensores de Iturrigaray, no obstante haberse disuelto como cuerpo de voluntarios, continuaba dando muestras de su prepotencia y el miedo de que volviera a intentar un nuevo golpe de Estado -miedo que, como ya vimos, acompañó a Garibay- sería compartido también por Lizana. El 3 de noviembre de 1809 el arzobispo-virrey Lizana, temeroso de que los peninsulares lo depusieran, dio una orden de la plaza por la que mandaba aumentar la guardia del vivac para que se mantuviera cada dos horas una patrulla en el portal de las Flores, la Diputación y los dos de las Mercaderes, que eran el centro del comercio de la ciudad y sus casas habitadas por europeos. Esta patrulla debía detener a cualquier persona que anduviera armada por esos sitios e impedir toda reunión de más de seis individuos. Debía, además, darse el quién vive a las personas decentes o de mediano porte que salieran o entraran en dichas casas. Si la reunión que se hallare fuera demasiado numerosa debía darse aviso a la guardia de palacio y las guardias de la Cárcel de Corte, del arzobispo y de la Casa de Moneda debían de estar prevenidas.[ 50 ]
Durante sus respectivos gobiernos, Garibay (septiembre 1808-julio 1809) y Lizana (julio 1809-mayo 1810) se preocuparon por mejorar e incrementar las fuerzas de la colonia. El interés por contar con defensas adecuadas seguía siendo una de las mayores y más constantes preocupaciones de las autoridades coloniales. A pesar de los numerosos indicios de que el descontento de no pocos novohispanos se canalizaba hacia la formación de planes cada vez mejor organizados y más peligrosos, como lo muestra la conjuración descubierta en Valladolid en diciembre de 1809, seguía predominando en las autoridades la idea de que antes que nada era necesario prepararse para un ataque extranjero. En ese momento la amenaza externa era todavía, en su opinión, mayor que la que planteaba la inquietud interna. Lo interesante para nosotros de la conspiración de Valladolid es que fue una conjura dirigida por criollos que pertenecían al ejército novohispano, quienes, para ver realizados sus planes, contaban con el apoyo de varios cuerpos militares y que para reforzar sus filas tenían pensado reclutar indios en gran número ofreciéndoles la supresión del tributo. A este fin, los conjurados ya se habían puesto en comunicación con algunos de sus gobernadores. [ 51 ]
A pesar de los esfuerzos de las autoridades, no se llegó a contar por esos años con las tropas suficientes para poner a la colonia en estado adecuado de defensa, entre otros motivos porque simplemente no había suficientes individuos de las clases a las que se pretendía alistar que quisieran servir en filas. La idea de que los indios podían y debían formar parte de las fuerzas novohispanas, idea que de ponerse en práctica hubiera solucionado en mucho el problema del alistamiento, fue encontrando nuevos sostenedores, aunque no llegó a ser aceptada por las autoridades superiores de la colonia. El 7 de abril de 1810, el licenciado Juan Nazario Peimbert y Hernández, distinguido abogado de la capital que posteriormente sería uno de los miembros de la sociedad secreta de los Guadalupes, envió a Lizana Una extensa propuesta sobre cómo formar un ejército de doscientos mil indios.
Peimbert señalaba en su escrito que debía aceptarse el alistamiento voluntario de todo indio tributario, cacique o macehual, que fuera apto para el servicio. Éstos no serían incorporados a los cuerpos de españoles ni saldrían de sus pueblos sino en el caso de una invasión, cuando todos los habitantes de la colonia debían acudir en su defensa. El ejército que estos indios compondrían se llamaría "el Irresistible de Naturales Voluntarios de Fernando VII" y sus jefes y oficiales serían nombrados de entre los mismos indígenas. Los alistados no gozarían de fuero sino hasta ponerse sobre las armas, ni deberían rendirse honores ni obedecerse unos a otros sino en cuanto a lo que tocaba al servicio. El ejercicio se celebraría los domingos después de misa, lo que evitaría que ocuparan estos días en emborracharse y celebrar mitotes, y entre semana cuando fuera posible; quien por causa justificada no pudiese asistir sería excusado de hacerlo. Se darían setenta fusiles a cada departamento donde no hubiera escopetas para que los indios fueran alternándose en su manejo. Cada mes se informaría a la superioridad de los gastos erogados y del estado de los alistamientos, así como de las "ventajas que se hayan conseguido en el aprovechamiento de los indios". Si éstos llegaban a tomar las armas se les pagaría lo mismo que a la tropa veterana y desde ese día quedarían exentos del pago del tributo. Los curas y párrocos debían exhortar a los indios a alistarse, a causa del influjo que en ellos tenían, y servirían de capellanes en sus regimientos. Todo lo anterior debería publicarse por bando.
Peimbert sostenía que si se seguía este plan se conseguiría disciplinar a doscientos mil hombres, según sus cálculos basados en el padrón de 1807, fuerza que desde luego hubiera merecido la denominación de irresistible. En cuanto a las razones que lo asistían para proponer su creación, manifestaba que "los indios no se hallan en lo general como estaban al tiempo de su conquista, en que se tenían por pusilánimes y cobardes; ya tienen otras nociones" -opinión, a nuestro parecer, un tanto heterodoxa-, pues ya se habían mezclado con españoles y con negros, como lo demostraba el hecho de que antes los indios no tenían barbas ni escupían y ahora sí. Los que se tenían por indios habían dado últimamente pruebas de su valentía y la obediencia, "que es el carácter de un buen soldado", era también una de sus virtudes, ya que estaban acostumbrados a obedecer a sus autoridades desde niños. Era importante que quienes los mandasen fueran asimismo indígenas, porque obedecían a los de su clase mejor que a ninguno; a esto se debía el hecho de que sus gobernadores siempre lo fueran. Con lo anterior se desvanecía la preocupación de muchos que quisieran que los indios jamás se apreciasen y siempre se viesen humillados y abatidos como esclavos con el pretexto de que no se levanten y atumulten. Podría además escribir una resma y no acabaría en comprobación de ser éste un temor pánico hijo de la soberbia, de la impiedad, de la ingratitud y de una insaciable codicia, porque se pretende que jamás los indios se instruyan ni se impongan en sus derechos.
De la soberbia, porque todos, españoles, negros y mulatos, los trataban como a la gente más ruin, sin respetar sus repúblicas. De la impiedad, porque no se compadecían de su miseria, a la que se veían reducidos por vestir y dar de comer a los que los aborrecían. De la ingratitud, porque no agradecían los beneficios recibidos de sus manos; con que los indios dejaran de trabajar ocho días los ingratos notarían la que les debían. Y, finalmente, de la codicia, porque se les había; explotado de mil maneras, como con la venta de bebidas alcohólicas. Según Peimbert, "unos pueblos que han sufrido y sufren tantas cosas, sobradas pruebas dan de su lealtad y obediencia, mayormente cuando no carecen de armas de fuego y otras cosas con que pudieran haberse sublevado". Los motines ocurridos entre ellos habían sido de poca consideración y no debía temerse que disciplinándolas en el arte de la guerra procedan de diversa manera". Otras ventajas las constituían su capacidad de soportar las inclemencias del tiempo y la sencillez de su vestuario y alimento, las que harían que los gastos fueran muy bajos. Trescientos mil pesos bastarían para que en un año quedaran bien instruidos.
Una vez puesto en práctica este plan, debía darse noticia de él en la Gazeta y en los diarios para que las potencias extranjeras supieran que se contaba ya en la Nueva España con un ejército de doscientos mil hombres, sin entrar en su formación los otros grupos de que se componía la colonia. Esto disuadiría a los franceses de invadir estos dominios e, incluso, de proseguir la guerra en la península. Serviría también para que Inglaterra no cambiara de manera de pensar y Estados Unidos, "que ha estado hasta ahora acechando sin decidirse, tampoco se pondrá en el empeño de venir a introducirse a nuestras tierras, ya por sí, o auxiliado del tirano Napoleón". También se ahorraría el poner sobre las armas a muchas tropas; lo que en ellas se hubiera gastado sería más que suficiente para establecer el ejército que proponía y el sobrante podría mandarse a España.[ 52 ]
El escrito de Peimbert, la propuesta más estructurada que de estos años conocemos sobre la creación de cuerpos militares indígenas -que no de un ejército en el sentido moderno-, no corrió con buena suerte. Su extenso alegato contrasta con lo escueto del acuse de recibo de Lizana, fechado el 13 de abril:
He visto con particular aprecio el celo y patriotismo que manifiesta vuestra merced en el proyecto que me remitió con fecha 7 del corriente, de levantar un ejército de 200 000 hombres, compuesto de los indios tributarios, caciques y macehuales del reino, de cuyo pensamiento haré con oportunidad el uso conveniente.[ 53 ]
La oportunidad de que hablaba el arzobispo-virrey para hacer uso de esta propuesta no se presentaría nunca.
A las dos semanas justas de haber dado acuse de recibo a Peimbert, Lizana recibió un escrito de Dionisio Cano y Moctezuma, gobernador por entonces de la parcialidad de San Juan, quien le hacía saber que había cumplido con su obligación de mantener en los indios los sentimientos de lealtad, subordinación y amor a la religión, al rey y a la patria. Estos sentimientos, por la misericordia divina, "les habían sido como connaturales desde la feliz época de la Conquista y no han abandonado en las difíciles circunstancias del día". Por ello, cuando vio que el virrey dictaba disposiciones para defender a la Nueva España y observó que todos en el reino cooperaban a tan importante fin, pensó en reunir a los indígenas para pedirles su cooperación y que participaran en los gastos de la conservación de "esta preciosísima porción de la monarquía española". Sin embargo, después de reflexionar, se convenció de que los indios no podían ayudar con dinero a las necesidades de la patria, ya que "la esterilidad del año pasado los tiene reducidos a la mayor miseria" y porque de natural han sido siempre pobres "y están atenidos para su subsistencia al sólo sudor de su rostro".
Pero no únicamente con dinero era posible servir a la patria ni bastaban para la defensa del reino los cañones y los fusiles. "¿No se necesitan también corazones entusiasmados, amantes de su rey, brazos fuertes y valerosos que manejen aquellos instrumentos, y espíritus impávidos que se resuelvan a entregar primero el último aliento que ser esclavos?" Si se les entrenaba en el manejo de las armas, los indios serían capaces de todo esto y la seducción y la intriga, instrumentos de Napoleón, se embotarían en su misma rusticidad, pues sólo sabían que Fernando era su rey y que la junta gobernaba a su nombre. Por lo anterior, ofrecía al virrey los indios a su cargo y le pedía los dejara participar en la defensa del reino "y que para ello se sirva providenciar se les aleccione en el uso y manejo de las armas a que se prestarán gustosos; se forme un regimiento de indios voluntarios o se tomen las disposiciones convenientes a tan laudable objeto que mi corta capacidad no sabe ni aun insinuar".[ 54 ]
Este escrito de Cano y Moctezuma correría igual suerte que el de Peimbert. La respuesta de Lizana, fechada el 4 de mayo, es asimismo escueta. Le hacía saber que tendría presente "con oportunidad" su solicitud de que se empleara a los indios de la parcialidad a su cargo en la defensa del reino. Mientras se tomaba la resolución que convenía, el gobernador debía hacerles saber que al virrey le había sido "muy estimable aquella demostración de su celo, lealtad y patriotismo".[ 55 ] La oportunidad de poner en práctica las propuestas de Cano y Moctezuma tampoco llegaría a presentarse.
No obstante las repetidas protestas de fidelidad que durante este tiempo hicieron las distintas comunidades indígenas y sus múltiples ofrecimientos a las autoridades de la colonia para defender y auxiliar a la metrópoli, hubo incidentes que hacen ver que no todos los indios pensaban que lo primero y más importante era ayudar a la península. Un ejemplo lo constituye el proceso iniciado a Mariano Paz Carrión el 7 de junio de 1810, a un mes escaso de que la audiencia asumiera el gobierno del virreinato. Desgraciadamente no hemos podido encontrar la causa que se le siguió, aunque sí numerosas referencias a ella en los procesos seguidos con posterioridad a Francisco Antonio Galicia, Eleuterio Severino Guzmán y Dionisio Cano y Moctezuma.[ 56 ]
Desde mediados de 1809, Lizana había recibido órdenes de negociar en la Nueva España un empréstito voluntario de veinte millones de pesos, y en mayo del año siguiente se reunió ya la junta de comisionados. Pero la salida de tanto dinero de la colonia no fue vista con buenos ojos por algunos individuos. Un colegial indio procedente de Oaxaca, Mariano Paz Carrión, quien se hallaba en la capital, promovió unas juntas clandestinas que se llevaron a cabo en el tecpan de Santiago, "relativas a que los pueblos se reuniesen para tratar de independencia como en Caracas, de instalar Cortes y pedir armas del gobierno por medio de un escrito que debía hacer un abogado que al efecto tenían, a pretexto de industriar a los indios en el manejo de ellas". Todo con el fin de impedir la remisión del dinero a España, "aunque al efecto se derramara sangre". [ 57 ] A estas juntas fueron invitados, entre otros, Galicia y Cano y Moctezuma, ex gobernador y gobernador respectivamente de la parcialidad de San Juan, y Ángel Vargas Machuca, gobernador de la de Santiago. Galicia no asistió por hallarse enfermo, pero Vargas Machuca y Cano y Moctezuma sí y fue este último quien se encargó de denunciar a las autoridades lo que sucedía. Paz Carrión fue apresado en la misma casa del gobernador de San Juan,[ 58 ] lo que provocó que la Junta de Seguridad y Buen Orden diera "las gracias a los indios de San Juan por el buen manejo que habían tenido" [ 59 ] en este asunto.
Durante el gobierno de la audiencia que sustituyó a Lizana, uno de los primeros cuidados de las autoridades siguió siendo el poner a la colonia en estado de defensa y brindar los mayores auxilios posibles a la península. Pero la desconfianza que se tenía a ciertos grupos de la población colonial hizo que no se les diera cabida, por lo menos en forma abierta, dentro de las filas del ejército y las milicias, lo que fue un obstáculo más para la organización efectiva de esta defensa. Los indudables signos de descontento que se percibían en muchos de los estratos de la sociedad colonial hicieron que la posibilidad de un levantamiento interno fuera, como siempre, tomada en cuenta; pero como preocupación de las autoridades ocupaba por entonces un lugar de segunda importancia.
Continúa…
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Re: Mexico no es bicentenario
El peligro interno
La insurrección que iniciara Miguel Hidalgo el 16 de septiembre de 1810 en el pueblo de Dolores se convirtió de inmediato en el problema más grave con que se enfrentaron las autoridades coloniales de entonces, desplazando del centro de su interés a los que desde 1808 habían sido su preocupación primordial: poner a la colonia en estado de defenderse por sí sola y brindar ayuda a la metrópoli.
Las mismas tropas que se habían procurado reforzar y reorganizar para que pudieran enfrentarse con éxito a un enemigo exterior serían ahora utilizadas para combatir el peligro interno. Pero el ejército novohispano, a pesar de todos los esfuerzos invertidos en su mejoramiento, no se encontraba en las mejores condiciones al tiempo de la insurrección de Hidalgo. Tampoco lo estaban las milicias provinciales. La disolución del cantón de Jalapa había desparramado por el territorio colonial a las fuerzas armadas, lo que hacía muy difícil su manejo y coordinación desde el centro. Las autoridades tuvieron que esforzarse una vez más por poner a los distintos cuerpos militares en capacidad de lucha. Ahora sí se tenía enfrente a un enemigo real y esto hizo que se actuara prontamente y se echara mano de todos los recursos disponibles. Para el régimen colonial fue una gran ventaja el hecho de que, dos días antes del levantamiento de Hidalgo, hubiera sucedido a la audiencia en el gobierno del virreinato un militar de carrera como Francisco Xavier Venegas. El nuevo virrey rápidamente dictó las providencias necesarias para que se levantaran fuerzas en los puntos que corrían peligro, así como para que los vecinos de todas las poblaciones se armaran y organizaran en compañías que sirvieran para defenderlas.[ 60 ] El brigadier Félix María Calleja, el militar más destacado del ejército novohispano, quien se encontraba en San Luis Potosí, también se ocupó de organizar las tropas de su región y puso sobre las armas a los regimientos provinciales de San Luis y de San Carlos, al mismo tiempo que formaba nuevos cuerpos de milicias.[ 61 ]
Las protestas de fidelidad al régimen y de rechazo al movimiento insurgente no se hicieron esperar; fueron numerosas y provinieron de instituciones y personas de toda clase y condición. En la ciudad de México, la parcialidad de San Juan dejaría oír su voz el 28 de septiembre. En una exposición dirigida por sus autoridades a Venegas, le hacían saber que habían leído su proclama aparecida el 23 de ese mismo mes, que se dolían del "alucinamiento delincuente" de quienes se habían rebelado "y llega a lo sumo nuestro pesar al oír que cuenta en su número con algunos indios que les auxilian". Tanto las autoridades como los demás integrantes de la parcialidad entendían que "los únicos dueños de este reino" eran Fernando VII y sus sucesores y que, habiendo jurado y reconocido a la Regencia, la religión no permitía quebrantar tal juramento, antes los estrechaba "a guardar el pacto social, viviendo sujetos a las legítimas potestades". Expresaban que quien procurara separar estos dominios de la península, "cuando aún existe allá quien resista a la dominación extranjera, no puede ser fiel a Fernando VII sino que imposibilita en cuanto está de su parte su restitución al trono". Animados de estos sentimientos, ofrecían al virrey sus personas, asegurando estar "prontos a sostenerlos y derramar la última gota de sangre en defensa de ellos". Le suplicaban que aceptara su oferta, así como que elevara su representación ante el Consejo de la Regencia "para que su majestad sepa y se complazca de que los indios de México tienen la felicidad de contarse entre el número inmenso de europeos y americanos que no se han dejado ni dejarán seducir por el espíritu de partido y rivalidad". Esta exposición fue firmada por el gobernador de la parcialidad, Dionisio Cano y Moctezuma; el ex gobernador, Francisco Antonio Galicia, y por varios alcaldes, entre los que se contaba Ramón Elizalde. [ 62 ]
A los pocos días de haber recibido la exposición anterior y redactado en términos muy semejantes, el virrey recibió un escrito que le dirigieron las autoridades de la parcialidad de Santiago, fechado el 5 de octubre. Le hacían saber que habían leído con gran satisfacción el oficio de la parcialidad de San Juan y, animados de "los mismos sentimientos de religión, lealtad y patriotismo", habían creído suficiente sincerarse ante el virrey en forma verbal, como lo habían hecho ya. Ahora deseaban hacer públicos sus sentimientos para evitar malas interpretaciones sobre su verdadera disposición y por ello hacían constar que se hallaban persuadidos de que los vínculos con España no debían cortarse "mientras exista un solo palmo de tierra española libre de la dominación tiránica". Habiendo jurado como soberano a Fernando VII y al Consejo de la Regencia como su representante, sólo a éste obedecerían y aquél seguiría reinando para siempre en sus corazones. Estaban ciertos de que ninguno de los hijos de la parcialidad "se manchará con el negro borrón de infiel e irreligioso", ni cooperaría a la desolación del reino. Por último, le suplicaban que estos sentimientos, en unión de los de la otra parcialidad, los elevaran al Consejo de la Regencia y los mandara publicar "para que la posteridad numere a los individuos de ambas entre los buenos ciudadanos, amantes patricios y fieles vasallos". Firmaban su gobernador, Mateo Ángel Alvarado, Manuel Santos Vargas Machuca y Guadalupe José Velasco, entre otras de sus autoridades. [ 63 ]
Las voces de las parcialidades de la capital no serían las únicas indígenas que se escucharían por entonces. Los gobernadores y repúblicas de Santiago Chalco, de San Francisco Tepeaca y de Jalapa de la Feria, así como el ayuntamiento de Tlaxcala, entre otros, se dirigieron también al virrey para hacerle saber sus sentimientos de lealtad hacia las autoridades legítimas y de adhesión a la justa causa, por los que se encontraban dispuestos a derramar hasta la última gota de su sangre. [ 64 ] El hecho de que entre los partidarios de Hidalgo se encontraran muchísimos indios fue, sin duda, uno de los motivos principales que impulsó a estas corporaciones de naturales a manifestar de inmediato su fidelidad al régimen colonial para evitar cualquier sospecha. De ahí el empeño de algunas en que el virrey publicara sus escritos y los hiciera llegar a la Regencia, la autoridad suprema de la península.
La mayoría -por no decir la totalidad- de estas protestas nos parecen sinceras, entre otros motivos por no existir realmente una liga entre los distintos grupos indígenas de la colonia. A pesar de que muchos de los rebeldes eran indios, había de hecho una gran distancia entre los intereses de estos campesinos y los de los indígenas de las corporaciones mencionadas, cuyo régimen de vida estaba ligado a centros urbanos.
Un problema por demás serio que se le presentó a Venegas y a las autoridades de la capital por esos días fue preparar su defensa, y mantener el orden en ella. La toma de Celaya y de Guanajuato por los insurgentes y el saqueo y mortandad que sufriera esta última hacían temer para la ciudad de México una suerte semejante en el caso de un muy posible ataque insurgente. Este peligro era percibido también por numerosos capitalinos, los que en varias ocasiones llegaron a proponer, a las autoridades medidas encaminadas a evitarlo. Una de estas propuestas fue la creación de nuevos cuerpos de milicias urbanas, que debían llamarse Batallones Patrióticos Distinguidos de Fernando VII.
En junta celebrada en palacio el 4 de octubre, a la que el virrey convocó a las autoridades más importantes de la capital para tratar la propuesta anterior, se acordó levantar dichos batallones, los que debían servir "para la tranquilidad, buen orden y demás fines del servicio del rey y del público de esta capital, siendo el coronel de todos ellos el mismo excelentísimo señor virrey". Las autoridades encargadas de su organización acordaron pedirle a Venegas que publicara por bando "que todos los españoles vecinos y habitantes de esta capital, así americanos como europeos, desde la edad de diez y seis años en adelante, que no estén ya ocupados en el servicio militar y que tengan proporción para mantenerse a su costa en los días que estén empleados y para hacerse un uniforme decente y de la sencillez que conviene" se alistaran en estos cuerpos, para lo cual debían concurrir a las casas capitulares. También acordaron que aquellos que tuvieran caballo propio y desearan hacer el servicio de caballería lo manifestaran al alistarse y terminaban expresando su esperanza de que los primeros que acudirían a su llamado serían los individuos de la nobleza y los empleados de las oficinas, para servir así de ejemplo a las demás clases de la capital. Esta proposición fue aceptada por el virrey, quien, "persuadido de los nobilísimos y apreciables sentimientos de las clases insinuadas de la capital, así europeos como americanos", mandó que se publicase por bando el 5 de octubre.[ 65 ]
Según Lucas Alamán, así fue como se llegaron a formar tres batallones de infantería, un escuadrón de caballería y una compañía de artillería mandados por criollos y peninsulares distinguidos. Estos cuerpos corrieron la misma suerte que la mayoría de las milicias levantadas con anterioridad, pues a poco disminuyó el entusiasmo de muchos de los alistados, quienes comenzaron a pagar para que los sustituyeran en las guardias, "con lo que se perdió la consideración que se les tuvo".[ 66 ] Es interesante señalar aquí que el mismo día de la aparición de este bando se publicó otro para dar a conocer el decreto de la Regencia del 22 de mayo de 1810, por el que se abolía el tributo indígena. Ésta fue una medida que pretendía captar para el régimen la simpatía y el apoyo de los naturales, así como asegurar su fidelidad. [ 67 ]
Mientras Hidalgo abandonaba Guanajuato y se dirigía a Valladolid, se continuaron en la capital los preparativos para su defensa, los que se aceleraron al saber que los rebeldes habían emprendido ya la marcha sobre ella. Venegas, además de ordenar a Calleja que se dirigiera a la ciudad de México y que pasaran a ella otros cuerpos, mandó que las tropas disponibles acamparan en el Paseo Nuevo y en la Calzada de la Piedad y que se colocara artillería en Chapultepec.[ 68 ] Poco después se ordenó la salida de Torcuato Trujillo hacia Toluca para detener a Hidalgo. Entre las medidas tomadas por el virrey merece registrarse aquí la aceptación que dio al ofrecimiento de Gabriel de Yermo y de su hermano de armar a quinientos sirvientes de las haciendas de ambos, fuerza a la que se conoció como "los negros de Yermo".[ 69 ]
El virrey no sólo aceptó la formación de estos cuerpos de negros sino que, ante nueva oferta de San Juan y Santiago para ayudar en la lucha contra los rebeldes, "dando las gracias a las parcialidades, hizo el honor de admitir mandando se hiciera junta de cuatrocientos ocho hombres de las dos parcialidades de San Juan y de Santiago que sirvieran de lanceros en las dos garitas de Peralvillo y Vallejo". [ 70 ] Los capitanes Antonio de Olarte y Antonio Cerrón fueron nombrados comandantes del piquete de San Juan y del de Santiago, respectivamente.[ 71 ] El hecho de haber permitido la creación de estas fuerzas de indígenas nos parece que revela la idea de las autoridades sobre la gravedad de la situación por la que atravesaban. A pesar de que no pocos indios habían sido reclutados en distintos cuerpos, nunca antes se había permitido en la capital la formación de un cuerpo armado compuesto exclusivamente de indígenas, ni siquiera para vigilar el orden público. Estos lanceros, no obstante lo limitado de su número y de que su creación se debió en mucho al afán de atraerse las simpatías y el apoyo de los habitantes de las parcialidades, son muestra de que las autoridades, ante circunstancias inusitadas, se hallaban dispuestas a tomar medidas también inusitadas. No hemos podido encontrar la fecha exacta en que se crearon estos cuerpos de lanceros; sabemos que el 31 de octubre ya existían, pues ese día el virrey dio una orden relativa a su pago.[ 72 ]
Sin embargo del entusiasmo inicial, los lanceros comenzaron a declinar al poco tiempo, al igual que los batallones patrióticos. Creemos que esto se debió, al menos en parte, a haberse hecho efectivo el decreto que abolía el tributo indígena, ya que con ello se disminuyeron los ingresos de sus cajas de comunidad, lo que hacía difícil su sostenimiento. También contribuyó a su decaimiento la indiferencia que a poco mostraron hacia esos cuerpos las autoridades, para quienes, una vez pasado el peligro que representaba Hidalgo, no parecieron ya tan necesarios.
Una de las últimas precauciones tomadas por Venegas al acercarse las huestes de Hidalgo a la capital fue ordenar que la imagen de la virgen de los Remedios se trasladase de su santuario a catedral para evitar que pudiera caer en manos insurgentes y, a su llegada a la ciudad de México, el virrey la declaró generala de las tropas realistas. El espíritu marcial que animaba a los capitalinos no se detuvo allí, sino que se extendió también a las mujeres. Por invitación de doña Ana de Iraeta, viuda del oidor Cosme de Mier, se organizó una "leva sagrada de patriotas marianas". [ 73 ] En el escrito dirigido a las mujeres de la capital para exhortarlas a formar "un patriótico espiritual ejército" que aplacara la ira de Dios, se les recordaba, entre otras debilidades femeninas, que en todos los tiempos las mujeres han "dado causa a los castigos que hoy se experimenta" y se precisaba que la "piadosas reclutas" debían encargarse de velar por turno a la virgen de los Remedios. El entusiasmo de estas patriotas también fue de corta duración y, al igual que ocurrió en los cuerpos de voluntario, recurrieron a la práctica de pagar a quienes las sustituyeran en las guardias.[ 74 ]
No hubo ocasión de ver cuán efectivas habían sido las medidas tomadas en la capital para su defensa. Aunque las tropas de Hidalgo llegaron a estar a la vista de la ciudad a fines de octubre, después de derrotar a Trujillo en el Monte de las Cruces, no se lanzaron a atacarla y a los pocos días iniciaron la retirada. El peligro que había amenazado en forma inminente a la ciudad de México se había conjurado. Es probable que la desaparición de esta amenaza influyera en la pérdida del entusiasmo que a poco se notó en muchos de los alistados y que ya hemos señalado. Sin embargo, para las autoridades, era necesario mantener a todas estas fuerzas en buenas condiciones mientras no cesara la insurrección, por lo que prosiguieron en su empeño de organizarlas y prepararlas. En vista de que los alistamientos voluntarios no eran suficientes, se tuvo que recurrir a la leva forzosa, como ya había ocurrido con anterioridad, aunque a partir de entonces se extendería prácticamente a todos los estratos de la población capitalina. El 6 de abril de 1811, Venegas dio orden a todas las corporaciones de la capital de proporcionar listas de sus miembros, indicando los batallones patrióticos a los que pertenecían y señalando a quienes no prestaran servicio militar para poder completar con ellos la formación de un cuarto batallón.[ 75 ]
La leva forzosa no sería exclusiva de la ciudad de México, como tampoco lo sería la formación de milicias de vecinos. A pesar de los problemas y riesgos que implicaba militarizar a la población colonial, las autoridades se vieron obligadas a recurrir a esta medida a causa de que la insurrección se había extendido a distintas regiones. La prisión de Hidalgo, Allende y otros jefes insurgentes en marzo de ese año no significó el fin de la rebelión, aunque sí le representó un duro golpe, pues para entonces se contaba con otros jefes insurrectos, entre los que comenzaban a destacar Ignacio López Rayón y José María Morelos. Esto llevó a Venegas a adoptar el Proyecto de Reglamento para armar al reino y pacificar al país propuesto por Calleja desde Aguascalientes el 8 de junio de 1811. De sus catorce artículos once están dedicados a la manera en que debían organizarse y armarse los cuerpos de milicias de las distintas ciudades y poblaciones del reino, así como de las haciendas y ranchos, los que se encargarían de su defensa y de perseguir a los rebeldes que aparecieran por sus cercanías.[ 76 ] Según Alamán, estos cuerpos se levantaron con el nombre de "realistas, fieles o patriotas de Fernando VII".[ 77 ]
El reclutamiento en la ciudad de México se vio facilitado por las tareas que emprendió la Junta de Policía y Tranquilidad Pública, creada por Venegas en agosto de ese año después de descubrirse una conjura en su contra.[ 78 ] Los padrones elaborados por los tenientes de la junta y las restricciones que ésta impuso sobre cambios de domicilio, así como la reglamentación del sistema de pasaportes -iniciado desde principios de 1811- y la vigilancia que se estableció en las garitas, permitieron a las autoridades ejercer un mayor control no sólo sobre los habitantes de la capital sino sobre todos aquellos que entraban y salían de ella.
Todas estas medidas tuvieron repercusiones de carácter negativo que se hicieron sentir sobre todo en los grupos de nivel socioeconómico inferior, a los que pertenecían casi todos los individuos que regularmente venían a la ciudad para ofrecer en venta los diversos productos de su trabajo. En su inmensa mayoría eran indígenas, quienes vieron entorpecida su labor cotidiana con todas estas disposiciones y con los abusos a que ellas dieron origen. Las protestas que provocaron fueron tan abundantes que, para acallarlas, la misma junta las recogió en forma de queja, en la que se dice que era tal la dificultad para conseguir pasaportes para quienes venían a vender comestibles, de los que varios habían sido puestos en prisión y a quienes les habían sido decomisadas sus mercaderías por haber perdido el pasaporte, que se experimentaba ya escasez en los mercados de la ciudad.[ 79 ] Esto continuaba a pesar de haberse decretado poco antes que no se impusieran penas pecuniarias a los indígenas que contravinieran el Reglamento de policía, de haberse satisfecho a sus gobernadores los gastos de expedir pasaportes y de haberse ordenado que no se obligase a los indios a desempeñar trabajos serviles en los cuarteles y casillas de policía ni a entregar parte de sus mercaderías,[ 80 ] lo que había motivado el agradecimiento de Francisco Antonio Galicia y de Cristóbal Rojas, gobernadores por entonces de las dos parcialidades.[ 81 ]
Hacia principios de 1812 habían comenzado a llegar a la Nueva España tropas procedentes de la península, pero no por ello las autoridades cejaron en su empeño de consolidar las fuerzas armadas de la colonia. Por ese entonces la insurrección, a pesar de los esfuerzos gubernamentales, continuaba con mayor ímpetu que antes. Desde agosto del año anterior y por iniciativa de Ignacio López Rayón se había erigido en Zitácuaro una junta nacional que pretendía unificar y organizar al movimiento insurgente. La terrible derrota sufrida por Rayón en dicha ciudad a manos de Calleja durante los primeros días de enero de 1812 se vio en cierta forma compensada por los triunfos que venía alcanzando Morelos, quien para el mes siguiente se situó ya en Cuautla, no lejos de la capital. El peligro que la ciudad de México corría en esta ocasión era, ciertamente, menor que el que le había significado la cercana presencia de Hidalgo a fines de 1810. Pero el virrey, deseoso de destruir de una vez por todas a un enemigo cada vez más temible, desde la capital envió en su contra al recién llegado y triunfante ejército de Calleja.
No era Morelos la única amenaza. Los integrantes de la junta originalmente establecida en Zitácuaro habían logrado instalarse en Sultepec, donde continuaron con sus trabajos. Por los alrededores de la ciudad de México se habían levantado numerosas partidas de rebeldes que molestaban el tránsito y las comunicaciones, así como su aprovisionamiento. La entrada de un grupo de insurrectos a la villa de Guadalupe a principios de marzo hizo temer al virrey por la imagen de la virgen que en ese santuario se venera, por lo que ordenó su traslado a catedral como lo había dispuesto con la de los Remedios. Sin embargo, no pudo llevarse a cabo por haberse opuesto los indios de la región, quienes manifestaron su decisión de cortar los puentes de las calzadas de México, y cuyos gobernadores, acompañados de los de las parcialidades de la capital, hicieron saber a Venegas que sus gobernados custodiarían y defenderían el santuario, con lo que se dejó en él a la imagen. [ 82 ]
La situación por la que durante estos primeros meses de 1812 atravesaba la ciudad de México, entre cuyos habitantes se contaban no pocos partidarios de la insurgencia y por cuyos alrededores merodeaban numerosas partidas de rebeldes, parece haber influido en el ánimo del virrey para dedicar su atención a los cuerpos de lanceros. Éstos, para entonces, habían visto disminuidas sus plazas a menos de la mitad por no contar con fondos suficientes para su sostenimiento y dependían ya directamente de los gobernadores de las parcialidades, ya que, a poco de su creación, los capitanes a cuyo cargo estaban fueron destinados a otras plazas y no fueron sustituidos. Para que pudieran sostenerse, Venegas mandó que se les prestaran cinco mil pesos; pero, al acabarse esta cantidad, el asesor de naturales, Rafael de la Llave, solicitó que se suprimiesen. Sin embargo, por considerarlos de interés y que no era conveniente su supresión, el virrey ordenó el 24 de mayo que se les pagase de la Hacienda Pública y un mes después, el 26 de julio, mandó que se les diera diariamente un real de sobresueldo a los sargentos y medio a los cabos y que se les rebajase a los gobernadores a medio real su gratificación, que lo era de un peso diario, todo lo cual se hacía a través del administrador de las parcialidades.[ 83 ]
A pesar de que el servicio de vigilancia que prestaban estos cuerpos de lanceros indígenas no era de gran importancia, el hecho de que se haya, considerado conveniente conservarlos en funciones demuestra hasta qué punto las autoridades juzgaban crítica la situación de la ciudad durante este periodo. Con ello no sólo mantuvieron abierta para los indios de la capital la posibilidad de participar en una actividad y de una manera que hasta entonces les había estado vedada, sino que, al darle permanencia a una medida tomada en un momento de crisis, les hicieron ver cuán graves se presentaban las cosas para el régimen establecido y les hicieron sentir que su cooperación era muy necesaria para el sostenimiento del gobierno colonial.
La Constitución de Cádiz
1812 se significaría en la Nueva España por ser el año en que el movimiento insurgente alcanzó mayor actividad y brillantez en sus operaciones militares. También se significó porque en él se comenzaron a implementar los cambios de mayor envergadura decretados por los nuevos órganos de gobierno peninsular para modernizar la estructura misma tanto de la metrópoli como de sus colonias. Esta obra renovadora del liberalismo español, iniciada poco antes de que diera principio la insurgencia en la Nueva España, quedó plasmada en la Constitución Política de la Monarquía Española, promulgada en Cádiz en el mes de marzo y que sería proclamada en la ciudad de México en septiembre de ese mismo año.
Para las autoridades de la Nueva España la Constitución de 1812 no pudo llegar en momento menos oportuno. No sólo venía a dar carta de legitimidad a la aspiración de la inmensa mayoría de los novohispanos de ser considerados iguales en derechos a los peninsulares, lo que en cierta medida justificaba algunas de las posturas insurgentes, sino que, además, reducía en mucho el poder efectivo del virrey y de la audiencia, quienes se habían mostrado los más decididos partidarios de mantener a la Nueva España sujeta a la metrópoli. No es de extrañar, pues, que se decidieran a cumplir con ella sólo en parte o muy lentamente y que, incluso, se diera marcha atrás en algunos de los artículos que se pretendió implementar. Así sucedió con el relativo a la libertad de imprenta, la que se suspendió a poco más de dos meses de haber sido decretada, y con la elección del ayuntamiento constitucional capitalino, que no llegó a ser instalado por Venegas, medidas que contaron con el apoyo de quienes para defender sus intereses veían la necesidad de mantener un gobierno colonial autoritario y poderoso. Tampoco es de extrañar que esta actitud de las autoridades -a fin de cuentas representantes del poder metropolitano-, de no cumplir con todo lo dispuesto en la península para el gobierno de la colonia, fuera vista con recelo por quienes eran partidarios de seguir sujetos a la metrópoli pero que consideraban que la apertura brindada por las nuevas disposiciones daba cabida legal a muchas de sus aspiraciones. Para los partidarios de la insurgencia, sobra decirlo, fue un argumento más en favor de que la rebelión era el único camino para lograr alguna mejora.
La Constitución de 1812, vista por unos como amenaza, percibida por otros como oportunidad, significaría para todos un cambio importante en el orden de cosas novohispano. Esto no se debió a que llegara a alterar de manera radical la estructura de la colonia, ya que fue poco lo que de ella se implementó y cortó el tiempo que permaneció en vigor. Se debió, fundamentalmente, a que abrió nuevas posibilidades para que los distintos grupos de la sociedad novohispana manifestaran los intereses que los animaban y sirvió para que definieran con más claridad los fines que pretendían alcanzar y el camino por el que se proponían lograrlos.
Aquí nos interesa señalar que la Constitución de Cádiz, al conceder a los indios la categoría de ciudadanos españoles, les abrió las puertas, cuando menos en teoría, para desempeñar empleos que hasta entonces les habían estado vedados o limitados, entre ellos el servicio de las armas. Otra consecuencia interesante para nosotros de la igualdad legal decretada para los indígenas sería que sus formas peculiares de gobierno debían desaparecer para dar paso a un régimen que fuera común para todos los novohispanos. Éstas y otras disposiciones, decretadas para brindar a los indios una participación mayor y en pie de igualdad en los asuntos de la Nueva España, no serían vistas en todos los casos con buenos ojos por las autoridades indígenas de la capital. Éstas pronto cayeron en la cuenta de que, por una parte, los cambios decretados no necesariamente significarían una mejora en las condiciones de vida de los indígenas y que, por otra, su implementación conllevaría por fuerza la pérdida de los poderes que hasta entonces detentaban, ya que del gobierno económico y político de los barrios indígenas de la ciudad de México debía encargarse su nuevo ayuntamiento constitucional.
Las dos parcialidades de la capital, la de San Juan Tenochtitlan y la de Santiago Tlatelolco, en que para su gobierno estaba dividida la población indígena de la capital, funcionaban de manera semejante pero con independencia la una de la otra, de acuerdo con el modelo de gobierno español que les fue impuesto desde la conquista. Al frente de cada una de ellas se encontraba un gobernador y contaban también con su propio cabildo, además de un determinado número de funcionarios menores, como tepixques, merinos, alguaciles, topiles, etcétera. Sus autoridades se elegían anualmente, elección que confirmaba el virrey, quien además nombraba al administrador de los bienes de las parcialidades y fungía como juez privativo y protector de los indígenas, ya que presidía el Juzgado General de Naturales. [ 84 ] No obstante la intervención directa de determinados funcionarios en los asuntos de las parcialidades, el ocupar los cargos de gobierno indígena implicaba no sólo el desempeño de numerosas actividades que resultaban en un control directo y efectivo sobre un número considerable de personas, sino también el disfrute de prestigio y consideraciones.
Los gobernadores de San Juan y de Santiago, auxiliados por alcaldes, regidores, escribanos, topiles y demás funcionarios, se encargaban de velar por el buen comportamiento de sus habitantes y porque se mantuvieran en paz y en sosiego. Administraban justicia en casos de delitos menores y contaban con una cárcel para el depósito de los presos. Se encargaban también de recaudar los tributos hasta que se decretó su extinción, así como del buen empleo de los fondos destinados a pagar los salarios de los funcionarios y a cubrir los gastos que se hacían en la celebración de las diversas fiestas y en las obras de manutención de los edificios de su propiedad. Desde que en 1810 se habían creado los dos cuerpos de lanceros, se ocupaban de su funcionamiento y de su pago y a partir de 1811, en que se estableció el sistema de pasaportes, también se ocuparon de su despacho.[ 85 ] Su poder, si bien no tan amplio como el de otras autoridades novohispanas, no era menospreciable ni pequeño. No sólo controlaban directamente a los barrios indígenas de la capital sino que su jurisdicción se extendía a varios pueblos cercanos y su influencia era sentida aun en aquellos que no les estaban sujetos de manera directa.
Tan fue así que los principales de entre los indígenas, auténticos caciques, llegaron a constituir una elite dominante que acaparaba los distintos puestos de su gobierno, sobre todo los de mayor importancia. Si bien quienes los ocupaban no se perpetuaban en los cargos, ya que anualmente se debían elegir nuevos funcionarios, los desempeñaban en forma alterna. Tal fue el caso de Francisco Galicia, a quien vimos como gobernador de San Juan en 1809 y 1811, o el de Eleuterio Severino Guzmán, que lo fue de la misma parcialidad en 1808 y 1813. Dionisio Cano y Moctezuma, alcalde presidente de San Juan en 1808, fue su gobernador en 1810. Eran varias las familias que se alternaban en el poder, como las de los Galicia en San Juan y la de los Vargas Machuca en Santiago, A pesar de lo desfavorables que pudieran parecerle las nuevas disposiciones peninsulares para el gobierno de la Nueva España, esta elite indígena de la ciudad de México fue capaz de darse cuenta de que, para preservar su posición, era necesario que participara en el nuevo orden derivado de la Constitución. Así, en las elecciones celebradas con tanto ruido en noviembre de 1812, resultaron electores para nombrar a los miembros del ayuntamiento de la capital Francisco Antonio Galicia y Dionisio Cano y Moctezuma, el primero por la parroquia de Santa Cruz Acatlán y el segundo por la de Santo Tomás la Palma.[ 86 ] Cuando en abril de 1813 Calleja ordenó la instalación del ayuntamiento que había suspendido Venegas, Galicia y Ángel Vargas Machuca fueron electos para desempeñar el cargo de regidores.[ 87 ]
Los dirigentes indígenas capitalinos también habían reaccionado de inmediato frente al movimiento de insurgencia. Como ya vimos, fueron muchas y muy claras sus protestas de fidelidad a las autoridades establecidas para desvanecer cualquier sospecha. Sin embargo, no por ello dejó de haber en varios de estos indios signos de simpatía por el movimiento de insurgencia -sobre todo a partir de que Rayón y Morelos lograron darle una mejor organización- que en algún caso se manifestó en intentos de acercamiento, cautelosos pero inequívocos, a algunos jefes rebeldes, como veremos más adelante. Todo lo anterior demuestra que la elite indígena de la capital supo percibir con claridad las alternativas de acción que se le presentaban.
Hasta aquí hemos hablado de las dos parcialidades como semejantes en todo. No obstante de que funcionaban de la misma manera en cuanto a su administración y gobierno, es necesario aclarar que debido a varios factores, entre ellos el hecho de que la parcialidad de San Juan contaba con un número considerablemente mayor de habitantes,[ 88 ] durante la época que nos ocupa sus autoridades se mostraron más activas y decididas que las de Santiago. Fueron ellas las que tomaron iniciativas tales como ofrecer sus personas y bienes al servicio del gobierno virreinal, marcando así el paso a seguir a las autoridades de la parcialidad de Santiago.
La línea de conducta tomada por Venegas respecto a los problemas que planteaban en la Nueva España la implantación de la Constitución de Cádiz y la amenaza cada vez mayor que significaba el movimiento insurgente no sería proseguida al pie de la letra por quien le sucedió en el cargo. Félix María Calleja asumió el poder a principios de marzo de 1813, dispuesto a utilizar todos los recursos a su alcance, incluso algunos diferentes a los empleados por su antecesor, para resolver los problemas de la colonia. Profundo conocedor de los novohispanos y de las circunstancias en que se hallaba el virreinato, en donde había vivido desde 1789, no sólo era un militar de probada capacidad, la que había demostrado ampliamente en sus campañas contra los rebeldes, sino también un hábil político. A causa de su origen peninsular y de su actuación frente a los insurgentes, era visto con buenos ojos por los más decididos partidarios de que la Nueva España continuase sujeta a la metrópoli. Pero, debido a su larga permanencia en el país, a su conocimiento de la situación y a las ligas de amistad y de familia que había establecido con criollos destacados, también lo fue por aquellos que veían como ineludible la necesidad de implantar reformas que mejoraran la situación de los novohispanos. Para los rebeldes se presentaría como un serio obstáculo, ya que Calleja habiéndoseles enfrentado repetidas veces en el campo de batalla, conocía en dónde residían su fuerza y su debilidad, de lo que se aprovecharía en su empeño por aniquilarlos. El nuevo virrey sabría sacar la mejor ventaja de todas estas circunstancias para resolver los serios problemas a que se enfrentaba su gobierno.
Convencido Calleja de que su deber primordial era restablecer la paz en la Nueva España, necesitaba, por un lado, acabar con la rebelión armada y, por otro, hacer desaparecer en lo posible los motivos de descontento que le habían dado origen y que continuaban dándole sustento. Para lo primero le era indispensable contar con fuerzas armadas suficientes, tarea que emprendió de inmediato. Para lo segundo la Constitución, con todo y los problemas que planteaba para las autoridades de la colonia, le ofrecía una buena oportunidad, ya que Calleja, habiéndoseles enfrentado repetidas veces en el campo había tomado el camino de reparar pasados errores cometidos en su trato con las posesiones españolas. Así fue como, por lo menos en apariencia, se abocó a hacerla cumplir y en su proclama del 26 de marzo prometió llevar a cabo todo lo dispuesto en ella para mejorar la suerte de las novohispanos.[ 89 ] De hecho no implementó sino aquellas disposiciones que no amenazaban quebrantar su poder o que no presentaban un serio riesgo a la estructura colonial ni a los intereses de sus sostenedores. Así, no puso en efecto la libertad de imprenta, aunque sí se propuso, entre otras cosas, reorganizar el sistema judicial e instalar en la capital su ayuntamiento constitucional. El 15 de marzo se publicó por bando el decreto que disponía que dejara de usarse en los papeles públicos la palabra real, debiendo utilizarse a partir de entonces el término nacional.[ 90 ] A los dos días de esta publicación, se celebró un acuerdo en el que se decidió implementar lo referente a la organización de tribunales y juzgados[ 91 ] y a un mes de su acceso al virreinato se procedió a la elección e instalación del nuevo ayuntamiento constitucional capitalino.[ 92 ]
Hubo ocasiones en que Calleja tuvo que dar marcha atrás a medidas tomadas por su antecesor en el cargo, como sucedió al suprimir el sistema de policía implantado por Venegas en la ciudad de México, o incluso tomar disposiciones no contempladas por la Constitución de 1812. En ella se encargaba a los alcaldes vigilar por la seguridad de los vecinos, pero esta tarea resultó imposible para aquellos funcionarios, cuyo número era muy reducido, y al aumentar los delitos en la capital, Calleja se vio en la necesidad de ordenar que la vigilancia fuera llevada a cabo por patrullas de soldados. [ 93 ] Así también se tuvo que permitir en la ciudad de México el nombramiento de un número mayor de jueces de letras para la administración de justicia en primera instancia.[ 94 ] Sin embargo, con todo y no ser partidario de la Constitución y a pesar de no ponerla en vigor sino en unos cuantos aspectos, la imagen que Calleja llegó a proyectar a los principios de su gobierno fue la de una autoridad dispuesta a cumplir en lo posible con lo decretado en la metrópoli para provecho y mejora de los novohispanos. En realidad a lo que se hallaba dispuesto el nuevo virrey era a terminar de una buena vez con el movimiento insurgente.
