Revista FUERZA NUEVA, nº 474, 7-Feb-1976
TRES REFLEXIONES (Desafío al Gobierno, Abandono del Sáhara, Amnistía)
DISCURSO DE BLAS PIÑAR EN PUERTO DE LA CRUZ - TENERIFE (18 de Enero, 1976)
(Discurso pronunciado por Blas Piñar en el hotel El Tope, de Puerto de la Cruz –Tenerife-, el día 18 de enero de 1976)
“Estamos escuchando con reiteración, todos los días, que uno de los derechos que no se puede negar a nadie es el de reunión. Pues bien, nosotros, a los que creo nadie negará tal derecho, hemos tenido tantas dificultades para ejercerlo que, negado a última hora el local que se nos había concedido en Santa Cruz, hemos tenido que improvisar el acto en el hotel que ahora nos alberga. Agradezcamos a quienes lo dirigen la noble hospitalidad con que nos han dado acogida, tributándoles un aplauso largo y generoso, pues ellos hicieron posible que nos reuniéramos, nos abrazáramos y pudiéramos gritar enardecidos nuestro ¡Arriba España! (Ovación.)
Sabedlo bien, aunque la experiencia histórica lo prueba con exceso: en la medida en que se hable con énfasis de apertura y de libertades democráticas, exactamente y en proporción diametralmente opuesta, crecerán las dificultades para las reuniones y para la comparecencia pública de los hombres que hacemos un acto de fe de la lealtad al 18 de Julio y a los ideales de la Cruzada.
Autoridad para hablar
Y creo que si alguien tiene autoridad para hablar y pronunciarse en este momento somos precisamente nosotros.
En primer lugar, porque nosotros no hemos gobernado jamás (aplausos), porque nosotros ni hemos sido ni somos ministros o embajadores de Franco o del Rey.
En segundo lugar, porque nosotros, que no hemos gobernado, mantuvimos una lealtad plena y absoluta a los Principios informadores del Régimen, a la Falange y a la Tradición, a las dos fuerzas políticas… (ovación), no haciendo depender esa lealtad de los favores del oficialismo o de las remuneraciones económicas a través de “enchufes” o cargos bien retribuidos. Por ello, porque es desinteresada, merece, incluso, el respeto de nuestros enemigos. (Ovación.)
En tercer lugar, porque habiendo discriminado entre el Gobierno y los Principios animadores del Régimen, no hemos incurrido nunca en el grave defecto del “sí” como sistema, de la adulación permanente, sino que hemos discrepado tan pronto como hemos sorprendido la infidelidad y el despegue entre las acciones políticas concretas y lo que exigía nuestro ideario; y ello, desde «Hipócritas» [1962] hasta «Señor Presidente» [1974], pasando por las negociaciones con la URSS y la ruptura de relaciones con la China nacionalista, y terminando con la entrega o el abandono de Ifni, de Guinea y del Sáhara. (Inmensa ovación.)
En cuarto lugar, porque nosotros, al inmovilizarse el Movimiento, hemos salido por las tierras de España predicando la doctrina de la Falange y de la Tradición, y con ellas nuestro entendimiento de la vida política, dentro de los cauces marcados y recibidos, diferenciando la unidad imprescindible de la uniformidad que algunos deseaban. Por eso también, cuando ahora, so pretexto de diversidad, lo que se ha querido y se quiere es la dispersión y, en última instancia, la disolución del Movimiento, nosotros seguimos convocando a los españoles a la unidad, a la fidelidad al 18 de Julio, porque lo que está en juego, y hasta en posible trance de liquidación, es España como ser histórico. (Gran ovación.)
Es la unidad de destino en lo universal, que dijera José Antonio, es la unidad de quinientos años de vida española en común lo que puede darnos fuerza y prestigio; sin ella no hay ni grandeza ni libertad. Por eso se trata de escindir la unidad española. Cuando ciertas voces os llegan por caminos distintos y hasta por cierta emisora argelina, tratando de menoscabar el sentimiento español de las Canarias, sabedlo muy bien, se trata de descuartizar España, de balcanizarla y desmembrarla, tanto o más que de someterla al yugo comunista. España sigue siendo hoy, con su ejemplo reciente, la conciencia del mundo, y es preciso ahogar esa conciencia, borrarla, antes de que, aguijoneando al mudo, lo despierte y lo ponga en pie contra los enemigos al acecho.
