Dudo que en esos tiempos el Reino de Valencia tuviese esa población, aún contando a los moriscos que eran el 25% de la misma (y que mantenian su lengua, cultura y religión extranjeras). Además gran parte de los territorios valencianos eran exclusivamente de lengua castellana. En la comunicación de asuntos políticos y comerciales de Valencia con Cataluña el profesor Elías de Tejada (fervoroso defensor de la filiación catalana de la lengua valenciana) hace notar que la misma siempre se hacía en castellano. Ejemplos concretos los dá en su Historia del pensamiento político catalán. La Valencia clásica.
En efecto, gaveta (que también se usa en otros países caribeños) es uno de tantos portuguesismos de Canarias, con un remoto origen latino a través del italiano gavetta, hoy aplicado al plato de campaña en que comen los soldados en guerra o en maniobras, y que originariamente fue un diminutivo procedente del latín cavus por su forma cóncava.
De hecho, mismo hoy, cajón en portugués es gaveta. Impresionante que se mantengan estes lusismos en Canarias, después de tantos siglos...
Irmão, olha aqui:
Influencia portuguesa en Canarias
Y en Venezuela ¿o es que no te merece la pena mencionar eso estimado amigo Irmão ? Vamos a llevarnos bien .
Muy interesante lo que me contáis todos sobre la voz “gaveta”, cosas que desconocía totalmente (impresionado me quedo). Da gusto con vosotros, sois un pozo de cultura y sapiencia. Si cuando digo yo que Hispanismo es la recaraba…
Muy interesante ese hilo que enlazas Hyeronimus.
Val, hombre, claro que vale siempre la pena mencionar a Venezuela... y mucho también en este caso: por los lusismos que le han aportado los colonos canarios y, quizás, de los muchos inmigrantes portugueses que hay en Venezuela, como sabes.
Hasta hay un estado de Venezuela que se llama Portuguesa. En realidad, el nombre lo toma de un río, pero no deja de ser interesante.
4 - Carlos V y su política de la Lengua. Difusión del español por América; americanismos del mismo. Difusión por Italia: hispanismos del italiano. Difusión por Flandes. Por Alemania. Por Francia. Por Inglaterra.
En esta evolución de la lengua española una tarea importantísima estaba reservada a nuestro Emperador Carlos V: la de la imposición del español como lengua de las cancillerías, y todavía más: la de su difusión como lengua universal, por tierras muy anchas y diversas, para convertir así en realidad el sueño imperial de Nebrija y de los Reyes Católicos.
Esta tarea sólo era posible con un nuevo César, un nuevo Alejandro, cuyo propósito fuese hacer del mundo una sola patria universal, cuyas gentes viviesen en mutua amistad y concordia, con una sola lengua y regidos por una sola ley religiosa y política, que alumbrara a todos como la luz del sol.
Nadie, desde luego, podría sospechar que quien hubiera de convertir el español en un nuevo latín fuese aquel joven monarca que, en Villaviciosa, en 1517, pisaba por vez primera la tierra de su madre: era entonces un muchacho que, si bien hablaba francés y flamenco, y conocía algo el alemán e italiano, ignoraba el español. Tanto él, como los hombres de confianza que trajo consigo tenían que servirse de intérpretes.
Al año siguiente, en las primeras Cortes, los procuradores, alarmados, le suplicaban “que fuese servido de hablar castellano porque haciéndolo así, lo sabría más presto y podía mejor entender a sus vasallos y ellos a él”. El Emperador respondía “que se esforzaría a lo hacer”. Pero en 1520 el problema persistía, ante la desesperación de los españoles: “Si el rey daba audiencia –decían- estaba Xevres presente, y, como no entendía bien la lengua española, era como si no le hablaran”, escribía fray Prudencio de Sandoval.
Pocos años después, las cosas cambiaban por completo: los emperadores romanos –pensaría el monarca- se abstenían de hablar otra lengua que la latina (16). Y por eso, sin duda, ante el Senado genovés comenzó una vez su discurso con estas palabras: “Aunque pudiera hablaros en latín, toscano, francés y tudesco, he querido preferir la lengua castellana porque me entiendan todos”.
Más impresionantes todavía fueron las palabras que en Roma pronunció, el 17 de abril de 1536, ante el papa Paulo III, desafiando al rey de Francia como enemigo de la cristiandad y retándole a singular combate, armado, desarmado o en camisa con espada y puñal.
El emperador dijo su discurso en español, con aquel sosiego y gravedad propios de su gloriosa abuela Isabel. El obispo de Mâcon, allí presente, representante del rey de Francia, se atrevió a interrumpirle, so pretexto de no entender el español. El Emperador, súbitamente, le impuso silencio con estas lapidarias frases (17): Señor obispo, entiéndame si quiere, y no espere de mí otras palabras que de mi lengua española, la cual es tan noble que merece ser sabida y entendida de toda la gente cristiana”.