Al subir Calleja al poder, y al igual que se había hecho con los virreyes anteriores, el gobernador de la parcialidad de San Juan, Eleuterio Severino Guzmán, de inmediato le hizo la consabida oferta de sus bienes y personas en defensa de la justa causa, de la patria, de la religión y de las personas mismas de los virreyes. [ 95 ] La respuesta de Calleja, además de dar cortésmente las gracias, fue en el sentido de que atendería y protegería a los indígenas de la parcialidad en cuanto estuviera de su parte. [ 96 ] Bien pronto el gobernador de San Juan le recordaría sus palabras.
En un escrito sin fechar, pero que es anterior al 27 de marzo, Guzmán se dirigió nuevamente al virrey, esta vez para participarle el conflicto en que se hallaban los gobernadores y demás autoridades de los pueblos de la parcialidad a causa de que no podían salir los indios de sus pueblos por la fuerte leva que había. Si venían a la capital se les aprehendía y llevaba a la cárcel o a los cuarteles, como había ocurrido a muchos de ellos, que se encontraban "aristados y en actual servicio" a pesar de los numerosos ocursos interpuestos para evitarlo. Los indígenas contribuían al sostenimiento del culto divino, por lo que su falta haría decaer las iglesias de los pueblos; tampoco podrían continuar con sus siembras, de cuyos productos abastecían a la ciudad. Por todo ello pedía al virrey que, "atendiendo a sus clamores como padre, se digne mandar el que a cada uno de los pueblos de la comprensión de esta parcialidad se le dé un resguardo para que, manifestándolo, no se moleste a sus hijos".[ 97 ]
Por el oficio anterior, vemos que, a pesar de sus repetidas ofertas de contribuir a la defensa de la justa causa, los gobernantes indios no estaban muy dispuestos a que sus gobernados participaran en forma activa en ella, si esto era en detrimento de sus actividades cotidianas. A pesar de que la nueva legislación no hacía diferencias entre los novohispanos, estaban decididos a mantener su identidad de grupo por considerar que, de lo contrario, los indígenas se verían afectados y en lo personal ellos perderían poder e influencias. El virrey, quien tampoco deseaba un cambio en la condición de los indígenas ni que formaran parte de los cuerpos armados, entendió los argumentos esgrimidos por Guzmán y le concedió lo que solicitaba, "con prevención de que se califique la calidad por las matrículas respectivas, y al efecto pásese al capitán de la compañía de policía don Joaquín Elizalde".[ 98 ] Hay que señalar aquí que, no obstante haber conseguido del virrey el otorgamiento de los resguardos, las autoridades de San Juan no procedieron de inmediato a poner en práctica esta concesión; cuando menos no hemos encontrado testimonios de que se abocaran por ese entonces a la realización de tal tarea.
No siempre fue a favor de los indígenas de las parcialidades el que se les considerara de condición diferente. Cuando en abril de ese año se inició una terrible epidemia que atacó sobre todo a las clases más pobres, el ayuntamiento de la capital se ocupó de organizar la ayuda a los enfermos por medio de juntas de caridad, pero "los de las parcialidades no fueron atendidos por estas juntas municipales y tuvieron que erogar los gastos hechos con ese objeto de los fondos de sus cajas de comunidad".[ 99 ] Esta epidemia, que duró hasta finales de año, causó una gran mortandad e hizo un terrible estrago entre los indígenas, "quedando desde entonces desierto el barrio de Santiago". [ 100 ]
Las elecciones para integrar el ayuntamiento constitucional capitalino, celebradas ese mismo abril, no resultaron nada satisfactorias para las autoridades superiores de la Nueva España, ya que los partidarios de una renovación en el orden de cosas lograron que salieran electos quienes simpatizaban con sus ideas, y así no se eligió a ningún peninsular. Francisco Galicia y Ángel Vargas Machuca, los dos regidores indígenas con que contaba el nuevo ayuntamiento, al igual que otros de sus miembros fueron vistos con desconfianza por Calleja. El 22 de junio, a poco más de dos meses de haberse instalado el nuevo cabildo, el virrey informaba al ministro de Gobernación de Ultramar que quienes lo componían "fueron entresacados y elegidos de entre los más adictos al partido de la insurrección". [ 101 ] Recordemos aquí que tanto Galicia como Vargas Machuca habían sido invitados a participar en las juntas promovidas en Santiago por Mariano Paz y Carrión en junio de 1809,[ 102 ] aunque no se les pudo probar culpa alguna.
Las sospechas que Calleja abrigaba sobre Galicia fueron aumentando con el transcurso del tiempo. A poco de que el virrey envió el oficio citado en el párrafo anterior, cayó en poder de los realistas una carta dirigida a Rayón, escrita supuestamente por Galicia, en la que se le ofrecía la ayuda de los indios de la capital para que los insurgentes se apoderaran de ella. Sin embargo de iniciársele causa y de hacerse las diligencias del caso, no pudo comprobarse que la carta la hubiera escrito el regidor. Por esos mismos días, Calleja recibió una denuncia anónima contra Galicia, enviada al parecer por algunos indígenas de la parcialidad de San Juan, en la que se le acusaba de hablar mal del gobierno y de tratar de atraerse al populacho. Hechas las averiguaciones pertinentes, tampoco resultó posible probar nada en contra del ex gobernador. [ 103 ]
En el mes de octubre, a escasos tres meses de la denuncia anterior, Galicia de nuevo tuvo problemas con el virrey a causa de un escrito que envió al intendente Ramón Gutiérrez del Mazo sobre el mal comportamiento de las tropas españolas en los barrios indígenas. El tono exaltado de su oficio, en el que hablaba de que el pueblo desesperaba ya por los atropellos que sufría y no podría contenerlo, provocó que Calleja le pidiera aclaraciones sobre algún posible alboroto. También en esta ocasión Galicia pudo salir con bien del problema y su causa quedó suspendida. Para dejar caer todo el peso de su justicia sobre el regidor, el virrey decidió esperar momentos más oportunos, los que se presentarían en agosto de 1814, cuando, abolida la Constitución de Cádiz y reestablecido el antiguo sistema, las autoridades de la Nueva España pudieron recurrir a medidas más directas y efectivas contra quienes habían aprovechado las circunstancias brindadas por la apertura liberal de la península para la consecución de cambios de importancia en la colonia.
[ 1 ] Charles Gibson, Los aztecas bajo el dominio español (1519-1810), traducción de Julieta Campos, México, Siglo XXI Editores, 1967, 533 p., ils., p. 81.
[ 2 ] Christon I. Archer, The army in Bourbon México, 1760-1810, Albuquerque, University of Mexico Press, 1977, 366 p., ils., p. 8.
[ 3 ] Christon I. Archer, The army in Bourbon Mexico, 1760-1810, Albuquerque, University of Mexico Press, 1977, 366 p., ils., p. 168, y María del Carmen Velázquez, El estado de guerra en Nueva España 1760-1808, México, El Colegio de México, 1950, 250 p., ils. y mapas, p. 90.
[ 4 ] Christon I. Archer, The army in Bourbon México, 1760-1810, Albuquerque, University of Mexico Press, 1977, 366 p., ils., p. 4, 9-10.
[ 5 ] Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. I, p. 57.
[ 6 ] Christon I. Archer, The army in Bourbon México, 1760-1810, Albuquerque, University of Mexico Press, 1977, 366 p., ils., p. 137.
[ 7 ] Christon I. Archer, The army in Bourbon México, 1760-1810, Albuquerque, University of Mexico Press, 1977, 366 p., ils., p. 11.
[ 8 ] Christon I. Archer, The army in Bourbon México, 1760-1810, Albuquerque, University of Mexico Press, 1977, 366 p., ils., p. 147.
[ 9 ] Lyle N. MacAlister, The "fuero militar". New Spain 1764-1800, Westport, Connecticut, Greenwood Press, Publishers, 1957 (reimpreso en 1974), 117 p., p. 33.
[ 10 ] Christon I. Archer, The army in Bourbon México, 1760-1810, Albuquerque, University of Mexico Press, 1977, 366 p., ils., p. 149-150. Representaciones de José Antonio de Alzate al virrey del 6 de diciembre de 1796 y del 13 de julio de 1797, Archivo General de la Nación, Historia, v. 44, exp. 18, f. 453-456 v.
[ 11 ] Christon I. Archer, The army in Bourbon México, 1760-1810, Albuquerque, University of Mexico Press, 1977, 366 p., ils., p. 147.
[ 12 ] María del Carmen Velázquez, El estado de guerra en Nueva España 1760-1808, México, El Colegio de México, 1950, 250 p., ils. y mapas, p. 143 y 145.
[ 13 ] Lyle N. MacAlister, The "fuero militar". New Spain 1764-1800, Westport, Connecticut, Greenwood Press, Publishers, 1957 (reimpreso en 1974), 117 p., p. 70-71.
[ 14 ] Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. I, p. 98.
[ 15 ] Christon I. Archer, The army in Bourbon México, 1760-1810, Albuquerque, University of Mexico Press, 1977, 366 p., ils., p. 248-249, y "To serve the King. Military recruitment in late Colonial Mexico", Hispanic American Historical Review, v. 55, n. 2, mayo 1975, p. 245-246.
[ 16 ] Representación del Ayuntamiento de México al virrey Iturrigaray, 19 de julio de 1908, en Juan E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de la guerra de Independencia de México de 1808 a 1821, 6 v., México (Biblioteca de "El Sistema Postal de la República Mexicana"), José María Sandoval, 1878-1881, v. I, p. 483.
[ 17 ] "Ofertas hechas al excelentísimo señor virrey por las parcialidades de indios de esta capital", 21 de julio de 1808, Suplemento a la Gazeta de México del sábado 10 de septiembre de 1808, publicado el martes 13, t. XV, n. 94, p. 665-666.
[ 18 ] "Cuaderno de listas de los militares patriotas de esta parcialidad de San Juan.", Archivo General de la Nación, Infidencias, v. 82, exp. 4o., cuad. 2o., f. 59.
[ 19 ] Representación de la república de naturales de Querétaro al virrey Iturrigaray, Querétaro 27 de julio de 1808, Suplemento a la Gazeta de México del miércoles 31 de agosto de 1808, publicado el viernes 2 de septiembre, t. XV, n. 87.
[ 20 ] "Otras ofertas hechas por la ciudad de Texcoco y las repúblicas de naturales de su jurisdicción", septiembre de 1808, Suplemento de la Gazeta de México del miércoles 14 de septiembre de 1808, publicado el viernes 16, t. XV, n. 96, p. 677.
[ 21 ] "Noticia de las ofertas que han hecho algunos cuerpos, vecinos e indios de Guadalajara.", s. f., Gazeta extraordinaria de México del viernes 18 de noviembre de 1808 por la tarde, t. XV, n. 127, p. 884.
[ 22 ] Representación del Ayuntamiento de Jalapa al virrey Iturrigaray, 20 de julio de 1808, y representación del Ayuntamiento de Querétaro al mismo virrey, 30 de julio de 1808, en Genaro García, Documentos históricos mexicanos, 7 v., México, Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología, 1919, v. II, p. 35-37 y 43. Véase también la Gazeta de México del viernes 18 de noviembre de 1808 por la tarde, t. XV, n. 127, p. 884.
[ 23 ] El conde de la Cadena al virrey Iturrigaray, Puebla, 8 de agosto de 1808, Suplemento a la Gazeta de México del miércoles 14 de septiembre de 1808, publicado el viernes 16, t. XV, n. 96, p. 676-677.
[ 24 ] Oferta del Real Cuerpo de Minería al virrey Iturrigaray, 1 de agosto de 1808, en Juan E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de la guerra de Independencia de México de 1808 a 1821, 6 v., México (Biblioteca de "El Sistema Postal de la República Mexicana"), José María Sandoval, 1878-1881, t. I, p. 505-506.
[ 25 ] "Disposiciones del excelentísimo señor virrey sobre la creación del nuevo Cuerpo Militar de Voluntarios de Fernando VII", Suplemento a la Gazeta de México del sábado 6 de agosto de 1808, publicado el domingo 7, t. XV, n. 74, p. 545-546.
[ 26 ] Proclama de Fernando VII, Bayona, 7 de mayo de 1808, Gazeta de México del miércoles 12 de octubre de 1808, t. XV, n. 111, p. 767.
[ 27 ] "Solicitud de los cajeros de San Luis Potosí para formar una Compañía de Voluntarios de Fernando VII", Suplemento a la Gazeta de México del miércoles 31 de agosto de 1808, publicado el viernes 2 de septiembre, t. XV, n. 87, p. 626.
[ 28 ] "Razón de los alistados voluntarios de nuestro amadísimo soberano Fernando VII", Suplemento a la Gazeta del miércoles 14 de septiembre de 1808, publicado el viernes 16, t. XV, n. 96, p. 675.
[ 29 ] El conde de la Cadena al virrey Iturrigaray, Puebla, 6 de septiembre de 1808, Suplemento a la Gazeta del miércoles 14 de septiembre de 1808, publicado el viernes 16, t. XV, n. 96, p. 676.
[ 30 ] El conde de la Cadena al virrey Iturrigaray, Puebla, 6 de agosto de 1808, en Genaro García, Documentos históricos mexicanos , 7 v., México, Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología, 1919, v. II, p. 50, y Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. I, p. 139.
[ 31 ] Relación formada por el Real Acuerdo de los pasajes más notables ocurridos en las juntas Generales convocadas por el virrey Iturrigaray, 16 de octubre de 1808, en Genaro García, Documentos históricos mexicanos , 7 v., México, Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología, 1919, v. II, p. 137-138.
[ 32 ] Oficio de Eleuterio Severino Guzmán al virrey Calleja, ca. 25 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, v. 82, exp. 4o., cuad. 4o., f. 2 v.
[ 33 ] Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. I, p. 166.
[ 34 ] Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. I, p. 166.
[ 35 ] Christon I. Archer, The army in Bourbon México, 1760-1810, Albuquerque, University of Mexico Press, 1977, 366 p., ils., p. 285.
[ 36 ] Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. I, p. 169.
[ 37 ] Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. I, p. 183.
[ 38 ] Véase la Gazeta de México del sábado 15 de octubre de 1808, t. XV, n. 118.
[ 39 ] "Orden para que se retiren a sus casas los voluntarios de Fernando VII, dándoles las gracias por sus servicios", en Juan E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de la guerra de Independencia de México de 1808 a 1821, 6 v., México (Biblioteca de "El Sistema Postal de la República Mexicana"), José María Sandoval, 1878-1881, t. I, p. 616-617.
[ 40 ] "Decreto en honor del Cuerpo de Voluntarios de Fernando VII levantado en esta ciudad", Gazeta de México del miércoles 19 de octubre de 1808, t. XV, n. 115, p. 804.
[ 41 ] Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. I, p. 186-187.
[ 42 ] Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. I, p. 193-194.
[ 43 ] Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. I, p. 186-187.
[ 44 ] Christon I. Archer, The army in Bourbon México, 1760-1810, Albuquerque, University of Mexico Press, 1977, 366 p., ils., p. 286.
[ 45 ] Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. I, p. 183.
[ 46 ] "Representación sobre la necesidad de aumentar la fuerza armada para mantener la seguridad pública", de Manuel Abad y Queipo, Valladolid, 16 de marzo de 1808, en Juan E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de la guerra de Independencia de México de 1808 a 1821, 6 v., México (Biblioteca de "El Sistema Postal de la República Mexicana"), José María Sandoval, 1878-1881, t. II, p. 881.
[ 47 ] Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. I, p. 191.
[ 48 ] Proclama del virrey Pedro Garibay, México, 20 de abril de 1809, Gazeta de México del sábado 29 de abril de 1809, t. XVI, n. 156, p. 365-368.
[ 49 ] Francisco Antonio Galicia al virrey Garibay, 7 de mayo de 1809, Gazeta de México, miércoles 17 de mayo de 1809, t. XVI, n. 62, p. 415-416. Alamán dice que esta respuesta le fue dictada a Galicia por el asesor del Juzgado de Naturales, el oidor Guillermo de Aguirre (Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. I, p. 189). Aun siendo así, la contestación de Galicia a Garibay sigue siendo válida como una demostración de su fidelidad.
[ 50 ] "Orden de la plaza de 3 de noviembre de 1809.", en Juan E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de la guerra de Independencia de México de 1808 a 1821, 6 v., México (Biblioteca de "El Sistema Postal de la República Mexicana"), José María Sandoval, 1878-1881, t. I, p. 715-716.
[ 51 ] Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. I, p. 203.
[ 52 ] "El licenciado don Juan Nazario Peimbert propone un arbitrio para la formación de un ejército de 200 mil hombres a poco costo", México, 7 de abril de 1810, Archivo General de la Nación, Operaciones de Guerra, v. 410. No deja de llamar la atención el hecho de que Peimbert, al proponer la creación de lo que él llamó un ejército, no lo hiciera con los métodos modernos de la organización militar de la época sino que recurriera al antiguo sistema del servicio militar voluntario.
[ 53 ] Respuesta del arzobispo-virrey Francisco Xavier Lizana a J. N. Peimbert, México, 13 de abril de 1810, Archivo General de la Nación, Operaciones de Guerra , v. 410.
[ 54 ] Propuesta de Dionisio Cano y Moctezuma al arzobispo-virrey Lizana, México, 27 de abril de 1810, Archivo General de la Nación, Operaciones de Guerra , v. 410.
[ 55 ] Respuesta del arzobispo-virrey Lizana a D. Cano y Moctezuma, México, 4 de mayo de 1810, Archivo General de la Nación, Operaciones de Guerra , v. 410.
[ 56 ] Mariano Paz Carrión fue remitido a La Habana, donde se hallaba todavía en 1814. Archivo General de la Nación, Infidencias, v. 64, f. 163-164.
[ 57 ] Certificación de Julián Roldán, 2 de marzo de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, v. 64.
[ 58 ] Declaración de D. Cano y Moctezuma, 2 de marzo de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, v. 86.
[ 59 ] Declaración de J. Roldán, 25 de agosto de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, v. 64, f. 128-128 v.
[ 60 ] Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. I, p. 150, 179 y 248.
[ 61 ] Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. I, p. 292.
[ 62 ] Exposición de la parcialidad de San Juan, 27 de septiembre de 1810, en Juan E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de la guerra de Independencia de México de 1808 a 1821, 6 v., México (Biblioteca de "El Sistema Postal de la República Mexicana"), José María Sandoval, 1878-1881, t. II, p. 115-116.
[ 63 ] Exposiciones de la parcialidad de Santiago, 5 de octubre de 1810, en Juan E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de la guerra de Independencia de México de 1808 a 1821, 6 v., México (Biblioteca de "El Sistema Postal de la República Mexicana"), José María Sandoval, 1878-1881, t. II, p. 721.
[ 64 ] Oficio del gobernador y república de Santiago Chalco al virrey Venegas, s. f., en Juan E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de la guerra de Independencia de México de 1808 a 1821, 6 v., México (Biblioteca de "El Sistema Postal de la República Mexicana"), José María Sandoval, 1878-1881, t. II, p. 125, oficio de la república de San Francisco Tepeaca al virrey Venegas, 1 de octubre de 1810, en Juan E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de la guerra de Independencia de México de 1808 a 1821, 6 v., México (Biblioteca de "El Sistema Postal de la República Mexicana"), José María Sandoval, 1878-1881, t. II, p. 121-122; oficio del subdelegado de la Villa de Jalapa de la Feria al virrey Venegas, 1 de noviembre de 1810, en Juan E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de la guerra de Independencia de México de 1808 a 1821, 6 v., México (Biblioteca de "El Sistema Postal de la República Mexicana"), José María Sandoval, 1878-1881, t. II, p. 244, y ofrecimiento del ayuntamiento de Tlaxcala al virrey Venegas, 6 de octubre de 1810, en Juan E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de la guerra de Independencia de México de 1808 a 1821, 6 v., México (Biblioteca de "El Sistema Postal de la República Mexicana"), José María Sandoval, 1878-1881, t. II, p. 143-144. Alamán menciona también a las repúblicas de Querétaro, Nopalucan y Tepeaca (Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. I, p. 256).
[ 65 ] Bando del 5 de octubre de 1810, en Juan E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de la guerra de Independencia de México de 1808 a 1821, 6 v., México (Biblioteca de "El Sistema Postal de la República Mexicana"), José María Sandoval, 1878-1881, t. II, p. 136-137
[ 66 ] Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. I, p. 250.
[ 67 ] Hugh. H. Hamill, Jr., The Hidalgo review. Prelude to Mexican Independence, 2a. ed., Gainesville, University of Florida Press, 1970, 284 p., mapas, ils., p. 168.
[ 68 ] Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. I, p. 311.
[ 69 ] Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. I, p. 311. La aparición de estos negros en terrenos que pertenecían a la jurisdicción de la parcialidad de San Juan motivó que su alcalde Ramón Elizalde le preguntar al virrey si ello era con su consentimiento ("Extractos del expediente sobre auxilios de fuerza armada de varios hacendados", en Juan E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de la guerra de Independencia de México de 1808 a 1821, 6 v., México (Biblioteca de "El Sistema Postal de la República Mexicana"), José María Sandoval, 1878-1881, t. II, p. 214-215.
[ 70 ] Oficio de F. A. Galicia a Ramón Gutiérrez del Mazo, 24 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, v. 82, exp. 4o., cuad. 4o., f. 13-14.
[ 71 ] Oficio de José Francisco de Villanueva al virrey Calleja, 25 de enero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 2o.
[ 72 ] Oficio de José Francisco de Villanueva al virrey Calleja, 25 de enero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 2o.
[ 73 ] "Leva sagrada de patriotas marianas", en Juan E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de la guerra de Independencia de México de 1808 a 1821, 6 v., México (Biblioteca de "El Sistema Postal de la República Mexicana"), José María Sandoval, 1878-1881, t. III, p. 566-568.
[ 74 ] Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. I, p. 313.
[ 75 ] Timothy Anna, The fall of the royal government in Mexico City, Lincoln and London, University of Nebraska Press, 1978, 289 p., p. 84.
[ 76 ] "D. Félix María Calleja propone al virrey un proyecto para armar y pacificar el reino". Aguascalientes, 8 de junio de 1811, en Juan E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de la guerra de Independencia de México de 1808 a 1821, 6 v., México (Biblioteca de "El Sistema Postal de la República Mexicana"), José María Sandoval, 1878-1881, t. III, p. 289-290.
[ 77 ] Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. II, p. 178.
[ 78 ] Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. II, p. 280, y Timothy Anna, The fall of the royal government in Mexico City, Lincoln and London, University of Nebraska Press, 1978, 289 p., p. 85.
[ 79 ] Quejas expuestas por la Junta de Policía, 25 de diciembre de 1811, en J. E. Juan E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de la guerra de Independencia de México de 1808 a 1821, 6 v., México (Biblioteca de "El Sistema Postal de la República Mexicana"), José María Sandoval, 1878-1881, t. IV, p. 731.
[ 80 ] Dos oficios de Pedro de la Puente a Rafael de la Llave, asesor del Juzgado de Naturales, 27 de noviembre de 1811, en Juan E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de la guerra de Independencia de México de 1808 a 1821, 6 v., México (Biblioteca de "El Sistema Postal de la República Mexicana"), José María Sandoval, 1878-1881, t. IV, p. 742 y 743.
[ 81 ] Oficio de A. Galicia a R. de la Llave, 20 de diciembre de 1811, en Juan E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de la guerra de Independencia de México de 1808 a 1821, 6 v., México (Biblioteca de "El Sistema Postal de la República Mexicana"), José María Sandoval, 1878-1881, t. IV, p. 742-743.
[ 82 ] Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. II, p. 353-354.
[ 83 ] Oficio de J. F. de Villanueva al virrey Calleja, 25 de enero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, v. 82, exp. 4o., cuad. 2o.
[ 84 ] Andrés Lira, Las extinguidas parcialidades, p. 18 y 27. (Obra mecanoescrita.)
[ 85 ] Véase oficio de F. A. Galicia a R. Gutiérrez del Mazo, 24 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, v. 82, exp. 4o., cuad. 4o., f. 13-14.
[ 86 ] Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. III, p. 392.
[ 87 ] Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. III, p. 404.
[ 88 ] Según el "estado que manifiesta el número de habitantes que tiene México", del 26 de diciembre de 1811, Santiago contaba con 3 382, mientras que San Juan llegaba a 12 797 (Juan E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de la guerra de Independencia de México de 1808 a 1821, 6 v., México (Biblioteca de "El Sistema Postal de la República Mexicana"), José María Sandoval, 1878-1881, t. IV, p. 745).
[ 89 ] Ernesto de la Torre, Los "Guadalupes" y la Independencia, México, Jus, 1966, 186 p., p. 10-17.
[ 90 ] Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. III, p. 260.
[ 91 ] Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. III, p. 260.
[ 92 ] Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. III, p. 404.
[ 93 ] Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. III, p. 274.
[ 94 ] Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. III, p. 264.
[ 95 ] Véase oficio de E. S. Guzmán al virrey Calleja, 12 de octubre de 1813, Archivo General de la Nación, Infidencias, v. 82, exp. 4o., cuad. 1o., f. 3.
[ 96 ] Citado por E. S. Guzmán en su oficio al virrey Calleja, 12 de octubre de 1813, Archivo General de la Nación, Infidencias, f. 2-3.
[ 97 ] Oficio de E. S. Guzmán y José Antonio Sandoval al virrey Calleja, s. f., Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 76.
[ 98 ] Nota del virrey Calleja al oficio anterior, 27 de marzo de 1813, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 76.
[ 99 ] Andrés Lira, Las extinguidas parcialidades , t. III, p. 28.
[ 100 ] Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. III, p. 262.
[ 101 ] Comunicación del virrey Calleja al ministro de Gobernación de Ultramar, 22 de junio de 1813, en Ernesto de la Torre, Los "Guadalupes" y la Independencia , México, Editorial Jus, 1966, 186 p., p. 38-39.
[ 102 ] Véanse las notas 57 a 59.
[ 103 ] Las diligencias seguidas contra F. A. Galicia se encuentran en Archivo General de la Nación, Infidencias, v. 23 y 64.
Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute (editor), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 10, 1986, p. 11-83.
DR © 2006. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
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Fuente:
http://www.historicas.unam.mx/public...ehmc10/123.pdf
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Re: Mexico no es bicentenario
LOS INDIOS VOLUNTARIOS DE FERNANDO VII
Virginia Guedea
2/2
El Cuerpo Patriótico Nacional de Soldados Voluntarios de Fernando VII
Para alcanzar su propósito de pacificar a la Nueva España, Calleja necesitaba contar con una fuerza militar poderosa y bien equipada; así, se dedicó a conseguir dinero y hombres, por lo que durante su gobierno se intensificaron los préstamos forzosos y las levas. Este virrey, como señala el historiador Anna, en forma gradual pero a sabiendas de lo que hacía convertiría al régimen realista en un régimen militar.[ 104 ] A esto se debió, en buena medida, que en la Nueva España se fuera percibiendo de manera cada vez más clara que las fuerzas armadas eran el principal apoyo en que se sustentaban las autoridades coloniales y que, a partir de entonces, ya no se concibiera fácilmente la existencia de un poder político que no implicara por necesidad una fuerza militar.
A pesar de que desde la subida de Calleja al poder las levas en la ciudad de México habían aumentado en intensidad y frecuencia, los batallones de patriotas de Fernando VII, con que para su defensa y vigilancia contaba la capital, se hallaban incompletos y muchos de los individuos que en ellos debían servir utilizaban alquilones. Para remedio de esa situación, a principios de octubre de 1813 el virrey ordenó el alistamiento en la ciudad de México de todos los vecinos que contaran entre dieciséis y cincuenta años y que pudieran prestar servicio militar, y dio el término de ocho días para que se presentaran a servir en los batallones de patriotas, so pena de servir en un cuerpo de línea.[ 105 ]
Estas disposiciones de Calleja provocaron una nueva oferta de la parcialidad de San Juan. Su gobernador, Eleuterio Severino Guzmán, dirigió un oficio al virrey, fechado el día 12 del mismo octubre, en el que le expresaba que entre todas las naciones que habían mostrado ser leales la indiana había dado las mayores y más realzadas pruebas de lealtad, amor, fidelidad y patriotismo y le recordaba su oferta presentada a Iturrigaray en 1808, reiterada ese mismo año por Galicia a Garibay y renovada en 1809 por Cano y Moctezuma a Lizana. Al iniciarse la insurrección, el mismo Cano y Moctezuma había revalidado ante Venegas todas las ofertas anteriores; entonces el virrey dispuso que se formasen dos compañías de lanceros y concedió a quien ocupase el cargo de gobernador el grado de teniente coronel con respecto tanto a los lanceros como a los demás indios que se pusiesen sobre las armas. El gobernador recordaba también a Calleja que al tomar éste posesión del cargo de virrey el mismo Guzmán le había ofrecido catorce mil hombres para el servicio militar. Aunque probablemente el número de indígenas hubiera disminuido por la epidemia sufrida hacía poco, si el virrey pretendía "resguardar esta ciudad de los revolucionarios traidores que han perturbado el sosiego y tranquilidad de la paz en que vivíamos gustosamente obedientes", como infería del bando en que ordenaba el alistamiento de patriotas, los indios con que contaba el gobernador serían más que suficientes y lo harían con "más empeño y mejor lustre" que nadie, puesto que eran "los verdaderos patriotas", alistados ya desde su primera oferta, la que de nuevo revalidaba. Para cumplirla, sólo esperaba que el virrey le diera la orden y se le entregaran los fusiles necesarios para instruir y disciplinar militarmente a los indios, de lo que se encargaría el propio gobernador. Sin embargo, para que Guzmán pudiera poner "íntegro el considerable número de gente que puede formar un respetable ejército", también era necesario que el virrey ordenara "a los comandantes de patriotas de los pueblos comarcanos que no incluyan en sus compañías a los puros indios", porque se desmembraría la gente y no podría cumplir su oferta pues, "aunque se quiera decir que lo mismo es que sirvan aquí que allí, no es de fundamento alguno, porque la gente unida hace más resistencia que dividida, como bien lo sabe vuestra excelencia". [ 106 ] Guzmán confiaba en recibir una respuesta afirmativa de Calleja. Lo que el oficio deja traslucir es, más que su preocupación porque los indios sirvieran militarmente de manera efectiva en defensa del régimen, su preocupación porque quien mantuviera el control directo sobre ellos fuera el mismo gobernador. Por esas fechas, don Eleuterio había iniciado ya los trabajos necesarios para formar con los indios de su jurisdicción un cuerpo armado para la defensa de la capital que estuviese bajo su mando. Desde el 1 de septiembre, casi mes y medio antes de su oficio a Calleja, se formó un "Cuaderno de listas de los militares patriotas de esta parcialidad de San Juan", donde se registraron los habitantes de sus distintos pueblos y barrios. Estas listas se habían sacado de las mandadas hacer por Guzmán en 1808, cuando éste y Vargas Machuca pusieron los indígenas de las parcialidades a disposición de Iturrigaray.[ 107 ] El deseo de Guzmán de tener bajo su mando una fuerza militar compuesta por los indios de su jurisdicción, manifestado ya en 1808, parecía poder cumplirse plenamente en 1813, cuando el virreinato entero se militarizaba.
Calleja tomó la nueva oferta del gobernador de San Juan como una más de las que las corporaciones indígenas acostumbraban hacer a las autoridades superiores y, al igual que sus antecesores en circunstancias semejantes, contestó a Guzmán su oficio diciéndole que con satisfacción veía confirmado su concepto de "la no interrumpida fidelidad de las parcialidades de indios de esta Corte"; le expresaba también que cuando fuera oportuno y las circunstancias lo exigieran haría uso de las fuerzas de las parcialidades unidas y, mientras tanto, les daba las gracias en nombre del rey.[ 108 ] Hay que señalar que tanto el virrey como las demás autoridades que intervinieron después en el asunto que aquí se estudia, en sus escritos siempre se refirieron a las dos parcialidades como si se trataran de una sola entidad, a pesar de que sus gobernadores no siempre actuaron de acuerdo y en alguna instancia adoptaron posturas diferentes.
La respuesta de Calleja, deliberadamente ambigua de su parte, fue tomada por Guzmán como favorable a su proposición y así se dispuso a proseguir sus tareas con renovados bríos. De hecho, para el gobernador de San Juan la oportunidad que mencionaba el virrey se había presentado ya. Sus empeños y los de quienes lo ayudaron para llevar a cabo sus propósitos han quedado detalladamente registrados en la causa que a consecuencia de sus actividades se les siguió a todos ellos a principios de 1814. Las numerosas diligencias a que dio lugar y los papeles que al formarla se recogieron permiten seguir, casi paso a paso, los trabajos emprendidos por Guzmán y sus colaboradores para levantar un cuerpo de patriotas indígenas que debía depender directamente del gobernador.
Al ver por el oficio de Calleja que cuando fuera oportuno utilizaría las fuerzas de ambas parcialidades, Guzmán pensó que era necesario saber con cuánta gente se contaba y hacer que estuviese dispuesta; cuando menos ésta fue la postura que después sostendría. Sobre ello consultó, según su propia confesión, con José Salazar, alcalde supernumerario de San Juan, quien no sólo fue de parecer de que se hicieran sino que se convirtió en su principal promotor.[ 109 ] Salazar era español natural de México y había estado ligado desde hacía tiempo a la parcialidad de San Juan, de la que había sido alcalde supernumerario hacia el año de 1802. En abril de 1813 le había pedido a don Eleuterio que lo nombrase nuevamente alcalde y así fue como gozaba de la confianza del gobernador.
Al tiempo que iniciaba los trabajos de organizar un cuerpo de patriotas, el gobernador de San Juan volvióse a ocupar de la concesión de resguardos a los indios de su jurisdicción. Según su propia declaración, como la leva continuaba rigurosa le pidió de nuevo al virrey, esta vez de manera verbal, que se concedieran resguardos a los indios, ofreciendo una vez más que estarían siempre prontos para cualquier eventualidad. También de palabra le contestó Calleja y, al igual que lo había hecho en marzo de ese año, concedió a Guzmán que se otorgaran los resguardos y se diera aviso de ello al sargento mayor de la plaza, José Mendívil.[ 110 ] De inmediato el gobernador, acompañado de Salazar, se presentó ante dicho oficial para informarle de la concesión otorgada por el virrey de dar resguardos, a los que Mendívil debía poner su visto bueno, y éste les dijo entonces que le presentaran un ejemplar.[ 111 ]
De ser exactas las anteriores aseveraciones de Guzmán, la premura que en ese momento mostró don Eleuterio porque los indígenas de su jurisdicción contaran con los resguardos contrasta con la inactividad manifestada siete meses antes por el mismo Guzmán, cuando por primera vez solicitó y obtuvo del virrey su concesión. Para que el gobernador procediera a esta tarea no era realmente necesaria una nueva licencia, y menos de palabra, puesto que ya se contaba con un permiso escrito; es probable que haya hecho una nueva solicitud porque así conviniera a sus propósitos de formar un cuerpo de patriotas. Por un lado, le interesaba desde luego poner un freno a la leva de los indígenas, no sólo porque afectaba seriamente la vida de su comunidad sino porque, de proseguir con la misma intensidad, habría cada vez menos individuos para la integración de las fuerzas que deseaba tener bajo su mando, como claramente lo había expuesto al virrey en su representación del 12 de octubre. Por otro, al concederse los resguardos debían hacerse listas y emprenderse otras tareas igualmente necesarias para iniciar la organización de los patriotas, por lo que ambos trabajos podrían llevarse a cabo al mismo tiempo. Por último, pudo haber considerado don Eleuterio que, si surgía algún problema con las autoridades superiores por la formación del cuerpo de patriotas, siempre podría disimularse explicando que lo que se llevaba a cabo era, primordialmente, la concesión de resguardos, como de hecho ocurrió.
Según manifestó después Guzmán, como no se ponía de acuerdo con Salazar sobre la forma en que debían hacerse los resguardos, hizo traer un nombramiento de patriotas -que aparentemente Salazar consiguió en la villa de Guadalupe- y le ordenó a su escribiente, Ignacio Fernández, que sobre él hiciera un borrador para después mandarlo corregir.[ 112 ] Era Fernández, como Salazar, español de México y conocía bien los asuntos del gobierno de los indígenas, ya que también fue escribiente de Francisco Antonio Galicia, el anterior gobernador de San Juan. Salazar, en presencia de Fernández, le dijo a Guzmán que éste "ya estaba declarado comandante en la sargentía mayor de la plaza por ausencia de don Martín Barandiaran, que lo era de lanceros", por lo que el escribiente lo puso así en el borrador. [ 113 ] Por orden del gobernador y con acuerdo de Salazar, Fernández puso también que el resguardo se daba en virtud de lo prevenido por el virrey; pero, como don Eleuterio dijo haber perdido el oficio de Calleja, no se puso la fecha sino que se dejó en blanco, según declaración del propio escribiente.[ 114 ]
El hecho de que para formar un resguardo se hayan basado en un nombramiento de patriotas parece indicar que Guzmán y Salazar habían decidido aprovecharse del permiso de otorgar resguardos para al mismo tiempo formar un cuerpo de patriotas indígenas. Igualmente parece indicarlo así el hecho de que en los resguardos se haya dejado en blanco la fecha del oficio del virrey. Haya en verdad o no perdido Guzmán el oficio de Calleja -del que, por cierto, sólo aparece en la causa una copia-, bien debían saber las autoridades de San Juan que en él no se autorizaba la formación de ningún cuerpo ni tampoco se hablaba de conceder resguardos a los indios. Es probable que la fecha se haya dejado en blanco porque se pensaba factible conseguir en un futuro próximo la autorización virreinal para formar un cuerpo de patriotas; Guzmán mismo hizo dos nuevas solicitudes por escrito al tiempo que ya se estaban otorgando los resguardos, aunque sólo presentó una de ellas, y Salazar trató de este asunto con el sargento mayor.
Mientras se elaboraba el borrador, se prosiguió con la preparación de las listas de los habitantes de los pueblos y barrios de la jurisdicción de San Juan. Las que se encuentran recogidas en la causa fueron formadas en el periodo que va del 6 de noviembre al 23 de diciembre de ese año.[ 115 ] Como Salazar había consultado -o cuando menos así lo declaró- con el comandante de la partida de capa, José Joaquín Elizalde, sobre otorgar resguardos a los indios y el comandante le había dicho que convendría que se pusiese en ellos la filiación de cada uno para que no se los prestaran entre sí,[ 116 ] se decidió también incluirla. Tal y como se había convenido, Salazar llevó el borrador al sargento mayor de la plaza para que lo corrigiera y así lo hizo Mendívil. Ya corregido, Salazar lo llevó a la imprenta de Ontiveros, donde se tiraron quinientos ejemplares el 13 de noviembre. Tres días después, Guzmán envió con Salazar un ejemplar al sargento mayor, quien le quitó algunos renglones y, según declaró después el mismo gobernador, le mandó decir que "ya se lo había enseñado al señor virrey y que se pusiera en aquellos términos".[ 117 ] Lo que tachó el sargento mayor, según declararon Fernández y Salazar, fue la frase de que los resguardos se daban en virtud de lo consultado con el comandante de la partida de capa,[ 118 ] frase que no aparece ya en la segunda impresión. Según manifestó posteriormente el propio Mendívil, lo que se borró fue "y a lo consultado por el sargento mayor de la plaza", y así lo presentó al virrey, quien le dijo que estaba bien pero que pusiera su visto bueno.[ 119 ] Sin embargo de lo expresado por Mendívil, la frase sobre el sargento mayor sí se conservó al imprimirse por segunda vez los resguardos.
Mientras esto ocurría, Guzmán y Salazar conferenciaron con el gobernador de Santiago, Guadalupe Velasco, y con Vicente Villavicencio, maestro de primeras letras de dicha parcialidad, quien era además escribiente de su gobernador. Velasco era indígena; no así Villavicencio, quien era español de México y vivía en el tecpan de Santiago, donde tenía su escuela. Villavicencio también se ocupó, no sabemos desde cuándo, de ayudar al gobernador en el arreglo del piquete de lanceros de Santiago. Parece ser que hasta ese momento las autoridades de esta parcialidad no habían intervenido, por lo menos en forma directa, ni en el asunto de los resguardos ni en el de la formación de un cuerpo de patriotas. El motivo de la conferencia, según Fernández, fue decidir si se ponía a dos comandantes en los resguardos, por ser dos las parcialidades.[ 120 ] Muy probablemente porque la iniciativa provenía de San Juan, quedó Guzmán como comandante de ambas en el nuevo borrador y de éste se mandaron imprimir mil ejemplares.[ 121 ]
Las diferencias ya mencionadas entre las dos impresiones no fueron las únicas. En la segunda versión encontramos que el Cuerpo Patriótico de Soldados Voluntarios de Fernando VII -pues nada menos que un cuerpo de voluntarios de Fernando VII deseaba comandar don Eleuterio-, se convirtió, además, en "nacional". La primera habla únicamente de las compañías de lanceros de infantería y caballería de la parcialidad de San Juan, mientras que la segunda se refiere a compañías de infantería y caballería del cuerpo patriótico nacional, sin mencionar ya a los lanceros. También en la segunda versión se habla de batallones, mientras que en la primera sólo se mencionan compañías; además, se aumentó un nuevo dato para el registro de la filiación de los alistados. Se debe señalar que esta segunda impresión no fue la única utilizada por Guzmán y Salazar; en el expediente de la causa se encuentran no pocos ejemplares de la primera, debidamente llenados y firmados, cuyas fechas de expedición hacen ver que se otorgaron al mismo tiempo las dos versiones impresas.
Según declaración de Guzmán, una vez impresos los resguardos de inmediato se comenzaron a llenar con los nombres y datos de los indígenas "y se les iba dando a cada uno el suyo".[ 122 ] De hecho, los resguardas comenzaron a repartirse desde antes, pues los primeros habían sido manuscritos y por ellos se llegaron a cobrar hasta veinte reales.[ 123 ] Una porción de los impresos se llevó a casa del sargento mayor para que les pusiera el visto bueno, donde quedaron detenidos como quince días por no tener Mendívil tiempo de firmarlos.[ 124 ] Aparentemente hasta entonces ni el sargento mayor ni el virrey habían visto nada extraño en las actividades emprendidas por Guzmán y Salazar, pues aunque claramente los papeles presentados hacían referencia a la formación de un cuerpo de patriotas, fueron tomados simple y sencillamente como resguardos, que también lo eran.
Para conseguir la información que debía registrarse en ellos, el gobernador había mandado llamar a Miguel Nava, quien era alcalde de república del barrio de Santa María de la parcialidad de San Juan. Indio cacique natural de Temascalcingo, Nava se dedicaba a vestir estampas de papel, las que luego vendía. Es muy probable que se le haya llamado tanto por su condición de alcalde como por su experiencia en cuanto a efectuar alistamientos, la que había obtenido como sargento de lanceros durante el gobierno de Venegas. Nava fue recibido por Guzmán y Salazar y, según declaró después, se le previno que alistara a la gente del barrio de Santa María "porque se iban a aumentar los patriotas lanceros". [ 125 ] Vemos, pues, que el gobernador, apoyado e impulsado por Salazar, no se disponía únicamente a dar resguardos a los indios sino que estaba ya decidido a formar un cuerpo de patriotas voluntarios de Fernando VII que debía quedar bajo su mando, tal y como lo decían los impresos.
Salazar fue comisionado -o se hizo comisionar- por Guzmán para entender "en todos los asuntos militares de patriotismo, y al efecto [el gobernador] le señaló un cuartito en el tecpan de San Juan, el cual llamaban la Mayoría", donde despachaba nombramientos y contestaba peticiones de quienes querían ser oficiales, según su propia declaración.[ 126 ] Es probable que el sitio donde trabajaba Salazar hubiera recibido ese nombre a causa de que éste se encontraba desempeñando las funciones de sargento mayor y como tal era conocido por muchos.
Además de los listados de los nombres de los distintos individuos, se elaboraron también listados de sus filiaciones. Salazar consiguió los servicios de Ignacio Islas para que fuera "de su inspección arreglar las listas y apuntar las filiaciones de los que le ponía delante Salazar", según declaración del propio Islas, [ 127 ] a quien se le ofrecieron dos reales diarios por desempeñar esta tarea. Islas, quien no era indígena sino español, había sido escribiente en San Juan y era peluquero de oficio.
Miguel Nava, por su parte, dio comienzo en Santa María al alistamiento que se le había encargado, "el que verificó de quinientos hombres" que llevó a presentar al tecpan. Allí le dijo Salazar que los arreglara por compañías y les nombrase cabos y sargentos mientras que el virrey les daba a estos oficiales sus nombramientos. Igualmente le encargó que principiara a hacer asambleas con los alistados y los llevara a misa, para lo que le mandó una caja y cuatro lanzas; así lo hizo Nava y, para pagar al padre y al tambor, los cabos y los soldados daban una cuartilla y los sargentos medio real.[ 128 ] Como se le informó que estas asambleas debían efectuarse "para evitar que en la ociosidad se entregaran a los vicios y para que al mismo tiempo se habilitaran para el servicio militar", Nava aceptó hacerlas, lo que llevó a cabo en el Puente de las Guerras. Convino en hacer también "un uniforme, según el modelo que se le dijo se había de presentar a la superioridad y había de usar la tropa". Nada de esto llamó su atención, según declaró después, porque así se había procedido anteriormente en los alistamientos de los lanceros. También explicó más tarde haber creído que Guzmán y Salazar habían sido nombrados comandante y sargento mayor, respectivamente, y que ambos estaban facultados por el gobierno para nombrar oficiales; incluso le dijeron a Nava que lo harían capitán.[ 129 ]
Para la elaboración de la lista de los patriotas, Nava -quien no sabía escribir- contó con el auxilio de Manuel Nájera, su escribiente. Al igual que Fernández e Islas, colegas suyos en estas tareas, Nájera era español natural de México y, según declaró, se dedicaba a comerciar con alquiladuría de ropa. [ 130 ]
Salazar era quien entregaba los nombramientos; pero, como exigía cuatro reales y medio por cada uno, muchos de los alistados se quedaron sin ellos por no poder pagarlos, a decir de Nava. Éste reclamó sobre ello al gobernador y también se quejó con él del "genio altanero y soberbio" de Salazar, quien maltrataba a los alistados si no le llevaban el dinero. [ 131 ] Las declaraciones del mismo Nava y de algún otro de los involucrados en todos estos trabajos coinciden en señalar que Salazar se incomodaba a menudo con los soldados que no se le formaban, así como con quienes no se quitaban el sombrero en su presencia, además de dar otras muestras de su prepotencia.[ 132 ]
Según declaración de don Eleuterio, lo que le había encargado a Salazar era que cobrara tan sólo lo indispensable para pagar los gastos, que debían ser de aproximadamente dos reales por nombramiento;[ 133 ] Salazar insistiría después que el gobernador no le había señalado precio.[ 134 ]
Bartolomé Cánovas, español peninsular, era un alférez retirado que había servido en varios regimientos novohispanos. Según declaración suya, al verse cargado de familia y sin más haberes para su sostenimiento que el corto prest que recibía, por sugerencia de Nava se acercó a Salazar para ver si lo destinaba a la enseñanza del ejercicio a los patriotas, con la esperanza de recibir una gratificación. Salazar lo envió entonces a hacer el alistamiento en los barrios de San José y la Santa Veracruz, para lo que le dio un padrón viejo. Cánovas alistó cosa de cuatrocientos hombres y los citó para el siguiente domingo, de acuerdo con las instrucciones de Salazar. En la Plazuela de Tarasquillo comenzó a enseñar a unos ciento cincuenta individuos, lo que efectuó durante tres domingos, sin obtener nada en pago a sus esfuerzos. [ 135 ]
En la organización de los cuerpos de voluntarios indígenas participó también Francisco Xavier Casela, español de México que era escribiente en el oficio del gobierno. Por sus declaraciones, vemos que, al saber "que de parte de la sargentía mayor se iba a crear el citado regimiento" y en legítima busca de "sus adelantos y honores", se acercó al gobernador, a quien le pidió una charretera, y así fue como llegó a ejercer las funciones de ayudante en el batallón de Santa María y en el de Tarasquillo. [ 136 ]
Además de Cánovas y Casela, hubo otro ayudante, de quien sabemos que se llamaba José María Cabello y que era alférez; pero, como no se le encontró cuando comenzaron a hacerse las averiguaciones sobre todas estas actividades ni tampoco mientras duró el proceso, eso es todo lo que conocemos de él.