Aquí estuvo la raíz del Alzamiento
Cuando os lleguen las voces de los que manipulan la opinión, de los que aspiran a arrancar vuestra españolía, afirmaos en vuestras convicciones seculares y decid bien alto, con la palabra y el ejemplo, frente a quienes os hablan de separatismo y de un Estado canario independiente, que canarias es España; y, más aún, que si la España peninsular sucumbiere y se entregase, la España insular, la España del archipiélago, la España canaria, sacaría de su propio ser valor y coraje, como la llama que se aviva con el viento desde la propia ceniza, para acudir, como en 1936 lo hizo desde esta isla, a la nueva liberación de la patria, porque aquí, en Tenerife, estuvo la raíz del Alzamiento nacional español. (Gritos de ¡muy bien!, aplausos.)
En Las Palmas de Gran Canaria, hacíamos ayer, ante un público numeroso y entusiasta, un examen del momento político español. No quisiera repetirme tanto, porque la repetición resulta molesta para el que expone su pensamiento, como porque las cintas magnetofónicas que allí se grabaron y las páginas de FUERZA NUEVA os darán noticia de cuanto allí se dijo. Hay, sin embargo, tres temas que, a pesar de la repetición que ello suponga, no puedo omitir en estas reflexiones en alta voz y ante vosotros: el desafío al Gobierno de los enemigos del Régimen, el abandono del Sáhara y la amnistía. Trataremos de examinarlos con la brevedad posible:
1. DESAFÍO AL RÉGIMEN
La tregua, el armisticio, la paz provisional que las fuerzas de oposición al Régimen habían convenido con el Gobierno, está a punto de terminarse. El desafío que las agrupaciones políticas que ya campan sin obstáculos, y que quieren la ruptura total con el franquismo, resulta evidente. Así lo han dicho, tanto la Junta Democrática como la Plataforma de Convergencia Democrática, en la que se congregan para una actuación comunitaria tales agrupaciones, con las que, por otra parte, el propio Gobierno dialoga, como lo prueba el almuerzo, a la vez gastronómico y público, del ministro de la Gobernación [Fraga Iribarne] con el señor Tierno Galván, catedrático marxista, expulsado de la Universidad española por sus actividades contra el Régimen.
Santiago Carrillo, en el homenaje a la Pasionaria, del 14 de diciembre de 1975, emplazaba al Gobierno para que de forma inmediata llevase a término las reformas prometidas: amnistía plena para todos los presos políticos (voces de protesta), el retorno de los exiliados, la derogación del decreto ley contra el terrorismo, la consagración constitucional del derecho de huelga ilimitado, y los de manifestación y expresión, los partidos políticos, los sindicatos plurales y, naturalmente, el sufragio universal. Si el Gobierno -aseguró Carrillo- no realiza estas reformas, que por otra parte ha prometido, y no las realiza en el plazo de unas semanas, estaremos en la calle luchando contra el Gobierno, acusaremos al señor Fraga Iribarne de asesino, ya que formó parte del gobierno franquista que ajustició a Julián Grimau, acusaremos de asesino, igualmente, al señor Arias, presidente del Gobierno de Franco que ordenó la ejecución de cinco valientes camaradas, y acusaremos, en fin, de fascistas a todos los ministros, pues todos ellos, de una forma o de otra, han servido al Régimen y se han amamantado del mismo.
Los partidos están en la calle
Este desafío ha comenzado ya. Las huelgas de todo tipo, hasta salvajes, las ha denunciado cierto periódico aperturista, impuestas por los piquetes armados de la subversión, están conduciendo por la fuerza al paro y al hambre a muchos obreros, obreros improtegidos en su derecho a trabajar, cuando se niegan al abandono de tajos, fábricas, minas y talleres. (Aplausos.)