Forzoso era también que quien viniese a tratar con el que señoreaba la tierra le hubiese de tratar en lengua española. Por eso -como cuenta el licenciado Villalón-, cuando el Emperador “venció al Landgrave y al Duque de Sajonia, junto al río Albis, y todas las señorías y principados de Alemania vinieron a le sujetar y obedecer y a demandarle perdón, todos le hablaban en español” (Villalón, Gramática castellana, Proemio). Su Majestad “les respondía en español hablándoles mansa y agradablemente, como ellos dicen, llamándole príncipe gracioso, de la cual respuesta quedaron tan contentos, cuanto era razón” (18).
Sus embajadores, en fin, seguían el ejemplo del Emperador, y así, su representante en Venecia hacíase escuchar tan sólo en la lengua española, mientras los embajadores de las demás potencias hablaban por medio de intérpretes (19).
Como consecuencia de esta política, el Emperador y luego su hijo Felipe II pudieron contemplar el espectáculo grandioso de la difusión por el mundo entero de la lengua española (20). En América los indios iban olvidando poco a poco sus propias lenguas, para aprender la de nuestros exploradores, conquistadores y colonizadores, la cual había de ser pronto, no sólo un providencial poderoso instrumento de comunicación, sino también el vínculo indisoluble de fraternidad entre millones de hispanoamericanos.
América, a su vez, enriqueció a España con nuevas cosas y, por tanto, con nuevos vocablos. Por Sevilla, el puerto del Nuevo Mundo, fueron introduciéndose cosas y palabras vistas y oídas con curiosidad creciente. Del taino, lengua de los caribes de las Antillas, vinieron las voces primeras, las que ya conocieron la Reina Isabel y Nebrija: batata, cacique, caníbal, canoa, carey, guayaba, hamaca, macana, maíz, tabaco, tiburón; del nahuatl, de Méjico, lengua de los aztecas, vinieron: aguacate, cacahuete, cacao, chocolate, hule, jícara, nopal, petaca, petate, tomate, tiza; del quichua, del Perú, lengua de los incas: alpaca, cóndor, llama (rumiante), mate, pampa, papa, patata, puma, vicuña y otras (21).
Del Mundo Antiguo, Italia fue donde con mayor intensidad arraigó el español, más que por motivos políticos, por afinidades de raza y cultura y por mutua simpatía. Castiglione juzgaba a los españoles admirables por la “gravedad reposada”, que les era peculiar, y por sus costumbres, que, según él, eran más convenientes y conformes a las italianas, que no las de los franceses.
Y, en efecto, de la hermandad estrecha entre españoles e italianos son reflejo sus respectivas literaturas, no ya sólo por estar inspiradas simultáneamente en una misma clásica cultura, sino también por ser recíprocamente admiradas e influidas, gracias al conocimiento del italiano por los españoles y al prestigio del castellano en Italia, que ya en el siglo XV había penetrado allí “siguiendo –como decía Nebrija- a los infantes que enviamos imperar en aquellos reinos”.
Un testimonio de ese ascendiente y difusión de nuestra lengua nos proporciona Juan de Valdés, al asegurar que en su tiempo en Italia, “así entre damas como entre caballeros, se tenía por gentileza y galanía saber castellano”, sin duda por seguir el consejo de Castiglione, quien consideraba como ideal del cortesano el conocimiento del español.
Rara era la ciudad en que no se oyese hablar la lengua de España: tanto en Venecia y Roma, donde Pedro Bembo, el árbitro lingüístico de Italia, la empleaba en sus versos dedicados a Lucrecia Borgia, como en Lombardía, Cerdeña y Sicilia y sobre todo en Nápoles, cuyos habitantes decíase que eran “quasi piu spagnuoli che napolitani” y donde
“non era in uso quel baciar di mani
quel sospirare forte alla spagnuola” (G. Mauro, Opere burlesche)
A la difusión de nuestra lengua por Italia contribuían las imprentas de Venecia y Roma, al mismo tiempo que las francesas y flamencas, estampando infinitas ediciones de obras españolas. Nuestro teatro y canciones populares se escuchaban allí lo mismo que en la Península.
Maestros de español enseñaban, además, nuestra lengua. Como tal pudiéramos considerar a Juan de Valdés, aunque nunca regentara cátedra abierta al público, pues tan sólo a sus amigos italianos y españoles reunía los domingos en su quinta de la ribera de Chiaja para hablar con ellos sabiamente del castellano, en conversaciones por él reproducidas en su Diálogo de la Lengua.