En los trabajos de organización de los patriotas indígenas intervinieron, además de los ya mencionados, algunos otros individuos ajenos a las parcialidades. El relojero José María Pérez fue uno de ellos.
Éste era español, natural de San Luis Huamantla y vecino de México. Al saber que se iban a levantar batallones en San Juan, Pérez pasó con Guzmán a pedirle una charretera de alférez. El gobernador lo remitió entonces con Salazar, quien lo mandó a presentarse en las asambleas que se llevaban a cabo en Santa María. Tomó Pérez parte en dos de ellas y después de la primera ofreció un almuerzo a Salazar, Nava, Nájera, Cabello y otros de los organizadores.[ 137 ] También participó en las asambleas de Santa María otro español, llamado Manuel Serveta, quien era natural de México, se dedicaba a tratante en el Parián y, además, pertenecía a una compañía de patriotas. Con el deseo de que lo nombraran alférez, asistió a tres de las asambleas y en ellas se ponía a la cabeza de los alistados; pero, a pesar de todos sus esfuerzos, se le mandó que se retirara. [ 138 ] Quien le dio esta orden fue Santos Díaz, indio cacique de México que tenía una casa de prensa y que era también alcalde de San Juan. Al saber que se llevaban a cabo estas asambleas, Díaz se había presentado en ellas y, según declaró después, Salazar le dijo entonces "que había de ser alférez", lo que puede explicar la orden dada a Serveta.[ 139 ]
Los alcaldes de república de los barrios de Santa Cruz y Soledad y de San Pablo también participaron en los alistamientos de patriotas. El primero, llamado Eusebio Antonio Dávila, era indio vecino de México que se dedicaba a comerciar con leña y semillas. Por orden de Guzmán y Salazar se encargó de alistar a los vecinos de Santa Cruz y Soledad, a los que condujo al tecpan, como se le había ordenado. [ 140 ] Bonifacio Antonio Campos, alcalde de San Pablo, era también indígena, aunque cacique, y de oficio albañil. Don Eleuterio le encargó que efectuara en su barrio los alistamientos; Salazar, a su vez, le ordenó que llevara a cabo asambleas y le previno que condujera a su gente al tecpan. [ 141 ] Además, Salazar le encargó a Nava que organizara por compañías a los alistados en Santa Cruz y San Pablo por sus alcaldes de barrio y los nombrara también cabos y sargentos, lo que Nava llevó a cabo.[ 142 ] Según declaración de Fernández, a Antonio Galicia, hermano de don Francisco, Salazar envió orden "para que procediese a los alistamientos en el barrio de Acatlán", pero asimismo declaró que oyó decir que "no tuvo a bien Galicia el citado alistamiento",[ 143 ] sin aclarar el porqué.
No sólo en los barrios ya mencionados se efectuaron estas funciones. Sabemos que también se hicieron alistamientos y se registraron las filiaciones de los habitantes de algunos otros lugares sujetos a la parcialidad de San Juan, como puede verse por las listas que quedaron recogidas en el expediente de la causa. Así ocurrió tanto en el barrio de la Ascensión Tlascocomulco como en los pueblos de Romita, San Miguel Chalmita, San Pablo Xalpa, San Miguel Chapultepec, Santa María Magdalena Salinas, La Piedad y San Lucas Tepetlacalco. También hubo alistamiento en Santa Mónica, Ixtacalco, San Andrés, La Ladrillera, San Simón, Nativitas y Santa Anita.[ 144 ]
Mientras se ocupaban de efectuar alistamientos y asambleas, Guzmán y Salazar no desatendieron a los lanceros, que estaban al cuidado de don Eleuterio y cuyas listas firmaba como gobernador, además de poner el visto bueno en las que se mandaban a la tesorería para su pago.[ 145 ] Prueba de su atención es que solicitaron de Francisco Méndez, teniente veterano del Regimiento de Infantería Provincial de la capital que a menudo concurría al tecpan de San Juan y asistía diariamente a la casa del sargento mayor, que "les pusiese el borrador de una orden que se les hiciese observar" a los lanceros, porque ni el sargento ni el cabo se sostenían con su servicio, "pues todos unánimes se embriagaban", y Méndez así lo hizo.[ 146 ]
Además de hacerse alistamientos y asambleas con los indígenas y de ocuparse del buen funcionamiento de los lanceros, el gobernador y Salazar establecieron guardias en el tecpan. Según Guzmán, éstas se habían iniciado desde que por la peste se habían enfermado los alcaldes, regidores, alguaciles y topiles de San Juan. No obstante, a partir de que se iniciara la organización de los patriotas voluntarios, funcionaron de manera más regular. Estas guardias hacían honores tanto a Guzmán como a Salazar y en ellas se alternaban los lanceros con los alistados de los distintos barrios, los que debían dar parte de sus actividades a Salazar, ya que éste funcionaba como sargento mayor.[ 147 ]
Según declaración de Guzmán, mientras Mendívil tenía en su poder los nombramientos para firmarlos, Salazar lo visitó y trató con él sobre la formación de un batallón de patriotas de infantería y un escuadrón y el sargento mayor le respondió que para ello se necesitaba permiso del virrey. A poco, Mendívil llamó a don Eleuterio y al gobernador de Santiago para informarles que el virrey no aceptaba el alistamiento de patriotas porque no quería distraer a los indios de sus trabajos y por la peste que habían sufrido y que ambos gobernadores debían presentarse ante Calleja. Así lo hicieron; entonces el virrey les repitió lo expuesto por Mendívil, por lo que Guzmán, según declaró después, ya no le presentó a Calleja un escrito que había redactado para conseguir su autorización de formar el batallón.[ 148 ] El sargento mayor, al informar más tarde sobre este asunto, se refirió tan sólo a que los nombramientos se los devolvió a Salazar sin firmar porque ya no eran necesarios, puesto que el virrey había prevenido al capitán de la compañía de capa que ya no se cogiese a los indios de leva, por lo que le manifestó que sólo firmaría los de los lanceros.[ 149 ]
Aunque no llegó a enviarse al virrey, es interesante el oficio que le escribió Guzmán al conocer su decisión porque muestra claramente el empeño del gobernador por proseguir con las funciones militares que había emprendido. En él le recordaba a Calleja que su lealtad y patriotismo lo habían llevado a ofrecerle la gente de las parcialidades para que se ocupasen del resguardo y defensa de la capital; como el virrey le había respondido que cuando fuese oportuno utilizaría las fuerzas de ambas parcialidades, el gobernador había procedido a hacer alistamientos y a instruir a los alistados en la disciplina militar. Sin embargo, por el sargento mayor se había enterado de que Calleja había dispuesto que sólo se diesen los resguardos a los lanceros y que no había aceptado que los alcaldes de la parcialidad ocuparan "los empleos de plana mayor", en que pensaba Guzmán que quedaran colocados, para no quitar a los indios de sus trabajos. Le suplicaba al virrey que no desairara su oferta y les aseguraba que todos estaban dispuestos a servir en defensa de la patria. Le recordaba, además, que los lanceros no necesitaban de ningún resguardo, pues a ellos no les afectaba de hecho la leva. Eran los otros indígenas a su cargo los que sí necesitaban de esta protección, sobre todo los habitantes de los pueblos, ya que, por ser los que abastecían a la ciudad, al acudir a ella a vender sus productos corrían peligro de ser reclutados. Y para demostrar su importancia como proveedores de bienes y servicios, Guzmán informaba al virrey, barrio por barrio y pueblo por pueblo, de las actividades y ocupaciones de los indios de San Juan. El gobernador terminaba su escrito diciéndole que esperaba que se le avisara, por medio del sargento mayor, si era o no del agrado de Calleja que se continuaran repartiendo los nombramientos o se dieran otros resguardos y si daba su permiso para que siguieran instruyéndose los indios y, finalmente, le pedía que para todo esto lo nombrara a él o a algún otro sujeto de la parcialidad. A pesar de que este oficio no tiene firma ni fecha, sabemos que fue redactado hacia fines de noviembre o principios de diciembre lo más tarde, según declaró el propio Guzmán, lo que coincide con lo expuesto por Fernández, quien lo puso de su puño y letra, y con lo declarado posteriormente por Salazar.[ 150 ]
En la causa se recoge otro escrito de don Eleuterio, así como la respectiva contestación del virrey. Aunque no están fechados ni tampoco aparecen mencionados en las diligencias del proceso, ambos documentos parecen corresponder a los días en que Calleja había decidido suspender la entrega indiscriminada de resguardos y el alistamiento de patriotas emprendidos por el gobernador. Es probable que Guzmán haya enviado su oficio poco después de que Salazar hablara con el sargento mayor sobre la organización de los patriotas y que por ello el virrey haya hecho comparecer a los gobernadores para explicarles su determinación de suspender estos trabajos. En este escrito, Guzmán le expresaba a Calleja que corrían a su cargo tanto la compañía de lanceros de la parcialidad como los patriotas voluntarios que se encontraba instruyendo los días de fiesta para que estuviesen listos para servir en caso necesario, con lo que se conseguiría también que se apartaran de los vicios, en especial de la bebida. A pesar de que los lanceros estaban sujetos a sus órdenes, por haberlo prevenido así el virrey, para poder efectuar las funciones militares con más autoridad pedía que se les pusiese por escrito, "declarándome expresamente comandante de la Compañía de Lanceros Patriotas de esta parcialidad que está en actual servicio y de las demás que se formen de los individuos de los pueblos de mi comprensión", para que le sirviera de título formal. Finalmente, el gobernador le pedía al virrey que también se le diera un nombramiento a Salazar, para que ésta prosiguiera ayudando al gobernador en el desempeño de sus funciones.[ 151 ]
La respuesta por escrito de Calleja fue en el mismo sentido que la expresada en forma verbal a ambos gobernadores. Le comunicaba a don Eleuterio que le era muy apreciable su dedicación, pero que, a causa de la epidemia sufrida por los indios, le parecía conveniente dejarlos en libertad para que se separaran de los rigores sufridos y se redimieran de su miseria. Por ello, le prevenía "que por ningún motivo los precise a alistarse ni a hacer servicio alguno, suspendiendo cualquiera operación que haya vuestra merced practicado por sí".[ 152 ]
A pesar de la decisión del virrey -a nuestro parecer clara y terminante-, no desmayó en su empresa don Eleuterio; tampoco desmayaron sus colaboradores, por lo que siguieron adelante alistamientos y asambleas. También continuaron las guardias, así como la distribución de nombramientos, llegándose incluso a extender algunos de los oficiales. El 19 de diciembre, Guzmán nombró ayudante con el grado de teniente a Francisco Xavier Casela, "usando de la facultad que tengo como comandante de dicho cuerpo [patriótico nacional] y la que tiene todo el que levanta un nuevo regimiento". Según consta en el texto, a Casela se le debían de guardar los fueros, privilegios y excepciones del caso y, para que no quedara ninguna duda, además de la rúbrica del gobernador se añadía la aprobación y firma de Salazar como sargento mayor.[ 153 ] Ese mismo día, según declaró el propio Casela, se extendió el nombramiento de José Salazar como sargento mayor, aunque este documento no aparece recogido en la causa.[ 154 ] Una semana después, el 26 de diciembre, le tocó el turno a Bartolomé Cánovas, quien en términos muy semejantes al despacho de Casela fue nombrado segundo ayudante.[ 155 ]
Aunque Guzmán declaró después estar aturdido cuando firmó los nombramientos mencionados y que lo hizo sin reflexionar ni imponerse de su contenido y aunque Salazar negó haber visto en ellos las anotaciones referentes a su cargo de sargento mayor, [ 156 ] es claro que ambos sabían muy bien lo que habían firmado y que los nombramientos se extendieron por orden suya. Las declaraciones de Cánovas y de Casela así lo demuestran[ 157 ] y con ellas coincide lo expuesto por Ignacio Islas, el escribiente contratado por Salazar.[ 158 ]
En la causa se encuentra también un citatorio, firmado por Salazar el 31 de diciembre, para que la gente de San Pablo se presentara en su campo respectivo para efectuar asamblea los días 1 y 2 de enero de 1814.[ 159 ] Además de los nombramientos de ayudantes y del citatorio anterior, la causa recoge algunos nombramientos otorgados por esos días. Todo ello viene a comprobar que las autoridades de San Juan estaban decididas a proseguir las funciones militares a pesar de la suspensión que ordenara el virrey y de que, a fines de diciembre, Guzmán recibiera una orden del intendente de México en que le avisaba quedar cesante del cargo de gobernador "por la práctica de la nueva Constitución". [ 160 ]
En cuanto a la parcialidad de Santiago, su gobernador Velasco, de cuyas actividades en relación con alistamientos y asambleas casi nada consta en la causa, informó después al sargento mayor que, desde que el virrey habló con él y con Guzmán, en esa parcialidad "no se ha verificado que haya un patriota existente ni alistado, lo contrario, procuré cuanto estuvo de mi parte impedírselo cuanto estuvo de mi parte [sic] al de San Juan". Según Velasco, no sólo se empeñó en que Guzmán suspendiera todas estas funciones sino que, en vista de la terquedad del de San Juan, informó de ello al sargento mayor en varias ocasiones -al que también dio aviso José Francisco de Villanueva, administrador de ambas parcialidades, por medio de Villavicencio- y Mendívil le respondió a don Guadalupe "que pondría remedio en ello".[ 161 ]
A pesar de que parece ser cierta la afirmación de Velasco de que de inmediato había suspendido los alistamientos en Santiago, el sargento mayor dio parte al virrey de que proseguían en ambas parcialidades. Calleja le previno entonces que a sus gobernadores "les hiciera entender no volviesen a molestar a los naturales ni los distrajesen de sus trabajos", por lo que el 13 de enero de 1814 Mendívil les pasó a ambos un oficio en el que les comunicaba la disposición del virrey, quien también mandaba que no debía existir "más número de individuos alistados que los lanceros que actualmente están haciendo de escolta de presidiarios". [ 162 ]
Don Guadalupe contestó ese mismo día el oficio del sargento mayor. En su escrito, ya mencionado arriba, además de aclarar que desde que el virrey había hablado con los gobernadores se había suspendido todo alistamiento en Santiago, ofrecía cumplir fielmente lo dispuesto y pedía que así se le informara al virrey.[ 163 ] Don Eleuterio contestó dos días después y en su escueta respuesta únicamente expuso que había tomado "las providencias conducentes para que cese el alistamiento y asambleas, en lo que creía hacer un servicio fiel a la patria, religión y soberano (que Dios Guarde)".[ 164 ] Más tarde declaró que de inmediato había mandado órdenes por escrito a los barrios para suspender toda actividad.[ 165 ] Salazar también declararía haber cesado desde entonces en sus funciones y hecho que el gobernador ordenase lo mismo a Nava.[ 166 ]
No obstante tales afirmaciones, no sucedió exactamente así. Según Nava -quien ya no había efectuado asambleas por el mal trato de Salazar a, los alistados-, el 15 de enero, el mismo día en que Guzmán contestara a Mendívil, recibió una esquela firmada por Dionisio Cano y Moctezuma en la que se le expresaba que continuase las asambleas, por lo que el día 16, que era domingo, reunió a los alistados y los llevó a misa a la Santa Veracruz. Allí recibió la nueva orden del gobernador, redactada y firmada por Cano y Moctezuma, de que suspendiera las asambleas, la que de inmediato obedeció.[ 167 ]
Esta última asamblea estuvo a punto de causar serios problemas. Unos dragones provinciales de Puebla, al ver "los movimientos ridículos" de los patriotas, se burlaron de ellos, por lo que Nava los iba a poner presos. "Metieron mano los dragones a sus sables y las indios a las piedras" y si no se hubiera presentado una patrulla de Zamora hubiera habido muertos, según declaró después Domingo Meléndez, cabo primero de la compañía de lanceros de Santiago. Meléndez era español de México y estaba emparentado con Vicente Villavicencio, escribiente y maestro de esa parcialidad, de quien era sobrino. [ 168 ]
En cuanto a los nombramientos, también se prosiguió con su reparto. Por esos días, Salazar pasó a Tepetlacalco a cobrar lo que se debía de algunos de ellos.[ 169 ] Además, entregó a Islas varios nombramientos, ya que al escribiente debían ocurrir a recogerlos los alistados de Tepetlacalco, Xalpa y Chalmita; por cada uno Islas debía recibir cuatro reales. Todo esto se llevó a cabo del 25 al 27 de enero;[ 170 ] por si fuera poco, en la causa se encuentra un nombramiento que lleva fecha del 1 de febrero. Asimismo continuaron las guardias en el tecpan y el 2 de febrero le tocó el turno a Casela, quien mandó batir marcha durante la procesión que hubo del "Divinísimo Señor Sacramentado".[ 171 ] Ese mismo día, Casela le pidió a Nava que "soldados" de Santa María efectuaran la guardia del día 7 [ 172 ] y Salazar le comunicó a Cánovas que le tocaba la del día 3, la que éste llevó a cabo.[ 173 ]
Mientras todo esto acontecía, el asunto se fue tornando cada vez más complejo. El 23 de enero, Ramón Elizalde, que había sido alcalde presidente de San Juan, y José Antonio García, sargento de lanceros de esa parcialidad, se presentaron con el administrador Villanueva para denunciar los malos manejos de Guzmán con los lanceros. Lo acusaron de que obligaba a éstos a rendirle honores y de haber nombrado oficiales; de que, siendo treinta y siete las plazas, ocupaba sólo veinticuatro, quedándose con el sueldo de los faltantes, y de que les exigía a los lanceros dinero para la misa y les había vendido los nombramientos.[ 174 ]
Villanueva de inmediato envió un oficio al virrey en el que le explicaba que los gobernadores de las dos parcialidades, encargados de los lanceros por ausencia de los oficiales para ello nombrados, habían llegado "hasta el extremo de creer que han ocupado aquellos lugares vacantes y en esa virtud es su arbitrio poner y quitar a los lanceros que les parece y lo manejan todo a su antojo", según le habían informado Elizalde y García en relación a Guzmán, y le comunicaba las acusaciones formuladas por ellas. El administrador hacía hincapié en lo que le atañía muy de cerca, o sea los sueldos de los lanceros, ya que estaba encargado de pasar a los gobernadores la cantidad necesaria para cubrirlos.[ 175 ]
Ese mismo día remitió Guzmán un oficio a Calleja para manifestarle que para cumplir con lo dispuesto por la Constitución había suspendido "toda la jurisdicción ordinaria que como gobernador tenía" sobre los habitantes de la parcialidad, quedando únicamente la cárcel del tecpan para auxilio de los jueces de letras y Guzmán ocupado en dar pasaportes. Pero el ex alcalde presidente, Ramón Elizalde, "que se halla muy adolorido por carecer de la jurisdicción que podría tener", quería quitarle la custodia de la casa y la autoridad de firmar los pasaportes. Guzmán acusaba a Elizalde de no ser ni siquiera "ciudadano", pues no sabía leer ni escribir; de no ser "capaz de ningún empleo visible", por carecer de la representación necesaria, y de ser "hombre díscolo" que se ocupaba de convocar a juntas clandestinas para quitarle el empleo a Guzmán.[ 176 ] Por ello, le pedía a Calleja que diera orden para que Elizalde no se entrometiera ni en el tecpan ni con los lanceros, a quienes seducía para que no obedecieran a Guzmán. No sólo con Elizalde tenía problemas don Eleuterio; también las tenía con Villanueva, porque éste le adeudaba desde hacía siete meses los sueldos de alcaldes, regidores, topiles y escribanos de la parcialidad y no quería pagárselos sin orden superior.[ 177 ]
Nuevos problemas para las autoridades de San Juan surgieron cuando, a fines del mismo enero, se encontró una carta de Cano y Moctezuma dirigida al insurgente Mariano Matamoros, en la que el ex gobernador se intitulaba "coronel de San Pedro de México". [ 178 ] Aunque el proceso seguido a Cano y Moctezuma no tiene cabida aquí, ya que no se encontró relación entre sus actividades y las de don Eleuterio y demás involucrados en las funciones militares, el que se haya descubierto que se correspondía con los rebeldes fue una instancia más de las que llevaron a las autoridades superiores novohispanas a revisar con mucho cuidado todo lo que estaba ocurriendo en San Juan.
Continúa…
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Re: Mexico no es bicentenario
Causa seguida a los funcionarios de San Juan
El hecho de que no hubieran cesado de inmediato y por completo las funciones militares que se llevaban a cabo en San Juan provocó que el 31 de enero el sargento mayor diera noticia al virrey de que proseguían los alistamientos.[ 179 ] Y hay que señalar aquí que es en este oficio de Mendívil donde por primera vez a lo largo de todo este asunto se hace ya una distinción por parte de las autoridades entre las actividades y actitudes de las dos parcialidades capitalinas. En su respuesta al sargento mayor, fechada el día siguiente, Calleja le encargaba estar "muy a la mira de que tenga su puntual cumplimiento la providencia de esta superioridad para que no se haga en dichas parcialidades alistamiento alguno con ningún objeto, subsistiendo únicamente el piquete de lanceros de la de Santiago".[ 180 ]
Por su parte, el comandante de la compañía de policía, José Joaquín Elizalde, envió al virrey un oficio el 3 de febrero para informarle que el gobernador de San Juan había proseguido con los alistamientos, como lo demostraban los nombramientos que adjuntaba a su oficio. También ponía en conocimiento de Calleja que don Eleuterio cobraba dinero por ellos, así como por las faltas que cometían quienes efectuaban las guardias, y que en éstas se alternaban los alistados con los lanceros. Además, le comunicaba que se le hacían al gobernador honores de comandante y de sargento mayor a Salazar. Todo esto se lo participaban "por lo delicado que es en la época actual" y porque en la desobediencia y procedimientos de Guzmán "puede sospecharse que haya el influjo de otras personas a más del de Salazar".[ 181 ] Para completar la información y precisar algunos puntos, se mandó llamar al gobernador de Santiago, quien confirmó que se había efectuado una asamblea en San Juan después de dada la orden de suspensión.[ 182 ] También rindió declaración Vicente Villavicencio, quien informó que continuaban las funciones militares en aquella parcialidad.[ 183 ]
Ese mismo día, Calleja se dirigió nuevamente al sargento mayor para comunicarle que, como era necesario "no sólo contener estos abusos sino indagar el origen de ellos", le prevenía que llamara a don Eleuterio y le preguntara por qué razón había faltado a las órdenes del virrey y con qué facultad había impreso los nombramientos. También debía averiguar por qué se nombraba gobernador actual, qué autorización tenía para llamarse comandante y quién había aprobado la creación del cuerpo nacional de infantería y caballería. Asimismo, por qué llamaba al tecpan Juzgado Nacional y la razón de haber vendido los nombramientos. Además, debía Mendívil examinar los lanceros, ver si se abonaban más plazas de las existentes y hacerse cargo del dinero, tanto de las bajas de los lanceros como de la venta de dos nombramientos. Por último, averiguaría en qué imprenta se habían hecho, los recogería junto con las listas y lo pasaría todo al virrey. En caso de no satisfacer todo lo anterior o si "por las contestaciones infiere vuestra merced que hay miras ulteriores en el manejo de Guzmán, lo pondrá en arresto seguro y me informará de todo para resolver lo que convenga".[ 184 ]
Así fue como se dio inicio a la causa. El 4 de febrero el sargento mayor mandó llamar a don Eleuterio, [ 185 ] quien respondió al interrogatorio de manera prolija y adecuada. En su declaración manifestó que había dado los resguardos para evitar que los indios fueran sorprendidos por la leva, para lo que contaba con el permiso verbal del virrey; que los ya impresos se habían llevado al sargento mayor, quien los había revisado y corregido, y que apenas conoció la orden de Calleja había suspendido los alistamientos. En cuanto a que en los nombramientos aparecía como gobernador, precisó que lo había sido hasta fines de diciembre de 1813 y que llamó juzgado nacional al tecpan porque nacionales eran ya tanto el Hospital de Indios como las cajas reales. Manifestó también que los nombramientos de fechas recientes los había firmado y entregado en blanco. Añadió que no había mandado fabricar armas nuevas, sino que se habían usado las lanzas enviadas por Venegas a los lanceros y, para cuidar de ellas y demás objetos del tecpan así como la casa misma, había siempre de guardia de seis a ocho lanceros. Precisó igualmente no haber recibido más honores que los que siempre se hacían a los gobernadores y que, en cuanto a los lanceros, no les cobraba ningún dinero; el que había quedado de los sueldos de ocho de ellos que habían pedido licencia lo había invertido en comprarles leña a los restantes. En su descargo, Guzmán mencionó la participación de algunos de sus colaboradores. Así, involucró a Fernández por haber puesto el borrador de los nombramientos; a Salazar por llevarlos a la imprenta y por sus consultas con el sargento mayor, y a Nájera, a quien le había entregado varios nombramientos en blanco. Guzmán también mencionó a Nava, Casela y Cánovas por su participación en las funciones militares y, además, a Ramón Elizalde y a José Francisco Villanueva, a cuya mala voluntad atribuyó los cargos que se le hacían.[ 186 ] La participación de Nava, Casela, Cánovas y, por supuesto, Salazar fue confirmada ese mismo día por declaración de Meléndez, el sobrino de Villavicencio que era cabo de lanceros de Santiago.[ 187 ]
Al concluir la declaración de Guzmán, el fiscal y el secretario pasaron a casa del ex gobernador, en el pueblo de la Resurrección, donde recogieron ochocientos sesenta nombramientos impresos, varias listas y otros documentos relativos a los alistamientos. Don Eleuterio permaneció por entonces en su casa, prevenido de que debía presentarse "siempre que fuera llamado". [ 188 ] Mientras esto sucedía, Salazar fue arrestado y quedó en la compañía de policía; también se mandó detener a Cánovas, Casela y Cabello. [ 189 ] Los dos primeros quedaron arrestados el día 5, pero no se pudo encontrar a Cabello. Al ser detenidos Cánovas y Casela se les recogieron los nombramientos que tenían de ayudantes, firmados por Guzmán y aprobados por Salazar. [ 190 ] A causa de esto se procedió al arresto de don Eleuterio, lo que ocurrió el mismo día 5.[ 191 ] Dos días después, el sargento mayor pasó al juez de Letras, José Antonio Noriega, las actuaciones hechas hasta ese momento;[ 192 ] dado que eran varios los involucrados en las funciones militares, Noriega pidió que sus causas corrieran unidas.[ 193 ]
El mismo 7 de febrero ocurrió un incidente relacionado con los patriotas. Un cabo primero, "de los que llaman nacionales de la tecpan de San Juan", depositó a un herido en la panadería del Puente de Santo Domingo. Al tener conocimiento de ello, el teniente de la compañía de policía mandó a un sargento a recoger al herido y al cabo. El herido, llamado Juan Reséndiz, declaró haberlo sido por su mujer la tarde anterior "por celos que tuvo de él", pero que ninguno de los dos puso queja alguna. No obstante, esa mañana se había presentado en su casa "un cabo de los de nuevo alistamiento de la tecpan de San Juan diciendo que llevaba orden de don Miguel Nava para conducirlo preso". El cabo, de nombre Cástulo Albarrán, llevó entonces al herido y a su mujer a casa del escribiente Nájera, quien mandó que Reséndiz fuera llevado a la panadería mencionada y que su esposa fuera depositada en una atolería de la calle de San Lorenzo. Como el panadero no admitió al herido, se le regresó con Nájera y éste dispuso que podía regresar a su casa. Ya en ella, se presentó un individuo de la compañía de capa junto con Albarrán y condujo a éste y a Reséndiz al cuartel de dicha compañía. Albarrán, quien declaró ser "cabo primero de la segunda compañía de infantería de la nueva creación de la tecpan de San Juan", explicó que había efectuado todo lo anterior por haber recibido orden de Nava, a través de un ministro o comisario, de conducir preso a Reséndiz.[ 194 ]
A resultas de lo anterior, Noriega mandó arrestar a Nava, ya que éste se encontraba "ejerciendo jurisdicción ordinaria", lo que era contrario a la constitución y a la ley de arreglo de tribunales.[ 195 ] En su descargo, Nava alegó que las diligencias judiciales arriba señaladas las había efectuado por encargo del señor juez San Salvador "de que rondase y celase sobre los robos tan continuos en esta capital, de que ha dado noticia al excelentísimo señor virrey", así que ya no se le formó causa por este motivo.[ 196 ] Sin embargo, sí se le detuvo y se le recogieron los papeles que tenía en su poder, al igual que dos bastones, una casaca, una medalla y cuatro lanzas.[ 197 ]
Las diligencias prosiguieron con las declaraciones de los detenidos. Nava, Casela y Cánovas coincidieron en que habían creído que todo se hacía por orden superior, y los dos primeros señalaron que Salazar era quien había promovido todas estas funciones. [ 198 ] Éste, a su vez, expresó que las asambleas se hicieron de orden de don Eleuterio y que fueron promovidas por Nava en Santa María; él, por su parte, había promovido unas en Tarasquillo, a imitación de Nava y por comisión del gobernador. Expresó que Guzmán había querido que se recorrieran los padrones y que Nava no sólo lo hizo sino que citó a asambleas y llevó a la gente con el gobernador. Al saber esto, Salazar había pasado a ver las asambleas y les dijo que no podía "haber alférez, sargentos ni cabos como los había nombrado Nava hasta que el excelentísimo señor virrey aprobara un plan que se estaba haciendo". Sin embargo, Nava siguió adelante, "y en vista de esto comenzó el declarante su asamblea". Añadió que los nombramientos se habían impreso de orden del gobernador y que el borrador lo había puesto el escribiente Fernández; su distribución se la dio a Salazar el mismo don Eleuterio. Afirmó no haber tenido título alguno, aunque reconoció que lo llamaban sargento mayor; no obstante, nunca trató de que se le hicieran los honores de tal.[ 199 ]
En vista de todo esto, se llamó nuevamente a Guzmán. Insistió entonces don Eleuterio en que sólo había mandado que se hiciesen unas listas para la entrega de los resguardos. En cuanto al dinero producido por ellos, manifestó haber percibido sólo cuarenta y un pesos, los que utilizó para el pago del prest de los lanceros, y aclaró que Salazar no le entregó nunca ni cuentas ni listas. Reconoció haber firmado los nombramientos de Cánovas y Casela, "pero en realidad ni supo lo que firmó ni su contenido, respecto a que estaba tan aturdido de cabeza con tanta contestación y pretensión que había de sujetos para hacer oficiales, que ya no se entendía"; tampoco supo cómo Salazar fue nombrado sargento mayor "y él mismo se comisionó para entender en los asuntos de las asambleas y demás". Guzmán no hizo más "que firmar cuanto le decían por su buena fe y simplicidad".[ 200 ]
Dadas las discrepancias entre lo manifestado por Salazar y por Guzmán, se careó a ambos, pero tampoco de palabra se pusieron de acuerdo y cada uno se afirmó en lo dicho.[ 201 ] Como Fernández fuera quien pusiera de su puño y letra los borradores de los nombramientos, Noriega pidió su arresto,[ 202 ] el que no pudo efectuarse, ya que el escribiente había salido de San Juan desde finales de diciembre con destino a Texcoco, a causa de que se le buscaba por haber sido escribiente de Galicia, a quien se le seguía proceso.
Conforme se procedía con las averiguaciones, Salazar resultaba ser el principal promotor. Las nuevas declaraciones de Cánovas y Casela tampoco le fueron favorables, ya que lo responsabilizaron de ser quien mandó extender los nombramientos y de dar las órdenes para efectuar guardias y asambleas. [ 203 ] Los careos celebrados entre ellos y Salazar no lograron ponerlos de acuerdo y sí que se reconvinieran mutuamente.[ 204 ] Tampoco le favorecería la declaración de Ignacio Islas; según éste, Salazar era quien llevaba la voz en el tecpan "en todo y por todo"; Guzmán sólo firmaba lo que éste decía.[ 205 ] En el careo que sostuvo con Islas, Salazar tuvo que aceptar que el gobernador no se metía en nada, pero aclaró que había sido por haberlo comisionado y precisó, además, que siempre estaban ambos de acuerdo.[ 206 ]
El 14 de febrero se mandó recoger la lista de lo entregado por los resguardos, así como el dinero recaudado.[ 207 ] Al día siguiente, se le pidió a Salazar que exhibiese la cantidad recibida y éste presentó un escrito para comprobar que no sólo no se había quedado con nada sino que se le adeudaba dinero por los gastos de papel, escribano, impresión y prest de lanceros.[ 208 ] El día 16 Guzmán exhibió cincuenta pesos de los entregados por Salazar,[ 209 ] pero la lista no apareció, como tampoco el nombramiento extendido a Salazar como sargento mayor.
Entre los llamados a declarar se contaron los alcaldes de barrio de Santa Cruz y Soledad y de San Pablo, cuyas declaraciones confirmaron que Guzmán y Salazar habían sido los promotores de las asambleas. [ 210 ] También se hizo comparecer a José María Pérez, Santos Díaz y Manuel Nájera, quienes coincidieron con los anteriores declarantes.[ 211 ] El hecho de que hubiera dos tipos de nombramientos impresos motivó que se llamara a declarar a Alejandro Valdés, "administrador o encargado de la imprenta de Ontiveros", quien confirmó que se habían hecho dos impresiones: de quinientos ejemplares la primera y la segunda de mil.[ 212 ]
El 23 de febrero se logró, por fin, asegurar la persona del escribiente Fernández "en una pulquería conocida por la de Marmolejo", que se hallaba por la calzada de Tlanepantla.[ 213 ] Al día siguiente prestó declaración y en ella, al igual que la mayoría de los testigos y detenidos, involucró a Salazar como promotor de los alistamientos y precisó, además, que éste era "de genio bullicioso".[ 214 ]
Tan interesantes como las declaraciones son algunos de los escritos dirigidos por los arrestados al virrey para justificar sus actividades o pedir alguna gracia. El que Guzmán enviara a Calleja alrededor del 25 de febrero es un alegato para demostrar que sus actividades siempre fueron dirigidas por sus notorios y públicos "sentimientos de honor, fidelidad y patriotismo" y que siempre había mostrado al superior gobierno la "sumisión, obediencia y afecto de un fiel vasallo". En sus trabajos para hacer más eficientes a los lanceros no había omitido gastos ni fatigas, "procurando siempre dirigirme por hombres más instruidos que yo, a quienes suponía imbuidos en los sentimientos del verdadero honor; pero he tenido la desgracia de que éstos han introducido en mis tareas abusos reprimibles", los que habían dado por resultado su prisión. Y daba fin a su escrito solicitando que se le permitiera salir bajo fianza. [ 215 ]
Por esos mismos días, Nava se dirigió también al virrey para pedirle la misma gracia. En su descargo, expresaba que había efectuado los alistamientos y asambleas, "sin reserva ni clandestinidad", convencido que se hacían por mandato del gobierno. "Por otra parte -explicaba-, entre nosotros para obrar nunca ha sido necesario más que las insinuaciones y órdenes de nuestros gobernadores, sin meternos en inculcarlas ni examinarlas para no incurrir en nota de insubordinados o díscolos", lo que lo exoneraba de cualquier responsabilidad. [ 216 ]
La causa también recoge los testimonios de los oficiales con quienes las autoridades de San Juan tuvieron algún trato en cuanto a las funciones militares. Así encontramos los oficios del sargento mayor y del comandante de la partida de capa sobre las consultas habidas acerca de los resguardos[ 217 ] y la declaración del teniente Méndez, quien añadió algunos pormenores sobre las guardias.[ 218 ]
El 2 de marzo se ordenó se procediese a tomárseles a los presos confesión con cargo.[ 219 ] Estas diligencias se efectuaron a partir del día siguiente y prosiguieron hasta el 9 de ese mes. En ellas, los detenidos sostuvieron casi siempre lo que habían expresado en sus declaraciones y careos. Casela, Cánovas y Nava insistieron en que habían actuado persuadidos de que se contaba con licencia del gobierno.[ 220 ] Guzmán, a su vez, reiteró que Salazar había sido el promotor de todas las funciones militares y que lo había alucinado a tal grado que casi lo volvió loco.[ 221 ] También Fernández se mantuvo en lo dicho; los borradores los había puesto por orden de los funcionarios de San Juan.[ 222 ] La última confesión fue la de Salazar. Al insistírsele en que había seducido al gobernador y que era responsable de todo lo ocurrido, respondió -con gran atingencia, a nuestro parecer- "que el confesante no lo puede haber seducido porque no podrá creerse que un hombre que ha sido dos veces gobernador y había estado en el tecpan desde que principió de topile pudiese tener tan pocos conocimientos para advertir que no debía hacer lo que el declarante pretendía, pues nada hizo sin conocimiento de aquél".[ 223 ]
A poco, Noriega remitió todo lo actuado al virrey. En su oficio del 14 de marzo le presentó un resumen de los resultados de las averiguaciones efectuadas y emitió su parecer: Guzmán, Casela, Cánovas y Nava podrían ponerse en libertad. Lo mismo podría hacerse con Fernández; sin embargo, como estaba todavía pendiente la causa de Galicia, el escribiente debía permanecer en prisión a disposición de las autoridades. Finalmente, expresaba su opinión de que en cuanto a Salazar sí era necesario que se hiciera un escarmiento. [ 224 ]
El oficio anterior de Noriega fue remitido al auditor general, Melchor de Foncerrada, quien a su vez emitió su parecer el 21 de ese mes. En él señalaba haber revisado con cuidado todos los papeles del proceso, "que titulado en su carátula como causa de infidencia debía excitar la ira y el asombro que aquí dentro de México se formasen asambleas y se imprimiesen certificaciones; pero leído todo no hay ni asomos de idea alguna de infidencia". Por ello, su dictamen se reducía a manifestar que era "exactamente justo" lo que había propuesto al virrey el juez de Letras, es decir:
Que se ponga en libertad al citado ex gobernador don Eleuterio Severino Guzmán.
Que se ponga igualmente en libertad a don Francisco Casela, a Miguel Nava y a don Bartolomé Cánovas.
En cuanto a don Ignacio Fernández, por lo que toca a esta causa debería ser lo mismo, pero deberá estar a disposición del ayudante Ferriz, que sigue la otra causa tocante a Galicia.
Don José Salazar ni tiene delito que toque en infidencia y sólo es de aquellos que se pegan a la sencillez de los indios para chupar, como se dice vulgarmente, lo que pueden de ellos, y era el que hacía el papelón principal en esas asambleas y es justo, como dice el juez de Letras, que se escarmiente de alguna manera y cree el auditor que sobre la prisión que ha sufrido se le condene a tres meses de cárcel.[ 225 ]
El hecho de que a pesar de ser dos los principales promotores de las funciones militares se decidiera hacer escarmiento con sólo uno de ellos se debió, en parte, a que indudablemente Salazar había intentado sacar provecho de la sencillez de los indígenas, como bien decía el auditor, pero también a que en ese momento resultaba más político castigar solamente a un funcionario de menor categoría y dejar en libertad al ex gobernador de San Juan, máxime cuando Galicia, otro ex gobernador de esa parcialidad, se encontraba por ese entonces procesado por infidencia y hacía bien poco que Cano y Moctezuma, también ex gobernador de San Juan, había sido indultado. Don Eleuterio, ese ignorante indio, alucinado y vuelto casi loco por los empeños de sus subordinados, como insistió haberlo sido a lo largo de todo el proceso, con gran habilidad y para bien de su persona facilitó a las autoridades una salida atinada.
Calleja aceptó el dictamen del auditor el 24 de marzo, y de inmediato se procedió a dar noticia a los arrestados de cuál había sido el resultado del proceso.[ 226 ] Así, sin mayores consecuencias para casi todos los involucrados, se dio por terminada la causa seguida a los funcionarios de San Juan y a sus colaboradores.
La aventura emprendida por todos ellos, independientemente de su fracaso final, es de interés porque nos ofrece valiosa información sobre algunos aspectos de las parcialidades de la ciudad de México, en especial de la de San Juan. No sólo nos brinda la oportunidad de conocer quiénes eran y cómo funcionaban por entonces sus autoridades sino también quiénes eran y qué hacían los vecinos de sus pueblos y barrios. Además, nos proporciona noticias sobre no pocos individuos que a pesar de no ser indígenas gravitaban alrededor de las parcialidades, ya fuera en el cumplido desempeño de un oficio, ya tan sólo en busca de algún provecho personal.
Por otra parte, el intento de organizar cuerpos de patriotas indígenas es revelador de cuán profundamente habían afectado a la vida de estas comunidades los cambios ocurridos en la Nueva España durante esos años. Estos cambios fueron provocados no sólo por la guerra que se experimentaba en la colonia sino también por todo lo que ocurría en la península, donde la ausencia de los reyes y la guerra contra los franceses habían producido importantes alteraciones en la estructura misma del sistema político del Imperio Español.
Nunca antes de 1810 se había formado en la capital del virreinato una fuerza militar compuesta exclusivamente de indios, a pesar de las distintas propuestas que sobre ello se llegaron a presentar. Aunque en varias regiones novohispanas se habían levantado cuerpos militares indígenas desde los inicios de la Colonia, la política de la Corona española y de las autoridades superiores de la Nueva España había sido la de no permitir su organización salvo donde y cuando no quedara otro recurso. Y en la ciudad de México sólo se llegó a aprobar la creación de los pequeños cuerpos de lanceros indígenas en un momento de crisis realmente extraordinario: cuando se había encontrado amenazada por las fuerzas insurgentes de Hidalgo.
La militarización general que sufriera el virreinato a partir de entonces y que tanto afectara a los sectores socioeconómicos más bajos de la población vino a despertar en algunos de los funcionarios indígenas, además del deseo natural de evitar que sus gobernados sufrieran las consecuencias de una leva masiva, el deseo de formar con ellos cuerpos organizados que estuvieran bajo su mando y que ofrecieran un apoyo al ejercicio de su autoridad, amenazada por el establecimiento de la Constitución de 1812, que aparentemente abría nuevas vías de acción a los indígenas pero que, de hecho, venía a poner fin a su régimen especial de gobierno.
El hecho de que para defender su posición las autoridades indígenas hubieran actuado de manera tan desusada viene a demostrar hasta qué punto se habían visto afectados sus intereses. Por otra parte, la respuesta de las autoridades superiores a las actividades de estos indígenas, a quienes no procesó con gran rigor, muestra lo profundo de la crisis por la que en esos momentos atravesaba el virreinato novohispano y en particular su capital.
Por último, cabe señalar que la coincidencia entre el esfuerzo de las autoridades de la parcialidad de San Juan por contar con un numeroso cuerpo armado y las supuestas ofertas hechas a Rayón por Galicia y la correspondencia que mantuvo Cano y Moctezuma con algunos jefes insurgentes no puede ignorarse. Cierto es que con la causa que aquí se estudia no se aclara del todo el problema. Son necesarios nuevos estudios para llegar a precisar si los gobernadores indígenas de la capital tan sólo ocasionalmente mostraron ciertas simpatías en favor del movimiento insurgente o si en realidad llegaron a comprometerse de una manera más formal con la causa de los rebeldes. Todavía queda mucho por aclarar en lo que se refiere a las relaciones que lograron establecer los insurgentes con los distintos grupos de la población capitalina.
[ 104 ] Timothy Anna, The fall of the royal government in Mexico City, Lincoln-London, University of Nebraska Press, 1978, 289 pp., p. 89.
[ 105 ] Lucas Alamán, Historia de México, 2a. ed., 5 v., México, Jus, 1968, t. III, p. 257.
[ 106 ] Oficio de E. S. Guzmán al virrey Calleja, 12 de octubre de 1813, Archivo General de la Nación, Infidencias, v. 82, exp. 4o., cuad. 1o., f. 13-14.
[ 107 ] "Cuaderno de listas de los militares patriotas de esta parcialidad San Juan", Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 2o., f. 59-60 v.
[ 108 ] Respuesta del virrey Calleja a E. S. Guzmán, 22 de octubre de 1813, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 18. Este documento no es el original sino una copia.
[ 109 ] Confesión de E. S. Guzmán, 5 de marzo de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 127 v -128.
[ 110 ] Declaración de E. S. Guzmán, 4 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 2o., f. 15 v.
[ 111 ] Oficio de José Mendívil a José Antonio Noriega, 28 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 109.
[ 112 ] Careo entre E. S. Guzmán e Ignacio Fernández, 25 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 99 v.
[ 113 ] Loc. Cit.
[ 114 ] Ampliación de la declaración de I. Fernández, 25 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 98.
[ 115 ] En el expediente de la causa se encuentran las siguientes "Cuaderno de listas de los militares patriotas de esta parcialidad de San Juan"; "Sigue el pueblo de Romita, presentada en 6 de noviembre de 1813"; "Siguen los del pueblo de San Miguel de Chalmita, presentada en 8 de noviembre de 1813"; "Lista del pueblo de San Pablo Xalpa, presentada en 8 de noviembre de 1813"; "Siguen los de Santa María la Redonda, presentada en 9 de noviembre de 1813"; "Siguen los de San Pablo presentada en 9 de noviembre de 1813"; "Sigue el barrio de la Ascensión Tlascocomulco presentada en 11 de noviembre de 1813", y "Lista de los hijos del pueblo de Santa María Magdalena Salinas, jurisdicción de la Parcialidad de San Juan". (Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 2o.)
[ 116 ] Careo entre E. S. Guzmán y José Salazar, 19 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 84.
[ 117 ] Declaración de E. S. Guzmán, 4 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 2o., f. 15 v -16.
[ 118 ] Declaración de I. Fernández, 25 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f.98 v -99, y Confesión de J. Salazar, 9 de marzo de 1814, en Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 137.
[ 119 ] Oficio de J. Mendívil a J. A. Noriega, 28 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 109 v.
[ 120 ] Declaración de I. Fernández, 24 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 96-97.
[ 121 ] Declaración de Alejandro Valdés, 22 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, 1o., f. 86-86 v.
[ 122 ] Declaración de E. S. Guzmán, 4 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 2o., f. 16.
[ 123 ] Careo entre E. S. Guzmán y J. Salazar, 10 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 51.