Lo triste, lo contradictorio y lo ininteligible es que, con la anuencia y el beneplácito del Gobierno en nombre de una interpretación derogatoria de la Constitución [Leyes Fundamentales], los partidos políticos y organizaciones subversivas que avalan esas huelgas estén en la calle, se reúnan con plena libertad y hallen en los medios de comunicación, incluso en aquellos que mantiene el Estado, un eco amplísimo y unos márgenes de propaganda gratuita que, sin duda, hubieran creído imposibles. La verdad es que los Principios del Movimiento, de hecho, y al menos, ocasionalmente, están privados de vigencia, que las Leyes Fundamentales, a pesar de que se afirme que, en tanto no sean modificadas deben respetarse, no se respetan, y que el Ministerio Fiscal, que conoce a la perfección los delitos perseguibles de oficio, debe advertir con estupor que desde el plano oficial se considera modificado el Código en cuanto afecta a la tipificación delictiva de hechos demasiado llamativos y espectaculares para que se estimen ignorados y sin relieve. (Ovación.)
No sólo la subversión llega a la vía pública, a la parálisis de la economía nacional, que detiene nuestro desarrollo, superador de la pobreza y el caos a que nos condujeron el liberalismo y el marxismo: es que hemos pasado ya a los secuestros y a los asesinatos. Ayer caía otro guardia civil, víctima de ETA. ¿No ha llegado el momento de decir basta? ¿No ha llegado el momento de que la paz, el bienestar y la libertad no queramos cambiarlos por la ficción de las llamadas libertades democráticas, cuyo disfrute malsano acaba de comenzar? ¡Basta ya! ¡Estamos hartos!, repetimos con un ilustre coronel de nuestro Ejército. (Inmensa ovación.)
Cuando está en juego la vida de la Patria…
Terminaba el ministro de la Gobernación [Fraga Iribarne] un discurso pronunciado en los locales de «ABC», con esta frase latina y magistral: “Salus populi, suprema lex” (exclamaciones irónicas del público). Pues bien, precisamente por eso, porque la salud y el bien del pueblo constituyen la ley suprema, se produjo el Alzamiento Nacional del 18 de Julio. Si la violencia no es legítima en muchos casos, alcanza la máxima legitimidad, como decía José Antonio, cuando están en juego la vida y el destino de la Patria. (Aplausos.)
De aquí que aquellos que tienen experiencia histórica propia, más la experiencia que les deparan los pueblos de Europa sujetos a la tiranía marxista, más un deber de lealtad hacia su propia biografía política y al juramento formulado sobre los Evangelios, ante Dios y ante España, de defender los Principios del Movimiento, no tengan disculpa si luego de contemplar los primeros frutos de sus reformas, todavía en proyecto, tienen que apelar al noble principio de “salus populi, suprema lex”. Nosotros apelamos también a estas palabras que un ministro clave y especialmente calificado del Gobierno acaba de pronunciar.
Sólo un nombre
Si la salud del pueblo es la ley suprema y sabéis perfectamente que la salud del pueblo español está en trance y comprometida por el asalto de las fuerzas oscuras que tratan de mover los hilos de la historia universal y la historia de España, del capitalismo financiero, que no tiene escrúpulos y vende a los países y pisotea su honor con tal de que aumenten sus ganancias, y del comunismo poderoso, con sus medios ilimitados, su poderío creciente y su mística arrebatadora y falsa, ¡ah!, entonces, el gobernante que rompiese con la continuidad del Sistema, abandonando a las fuerzas nacionales que debería aglutinar y vitalizar, y dialogase, convocase e invitase a las fuerzas enemigas que pretenden su destrucción, no tendría más que un calificativo en lengua castellana, el mismo que merecen los que facilitan el acceso al adversario abriendo las puertas del castillo, arruinando sus cimientos, debilitando sus fortalezas, haciendo ineficaces las armas defensivas, desmoralizando a la hueste y echando escalas desde las almenas para facilitar la toma del patio interior. (Inmensa ovación.)
2. AMNISTÍA
El segundo tema que tampoco puedo soslayar aquí, pese a su repetición, es el de la amnistía.
Hay vocablos que tienen un potencial enorme de contagio, que se ponen en circulación y que resultan simpáticos al oído. Y no cabe la menor duda que a este género de vocablos pertenece la palabra amnistía, por todo lo que en principio y en apariencia puede encerrar de misericordia y de perdón.
Ahora bien, en esta hora en que tanto se habla del derecho a la información, del respeto a la verdad, tenemos que preguntar y hasta exigir a quienes piden la amnistía desde fuera y desde dentro de la Administración, qué es lo que realmente se persigue y se aspira a lograr con la cacareada amnistía.
