Parte importante en la derrota napoleónica tuvieron las tropas inglesas comandadas por Arthur Wellesley, duque de Wellington. Inglaterra había sido durante siglos la tradicional rival de España en el Atlántico. La derrota de Trafalgar estaba todavía muy reciente en la mente de los españoles, y sin embargo el peligro napoleónico hizo que el enemigo de ayer se transformase en el heroico aliado del momento. La alianza se formalizó a comienzos de 1809, pero si al principio la colaboración se llevó a cabo con gran entusiasmo, en el curso de la guerra se iría apagando por la mutua desconfianza que mostrarían ambos aliados. Los políticos españoles se sentían disgustados con frecuencia por la crítica que hacían los ingleses a la forma de llevar la guerra, y éstos, por su parte, no acababan de entender la falta de rigor y de disciplina de los combatientes españoles. Además, la intervención inglesa ocultaba en realidad unos propósitos poco confesables de carácter puramente económico, como era el de hacer desaparecer la incipiente y débil industria española, que si acaso prosperaba podría hacer peligrar en el futuro las exportaciones inglesas de paños y algodones, que tenía en España un mercado prometedor. De hecho, los soldados británicos llevaron a cabo durante la guerra operaciones de destrucción que afectaban claramente los intereses económicos españoles. Tal fue el caso del desmantelamiento de las fábricas de textiles de Segovia y Avila, cuya producción podría constituir una competencia seria para las exportaciones británicas cuando terminase el conflicto. También a los ingleses les interesaba comerciar libremente con América, aunque esto no significase que apoyasen directamente los movimientos de independencia; es más, Inglaterra se ofreció como mediadora para resolver el conflicto entre las colonias y la metrópoli.
En cuanto a la ayuda inglesa en material de guerra y dinero, Lovett adopta una postura intermedia entre los historiadores que la han exagerado hasta puntos poco admisibles, como Napier y Southey, y los que la han minimizado, como Gómez Arteche o el mismo Canga Argüelles. La cifra de 200.000 rifles y de 7.725.000 duros, parece que son los más ajustados a la realidad.
Algunos historiadores ingleses han considerado que la contribución militar británica a la victoria final fue decisiva. Por el contrario, la mayor parte de los historiadores españoles han valorado la resistencia nativa como el elemento esencial de la derrota napoleónica, restando importancia a la acción de las tropas de
Wellington. Sin embargo, resulta difícil, incluso hoy día, determinar con precisión qué porcentaje tuvo una y otra circunstancia en el resultado final de la guerra, puesto que, además, habría que tener en cuenta otro factor importante en el desarrollo de los acontecimientos, cual fue la necesidad que tuvo el Emperador de sacar tropas de la Península para dedicarlas a atender la campaña de Rusia.
En definitiva, la Guerra de la Independencia fue un dramático telón de fondo que mantuvo a todo el país en una permanente situación anómala a lo largo de seis años, en el transcurso de los cuales su trayectoria histórica daría un giro de enorme trascendencia. Nada de lo que ocurrió en España en los años sucesivos hubiese sido igual sin el profundo trauma que causó la guerra, la cual sirvió además para acelerar un proceso de cambio profundo y para afirmar con rotundidad la voluntad de los españoles de defender por encima de cualquier consideración su libertad nacional.
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