[ 124 ] Declaración de E. S. Guzmán, 4 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 2o., f. 16.
[ 125 ] Declaración de Miguel Nava, 8 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 32.
[ 126 ] Declaración de J. Salazar, 9 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 42.
[ 127 ] Declaración de Ignacio islas, 14 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 58 v.
[ 128 ] Declaración de M. Nava, 8 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 33.
[ 129 ] Escrito de M. Nava, ca. 25 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 101-101 v. En el expediente de la causa no se encuentra ningún nombramiento extendido a Nava; sin embargo, en la lista que aparece a fojas 28 del cuad. 1o., éste aparece romo capitán.
[ 130 ] Declaración de Manuel Nájera, 16 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 78-78 v.
[ 131 ] Declaración de M. Nava, 8 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 33-33 v.
[ 132 ] Careo entre Bartolomé Cánovas y J. Salazar, 14 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 57v-58, y careo entre J. Salazar y M. Nava, 14 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f, 60 v.
[ 133 ] Confesión de E. S. Guzmán, 5 de marzo de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 128.
[ 134 ] Careo entre E. S. Guzmán y J. Salazar, 10 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 51-51 v.
[ 135 ] Declaración de B. Cánovas, 8 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 36-36 v y 37 v -38.
[ 136 ] Confesión de Francisco Xavier Casela, 3 de marzo de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 119,-120, y declaración del mismo, 8 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 28 v -40.
[ 137 ] Declaración de José María Pérez, 16 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 77-77 v.
[ 138 ] Declaración de Manuel Serveta, 22 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 87.
[ 139 ] Declaración de Santos Díaz, 16 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 78.
[ 140 ] Declaración de Eusebio Antonio Dávila, 15 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 68 v.
[ 141 ] Declaración de Bonifacio Antonio Campos, 15 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 69-69 v.
[ 142 ] Declaración de M. Nava, 8 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 33.
[ 143 ] Declaración de I. Fernández, 24 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 97.
[ 144 ] Véase la nota 115.
[ 145 ] Declaración de E. S. Guzmán, 4 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 2o., f. 17.
[ 146 ] Declaración de Francisco Méndez, 28 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 108 v.
[ 147 ] Declaración de E. S. Guzmán, 4 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 2o., f. 17 v -18, y declaración de F. X. Casela, 12 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 54.
[ 148 ] Declaración de E. S. Guzmán, 4 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 2o., f. 16 v.
[ 149 ] Oficio de J. Mendívil a J. A. Noriega, 28 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 109-109 v.
[ 150 ] Oficio de E. S. Guzmán al virrey Calleja, s. f., Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 4o., f. 46; declaración de E. S. Guzmán, 1 de marzo de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 4o., f. 7 v; declaración de I. Fernández, 1o. de marzo de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 4o., f. 7, y declaración de J. Salazar, 1o. de marzo de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 4o., f. 8.
[ 151 ] Oficio de E. S. Guzmán al virrey Calleja, s. f., Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 16 v.
[ 152 ] Oficio del virrey Calleja a E. S. Guzmán, s. f., Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 17-17 v.
[ 153 ] Nombramiento de F. X. Casela, 19 de diciembre de 1813, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 2o., f. 22.
[ 154 ] Declaración de F. X. Casela, 12 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 53 v.
[ 155 ] Nombramiento de 13. Cánovas, 26 de diciembre de 1813, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 2o., f. 21. Estos tres nombramientos fueron escritos por el propio Casela.
[ 156 ] Ampliación de la declaración de E. S. Guzmán, 10 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f, 47, y careo entre J. Salazar y F. X. Casela, 12 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 56-56 v.
[ 157 ] Declaración de B. Cánovas, 14 de febrero de 1814, en AGN, Infidencias, cuad. 1º, 1. 56, y careo entre J. Salazar y F. X. Casela, 12 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 56-56 v.
[ 158 ] Declaración de I. Islas, 14 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 58v.
[ 159 ] Citatorio, 31 de diciembre de 1813, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 70.
[ 160 ] Declaración de E. S. Guzmán, 4 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 2o., f. 17.
[ 161 ] Respuesta de Guadalupe Velasco a J. Mendívil, 13 de enero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., 5-5 v.
[ 162 ] Oficio de J. Mendívil al virrey Calleja, 31 de enero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 2.
[ 163 ] Respuesta de G. Velasco a J. Mendívil, 13 de enero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 5-5 v.
[ 164 ] Respuesta de E. S. Guzmán a J. Mendívil, 15 de enero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 6.
[ 165 ] Declaración de, E. S. Guzmán, 4 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 42v.
[ 166 ] Declaración de M. Nava, 9 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 42 v.
[ 167 ] Esquela de D. Cano Moctezuma a M. Nava, 15 de enero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 48-48 v, y declaración de M. Nava, 8 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 33 v -34.
[ 168 ] Declaración de Domingo Meléndez, 4 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 19-20 v.
[ 169 ] Declaración de F. X. Casela, 12 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 54 v.
[ 170 ] Declaración de I. Has, 15 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 67 v -68.
[ 171 ] Confesión de F. X. Casela, 3 de marzo de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 118 v.
[ 172 ] Declaración de M. Nava, 8 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 37.
[ 173 ] Careo entre B. Cánovas y J. Salazar, 14 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 57, y declaración de B. Cánovas, 14 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 56 v -57.
[ 174 ] Véase oficio de J. F. de Villanueva al virrey Calleja, 25 de enero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 2o.
[ 175 ] Oficio de J. F. de Villanueva al virrey Calleja, 25 de enero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 2o.
[ 176 ] Oficio de E. S. Guzmán al virrey Calleja, 25 de enero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 4o., f. 12.
[ 177 ] Declaración de E. S. Guzmán, 4 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 2o., f. 18-18 v.
[ 178 ] Véase Declaración de E. S. Guzmán, 4 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, v. 86, exp. 5.
[ 179 ] Oficio de J. Mendívil al virrey Calleja, 31 de enero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, v. 82, exp. 4o., cuad. 1o., f. 2.
[ 180 ] Oficio del virrey Calleja a J. Mendívil, 1 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 7.
[ 181 ] Oficio de J. J. Elizalde al virrey Calleja, 3 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 2o., f. 2-2 v.
[ 182 ] Declaración de G. Velasco, 3 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 8-9 v.
[ 183 ] Declaración de V. Villavicencio, 3 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 2o., f. 10-11.
[ 184 ] Oficio del virrey Calleja a J. Mendívil, 3 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 2o., f. 1-2 v.
[ 185 ] Certificación de J. Mendívil, 4 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 2o., f. 15.
[ 186 ] Declaración de E. S. Guzmán, 4 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 2o., f. 15 v -19.
[ 187 ] Declaración de D. Meléndez, 4 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 19-20 v.
[ 188 ] Diligencia efectuada en casa de E. S. Guzmán, 4 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 2o., f. 19-20.
[ 189 ] Diligencia del 4 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 2o., f. 20.
[ 190 ] Diligencia del 5 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 2o., f. 20 v.
[ 191 ] Otra diligencia del 5 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 2o., f. 20 v.
[ 192 ] Diligencia del 7 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 2o., f. 20 v.
[ 193 ] Oficio de J. A. Noriega al virrey Calleja, 7 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 26.
[ 194 ] Parte de José Salazar (homónimo del alcalde de San Juan) a J. Mendívil, 7 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 2o., f. 24-25.
[ 195 ] Certificación de J. Roldán, 7 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 27.
[ 196 ] Certificación de J. Roldán, 9 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 4o., f. 68.
[ 197 ] Certificación de J. Roldán. 8 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 27 v.
[ 198 ] Declaración de M. Nava, 8 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 34 v -35; declaración de B. Cánovas, 8 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 35 v -38, y declaración de F. X. Casela, 8 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 38-40 v.
[ 199 ] Declaración de J. Salazar, 9 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 42-45 v.
[ 200 ] Ampliación de la declaración de E. S. Guzmán, 10 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 46-49 v.
[ 201 ] Careo entre E. S. Guzmán y J. Salazar, 10 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 50-51 v.
[ 202 ] Oficio de J. A. Noriega al virrey Calleja, 12 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 52-52 v.
[ 203 ] Declaración de F. X. Casela, 12 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., 53-54 v, y declaración de B. Cánovas, 14 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 56 v -57.
[ 204 ] Careo entre J. Salazar y F. X. Casela, 12 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 55-55 v, y careo entre J. Salazar y B. Cánovas, 12 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 57 v -58.
[ 205 ] Declaración de I. Islas, 14 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 58 v -59.
[ 206 ] Careo entre J. Salazar e I. Islas, 14 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 59 v.
[ 207 ] Orden de J. A. Noriega, 14 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 67.
[ 208 ] Descargo de 84 pesos, s. f., Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 66.
[ 209 ] Diligencia efectuada el 16 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 79.
[ 210 ] Declaración de E. A. Dávila, 15 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 68 v -69, y declaración de B. A. Campos, 15 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 69-69 v.
[ 211 ] Declaración de J. M. Pérez, 16 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 77-77 v; declaración de S. Díaz, 16 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 77 v -78, y declaración de M. Nájera, 18 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 4o, f. 11.
[ 212 ] Declaración de Alejandro Valdés, 19 y 22 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 86-86 v.
[ 213 ] Parte dirigido a J. A. Noriega, 23 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., 93-93 v.
[ 214 ] Declaración de 1. Fernández, 24 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 96-97 v.
[ 215 ] Oficio de E, S. Guzmán al virrey Calleja, s. f., Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 4o., f. 3-3 v.
[ 216 ] Oficio de M. Nava al virrey Calleja, s. f., Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 101-103.
[ 217 ] Oficio de J. Mendívil al virrey Calleja, 28 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 109-110, y oficio de J. Elizalde al virrey Calleja, 20 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 88-89.
[ 218 ] Declaración de F. Méndez, 28 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 108-108 v.
[ 219 ] Diligencia de J. A. Noriega, 2 de marzo de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 116.
[ 220 ] Confesión de F. X. Casela, 3 de marzo de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 117-119; confesión de B. Cánovas, 4 de marzo de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 121-123, y confesión de M. Nava, 4 de marzo de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 123 v -126.
[ 221 ] Confesión de E. S. Guzmán, 5 de marzo de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 126 v -130.
[ 222 ] Confesión de I. Fernández, 8 de marzo de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 130 v -135.
[ 223 ] Confesión de J. Salazar, 9 de marzo de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 135 v -140.
[ 224 ] Oficio de J. A. Noriega al virrey Calleja, 14 de marzo de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 141-142.
[ 225 ] Oficio de Melchor de Foncerrada al virrey Calleja, 21 de marzo de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 143.
[ 226 ] Diligencia efectuada el 24 de marzo de 1814, Archivo General de la Nación, Infidencias, cuad. 1o., f. 145.
Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute (editor), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 10, 1986, p. 11-83.
DR © 2006. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
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Fuente:
http://www.historicas.unam.mx/public...ehmc10/123.pdf
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Re: Mexico no es bicentenario
MÉXICO EMPIEZA A PERDER TERRITORIOS ANTES DE SU INDEPENDENCIA.
8 agosto, 20149 agosto, 2014 / bardosorbisterrarum
Algunos mexicanos pensamos que nuestro país fue un territorio que surgió mágicamente. Su explicación es un tanto compleja. México es la versión independizada de la Nueva España, pero no abarcaba ese territorio gigantesco que hacía frontera con Alaska al norte y que llegaba al sur hasta Centro América al concluir la conquista. La Nueva España al empezar no abarcaba más que el territorio conquistado a los mexica y que fue expandiéndose poco a poco mediante conquista y colonización. Así por ejemplo, Texas no fue “nuestra” los 300 años que duró el virreinato.
Los exploradores españoles iban explorando y reclamando territorios para la Corona, aunque la colonización resultaba muy difícil, por falta de gente y por la bravura de de las tribus de indios al norte, que se negaban a integrarse a la Corona. Así que el dominio español sobre esas tierras era muy relativo. Mientras en 1786 los mexicanos apenas fundaban la ciudad de Los Ángeles, los Estados Unidos ya habían declarado su independencia de la Gran Bretaña.
Por otro lado la ambición expansionista de los recién independizados Estados Unidos afectaría el territorio mexicano desde antes de la Independencia. Los Estados Unidos ya habían puesto el ojo en los territorios de la Nueva España. Así pues Nueva España cedió la Florida a Estados Unidos para evitar un conflicto armado, La Luisiana se le cedió a Francia, quien a su vez la vendió a los Estados Unidos, por el oeste y al norte se acabó cediendo Oregón y San Miguel Nutka. Entonces como podemos ver el expansionismo anglo ya empezaba a hacer de las suyas con el territorio nuestro.
Así como empezó nuestro país con un pequeño territorio llamado Nueva España y fue expandiéndose gracias a la bravura y tenacidad de exploradores y conquistadores españoles, el tamaño de tal territorio y su cercanía con los territorios anglos, hizo que fuera muy vulnerable la frontera. La pérdida de territorios nacionales después de nuestra independencia es de todos conocida, pero el punto de aquí es hacer entender que los anglos ya tenían puestos sus ojos sobre los territorios de Nueva España. Lo que sucedió con Tejas y la guerra de intervención estadounidense fue sólo la continuación de ese mismo plan que ya tenían de apoderarse de esos territorios españoles.
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Fuente:
https://bardosorbisterrarum.wordpres...independencia/
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Re: Mexico no es bicentenario
Francisco Xavier Mina, el liberal que vino de fuera para luchar por la independencia
https://3.bp.blogspot.com/-vDbglSZHS.../s320/Mina.jpg
Por José Omar Tinajero Morales
Especialista en historia de México siglo XIX
Un personaje polémico es Xavier Mina, por ejemplo en España es considerado un traidor o ha quedado en el olvido; mientras que en México se le ve como un héroe, sus restos se encuentran en el Ángel de la Independencia y muchas calles importantes llevan su nombre. Mina tuvo dos momentos claves: la lucha contra la invasión francesa y su participación para lograr la independencia de México. En ambos momentos se caracterizó por sus ideas a favor del liberalismo.
Mina nació en el mismo año en que se inició la Revolución Francesa, 1789; en Navarra, en Otano una población cercana a Pamplona. Su verdadero nombre era Martín Xavier Mina. Sus primeros años se llevaron a cabo en el campo, pero para poder continuar con sus estudios se trasladó a Pamplona y luego a Zaragoza. Hablaba el castellano y el euskera.
Mina su lucha por la independencia de España
Al darse la invasión francesa a España, Mina se convirtió en un líder estudiantil que se opuso al avance de las fuerzas de Napoleón. La caída de Manuel Godoy, la abdicación de Carlos IV y la subida al trono de Fernando VII. Después se dieron las renuncias de Bayona, con lo que se proclamó como rey de España a José I, conocido como Pepe Botellas. Mina primero participó en el Ejército de la Derecha bajo las órdenes de Carlos de Aréizaga, quien le enseñaría las bases de la estrategia militar, entre su paryicipación ocupó la plaza de Alcañiz, el 23 de mayo de 1809.
Posteriormente, se convirtió en héroe popular, cuando Xavier Mina tenía 20 años, destacó como guerrillero, al frente del corso terrestre, de agosto de 1809 a marzo de 1810. Cayó en mano de los franceses, sufrió una grave herida en su brazo izquierdo, que estuvo en varias ocasiones a punto de serle amputado, pero él no quiso. El emperador pidió la ejecución de Mina, sin embargo, se le trasladó a Vincennes, donde estuvo cuatro años. Aquí conoció a Víctor Fanneau Lahorie, quien le ayudó a estructurar su ideología liberal para construir un mundo nuevo, una república donde impere la justicia y la libertad.
Mina y su labora contra el absolutismo
En 1812, se redactó la Constitución de Cádiz, de corte liberal, que se convertiría en la bandera de los enemigos del absolutismo. Xavier Mina abandonó el castillo de Vincenne el 8 de febrero de 1814. Fernando VII recuperó su trono, pero hizo a un lado la Constitución de Cádiz, lo que provocó la inconformidad de los liberales. Empieza entonces una etapa en que se ve a Mina como conspirador contra el gobierno absolutista y aprovecha su liderazgo para lograr un cambio cultural. Mina y su tío Francisco Espoz preparaon la toma de Pamplona, pero fue un fracaso.
Mina se trasladó a Inglaterra, donde se refugiaron hombres que habían luchado a favor de la independencia de las colonias americanas y de la implantación de la Constitución de Cádiz en España. LLegó al puerto de Bristol el 29 de abril de 1815. Estaría en Londrés hasta mayo del año siguiente. Ahi viviían personajes como José Blanco White, Andrés Bello, fray Servando Teresa de Mier, la familia Fagoaga. Varios ingleses apoyaron la causa liberal enfocada a América entre los que destacaron: Lord Rusell, John Allen, Lord Holland, entre otros.
Mina primero esperó los resultados de los liberales en Galicia, los cuales fueron derrotado. Entonces se dio cuenta que sólo quedaba un camino, lograr la independencia de México, para lograr dos objetivos: aplicar el modelo liberal en la Nueva España y por lo tanto, quitar suministro económico a España para así lograr que cambiara, aboliendo el absolutismo.
Preparación de la intervención liberal a la Nueva España
En México, el general Morelos había logrado, gracias a un buen equipo de líderes intelectuales y militares; estructurar un proyecto claro de independencia y república, para lo cual había proclamado, la independencia, estableciño el Congreso de Chilpancingo y se redactó la Constitución de Apatzingán. Sin embargo, Morelos fue perdiendo fuerzas, cuando le mataron a Hermenegildo Galeana y Mariano Matamoros. La derrota sufrida en Valladolid fue el principio del fin, el cual se consumó cuando lo fusilaron en diciembre de 1815 en Ecatepec.
Antes de morir, Morelos y los Guadalupes vieron que su proyecto liberal estaba a punto de diluirse por lo que decidió pedir apoyo a las fuerzas extranjeras. Envió a José María Fagoaga a Inglaterra a negociar con personajes claves para invadir México y lograr así la independencia. En ese contexto Xavier Mina decidió encabezar militarmente el proyecto con el apoyo de ingleses, franceses.
Dicho de otra forma, Mina fue el elegido para encabezar una invasión o intervención extranjera, que se gestó desde Inglaterra por la masonería liberal. Mina había recibido influencia de Fagoaga y de fray Servando Teresa de Mier, para darse cuenta de la situación de México. En agosto de 1816 dio a conocer una Proclama y se preparó para salir en el barco esclavista llamado Caledonia.
Primero llegó a Estados Unidos a Baltimore, después realizó un viaje a Haití para entrevistarse con Simón Bolivar para convencerlo de acompañarlo a a México. Bolivar no quiso secundarlo. Mina regresó a Estados Unidos a Galvestón.
Xavier Mina y su campaña en México
Después decidió entrar a territorio novohispano en Soto la Marina, el 11 de mayo de 1817, lo cual fue muy criticado por fray Servando Teresa de Mier. Se construyó un fuerte, que sirvió para proteger la espalda a la División Auxiliar que empezó a acercarse a territorio insurgente. En esta etapa se dieron las grandes victorias de Mina; Valle del Maíz, 8 de junio; hacienda de Peotillos, 15 de junio y Real de Pinos, 18 de junio.
Se ha considerado que fue un error, que Mina no hubiera tomado la ciudad de San Luis Potosí, con lo cual habría adquirido fuerza y dinero. Llegó al Fuerte del Sombrero o Comanja, que estaba bajo la dirección del padre José Antonio Torres y del general Pedro Moreno. Se le hizo obsesión tomar la ciudad de Guanajuato, lo cual fue debilitándolo.
Mina fue aprehendido, el 27 de octubre, en el rancho El Venadito que estaba en la hacienda Tlachiquera, en el combate murió Pedro Moreno. En la troje todavía existe una placa, al igual que en Silao, que recuerdan estos hechos. Mina fue fusilado en el fuerte de Los Remedios (Cuerámaro), el 11 de noviembre de 1817. El Virrey Juan Ruiz de Apodaca, se le dio el título de conde del Venadito, por haber logrado capturar y matar a Mina.
Xavier Mina se sumó a una serie de insurgentes como Morelos, Guerrero y Guadalupe Victoria, que deseaban implantar una república federal, con ideas liberales en México. Lo criticable es su unión con grupos de poder de Estados Unidos y de Inglaterra, que pondrían a la nueva nación, supeditada a los intereses de las potencias patrocinadoras.
Bibliografía
Ortuño Martínez, Manuel, Xavier Mina. Fronteras de libertad, México, Porrúa, 2003.
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Fuente:
Accion Tepetlaoxtoc: Francisco Xavier Mina, el liberal que vino de fuera para luchar por la independencia
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Re: Mexico no es bicentenario
Contrario a mi costumbre de resaltar las ideas más importantes de cada documento que coloco aquí, esta vez lo voy a dejar tal cual porque considero que todo él es de necesaria lectura para comprender como las lealtades de los nativos se dividieron entre los realistas e insurgentes y así romper el mito de una adhesión total a éstos últimos.
Las comunidades indígenas de la Nueva España y el movimiento insurgente (1810-1817)
Manuel Ferrer Muñoz
Instituto de Investigaciones Jurídicas Universidad Nacional Autónoma de México, México D. F.
Se analiza el papel desempeñado por las comunidades indígenas de la Nueva España en la critica coyuntura del conflicto insurgente que se desencadenó en 1810. El estudio profundiza en las motivaciones que indujeron a esas comunidades a tomar uno u otro partido de los enfrentados en los campos de batalla, y pone el énfasis en las divisiones que imperaron en su seno. Se muestra, en fin, el papel subordinado de los indios sublevados, que nunca gozaron de la plena confianza de sus dirigentes criollos.
Al comenzar estas líneas me viene a la mente la brutal expresión empleada por Francisco Bulnes para significar el lugar reservado a los indios por los artífices de la política mexicana a lo largo del siglo XIX: “una máquina de carne para morir o matar por cualquiera causa o sin causa”.[i] Tiempo habrá, más adelante, para volver sobre esta consideración. De momento, esa desagradable imagen nos despeja el camino para acercarnos al tema que nos hemos propuesto desentrañar, en la medida en que esto sea posible: ¿será cierto, como quizá sospechamos, que la condición de “acarreados” acompañó también a los indios que murieron en los campos de batalla a raíz de la agitación revolucionaria desatada en 1810?
Tal vez sea Eric Van Young uno de los historiadores que más ha insistido en la importancia que debe atribuirse a las conspiraciones que precedieron al estallido de la insurrección de septiembre de 1810 —tanto las apócrifas como las reales—, para comprender el comportamiento de los pueblos indígenas durante la guerra insurgente.[ii] También nosotros arrancaremos, como punto de partida, de dos sucesos aparentemente desconectados del trascendental movimiento iniciado en aquel año por el cura Hidalgo. Al lector impaciente debemos advertir que no estamos proponiendo una introducción ajena al objeto de nuestro estudio. El saldo de uno y otro episodio es elocuente: sin un estímulo exterior, y sin un liderazgo también ajeno, los pueblos indígenas que habitaban lo que pronto sería la República mexicana se hallaban incapacitados para una acción de amplio calado. Para explicar esa impotencia no es preciso acudir al socorrido tópico de la ignorancia indígena[iii] —como cualquier otro lugar común, poseedor de cierta dosis de verdad—: basta pensar en la completa falta de articulación de las comunidades indígenas, fragmentadas, divididas y enfrentadas muchas veces entre sí, que dejaba vía libre a la acción de los inconformes criollos.
Ese era el sentir de las autoridades novohispanas, como lo muestra una carta del brigadier Calleja al virrey Venegas, fechada el 29 de enero de 1811, en la que expresaba su temor por el peso que representaba la Nueva España para “una metrópoli que vacila”. Tanto criollos como europeos, proseguía Calleja, se hallaban convencidos de las ventajas de un gobierno independiente; y tan generalizado era ese sentimiento que el triunfo de la causa separatista no habría encontrado muchos obstáculos si no hubiera mediado la “absurda insurrección de Hidalgo” que, al abrir las puertas de la rebelión a los indígenas, desvirtuó la naturaleza de aquellas aspiraciones independentistas.[iv]
La invertebración entre las comunidades originó comportamientos muy diferenciados de unas y otras, que han de ser tomados en cuenta a la hora de enunciar juicios que pretendan traspasar particularismos. Si William B. Taylor captó una notable diversidad en las formas de inquietud rural que se manifestaron en Jalisco y en Oaxaca a principios del siglo XIX, y en las actitudes observadas por los pueblos de una y otra región durante las luchas insurgentes,[v] la investigación que hoy presentamos enfatiza la pluralidad de decisiones de los pueblos indígenas en el marco más amplio del Virreinato, y quiere romper con el panorama convencional de una masa aborigen que se batió con entusiasmo por la causa de Hidalgo y de Morelos.
Las primeras señales de alarma
Diez años antes del estallido de la guerra insurgente se produjo en Tepic, Nueva Galicia, un brote de revuelta derivado de móviles que nunca llegaron a ser conocidos con detalle. No obstante, las noticias sobre esas ocurrencias circularon por toda la Nueva España y dejaron a su paso temores y esperanzas: “en cierto tiempo se divulgó que en tierra adentro había un rey coronado, el señor Mariano I, y sólo con haberse dicho ya, esta vil, infame y traidora nación española no hallaba medio o ardid para recoger sus caudales, e irse a sus tierras”.[vi]
Existen muy interesantes coincidencias entre ese episodio y el que tuvo como protagonista a José Bernardo Herrada —el mesías trastornado de Durango— a fines de 1800 y principios de 1801: tantas que algunos funcionarios de la administración virreinal llegaron a pensar que Herrada y Mariano eran una misma persona.[vii] Eric Van Young y Enrique Florescano se han ocupado de esos sucesos y Van Young ha señalado dónde se halla la correspondiente documentación de archivo.[viii] Remitimos, en fin, a la Historia de Méjico de Lucas Alamán, que proporciona otras referencias.[ix] Los acontecimientos de Tepic, cuyo relato omitimos por las razones apuntadas, revelan aspectos de interés y muestran, en último término, la incapacidad en que se hallaban los indígenas para articular con visos de éxito un movimiento de resistencia al poder virreinal.
También en el Archivo General de Indias hemos localizado otro interesante expediente, relacionado éste con la causa que se instruyó en septiembre de 1808 —Garibay había reemplazado ya a Iturrigaray— a dos españoles: José Luis Rodríguez de Alconedo, patrón de platería, y su hermano, José Ignacio, profesor de farmacia y administrador de una botica, a los que se acusaba de intrigar para promover una insurreción en México.[x]
Según confesión del segundo de los presuntos cómplices, cuando fue invitado a sumarse a la conspiración que se hallaba en marcha, los conjurados “tenian ya listados como diez mil Indios, y como quatro mil Americanos”, y esperaban la incorporación de otros tres pueblos de indios. Otro de los interrogatorios —aplicado a un mestizo de nombre Espinosa— aportó novedades sobre los móviles que impulsaron el complot: “quitarles el mando á los Gachupines, con lo que se haria este Reyno feliz bolviendo á sus dueños que eran los Criollos”.[xi]
Con independencia de la fiabilidad de esos testimonios —escasamente creíbles en su literalidad—, las averiguaciones judiciales practicadas arrojan luz sobre varios aspectos importantes: son españoles y mestizos quienes se ven implicados como artífices de los preparativos insurreccionales, que persiguen el objetivo inequívoco de operar una traslación del poder político en beneficio de los criollos; y se recurre a los indios como carne de cañón que ni siquiera merece la connotación de “americana”: los verdaderos “americanos”, a quienes se ha de restituir lo que les pertenecía en calidad de dueños, son los criollos.
Años después, el Ilustrador Americano dejó traslucir las mismas convicciones cuando, al comentar las exageraciones con que la propaganda realista había celebrado el sitio de Cuautla, sostuvo que las armas de Calleja habían triunfado “solamente de las viejas, de los muchachos y de unos pocos indios”.[xii]
Indiferentismo indígena y revolución liberal gaditana
Lo expuesto hasta aquí y lo que se desarrollará a continuación proporciona un presupuesto que juzgamos de la máxima importancia para comprender la posición de los indígenas ante la insurgencia. Y es que el estado espiritual y cultural de esas gentes en vísperas de la revolución distaba mucho de ser el óptimo y el deseable. Así lo había reconocido con desaliento el conde de Revillagigedo, años atrás, al comprobar que los esfuerzos empleados para inculcarles la fe y la doctrina “no habían producido el efecto que debía esperarse y los indios estaban aún bien ignorantes y muy rudos en asuntos de religión”.[xiii]
Prácticamente idéntico al panorama trazado por Revillagigedo era el balance realizado por Fernández de Lizardi en uno de sus escritos, dedicado a la dispensa concedida a los indios para que no les obligara el precepto de oír misa algunos días de fiesta, por gozar de la consideración de cristianos nuevos a los que no convenía plantear exigencias demasiado severas:
ahora bien, si esto es así, han pasado ya los trescientos años de neofitazgo, ¿deben o no reputarse los indios como cristianos viejos? Si deben reputarse como tales, es fuerza que les obliguen los preceptos de la Iglesia como todos. Si no, ¿hasta cuántos siglos han de ser los indios aprendices de cristianos? ¿Si será hasta el fin del último, usque ad consumationem saeculi?[xiv]
Por tales motivos y por todo un cúmulo de razones que no es oportuno analizar aquí, el arranque del proceso insurgente sorprendió al indio en un status de tremenda inferioridad: no sólo en su condición socioeconómica, sino también —y sobre todo— en sus niveles educativos y culturales. Es, pues, comprensible que la trasformación del orden político acometida por las Cortes gaditanas difícilmente podía arrancar al indio de su apatía y abulia habituales.
Encontramos un buen exponente del alejamiento entre los dirigentes políticos del virreinato y el grueso de la población india en una divertida e imaginaria carta de los indígenas de Tontonapeque a El Pensador Mexicano, a la que dieron pie las pláticas del cura sobre las consecuencias del principio de igualdad contemplado en la Constitución de Cádiz, ya enunciado antes con carácter general en el decreto de 15 de octubre de 1810 y, para el caso de los indios, en el de 9 de febrero de 1811.
En la escéptica apreciación de los naturales del pueblo, su condición de ciudadanos[xv] sólo se había materializado en el incremento de la carga impositiva.
¿Qué nos importa que nos quiten el dichoso triboto, si nos han cargado de contribociones al antojo del Comandante que ya nos saca el sangre, porque no tenemos mas que darle? Mas mejor lo estabamos antes; y no agora con el maldita Costitucion, que sos mercedes llaman el código á gusto, el código divino y quen sabe que mas. Con razon mochisimos no quieren el Costitocion, y esto que son ricos; pos nosotros los probes indios ¿como los estaremos con esta maldá?[xvi]
No cabe duda de que Fernández de Lizardi, buen conocedor de su entorno, atinaba al interpretar los incrédulos sentimientos que albergaban los indígenas con relación a las idílicas promesas liberales: y eso no obstante el gran esfuerzo propagandístico desplegado por los patrocinadores del Nuevo Régimen. En efecto, después de que la sublevación de Riego hubiera obtenido el retorno del constitucionalismo a España, se editaron múltiples folletos a través de los cuales se pretendía convencer a los indios de las excelencias del sistema constitucional, con un particular énfasis en su acceso a la condición de ciudadanos, en igualdad de derechos con los demás españoles, y en la supresión de antiguos usos, como la pena de azotes, las mitas o los servicios personales. La apología de las nuevas libertades llegaba al extremo de atribuirles la capacidad de influir en la conciencia de los indios para enseñarles a discernir el bien y el mal:
tantos bienes vais á disfrutar, que no sabreis apreciarlos sino gozandolos realmente, porque sujetos en los tiempos pasados á tantas trabas, opresiones y desdichas, ni conociais el nombre del bien, y el mal mismo se os presentaba en la copa de oro, esto es, con la máscara de bien, con el nombre de proteccion, de amparo, de favor; y embriagados con una lisonjera esperanza, con una falsa seguridad, vuestra alma sensible, connaturalizada con las penas, aletargada con el peso de sus desgracias, á penas como en un profundo sueño, sentia lo gravoso de su suerte miserable.[xvii]
A la vez, se insistía en la necesidad de que los indios accedieran a la instrucción, como el medio más eficaz para evitar que rebrotaran los antiguos abusos:
vuestro continuo trabajo no os deja lugar para pensar que sois racionales. Mas apartaos un rato de este trabajo; id á las escuelas; instruios en vuestra religion y en vuestros derechos; mandad á vuestros hijos, para que no corran la misma suerte que vosotros: que aprendan á leer, para que así sepan el gran bien que poseen en la sábia Constitucion, y puedan reclamar su observancia siempre que sea necesario. Si en alguno de vuestros pueblos no hubiere escuelas, exigid á vuestros curas y ayuntamientos que os las pongan, que así lo manda la Constitucion.[xviii]
Sabemos, sin embargo, que las nobles intenciones que habían inspirado los decretos de Cortes que pretendían suprimir privilegios e igualar a todos ante la ley se vieron frustradas, en buena parte, por la confluencia de una larga serie de factores: muy en particular, las nuevas contribuciones que vinieron a recaer sobre los indios, y las arbitrariedades de los mandos militares, que agravaron la penuria económica de los indígenas. No cabe olvidar, en último término, la discriminación de los americanos que introdujeron las Cortes cuando se ocuparon del delicado asunto de la representación indiana en el órgano legislativo.[xix]
En pleno apogeo de la guerra insurgente, cuando apenas había entrado en vigor la Constitución en tierras de la Nueva España, se escribió con amarga ironía en Sud acerca del silencio impuesto a los indios, incapaces de protestar contra los agravios que se les inferían, porque “no nos dexan hablar ni aprender lo necesario”; privados de gustar las uvas de Zapotitlan, pues “decian que por Leyes de Indias solo podian comerlas los Sres. gachupines”, y reducidos a la miseria, “porque dixeron los padres que andaban con Hernan Cortes, que los indios habian profesado la pobreza evangelica para salvarse”.[xx]
Las comunidades indígenas y la coyuntura bélica: ¿insurgentes o realistas?
Muchas comunidades indígenas pelearon en la guerra insurgente de 1810, sin que pueda sostenerse una adscripción en bloque a uno u otro de los bandos enfrentados. Más aún, como ha hecho notar Alicia M. Barabas para el espacio geográfico oaxaqueño, los indígenas de pueblos enteros que se vieron involucrados en el conflicto titubearon en la elección del bando que debían apoyar: así, mientras que algunos pueblos de la mixteca de la costa sostuvieron la causa independentista, otros del mismo litoral se pronunciaron en favor de los españoles.[xxi] Incluso se podría pensar, con Hamill, que la mayoría de indios y castas de la Nueva España prefirió mantenerse lejos del conflicto, y que sólo se movilizaron cuando éste les afectó de un modo directo.[xxii]
Virginia Guedea observa, de su parte, que la guerra provocó una participación generalizada de la población de los Llanos de Apan y zonas circunvecinas de Puebla y Veracruz, y que en ambos bandos tomaron parte “tanto gente ‘de razón’como la ‘indiada’”.[xxiii]
William B. Taylor afirma que no todos los indios del mundo rural de Jalisco —entonces, Nueva Galicia—, ni siquiera la mayoría, tomaron parte en el levantamiento que tuvo como hitos la batalla de Zacoalco y la ocupación de Guadalajara por las fuerzas de José Antonio Torres; y que, después del retorno de los realistas, los indígenas de Zacoalco quedaron profundamente divididos en sus lealtades políticas y en sus proyectos de futuro. Añade también que el apoyo a la insurgencia no fue una acción colectiva de pueblos enteros —quizá con la excepción del breve período de Torres—, sino decisión de individuos aislados, por numerosos que hubieran podido llegar a ser; e incluso registra la existencia de dos pueblos —Tonalá y Tlajomulco—, que se inhibieron en la lucha que se desarrolló durante aquellos críticos años.[xxiv]
La indeterminación de muchas comunidades indígenas y la identificación de otras muchas con el bando realista pueden ser explicadas de muchos modos. El juicio que expresa Castillo Ledón ayuda eficazmente a pensar esas razones a partir de un fundamento sólido: “la independencia la promovieron los criollos y los mestizos y aun algunos españoles. Hidalgo y todos los jefes pertenecían a las dos primeras clases. La guerra no se declaró precisamente para vengar agravios de los indios; pero sí arrastró a éstos”.[xxv] Es ésa la interpretación a que se abona Cécile Gouy-Gilbert, que resalta la ambigüedad de la lucha por la independencia que, si bien reunió a los indios bajo la influencia de Hidalgo y de Morelos, “se llevó a cabo sobre todo por el hecho de que los criollos querían desembarazarse de la ‘burocracia peninsular’ sin cambiar por ello la estructura social de la Colonia”.[xxvi] Dieter George Berninger participa de la misma opinión: “los verdaderos beneficiarios de la independencia fueron los criollos [.... Todos sus objetivos en la lucha por la independencia tenían estrecha relación con el deseo de sustituir al gachupín [... en las posiciones de poder”.[xxvii]
A fin de cuentas, el parecer de Castillo Ledón reproduce los puntos de vista expresados por la mayoría de autores del siglo pasado, que admitieron una movilización masiva de indígenas durante la insurrección, que se decidió como por instinto.[xxviii] Así lo expresó nítidamente Lorenzo de Zavala: “los indios tomaron una parte tan activa en la revolución, cuanta les permitían sus facultades morales y su incapacidad de discurrir por el estado de degradación en que estaban”; “Viva la América y la virgen de Guadalupe, fue el grito dado en el pueblo de Dolores, y diez mil indios mal armados y medio desnudos agrupados alrededor de sus corifeos, obraban por un sentimiento desconocido y corrían a destruir a sus opresores”.[xxix]
El hecho mismo de que muchos campesinos indios se contasen entre los seguidores de Hidalgo indujo a unas cuantas corporaciones de naturales, cuyo régimen de vida estaba ligado a centros urbanos —incluidas las parcialidades de la capital del virreinato,[xxx] las repúblicas de indios de Guadalajara y el gobernador de naturales de Querétaro—, a manifestar su fidelidad a la causa realista y a proponer la organización de tropas de voluntarios.
Lucas Alamán recoge la respuesta que, unos cuantos meses antes de la sublevación de Hidalgo, había dado el gobernador de la parcialidad de indios de San Juan a la proclama de Garibay, por la que éste informó de la negativa marcha de la guerra que se sostenía en la península ibérica contra las armas de Napoleón: “aun cuando no hubiese en España mas que un pueblo libre de los enemigos, donde residiese aquel cuerpo nacional (la junta central), á este se debe reconocer como lugar teniente de S. M., y no pueden (los indios), tener otro rey que el inmediato sucesor de la casa de Borbón”.[xxxi]Al mismo autor debemos el registro de las protestas de fidelidad de otras corporaciones de indígenas, después ya de haberse producido la revuelta del cura de Dolores, y la constancia del alborozo con que acogieron las parcialidades capitalinas la noticia del regreso de Fernando VII a suelo español.[xxxii]
Aunque pudiera dudarse de la sinceridad de esas declaraciones, parece verosímil su rectitud si se tiene cuenta —como observa Virginia Guedea— que no existían relaciones entre los diversos grupos indígenas que facilitaran la manipulación de aquellas expresiones de lealtad que, por lo demás, no lograban encubrir signos de simpatía hacia el movimiento insurgente de parte de algunos dirigentes de las parcialidades capitalinas, como los que participaron en unas juntas clandestinas celebradas en el tecpan de Santiago en junio de 1810 con la finalidad de impedir el envío de dinero a España, obtener el consentimiento para que los pueblos pudieran reunirse y tratar sobre la independencia, exigir la instalación de Cortes y reclamar al gobierno la entrega de armas a los indios.[xxxiii]
Ese fue también el caso de Francisco Galicia, que había sido gobernador de la parcialidad de San Juan y que, después de haber sido designado elector del ayuntamiento de México en las elecciones de noviembre de 1812 por la parroquia de Santa Cruz Acatlán, escribió a Rayón informándole de lo ocurrido en aquella jornada y prometiéndole ayuda si se acercaba a México con sus fuerzas.34 Condenado más tarde por su apoyo a los rebeldes, murió en prisión en Acapulco mientras esperaba la embarcación que iba a conducirlo a su destierro en las Islas Marías.[xxxiv]
Otro antiguo gobernador de la parcialidad de San Juan, Dionisio Cano Moctezuma, acreditado también como elector en noviembre de 1812 por Santo Tomás, se vio implicado en una averiguación sobre su “conducta y manejo”, por considerársele autor de una carta que se encontró en poder de Morelos. Constaba además a las autoridades realistas que Cano Moctezuma se hallaba en comunicación con los insurgentes y que pertenecía a los Guadalupes.[xxxv]
Asentado que la mayor parte de los dirigentes de las parcialidades capitalinas, con excepciones como las ya reseñadas, se solidarizaron con la autoridad virreinal, puede pensarse en otros móviles coadyuvantes en esos testimonios de adhesión:
la militarización general que sufriera el virreinato a partir de entonces [desde 1810] y que tanto afectara a los sectores socio-económicos más bajos de la población vino a despertar en algunos de los funcionarios indígenas, además del deseo natural de evitar que sus gobernados sufrieran las consecuencias de una leva masiva, el deseo de formar con ellos cuerpos organizados que estuvieran bajo su mando y que ofrecieran un apoyo al ejercicio de su autoridad, amenazada por el establecimiento de la Constitución de 1812, que aparentemente abría nuevas vías de acción a los indígenas pero que, de hecho, venía a poner fin a su régimen especial de gobierno.[xxxvi]
Las afirmaciones de Virginia Guedea sobre el impacto del texto fundamental de Cádiz en la vida de las comunidades indígenas, que acaban de reproducirse, son contradichas —al menos en parte— por las tesis de Antonio Annino que apuntan a una “interpretación india” de la Constitución, en el sentido de que las parcialidades de la capital supieron defender el “poder étnico”, incluso en lo referente a los bienes de comunidad cuya administración se confió a los nuevos ayuntamientos electivos: “entre 1812 y 1813 no era de ningún modo obvio que el traslado de los bienes étnicos a los nuevos cabildos implicara la pérdida automática del control por parte de las dos parcialidades”.38
El mismo Annino ha enfatizado en otro trabajo la determinación con que se aplicó en la Nueva España el código constitucional de 1812, que no titubeó en la concesión del status de ciudadanía liberal para los indios y que tuvo como consecuencia la entrada de las comunidades en el mundo del constitucionalismo moderno: un ingreso que, sin embargo, implicó la adaptación de las normas políticas de la Modernidad a las tradicionales prácticas de gobierno indígenas, y el consiguiente efecto potencialmente desestabilizador para el nuevo orden.[xxxvii]
Andrés Lira relativiza los puntos de vista de Antonio Annino: si bien es cierto que algunos antiguos gobernadores de las parcialidades de la ciudad de México se vincularon a las nuevas instituciones —”para ellos el régimen constitucional era una etapa más en su carrera política”—, las autoridades de las repúblicas dependientes de las parcialidades vieron comprometido su futuro, pues la existencia de ayuntamientos constitucionales señalaba su extinción como focos de poder local.[xxxviii]
De otro lado, la matanza de la alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato, no sólo aterrorizó a las clases altas y medias de la Nueva España, sino que amedrentó a elementos de inferior condición social, entre los que se contaban numerosos indígenas: “los indios poseedores de tierras comunales y los campesinos sentían temor de ser desposeídos por los pobres carentes de tierras que militaban en las fuerzas de Hidalgo”,[xxxix] como también pudieron experimentar miedo ante la perspectiva de verse enrolados a la fuerza en alguna partida de insurgentes.42
Se explica así que poblaciones indígenas, como los habitantes del altiplano central o los empleados de haciendas de las regiones situadas al norte del Bajío, como San Luis Potosí,[xl] prefirieran mantenerse a la expectativa y sólo de modo aislado prestaran apoyo a los insurgentes. Lo mismo ocurrió entre los mixtecos, a quienes debió de resultar poco atractiva la posibilidad de ser gobernados por hombres como los capitanes de Morelos: por eso respondieron con evasivas a las exacciones tributarias y a las demandas de víveres para los cuarteles insurgentes. “Cuando el pueblo de Yodocono resistió un pedido del coronel Aparicio que exigía 25 pesos, 4 arrobas de totoposte y una ración de zacate, la guarnición del cuartel cercano atacó al pueblo con caballería e infantería, quemó los bohíos y se llevó presos a los hombres que lograron atrapar, a quienes el coronel extorsionó por 3.000 pesos antes de soltarlos”.[xli]
Por lo que hace a los indígenas del valle de México, Timothy E. Anna coincide con Hamill en subrayar la escasa ayuda que proporcionaron a Hidalgo, influidos quizá por la intensa propaganda del gobierno, que divulgó por todos los medios a su alcance los horrores sembrados por la insurgencia en el interior del país.[xlii]
Es preciso admitir que todavía hoy nos encontramos carentes de información precisa que permita valorar en su justa medida las motivaciones de las regiones y de los diversos grupos sociales que se alzaron en 1810.[xliii] Pero el mismo retraso con que se produjo la expedición del decreto por el que Hidalgo obligó a devolver a las comunidades de los naturales las tierras que les habían sido usurpadas ilegalmente —decreto del 5 de diciembre de 1810— y la limitación del alcance de esa medida, que se circunscribía a la restitución de tierras arrendadas, pueden hacer pensar en un cierto carácter instrumental y en la necesidad en que se veía el cura de Dolores de conciliar los intereses del levantamiento criollo con los de otros sectores sociales que estaban brindando apoyo a la insurrección. La posterior abolición del tributo significó ya un importante paso adelante en la ruptura con el ordenamiento anterior: así lo han entendido Luis Villoro y Enrique Florescano, que interpretan esa medida como expresión de la soberanía efectiva del pueblo y del propósito destructor del orden antiguo.47
Tampoco parece imprudente generalizar la hipótesis que formuló William B. Taylor para explicar la incorporación al movimiento insurgente de grupos e individuos de las poblaciones del centro de Jalisco: más que atribuirla a contagio de la propaganda de los rebeldes, habría que pensar en el rechazo que provocó la represión realista y su política de tierra quemada.[xliv] Del mismo modo resulta convincente su recurso al influjo de los curas sobre sus feligreses, que pudo condicionar de modo decisivo la postura favorable u hostil de éstos hacia la insurgencia.[xlv]
Los argumentos de que se sirvieron algunos insurgentes para justificar su militancia en el bando contrario al realista se nos antojan, a veces, peregrinos, pero no dejan de remitir a un interesante simbolismo. Van Young recoge la respuesta que dieron unos indios capturados cerca de Yuririapúndaro en 1810, cuando fueron interrogados por su adscripción al campo rebelde: los caciques de sus pueblos les habían ordenado unirse a las fuerzas de Allende por orden del rey.[xlvi] Y el mismo autor subraya el extraño entrelazamiento de aspiraciones tan confusas como el mesiánico milenarismo indio y un legitimismo distorsionado, que se concretó en rumores como la presencia de Fernando VII en México, entre 1810 y 1811, disfrazado de un enmascarado que favorecía la causa de los rebeldes.[xlvii]
No cabe duda, desde luego, de que los indígenas que se alzaron en 1810 obedecieron a impulsos que poco o nada tenían que ver con los postulados de la elite protoliberal, y eso aun cuando los símbolos motivadores de su rebeldía fueran formalmente los mismos elegidos por los criollos que dirigían el movimiento.[xlviii] Lo entendió muy bien Juan de Yandiola, enviado a la Nueva España por las Cortes para analizar la situación del virreinato, cuando advirtió que el movimiento promovido por los criollos se complementaba con otro de raíces populares, que implicaba a muchos indígenas levantados en defensa de su religión y tradiciones, que creyeron amenazadas.53
En el curso de los años que duró la contienda, por vez primera, las comunidades indígenas adquirieron conciencia de su propia fuerza, gozaron de una verdadera autonomía, e incluso aprovecharon para adueñarse de tierras o aguas que venían reclamando desde tiempo atrás a propietarios particulares. Esa competencia por la tierra, unida a la tradicional resistencia a las coacciones fiscales, había alimentado desde tiempos remotos frecuentes litigios: y no parece imprudente suponer que, a partir de 1810, influyera en las actitudes favorables a la insurgencia que observamos entre esos pueblos. “Diferencias locales sobre estas cuestiones pudieron determinar que algunas poblaciones se inclinaran a favor de la insurgencia y otras a favor del realismo, o hacia la no participación”.[xlix]
A decir verdad, no todas las rebeliones de indios venían motivadas por pleitos sobre utilización de tierras o de aguas, pero sí se hallaban relacionadas con esta vertiente, de uno u otro modo: por ejemplo, las tensiones provocadas por el endeudamiento, las condiciones de trabajo o la regulación de salarios.[l] No obstante, como previene Tutino, es preciso limitar el alcance de esas protestas rurales que, en la mayoría de los casos, afectaron sólo a comunidades campesinas aisladas.[li]
El esfuerzo bélico acometido desde 1810 incorporó a muchas de aquellas comunidades, hasta entonces aisladas, a una coalición de intereses cada vez más amplia, pluriétnica y plurisocial: “pueblos indígenas, labradores del campo, pequeños rancheros, mayordomos de haciendas, arrieros, vaqueros, artesanos, letrados provincianos, párrocos, oficiales de la milicia, y aun familias prominentes de la localidad”.[lii] En consecuencia, los conflictos locales preexistentes tendieron a ensancharse y su resolución rebasó la disponibilidad de medios con que hacerles frente: por eso, el logro de la independencia política no obtuvo la erradicación de esos problemas.[liii]
Aunque la postura más difundida entre los indígenas —incluso antes del grito de Dolores—[liv] fuera favorable a la causa insurgente, algunos de ellos protagonizaran importantes hechos de armas en este bando, muchos sufrieran encierros en calabozos realistas, muchísimos entregaran su vida por la causa de Hidalgo, y otros se distinguieran por los servicios de espionaje y de apoyo desde la retaguardia que prestaron en favor de la insurgencia o por los cuidados que prodigaron a sus heridos y enfermos, resulta imposible obviar el hecho de que existieron diferencias de opinión en el interior de los pueblos, y que hubo bastantes que lucharon abiertamente en defensa de los derechos esgrimidos por España.