Está claro, a nuestro modo de ver, que la amnistía no puede afectar a los crímenes cometidos durante la guerra y la revolución en zona marxista, porque esos crímenes, incluso los de sangre, quedaron prescritos, y muchos de los que los cometieron se pasean en libertad por nuestras calles, amparados por el cumplimiento de la condena, por los indultos generosamente otorgados, por la prescripción aludida y, en cualquier caso, por el perdón de las víctimas o de sus familiares.
Lo que de verdad se pretende
Cuando se habla de amnistía no se pretende, pues, el olvido de aquellos crímenes. Lo que se quiere de verdad –y dejémonos de remilgos- es la amnistía de los delitos, como ahora se dice, para enmascararla barbarie de convicción política, y por tanto, como señalaba Vicente Mas en una hoja casi volandera de la Hermandad alicantina de la División Azul, que se aplique a “los individuos que planearon fríamente el asesinato de Carrero Blanco; a los que jugaron al azar a quién correspondía asesinar al inspector señor Manzanas; a los que montaron, para hacerlo explotar a distancia el artilugio al paso del jeep de los guardias civiles, o a los que por el simple deseo de crear una situación de desconcierto y depresión, mataban a traición a los policías que ni siquiera conocían”. (Ovación.)
Otra amnistía
Frente a esta realidad, nosotros también reclamamos, de los que desde el Gobierno ofrecen la amnistía, que la concedan a los muertos y asesinados, que los resuciten primero, que los devuelvan a sus padres, a sus esposas, a sus hijos.
Frente a esta realidad, nosotros también pedimos que, aun cuando no sea sino para evitar el pecado de la hipocresía y de la conciencia doblada, exijan también la amnistía para Rodolfo Hess, el prisionero de Spandau (aplausos), y para León Degrelle, cuyo delito se servir a Bélgica no prescribirá nunca por acuerdo de los diputados de su país, y para los millones y millones de fugitivos y exiliados de las naciones sojuzgadas por el comunismo, que no pueden regresar a sus patrias. ¡Qué voces representativas del mundo político, cultural y hasta religioso, se alzan llenas de misericordia y de espíritu de reconciliación solicitando para ellos la amnistía? (Aplausos.)
3. EL SAHARA
Si algo os preocupa a vosotros, como canarios, es el tema del Sáhara. Ni ayer en Las Palmas, ni hoy en Puerto de la Cruz, quiero escamotearlo y soslayarlo, y menos aquí, en presencia del teniente general Pérez de Lema, que ha sido el hombre del desierto (el público tributa una gran ovación al teniente general Pérez de Lema, que éste agradece con visibles muestras de emoción), el militar íntegro y puro que no se ha mezclado en la política menor, para guardar todas sus lealtades a la gran política del 18 de Julio, y que hoy nos depara el honor de tenerlo sentado con nosotros, presidiendo el acto que nos reúne y congrega. (Larga ovación que obliga a ponerse en pie al teniente general Pérez de Lema.)
Virtudes castrenses
El general Pérez de Lema –permitidme la digresión- puede compendiar y sintetizar todas las virtudes castrenses que yo os diría que son un calco en lo humano de las auténticas virtudes religiosas, esas virtudes que se enseñan y asimilan en las aulas de nuestras Academias militares, y que se transmiten, como en el general Pérez de Lema ocurre, de padres a hijos, cuando se forma parte de una estirpe castrense; virtudes que se subliman en la Cruzada, y de un modo especial en la gesta inolvidable y heroica del Alcázar toledano. Allí se fundió España, allí se forjó la unidad de carlistas y falangistas, de los españoles de buena ley, que hoy necesitamos más que nunca. Por ello no deja de ser providencial que también se halle cerca de nosotros, y sentada muy cerca de mí, la condesa del alcázar de Toledo. (Inmensa y larga ovación.)
Recuerdo con gratitud, hace nueve años, al general Pérez de Lema, entonces gobernador militar del Sáhara, esperándome, de uniforme, en el aeropuerto de El Aiún; y hospedándome en su casa, y presentándome al auditorio antes de iniciar mi conferencia y acompañándome al acuartelamiento de la Legión para presenciar el homenaje a sus muertos, y ofreciéndome, en unión de los jefes y oficiales de aquel Tercio, una arqueta de plata, labrada por artesanos saharauis, que tengo sobre la mesa de mi despacho, y en la que se guarda, como una reliquia, arena del desierto con manchas rojas de sangre legionaria. (Aplausos.)
