LAS RELACIONES SIONISMO - NAZISMO.
Para que no haya sombra de sospecha citaremos a Rainer Zitelmann (origen judío) y su editor Laterza que es de izquierdas (si eso significa algo).
Pese a su juventud Rainer tiene una sólida reputación académica.
Su obra (ensayo): "Hitler", no guarda ningún parentesco con la semiclandestina tendencia "revisionista".
Con estas bases su lectura parece recomendable para el que busque objetividad.
Zitelmann nació en 1957, doce años después de la muerte del personaje al que ha dedicado sus investigaciones desde que se licenció en Historia.
En su libro se encuentran párrafos sorprendentes, textualmente: "el objetivo de las disposiciones económicas antisemitas era obligar a los judíos a abandonar Alemania. Para este propósito se sumaron los esfuerzos tanto de los nacionalsocialistas como de los sionistas. Ya en 1933 se había iniciado una colaboración entre los organismos oficiales alemanes (Gestapo incluida) y los hebreos, con el fin de favorecer la emigración fuera de Alemania de la población judía. En efecto, en los cinco años comprendidos entre 1933 y 1937, abandonaron Alemania unos 130.000 judíos, de los cuales 34.800 hallaron refugio en la nueva patria Palestina".
Tenemos aquí una buena prueba de la manipulación de la verdad, practicada durante más de 60 años. Al ofrecernos esta noticia de una colaboración entre nazis y sionistas (unos tratando de librarse de los judíos, otros interesados en su sueño del nuevo Israel en un territorio durante muchos siglos árabe), Zitelmann no nos revela el resultado de descubrimientos en archivos secretos pues la colaboración entre la esvástica y la estrella de David se hizo a la luz del día y hasta los periódicos de la época lo recogen.
Los que entonces no vivíamos y no podíamos leer dichos periódicos, no hemos sabido nada porque los "historiadores" siempre han ocultado ese embarazoso tema sin dar ninguna explicación.
Veamos como prosigue el joven historiador: "el que el número de emigrados judíos no haya sido superior se debió, por una parte, a la aplicación cada vez más restrictiva que realizaban numerosas naciones de las disposiciones referidas a las emigraciones judías; y, por otra parte, a la actitud de numerosos judíos alemanes, que siguieron haciéndose ilusiones sobre el régimen nazi hasta los últimos meses de 1937.
Un ejemplo de ello es la "llamada a los judíos de Alemania" lanzada a finales de diciembre de 1937 por la Delegación Nacional de los Judíos Alemanes, en la que se invitaba a la población judía a "no dejarse llevar por injustificados sentimientos de pánico".
Ambas son noticias largamente silenciadas.
En primer lugar el antisemitismo nazi no se topó con una oleada de solidaridad internacional,
por el contrario, EEUU, Gran Bretaña y Francia, es decir, los países con las mayores comunidades hebreas (cuyas protestas, cuando las hubo fueron más bien débiles y prontamente reprimidas) cerraron la puerta en las narices a los israelitas que querían abandonar Alemania. ¿Fue éste otro de los efectos de la política del poderoso movimiento sionista, que pretendía oponer a toda costa el mayor número de judíos a los árabes de Palestina, obligando a cerrar cualquier otra vía a los exiliados?
Para responder a una pregunta de este cariz conviene no olvidar los tratados de posguerra (éstos sí fueron mayoritariamente secretos) entre Israel y la URRS, para sacar a los judíos de las fronteras soviéticas y desviarlos, directamente y sin escalas a Tel-Aviv. A dichos acuerdos se debe que los aviones rusos no aterrizaran en Viena como de costumbre, ya que, al llegar allí, muchos judíos se negaban a proseguir el viaje hasta Israel.
La noticia de la perserverante ilusión de los judíos alemanes acerca de las intenciones del nazismo puede ser útil en el momento de valorar la airada polémica contra la Iglesia Católica por el acuerdo alcanzado con Hitler. La firma del documento es de julio de 1933, cuando el régimen aún no había mostrado todas sus cartas. ¡Incluso cuatro años y medio después, los propios judíos alemanes juzgaban "injustificado" el alarmismo excesivo!
El 21 de marzo de 1937 en las 11.500 parroquias católicas del Reich se leyó la Mit brennender Sorge en la que Pío XI, "con ardiente preocupación" denunciaba "el calvario" de la Iglesia y desenmascaraba el carácter anticristiano del régimen.