Pocas veces han parado mientes los historiadores en esa presencia de bandos antagónicos en el seno de las comunidades, a que nos referíamos en el anterior párrafo. El hambre de tierras instigó no pocos conflictos internos y condicionó más de una lealtad. Fue el caso, recordado por Ortiz Peralta, de Ixmiquilpan, cuyo gobernador se dirigió en 1812 al Juzgado General de Naturales en solicitud de permiso para una redistribución de las tierras de repartimiento entre nuevos solicitantes, que aprovecharon la coyuntura de que los anteriores beneficiarios se habían sumado a la insurgencia.[lv]
Aunque casi toda la provincia de Tlaxcala se hubiera decantado por la causa insurgente, según aseguraba Rayón a Morelos, “el gobernador de indios es del partido contrario, y por razón de su crecido caudal e influjo los tiene en sumo grado oprimidos”.[lvi] Un indio noble, Diego Páez de Mendoza, capitaneó a los patriotas de Ameca, y derrotó y arrebató el equipaje al insurgente Arroyo cuando huía de Valladolid y trataba de penetrar en la provincia de Puebla.[lvii]
Otro caso ejemplar fue el de Agustín de la Cruz, gobernador de Yodocono en 1816 y 1818, que fue denunciado como realista por sus convecinos partidarios de la insurgencia. Según la acusación, cuando los rebeldes abandonaron el pueblo, De la Cruz “hizo sacar en procesión el retrato del rey, con música, cohetes y vivas” (lo que no hubiera podido realizarse sin el concurso de mucha más gente).[lviii]
Recordemos, en fin, a Jorge Cipak, gobernador de Patzún, recomendado por el capitán general de Guatemala al secretario de Estado y Gobernación de Ultramar, para que se le premiara con el derecho a poner las armas reales sobre la puerta de su casa, y para que se le autorizara a nombrar al gobernador de aquel pueblo en la persona de uno de sus hijos: todo ello en recompensa por haber prestado valiosos servicios a la Corona durante la insurrección.[lix]
Juan Ortiz Escamilla certifica varios casos de poblaciones cuyos habitantes se dividieron a la hora de decidir a cuál de los dos bandos en pugna iban a apoyar: Tepeji del Río, Chapa de la Mota, Tulancingo. Aunque no se tratara de lugares exclusivamente indígenas, y aunque algunas veces —como en Tulancingo—, la alineación con realistas o insurgentes se identificara con la bipolarización de una sociedad escindida en notables o paisanos honrados y plebe, también es cierto que no hubo unanimidad ni siquiera entre los indígenas.[lx]
Por supuesto, la dificultad para asentar juicios de carácter general prevalece también aquí: después de haber registrado varios ejemplos que muestran diversidad de pareceres, no podemos silenciar el caso de la república de Coatepec, de la jurisdicción de Sultepec, que dirigió una representación a Morelos para pedir que les nombrara gobernador.[lxi] Difícilmente hubiera prosperado una iniciativa semejante de no existir unanimidad en la adhesión a la insurgencia. Lo mismo parece sugerir la recaudación de cuarenta y siete pesos para la causa rebelde que efectuó la república de Santo Domingo Tonavistla.[lxii] No obstante, como en todos los donativos voluntarios, la disposición de los naturales en favor de la insurgencia que insinúa esa colecta ha de ser contemplada con cierta desconfianza, y no implica necesariamente una simpatía generalizada hacia ese bando.
Eric Van Young discrepa de la opinión común que ve en la insurgencia un fenómeno eminentemente mestizo, y se inclina por otorgar carácter mayoritario a la participación indígena en el movimiento insurgente. Sustenta su seguridad en el análisis de una muestra de mil trescientas personas acusadas de pertenecer a aquel bando, que permitió observar que casi el 55% de los individuos cuya etnicidad pudo ser averiguada eran indígenas, lo cual se “corresponde en grado bastante alto con la conformación étnica de la Nueva España”.[lxiii]
No obstante, pensamos que esas observaciones estadísticas, aunque interesantes y meritorias, nada enseñan sobre la postura de los indígenas ante la guerra: en efecto, si la proporción de insurgentes aborígenes descubierta por Van Young equivale a la que guardaba ese sector respecto de la población total del virreinato, no se aporta ningún indicio que permita suponer una predilección de esas etnias por la causa insurgente: simplemente se constata que se reproducía en el campo insurgente la misma estructura poblacional del territorio novohispano.
Se nos ocurren, además, otras objeciones al uso que hace Van Young de la información que recabó para su análisis. Según él mismo declara, la muestra se refiere a “individuos capturados por insurgentes [“como sospechosos de insurgentes”, debió escribirse con más propiedad] entre 1810 y 1815”;[lxiv] y tal vez no repara en el hecho de que no siempre se demostró que aquéllos a quienes se acusó de participación en la revuelta estuviesen efectivamente comprometidos con ella.
Hubo, por fuerza, casos en que los detenidos resultaron absueltos. Y es bien conocida, por otro lado, la arbitrariedad con que los subdelegados y los comandantes realistas procedían a capturar “insurgentes”, para granjearse la estimación de sus superiores y para imponer el terror en las poblaciones que habían manifestado simpatías hacia la causa enemiga. Precisamente de esa ligereza se quejó ante el rey Manuel de la Bodega y Mollinedo, en una representación que firmó en Madrid, el 27 de octubre de 1814: “autorizado cualquiera comandante para calificar de insurgente á el que encuentra en el campo ó poblado, lo hace ordinariamente sin la menor formalidad, y la inmediata ejecucion acaba con la vida de este miembro de la sociedad y decide de la suerte de toda su familia”.[lxv]
Todavía podemos llevar más adelante la crítica a la muestra seleccionada por Van Young de “individuos capturados por insurgentes”: no sólo no debe darse por supuesto que todos los acusados fueran insurgentes, sino que aún debe excluirse de esta consideración a muchos que fueron condenados o conceptuados como tales y que, sin embargo, no formaban parte de la insurgencia. ¿O es que la justicia impartida bajo la presión de un ambiente de guerra civil, y sin las garantías establecidas desde 1812 por la Constitución, debe reputarse de infalible?
Si en circunstancias de paz, la inquisición policial y la administración de justicia dejaban tanto que desear, y ofrecían facetas y rigores diversos según fuera la condición socioeconómica de los presuntos trasgresores de la norma, ¿no cabe pensar que eso ocurrió también durante la lucha insurgente? ¿No resultaba más asequible oscurecer las pesquisas policiales y enmarañar los procesos judiciales en favor de los miembros de las clases acomodadas que de las gentes que carecían de fortuna y que nada podían ofrecer a cambio de su liberación?
Por todo ello, resulta más que verosímil que los depauperados indígenas padecieron el rigor de la represión virreinal más que los criollos y que los mestizos; y que, insurgentes o no, resultaron inculpados con mayor frecuencia que otros grupos étnicos y sociales que gozaban de mayor poder adquisitivo para sobornar a los agentes de la justicia realista.
Para reforzar nuestros argumentos habría que recordar que, a tenor de un bando difundido por Calleja desde Zacatecas, en mayo de 1811, cualquier persona que viajara sin pasaporte corría el riesgo de “ser aprehendid[a] ó tratad[a] como insurjente”: si ese débil indicio bastaba a los mandos militares para otorgar el carácter de rebeldes a los que fueran sorprendidos sin esa documentación —y así se registra en los papeles de la época—, no parece que el historiador que escribe a más de siglo y medio de esos acontecimientos pueda conformarse con pruebas tan extremadamente débiles que permitían condenar a muchos inocentes cuyo “pecado” era de ignorancia, y no de insurgencia.[lxvi]
A fin de acabar de ratificar la carencia de bases con que se imputaba a muchos indígenas la condición de insurgentes, resulta pertinente referir un episodio del que dio cuenta Ignacio González Campillo, obispo de Puebla de los Ángeles, a Francisco Xavier Venegas, virrey de la Nueva España. Se quejaba en aquella ocasión el prelado angelopolitano de la torpeza de un tal Manuel Sánchez que, advertido por una denuncia, marchó al frente de su tropa para detener por la noche a unos sospechosos que, según la delación recibida, se disponían a pernoctar en una finca cercana a la capital de la provincia. La inopinada llegada de los soldados asustó al personal de servicio de la hacienda, que dormía plácidamente y pensó que era sorprendido por ladrones. Se trabó un tiroteo, a resultas del cual cayó herido de muerte uno de los criados. Finalizada la refriega, “el Comandante de la expedicion se vino á esta ciudad, ponderó la multitud de Indios, que llamaba insurgentes, y el mucho fuego que se había hecho contra su tropa”.[lxvii]
Si Van Young exagera tal vez al sostener que los indígenas se decantaron mayoritariamente por la insurgencia, el juicio de un contemporáneo de la guerra, el obispo electo de Michoacán, Abad y Queipo, peca del otro extremo. Así lo anotó Manuel Lorenzo Vidaurre en una glosa a la carta del 20 de junio de 1815, a través de la cual el prelado asturiano había expuesto su posición ante el fenómeno insurgente: “don Manuel Abad y Queipo con respecto á Méjico, que es la parte de América de que únicamente puede hablar algo, confiesa que los indígenas sensatos é ilustrados fueron opuestos á la independencia, por el sério convencimiento de su espíritu en los inconvenientes que resultaban”.[lxviii]
El indígena visto por los caudillos insurgentes
Incluso si se admite la participación efectiva de muchos indígenas en la insurgencia, y se pondera la voluntad integracionista de Morelos,[lxix] resulta incuestionable que también entonces fueron objeto de discriminación por parte de los caudillos militares y de personas acomodadas, que no ocultaban la desconfianza que les inspiraban esas masas levantadas en armas, a las que consideraban incapaces de captar el verdadero sentido de la lucha. Es éste el sentimiento que se trasluce en un comentario bienintencionado de Pedro García, vecino de San Miguel el Grande y uno de los primeros ciudadanos que se unieron a las fuerzas de Hidalgo: “los indígenas daban a conocer su contento cuando llegaron a entender los motivos y fin de aquel movimiento”.[lxx]
Idénticas prevenciones hacia la “plebe” indígena mostraron los Guadalupes en una carta a Morelos, en la que calificaban de “autómatas” a esas gentes, que “no ven mas que lo presente, sin reflexionar en el futuro, y viven conformes con su abatimiento, con que los dexen vivir en los vicios á que cada qual és inclinado”. Claro, que esas características negativas podían ser explotadas al servicio de la causa: “ésta clase de gente se dirige segun conviene, y algun partido se podrá sacar de ella”.[lxxi]
No otra había sido la preocupación de Ignacio de Allende, que llegó a manifestar a Hidalgo que, puesto que los indios no entendían “el verbo libertad, era necesario hacerles creer que el levantamiento se lleva a cabo únicamente para favorecer al rey Fernando”;[lxxii] que más de una vez perdió la paciencia con sus seguidores indígenas (en San Miguel y en Guanajuato);[lxxiii] que, en otra ocasión, se quejó ante el caudillo insurgente de que “los indios están muy alzados” y habían cometido varias atrocidades en las personas de tres europeos y un criollo,[lxxiv] y que, en una carta que escribió a Hidalgo desde Guanajuato, para convencerle de que reuniera sus tropas a las que él mandaba, expuso que el descrédito de los ejércitos insurgentes era tal que “hasta los mismos indios lo han censurado”.[lxxv]
Además, persuadir a los indios —como sugería Allende— de que la sublevación se proponía la defensa de los derechos del rey Fernando entrañaba riesgos que desveló José Ignacio Rayón:
supóngase sin embargo, que nuestras armas victoriosas triunfaron por fin de los opresores. Un cálculo ligero y sencillo puede demostrar la debilidad y languidez a que es preciso quedemos reducidos; y entonces la masa enorme de los indios, quietos hasta ahora y unidos con los demás americanos en el concepto de que sólo se trata de reformar el poder arbitrario, sin sustraernos de la dominación de Fernando VII, se fermentará, declarada la independencia y aleccionados en la actual lucha, harán esfuerzos por restituir sus antiguas monarquías, como descaradamente lo pretendieron el año anterior los tlaxcaltecas en su representación al señor Morelo.[lxxvi]
Parecidas eran las preocupaciones que Aldama confió al coronel realista Diego García Conde cuando éste se hallaba prisionero en manos de los insurgentes: tanto él como los demás jefes que capitaneaban la insurrección se habían persuadido del carácter irrefrenable del movimiento que habían desatado y de que, si los acontecimientos seguían su curso normal, “quedarían estos países en favor de los indios, sus primeros dueños”.[lxxvii]
Lorenzo de Zavala pareció penetrar en los pensamientos de Allende, cuando escribió: “¿qué podía hacer el coronel Allende, por más conocimientos que se le supongan, con más de cien mil indios que ni entendían el idioma, que mucho menos eran capaces de someterse a la disciplina, y que tenían que entrar en acción inmediatamente?”.[lxxviii]
En el decisivo trance de marchar sobre la capital del virreinato, desprovista de defensas que pudieran resistir a las fuerzas insurgentes,Allende volvió a manifestar su desconfianza en las hordas de indios, que a duras penas habían triunfado en las Cruces y que, con toda probabilidad, huirían azorados cuando se trabara el combate.[lxxix]
También había sido ése el mensaje que trasladó Carlos María de Bustamante a los españoles de la ciudad de México, cuando intimaba su rendición a las tropas de Morelos: “creisteis que eramos peores que bestias feroces, que no dabamos quartel, y que nuestros exercitos se componian de indios tumultuarios, armados de honda y flecha, por lo que osasteis resistirnos”.[lxxx]
Las Campañas del General D. Félix María Calleja, de Carlos María de Bustamante, traslucen el inconsciente menosprecio de su autor hacia los indios. Así, en la descripción de un pequeño enfrentamiento en Puerto Carrozas, en septiembre de 1810, se presenta “á unos miserables indios que ignorando los estragos de la artilleria tapaban las bocas de los cañones con sus sombreros”, y en la reseña de la rendición del puerto de San Blas a las tropas realistas, en diciembre del mismo año, se alude a “la impericia y desórden del ejército que lo atacó, compuesto de unos cuantos lanceros y mayor número de indios inexpertos [de dos a tres mil, dirá en otro luga],[lxxxi]que habrian encontrado su ruina si cualquiera de las baterias de la plaza al acometerla les hubiera hecho fuego”.87
Cuando el insurgente José Mariano Anaya se presentó en Ixmiquilpan en noviembre de 1810, comisionado por Allende e Hidalgo, transmitió instrucciones escritas a los gobernadores y principales de las repúblicas de indios, para que reunieran a toda su “indiada” y la remitieran a Xochitlán. Las órdenes que impartió dirigidas a los “vecinos de razón” implicaban un tratamiento diferente para éstos, más respetuoso si se quiere con su disponibilidad, pues se limitaban a solicitar que fueran convocado.[lxxxii] Muy parecida fue la conducta de los insurgentes que entraron en Zacatlán a principios de febrero de 1813: enseguida requirieron a los gobernadores de varios pueblos de indios que les suministraran mano de obra que colaborara en los trabajos de fortificación de la ciudad.[lxxxiii]
El mismo José María Morelos pareció tener bien claro “que nuestro sistema solo se encamina á que el gobierno político y militar que reside en los europeos recaiga en los criollos”, y “que siendo los blancos los primeros representantes del reino, y los que primero tomaron las armas en defensa de los naturales de los pueblos y demas castas, uniformándose con ellos, deben ser los blancos por este mérito el objeto de nuestra gratitud y no del odio que se quiere formar contra ellos”.[lxxxiv] Lógicamente, al interpretar estas palabras del caudillo insurgente, es preciso tomar en cuenta su intencionalidad de captar voluntades para una causa que, sin el apoyo de los criollos, difícilmente podía albergar esperanzas de triunfo.
Por si cabía algún espacio de duda acerca del papel que se reservaba a los criollos —y, por eliminación, a los indígenas— en el nuevo Estado, Morelos remachó en febrero de 1812: “nuestra sentencia no es otra sino que los criollos gobiernen al reino y que los gachupines se vayan a su tierra”.[lxxxv] Más contundente aún es el contenido de un Aviso importante al público que, “para que llegue á noticia de todos”, hizo circular Morelos desde su cuartel de Aguadulce, en Michoacán, el 10 de agosto de 1814: “corre in voce que por Zacatlán y Chignahuapan les hemos dado un par de golpes á los Mexicanos”.92
En cambio, aunque el bando que Morelos tituló Contra Plan de Calleja, del 7 de julio de 1813, incluya una clasificación de los habitantes del reino en cuatro clases, y enumere las obligaciones propias de cada una de ellas, no puede ser interpretado como si se tratara de una marcha atrás en el camino hacia la supresión de distingos: fueron consideraciones estrictamente militares las que sirvieron para esa catalogación de las personas, según su disponibilidad para el servicio de las armas.[lxxxvi]
También es cierto que José María Morelos predicó la libertad para el Anáhuac, y prometió “restablecer el Imperio Mexicano” mediante los trabajos de la asamblea que se instaló en Chilpancingo. De ahí su mítica invocación a los “genios de Moctezuma, Cacama, Quautimozin, Xicotencal y Calcontzin”, emplazados a contemplar
el fausto momento en que vuestros ilustres hijos se han congregado para vengar vuestros ultrajes y desafueros y librarse de las garras de la tiranía y fanatismo que los iba a sorber para siempre. Al 12 de agosto de 1521 sucedió el 14 de septiembre de 1813; en aquél se apretaron las cadenas de nuestra servidumbre en México-Tenoctitlan; en éste se rompen para siempre en el venturoso pueblo de Chilpancingo.[lxxxvii]
Con todo, el recurso a ese simbolismo —perfectamente comprensible desde una perspectiva de indagación en las propias raíces— no comportaba ni remotamente, en el ánimo de Morelos, una especial consideración del mundo indígena en el proyecto del nuevo Estado.
A modo de conclusión
Con las limitaciones que se quiera, y aun admitiendo la supeditación de las comunidades indígenas a los proyectos políticos de los dirigentes de la insurgencia, permanece el hecho de que la guerra atrajo sobre ellos destrucción y, en muchos casos, abandono de sus pueblos: un estado de cosas que a mediados de siglo distaba de haberse resuelto. Así, los campesinos de Cuyutlán, Santa Fe, San Diego y San Juan Bautista solicitaron al Congreso de Jalisco, en 1849, la devolución de las tierras de asiento de sus pueblos, que habían debido abandonar a consecuencia de la guerra, entre 1810 y 1811. Ni que decir tiene que la resolución de la legislatura estatal no consideró de utilidad pública la restitución de los terrenos, y recomendó el camino de los tribunales de justicia para una eventual demanda contra las personas que se habían establecido allí.[lxxxviii]
Aunque el caso referido en el párrafo anterior revista un aspecto muy particular, que no cabe generalizar, existen abundantes elementos de juicio que inducen a pensar que el sacrificio realizado por muchos indígenas durante las guerras insurgentes fue baldío o, al menos, aprovechó a otros. Los aborígenes mexicanos podían identificarse, en líneas generales, con las palabras de un personaje de La coqueta:
¿para qué he ido a exponer mi vida en los campos de batalla? ¿para qué la exponen tantos valientes agrupados en derredor del estandarte de la libertad? ¡Libertad! ¿Y para quién es la libertad? ¿Pueden ser libres instantáneamente esos millones que tenemos de seres degradados, cuando no sienten en sí mismos la dignidad de hombres? ¿Para qué es la igualdad, si no podrían soportarla en parte alguna?[lxxxix]
Por mucho que se escribiera en los días de la guerra y en fechas muy posteriores, persistió la discriminación de los indígenas, incluso por parte de los caudillos insurgentes que se beneficiaron del generoso esfuerzo desplegado por muchos de ellos. Pero se intentó silenciar ese hecho, al tiempo que se magnificaba y se mitificaba la aportación indígena al movimiento liberador.
En efecto, y como destacó oportunamente Doris Ladd, las historias sociales del período de la insurgencia tienden a enmascarar el papel relevante que jugaron entonces las clases adineradas, y prefieren centrar su atención en los grupos oprimidos —campesinos, negros, indígenas—, “dada la propensión a buscar el significado del pasado histórico en la ‘cultura de la pobreza’”.[xc]
Mariano Otero, que no necesitaba manipular la aportación de los postergados a la lucha emancipadora, valoró de manera muy diferente el papel de los privilegiados criollos, y se refirió en términos entusiásticos a la acción de la “raza trasplantada”, llamada por Dios para quebrantar “las cadenas de aquellos pueblos que con solícito cuidado había hecho crecer en los ignorados bosques del Nuevo Mundo”, y aprestándose a proclamar “la igualdad de todos los derechos y de todas las obligaciones, extinguiendo las distinciones absurdas y funestas, que han dividido a los pueblos en dos razas, la una de señores y la otra de esclavos”.[xci]
No difería en mucho el pensamiento de Ignacio M. Altamirano, que no tuvo recato en aceptar que “el elemento social a cuyo impulso se consumó la independencia de la Patria no fué ni el indigenato mexicano ni el elemento popular compuesto de las clases que hacían causa común con él”, pues lo impedían “sus intereses y su alejamiento de las cosas públicas”: hasta tal punto que, de haber triunfado la revolución de 1810, las clases privilegiadas habrían sido barridas por quienes consideraban ya insufribles sus abusos.[xcii]
Los primeros caudillos de la causa emancipadora procedían, según Altamirano, de las capas bajas de los criollos, las de condición menos favorecida, las
castas mestizas que los españoles llamaban con desdén criollas para distinguirlas de los habitantes de la colonia de origen español, y aun de una cierta clase aristocrática formada aquí después de la conquista y que había adquirido altos fueros y privilegios y aun títulos de nobleza, sea a causa de sus riquezas territoriales o mineras, sea por enlaces contraídos en España o por el simple favoritismo.[xciii]
Maqueo Castellano, que conceptuó la insurrección de 1810 como un “relámpago de iracundia, de los oprimidos contra los opresores”, afirmó categóricamente: “nadie podrá nunca probar que fué el indio el que hizo la independencia de la Patria, por más que hayan sido indios muchos de sus gloriosos caudillos, aunque los más eran criollos”;[xciv] y eso, porque la mayoría de aquellas razas “vencidas, vilipendiadas, muertas” respondieron con la indiferencia a la llamada que se les dirigió para que se sumaran a la rebeldía. Pero, aun cuando se admitiera que “la gran masa indígena” se levantó en armas, nunca se podría sostener que alcanzara a comprender los móviles de la sublevación. A lo sumo, “el indio pudo acaso ver en la Independencia tres cosas: el recobro de las tierras, la liberación del pago de impuestos y de la prestación de servicios personales, y la ruina del español que se había hecho odiar”.102
1 Bulnes, Francisco: El verdadero Díaz y la Revolución, México, 1992, págs. 14 y 50.
2 Van Young, Eric: La crisis del orden colonial. Estructura agraria y rebeliones populares de
la Nueva España, 1750-1821, México, 1992, pág. 344.
3 Hamill ejemplifica la ignorancia de los indígenas con el “descubrimiento” que hicieron,
después de haber dado muerte en Guanajuato al intendente Riaño: no tenía rabo, a pesar de que la propaganda y los rumores les habían convencido de que todos los oficiales españoles estaban dotados de ese apéndice, por su condición de almas condenadas: Hamill, Jr., Hugh M.: The Hidalgo Revolt. Prelude to Mexican Independence, Westport, Connecticut, 1981, pág. 137.
4 Annino, Antonio: “Prácticas criollas y liberalismo en la crisis del espacio urbano colonial. El 29 de noviembre de 1812 en la ciudad de México“, Secuencia: Revista de Historia y Ciencias Sociales, nueva época, núm. 24, México, D. F., septiembre-diciembre, 1992, págs. 121-158 (pág. 124). El mismo artículo ha sido incluido en Montalvo Ortega, Enrique (coord.): El águila bifronte. Poder y liberalismo en México, México, 1995, págs. 17-63.
5 Taylor, William B.: “Bandolerismo e insurrección: agitación rural en el centro de Jalisco,
1790-1816”, en Katz, Friedrich (comp.), Revuelta, rebelión y revolución. La lucha rural en México del siglo XVI al siglo XX, 2 vols., México, 1990, vol. I, págs. 187-222 (págs. 187 y 207).
6 Carta de José Alejandro Molina y Manuel de la Trinidad Fernández a Morelos, sin fecha, en Prontuario de los insurgentes, introducción y notas de Virginia Guedea, México, 1995, págs. 78-79.
7 Van Young, Eric: La crisis del orden colonial, págs. 365-386; Van Young, Eric: “Millennium on the Northern Marches: The Mad Messiah of Durango and Popular Rebellion in Mexico, 1800-1815”, Comparative Studies in Society and History, vol. 28, 1986, págs. 385-413; Van Young, Eric: “Quetzalcóatl, King Ferdinand, and Ignacio Allende Go to Seashore; or Messianism and Mystical Kingship in Mexico, 1800-1821”, en Rodríguez O., Jaime E. (ed.): The Independence of Mexico ant the Creation of the Nation, Los Angeles-Irvine, 1994, págs. 109-127 (págs. 109-110), y Florescano, Enrique: Memoria mexicana, México, 1995, págs. 492-496.
8 Van Young, Eric: La crisis del orden colonial, págs. 399-400, y Florescano, Enrique:
Memoria mexicana, págs. 496-500. Personalmente he consultado este expediente en el Archivo General de Indias (en adelante, AGI), Estado, 29, núm. 7, y Estado, 30, núm. 19
9 Alamán, Lucas: Historia de Méjico. Desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente, 5 vols., México, 1942, vol. I, págs. 132-134.
10 AGI, México, 1.472.
11 Ídem.
12 Plan del Ilustrador Americano, en García Díaz, Tarsicio: “La prensa insurgente”, en Hernández, Octavio (ed.): La República Federal Mexicana. Gestación y nacimiento, 8 vols., México, 1976, vol. V, t. I, pág. 221.
13 Zahino Peñafort, Luisa: Iglesia y sociedad en México, 1765-1800. Tradición, reforma y
reacciones, México, 1996, pág. 79.
14 Fernández de Lizardi, José Joaquín: “Calendario histórico y pronóstico político. Por el Pensador Mexicano. Para el año bisiesto de 1824” (México, 1823), en Fernández de Lizardi, José Joaquín: Obras, México, 1963-1995, vol. XII, págs. 547-611 (pág. 554).
15 Debemos a Antonio Annino unas reflexiones muy interesantes acerca de lo que él llama “el
desliz de la ciudadanía”, provocado por la modificación que este concepto experimentó en México por obra del “protagonismo de los pueblos”: Annino, Antonio: “Nuevas perspectivas para una vieja pregunta”, en VV. AA.: El primer liberalismo mexicano, 1808-1855, México, 1995, págs. 43-91 (págs. 52-62).
16 Carta de los indios de Tontonapeque al Pensador Mexicano, s. c., 20 de diciembre de 1820, México, Biblioteca Nacional, Fondo José María Lafragua —en adelante, LAF— 105.
17 Consuelo a los indios, y aliento a los ciudadanos. México, 1820 (LAF 144).
18 La Malinche de la Constitución. En los idiomas mejicano y castellano. Segundo papel.
México, 1820 (LAF 261).
19 Ferrer Muñoz, Manuel: La Constitución de Cádiz y su aplicación en la Nueva España (Pugna entre Antiguo y Nuevo Régimen en el virreinato, 1810-1821), México, 1993, págs. 204-215. En relación con este punto son muy conocidas las furibundas críticas de fray Servando Teresa de Mier en la Carta de un americano a El Español sobre su número XIX: Teresa de Mier, Servando: Cartas de un americano 1811-1812, México, 1987, págs. 61-138, y Semanario Patriótico Mexicano, núms. 9 a 19, 13 de septiembre de 1812 al 22 de noviembre de 1812, en García Díaz: “La prensa insurgente...”, vol.V, t. I, págs. 415-502.
20 Sud. Continuacion del despertador de Michoacan, núm. 51, 25 de enero de 1813, en García, Genaro (dir.): Documentos históricos mexicanos, 6 vols., México, 1910, vol. IV.
21 Barabas, Alicia M.: “Rebeliones e insurrecciones indígenas en Oaxaca: la trayectoria histórica de la resistencia étnica”, en Barabas, Alicia M., y Bartolomé, Miguel A. (coords.): Etnicidad y pluralismo cultural. La dinámica étnica en Oaxaca, México, 1990, págs. 213-256 (pág. 247).
22 Hamill, Jr.: The Hidalgo Revolt..., pág. 48.
23 Guedea, Virginia: La insurgencia en el Departamento del Norte. Los Llanos de Apan y la Sierra de Puebla 1810-1816, México, 1996, págs. 19-20 y 29, y Alamán: Historia de Méjico, vol. II, págs. 385-386. El Diccionario de la lengua castellana, extractado del diccionario enciclopédico, compuesto por Elías Zerolo y otros (París, 1897), definía indiada como “muchedumbre de indios del pueblo, particularmente cuando se amotinan”.
24 Taylor: “Bandolerismo e insurrección...”, págs. 198-199 y 213-221.
25 Castillo Ledón, Luis: Hidalgo. La vida del héroe, 2 vols., México, 1972, vol. II, pág. 272.
26 Gouy-Gilbert, Cécile: Una resistencia india. Los yaquis, México, 1985, pág. 53.
27 Berninger, Dieter George: La inmigración en México (1821-1857), México, 1974, págs. 9-10.
28 Esta explicación me recuerda la tesis de Villoro sobre el “instanteísmo” de la decisión de Hidalgo de embarcarse en la revuelta, refutada en tiempos por Hamill: The Hidalgo Revolt..., pág. 120.
29 Zavala, Lorenzo de: Ensayo histórico de las revoluciones de México desde 1808 hasta 1830, México, 1969, págs. 46 y 291.
30 Lira, Andrés: Comunidades indígenas frente a la ciudad de México. Tenochtitlan y Tlatelolco, sus pueblos y barrios, 1812-1919, México, 1983, págs. 54-55. A Antonio Annino debemos algunas observaciones muy interesantes sobre las peculiaridades del “espacio indio” de la ciudad de México, no enteramente sometido a las parcialidades, como se deduce de la nutrida presencia en la parroquia de la Santa Veracruz de indígenas procedentes de la región occidental del valle de México: Annino: “Prácticas criollas...”, págs. 135 y 144.
31 Alamán: Historia de Méjico, vol. I, págs. 273-274.
32 Ibídem, vol. I, pág. 369, y vol. IV, pág. 144.
33 Guedea, Virginia: “Los indios voluntarios de Fernando VII”, Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, vol. X, México, D. F., 1986, págs. 11-81 (págs. 34-35, 45 y 49), y Guedea, Virginia: En busca de un gobierno alterno: los Guadalupes de México, México, 1992, pág. 41.
34 Alamán: Historia de Méjico, vol. III, págs. 273-274. Rayón respondió el 10 de diciembre:
“los movimientos de esa capital son expresivos de su patriotismo. La Junta Suprema está informada de todo; se nos avisará con tiempo para protegerlos con nuestras armas; que no se destruyan los edificios ni se disipen los caudales. Y sólo destronar a Venegas, los oidores y gachupines”: Prontuario de los insurgentes, págs. 207 y 208.
35 Anna, Timothy E.: La caída del gobierno español en la ciudad de México, México, 1978, pág. 151.
36 Prontuario de los insurgentes, págs. 227 y 228, y Lira: Comunidades indígenas..., págs. 55-56.
37 Guedea: “Los indios voluntarios...”, pág. 80.
38 Annino: “Prácticas criollas...”, pág. 137.
39 Annino: “Nuevas perspectivas...”, págs. 54 y 56.
40 Lira: Comunidades indígenas..., pág. 56.
41 Rodríguez O., Jaime E.: La independencia de la América española, México, 1996, pág. 197.
42 Diálogo casero. El aguador, la cocinera y el insurgente. México, 1810, en Rivera, José:
Diálogos de la Independencia, México, 1985, págs. 54-57 (pág. 55).
43 Tutino, John: De la insurrección a la revolución en México. Las bases sociales de la violencia agraria, 1750-1940, México, 1990, págs. 125-146.
44 Pastor, Rodolfo: Campesinos y reformas: La mixteca, 1700-1856, México, 1987, págs. 417- 418 y 524. Véase también Ortiz Escamilla, Juan: Guerra y gobierno. Los pueblos y la independencia de México, Sevilla, 1997, págs. 130-131.
45 Anna: La caída del gobierno español..., págs. 88-89. Ortiz Escamilla: Guerra y gobierno..., pág. 45. Esa propaganda realista fue secundada por regidores municipales, párrocos y ciudadanos particulares, que se valieron de su influencia sobre las masas para aconsejarles que no se adhirieran a las fuerzas de Hidalgo: Hamill, Jr.: The Hidalgo Revolt..., pág. 175. El mismo Hamill describe las peculiaridades de la propaganda insurgente dirigida a los indígenas, que trataba de acomodarse a su condición de iletrados: “the illiterate Indians and castes had to be won by means of slogans, songs, and banners”: ibídem, pág. 127.
46 Van Young: La crisis del orden colonial..., pág. 334.
47 Florescano: Memoria mexicana..., pág. 510.
48 Taylor: “Bandolerismo e insurrección...”, págs. 213 y 219-222.
49 Ibídem, págs. 211 y 216. Francisco Antonio Moreno, cura de San Pedro Quiatoni, obispado de Oaxaca, manifestó por escrito el efecto producido en el pueblo por el paso de un jefe militar insurgente, el presbítero José Antonio Herrero: “fue bien visto y recibido de mis indios, dejándolos desengañados del error que padecían y quedando adictos a la justa causa y defensa de la religión a favor de la nación americana”: Prontuario de los insurgentes, págs. 466-467.
50 Van Young: La crisis del orden colonial..., pág. 330.
51 Ibídem, págs. 340, 388, 401-402 y 418-421; Van Young: “Quetzalcóatl, King Ferdinand...”, págs. 110-111 y 119-122, y Florescano, Enrique: Memoria mexicana..., págs. 500-503.
52 Van Young: La crisis del orden colonial..., pág. 364.
53 Ortiz Escamilla: Guerra y gobierno..., pág. 39.
54 Hamnett, Brian R.: Raíces de la insurgencia en México. Historia regional 1750-1824, México, 1990, pág. 46.
55 Ibídem, pág. 48.
56 Tutino: De la insurrección a la revolución..., pág. 48.
57 Hamnett, Brian R.: “Faccionalismo, constitución y poder personal en la política mexicana,
1821-1854: un ensayo interpretativo”, en Vázquez, Josefina Zoraida (ed.): La fundación del Estado Mexicano, México, 1994, págs. 75-109 (pág. 77).
58 Hamnett: Raíces de la insurgencia..., pág. 61.
59 Conviene mencionar a este propósito la colaboración que los implicados en la conspiración de Valladolid de 1809 esperaban de los indios: Alamán: Historia de Méjico..., vol. I, págs. 292-293.
60 Ortiz Peralta, Rina: “Inexistentes por decreto: disposiciones legislativas sobre los pueblos de indios en el siglo XIX. El caso de Hidalgo”, en Escobar Ohmstede, Antonio (coord.): Indio, nación y comunidad en el México del siglo XIX, México, 1993, págs. 153-169 (pág. 159).
61 Prontuario de los insurgentes, pág. 392.
62 Alamán: Historia de Méjico..., vol. IV, pág. 27.
63 Pastor: Campesinos y reformas..., pág. 526.
64 AGI, Guatemala, 629. José de Bustamante, presidente y capitán general de Guatemala, al secretario de Estado y de Gobernación de Ultramar, 18 de noviembre de 1814.
65 Ortiz Escamilla: Guerra y gobierno..., págs. 107-108.
66 Prontuario de los insurgentes, pág. 447.
67 Ibídem, pág. 501.
68 Van Young, Eric: “Rebelión agraria sin agrarismo: defensa de la comunidad, significado y violencia colectiva en la sociedad rural mexicana de fines de la época colonial”, en Escobar Ohmstede: Indio, nación y comunidad..., págs. 31-61 (pág. 54).
69 Ibídem.
70 Bodega y Mollinedo, Manuel de la: Representacion hecha al Rey, por el Exmo. Sr. Consejero
de Estado Don Manuel de la Bodega y Mollinedo. Méjico, 1820 (LAF 243).
71 El Atenéo. Documentos para la historia. Bando de Calleja, t. I. México, 1844 (LAF 390).
72 Condumex, Centro de Estudios de Historia de México, Fondos Virreinales, XI, leg. 95.
Ignacio González Campillo a Francisco Xavier Venegas, 19 de octubre de 1811.
73 Vidaurre, Manuel de: Votos de los Americanos á la Nacion española, y á nuestro amado
monarca el Señor Don Fernando VII: verdadero Concordato entre españoles, Europeos, y Americanos, refutando las máximas del obispo presentado Don Manuel de Abad y Queipo en su carta de veinte de junio de mil ochocientos quince. Reimpreso en Méjico, 1820 (LAF 327).
74 Podrían mencionarse a este respecto el bando del 17 de noviembre de 1810, donde Morelos
dispuso que ya “no se nombrarán en calidad de indios, mulatos ni otras castas, sino todos generalmente americanos”; su discurso en la apertura del Congreso de Chilpancingo, donde asumió, en nombre del Congreso, la responsabilidad de cambiar “la suerte de seis millones de americanos”, o los Sentimientos de la Nación, en los que proscribió la esclavitud y la distinción de castas, “quedando todos iguales, y sólo distinguirá a un americano de otro el vicio y la virtud”: Lemoine, Ernesto: Morelos. Su vida revolucionaria a través de sus escritos y de otros testimonios de la época, México, 1991, págs. 162-163, 367 y 370-373; Legislación indigenista de México, México, 1958, págs. 23-24, y Prontuario de los insurgentes, pág. 80. Véase también Roca, C. Alberto: “De las bulas alejandrinas al nuevo orden político americano”, Anuario Mexicano de Historia del Derecho, T. V., México, D. F., 1993, págs. 329-369 (pág. 344).
75 García: Con el cura Hidalgo en la guerra..., pág. 60. Van Young: “Rebelión agraria sin agrarismo...”, págs. 49-50.
76 AGI, Indiferente General, 110. Los Guadalupes a Morelos, México, 5 de agosto de 1813, en cuaderno 4, copia de la correspondencia de los Guadalupes, núm. 12 y Serafina Rosier, con Morelos, Matamoros y otros.
77 Citado en Lemoine, Ernesto: “La revolución de independencia, 1808-1821”, en Hernández,
Octavio (ed.): La República Federal..., vol. IV, t. II, pág. 35.
78 Hamill: The Hidalgo Revolt..., pág. 142.
79 Castillo Ledón: Hidalgo..., vol. II, pág. 105.
80 Bustamante, Carlos María de: Campañas del General D. Félix María Calleja, Comandante en Jefe del Ejército Real de Operaciones, llamado del Centro, México, 1988, pág. 24.
81 Exposición de José Ignacio Rayón al Congreso, en Zavala: Ensayo histórico de las revoluciones...,
págs. 299-302 (pág. 301). Alamán: Historia de Méjico..., vol. III, pág. 525.
82 Ortiz Escamilla: Guerra y gobierno..., pág. 42.
83 Zavala: Ensayo histórico de las revoluciones..., pág. 48.
84 Castillo Ledón: Hidalgo..., vol. II, pág. 96, y Anna: La caída del gobierno español..., pág. 90.
85 Correo Americano del Sur, núm. XXXIV, 21 de octubre de 1813, en García: Documentos históricos mexicanos..., vol. IV, y García Díaz: “La prensa insurgente...”, vol. VI, t. II, págs. 376-377.
86 Bustamante: Campañas..., pág. 75.
87 Ibídem, págs. 21 y 71.
88 Guedea: La insurgencia en el Departamento..., pág. 23.
89 Ibídem, pág. 67.
90 Bando de Morelos, 13 de octubre de 1811, en Lemoine, Ernesto: Morelos..., pág. 182; Dublán, Manuel, y Lozano, José María: Legislación mexicana ó Colección completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la República, 25 vols., México, 1876-1898, vol. I, núm. 89, págs. 345-346 (13 de octubre de 1811), y Legislación indigenista de México..., págs. 26 27.
91 Primera reconvención dirigida por Morelos, desde Cuautla, a los criollos que militan en las
filas realistas, 23 de febrero de 1812, en Lemoine: Morelos..., pág. 195.
92 Ibídem, pág. 478. Aviso importante al público.
93 AGI, Guatemala, 531. Bando de Morelos Contra Plan de Calleja, 7 de julio de 1813, anexo a una carta del gobernador de Chiapas, 20 de octubre de 1813. Véase Lemoine: Morelos..., págs. 331-335.
94 Ibídem, Discurso pronunciado por Morelos en la apertura del Congreso de Chilpancingo, 14 de septiembre de 1813, págs. 365-369 (pág. 369).
95 Reina, Leticia (coord.): Las luchas populares en México en el siglo XIX, México, 1983, pág. 76.
96 Pizarro, Nicolás: La coqueta, Méjico, 1861, pág. 18.
97 Ladd, Doris: La nobleza mexicana en la época de la independencia 1780-1826, México, 1984, pág. 19.
98 Otero, Mariano: Obras, recopilación, selección, comentarios y estudio preliminar de Jesús Reyes Heroles, 2 vols., México, 1967, vol. II, págs. 469 y 470.
99 Altamirano, Ignacio M.: Historia y política de México (1821-1882), México, 1947, páginas 19 y 26.
100 Ibídem, pág. 19.
101 Maqueo Castellanos, E.: Algunos problemas nacionales, México, 1910, pág. 76.
102 Ibídem, pág. 77.
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Fuente:
http://estudiosamericanos.revistas.c...e/view/275/280
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Re: Mexico no es bicentenario
La participación del clero en la consumación de la independencia
Escrito por Padre Joel Olvera
Domingo 02 de Octubre 2011
HISTORIA
Presentamos la participación de algunos miembros de la Iglesia, en concreto de algunos miembros de la jerarquía eclesial: el señor arzobispo de México Pedro José de Fonte y Miravete (1815 – 1823) y el Pbro. Dr. Matías de Monteagudo (1769 – 1841).
Por el Padre Joel Olvera / Diócesis de Querétaro
INTRODUCCIÓN
Luego de 10 años de lucha por la emancipación de la Nueva España, de 1810 a 1820, se fue perfilando la necesidad de lograr un gran acuerdo que pusiera fin al camino armado por lograr un cambio. En Agustín de Iturbide, se realizó la unidad necesaria para proclamar la Independencia ante España. Iturbide, supo sumar los diferentes sectores de la sociedad de su tiempo, incluida la Iglesia. En esta intervención, trataremos de presentar la participación de algunos miembros de la Iglesia, en concreto de algunos miembros de la jerarquía eclesial: el señor arzobispo de México Pedro José de Fonte y Miravete (1815 – 1823) y el Pbro. Dr. Matías de Monteagudo (1769 – 1841). Esperemos lograr nuestro objetivo.
ANTECEDENTES
La revolución militar encabezada en Madrid por Rafael Riego para restituir el régimen constitucional triunfó el 8 de marzo de 1820. Fernando VII era obligado a jurar la Constitución y a nombrar una junta con el nombre de Consejo de Estado, quien convocó a Cortes para el mes de julio. Mencionamos algunos diputados representando a la Nueva España, entre ellos algunos sacerdotes: Pbro. Dr. José Couto (+1828), Pbro. Miguel Ramos Arizpe (1775 – 1843), Pbro. Dr. José Miguel Guridi y Alcocer, José Mariano Michelena (1772 – 1852), Manuel Cortazar, Francisco Fagoaga (1788 – 1851), José M. Montoya y Juan de Dios Cañedo (1786 – 1850), Lucas Alaman (1792 – 1853) y Lorenzo de Zavala. Dichos diputados, menos Cañedo, se unieron al partido liberal, halagados con la promesa de que se declararía la Independencia, lo cual no se realizó. Sin embargo, Ramos Arizpe consiguió que se quitara de Nueva España al virrey Apodaca en enero de 1821. Ya antes se habían alcanzado la amnistía general para todos los reos políticos el 27 de septiembre de 1820.
En abril de 1820, comenzaron a llegar las primeras noticias de lo que estaba sucediendo en España. Los partidarios de la independencia (eran numerosos) y los constitucionalistas veían con agrado lo que se anunciaba. En cambio, las autoridades y los que seriamente pensaban, tanto españoles como criollos, abrigaban serios temores: otro movimiento con los excesos del primero.
El señor arzobispo Pedro José de Fonte y Miravete (1815 – 1823)
La actitud de Fonte al frente del arzobispado fue de carácter circunspecta y se nota con la poca producción de cartas pastorales. Sólo la variación del sistema político español con la restitución de la Constitución de Cádiz de 1812 en 1820 lo motivó a predicar la doctrina clásica sobre cuestiones políticas, es decir: la sumisión a la legítima potestad. Sin embargo, Fonte no intentó combinar el regalismo, la lealtad a España y la defensa de las doctrinas liberales, sino que asumió una posición realista y práctica. No renunció a su lealtad a España pidiendo obediencia pero en cuanto a la Iglesia alertó a sus fieles sobre los límites de la autoridad civil, tal como indicó en una pastoral del 18 de junio de 1820:
Bastará repetir que la Santa Religión de que somos ministros, así lo ordena; pues nosotros a ejemplo del divino maestro y sus santos apóstoles siempre inculcaremos la obediencia a la legítima potestad civil, mientras esta no mande ofender a Dios. (Citado en Bravo Berenice – Pérez Marco Antonio, 1803 – 1821. Fieles a Dios y al rey. El patriotismo en el discurso de los tres últimos prelados españoles del arzobispado de México en AAVV, Historia Desconocida, una aportación a la historia de la Iglesia en la Independencia de México, México 2010. Página 113.)