Política torpe y perniciosa
Pero volvamos al tema de actualidad, al de la pérdida del Sáhara. No creo que la política de nuestros Gobiernos haya podido ser más torpe y perniciosa. No era difícil advertir hace nueve años cómo la codicia internacional se despertaba, no por el desierto inhóspito que nadie había querido, y sobre el cual España, sacrificándose, se volcó con entusiasmo y con dinero, sino por la riqueza de los bancos pesqueros y de los famosos superfosfatos. Esa codicia internacional buscó potentes pantallas que esgrimieron derechos y reivindicaciones para favorecer los intereses de los poderosos que detrás de tales derechos y reivindicaciones se enmascaran. De este modo se ponía en litigio la presencia española en el continente africano.
Desgraciadamente no hemos sabido jugar con las bazas que teníamos. Aceptamos la resolución de la ONU sobre la autodeterminación del pueblo saharaui. Pero esta autodeterminación suponía que los saharauis pudieran elegir entre varias opciones: seguir siendo España, como quiso una gran parte de la población autóctona en el único plebiscito celebrado, o unirse a Marruecos, a Mauritania o a Argelia, o dividirse y ser anexionado por cualquiera de estas naciones, o constituirse en Estado independiente, o en Estado libre, pero asociado con España, al modo de Puerto Rico con los Estados Unidos.
Entierro de la propia dignidad
Pero la verdad es que en el Sáhara nadie se ha autodeterminado. Lo único que sucede es que se ha entregado un pueblo sin oírle. (Aplausos.) No ha sido una retirada muy acertada y valiente, como se ha dicho, sino un entierro de la propia dignidad, como escribe un conocido africanista.
Es muy bonito afirmar que el Sáhara no valía la pena de un conflicto, de derramar una sola gota de sangre. Así lo aseguraban tanto los portavoces oficiales del Gobierno como los grupos de oposición al Régimen. Había como un convenio tácito para manipular la inteligencia y el sentimiento de los españoles a fin de convencerles de que el asunto del Sáhara era de aquellos por los que no vale la pena luchar, con olvido de que hay circunstancias en que es preferible un sacrificio menor y realizado ahora, con el fin de evitar sacrificios mayores algún tiempo después. Yo jamás he dudado de la buena fe de don Alfonso XIII, cuando, al conocer el resultado de unas simples elecciones municipales, decidió, para evitar derramamiento de sangre, abandonar el país. La verdad es que un pequeño sacrificio entonces, una prueba de valor y de serenidad en aquel momento, hubiera evitado después que en una confrontación horrible perdieran la vida un millón de españoles. (¡Muy bien! Aplausos.)
Pero además, y esto es lo grave, es que cuando se proclama desde la altura de un principio, una norma de conducta, hay que llevarlo, o le obligan a uno a llevarlo, a sus últimas consecuencias, porque ya no es posible poner a tales aplicaciones límites ni barreras. Si el principio es que no vale la pena derramar una gota de sangre por mantener la dignidad y los intereses de España y de los españoles en el Sáhara. ¿qué ocurrirá cuando Marruecos organice otra marcha verde y piojosa para anexionarse Ceuta y Melilla? Habrá también entonces consejos benevolentes de abstención y de entrega, que advertirán que no vale la pena ningún sacrificio por ambas ciudades. ¿Y qué sucederá cuando las pretensiones absorbentes giren en torno al archipiélago canario? ¿Tampoco será preciso sacrificarse? ¿Primará, también , que es lo que importa, la paz burguesa, confortable, egoísta, de los que (inmensa y entusiasta ovación que interrumpe al orador e impide recoger sus palabras)…
Gibraltar
Comprendo, canarios, vuestra irritación. Cuando un pueblo pierde su dignidad se asemeja al hombre que se queda despojado de sus vestidos, expuesto a la contemplación pública. Me preguntaba un periodista en Las Palmas: “¿No cree usted que, luego de la cesión de Ifni, de la independencia de Guinea y del abandono del Sáhara, España podía, cargada de razones, pedir a Inglaterra la devolución de Gibraltar?”