Según Zitelmann "la furia de Hitler contra la Iglesia romana se desencadenó ya sin freno". Gobbels anotó en su diario: "Ahora, los curas tendrán que aprender a conocer nuestra dureza, nuestro rigor y nuestra inflexibilidad".
Volviendo a las desconcertantes relaciones entre nazismo y sionismo, en el libro citado, se informa de la "entusiasta aprobación de Hitler" a la decisión de su ministro de Economía: confiar a un "Comité de Responsables" todo el patrimonio de los judíos alemanes. Hay que señalar que los registrados como "trabajadores" no eran demasiados, unos 240.000 pero poseían la enorme suma de 6.000 millones de marcos (el equivalente al gasto sostenido posteriormente para el rearme del Reich).
Con el fondo constituido con aquellos bienes, cualquier judío que deseara emigrar podía extraer lo necesario para reconstruir su vida en el exterior.
Con la satisfacción de Hitler -y aquí viene otra sorpresa- pero también "de las organizaciones asistenciales judías de América e Inglaterra, que decidieron aceptar el plan alemán en sus puntos principales".
Los tratados continuaron hasta el otoño de 1939, al iniciarse la guerra.
Pero, aún en 1941, a través de la embajada alemana en Ankara, al menos una parte del movimiento sionista proponía a Berlín un acuerdo entre el Tercer Reich y la República, en ciernes de Israel, para el dominio de Oriente Medio.
Así, efectivamente, la "verdadera" historia no cesa de cuestionar nuestros esquemas, siempre henchidos de maniqueísmo.
CRISTIANOS Y NAZIS.
En mayor o menor medida, TODOS comparten la responsabilidad de lo acaecido entre 1933 y 1945. Sin embargo, si Alemania hubiera sido católica, no habría responsabilidades que echarse en cara: el nacionalsocialismo habría seguido siendo una facción política impotente y folclórica.
Primero fueron Lutero y sus sucesores, y luego en el XIX, el masón Otto von Bismarck, quienes intentaron, con toda la violencia a su alcance, desterrar de Alemania el catolicismo, considerado sumiso a Roma indigna de un buen patriota alemán.
El Canciller de Hierro definió su persecución de los católicos como Kulturkamp (lucha por la civilización) con el fin de separarlos, por la fuerza, del papado "extranjero y supersticioso" y hacerlos confluir en una activa Iglesia nacional, al igual que pretendían los "tolerantes" luteranos desde siglos atrás.
No lo consiguió y al final fue él quien se vio obligado a ceder (si bien, la fidelidad a Roma fue hasta 1918 una deshonra que impedía el ascenso a los altos escalafones del Estado y del Ejército).
Tras la Reforma luterana, sólo un tercio de los alemanes siguió siendo católico. Hitler no llegó al poder mediante un golpe de Estado, lo hizo con toda legalidad, mediante el democrático método de elecciones libres. No obstante, en ninguna de aquellas elecciones obtuvo mayoría en los Länder católicos, los cuales votaron unidos, como siempre, por su partido, el glorioso Zentrum, que ya había desafíado victoriosamente a Bismarck y que también se opuso a Hitler hasta el último momento.
Algo que NO hicieron los comunistas (qué pronto se olvidan ciertos datos con lavados masivos de propaganda) para quienes en 1933 el enemigo principal no era el nazismo sino la "herética" socialdemocracia.
También olvidan que Hitler NUNCA habría desencadenado la guerra sin la ALIANZA con la URSS que en 1939 junto con Alemania invadió Polonia (si bien sólo se declaró la guerra a Alemania, la URSS que también lo hizo era "aliada").
Hasta 1941 las materias primas soviéticas sostuvieron el esfuerzo germano durante sus buenos 22 meses. Los motes de los carros de combate nazis del Blitz en Polonia y Francia y los aviones de la Batalla de Inglaterra rodaron con el petróleo de la Soviética Bakú. Hasta esa fecha, en los países ocupados, como Francia, los comunistas locales obedecían las directrices de Moscú y estaban de parte de los nazis, no de la resistencia.
Luego vendrían las toneladas de propaganda y alardes de los "importantes méritos antifascistas del comunismo" del comunismo internacional hasta hoy. Y siempre tan dispuestos a calificar a los católicos como clérigo-fascistas y encubridores de la gran tragedia.
No son méritos lo que ostentan los comunistas sino responsabilidades gravísimas.