Mandó a los señores curas que explicaran al pueblo que el régimen constitucional tenía por objeto la felicidad de la nación y de sus individuos sin medios opuestos a la religión, reconocida en el texto constitucional como única, verdadera y protegida con exclusión de cualquier otra.
La actuación de la Iglesia en México fue un gravoso compromiso cooperar con el régimen constitucional español primero y, una vez lograda la independencia, también lo fue cooperar con la regencia e imperio iturbidista. En este último caso la Iglesia ha recibido críticas de la historiografía liberal por su supuesta obediencia a un régimen considerado por ellos conservador, centralista y no legítimo.
Ante los primeros movimientos de Iturbide, el arzobispo Fonte se limitó a insertar en una circular el oficio del virrey Juan Ruíz de Apodaca de 15 de marzo de 1821 y la proclama de un día anterior escrita para el público. En la proclama el virrey, daba cuenta del “estado en que se hallaba el inicuo proyecto del ingrato Iturbide y el resultado de sus infieles maquinaciones”. Apodaca consideraba que a Iturbide lo conducían “la felonía, la soberbia, el orgullo, la hipocresía, la avaricia, la ingratitud”. Fonte sólo añadió la consabida “obligación de obedecer a las legítimas potestades civiles” y “excitar” a los demás a no faltar a la “subordinación debida”.
Para el arzobispo Fonte, Iturbide carecía de razones para levantar una rebelión, pues el rey Fernando VII conservaba y protegía la religión bajo el sistema constitucional y la garantía del Plan de Iguala carecía de valor.
Tres días después, el 19 de marzo de 1821, el arzobispo Fonte enviaba otra circular, en la cual insistía en la obediencia a la legítima potestad civil en cuanto esta no ofendiese a Dios, exhortando a obedecer a Dios más que a los hombres (Oboedire oported Deo magis quam hominibus). En esta nueva circular se omitían juicios acres sobre Iturbide y sus seguidores. Luego, en la sesión del Cabildo catedralicio del 9 de agosto de 1821, se leyó un oficio del señor arzobispo, en el cual se recordaba a los canónigos lo dicho en la circular del 19 de marzo y además indicaba que los eclesiásticos no con acciones ni de palabra podían abandonar la fidelidad la fidelidad al rey Fernando VII, sea cual fuere “el resultado de los acontecimientos políticos”.
El discurso del arzobispo Fonte perduró luego de la entrada del ejército trigarante. Colaboró, mientras se aprobaban los Tratados de Córdoba, con la garantía de defensa de la religión católica. Sin embargo, la muerte de Juan O´Donojú y el regalismo mostrado por el gobierno trigarante desanimaron al arzobispo durante los últimos meses de 1821. Los asuntos tratados con el gobierno independiente los abandonó el prelado a principios de 1822. En 1823 regresó a España donde murió en 1838.
La Conspiración de la Profesa
Sin embargo, ¿qué había de trasfondo en la actitud del clero pro independentista en aquel año de 1821?
Ana Carolina Ibarra González indica como acicate del clero, la posibilidad de recuperar la inmunidad del fuero eclesiástico con una independencia de las leyes españolas y en contraparte no recuperarla con la Constitución gaditana, de cuño liberal.
Ya desde 1786, junto con la Ordenanza de Intendentes, la Corona española había promulgado un edicto para que la administración del diezmo fuera transferida a las juntas provinciales encabezadas por los insurgentes. En 1795, la Corona abrogó la absoluta inmunidad del clero en los casos de delitos graves. Las leyes conocidas como “el Nuevo Código” empezaron a plantear fórmulas para contener las innumerables tensiones y signos de agitación cada vez más notorios conforme terminaba el siglo XVIII. Este Código encontró la manera de asociar la justicia civil y la justicia eclesiástica para poder hacer frente a los delitos “atroces” cometidos por eclesiásticos. Este procedimiento será conocido como el juicio conjunto de las “jurisdicciones unidas”, el cual iba a hacerse cargo de los delitos de subversión que cometieran los clérigos, restringiendo el fuero eclesiástico. En los hechos, con el paso del tiempo, la participación del Juez Eclesiástico, comenzará a ser cada vez más insignificante.
En 1804, llega al momento cumbre de la Real Cédula de Consolidación de Vales Reales, mediante la cual se atentó gravemente al patrimonio del clero secular y regular.
En 1809, se crea un tribunal extraordinario para perseguir delitos de lesa majestad: las “Juntas de seguridad y buen orden”, destinadas a combatir la disidencia. Las Juntas se formaron en las ciudades principales de la Nueva España, con individuos de absoluta fidelidad a la corona, resultando un procedimiento expedito para juzgar a los acusados. En el caso de Hidalgo, todo su proceso corrió a cargo de los tribunales civiles y militares a excepción de la ceremonia de despojo de su investidura sacerdotal, puesto que el llamado “privilegio del canon” dictaba que no podía ser ejecutado un eclesiástico sin antes quitarle la única inmunidad que le quedaba: su investidura sacerdotal. Claro, le quitaban su investidura para sacarlo del reducidísimo fuero eclesiástico pero no le quitaban su sacerdocio, puesto que quien recibe la ordenación es sacerdote eternamente.
Sin embargo, esa única garantía del fuero eclesiástico fue invalidada por el virrey Venegas, quien desesperado por ver tantos insurgentes en el campo de batalla, promulgó un decreto el 25 de junio de 1812, en el cual declaró reos de jurisdicción militar a todo aquel que hiciere resistencia a las tropas del rey “de cualquier clase, estado o condición”. Se decidió que los jefes insurgentes fueran pasados por las armas inmediatamente, sin juicio con apenas tiempo de confesarse y arrepentirse. Con ello, se prescindían de las ceremonias de despojo de la investidura sacerdotal y se podía tratar a estos como a cualquier enemigo del régimen.
Para los insurgentes, esas medidas se convirtieron en motivos para unirse bajo la bandera de la verdadera religión: el sacerdote Mariano Matamoros había escrito en una de sus banderas “Morir por la Inmunidad Eclesiástica”.
En los años siguientes, se tuvo una política distinta: se renovó la participación de las “jurisdicciones unidas”, eventualmente se respetó eventualmente el privilegio del canon y se urgió al indulto a los cabecillas.
Para 1821, las cosas resultaron un tanto diferentes, pues el clero novohispano se unió en torno a la inmunidad eclesiástica.
Las Cortes españolas reimplantaron la Constitución liberal de Cádiz, con reformas más radicales las cuales afectaron a la Iglesia: la extinción de la Compañía de Jesús y las órdenes monásticas y hospitalarias, la incautación de sus bienes y la prohibición de instalar nuevas capellanías y obras pías; la abolición del fuero eclesiástico. Para independizarse de tales leyes era necesario independizarse de España. En esa coyuntura, quienes estaban a favor de la independencia era un grupo con trayectorias muy diversas. Entre los principales protagonistas encontramos personajes que primero defendieron la causa realista y más tarde fueron decididos partidarios de la independencia: el felipense Matías de Monteagudo, rector de la Universidad y canónigo de la Catedral de México; los diputados en Cádiz José Miguel Guridi y Alcocer, canónigo de la catedral de México y el obispo de Puebla Antonio Joaquín Pérez Martínez; Manuel de la Bárcena, deán de la catedral de Michoacán; el felipense José Manuel Sartorio, asociado a los Guadalupes; José de San Martín, antiguo insurgente y prebendado de Oaxaca, entre otros. Clérigos de tan diversa trayectoria, algunos de ellos simpatizantes del liberalismo, unidos en defensa de la verdadera religión y por ende del fuero eclesiástico.
Pbro. Dr. Matías Monteagudo
Destaca el Dr. Matías Monteagudo (1769 – 1841): Originario de Villagarcía del obispado de Cuenca en la región de la Mancha, España. Llegó a la Nueva España como “familiar” del Excmo. Sr. Alonso Nuñez de Haro y Peralta, quien gobernó el arzobispado de México de 1771 a 1801. Estudiante brillante en la Real y Pontificia Universidad de México, alcanzó el doctorado en Utruque Iure, dando clases en la misma universidad, ocupando las cátedras de Clementinas, de Instituta y de Derecho Canónico. Luego de recibir la ordenación sacerdotal, fue cura de la Parroquia de la Santa Veracruz en la capital del virreinato, donde ejerció el ministerio del 5 de febrero de 1799 al 14 de febrero de 1801, a causa de ingresar como novicio en el Oratorio de los Padres Felipenses el 15 de marzo del mismo año. Ya como congregante desempeñó los cargos de Confesor de casa, diputado y por cinco trienios prepósito, siendo además director de la Casa de ejercicios de encierro para hombres por muchos años, así como fundador y director de la Casa de ejercicios de encierro para mujeres anexa al Colegio de san Miguel de Belén. Fue admitido al venerable Cabildo de la Iglesia Catedral de México, el 24 de septiembre de 1816, siendo ya inquisidor honorario.
Ya como miembro del Cabildo, junto con el señor arzobispo Pedro Fonte y demás miembros de la Iglesia Catedral juró la Constitución de Cádiz el 1º de junio de 1820. En ese mismo año, fue rector de la Real y Pontificia Universidad de México. Fue nombrado por el Cabildo, junto al canónigo José María Bucheli para que concurrieran al Palacio a la Junta de todas las autoridades para leer un pliego del Excmo. Sr. don Juan O´Donoju. Luego de la entrada del Ejercito Trigarante el 27 de septiembre de 1821, fue comisionado junto al canónigo Ciro Villaurrutia para organizar el Te Deum para dar gracias a Dios omnipotente. Enseguida, fue nombrado por el Cabildo para verificar la instalación de la Junta Provisional y de Regencia del Imperio.
Según Lucas Alamán, de Monteagudo se había ganado el respeto de sus contemporáneos por haber “tenido una parte principal en la prisión del Virrey Iturrigaray, lo que le dio mucho crédito entre los Europeos…” (Alamán L., Historia de Mejico, tomo V, cap. II, 1849 – 1852.) además del buen desempeño de su ministerio sacerdotal, dirigiendo la dirección de la Casa de Ejercicios, añadiendo su labor como inquisidor y canónigo.
Como miembro del Oratorio de San Felipe Neri, tenía su domicilio en el templo llamado popularmente de “la Profesa” (por haber estado allí los novicios profesos de cuarto voto de la Compañía de Jesús, y luego de la expulsión de 1767, los Oratorianos se habían hecho cargo del Templo), en donde se reunía con eclesiásticos y laicos. Conversando sobre el asunto de la jura de la Constitución, vinieron a convenir en un plan, obra de Monteagudo, para evitar los temidos trastornos.
Puesto que el rey había jurado la Constitución obligado, no debía cumplirse la real orden que la restablecía. Entretanto se depositaría la Nueva España en manos del Virrey Apodaca, quien la debía gobernar conforme a las leyes de Indias y con total independencia de España.
Para llevar a cabo este plan, necesitaban un hombre que moviera el ejército y proclamara el plan, creyendo encontrarlo en Agustín de Iturbide, a quien ya conocía el Dr. Monteagudo. Lucas Alamán menciona que el momento de encuentro se dio cuando Iturbide tomó unos ejercicios: “y se dijo que había entrado en ejercicios, a fin de obtener su recomendación para el Oidor Bataller, de quien como auditor dependía el despacho de su causa…” (Ib.)
Iturbide se entrevistó con el virrey Apodaca (¿con ayuda de Monteagudo?), poniéndose a sus órdenes y esperando con ello alcanzar un mando militar y dar el primer impulso a una revolución que podría dirigir según sus intentos, por lo cual se entrevé que no aceptó del todo el plan de Monteagudo.
En mayo, llegó la noticia de España de la jura de la Constitución por el rey Fernando VII. Esto aumentó la agitación y el virrey Apodaca consultó con la Audiencia lo que convenía hacer. Se resolvió que convenía espera la Real Orden para obrar conforme a ella.
Los comerciantes del Puerto de Veracruz y los criollos veracruzanos, al comprender las ventajas que para el logro de sus deseos de independencia les proporcionaban la Constitución, temieron que el virrey Apodaca no la proclamara. Entonces obligaron a que el Mariscal José Dávila, comandante general en intendente de la Provincia de Veracruz jurara la Constitución. Veracruz, ciudad que se consideraba ilustrada, fue la primera en Nueva España en donde se proclamaba el Código que aseguraría la unión de México a España pero también la fuerza de la ley de las ideas liberales en materia religiosa.
Se alarmó el Virrey al saber la noticia, porque no se le ocultaba la parte que la masonería tomaba a favor de la Constitución y sabía que un número considerable de los jefes y oficiales estaban afiliados en la asociación, por lo cual para evitar atentado alguno, juró también y como ya vimos, juró también el Cabildo de la Iglesia Catedral.
CONCLUSIONES:
Dos acontecimientos externos a la Nueva España definieron el rumbo de la lucha de Independencia. El primero, con la invasión francesa de Napoleón y su hermano José Bonaparte en 1808, alentó las reuniones de conjurados. Al grito de “Viva Fernando VII”, “Muera el mal gobierno” y “Viva la Virgen de Guadalupe” los primeros insurgentes no pretendían alejarse de la monarquía española, pero sí hacer valer sus derechos, respaldados más adelante por la constitución de Cádiz de 1812. El segundo acontecimiento fue el restablecimiento de la Constitución de Cádiz en 1820. Ya para esas fechas el contexto era distinto y la Nueva España tenía una más clara conciencia del significado de “Independencia”.
Se propusieron dos caminos para lograr la Independencia. El primero: la aplicación de la Constitución de Cádiz con todas las consecuencias en materia eclesiástica, combinando el regalismo y la defensa de las doctrinas liberales. El segundo: se depositaría la Nueva España en manos del Virrey Apodaca, quien la debía gobernar conforme a las leyes de Indias y con total independencia de España.
Pero, Agustín de Iturbide propuso un tercer camino en su Plan de Iguala, tomando parte de los dos primeros. Por poco tiempo, la propuesta de Iturbide prosperó: se proclamó la Independencia con la participación de todos los protagonistas de la sociedad de la época. Reconocemos la participación decidida de los sacerdotes y fieles laicos, es decir de la Iglesia, por adherirse al Plan de Iguala y a las tres garantías. En el caso del arzobispo de México Pedro Fonte asumió una posición realista y práctica. No renunció a su lealtad a España pidiendo obediencia pero en cuanto a la Iglesia alertó a sus fieles sobre los límites de la autoridad civil.
Las tres garantías (Unión, Independencia y religión) unieron las fuerzas para proclamar la Independencia ante España. De entre ellas, “la religión” significaba a los oídos del clero recuperar, aquella vida eclesial que existía antes de la invasión francesa (es decir sin “contaminación” de las ideas galicanas y liberales) y antes de las constituciones de Cádiz de 1812 y 1820.
Entre las banderas defendidas por los eclesiásticos insurgentes fue la recuperación del foro eclesiástico durante la década de 1810 a 1820. Con Iturbide, el clero creyó ver la oportunidad de recuperar dicho foro.
Después se impondría la propuesta liberal de conformar el gobierno no como una monarquía sino como una república. Las discusiones posteriores se centraron en decidir si convenía una república centralista o federal. Como sabemos, triunfó el federalismo. En el trasfondo hay una fuerte ideología liberal y el apoyo de las logias masónicas.
BIBLIOGRAFÍA
Ávila Luis, Bio – Bibliografía de la Congregación del Oratorio de san Felipe Neri de la Ciudad de México. Siglos XVII – XXI, Querétaro 2008, 224 – 229.
Bravo Berenice – Pérez Marco Antonio, 1803 – 1821. Fieles a Dios y al rey. El patriotismo en el discurso de los tres últimos prelados españoles del arzobispado de México en AAVV, Historia desconocida, una aportación a la Historia de la Iglesia en la Independencia de México, México 2010. 89 - 119.
Ibarra Ana Carolina, De garantías, libertades y privilegios. El clero frente a la consumación de la Independencia en Casas Juan Carlos [ed.], Iglesia, Independencia y Revolución, México 2010, 135 – 146.
de Híjar Tomás – Aquino Carlos, Diccionario de Eclesiásticos en la Independencia de México, Guadalajara 2010.
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Fuente:
La participación del clero en la consumación de la independencia - El Observador de la Actualidad
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Re: Mexico no es bicentenario
El devenir particular de la etnia Ópata, asentada en el norte de México.
Otra de tantas cosas encubierta por el oficialismo histórico.
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Los Ópatas son los indígenas que más se han distinguido por sus tendencias á la paz y su amor al trabajo: su historia no registra esos alzamientos ni esas rebeliones periódicas que desde tiempo inmemorial vienen verificando los Apaches, los Yaquis y los Mayos.
Son los que han manifestado mayores simpatías por la raza blanca, se han poco á poco mezclado con ella, y en breve tiempo esta tribu, reconocida como la más valiente de las tribus de Sonora, habrá perdido sus caracteres distintivos, confundiéndose como los Pimas y los Pápagos con el resto de la población del Estado.
Desde el tiempo de la conquista hasta nuestros días, todos los gobiernos han podido utilizar los servicios de estos indios dóciles y adictos; unas veces en la guerra contra los Apaches, otras veces en guerras extranjeras, y otras, en fin, en las revoluciones locales del Estado.
No ha noticias que indiquen una rebelión de esta tribu, más que las relativas a la insurrección de 1820, fecha en que los Pápagos se sublevaron en los pueblos inmediatos a la Sierra – Madre, con motivo de las injusticias cometidas por un habilitado contra la compañía de Ópatas de Babispe que estaba al servicio del Gobierno.
Sublevados los pueblos de Arivechi, Pónida, Sahuaripa y Tónichi, y la mencionada compañía, fue necesario hacerles la guerra con más de 2,000 hombres de las fuerzas de Sonora y Chihuahua combinadas.
Esta vez los Ópatas se batieron con el heroísmo que los caracteriza, y 500 indios derrotaron en Tónichi á 1,500 soldados que los atacaron: Después, y sitiados en el mismo pueblo, se sostuvieron durante tres días no siendo ellos más que unos 300, contra 2,300 sitiadores; y sólo se rindieron cuando sus municiones se agotaron por completo.
Los cabecillas Dórame y Espíritu fueron fusilados, con algunos insurrectos, y las paz quedó restablecida.
Durante la guerra de independencia, cuando el jefe insurgente Coronel D. José María González Hermosillo, había llevado sus armas hasta Sinaloa, el Brigadier realista D. Alejo García Conde, Gobernador de la Provincia, marchó de Sonora con algunas fuerzas á combatir a los independientes.
En la batalla de San Ignacio, el 8 de Febrero de 1811, los patriotas, al mando de González Hermosillo, estaban a punto de obtener una completa victoria, pero en momentos supremos llegó el Brigadier García Conde con un grupo de indios ópatas, y éstos atacando con el denuedo acostumbrado, decidieron la victoria a favor de los realistas.
También en la guerra contra la intervención francesa, tomaron parte activa los valientes Ópatas, distinguiéndose por su valor, su abnegación y su constancia militando á las órdenes del distinguido General republicano D. Ignacio Pesqueira, Gobernador entonces de Sonora.
En esta guerra no todos los Ópatas lucharon en las filas republicanos, pues un cabecilla de la tribu, refugio Tánori, que logró organizar alguna tropa con indios de su raza, llegó á hacerse muy notable combatiendo a favor de los imperialistas y derrotando á las fuerzas republicanas del General Ángel Martínez en la reñida acción del 4 de Mayo de 1866, á muy corta distancia de Hermosillo.
Los Ópatas han tomado parte en todas las luchas civiles del Estado y siempre se han distinguido por su lealtad y su adhesión al Gobierno establecido, pues juzgan un deber ineludible contribuir al sostenimiento de la autoridad constituida.
Estos indios, que por sus caracteres somáticos, no difieren sensiblemente de los demás aborígenes de Sonora, son de mediana estatura, de color bronceado, perfectamente musculados y muy ágiles y fuertes: son además notables por su resistencia a la fatiga y pueden hacer jornadas diarias hasta de 25 leguas. Esta preciosa cualidad, que aunque en diversos grados poseen casi todos los indios de las tribus sonorenses, les coloca en primer término entre todas las tropas de infantería del mundo.
D. Ramón Corral, que gobernó el estado de Sonora durante varios años, dice hablando de los Ópatas:
“En su parte moral tienen las más bellas cualidades: son inclinados al trabajo, inteligentes, dóciles y obedientes á las autoridades y de muy buenas costumbres: son muy poco afectos á la embriaguez, al robo y á los otros vicios que por desgracia son tan comunes en las demás tribus indígenas del país: viven de un trabajo honrado y se dedican á atender á sus familias y á educar a sus hijos.”
Esta raza fue una de las primeras con que pudieron entenderse los conquistadores, estableciendo con ellas las misiones que más tarde se convirtieron en pueblos. Los Ópatas conservan en la memoria la fecha en que fraternizaron con los españoles y la celebran anualmente con una fiesta ó baile que llaman Dagüinemaca (dame y te daré).
Hoy esta fiesta ha perdido mucho de su carácter primitivo, debido á que los indios se han ido civilizando y han olvidado algunas de sus antiguas costumbres; pero un escritor del año 35 que la presenció muy a principios del siglo XIX hace de ella la siguiente descripción:
“En este baile se acostumbra que hombres y mujeres bailen á la persona por quien se sienten con inclinación: toman el signo de algún obsequio, como de un caballo, vaca, pollo, etc., etc., y abrazan á la persona agraciada, obligándola á que dé una o dos vueltas al compás del canto, con lo que queda concluido un tratado de alianza y amistad entre ambas personas, que no lo relaja sino la muerte. Estos se llaman noraguas, es decir, amigos; pero tan sinceros y buenos, que el indio deja á sus hijos y á su mujer por su noragua, cuando sabe que emprende una caminata peligrosa ó que puede prestarle algún servicio. Por lo regular no son pagados en tan buena moneda. Al año siguiente se ha de retribuir el presente y la bailada, lo que perfecciona ese tratado, que según la tradición se instituyó en tiempo de la conquista, como prenda de la buena fe por ambas partes.”
“Los Ópatas son tan honrados como valientes: su educación, en lo que les resta de sus padres, es más bien guerrera que supersticiosa; pues desde sus juegos hasta sus bailes y cantos conspiran á ejercitar las fuerzas físicas y el ánimo, y á mantener una emulación a favor del que mejor maneja las armas. Los domingos se reúnen todos los varones á jugar el Guachicori ó el Gomi: para lo primero está dividido el pueblo en barrios de arriba y de abajo, que son contendientes y contrarios. Cada grupo nombra su capitán y van a pelear una carrera con dos huesos mancornados que llaman manea, en la que van interesadas las mujeres de uno y otro barrio y los mismos contendientes: es juego de mucho ejercicio y en que se necesitan fuerzas, destreza, agilidad en la carrera, sufrimiento y audacia. No es permitida otra arma que una varita muy débil para ofender, que les sirve para tirar la mancuerna de huesos: tampoco pueden usar de ella para ofender ó defenderse, y muchas veces un empujón y la caída ha causado la muerte de un contrario, lo que no ha sido motivo de queja o disgusto. El Gomi son dos bolas de madera del tamaño de una naranja, con las que corren dos o más contendientes, siempre en número par, la distancia de una á dos leguas tirando con el pie la bola. A más de estos ejercicios gimnásticos tienen el Taguaro, baile de guerra en que fingen Apaches que vienen y se roban los burros y las mujeres, y salen los del pueblo á defenderlas y á quitarles el robo. En seguida pasan á la plaza en donde está ya preparado un palo alto con un muñeco al extremo, que es Taguaro: los viejos vienen con unas sonajas cantando, mientras que los guerreros asestan sus tiros al Taguaro y reciben alabanzas ó vituperio según el mérito de cada uno. Tienen el Jojo, un baile histórico en memoria del tránsito de los aztecas y de la venida de Moctezuma, á quien esperan como los judíos al Mesías. Éste baile parece supersticioso á los que no ven en las alegorías más que hechizos o ídolos, pero en el fondo es puramente histórico. “
Como ya he dicho, la mayor parte de las misiones fundadas por los españoles se han convertido con el transcurso del tiempo en poblaciones de más o menos importancia.
Entre los pueblos de Sonora que deben su fundación á la raza Ópata se cuentan los siguientes:
En el Distrito de Arizpe:
Sinoquique, Banamichi, Huepac, Aconchi, Baviacora, Chinapa, Bacoache, Arizpe y Cuquirachi.
En el Distrito de Ures:
Batuc, Tuape, Opodepe, Cucurpe, Pueblo de Álamos, Tónichi, Mátape y Nácori Grande.
En el Distrito de Moctezuma:
Oposura (hoy Moctezuma), Guasabas, Bacadehuachi, Oputo, Nacosari, Nácori, Chico, Bacerac, Cumpas y Bavispe.
En el Distrito de Sahuaripa:
Sahuaripa, Bacanora, Santo Tomás, Pónida y Arivechi.
La raza Ópata ha sido dividida en diversas tribus con las denominaciones siguientes: Jovas, Eudeves, Tegüis, Tegüimas y Cogüinachis.
Todas, sin embargo, hablan el mismo idioma y poseen iguales hábitos: estas divisiones son probablemente originadas de la costumbre que tenían todos los indígenas del país de dar un nombre distinto á cada fracción de una misma tribu que formaba una ranchería o población separada.
Los Ópatas han sido siempre y son en la actualidad muy dedicados á la agricultura. Casi todos ellos son propietarios de pequeñas suertes de tierra que cultivan personalmente en sus respectivos pueblos. Las mujeres de ocupan en hacer esferas (petates) y sombreros de palma, En cuya industria son muy hábiles.
En todos los pueblos de Ópatas hay escuelas sostenidas por las rentas públicas del Estado, tienen sus Ayuntamientos, Jueces locales, Jueces del Estado Civil y Comisarios de policía.
Las buenas condiciones de esta tribu y su adhesión á la raza blanca han contribuido poderosamente á que se mezcle con ella de tal manera, que en la actualidad se confunden. Ninguno de sus pueblos puede llamarse propiamente un pueblo de indios, pues sus hábitos, sus ocupaciones, sus vestidos y sus alimentos son los mismos que los de los blancos, de los cuales si por algo se distinguen, es por su moralidad y amor al trabajo.
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Fuente:
http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/10800...0012546_04.pdf
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Re: Mexico no es bicentenario
¿No? ¿Pero no se suponía que todos eramos aztecas?
:jeje:
Hace 206 años los mayos no se consideraban mexicanos: Cronista
http://www.elimparcial.com/Edicionen...1505133-N2.JPG
Foto: Redacción El Imparcial
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Por: Jesús Palomares | 14/09/2016 9:50
NAVOJOA, Sonora(GH)
Para el Estado de Sonora la guerra por la Independencia de México en 1810 (hace 206 años) pasó desapercibida, sobre todo para los indígenas puros que habitaban la región del Mayo, en esa época, ya que no se consideraban mexicanos, expresó el cronista de la ciudad, Manuel Hernández Salomón.
“No hubo movimientos armados y ningún tipo de participación porque era una tribu independiente, a raíz de que se fueron los jesuitas en 1767, ellos quedaron libres y se gobernaron así mismos”, explicó, “además a las tribus se les conocía con el nombre de naciones, entonces en México al decir nación se consideraba otro país”.
Añadió que el Yoreme Mayo no tenía arraigado el sentido patriótico, incluso cuando iniciaron las rebeliones indígenas contra el gobierno de México, los indígenas llamaban mexicanos a los que venían del Sur.
“Lo único que se supo que en 1810, el intendente del Estado, es decir, el gobernador como ahora se les llama, Alejo García Conde, sí llevó a un grupo de indígenas ópatas a combatir a José María Gonzáles Hermosillo en la frontera de Sinaloa y Nayarit y derroto a los insurgentes que venían comandados del Sur”, recordó, “en razón de ese combate se le puso Hermosillo a la capital del Estado”.
Abundó que las principales tribus que se revelaron contra los ‘mexicanos’ fueron los Mayos y Yaquis que se aliaron en un mismo objetivo, el frenar los abusos del ‘hombre blanco’.
“A partir de 1810 los indígenas se revelaron por muchos años, hasta 1887 cuando fueron derrotados porque Porfirio Díaz mandó un gran ejército a dominar a las tribus”, externó.
Fue hasta la Revolución Mexicana cuando los indígenas de esta región fueron considerados mexicanos.
TÓPICOS: YAQUIS, MAYOS, INDEPENDENCIA DE MÉXICO
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Fuente:
Hace 206 años los mayos no se consideraban mexicanos: Cronista
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Re: Mexico no es bicentenario
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Re: Mexico no es bicentenario
Soto la Marina en la guerra de independencia
Lunes, 08 de Septiembre de 2014 06:30
Por. Lic. Juan Guillermo Rubio Gomora
La llegada de la expedición auxiliar liderada por el general español Xavier Mina y Fray Servando Teresa de Mier, el 15 de abril de 1817, involucraron para la posteridad a la Villa de Soto la Marina con dicho movimiento armado que tenía como finalidad la independencia.
Pues no obstante la serie de hechos, escritos y acontecimientos que aquí sucedieron en relación a estas figuras de la independencia, cabe resaltar la anexión de voluntarios originarios de Soto la Marina, quienes sumaban más de cincuenta, a las fuerzas de Xavier Mina.
Tras su llegada a Soto la Marina, el general Mina de inmediato ordena al también militar español José Sarda la construcción de un fuerte en las márgenes del rio, el cual serviría de bastión insurgente.
También es de resaltar la proclama fechada el día 25 de abril de ese mismo año donde arengan al pueblo a que se unan a dicha gesta, la proclama en mención fue elaborada en una imprenta propiedad de Fray Servando Teresa de Mier, la cual había traído de Inglaterra, siendo esta la primera que se conoció en el Nuevo Santander, también se imprimió en esta la canción patriótica del poeta cubano Joaquín Infante, que no era mas que otra forma de invitar a la población a unirse a la lucha, siendo el impresor oficial de la mencionada imprenta, el estadounidense Samuel Bangs.
Otro acto sobresaliente, fue el estremecedor discurso, que en compañía de Mina, ofició Fray Servando Teresa de Mier a los habitantes de Soto la Marina, donde los exhortaba de seguirlos a luchar por la independencia.
Una vez que el general Mina, dejó Soto la Marina para internarse hacia el centro del territorio, el 24 de mayo de ese mismo año, llevó consigo el grueso de sus tropas, el fuerte en Soto la Marina, quedó a disposición de las fuerzas españolas, toda vez que en dicho fuerte se encontraban solo 113 efectivos, incluyendo a Fray Servando, y al mando el Mayor José Sarda, quienes seria derrotados en la batalla por dicho fuerte por el Mariscal Joaquín de Arredondo el 15 de junio de 1817.
Este fue el inicio de una serie de episodios que enmarcaron a Soto la Marina, en el fragor de la guerra de independencia y posterior a ella.
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Fuente:
Soto la Marina en la guerra de independencia
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Re: Mexico no es bicentenario
Águila Negra, la logia mexicana que conspiró para independizar Cuba
Jorge Alvarez
El Águila Negra fue una de aquellas típicas sociedades secretas decimonónicas que intervinieron de forma más o menos importante en el devenir político.
https://i0.wp.com/www.labrujulaverde...size=780%2C600
Sello menor de la Gran Legión del Águila Negra
Aunque en España el nombre Águila Negra tiene connotaciones cerveceras, lo cierto es que también puede ligarse a un curioso episodio histórico que acaeció en el primer tercio del siglo XIX pero en suelo americano, con México recién independizado y amenazando extender el movimiento a la vecina Cuba, que seguía siendo española.
También llamada Gran Legión del Águila Negra, había sido fundada por Guadalupe Victoria, cuyo verdadero nombre era José Miguel Ramón Adaucto Fernández y Félix, y que fue uno de los protagonistas de la definitiva emancipación mexicana, constituyéndose además como su primer presidente tras la proclamación del fallido Plan de Iguala, la proclamación de la independencia en los Tratados de Córdoba en 1821 y el autonombramiento como emperador -fracasado a la postre- de Agustín de Iturbide.
Una vez consumada la abdicación de éste y proclamada la república, el nuevo país empezó a dar sus primeros pasos. Momentos de efervescencia y cierta confusión donde jugaron un papel considerable las diversas tendencias de la masonería mexicana a las que pertenecían la mayoría de los políticos.
Aparte de sociedades de otra naturaleza, como la Compañía Lancasteriana, centrada exclusivamente en fomentar la educación, dos eran las logias masónicas que se disputaban el poder: la Yorkiana y la Escocesa, siendo la primera proclive al liberalismo estadounidense republicano mientras que la segunda lo era al monarquismo constitucional español. En 1825 se crearía una tercera vía nacionalista, el Rito Nacional Mexicano, pero antes, en mayo de 1823, Guadalupe Victoria creó el Partido (o Legión) del Águila Negra, que él mismo lideró.
O esa es la versión oficial, pues algún investigador opina que fue cosa exclusiva del co-fundador Simón de Chávez, un fraile de la Orden de los Hermanos de Nuestra Señora de Bethlehem que era cubano (algo que resultaba significativo por la orientación que se dio a la organización) y habría incluido a Victoria para darse fuste.
https://i0.wp.com/www.labrujulaverde...size=740%2C926
Guadalupe Victoria/Imagen: Thelmadatter en Wikimedia Commons
El caso es que la nueva logia no tenía como objetivo luchar por el liberalismo político ni por el librecambio económico sino ayudar a los territorios que aún pertenecían a España a independizarse y, con ello, a poner coto al poder de la Iglesia en la sociedad civil, cada vez más creciente desde que el mes anterior los Cien Mil Hijos de San Luis intervinieran en la metrópoli para restablecer el absolutismo de Fernando VII.
Al menos ésa era la intención inicial, ya que parece evidente que a Victoria le convenía tener una entidad detrás que le apoyase en favor de una república, contrarrestando la influencia de la logia Escocesa; de ahí el antiespañolismo que destilaba y el progresivo endurecimiento de su anticlericalismo.
No obstante, el Águila Negra no se adscribía a la masonería: así lo declaraba en sus estatutos, no formando parte de su familia ni exigiendo los rituales típicos de iniciación (tampoco admitían a europeos, mujeres, menores de veinte años ni gente con antecedentes penales), aunque ideológicamente se situaba tan cercana al citado Rito de York que algunos autores consideran que llegaron a fusionarse de facto.
De hecho, su actividad se centró en promover la independencia de Cuba, para lo cual llegó a presentar ante el Congreso un plan de intervención militar que, de tener éxito, sentaría las bases para una anexión de la isla por México. Para el mando de la expedición, en la que colaboraba Colombia, fue designado el comandante Antonio López de Santa Anna, que en 1836 se haría famoso combatiendo a los texanos en El Álamo.
https://i1.wp.com/www.labrujulaverde...ize=740%2C1083
Antonio López de Santa Anna/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
Sin embargo y pese a estar todo ya dispuesto en el Yucatán para zarpar, la misión se canceló y nunca se reactivó. Fueron varios los factores que determinaron ese desenlace. En primer lugar, la presión de EEUU, que consideraba que las Antillas españolas, al estar en su ámbito de influencia, tendrían que pasar a sus manos tarde o temprano.
También el hecho de que la España fernandina tenía bastantes problemas internos combatiendo los continuos pronunciamientos liberales como para intentar una reconquista de México desde Cuba. Pero quizá la circunstancia decisiva fue que las autoridades españolas insulares descubrieran y desmantelaran la versión local del Águila Negra, establecida en 1826 a imagen y semejanza de la mexicana, y cuya misión era apoyar la operación desde dentro.
Dos días antes de la Navidad de 1829 llegó a La Habana un comunicado desde EEUU informando de que José Rubio, el hombre que había viajado desde el continente llevando los estatutos, pertenecía a una sociedad secreta. Inmediatamente se inició una investigación que encontró documentación comprometedora, lo que confirmó el posterior interrogatorio.
En febrero de 1830 cayó la mayor parte de la red de conspiradores, una veintena de personas -otras lograron escapar- que fueron procesadas por un tribunal militar acusadas de confabulación, subversión y masonería, siendo condenadas a diversas penas: seis de ellas de muerte en la horca, aunque finalmente ésta fue conmutada por destierro y cadena perpetua.
Fuentes:
/ La Gran Legión del Águila Negra: un águila de dos cabezas (México-Cuba 1823-1830) (Dominique Soucy)
/ La Gran Legión del Águila Negra. Documentos sobre su fundación, estatutos y objetivos (María Eugenia Vázquez Semadeni)
/ Wikipedia.
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Fuente:
Águila Negra, la logia mexicana que conspiró para independizar Cuba
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Re: Mexico no es bicentenario
Este documento tiene que ver con este tema que se ha abordado en el foro:
La guerra de independencia en Tepic
Don Félix María Calleja publica el parte de la derrota y prisión del mariscal Aldama.
Guadalajara, 7 de febrero de 1811.
NÚMERO 181 - Tomo I
Don Félix María Calleja del rey brigadier de los reales ejércitos subinspector y comandante de la décima brigada de este reino, y comandante general del ejército de operaciones.
Para que el ejército de mi mando y el público de esta capital no carezcan de las interesantes noticias que se reciben acerca de la expedición que dirige el señor brigadier don José de la Cruz, traslado el parte dado a este jefe por el comandante de las armas de Tepic que a la letra dice así:
“Deseoso de comunicar a vuestra señoría cuantos pormenores ocurran, mientras tengo la satisfacción de recibir en este pueblo sus órdenes, incluyo la adjunta declaración del eclesiástico cogido en mis avanzadas, el que se halla en arresto con el decoro debido a su estado, y a la distinción que sabe hacer un gobierno justo que felizmente nos rige.
Al mismo tiempo incluyo el testimonio que este señor cura dirige al señor provisor del obispado para que vuestra señoría lo remita en primera ocasión.”
“La fuerza con que amenazaba desde Tequepexpa el mariscal Aldama, según el oficio que le incluí a vuestra señoría a beneficio de mis activas providencias, queda destruida en su todo; él, arrestado con su gente, y los cinco cañones que traía en este cuartel de mi mando; lo que puede servirle de satisfacción, y para que no precipite sus marchas, pues me hallo con una fuerza capaz de resistir a cualquiera agresor que no le hay.
Y en efecto para prueba de ello esta tarde misma destaco cien hombres para San Blas por si acaso fuesen necesarios en aquel punto.
El rebelde cura Mercado tuvo un fin desastrado, pues se arrojó a un voladero la misma noche de su prisión.
Así van pagando los motores de la maldad.”
Estos son los frutos que el sanguinario Hidalgo ha sacado de sus proyectos insensatos, y mientras él huye cobardemente a la vista del peligro, los infelices que le han creído perecen sacrificados a su furor y ambiciosas ideas.
Sirvan estos ejemplos de una lección provechosa a todos, para contenerse en sus deberes, respetar un gobierno suave cuya divisa es la benignidad, y odiar para siempre a un hombre que no nació sino para la desgracia de su país.
Guadalajara 7 de febrero de 1811.—
Félix Calleja.—
Imprímase.—
Calleja.
Fuente:
J. E. Hernández y Dávalos. Historia de la Guerra de Independencia de México. Seis tomos. Primera edición 1877, José M. Sandoval, impresor. Edición facsimilar 1985. Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana. Comisión Nacional para las Celebraciones del 175 Aniversario de la Independencia Nacional y 75 Aniversario de la Revolución Mexicana. Edición 2007. Universidad Nacional Autónoma de México.
Versión digitalizada por la UNAM: Proyecto Independencia de México
Nota en título de J. E. Hernández y Dávalos: (original)
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Fuente:
Don Félix María Calleja publica el parte de la derrota y prisión del mariscal Aldama.
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Re: Mexico no es bicentenario
Tres Vírgenes en ‘guerra’
Redacción
Nuestra Señora de Zapopan fue protectora de los realistas.
En 1698 se construyó la ermita a Nuestra Señora de Zapopan, y 121 años después, fue fundamental en la guerra de Independencia.
Monclova, Coah.- Tres vírgenes en una batalla parecen demasiadas en la Independencia de México, los investigadores suelen hablar de dos, la de los Remedios y la Guadalupana, mas en Monclova de donde salió el contingente que apresó a Hidalgo, la victoria fue para una tercera, Nuestra Señora de Zapopan, la protectora de los hombres que fueron condenados por la historia.
La guerra de Independencia, es también conocida como la “Guerra de las Vírgenes” por el primordial papel que jugaron la Virgen de Guadalupe para los independentistas, como la Virgen de los Remedios para los Españoles, batalla que comenzó cuando Miguel Hidalgo tomó la imagen de la Virgen Morena como estandarte, a lo que respondieron los europeos enfrentándola con su patrona, también conocida como “La Generala”, en una batalla que duró 11 años, de 1810 a 1821.
http://www.zocalo.com.mx/images/uplo...og/virgen3.jpg
Fue en ese último año, que tras la derrota sufrida en la batalla de Puente de Calderón, los Insurgentes en su viaje rumbo al vecino país del norte donde planeaban rearmarse, llegaron por invitación de Ignacio Elizondo, quien fue soldado realista y se ofreció a reabastecer sus provisiones, al poblado de Acatita de Baján, actual ejido del municipio de Castaños, donde se cuenta, tendió la trampa un 21 de marzo.
Más de mil hombres que acompañaban al cura, quien era escoltado por Jiménez y Allende, fueron aprendidos por 340 hombres al mando de Elizondo, un pequeño ejército formado por milicianos, veteranos e indígenas, todos bajo la protección de la Generalísima Virgen de Zapopan, quienes a su regreso a la Villa de Santiago de la Monclova, que desde entonces alcanzó el grado de ciudad, fueron vitoreados como héroes, y en su brazo colocada una cintilla que portaban orgullosos y decía: “Vencedores de Baján”.
http://www.zocalo.com.mx/images/uplo...og/acatita.jpg
El contingente que aprendió a los insurgentes en Acatita de Baján, tenía como patrona a la Virgen de Zapopan.
Lo anterior, lo señaló el historiador y director del Archivo Municipal, Arnoldo Bermea Balderas, quien agregó, que es injusto que a quienes lograron la aprehensión de Hidalgo y los Insurgentes, se les llame traidores, ya que en ese entonces no existía una idea o sentimiento de nación como los que tenemos actualmente, la gente no sabía de qué se trataba la lucha de Independencia, por ello entró en juego la imagen de la Virgen de Guadalupe, para sumar a la población indígena a esa causa, lo que tuvo por contrapeso en el virreinato, a la Virgen de los Remedios, la que ayudó a escapar a Hernán Cortés, tras la Batalla de la Noche Triste.
http://www.zocalo.com.mx/images/uplo...g/remedios.jpg
Ante la astucia del cura Hidalgo de llevar a la Virgen Morena a la batalla, los realistas invocaron a la Virgen de los Remedios.
La Virgen patrona de Ignacio Elizondo y los Vencedores de Baján, es originaria de Guadalajara, y se cree llegó a Monclova traída por los franciscanos, lo que motivó a que en el año de 1698 se construyera su ermita en la loma donde milagrosamente apareció su imagen, actualmente calle Ermita en la Zona Centro, y a donde cuentan regresó para que los pobladores supieran que tenían que levantarle en ese lugar un templo.
A Nuestra Señora de Zapopan se le atribuyen numerosos milagros, a los cuales se suma, el que a 121 años de su aparición en éstas tierras, le dio la victoria a un ejército improvisado, con poco armamento, y tres veces menor en cuanto a hombres al de los insurgentes, en donde de haber descubierto los de Hidalgo la treta, hubieran seguramente acabado con ellos.
La Virgen de los “traidores” no es por lo regular tomada en cuenta cuando se habla de la lucha de Independencia, donde el protagonismo lo tuvieron la Virgen de los Remedios y la Guadalupana, mas la victoria decisiva en su primer capítulo la obtuvieron sus hombres, en un plan ejecutado por Ignacio Elizondo, y financiado por los Sánchez Navarro, quienes tenían importantes negocios en Guanajuato con el abuelo de Indalecio Allende.
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Fuente:
Tres Vírgenes en ‘guerra’ [Religión] - 27/06/2016 | Periódico Zócalo
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Re: Mexico no es bicentenario
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Re: Mexico no es bicentenario
Acta de independencia del Imperio Mexicano
pronunciada por su Junta Soberana congregada en la Capital de él
en 28 de Septiembre de 1821
La Nación Mexicana que, en trescientos años, ni ha tenido voluntad propia, ni libre el uso de la voz, sale hoy de la opresión en que ha vivido.
Los heroicos esfuerzos de sus hijos han sido coronados y está consumada la empresa, eternamente memorable, que un genio, superior a toda admiración y elogio, amor y gloria de su Patria, principio en Iguala, prosiguió y llevo a cabo, arrollando obstáculos casi insuperables.
Restituida, pues, esta parte del Septentrión al ejercicio de cuantos derechos le concedió el Autor de la Naturaleza, y reconocen por inenagenables y sagrados las naciones cultas de la tierra, en libertad de constituirse del modo que más convenga a su felicidad, y con representantes que puedan manifestar su voluntad y sus designios, comienza a hacer uso de tan preciosos dones, y declara solemnemente, por medio de la Junta Suprema del Imperio, que la Nación Soberana e Independiente de la antigua España, con quien, en lo sucesivo, no mantendrá otra unión que la amistad estrecha, en los términos que prescribieren los tratados, que entablará relaciones amistosas con las demás potencias ejecutando, respecto de ellas, cuantos actos pueden y están en posesión de ejecutar las otras naciones soberanas, que va a constituirse, con arreglo a las bases que en el Plan de Iguala y tratado de Cordoba estableció sabiamente el primer Jefe del Ejército Imperial de las Tres Garantías y en fin que sostendrá, a todo trance, y con el sacrificio de los haberes y vidas de sus individuos, (si fuere necesario) esta solemne declaración, hecha en la capital del Imperio a veinte y ocho de septiembre del año de mil ochocientos veinte y uno, primero de la Independencia Mexicana.
Dentro de los documentos torales de nuestra historia patria se encuentra la segunda copia de la declaración formal de independencia elaborada por la Junta Provisional Gubernativa, el 28 de septiembre de ese año, y redactada por Juan José Espinosa de los Monteros, que establecía la separación definitiva de España de acuerdo al Plan de Iguala y a los Tratados de Córdoba.
Entre los firmantes se encontraban Agustín de Iturbide, Juan Francisco de Azcárate, Francisco Sánchez de Tagle, Manuel Velázquez de León, José María de Bustamante. Así también signaron miembros de la jerarquía eclesiástica como el obispo de Puebla y el canónigo Matías de Monteagudo.
Encontramos de igual modo a la otrora nobleza novohispana como el marqués de Salvatierra, el conde de Heras y Soto, el marqués de San Juan de Rayas y el conde de Jala y de Regla, entre otros.
El 21 de noviembre de 1961 se entregó, al entonces presidente de la República Lic. Adolfo López Mateos el presente documento, que se hallaba perdido desde el año de 1830 y fue adquirido por don Florencio Gavito Bustillo en 1947. A su fallecimiento, su esposa, la Sra. Mercedes Jáuregui de Gavito cumple con su voluntad de entregar el Acta al Presidente de la República Mexicana.