“No – le repliqué al periodista-. Gibraltar es una reivindicación permanente de España. España no habrá realizado su unidad mientras el Peñón se halle bajo el dominio extranjero. España linda por el Sur, como dijeron Ganivet y José Antonio, con una vergüenza. Pero si hay una oportunidad menos propicia para conseguir la reincorporación de Gibraltar a España, es ésta precisamente. Débiles ante Marruecos, ¿nos sentiremos fuertes ante Inglaterra? Mendicantes del beneplácito del socialismo europeo, ¿nos mostraremos audaces ante el laborismo británico?” (Risas y aplausos.)
*****
No es posible, porque nos llevaría mucho tiempo, y el avión no espera, analizar en todos sus pormenores cada una de las cuestiones agobiantes del momento. Lo que importa es que saquemos de estas reflexiones en voz alta, y de las que cada uno os estáis haciendo, unas conclusiones prácticas y urgentes. Diagnóstico y terapéutica son precisos…
Mientras España ha sido fiel a sí misma, a las pautas doctrinales del pensamiento fundacional, a los esquemas tradicionales y revolucionarios que se dieron cita en el ordenamiento jurídico básico, España ha vivido en paz, se hizo la auténtica y fraterna reconciliación. En un sendero duro y hostigado, pero unidos y en orden, hemos alcanzado cotas insospechadas. Por el contrario, en el instante mismo en que comienza la infidelidad, la crisis de identificación, los complejos rectificatorios, el despegue de los Principios que informan al Estado, y cunde el propósito de romper la unidad de los hombres, de las tierras y las clases, con un programado y creciente enfrentamiento, la paz se pierde y se regresa al punto caótico de partida.
Cuando esto sucede, tenemos la obligación de abandonar el silencio grato de nuestra propia celda y salir al exterior para alertar y convocar a nuestro pueblo, hoy atomizado, para decirle que España tenía razón, y que otra vez la suerte del mundo se está jugando dentro de nuestras fronteras. ¡Españoles, no os durmáis, no os aburgueséis, no dejéis que con rabia y premura se eche por la borda el esfuerzo de los años de unidad y entendimiento!
Tres grandes tentaciones
Hay que ganar, ante todo, para evitarlo, nuestra batalla interior contra la comodidad, contra las grandes tentaciones que nos circundan: adaptarse, desentenderse, sobrenaturalizarse.
Adaptarse, porque, ¡es tan lógico, luego de haber realizado casi lo imposible, de entregar vida y hacienda durante la Cruzada! Lo cierto es, dice la tentación, que, a pesar de ello, el mundo parece seguir por cauces distintos a aquellos que nosotros deseábamos. Por eso, “no hay otra solución, para tratar de sobrevivir, que adaptarse”. Así se expresaba un gran amigo mío y colaborador inicial en carta que me envió hace unos días tan solo. Así lo exige, aseguran incluso, el pensamiento actualizado de José Antonio. (Risas despectivas.)
Preguntaos a vosotros mismos con sinceridad plena, interrogad a vuestros compañeros. Algunos, que han cedido a la tentación de adaptarse, os dirán que ellos piensan y sienten como vosotros, que se hallan completamente identificados con nuestra doctrina y con nuestra postura, pero que las circunstancias y los cambios que se operan en el país les obligan a disimularlo e incluso a actuar en contra de sus más íntimas y sagradas convicciones. Es un caso de mimetismo, de metamorfosis, de adaptación, de cambio de chaqueta, que no de esqueleto, en suma.
Desentenderse. He aquí la segunda tentación, frente a la cual los hombres de bien, los que tienen conciencia clara de lo que sucede, han de salir derrotados o victoriosos. De esa victoria o esa derrota, como de una cuestión previa, depende luego nuestra conducta. Por eso hablamos de una batalla interior, de un debate en profundidad dentro de cada uno de nosotros mismos.