Y la Gran Bretaña de inicios de siglo, la Inglaterra victoriana, no había mostrado intenciones y procedimientos muy distintos de los de la Alemania hitleriana, como demostró contra los bóers sudafricanos. Desgraciadamente en la política (y en la guerra, su continuación) no hay paladines de ideal inmaculado.
Volviendo a las decisivas elecciones alemanas de 1933 el ascenso de Hitler se debe a los Länder protestantes que le proporcionaron la mayoría mientras las zonas católicas lo mantuvieron, otra vez más, en minoría.
El presidente Hindengburg respetando la voluntad de la mayoría de los electores, confió la cancillería al austríaco de origen parcialmente judío de 41 años. El día 21 de marzo, día de la primera sesión del Parlamento del Tercer Reich, Goebbels proclamó el "Día de la Revancha Nacional". Las solemnes ceremonias se abrieron con un servicio religioso en el templo luterano de Postdam. Y el órgano entonó el himno de Lutero: Nun danket alle Gott (y ahora que todos alaben a Dios).
Desde 1930, en la Iglesia luterana los Deutschen Christen (los cristianos alemanes) se habían organizado y tras el triunfo electoral de 1933 el teólogo Niemoller: "en nombre de más de 2.500 pastores luteranos envió un telegrama a Hitler "Saludamos a nuestro Führer ... nosotros, pastores evangélicos, aseguraos fidelidad absoluta y encendidas plegarias".
Luego en 1944, tras el fallido atentado de julio a Hitler, mientras lo que quedaba de la Iglesia católica guardaba un atronador silencio los jefes de la Iglesia luterana enviaban otro telegrama: "en todos nuestros templos se expresa en la oración de hoy la gratitud por la benigna portección de Dios y su visible salvaguarda".
También está la crónica, enviada por el corresponsal en Alemania del periódico Time y publicado en el número que lleva fecha del 17 de abril de 1933, un par de meses tras el ascenso a la cancillería de Hitler: "el Gran Congreso de los Cristianos Germánicos ha tenido lugar en el antiguo edificio de la Dieta prusiana para presentar las líneas de las Iglesias evangélicas en Alemania en el nuevo clima auspiciado por el nacionalsocialismo. El pastor Hossenfelder ha comenzado anunciando: "Lutero ha dicho que un campesino puede ser más piadoso mientras ara la tierra que una monja cuando reza. Nosotros decimos que un nazi de los Grupos de Asalto (SA) está más cerca de la voluntad de Dios mientras combate, que una Iglesia que no se une al júbilo por el Tercer Reich (aludiendo a la Iglesia Católica)".
La penosa actuación de los Deutschen Christen no fue la de un grupo minoritario sino la expresión de la mayoría de los luteranos: en las elecciones eclesiásticas de julio de 1933 los "cristonazis" obtenía el 75% de los sufragios por parte de los mismos protestantes que, a diferencia de los católicos, en las elecciones políticas habían asegurado la mayoría parlamentaria al NSDAP.
Y todo esto no es casual, responde a una lógica histórica y teológica.
Así lo indica el cardenal Joseph Ratzinger, un bávaro que en 1945 tenía 18 años y estaba alistado en la Flak (artillería contraaérea del Reich): "el fenómeno de los Cristianos Alemanes ilumina el típico peligro al que está expuesto el protestantismo frente al nazismo. La concepción luterana de un cristianismo nacional, germánico y antilatino, ofreció a Hitler un buen punto de partida, paralelo a la tradición de una Iglesia de Estado y del fuerte énfasis puesto en la obediencia debida a la autoridad política, connatural en los seguidores de Lutero".
La Iglesia católica ha demostrado, desde siempre, que puede avenirse a pactar estratégicamente con los sistemas estatales, aunque sean represivos, como un mal menor, pero al final se revela como una defensa para todos contra la degeneración del totalitarismo. Por su propia naturaleza el catolicismo NO puede confundirse con el Estado, a diferencia de las Iglesias hijas de la Reforma, y se opone obligatoriamente a un gobierno que pretenda imponer a sus miembros una visión unívoca del mundo.
Por contra, el típico dualismo luterano que divide el mundo en dos Reinos (el profano) confiado sólo al Príncipe, y el "religioso" competencia de la Iglesia pero del cual el propio Príncipe es Moderador y Protector, cuando no se jefe terrenal justifica la lealtad al tirano.
Naturalmente la historia de la Iglesia católica es la historia de las incoherencias, de sus concesiones, de los yerros del "personal eclesiástico", no todo es brillo dorado ni entre la jerarquía, ni entre los religiosos y fieles laicos.
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