En algún momento este preciado documento perteneció a la biblioteca de Maximiliano de Habsburgo, y fue vendido en tierras europeas por el padre Fischer, confesor del emperador. Se desconoce cómo llegó a manos de Luis García Pimientel, nieto del eminente polígrafo don Joaquín de Icazbalceta, quién a su vez lo vendió al donante.
Entre las autoridades que corroboraron la autenticidad de dicha acta, se encontraba la Dra. Guadalupe Pérez San Vicente, conocida experta en paleografía, a la que en este mes se le rinde un justo homenaje por su destacada labor archivística.
Archivo General de la Nación
http://www.agn.gob.mx
https://scontent-lax3-1.xx.fbcdn.net...51&oe=59B21839
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Fuente:
https://www.facebook.com/permalink.p...16863665033018
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Re: Mexico no es bicentenario
1827 Plan del padre Arenas
12 de enero de 1827
http://www.memoriapoliticademexico.o...PlanArenas.jpg
Bases Fundamentales que han de servir para verificar el grito general por la religión y España.
Artículo 1o. —La Religión de Jesucristo, según la Santa Iglesia Católica, Apostólica, Romana, sin mezcla de otra pública o privada.
2o. — Para sostener el artículo anterior, volverá este país a la soberanía del Sr. D. Fernando VII, (Q. D. G.,) y legítimos sucesores, proclamándole y jurándole de nuevo y como se acostumbra en semejantes actos.
3o. —En todo lugar en donde se proclame este Plan, se restablecerán inmediatamente los Ayuntamientos, y arreglará todo como estaba en el año de 808.
4o. — Los indios volverán a gozar de todas las gracias y privilegios concedidos y pondrán sus repúblicas como en el año de 808.
5o. —Cesan las funciones de los enviados por las Potencias Extranjeras; pero se les guardarán los fueros y consideraciones acostumbradas entre Potencias amigas, si no lo desmereciere su conducta.
6o. —A los extranjeros existentes en el Reino, se les garantizan sus vidas y propiedades, siendo árbitros a permanecer o salir del Reino hasta la resolución del Soberano.
7o. —Se concede la vida a todos los que tuvieren delito de muerte por motivos de opinión, desde el Grito de Iguala, tomando partido activo en este Plan.
8o. —Es llamado a tomar las armas todo militar que sirvió en el año de 20, para sostener los artículos anteriores,
9o. —También los españoles existentes en el Reino y los dignos americanos amantes de su Religión y Rey.
10. —Todo individuo español o del país, eclesiástico o secular, que por imposibilidad física no pudiere unirse a las filas, tomará, sin embargo, parte activa para defender la Religión y el Trono, con sus instrucciones, y se recompensará a todos los que comprende este artículo y anteriores.
11. —Todo militar será considerado por el empleo que obtenga al presente, y para los ascensos se atenderá a los servicios que haga.
12. —Los militares que por no haber tomado parte en el Plan de Iguala, hayan sufrido atrasos, están remunerados al instante que se presenten para defender éste.
13. —A los empleados civiles, se les guardará la misma proporción.
14.—Los soldados, sargentos y cabos, que sirvieren en el año 20, y sirvan actualmente presentándose a la primera llamada, se les abonará todo el servicio, y el que no quiera servir en lo sucesivo después de arreglado el Gobierno, se les dará su retiro o licencia correspondiente, sin detenerlo.
15. —El Ejército se titulará: “El restaurador de la fe,” y se sostendrá de las rentas públicas, sin alterarlas, y de los donativos o préstamos que hagan los amantes de ella, que se les bonificará, luego que haya fondos para ello.
16. —El Jefe del Ejército, lo seré yo, por orden de S. M. con el título de Comisionado Regio.
17. — Al ¿quién vive?, se responderá: “La fe”.
18. —Todo el que se oponga a lo arriba dispuesto, será tenido como reo de lesa majestad, divina y humana.
Dado en México, a 12 de enero de 27. —Juan Climaco Velasco.
OPERACIONES OCULTAS PARA EL PLAN QUE ANTECEDE
Antes que un miembro se dirija a otro, examine despacio si reúne las cualidades siguientes:
1ª. —Intimo amigo de quien le ha de hablar.
2ª. —Adicto a la causa de Fernando, y que a su favor se expresará con él dos o más veces.
3ª. —Muy reservado, que no sea fácil en manifestar sus arcanos, ni tenga algún vicio como la embriaguez, por el que arriesgue el secreto.
4ª. —Nada voluble en sus resoluciones,
5ª. —Solícito en llenar sus cargos y cuidar principalmente papeles.
6ª. —Que esté de pie en alguna ciudad, a lo menos por cuatro meses.
7ª. —Que tenga otro amigo a quien poderse dirigir. Vistas estas cualidades en algún sujeto, observar si las voces de Religión o Patria, el verse postergado, u otra causa, le moverán a admitir, y opinando afirmativamente entréguele al Plan después de haberse fondeado, para que le medite veinticuatro horas (a lo más cuarenta y ocho,) y resuelva. Si no admite, hágale reflexiones sobre lo mucho que expone a la causa, o ya hable en público o secreto del proyecto: que lea bien las notas y pase a examinar quien otro se dirige.
OBLIGACIONES DE LOS MIEMBROS
1ª. —Conseguir a un compañero.
2ª. —No descubrir, aún a costa de la vida, cosa relativa al asunto, ni decir al que se comunique, quién lo hizo poner, o al contrario.
3ª. —No formar junta, ni aún franquearlas casas de los dos miembros que conoce.
4ª.—Denunciar al que hable directa o indirectamente del proyecto, aunque no le conozca por miembro de la causa, poniendo las palabras materiales que profirió, su nombre, apellido supuesto, o el propio, si por otro no lo conoce, y el de los sujetos ante quienes habló, el día en que lo ha verificado, y cuanto además juzgue conveniente.
5º. —Noticiará dentro de ocho días los puntos siguientes:
1º. —Con cuánto se subscribió o prestó con rédito o sin ellos, y si de esto quiere poner parte o todo a disposición de la causa para los gastos que se ofrezcan.
2º. —Las graduaciones, empleos, o estado de cada uno, en general [...] Capitán, retirado efectivo, o un eclesiástico, etc., y la población en que se halla con los rumbos y leguas a que queda dicha población de la de México.
3º. —El día mismo que entra cada uno, y el nombre y apellido supuesto que eligió en la firma.
4º. —Las juntas o reuniones de que tenga noticia, sus fines, y si conoce a alguno de la causa de ellas.
5o.—Si tiene varios de confianza a quienes poder invitar y quiere hacerlo, me comunicará la población en que se hallan, sus graduaciones, etc., conforme a lo dicho arriba, ocultando siempre sus nombres y apellidos, y no verificando la invitación (si se hallan en otra ciudad.) hasta que le mande instrucciones de cómo ha de remitir los papeles sin riesgo,
6o. —Qué número de tropas mantiene aquélla población, expresando las veteranas y nuevamente sacadas.
7º. —Qué esperanzas funda el pueblo y la tropa, según el descontento o entusiasmo que advierta.
8º. —Qué armas y cosas útiles al fin, tiene en su poder, y repetirá esta noticia cada diez armas, cinco libras pólvora y cinco de municiones que aumente.
6º. —Obligación: obedecer las órdenes que se le comuniquen respectivas así o comunes a todos.
7º.—Captarse la voluntad del pueblo bajo y tropa, con favores, acomodos, buen porte, etc., cuidando por lo menos de atraer los que en estas clases tengan algún predominio, y ocultándoles el fin.
8º. —Elegir nombre y apellidos supuestos.
9º. —Decirse mutuamente, maestro y discípulo, con los nombres que eligieron para comunicarse entre ellos cuando se pueda ofrecer.
10. —No escribir con nombre ni letra propia, sino es desfigurando, cosa del asunto, ni en el caso de hacerlo a mí.
11. —No salir de la población en que se halla, sin avisarme con bastante tiempo para unir la cadena, y no siéndole posible dejará instruidos a los dos que conoce donde deban entregar los papeles que circulen.
12. —Escribir asuntos indiferentes a su maestro y discípulo (si se hallan en otra población) cada quince días de no haber tenido noticias de ellos, para si fallecen o se ausentan unir la cadena.
13. —Examinar los ánimos especialmente de la tropa y mandarme nota circunstanciada cuando las exija, de los que estén por la causa.
14. —Investigar por medio de extraviados y desconocidos dónde hay armas, dinero del común, etc., añadiendo los medios más fáciles para que estos renglones queden a beneficio de la causa.
15. —Copiar dos planes cuando se previene en la advertencia general.
16. —Otras obligaciones propias de algunos cargos, se comunicarán en carta separada a quienes los obtengan.
ADVERTENCIAS GENERALES
1a. —Ninguno sacará copia de este plan, sino que admitido, le pasará al que consiga, este al suyo, etc.
2ª. —Todos aguardarán un segundo ejemplar de que sacarán dos copias, una para su uso, (si no pudiere encomendarle a la memoria) y otra que (no pidiéndola el inventor) pasará a sus discípulos, para que éstos, quedándose con el ejemplar necesario para la copia, pasen los sobrantes a los suyos.
3ª. —Todas las suscripciones y préstamos quedarán en poder del que suscribe, y los empleará por sí mismos en armas, soborno de la tropa, u otros objetos que se le comuniquen útiles al fin, y no queriendo hacerlo por sí mismo avisará.
4ª. —El que tenga intimidad con jefes acaudalados, eclesiásticos y otras personas de influjo e interés, deberá preferirlas en la elección a las menos útiles.
5ª. —El que por su estado u otra cosa no pueda unirse a las filas, al dar el grito, me lo avisará con tiempo para prevenirle sus ulteriores ocultos encargos.
6ª. —El que tenga conocimiento con correos, arrieros o viajantes, espero me lo comunique.
7a.—Si alguno tiene conducto seguro para dirigir cartas y entregar en mano propia al capitán general de la Habana, hará gran servicio poniéndole a disposición de la causa, y se le ofrece toda seguridad de que quedará antes de dar paso convencido.
18.—El que quiera mandar papeles al gobierno español directamente, la causa le ofrece conducto seguro, como no traiga letra ni firma propia, y los diriga a mí.—Juan Climaco Velasco.
Planes en la nación mexicana. México, Senado de la República - COLMEX. 1987. Libro uno; pp. 201-203
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Fuente:
Memoria PolÃ*tica de México
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Re: Mexico no es bicentenario
Personajes y Crónicas
Domingo, 23 de Noviembre de 2014 22:12
Por. Lic. Juan Guillermo Rubio Gomora
Joaquín de Arredondo
(Primera de Tres)
José Joaquín de Arredondo y Mioño, nació en la Ciudad de Barcelona, España en 1768, hijo de dona Josefa Riojo de Mioño y de don Nicolás Antonio de Arredondo y Pelegrin, quien fue Gobernador de Cuba y Virrey del Rio de la Plata con sede en la Ciudad de Buenos Aires.
Joaquín de Arredondo fue un destacado general realista que estuvo en servicio de la corona española durante las ultimas dos décadas del dominio español en la Nueva España.
Fue comandante militar de la Provincia de Tejas y el Nuevo Reino de León, desempeñando tal cargo durante el periodo en que surgieron los primeros focos insurgentes de la lucha por la independencia de México del dominio español.
Arredondo ingresó a la guardia real española como cadete en 1787 y posterior a ello fue enviado a servir a los territorios de la Nueva España (Hoy México)
En 1810, fue ascendido al rango de coronel y le fue concedido el mando del regimiento de infantería de Veracruz.
Para 1811, fue nombrado comandante militar de la Huasteca y gobernador del Nuevo Santander (hoy Tamaulipas)
Joaquín de Arredondo siempre tuvo una rígida respuesta en contra de los insurgentes, y aplicó severas reglas de guerra en las campañas pro activas de Miguel Hidalgo y Costilla durante los años de 1811 a 1813, además formó parte de la conspiración de Ignacio Elizondo, que tenía como finalidad capturar a Hidalgo.
Fue a través de estas destacadas intervenciones en contra de la insurgencia que Arredondo fue recompensado como comandante de la División del Este, de las provincias internas, que después serian conocidas como provincias internas de oriente, cuyo territorio estaba compuesto por las provincias de (Coahuila, Tejas, Nuevo Reino de León y Nuevo Santander) los dos últimos hoy conocidos como estado de Nuevo León y Tamaulipas.
Cabe señalar que la región antes mencionada tenía una población predominantemente criolla y realista, por tal circunstancia el movimiento de independencia no seria inicialmente apoyado por la mayoría de los habitantes de estas provincias.
Sería hasta el año de 1817 con la llegada de los líderes insurgentes Xavier Mina y Fray Servando Teresa de Mier a Soto la Marina, cuando dicho movimiento independentista tomó un impulso significativo en los territorios antes mencionados.
Continuara…
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Fuente:
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Re: Mexico no es bicentenario
Personajes y Crónicas
Domingo, 30 de Noviembre de 2014 21:21
Por. Lic. Juan Guillermo Rubio Gomora
Joaquín de Arredondo
(Segunda parte de tres)
El territorio de Tejas formaba parte del Nuevo Reino de León y era un baluarte fronterizo debido a los ataques constantes de tribus de indios nativos americanos, quienes merodeaban la zona.
Hacia 1811, Bernardo Gutiérrez de Lara, quien era un herrero idealista originario de Nuevo Santander, se unió a la facción insurgente de Hidalgo, pues tenia importantes contactos en la región, de quienes recibió simpatía y ayuda de varias facciones interesadas en que los territorios de tejas se independizara de la corona española.
Gutiérrez de Lara, reclutó voluntarios de Luisiana y Tejas y organizó la llamada expedición Gutiérrez-Magee, a estos voluntarios se les ofreció la cantidad de 40 dólares al mes y una legua de territorio capturado.
Desde San Antonio de Bejar (Hoy San Antonio, Texas) el gobernador de Tejas Grande Manuel María de Salcedo, buscó ayuda con sus superiores y compañeros de armas al sur del Río Grande para repeler la sublevación.
El 12 de agosto de 1812 el ejército de Gutiérrez de Lara cruzó el Rio Sabinas y tomaron el pueblo de Nacogdoches cercano a San Antonio de Bejar, sin encontrar resistencia alguna.
Los realistas no lograron reclutar un solo civil para la causa española, sino por el contrario, la población civil apoyó al movimiento de independencia, incluso mientras se retiraban hacia San Antonio de Bejar, miembros del ejército realista y residentes de Tejas se unieron a los invasores, quienes controlaban los territorios al norte de San Antonio de Bejar entre los Ríos Sabinas y Guadalupe.
El 6 de abril de 1813, Gutiérrez de Lara declaró independiente de España la Republica de Tejas, sin embargo esta independencia no sería reconocida hasta 1821, con la Independencia de México.
Continuará…
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Fuente:
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Re: Mexico no es bicentenario
Personajes y Crónicas
Domingo, 07 de Diciembre de 2014 22:03
Por. Lic. Juan Guillermo Rubio Gomora
http://www.elredactor.mx/images/stor..._arredondo.jpg
Joaquín de Arredondo
(Ultima parte)
Para enfrentar la amenaza de la provincia recién separada de Tejas, la corona española nombró al general Joaquín de Arredondo comandante de las divisiones oriental y occidental de las provincias internas.
Arredondo lanzó su campaña militar el 18 de agosto de 1813, y con un ejército de 1,800 hombres partió hacia San Antonio de Bejar, con la finalidad de sofocar la insurgencia tejana.
El enfrentamiento entre tejanos y realistas españoles, fue casi inmediato en las cercanías del Río Medina, cercano a San Antonio de Bejar y se enfrascaron en una batalla de tres horas, batalla de la cual los españoles resultaron victoriosos.
Después de su victoria en contra de los tejanos, Arredondo nombró a Cristóbal Domínguez gobernador interino de Tejas, posterior a la batalla de Medina como se le conoce a esta gesta, el general Arredondo regresó a Monterrey donde se encontraba su cuartel general.
Para 1817, la expedición de Xavier Mina llegó a Soto la Marina y sería nuevamente el general Joaquín de Arredondo quien tendría la difícil misión de sofocar este foco insurgente.
Joaquín de Arredondo llegó a Soto la Marina el día 11 de junio de 1817, apostando su ejército y artillería en las inmediaciones de lo que hoy se conoce como Colonia Barrio Blanco en Soto la Marina.
Desde este sitio, Arredondo arremetió con fuerza contra el fuerte insurgente de Mina, que se encontraba en la orilla norte del Rio Soto la Marina.
Arredondo al mando de más de 1,600 efectivos dio inicio a la batalla por el fuerte de Soto la Marina el día 12 de junio de ese mismo año, y tras tres días de combate logró derrotar al ejército de Mina la tarde del 15 de junio del año en mención.
Tras esta significativa victoria para el ejercito realista, Arredondo dejó Soto la Marina, para regresar a su cuartel general en Monterrey.
Cuatro años más tarde, una vez consumada la Independencia de México en 1821, Joaquín de Arredondo partió con destino a La Habana, Cuba. Lugar donde murió en 1837.
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Fuente:
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Re: Mexico no es bicentenario
Esto le va a caer como balde de agua fría a muchos. :jeje:
viernes, 16 de enero de 2015
Irónico: Lo que quedaba de Tenochtitlan en 1810, se opone al movimiento de insurrección.
http://2.bp.blogspot.com/-ZisHAloghn...%2Bp.%2Bm..jpg
Hay un error, (uno más), recurrente en todos quienes no conocemos a profundidad la Historia de México en su etapa conocida como la Conquista, en el que siempre caemos: decir Ciudad de México a lo que fue la Ciudad Española de México. Justo eso que conocemos en la actualidad por Centro Histórico era la ciudad española, pues, en rededor de ella estaba la República de Indios, es decir, los distintos pueblos en donde los mexicanos vivían. No era un pueblo en sí, sino dos y, para evitar confusiones, pero más bien para tenerlos sujetos y controlados, se les dividió en dos Parcialidades la de Tenochtilan y la de Tlatelolco pero, como ya estaba iniciada la conquista espiritual, entonces se llamaba San Juan Tenoxtitlan y Santiago Tlatelolco. Como Tenochtitlan era tan grande, se dividía en cuatro sectores que no eran otra cosa que los Calpulis o barrios, sus nombres los puedes ver en el diagrama que sigue. Y, en este espacio que tenemos dedicado al inicio de la Guerra de Independencia y la Ruta de Hidalgo, encuentro un documento que me llama la atención debido a que fue emitido por una de esas Parcialidades, la de San Juan que ya se había quitado el apelativo de Tenochtitlan, y que dice:
http://2.bp.blogspot.com/-vblBf-UBcR....%2Bm..bmp.jpg
Exposición de la parcialidad de San Juan contra la revolución iniciada en Dolores.
México, 27 de septiembre de 1810.
Excelentísimo señor.—
El gobernador, alcalde presidente, gobernadores pasados, y toda la república de la parcialidad de San Juan, han leído la enérgica y juiciosa proclama que vuestra excelencia se ha servido dirigir a todos los habitantes de esta Nueva España con motivo de que algunos de ellos, olvidados de los sagrados juramentos que los ligan, y de sus verdaderos intereses, han levantado el estandarte de la rebelión, y abierto el camino al pillaje, a la devastación y a la ruina total de este preciosísimo reino.
Nos duele señor excelentísimo este alucinamiento delincuente que ha trastornado sus cabezas, y llega a lo sumo nuestro pesar, al oír que cuentan en su número con algunos indios que les auxilian.
Nosotros y los que comprenden nuestra parcialidad, entendemos muy bien que FERNANDO VII y sus sucesores de la antigua casa de Borbón, son los únicos dueños de este reino, que el supremo consejo de regencia que por el cautiverio del primero deposita la soberanía, está legítimamente instalado, reconocido y jurado por nosotros; que nuestra santa religión no permite el quebrantamiento de estos juramentos, y nos estrecha a guardar el pacto social, viviendo sujetos a las legítimas potestades, que a nombre de nuestra madre santísima de Guadalupe y del señor DON FERNANDO VII, no son lícitos, antes sí más criminales y horrorosos, el robo, el homicidio y el perjurio; y últimamente, que el que procure la separación de estos dominios de la península, cuando aún existe allá quien resista a la dominación extranjera, no puede ser fiel a FERNANDO VII, sino que imposibilita en cuanto está de su parte su restitución al trono.
Animados, pues, de estos sentimientos, bien persuadidos de que son los únicos que deben gobernar a un católico y fiel vasallo, hemos acordado venir a presentarnos a vuestra excelencia, ofrecerle nuestras personas y asegurarle, que todos los de nuestra parcialidad están prontos a sostenerlos y derramar la última gota de sangre en defensa de ellos.
Dígnese por tanto vuestra excelencia aceptar esta nuestra oferta, ocuparnos en cuanto nos considere útiles para el real servicio, y elevar al supremo consejo de regencia esta representación, para que su majestad sepa y se complazca de que los indios de México, tienen la felicidad de contarse entre el número inmenso de europeos y americanos, que no se han dejado ni se dejarán seducir por el espíritu de partido y rivalidad.
Dios nuestro señor guarde la vida de vuestra excelencia muchos años, y lo conserve a la cabeza de la fidelísima Nueva España para su felicidad.
México 27 de septiembre de 1810.
Excelentísimo señor.
Dionisio Cano y Moctezuma, gobernador.
Francisco Antonio Galicia, ex gobernador.
Ramón Lizalde, alcalde.
Josef Crecencio Cano, alcalde.
Josef Teodoro Mendoza, alcalde.
Francisco Valdés, alcalde.
Domingo Salazar, alcalde.
Miguel Rivera, alcalde.
Josef Manuel García, escribano.
Excelentísimo señor virrey de esta Nueva España don Francisco Xavier Venegas.
http://4.bp.blogspot.com/-UqQd5YUwFu....%2Bm..bmp.jpg
Vemos en este mapa de 1767 la Calle de S. Juan, se trata de la de San Juan de Letrán, que ahora conocemos como Eje Central Lázaro Cárdenas. un poco a la izquierda aparece el "Teypan", que no es otra cosa que el Tecpan de San Juan, ya no era el de Tenochtitlan sino el de Moyota, sitio en donde se asentaba el tribunal de ese sector de la población.
Fuente:
J. E. Hernández y Dávalos. Historia de la Guerra de Independencia de México. Seis tomos. Primera edición 1877, José M. Sandoval, impresor. Edición facsimilar 1985. Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana. Comisión Nacional para las Celebraciones del 175 Aniversario de la Independencia Nacional y 75 Aniversario de la Revolución Mexicana. Edición 2007. Universidad Nacional Autónoma de México.
Versión digitalizada por la UNAM: Proyecto Independencia de México
Tomada de 500 años de documentos. Biblioteca. TV.
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Fuente:
Cabezas de Aguila: Irónico: Lo que quedaba de Tenochtilan en 1810, se opone al movimiento de insurrección.
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Re: Mexico no es bicentenario
sábado, 18 de junio de 2011
Llegada de la cabeza de Hidalgo a Guanajuato. Octubre 14 de 1811
http://1.bp.blogspot.com/-2qOP-Fs-h6...2BS.%2BXIX.jpg
La historia oficial nos dice que: "la cabeza de Hidalgo fue trasladada de Chihuahua a Guanajuato, puesta en una jaula y colocada en una de las esquinas de la Alhóndiga". Eso, al igual que muchos pasajes de la historia de México es la versión breve, resumida, de un pasaje que fue seguramente penoso, doloroso, impactante y repulsivo también. Ese traslado obedeció a la idea de Calleja de coronarse como triunfador de un movimiento que, ya para octubre de 1811 había conseguido muchos adeptos, muchos adictos a la insurgencia, como en ese entonces se decía. Su idea era la de acabar de coronarse como gran triunfador al llevar a Guanajuato, justo el 28 de septiembre, luego de un año de haber sucedido los sangrientos hechos de la toma de Granaditas y, colocar allí, a manera de bizarra celebración la cabeza del que fuera el iniciador del movimiento de insurrección. Para ello giró instrucciones precisas de que debían de ser los fusilamientos con la debida atención de evitar los disparos en la cara, que los cuerpos deberían ser degollados, sus cabezas conservadas en sal y trasladadas a su lugar de origen, concentrándose en Guanajuato y exhibiéndose a lo largo del camino. Calleja planeó mucho, pero no todo se realizó, no contaba con la agilidad del manco García y que sus ataques en los Altos de Jalisco obligarían a ir deteniendo el que hemos decidido nombrar como "macabro envío". o que vemos en la imagen es la Plaza Mayor de Guanajuato a mediados del siglo XIX, litografía elaborada por Carl Nebel, la razón de incluir esta vista es debido a que, algo que no nos cuenta la historia oficial es que la cabeza de Hidalgo y los otros tres caudillos, no llegó a ser colocada directamente en la Alhóndiga, debió de esperar ocho meses y medio en este sitio, la Plaza Mayor, justo en torno a lo que era la perenne horca que allí se encontraba colocada.
http://1.bp.blogspot.com/-a8OzoYpN4d...BCampanero.jpg
En esta estupenda escena que encontramos en el sitio http://www.travel-leon.com/ bien podemos imaginar como fue la entrada del "macabro envío" a la que fuera una de las más ricas poblaciones de la Nueva España. De Silao partió temprano por la mañana, como era la costumbre de la época, "al rayar el sol" para cubrir las cuatro leguas necesarias para llegar a Marfil y de allí un legua más y estar ya en Guanajuato, solo que, el plan de Calleja original no funcionó. Recibir las cabezas y exponerlas como escarmiento a la población justo el 28 de septiembre, para luego de allí llevarlas la de Hidalgo a Dolores, la de Allende y Aldama a San Miguel el Grande y la de Jiménez, dejarla en Guanajuato. Esto no se dio debido al temor que había de que más que escarmiento, esto sirviera para que la población se levantara aun más a favor de la insurgencia. Por lo tanto las cabezas permanecieron en la Plaza Mayor más tiempo de lo pensado. Si Albino García hubiera tomado Guanajuato, como lo planeó, también para el 28 de septiembre, cosa que no sucedió hasta Noviembre, las cabezas hubieran tenido Cristiana sepultura, pero "habiendo salido Calleja para Guanajuato, Albino atacó la plaza, situando un cañón en el cerro de San Miguel y derrotando a las fuerzas que se le opusieron; los independientes entraron a la población llegando hasta la plaza de San Diego pero allí perdieron el cañón y se vieron obligados a retirarse". (1) Las cosas fueron muy distintas...
http://3.bp.blogspot.com/-wzR0eaVuHQ...2BLA%2BPAZ.jpg
"Como ya afirmamos, nuestros primeros próceres fueron procesados como cabezas de la insurrección y al ser encontrados culpables -sin matices de culpabilidad- fueron condenados y fusilados en Chihuahua el 26 de junio de 1811: Allende, Aldama y Jiménez; y, el 27 de Julio [debería decir 30 de julio] de ese mismo año: Hidalgo. Sus cuerpos fueron decapitados y exhibidas sus cabezas en unas jaulas de hierro en los cuatro costados de la Alhóndiga de Granaditas desde julio de 1812 hasta marzo de 1821..." (2) A este punto me pregunto cuál sería ese sadismo, esa idea bizarra de tener las cabezas en exhibición. Cabezas que fueron cortadas, considerando la fecha de llegada a Guanajuato, 110 días antes las de Allende, Aldama y Jiménez y 76 la del cura Hidalgo. Presumo que la cabezas si fueron exhibidas como se dijo en la orden, ésto debió haber sido en una especie de vitroleros, de otro modo, las cabezas, putrefactas, luego se sacarlas y meterlas a lo largo de las 307 leguas, sería una tarea más que imposible. Finalmente, si nos ponemos a pensar que, luego de todo ese tiempo de "conservación", fueron sacadas para exhibirse en Guanajuato durante ocho mese y medio... ¿Qué macabra exhibición habrá sido eso que colocaron en las jaulas de hierro el 2 de julio de 1812? (La fotografía fue tomada en 1939, viene del blog de Alejandro Monzón.
Calleja informaría al virrey Venegas el 15 de octubre de 1811 lo siguiente:
"Ayer llegaron a esta ciudad las cabezas de Hidalgo, Allende, Aldama y Ximénez, y mandando que con el aparato posible se presenten al público con una proclama alusiva a la circunstancias; y me parece conveniente que respecto a la mayor seguridad que hay y debe de existir siempre en una ciudad se figen en ella por ser la capital de la provincia teatro de sus primeras expediciones y atrevidos proyectos y donde son bien conocidas de todos pues de embiarlas a Dolores y San Miguel el Grande se exponen a ser quitadas por las gavillas de insurgentes en alguna de sus entradas". (3)
Fuentes:
1.- Villaseñor y Villaseñor, Alejandro. Biografías de héroes y caudillos de la Independencia. Versión electrónica. http://www.senado2010.com/
2.- Flores, Imer B. Las proclamas y proezas de los primeros caudillos de la Independencia: La causa de Ignacio Allende y los casos de Juan Aldama y José Mariano Jiménez.
http://www.bibliojuridica.org/
3.- Serie documental operaciones de guerra. Col 192, fojas 94-44. www.agn.gob.mx
Publicado por Benjamin Arredondo en 13:10
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Fuente:
Cabezas de Aguila: Llegada de la cabeza de Hidalgo a Guanajuato. Octubre 14 de 1811
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Re: Mexico no es bicentenario
lunes, 6 de junio de 2011
La cabeza de Hidalgo es exhibida en Zacatecas.
http://4.bp.blogspot.com/-iy2zX306HN...0/DSC00699.JPG
Estamos en Zacatecas, lugar a donde se depositaron durante 15 días las cabezas de los cuatro Insurgentes que iban a su destino final en Guanajuato. Es de los pocos lugares en donde existe una placa que así lo indica, la cual fue puesta en 1953 cuando se festejó el Bicentenario del natalicio de don Miguel Hidalgo. La duda sigue presente, la placa dice que "estuvo depositada la cabeza de Hidalgo", aparece en singular. Entiendo que era la conmemoración del cura de Dolores, no de todos los héroes y por eso se hablaba solo de él, pero surge la duda. ¿Se reunieron allí las cuatro cabezas? ¿Habían llegado con anterioridad las otras tres? ¿En donde estuvieron las cabezas de Allende, Aldama y Jiménez del 26 de junio al 5 de agosto? ¿Fueron ellos tres decapitados el mismo día de su ejecución?
http://4.bp.blogspot.com/-YWXUuD9Dlw...0/DSC00700.JPG
"La cabeza de Hidalgo, fue depositada al igual que la de Ignacio Allende, Ignacio Aldama y José Mariano Jiménez, en unas cajas con sal, -o en barricas con vinagre según discrepan algunos autores- fueron transportadas y custodiadas por una escolta de caballería hacia la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato, donde serían colocadas en jaulas de hierro y exhibidas en las esquinas, en el camino llegaron a la Ciudad de Zacatecas, siendo llevadas a las Casas Reales o de los Intendentes, donde hoy se encuentra el Hotel «Santa Lucia» sobre la Avenida Hidalgo, permaneciendo del 20 de agosto al 5 de septiembre del referido año de 1811. Durante la retirada, pospuesta durante casi una quincena, en virtud de los amagos de diversos grupos de insurgentes, que atacaban los caminos hacia Guanajuato, por ello salieron con un destacamento de 44 infantes del Batallón Urbano de Zacatecas y un piquete de caballería que conducían a algunos presos." (1)
Las cabezas serían conducidas luego a Aguascalientes, de ello da fe el siguiente documento:
"Quedo enterado por el oficio de V. S. del día de ayer, que al alférez D. Cosme Prieto conduce a Aguascalientes a entregar al Sr. Coronel D. Diego García Conde, las cabezas de los principales caudillos de la insurrección: Hidalgo, Allende, Aldama, y Mariano Jiménez, y acompañan al primero los soldados de la División del Cura Comandante D. José Francisco Álvarez, que se hallan en la de mi mando; por ahora no tengo la necesidad de los que me acompañan de Leales Zacatecanos, por haber cumplido felizmente la expedición que llevaba por el rumbo de Aguascalientes.
Dios guarde a V. muchos años. Cuartel de Guadalupe. Septiembre 6 de 1811
José López". (2)
Fuentes:
1.- Correos electrónicos sostenidos con el Cronista Adjunto del Municipio de Guadalupe, Zacatecas; Víctor Manuel Ramos Colliere. Mayo 2011.
2.- Pend
Publicado por Benjamin Arredondo en 8:25
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Fuente:
Cabezas de Aguila: La cabeza de Hidalgo es exhibida en Zacatecas.
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Re: Mexico no es bicentenario
:toyfeliz:
13 DE AGOSTO DE 2017: PATRIOTAS MEXICANOS HONRAN A HERNÁN CORTÉS.
A pesar de las mentiras oficiales, la leyenda negra masónica y la hostilidad antimexicana los patriotas mexicanos celebraban a Hernán Cortés en la iglesia de Jesús Nazareno.
http://hispanismo.org/attachment.php...tid=8599&stc=1
http://hispanismo.org/attachment.php...tid=8600&stc=1
http://hispanismo.org/attachment.php...tid=8601&stc=1
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Fuente:
https://www.facebook.com/eduardo.vit...56021352834311
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Re: Mexico no es bicentenario
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Re: Mexico no es bicentenario
Cuando el masón Fray Servando Teresa de Mier fue detenido y llevado a España, según el mismo refiere, visitó varias veces la sinagoga de Bayona, donde los rabinos le obsequiaron un vestido nuevo y “me hacían tomar asiento en su tribuna o púlpito”
– Monterrey, por Vito Alessio Robles, con transcripciones de escritos de Fray Servando: “Cartas de un Americano al Español en Londres” e “Historia de la Revolución de Nueva España”
http://hispanismo.org/attachment.php...tid=8941&stc=1
https://www.facebook.com/CirculoDeAm...type=3&theater
http://hispanismo.org/attachment.php...tid=8940&stc=1
https://www.facebook.com/CirculoDeAm...type=3&theater
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Re: Mexico no es bicentenario
:muybueno:
200 AÑOS LEAL Y NOBLE CIUDAD DE TEPIC
COMUNICARTE "crónicas de nuestro arte nayarita"
10:29
No Comment
http://1.bp.blogspot.com/-93gDIzfsN8...%25B3n%2B1.jpg
SESIÓN SOLEMNE POR 200 ANIVERSARIO COMO
CIUDAD NOBLE Y LEAL DE TEPIC.
El pasado viernes 22 de julio se llevo a cabo en el interior de la sala de cabildo Justino Ávila Arce, en el interior del Palacio del Honorable Ayuntamiento de Tepic una sesión solemne a festejar los 200 años en el que Tepic fue elevado a ciudad leal y noble, en 1811.
Subiendo de facultades en ese entonces una variedad de mejoras a una villa que casi 300 años antes se había fundado, desde entonces como parte fundamental de la historia de este territorio, para evolucionar y hoy en día ser la capital del estado Nayarit
http://1.bp.blogspot.com/-gw_BawVMqn...sesion%2B2.jpg
La sesión la presidió Georgina López Arias Alcaldesa del XXXVIII Ayuntamiento de Tepic, quien en su breve discurso engrandeció a la ciudad y sus valores, por los que se tienen que sentir orgullos los tepicenses.
En el evento estuvieron diferentes autoridades civiles y militares, representativas del estado y de la federación, así como pasados presidentes municipales de Tepic, como algunos invitados especiales y por su puesto los regidores quienes aprobaron de que esta festividad fuera todo un acontecimiento para promover los valores y sobre todo elevar el amor por la ciudad que a muchos nos vio nacer.
Al final, la presidenta escucho atentamente las peticiones de decenas de ciudadanos que asistieron gustosos a compartir esta gran emoción en uno de los días más importantes de la localidad
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Fuente:
200 AÑOS LEAL Y NOBLE CIUDAD DE TEPIC - COMUNICARTE TEPIC
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Re: Mexico no es bicentenario
Esta ponencia debería ser obligatoria en todas las escuelas.
Un documento revelador sobre la independencia mexicana por Guadalupe Jiménez Codinach
https://www.youtube.com/watch?v=5W9tKKpAzLw
https://www.youtube.com/watch?v=5W9tKKpAzLw
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Re: Mexico no es bicentenario
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Re: Mexico no es bicentenario
Al igual que en el Río de la Plata, los rebeldes de la Nueva España al principio se presentaron como fieles al Rey.
Dominicanus
http://hispanismo.org/attachment.php...tid=9098&stc=1
https://www.facebook.com/Hispanicbal...type=3&theater
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Re: Mexico no es bicentenario
¿Por qué la bandera argentina ondeó en el siglo XIX en la capital de California?
Manuel Sierra Alonso Especial para BBC Mundo
25 mayo 2017
https://ichef.bbci.co.uk/news/624/cp...-163868792.jpg
Derechos de autor de la imagen AFP Image caption Argentina celebra este 25 de mayo un nuevo aniversario de la revolución de 1810 que inició el proceso independentista.
Esta es la historia del corsario Hipólito
Bouchard quien nació en 1780 en Saint-Tropez, Francia. Se inició como marino en edad temprana y pasaría gran parte de su vida adulta luchando bajo bandera francesa en las costas del norte de África y el Caribe.
Pero su vida tuvo un giro que cambiaría la historia de naciones latinoamericanas cuando en el año 1809 llega a la ciudad de Buenos Aires -tan sólo un año antes de la Revolución de Mayo que dictaminaría el inicio de la independencia argentina del imperio español.
Si pensabas que era celeste y blanca te equivocas: revelan los verdaderos colores de la primera bandera argentina
Inspirado por las luchas independentistas, Bouchard se enlistó en la joven armada argentina y luego pelearía como granadero a caballo en la famosa batalla de San Lorenzo, impresionando al propio General José de San Martín, libertador de Argentina.
Gracias a su lealtad y valor en combate se le entregó la ciudadanía argentina en 1813 y dos años más tarde, el gobierno local le expidió la primera patente de corso para que luchara contra los buques españoles en alta mar.
Carta blanca
https://ichef-1.bbci.co.uk/news/304/...acommons-2.jpg
Derechos de autor de la imagen Imagen de dominio público Image caption Retrato de Hipólito Bouchard de José Gil de Castro.
Fue el 9 de julio de 1817, primer aniversario de la declaración de la independencia argentina, que Hipólito Bouchard, un probado capitán en guerra y leal a la república, zarpó hacia alta mar en la fragata La Argentina cumpliendo con su segunda patente de corso.
Este fue el viaje que más aventuras e historias le dieron a Bouchard, circunvalando el mundo de este a oeste, luchando contra los buques españoles y negreros de cualquier bandera.
Según el presidente argentino, (1862-1868) e historiador Bartolomé Mitre, ninguna expedición corsaria de aquella época fue más beneficiosa ni valiente como la de la Fragata La Argentina .
Durante la campaña en el Pacífico, Bouchard se encontró con la corbeta Santa Rosa a orillas de la isla de Hawáii, la cual desobedeciendo su patente de corso expedida por las Provincias Unidas del Río de la Plata, se había amotinado en Chile y cometido actos de piratería.
Bouchard se entrevistó con el rey de la isla, Kameha-Meha I quien se la había comprado a los rebeldes. Luego de una serie de negociaciones logró que se le entregasen los prisioneros para ser ejecutados bajo las leyes de las Provincias Unidas además de la corbeta a cambio del precio que había pagado por ella, 600 quintales de sándalo.
Cuenta Mitre en su libro Páginas de Historia, que este acuerdo entre el rey y el capitán terminó sellando un pacto entre ambas naciones en donde Hawáii reconocía el carácter autónomo de la Argentina, siendo este el primer estado en hacerlo.
La bandera argentina en Monterey
https://ichef.bbci.co.uk/news/624/cp...acommons-2.jpg
Derechos de autor de la imagen Imagen de dominio público Image caption El condado californiano de Monterey hoy.
Siguiendo la huella de sir Francis Drake, Bouchard zarpó hacia las costas de California el 25 de octubre de 1818 llevando consigo un importante poder de fuego conjugando su fragata La Argentina y la corbeta recientemente recuperada y renombrada Chacabuco.
El 22 de noviembre fondeó su expedición a la entrada de la bahía de San Carlos de Monterey porque sabía que la capital de la Nueva California poseía minas ricas y podrían encontrarse allí tesoros y riquezas destinadas al rey de España, como menciona Alexander von Humboldt en su libro Ensayo político sobre el reino de la Nueva-España.
Otra razón que tenía Bouchard para atacar ahí era que según sus informes las baterías del puerto estaban desmanteladas y que la población no tenía medios eficaces de defensa, lo cual quedaría demostrado más adelante que no era cierto.
El 23 de noviembre comenzó el plan ideado por Bouchard para tomar posesión del fuerte. La idea era simple: enviar la corbeta Chabacuco con bandera americana para luego entrar con la fragata y reducir a la fortaleza.
El plan se vio truncado debido a que la corbeta encalló a poco antes de llegar al punto de desembarque quedando a merced de las 18 baterías que disponía el fuerte.
El capitán de la Chacabuco, William Shipre vio que era imposible retirarse y mucho menos desembarcar, y así fue que dio dos órdenes: izar la bandera argentina y abrir fuego sobre el fuerte.
Shipre se rindió a los quince minutos teniendo a su tripulación diezmada y a la corbeta acribillada ante la impotente mirada de Bouchard a bordo de la Argentina. Ante esta escena se le atribuye la frase: "A los diecisiete tiros de la fortaleza tuve el dolor de ver arriar la bandera de la patria".
Cinco días de ocupación
https://ichef-1.bbci.co.uk/news/304/...806ca00155.jpg
Derechos de autor de la imagen Editorial Autores de Argentina. Image caption La historia de Hipólito Bouchard ha sido objeto de varios libros.
Como menciona Bartolomé Mitre, esta había sido una pequeña victoria para los españoles del fuerte que no medían la potencia destructiva de la fragata que aún estaba en pie y fuera del rango de alcance de sus cañones.
Tal era la pobreza de recursos que ni siquiera contaban con barcos para hacerse del motín de la embarcación vencida.
Durante la noche, mientras desde el fuerte se escuchaban gritos de victoria y celebración, desde La Argentina rescataron a los sobrevivientes de la Chacabuco dejando sólo a los heridos cuyos gritos de convalecencia podrían alertar a los españoles.
A las ocho de la mañana del 24 de noviembre, la infantería argentina desembarcó a una legua del fuerte, subió por un estrecho desfiladero y redujo a los tres o cuatro centenares de hombres de caballería que le hicieron frente. El resto de las fuerzas del fuerte abandonaron sus puestos y tan sólo dos horas más tarde de iniciado el ataque, la bandera argentina fue izada en el fuerte.
Comenzada la ocupación también se iniciaron las tareas de reparación de la Chacabuco.
Durante los cinco días de ocupación, Bouchard mandó a saquear y destruir todo cuanto edificio español quedara en pie dejando a resguardo a los americanos. El 29 de noviembre de 1818, con la corbeta ya reparada, Bouchard abandonó Monterrey con el objeto de repetir la misma operación en toda la costa mexicana.
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Fuente:
¿Por qué la bandera argentina ondeó en el siglo XIX en la capital de California? - BBC Mundo
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Re: Mexico no es bicentenario
Sermón de la reconquista de Guanajuato, predicado por fray Diego Miguel Bringas el 7 de diciembre de 1810.
Guanajuato, 7 de diciembre de 1810.
NÚMERO 154 - Tomo II
Sermón que en la reconquista de Guanajuato, predicó extemporáneamente en la iglesia parroquial de dicha ciudad, el padre fray Diego Miguel Bringas, misionero apostólico del Colegio de la Santa Cruz de Querétaro, y capellán del ejército de operaciones del centro.
Por orden del señor general en jefe don Félix María Calleja del Rey.
El día 7 de diciembre de 1810.
Con superior permiso
Dictamen del reverendo padre ex lector fray Luis Carrasco y Enciso, del sagrado Orden de Predicadores, doctor teólogo por la Real y Pontificia Universidad, calificador del Santo Oficio de la Inquisición, y examinador sinodal del arzobispado de México.
Excelentísimo señor
He leído atentamente el precioso elocuentísimo sermón, que predicó en la reconquista de Guanajuato el reverendo padre fray Diego Miguel Bringas, cuyo asunto es: redargüir vivamente y con oportunidad a los falsos ministros del altar, a los malos vasallos del rey, y a los inicuos pérfidos soldados que abanderizados por el zorro de Hidalgo han sido en la desastrada insurrección que aún nos aflige, los más bárbaros asesinos de su patria, y verdugos crueles infidentes a Dios; a la religión, y al Estado.
La robusta elocuencia con que desenvuelve sus ideas triunfadoras este acreditado sabio, antiguo maestro de la oratoria cristiana, combatiendo ahora los monstruosos errores del ex cura Hidalgo; es muy semejante a la que en circunstancias análogas usó en otro tiempo el padre San Bernardo, describiendo (epístola 78) al ambicioso Esteban de Garlanda, el cual por un conjunto ridículo quería ser a un tiempo clérigo y soldado; mas por lo mismo ni uno ni otro; ser prelado eclesiástico y guerrero militar; pero con la extravagancia de elevarse entre los oficiales de guerra sobre todos los generales de ejército; tal ha sido la escandalosa conducta del que debiendo ser atalaya del pueblo de los Dolores, antes por el contrario armó lazos, y tendió redes con el fin de oprimir y despojar a los inocentes como lo hacen los cazadores en el tabor para prender las fieras y las aves.
Por esto pues, ha sido necesario entrar a cuentas y cargos con esa vulpeja que tan vilmente se ha degradado, y es muy justo también que se le avergüence en público y determinadamente, aunque por otra parte se halle indignamente adornado con el carácter sacerdotal.
Los obispos son sin duda superiores a los sacerdotes, y los vemos sin embargo reprendidos por el mismo Dios en los capítulos 2 y 3 del Apocalipsis.
¡Con que no será extraño que al servil monago del heresiarca Lutero se le azote y hiera con alguna aspereza de palabras!
El diestro orador lo ejecuta con verdadero tino, y con encendido celo de caridad, refutando al mismo tiempo la proclama y falsos pretextos del judaizante Hidalgo llamado por los suyos generalísimo, porque ha repetido los graznidos del cuervo de Alemania cuando gritó allá destempladamente Viva el Evangelio y mueran los papistas; y este otro grajo de la América lo ha imitado desentonándose acá en su: Viva María Santísima de Guadalupe, y mueran los gachupines.
¡Viejo rijoso e imprudentísimo! ¿Pues que ha de vivir la madre para sancionar la ruina de sus hijos?
Indios alucinados, ¿es este acaso el fin con que el venturoso Juan Diego nos donó su precioso ayate?
¡Ah! pérfidos Allendes, Aldamas, Abasolos y Ballezas, vosotros, vosotros sois los enemigos de la Madre de Dios, lo sois de vuestra patria, y la causa también de cuantos daños se han seguido; tantas mieses robadas, tantos campos incendiados, tantas casas saqueadas, los templos despojados, tantas matronas viudas, tantas doncellas desfloradas, tantas muertes, llantos, lloros, tantas lágrimas; las leyes violadas, el sacerdocio ultrajado, la religión deturpada, todo lo divino y humano confundido.
¡Ah! Estos males y otros muchos sin cuento no tienen otro origen que la perversidad de vuestro corazón, y a vosotros son realmente atribuidos, porque sois la única verdadera causa de tan ominosos daños.
Este es en compendio el sermón del reverendo padre fray Diego Miguel Bringas; y como por otro todo sea una pieza bien trabajada, y nada contenga contra las buenas costumbres y regalías de su majestad, podrá vuestra excelencia si fuere de su superior agrado dar licencia para que se imprima.
Convento imperial de nuestro padre Santo Domingo de México y enero 15 de 1811.—
Excelentísimo señor.—
Doctor fray Luis Carrasco.