Desentenderse significa buscar el pretexto y la excusa de que también se sirve a España dedicándonos a lo nuestro, al oficio y profesión que nos corresponde, al negocio que emprendimos, a la familia que fundamos. También hace unos días, pero en directo, otro amigo me aseguraba que para él lo único importante en la vida eran su mujer y sus hijos, y que para su protección y defensa –lo que exigía para él una plena dedicación- excusaba cualquier tipo de riesgos y compromisos públicos. Yo le contesté que su amor a la familia era torpe; que, precisamente para salvaguardarla, tenía que defenderla, y que, como buen cristiano, debía tener presente que el que quiere salvar su vida del modo que él propugnaba, la perderá, como dice el Evangelio.
Sobrenaturalizarse. He aquí la tercera y la más sutil de las tentaciones, falseamiento de la verdadera sobrenaturalización, la que se vislumbra cuando se oye exclamar: “¡que Dios nos coja confesados!”, “¡que Dios nos salve!”, “¡vamos a pedir a la Virgen de Fátima que resuelva todos nuestros problemas!”. Todo esto naturalmente, está muy bien. Pero con esto no basta. Sería equivocado y hasta un contraconcepto del espíritu sobrenatural quedarse ahí en tales exclamaciones. Un verdadero cristiano sabe que, como recuerdan San Pablo y Santiago, si el justo vive de la fe, la fe meritoria, la fe que vitaliza y salva, no es una fe dormida e inactiva, sino una fe conformada por la caridad y manifestada en obras. San Agustín decía: “Dios te ha creado sin ti, pero no te salvará sin ti”.
La voluntad salvadora de Dios es universal, y no admite excepciones; pero de tal modo respeta la libertad humana que no actúa sin la cooperación de la voluntad del hombre. De poco sirven los hombres de mucha fe adormecida, que no cuaja en obras, que no actúa sobre la realidad terrena, que a lo sumo es incentivo para la crítica, para la murmuración o el comentario de la tertulia, pero que niegan una contribución económica, rehúsan su participación en el acto al que se les invita, o se abstienen de firmar una nota o un artículo protestando contra la difamación… (Gritos de “¡sí, señor!”. Aplausos.)
Pero el hombre se salva tal y como es, y, por tanto, en el medio en que vive, en la comunidad política a que pertenece. El hombre se salva, y la comunidad política se salva también, cumple su cometido temporal, en la medida en que el hombre actúa en ella con su fe operativa y dinámica. Decía José Antonio, y lo hemos repetido muchas veces que el hombre es portador de valores eternos… ser portador de valores eternos equivale a tener conciencia que los llevamos injertos en el alma, y no para enterrarlos con miedo, como el mal administrador, sino para ponerlos ejemplarmente en ejercicio y cultivo.
Los españoles de nuestra ideología que ceden a la tentación de sobrenaturalizarse en la inactividad, relegándolo todo a la Providencia como un justificante de su postura estática cometen un grave pecado de omisión. Es la hora del gran esfuerzo. Hay que desarmarse de prejuicios, de personalismos. Hay que destruir las telarañas con que nos envuelven. Hay que borrar las torpes caricaturas con que se nos presenta. Tenemos que entablar una relación directa y sin disfraces inventados o impuestos por los enemigos comunistas. Hemos de manifestarnos de una manera solidaria, unidos y fuertes, seguros y enardecidos por la nobleza de la causa de que nos sentimos servidores.
La base existe
¡Cómo saben unirse los adversarios cuando llega la hora del combate! ¿Nos encontrarán desunidos, disputadores, sin mandos y sin moral? El Movimiento se halla inerme. La base existe, pero faltan los capitanes. ¡Qué surjan los capitanes para alentar a nuestro pueblo, para organizarlo y dirigirlo, para devolverle el entusiasmo y la fe! Si es así, veréis cómo responden nuestros camaradas de todas las edades al llamamiento. Eso quiere ser, y para ello nació, FUERZA NUEVA, bandería de enganche, clarín de convocatoria por las tierras de España.
No cedáis a ninguna de las tres tentaciones: la de adaptaros, la de desentenderos, la de sobrenaturalizaros, que es, en suma, un modo como otro cualquiera, pero más hipócrita, de escapismo.
Os pido fe y os pido obras. Y a vuestras obras y a las mías, en consonancia con esa fe, por el bien de España, os demando y os convoco. ¡Arriba España!
(El público, puesto en pie, responde a ese grito y prorrumpe en una gran ovación, entonándose inmediatamente el «Cara al Sol».)
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