Audite hoc, sacerdotes, et altendite domus Israel, et domus regis auscultate, quia vobis judiciun est, quoniam laqueas facti estis speculationi, et rete expansum super Thabor.
Oseas, capítulo 5, versículo 1 .
Escuchad sacerdotes, atended hijos de Israel.
Oíd infidentes vasallos del monarca español, pues en este momento se trata de juzgaros, porque habéis servido de lazo a los que debierais ser atalayas en vuestra conducta, y han formado con ella funesta red extendida sobre el Tabor.
[Palabras del santo profeta Oseas en el capítulo quinto.]
CUANDO LA AMÉRICA SEPTENTRIONAL escuchando, apenas, sólo el eco de las convulsiones espantosas que agitan a la Europa, descansaba felizmente en los brazos de la paz.
Cuando la amada península de España, semejante a una fecunda madre, libraba una gran parte de sus esperanzas, en la generosidad de tantos hijos, con quienes (aunque materialmente separada por el anchuroso piélago del océano Atlántico) se imaginaba tierna, y estrechamente unida por los vínculos más sagrados.
Cuando la Iglesia santa zozobrando al embate de la tempestad más horrenda, que acaso ha sufrido desde que salió del costado divino de su autor soberano, enjugaba una gran parte de sus lágrimas, mirando aunque a una inmensa distancia, más de cuatro millones de hijos, que como otros tantos renuevos de aquel catolicismo español, que ha formado sus primeras delicias por una dilatada serie de siglos, le prometían una sucesión prodigiosa, en la conversión de los innumerables pueblos que aún yacen en el seno de este basto continente funestamente dormidos en medio de las sombras de la muerte.
¡Qué hado envidioso, Dios inmortal!
¡qué brazo inhumano!
¡qué sacrílego delirio ha podido turbar la serena frente de nuestra paz!
¡ilustrar las dulces esperanzas de la patria madre, introduciendo la discordia más sangrienta entre sus hijos, y cubrir de luto a la amada esposa de Jesucristo! ¡Dios de mi corazón! ¿Para qué habéis prolongado los términos de mi vida hasta tocar en estos momentos que distinguirán monstruosamente entre las diferencias del tiempo, la perfidia, la calumnia, el embuste, la irreligiosidad, y la injusticia?
¡Desdichado de mí, que experimentando en la sensibilidad de mi débil corazón los crueles efectos de una desolación tan lamentable, me veo a más, reducido por mi ministerio, a la justa necesidad de reprender y reprobar la conducta de los hombres más respetables, como una obligación, cuyo desempeño me exigen imperiosamente la naturaleza, la justicia, la fidelidad, la religión, en una palabra, todos los deberes más sagrados del hombre, del vasallo, y del ministro público de Jesucristo!
¡Escuchad, pues, sacerdotes venerables por vuestro carácter: atended hijos de Israel, oíd infidentes vasallos del monarca español, pues en este momento se trata de juzgaros, porque habéis servido de lazo a los que fueron encomendados a vuestra especulación, a vuestro cuidado y conducta, y habéis formado con ella una funesta engañosa red, tendida tramposamente sobre el Tabor!
Estas enfáticas palabras del santo profeta Oseas, en el capítulo quinto de su profecía, os han descifrado ya toda la economía, y sustancia de mi oración, que aunque indigesta por las angustias del tiempo (1), pondrá en claro delante de vuestros ojos un retrato al natural del proyecto inicuo, con que el cura Hidalgo y sus secuaces, penetrados del espíritu de la política reprobada del impío Napoleón Bonaparte, intentan sepultar en sus ruinas nuestra América, consumar, si pudiesen, la pérdida de la España, y aniquilar la iglesia de Jesucristo; y por consiguiente, descubriréis con asombro una pequeña porción de las responsabilidades espantosas con que se han gravado, en la parte que lo han conseguido, los malos ministros de Jesucristo: audite hoc, sacerdotes; los infidentes vasallos, o miembros del paisanaje, et attendite domus Israel; y por último los miembros indignos del Estado militar et domus regis, auscultate; es decir, en pocas palabras.
Que los falsos ministros de la Iglesia, los malos vasallos y los malos soldados, que han cooperado a la insurrección, son responsables de los estragos causados y por causar, y deben ser juzgados como reos de alta traición e infidelidad a la América, a la España y a la Iglesia.
¡Virgen inmaculada! ¡esposa dilectísima del espíritu divino!
¡con cuánto dolor de mi corazón veo renovada en este país, que tan tierna y singularmente habéis amado y favorecido la abominable herejía de los helvidianos, que con sacrílega osadía intentaron combatir, y negaros la amada prenda de vuestra virginal entereza! Da mihi virtuten contra hostes tuos (2): dadme virtud, elocuencia, facundia, y sabiduría para combatir contra vuestros enemigos; alcanzadme un rayo de aquella gracia de que os preconizó llena el arcángel San Gabriel, cuando como yo ahora con todo este devotísimo concurso, os saludo con el AVE MARIA.
Audite hoc sacerdotes, y etcétera.
Oseas, ubi supra.
QUE LOS VENERABLES MINISTROS de Jesucristo cuya conducta les hace dignos de un nombre tan respetable, como ilustre, han sido el fulcro más firme sobre que se ha sostenido, por el espacio de tres siglos el edificio brillante que erigieron sobre las ruinas del paganismo en este vasto continente, los españoles tan católicos como valientes y generosos, es una verdad inconcusa tan atestiguada por la historia, como acreditada por la experiencia; católico, ilustre, valiente, clementísimo y digno general del victorioso ejército de operaciones del centro.
He dicho, Señores, que es una verdad tan distinguida por la historia, como acreditada por la experiencia, que los venerables ministros de Jesucristo, cuya conducta les hace dignos de un nombre tan respetable como ilustre, han sido el apoyo más firme, sobre que por el espacio de tres siglos se ha sostenido el edificio brillante que erigieron sobre las ruinas del paganismo, en este vasto continente los españoles tan católicos como valientes y generosos.
Esta verdad bien conocida por el astuto y pérfido Hidalgo, ha sido la que le hizo apostar el sacrílego medio de ponerse a la frente de ochenta mil americanos, seducidos lastimosamente con el sagrado nombre de la religión: contagiar un cierto número de sacerdotes, y miembros de ambos cleros, alucinar a los pueblos incautos, e inclinar al abominable delito de la deserción a muchos militares.
Ya es tiempo, pues, mis amados americanos, de rasgar el negro velo de la hipocresía y ambición abominable, para que aparezcan delante de vuestros ojos los misterios de la iniquidad en su semblante natural, y yo no dudo que no vacilaréis un momento sobre el partido que debéis seguir: escuchadme atentamente, que os importa.
Procesado por el Santo Tribunal de la Inquisición de México el cura Hidalgo, por las doce abominables proposiciones, que como poco hace escuchasteis de mi boca (3), han sido la conducta constante de sus costumbres, y la escandalosa materia de sus conversaciones privadas.
¡Qué debía esperar un hombre, que se consideraba en el inminente peligro de comparecer compulso a dar razón de su fe en aquel tribunal tan prudente como severo y circunspecto!
Para evitar este lance tan temido de su soberbia, puso en acción toda su malicia, y sugerido por su egoísmo o amor propio el más refinado, dio sentencia de muerte contra todos sus compatriotas; decretó la conservación de su libertad a costa de toda esta América Septentrional; mas aquí, aunque os parezca impropio a la majestad de este lugar, me permitiréis por lo que conduce a daros conocimiento de la envejecida malicia de este mal sacerdote, deciros, que verificó su infame proyecto con toda la astucia propia de un zorro, nombre que con la mayor propiedad le daban sus mismos condiscípulos en Valladolid cuando cursaba la cátedra.
Tenía bien observado el cura Hidalgo, que el pueblo americano es como cualquiera otra porción de la especie humana, amante de su patria, y que a más de esta noble pasión, había heredado de los gachupines (que le enseñaron la religión) un amor y fidelidad constante a sus soberanos, y una adhesión y firmeza incontrastable a la fe de Jesucristo; bajo estos conocimientos, como fiel discípulo o imitador del infame Napoleón, zanjó su inicuo proyecto, levantándole sobre estas tres bases capaces de alucinar al pueblo rudo; pero no a los hombres que tengan una mediana ilustración, de cuya refleja debo deducir con el más agudo dolor de mi corazón, esta verdad, conviene a saber; que si bien es presumible que han entrado engañados en esta insurrección los ignorantes, la presunción está en contra de los literatos; y si el pueblo rudo, cecidit... consilio deceptus sacerdotum (4), cayó en la trampa seducido por el consejo de los malos sacerdotes, como se dice en el capítulo primero del libro segundo de los macabeos, los miembros del clero ilustrado, los vasallos, aquellos pocos que prevaricaron del estado noble, y los malos militares que abrazaron tan indigno partido, deben ser juzgados por las palabras de mi tema.
Audite hoc sacerdotes, et attendite, domus Israel, et domus regis auscultate quia vobis judicium est, quoniam laqueus facti estis speculationi, et rete expansum super Thabor.
Escuchad sacerdotes venerables, atended hijos de Israel, oíd infidentes vasallos del monarca español, pues en este momento se trata de juzgaros, porque habéis servido de lazo a los que observaban vuestra conducta, y habéis formado con ella una red funesta arrojada sobre el Tabor.
De donde lastimosamente se ha venido a verificar en nuestros días, respecto de muchos falsos ministros de Jesucristo, lo que dijo el profeta Oseas: et erit sicut populus sic sacerdos (5): y serán como el pueblo los sacerdotes, esto es, según el doctísimo Alapide (6): similis est, eritque populus sacerdoti, et sacerdos pópulo; es, y será siempre el pueblo semejante a sus sacerdotes; si ellos son infidentes, y revolucionarios, lo será también el pueblo infeliz, a quien Dios permitió por un castigo el más severo, que le condujesen semejantes pastores; buena prueba es de esta verdad la venturosa ciudad de Querétaro, cuyos sacerdotes, más bien que los fosos y cañones, han sido los ángeles tutelares que rompiendo la voz en medio de la más agria fermentación, redujeron el pueblo cristiano al conocimiento, y desempeño de sus justos deberes (7).
¿Y no lo deberé yo hacer así también, cuando me hallo cubierto de aquel mismo sayal, y gravado con aquellas mismas obligaciones, cuyo desempeño es el primer anhelo y el íntimo suspiro de mi corazón, y cuando, por una dicha inestimable, soy participante de la sangrienta proscripción con que el infame Hidalgo escribió la sentencia de muerte en las primeras líneas de su plan devastador contra mis venerables hermanos los misioneros apostólicos de la Santa Cruz? ¡Mas qué suerte tan diversa ha corrido la desgraciada Guanajuato!
Perdonadme sacerdotes fieles, ministros venerables que os habéis conservado firmes en la digna representación de vuestro carácter, nada os deben afligir estas amargas expresiones, ni extrañéis que yo las use tan francamente, cuando imito el ejemplo que me han dejado los profetas santos, los apóstoles, evangelistas y sagrados escritores reprobando la errada conducta de los malos sacerdotes, señalándolos con sus mismos nombres en diversos pasajes de las sagradas escrituras.
Yo no hablo del estado eclesiástico siempre venerable, sino de algunos miembros que han sido públicamente la piedra del escándalo.
Yo debo desengañar al pueblo seducido, poner en salvo la inocencia de los europeos, restablecer la obediencia a nuestro legítimo soberano, desagraviar la religión vulnerada en lo más sagrado, y dar a conocer a esta septentrional América sus verdaderos intereses.
¿Y no son todos estos objetos respetables el blanco contra quien las sacrílegas bocas de muchos pseudoapóstoles, de tantos sacerdotes infidentes se atrevieron a blasfemar en las plazas, en las calles, y hasta en los mismos templos de esta ciudad desventurada? ¿y no vieron en el primer ataque con el escándalo más reprensible esos infelices ignorantes, a muchos sacerdotes armados de espadas y pistolas con trasgresión de los sagrados cánones que severamente les prohíben semejante aparato, discurrir por las calles alarmando al pueblo, y conduciéndole al matadero?
¡Y no les habrán visto después, a pesar de la irregularidad en que sin la más ligera duda incurrieron atreverse a celebrar los misterios más venerables de cuya participación les hace indignos tan bárbara conducta!
¿Mas qué aliento será suficiente para reprender el atentado más horrible, el sacrilegio más espantoso que vio cometer solemnemente la desgraciada Guanajuato? ¿No bastaba para satisfacer a la sed insaciable de delinquir, dilapidar los bienes de los europeos inermes e inocentes, seducir a los pueblos ignorantes, degollar a los hombres manchando en su sangre las manos hasta las mujeres convertidas por el veneno encantador de Hidalgo en otras tantas harpías o hienas inhumanas? ¿Era necesario también llegar a poner las manos, obstupescite cœli super hoc et porte ejus desolámini? (8)
¡Asombraos, cielos, y desquiciaos puertas del empíreo al escuchar el atentado más horrible! ¡Llegar, digo, los sacerdotes a tomar en sus manos el venerable cuerpo de nuestro salvador Jesucristo, y contra los decretos pontificios llevarle en procesión solemne, mejor diré, en una solemnísima serie de injurias, acompañado de aquella venerable imagen de su madre por esas calles, pretendiendo temeraria y blasfemamente que el mismo Dios contra su santidad esencial, sancionase los decretos de la impiedad! (9)
¡Dios de mi corazón!
¡si la majestad de este lugar, y la seriedad del acto en que me ejercito, no me lo vedasen, cerraría yo aquí mis labios sepultándome en el más profundo silencio temeroso de excitar con la memoria de este sacrilegio los justos rayos de vuestra ira!
La primera basa, pues, sobre que zanjó Hidalgo su proyecto revolucionario, es el amor de la patria, pasión dulce que ha dado motivo a las acciones más gloriosas de los hombres.
La segunda es, la fidelidad debida a nuestro amado y deseado soberano el señor DON FERNANDO SÉPTIMO; virtud nobilísima capaz de inflamar los ánimos generosos; y la tercera, la santa religión, que siendo la primera entre las virtudes morales, es la única que por su unión con las demás nos alimenta la dulce esperanza de nuestra salvación; ¿mas con qué abusó de tan sagrados incentivos? Escuchadlo más claro, pueblos alucinados, para que acabéis de apagar en vuestros corazones aquella electricidad que os ha inflamado para coadyuvar a tanto delirio.
El cura Hidalgo ha engañado y puesto en insurrección a la América con el especioso aparato de estas verdades Napoleónicas, o de estas verdaderas mentiras, según consta en sus proclamas sediciosas; escuchad la sustancia de sus palabras.
“¡Americanos oprimidos (decía este héroe de la impiedad) llegó ya el día suspirado de salir del cautiverio y romper las duras cadenas con que nos hacían gemir los gachupines: la España se ha perdido; los gachupines, por aquel odio con que nos aborrecen, han determinado degollar inhumanamente a los criollos, entregar este floridísimo reino a los franceses, e introducir en él las herejías; la patria nos llama a su defensa, los derechos inviolables de FERNANDO VII nos piden de justicia que le conservemos estos preciosos dominios, y la religión santa que profesamos nos pide a gritos que sacrifiquemos la vida antes que ver manchada su pureza; hemos averiguado estas verdades, hemos hallado e interceptado la correspondencia de los gachupines con Bonaparte: ¡Guerra eterna, pues, contra los gachupines! Y para pública manifestación de que defendemos una causa santa y justa, escogemos por nuestra patrona a María Santísima de Guadalupe: ¡Viva la América! ¡Viva FERNANDO VII! ¡Viva la religión, y mueran los gachupines!”
¿Es ésta, americanos seducidos, la voz de Hidalgo?
¡Frenético delirante, desnaturalizado hombre, impío enemigo de Dios y de los hombres! ¿qué congreso de tu corazón con el error, ha podido hacerte concebir tan abominable feto?
¿qué furia del abismo ha podido fomentarlo con el pestífero aliento de los errores? ¿y qué día aciago para la América te vio abortarlo en medio de aquel desgraciado rebaño, tan azarosamente confiado a las garras crueles de un lobo devorador? ¿De este modo, seducido en primer lugar, el desgraciado pueblo de los Dolores el diez y seis de septiembre, día digno de adularse con la piedra más negra, vio la América y sintió amargamente la desventurada villa de San Miguel el Grande los primeros actos de la insurrección?
En pocos momentos, este escándalo, a semejanza de un fuego devorador, levanta la llama sobre una materia ya preparada por las negociaciones secretas, y el sencillo pueblo engañado al modo que los incautos asideos, por el impío sacerdote Alcimo, según consta en el primer capítulo del último de los libros canónicos del viejo testamento (10), viendo a la frente de la insurrección un pastor de almas, un sacerdote con créditos de sabio, acompañado de otros indignísimos ministros del altar, se deja seducir, engañado lastimosamente con esta reflexión: “homo sacerdos de sémine Aarón venit, non decipiet nos.” (11)
Un hombre, decían los infelices simples americanos, un hombre sabio, un hombre sacerdote, un descendiente por la dignidad sacerdotal de la progenie de Aarón, es el que viene a la frente de esas tropas, no puede engañarnos: Non decipiet nos.
¡Ah cruelísimo dolor, y cómo despedazas mis entrañas! ¡ah perdidos sacerdotes que habéis engañado tan vilmente a los incautos! ¡ah crueles pastores mercenarios, que no contentos con chupar la sangre de sus haberes temporales, les hacéis ahora verter el licor más precioso de las virtudes!
¡Levantad las cabezas venerables! ¡Turbad el silencio de vuestros sepulcros, o más bien rasgad esos cielos, ministros fieles del Altísimo, que plantasteis la religión en este vasto continente! ¡Valencias, Motolinias, Dacianos, Linazes, Margiles, Basalenques... mirad, si podéis con ánimo sereno la triste desolación que causa en vuestra heredad un abominable sacerdote!
¡Singularis ferus depastus est eam! Un monstruo de extraña ferocidad destroza vuestra viña, ¡venerables sacerdotes del clero regular y secular que tan gloriosamente sudasteis hasta verter la sangre por el pueblo americano! ¿Cómo no alcanzáis de la mano omnipotente un diluvio de rayos abrasadores que consuman en un momento aquellos espurios miembros de ambos cleros que tan cruelmente destruyen lo que tan gloriosamente habéis edificado?
¡Materia inmensa, invicto general y devotísimos oyentes! ¡materia inmensa, incapaz de digerirse en tan pocas horas; pero es indispensable que sacrifiquéis algunos momentos más a la paciencia en obsequio de la fidelidad y religión! ¡os ha engañado, pues, vilmente un sacerdote, amados americanos! ¡os han seducido del mismo modo todos los demás eclesiásticos que de cualquier suerte os hayan inclinado a la insurrección y los debéis considerar como otros tantos feísimos borrones que intentan manchar el brillante lustre de sus respectivos cuerpos que nada deben perder de su estimación, por el extravío de esos pocos miembros podridos, que son unos verdaderos reos de alta traición e infidelidad contra la América, contra la España, y contra la Iglesia de Jesucristo!
Examinemos brevemente cada uno de los pretextos sobre que el infame Hidalgo ha zanjado la insurrección, y veréis por resultado que habéis cooperado a una guerra impolítica, injusta, e irreligiosa, y que por una consecuencia legítima son responsables de todos los estragos causados y por causar todos los que han cooperado a fomentar la insurrección, o con la predicación o con las obras.
Primer pretexto falso de Hidalgo, que con sus secuaces le hace reo de alta traición, e infidelidad a la América, a la España, y a la Iglesia de Jesucristo, esto es; la opresión de los criollos por los gachupines, la pérdida de la España, y el supuesto decreto de degollar a todos los americanos.
Chocan, señores, tan manifiestamente entre sí estos delirios, que casi no necesitan más confutación que referirlos; pero el pueblo simple necesita más luz para conocerlos.
Si los criollos, como dice Hidalgo, están oprimidos y sujetos por los gachupines; si éstos son dueños únicos de los empleos y tesoros, y si la España se ha perdido, si todo esto, digo, fuese verdad, muy lejos de pensar en degollarlos, se empeñarían en conservarles la vida, porque ¿qué podían temer los gachupines de una nación a quien tuviesen encadenada, pobre, y sin recurso al tribunal supremo de la nación, que con su propia libertad había perdido también el dominio de este nuevo mundo? Luego parece más natural que pensasen establecer una monarquía independiente de la España.
¿mas cómo podían tener un pensamiento tan elevado los gachupines, si les acusáis de que trataban de entregar la América a los franceses? Descifrad vosotros este enigma delirante, que yo no lo entiendo; mas valga la verdad, ni la España se ha perdido, ni hay apariencias de que se pierda: ni los gachupines han oprimido jamás a los criollos, ni ellos son dueños únicos de los empleos y tesoros, ni han imaginado jamás el degollarnos.
La España heroica, católica y valiente, está en este momento, no lo dudéis, haciendo probar el último escarmiento a sus opresores, después de haber sepultado en su recinto, quizá medio millón de aquellos pérfidos jactanciosos franceses, que con loca temeridad pensaron subyugarla.
Los gachupines en la América, muy lejos de oprimir a los criollos, han sido los verdaderos padres de la patria; ¿qué necesidad hay de persuadir esta verdad de que hay tantos testigos como habitantes? Pasad una revista desde Veracruz hasta los extremos de la Sonora, y si encontráis un ramo de industria, un proyecto de economía, un establecimiento piadoso, un recurso para la humanidad afligida, un remedio para la indolencia, ha sido establecido en la mayor parte por los gachupines; aunque no faltan criollos, que heredando con su sangre los sentimientos más generosos, les han imitado en la beneficencia.
Los gachupines, ni han sido, ni son siempre los únicos dueños de los empleos y riquezas; si yo intentase probar esta verdad, debería hacer una enumeración de partes tan prolija, que me tuviese muchas horas sobre este púlpito; pero toda la América sabe, que entre españoles, americanos y europeos hay una comunicación tan estrecha de bienes y de honores, como de padres a hijos; y si no son casi todos los criollos poderosos, es por haber disipado los cuantiosos caudales que a costa de fatigas les dejaron por herencia sus padres los gachupines; mas si éstos tienen caudales, ese es un resultado justo de si honradez, aplicación al comercio, a la agricultura, y otros ramos de industria; los han ganado por medios lícitos, los conservan por una juiciosa economía, y por último los destinan a la felicidad temporal de sus hijos, que son los criollos; mas en cuanto en los honores, no sólo la América sino la España misma, ha visto condecorados con los primeros asientos a los americanos, de los cuales uno ocupa hoy un distinguido lugar en el Supremo Consejo de Regencia; y bastaría leer el discurso del reverendísimo Feijoó sobre los españoles americanos para desimpresionarse; pero el calumniante testimonio de que los gachupines intentaban degollar a los criollos, es una purísima impostura maliciosa inventada por los insurgentes para electrizar a los criollos. (12)
Y antes de la presunción y la verdad están en contra de los revoltosos que no solamente pensaron, sino que realmente degollaron a los gachupines; pero con las circunstancias, que califican el hecho del más sangriento, bárbaro e inhumano, que apenas tendrá ejemplar en las historias, como lo visteis en esta infeliz ciudad el veinte y cuatro del pasado.
Si los gachupines hubiesen meditado degollar a los criollos no hubieran formado casi todo el ejército en América con soldados criollos; hubieran persuadido al gobierno (y con razones fundadas en una fina política) que mandase tropas españolas para asegurar sus colonias, mas la omisión de esta diligencia o este pecado político que les hizo cometer la confianza que tenían de los pacíficos habitantes de América, es una sólida prueba de sus sanas intenciones: mas ¿para qué me fatigo?
Si está más claro que la luz, que el primer pretexto de Hidalgo es falso, calumniante, pérfido, y le constituye reo de alta traición contra la América, contra la España y contra la Iglesia como veréis en la conclusión de mi discurso.
Segundo pretexto falso de Hidalgo; los gachupines quieren entregar este reino a los franceses y los derechos inamisibles de FERNANDO VII nos piden de justicia que le conservemos estos preciosos dominios.
¡Dolus an virtus!
¿Quis in hoste requirat? (13)
¡Impostura abominable! ¡calumnia horrible! Decidme, pues, ¿o esta entrega la intentaba hacer el gobierno, sin intermisión de los particulares; o trataban los particulares hacerla, sin noticia del gobierno?
En cualquiera de ambas hipótesis ¿quién os ha revelado este secreto?
¿Dónde están los comprobantes de un delito tan enorme, como vergonzoso e incompatible con el noble y pundonoroso carácter de la nación española, que por sólo este hecho, hubiera merecido un lugar inferior al de los caribes y hotentotes?
Si lo pensó el gobierno, ¿para qué en desempeño de su deber está pidiendo socorros para sostener a la España? Si lo imaginaron los particulares ¿por qué están sacrificando tan generosamente sus caudales al mismo justo, piadoso y obligatorio destino? ¿Por qué se alarman tan prudente, y esforzadamente para arrestar a un virrey, de quien sospechan contra la fidelidad?
Luego el segundo pretexto es tan fútil, falso y calumniante como el primero.
Y siendo el último una consecuencia del segundo, no hay necesidad de refutarlo.
¿Mas qué resulta de todo este aparato abominable?
Resulta, por una consecuencia legítima, que los criollos desnaturalizados, enemigos de su patria, de su nación, de su rey y de su religión, como Hidalgo, Allende, Abasolo, Aldama, Balleza y los malos sacerdotes que han predicado en su favor, con todos sus secuaces, son real y verdaderamente los que han pensado y en parte ejecutado degollar a los gachupines y a los mismos criollos, entregar la América a cualquiera nación extranjera que se la quisiese apropiar e introducir en estos católicos dominios las herejías y la desenfrenada libertad de conciencia; y por consiguiente deben ser juzgados como reos de alta traición e infidelidad a la América, a la España y a la Iglesia de Jesucristo ¡crimen horrendo! ¡atentado inhumano, sacrílego y abominable!
¿Os parece que avanza mucho esta proposición?
Pues para mí es más clara que la luz; no imaginéis, que me la hace proferir la pasión nacional que siempre he abominado; estoy muy distante de semejante sospecha, porque aunque tengo el honor de ser hijo de un gachupín, y he dado a Dios desde que me alumbró la razón muchísimas veces rendidas gracias por haberme dado por padre a un español digno de este ilustre nombre, es decir: a un católico, a un hombre amante de su patria, de su soberano y de su religión, no soy gachupín ni contemplo más pasión que la de Jesucristo; escuchad.
La América, por muchas razones naturales y políticas que no hay tiempo de individuar, ha de depender siempre de la Europa; todas las potencias extranjeras más poderosas la miran como objeto de la envidia común; si los criollos, pues, ignorantes de la constitución de su país y del estado político del mundo, trabajan con ambas manos para quitar la América a su legítimo dueño que es la España, ¿imagináis que la podrán conservar independiente?
Los hechos prueban el éxito que se puede esperar, y yo voy a discurrir como testigo de vista de las funciones más terribles.
Si más de tres mil hombres en el puerto de Carrozas (14), fueron derrotados por sólo menos de trescientos, dejando más de mil cadáveres en el campo.
Si ochenta mil hombres sobre el monte de las Cruces, fueron arrollados por ochocientos soldados del rey, en cuya acción gloriosa tengo la gran satisfacción de que se vertiese una parte de mi sangre y allí quedó cubierto el campo de cadáveres de insurgentes. (15)
Si más de veinticinco mil infantes, y quince mil caballos, con catorce cañones que formaban un espantoso aparato sobre la posición más ventajosa, elevada muchas varas sobre nuestras cabezas, formidable e inexpugnable en Aculco; huyeron cobardísimamente a vista de este victorioso ejército antes que se les disparase un fusil, ni se les mostrase el filo de una espada, no pudiendo sostener media hora el fuego de nuestra artillería española, formidable con razón a toda la Europa; si setenta mil hombres, más de veintidós cañones de grueso calibre, situados en alturas más peligrosas e invencibles que los famosos desfiladeros de las Termópilas en la Grecia, fueron inútiles el veinticuatro del pasado en la reconquista de esta ciudad de Guanajuato, dejando tanto en Aculco, como sobre esos montes, más de catorce mil cadáveres de americanos, hecha tumba funesta la campaña, sin que muriesen de nuestra parte en estas dos últimas funciones sino únicamente dos soldados (16) , ¿imagináis vosotros, que los jefes de la insurrección, y toda la América unida (dado el caso políticamente imposible de que salgan con su intento) podrán resistir al ímpetu de la España misma, en primer lugar que se ha burlado gloriosamente de todo el colosal poder de Napoleón?
Y cuando esto llegase a suceder, ¿pudiera resistir la América inerme, destituida de pericia militar, sin un solo jefe digno de este nombre, poblada en la mayor parte de bárbaros cobardes a las formidables legiones de la Francia, a las temibles escuadras de la Gran Bretaña, o al poder combinado de otras potencias envidiosas, que sin duda partirían entre sí estos vastos y preciosos dominios?
Y en este lance, que certísimamente se había de seguir, siendo como es, la América la manzana de la discordia, decidme pueblos alucinados, militares ignorantes, sacerdotes infieles a vuestro ministerio, que hasta hoy habéis trabajado con ambas manos, en destrozar las entrañas de vuestra patria, ¿quiénes serán los traidores a la América, a la España, y a la Iglesia?
¿los gachupines que la ganaron derramando gloriosamente su sangre, que la ilustraron y fomentaron por tres siglos, que la han defendido; y defenderán de todo el mundo; o los criollos, que atropellando todos los derechos más sagrados, declaran la guerra a sus padres, a sus hijos, a sus hermanos, a su monarca, a su patria, y a su sagrada religión?
¡Entonces veríais conducir a los hombres más honrados, a los ancianos débiles, a los delicados criollos, y aún a los sacerdotes venerables por unas manos extranjeras, cargados de cadenas al trabajo de las minas, al cultivo de los campos y a los servicios más aflictivos y humillantes! ¡Gemid, dirían los extranjeros, gemid americanos ingratos a vuestra nación, desleales a vuestro rey, desconocidos a una dominación y legislación tan suave, humana y justa como la de los españoles!
¡Gemid, sin esperanza de mejor fortuna; esta es vuestra suerte desgraciada!
Mas para que no suceda un desastre tan lastimoso ¿cuál deberá ser la primera diligencia?
Audite hoc sacerdotes: escuchad, ministros del Altísimo, estas palabras de Judith:
“Quoniam vos estis presbyteri in populo Dei, et ex vobis pendet anima il lorum, ad eloquium vestrum corda eorum erigite.” (17)
Supuesto que vosotros sois presbíteros en el pueblo de Dios y de vosotros están pendientes las almas de los pueblos, fortalecedlos con vuestros discursos y consejos; desengañadlos con vuestra católica predicación, y cuando más no podáis huid a lo menos, a ejemplo de San Atanasio, que en tal caso vuestra fuga para no comunicar con los insurgentes: et non communicabo cum electis eorum, será un elocuentísimo sermón, con que enseñaréis a los ignorantes, conservaréis la fidelidad, desempeñaréis vuestra obligación, y no les extraviaréis del camino de la verdadera gloria.
Fuente:
J. E. Hernández y Dávalos. Historia de la Guerra de Independencia de México. Seis tomos. Primera edición 1877, José M. Sandoval, impresor. Edición facsimilar 1985. Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana. Comisión Nacional para las Celebraciones del 175 Aniversario de la Independencia Nacional y 75 Aniversario de la Revolución Mexicana. Edición 2007. Universidad Nacional Autónoma de México.
Versión digitalizada por la UNAM: Proyecto Independencia de México
Notas de J. E. Hernández y Dávalos:
1. Esta oración se encargó al orador, la tarde del día quinto de diciembre.
2. Eccles. Ino. Ffic. B. Virgen. Maria.
3. El orador predicó el 2 de diciembre en Marfil entrada de Guanajuato, por el espacio de hora y media, sobre la materia, y el día 3 en la expresada ciudad, por el espacio de dos horas, precediendo en ambos sermones la lectura del edicto del Santo Tribunal.
4. 2. Machab I. 13.
5. Ose. Cap. 4 V. 9.
6. Alapide in cap. 4. Ose.
7. Bien sabidas son las negociaciones secretas de Allende en Querétaro, y el celo apostólico con que los misioneros del Colegio de la Santa Cruz de aquella ciudad, con varios señores eclesiásticos seculares, en particular el doctor don Pedro Mendizábal, predicaron repetidas veces, con tan buen efecto, como lo comprobó el porte de la plebe en el ataque que sostuvo la ciudad en fines de octubre.
8. Jerem. cap. 2 V. 12.
9. En los días inmediatos a los de la reconquista de Guanajuato predicaron algunos eclesiásticos muchas veces para electrizar al pueblo contra las tropas del rey: se formó una procesión con el Divinismo Sacramento, sacando también la sagrada imagen de Nuestra Señora de Guanajuato, llevando según dicen, Allende, el extremo de la cauda del ropaje de Nuestra Señora.
10. 2. Machab. I. 13.
11. I. Machab. 7. 14.
12. El excelentísimo señor don Miguel de Lardizábal, americano, es uno de los señores que componen el Supremo Consejo de Regencia. Pregunten los criollos que no han salido de su país a los americanos que han ido a España, y sabrán qué sentimientos tan tiernos, qué aprecio y amor han hallado en los gachupines, y sabrán también que esta rivalidad necia de criollos y gachupines y aún esos términos no se escuchan allá.
13. Virgil. Eneid lib. I.
14. Acción mandada por don Bernardo Tello, capitán de ejército, ayudante mayor de Sierra Gorda, y actualmente ayudante general de este ejército.
15. En esta función murió gloriosamente el capitán don Francisco Bringas, pariente del orador.
16. Es cosa particular que en casi todas las funciones, no han pedido los ejércitos del rey más que un solo hombre: así sucedió en Puerto de Carroza, y soy testigo de que en Aculco sucedió lo mismo, así como en Guanajuato.
17. Judith. 8. 21.
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Fuente:
Sermón de la reconquista de Guanajuato, predicado por fray Diego Miguel Bringas el 7 de diciembre de 1810.
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Re: Mexico no es bicentenario
La batalla de Puerto de Carroza, Iturbide, Guanajuato, Octubre de 1810
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Varias ideas se me vienen a la cabeza al enterarme de la Batalla de Puerto de Carrozas, sitio próximo San José Iturbide, Guanajuato, que entonces se llamaba Casas Viejas. Próximo también a Querétaro y San Miguel el Grande. Nunca había oído hablar de ella, quizá porque es una derrota más al movimiento Insurgente o por que la página de la historia (la que se difunde oficialmente) tiene ya compilada Granaditas-Monte de las Cruces-Aculco. Al leer lo ocurrido me recuerda lo que con el mismo tinte de "inocencia", desconocimiento o fantasía sucedió en Aculco con el jinete sin cabeza o la explosión en el polvorín de Puente de Calderón. Los hechos ocurrieron del 6 al 9 de octubre de 1810:
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“San José Casas Viejas no representó un punto estratégico en el movimiento libertario que se desarrolló de 1810 hasta su consumación en 1821, sin embargo sí fue escenario de algunos enfrentamientos entre la milicia insurgente y realista. Cuando se dio el grito de Dolores por el cura Miguel Hidalgo y Costilla la madrugada del 16 de septiembre de 1810, Casas Viejas apenas contaba con poco más de medio siglo de existencia formal, durante el cual su desarrollo fue mínimo debido a la limitante que se impuso de no fundarse pueblo, por parte del dueño de la hacienda de El Capulín. No existe variante importante en el número de la población, por ejemplo en 1770 apenas vivían en la cercanía de la iglesia 28 individuos y para 1810 no excedía de cien habitantes diseminados en veinte viviendas sin orden regular, siete de ellas eran las principales, que incluía la casa cural y dos de comercio pertenecientes a españoles.
El primer encuentro entre los dos bandos beligerantes tuvo lugar la tarde del 6 de octubre de 1810, en el punto conocido como Puerto de Carroza, situado en dirección sur del municipio y límite entre los estados de Guanajuato y Querétaro; su nombre es muy antiguo, desde la época en que fue trazado una de las ramificaciones del camino México-Zacatecas en el siglo XVI y se menciona como lindero al erigirse la parroquia de San José en el decreto de 1770. Los historiadores de la independencia mencionan el lugar como la “primera batalla campal de la insurgencia”, efectivamente si consideramos que solo días antes, el 28 de septiembre, se había tomado la ciudad de Guanajuato por Hidalgo.
Al propagarse con velocidad la revolución, el virrey Francisco Javier Venegas inició una serie de movilizaciones militares desde la capital y de otras ciudades del virreinato, hacia las más susceptibles de ser tomadas por las fuerzas insurgentes; una de ellas fue Querétaro, para ello envió para resguardarla a Manuel Flon, Conde de la Cadena, el 26 de septiembre. Estando en Querétaro fue informado de que los insurgentes se acercaban por el camino de San Miguel el Grande, Flon destacó contra ellos una división de seiscientos hombres, a las órdenes del sargento mayor don Bernardo Tello, compuesta de infantería de Celaya, Dragones de Sierra Gorda, la Compañía de voluntarios de Celaya formada en Querétaro con los europeos fugados de aquella ciudad, de que fue nombrado capitán don Antonio Linares y dos cañones.
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"Tello, creyendo que la fuerza insurgente no excedía de trescientos hombres se dirigió a buscarlos, pero encontrando que no bajaban de tres mil ventajosamente situados en el Puerto de Corroza; la división se dispersó, no quedando mas que ciento ochenta hombres al mando del capitán Linares, el cual avanzó al ataque, con lo que dio lugar a que la División se rehiciese. Los indios, desconociendo los efectos de los cañones, se precipitaron sobre ellos creyendo defenderse con colocar en las bocas de los cañones sus sombreros, lo que ocasionó un número considerable de bajas así como desorden y confusión, lo que llevó a la retirada. Don Niceto de Zamacois, en su Historia de México, da más precisiones al respecto:
Los indios confiando en su número, se lanzaron sobre los realistas con la confianza del triunfo; pero los dos cañoncitos de montaña hicieron estragos en ellos. Se ha dicho que desconociendo los indios los efectos de la artillería, se precipitaban sobre ella creyendo defenderse con presentar a las bocas de los cañones sus sobreros de paja y que así fue grande la mortandad que tuvieron, siendo completamente desbaratados. Pero San José Casas Viejas en la Época de la Independencia semejante especie es absolutamente inadmisible. Nunca los indios, aun a la llegada de Hernán Cortés, en que desconocían completamente las armas de fuego, se lanzaron sobre ellas para impedir que saliese el tiro. Por el contrario, veían sus estragos, y quedaban aterrados al escuchar la detonación. No es verosímil, por lo mismo, que los indios del siglo XIX que habían visto fundir cañones al mismo Hidalgo en Guanajuato, y que conocían la fuerza de una bala disparada de un fusil, abrigasen la insensatez de creer que podrían detener el disparo de un cañón con un sombrero de petate. La especie referida no pasa de una de esas anécdotas inventadas por algunos de sus hombres que buscan la manera de dar mayor interés a los hechos, mezclando en ellos algo que salga de los límites de lo común. El arrojo con que los indios se lanzaron sobre las dos piezas de artillería para apoderarse de ellas, les hizo perder un número considerable de gente, y puestos en desorden y confusión emprendieron la retirada, dejando sembrado de cadáveres el sitio de la lucha.
Este hecho de armas, aunque no fue de importancia, se ponderó como si se hubiese alcanzado un notable triunfo. No es, sin embargo, censurable que se le revistiese de una importancia que no tenía, pues se trataba de despertar el entusiasmo y la emulación entre las bisoñas tropas que tenían que combatir contra fuerzas muy superiores en número, aunque indisciplinadas en su mayor parte. (Zamacois, 1878).
Los realistas no tuvieron más pérdida que un soldado de Celaya, causada por su propia artillería y no por el enemigo. La batalla de Puerto de Carroza fue ampliamente comentada e incluso se publicó este hecho en la “Gaceta de México”, periódico oficial del virreinato; esto con el propósito de amedrentar al bando insurgente por las bajas que sufrió, pero que en realidad no representa un hecho militar en comparación a lo que más adelante estaría por venir". (1)
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Fuente:
1.- Ferro Herrera, Miguel. San José Iturbide. Colección de Monografías del Estado de Guanajuato. Bicentenario. Guanajuato, 2010, pp. 45-47
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Fuente:
Cabezas de Aguila: La batalla de Puerto de Carroza, Iturbide, Guanajuato, Octubre de 1810
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Re: Mexico no es bicentenario
5 de febrero de 1812 en la Ciudad de México: la entrada de Calleja
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En este Bicentenario, del cual aun nos quedan cuatro años por conmemorar, han habido muchas fechas que pasaron desapercibidas o no fueron del todo difundidos sus recordatorios. Encuentro un dato más bien curioso, que escribe Lucas Alamán en su Historia de Méjico [con j], que relata la entrada triunfal que hace a la ciudad de México luego de la victoria obtenida en Zitácuaro días atrás.
"La batalla de Zitácuaro se libró el 2 de enero de 1812, en Zitácuaro, Michoacán. Las tropas realistas eran dirigidas por Félix María Calleja y el ejército insurgente por Ignacio López Rayón. El virrey Francisco Xavier Venegas ordenó la toma de Zitácuaro pues ahí se situaba la Suprema Junta Nacional Gubernativa, órgano director de la insurgencia. Durante la batalla, Ramón López Rayón perdió un ojo. Tras varias horas de combate, finalmente la ciudad cayó en manos de los realistas, poniendo en fuga a la Suprema Junta Nacional Gubernativa hacia Tlalchapa y Sultepec." (Wikipedia)
Puestos en contexto, veamos lo que escribe Alamán:
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Marchaba al frente Calleja con su estado mayor y una lúcida escolta, seguían por su orden los cuerpos, formando la cabeza de la columna los granaderos, en cuya primera fila se hacía notar D. Domingo Mioño, español, natural de Galicia, y avecindado en Colima, donde había gozado de comodidades, quien para dar ejemplo a sus paisanos de la decisión con que debían obrar en su propia defensa, servía como soldado, y nunca quiso ser más que el primer granadero de la Columna, como Latour d'Auvergne lo había sido en Francia de la república. Méjico presenciaba por la primera vez un espectáculo militar imponente; el concurso era inmenso y la gente veía con admiración aquellos soldados cuyas proezas había leído, y en especial aquellos cuerpos levantados por Calleja en S. Luis, que habían hecho de una manera tan bizarra la campaña, y a cuya aproximación había debido la capital un año antes, no haber sido devastada por la muchedumbre que Hidalgo condujo hasta las Cruces, estimulada por el deseo del pillaje y la desolación.
Un accidente inopinado turbó la solemnidad de la entrada. Al pasar el general Calleja delante de la última casa de la primera calle de Plateros, junto al portal de Mercaderes, con los vivas y aplausos del pueblo, se alborotó el caballo que montaba el mariscal de campo D. Judas Tadeo Tornos, director de artillería, que iba al lado de Calleja, y parándose de manos dio con ellas en la cabeza de este, tirándole el sombrero y haciéndole caer en tierra, cuyo golpe fue bastante fuerte para que fuese menester llevarlo cargad o a la casa del platero Rodallega y ponerlo en cama por algún rato, hasta que un tanto repuesto, pudo ir en coche a presentarse al virrey a palacio. Los que se habían burlado del prodigio de las palmas de Zitácuaro, tuvieron ahora ocasión de contraponer agüero a agüero, teniendo por mal anuncio el que Calleja en medio de su triunfo, cayese con el mariscal Tornos, que también fue derribado del caballo, a los pies del altar de un santo mejicano, en el día de la fiesta de este y en la misma calle en donde este había ejercido el oficio de platero.
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El ejército desfiló delante del palacio, saludándole y aplaudiéndolo el virrey, que salió a los balcones para verlo pasar. Su fuerza en este día era de 2.150 infantes y 1.852 caballos, que daban el total de 5.982 hombres, número que parecer a muy corto, atendiendo a las grandes victorias que obtuvo sobre reuniones de gente, aunque indisciplinada, incomparablemente más numerosas; pero entonces se hacía mucho con poco, mientras que después la impericia de los que han mandado ha sido causa de que nada se haya hecho con mucho. Acompañaban al ejército mil quinientas cargas de víveres, cantidad de parque y la artillería tomada en Zitácuaro, todo lo cual hizo que tardase en entrar desde las doce y media hasta las cuatro de la tarde. Seguíanle porción de mujeres y estas llevaban consigo los despojos del saqueo de aquella villa. La plana mayor se presentó en seguida á cumplimentar al virrey, quien con ella y los empleados superiores y otros individuos que acostumbraban asistir a su corte, se trasladó a la catedral magníficamente iluminada. Recibiólo el cabildo eclesiástico y se cantó un solemne "Te Deum, "para dar gracias a Dios por las victorias obtenidas por aquel ejército.
La tropa se alojó en los conventos, habiendo estado la víspera el virrey mismo en el de S. Agustín, destinado a la columna de granaderos, para cuidar de que se dispusiese aquel cuartel con toda comodidad. Calleja se hospedó en la casa del conde de Casa Rul, en la que fueron continuos los convites y obsequios, concurriendo a la mesa los jefes del ejército y todas las personas distinguidas de la ciudad, y en ella se ensalzaron en los brindis en prosa y verso las victorias del ejército y las hazañas del general, cuyo mérito se calificó superior al de Fabio Máximo y otros capitanes de la antigüedad. Se hicieron en el teatro funciones en obsequio del ejército y su jefe, y cuando este se presentó en él, fueron grandes los aplausos y los vivas.
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Venegas concurrió la primera noche, y viendo que hacia un papel secundario y desairado, no volvió las siguientes. Debió desde entonces ver en Calleja un rival, y persuadirse que el favor popular estaba enteramente de parte de este. En obsequio del ejército, los panaderos que casi todos eran españoles, a quienes se pidieron a prorrata las raciones de pan necesarias, no quisieron cobrar cosa alguna en los días 5 y 6 de Febrero.
La llegada del ejército a la capital venció la repugnancia del virrey para conceder premios á sus individuos. Calleja había instado repetidas veces, como en otros lugares hemos visto, y en especial después de la batalla de Calderón, sobre la "necesidad que en su concepto había, para reanimar el valor y entusiasmo del ejército, de conceder a la tropa y oficiales algún premio ó distinción, que les hiciese olvidar los riesgos a que se exponían, y apreciar su suerte", contrariando además la idea que los sediciosos esparcían, de que servían a un gobierno que ni estimaba ni recompensaba sus servicios.
Irónico es imaginar que mientras en la casa del Conde Casa Rul se daban grandes fiestas, él permanecía al frente, en marzo, un mes luego de la entrada de Calleja a la ciudad de México, moría en el sitio de Cuautla.
Fuente:
Alamán, Lucas. Historia de Méjico. Tomo II, Imprenta de J.M. Lara, México, 1850, pp. 474-479
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Fuente:
Cabezas de Aguila: 5 de febrero de 1812 en la Ciudad de México: la entrada de Calleja
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Re: Mexico no es bicentenario
Independencias y victimismo hispanoamericano (Tomás Pérez Vejo)
Puede leerse NUEVOS ENFOQUES TEÓRICOS EN TORNO A LAS GUERRAS DE INDEPENDENCIA (Tomás Pérez Vejo) aquí: Redirect Notice...
Puede leerse el libro ELEGÍA CRIOLLA: UNA REINTERPRETACIÓN DE LAS GUERRAS DE INDEPENDENCIA HISPANOAMERICANAS aquí: https://es.scribd.com/document/209573...
https://www.youtube.com/watch?v=c2g4qSealzw
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Re: Mexico no es bicentenario
Irracional rechazo a la herencia española en hispanoamerica
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