En Venecia, la explicaba Giovanni Miranda con su gramática, publicada en 1569, y era famoso también el “Diccionario de la lengua toscana y castellana”, de Cristóbal de las Casas, muchas veces impreso desde 1570 en Venecia y Sevilla (22). En fin, todavía en 1600 existían en Roma “estudios de lengua española, como de latina, griega y hebrea, y los nobles procuraban dar a sus hijos ayos españoles, a fin de enseñarles la lengua”.
“Y esto no es de agora –decía Ximénez Patón-, que parece está la lengua en el estado, colmo o cumbre de su perfección, como la latina en los tiempos de Cicerón...” (23).
La influencia del español en el italiano se dejó sentir muy hondo por todas estas causas. Algunos llegaban hasta a censurar el desmesurado empleo de frases y voces españolas, las cuales se mezclaban profusamente con las italianas. Muchas pasaron definitivamente, y así, hoy mismo, hispanismos son: lindo, sfarzo, complimenti, creanza, disinvoltura, sussiego, manteca, riso, zucchero, chicchera, y otras voces, militares, como rancio, arranciarsi, ribatarsi, y marítimas, como maroma y cabrestante (24).
En lo que entonces llamaban Flandes, que para los españoles era también Holanda, además de Bélgica, y aun a veces Alemania, la lengua castellana se propagaba intensamente. Se hablaba en Gante, donde el Emperador había nacido, y en Brujas, en Bruselas, en Lovaina, donde flamencos famosos, pintores, músicos, impresores y maestros en oficios diversos vivían en íntimo contacto con españoles.
Las imprentas de aquellos dominios, especialmente las de Amberes, donde Plantino tenía su oficina, no cesaban de estampar libros en castellano, sobre todo gramáticas y diccionarios o “tesoros” de nuestra lengua. Un primer vocabulario español y flamenco se editaba en 1520, y a los dos años, lo compraba en Aquisgrán, Fernando Colón, hijo del famoso descubridor.
En varias de las muchas gramáticas en Flandes impresas, sus autores no se limitaban a enseñar la pura mecánica del lenguaje, sino que en elogio de la lengua discurrían con orgullo sobre su origen y vicisitudes. Interesantes en extremo son, por ejemplo, la del profesor Thámara, en verso, de 1550; la anónima en castellano, francés y latín, de Lovaina, de 1555; la curiosísima del licenciado Villalón, de 1558, y la “Gramática de la lengua vulgar”, de 1559, de autor desconocido (25).
Los humanistas de aquellos países no eran ajenos al desenvolvimiento o al estudio del castellano. José Escalígero, nacido en La Haya en 1540, se dedicaba a recoger más de dos mil voces no contenidas en el Diccionario de Nebrija; con todo eso –exclamaba al contemplar su obra-, “me parece que he hecho nada, siempre que leo libros españoles: es tanta la abundancia de aquel lenguaje, que cuanto más aprendo en él, tanto más se van ofreciendo cosas que sin maestro nunca las aprenderé” (26).
De los alemanes afirma el licenciado Villalón que se “holgaban de hablar castellano”, y que muchos lo hacían por complacer al Emperador Carlos, que se preciaba de español natural”, no obstante haber aprendido el castellano en sus años mozos, pues por su educación y origen era casi más alemán que español. El común linaje de uno y otro pueblo nunca como entonces se sintió tan hondo: de la ascendencia goda de la raza hispana gloriábanse, en efecto, los españoles entonces más que nunca, mientras arriba, en el Norte, hasta Cristián de Suecia ante Carlos V exclamaba: “Sumus et nos de gente gothorum” (27). Célebres maestros se entregaron asimismo en Alemania a la enseñanza del castellano. Los más conocidos fueron Henrico Doergangk, profesor de Colonia, y, en la universidad de Ingolstadt, Juan Angelo de Sumaran, noble cántabro. Los dos alcanzaron el siglo XVII (28).
En Francia, por Pierre de Bourdeille, señor de Brantôme, admirador arrebatado, en sus “Rodomontades”, de las costumbres españolas, sabemos que en tiempos de Enrique III, y aun más en los de Enrique IV, “la pluspart des françois, aujourd’huy, au moins ceux qui ont un peu veu, sçavent parler ou entendent ce langage”.
Así se comprende la edición de tantos libros españoles en Lión y París, y la avidez con que se leían, no sólo en traducciones, sino en castellano, el “Amadís de Gaula” y el “Reloj de Príncipes” de Guevara, copiado luego por La Fontaine en su “Paysan du Danube” (29).
El castellano se aprendía también en Inglaterra, donde tanta popularidad tuvieron las obras de Guevara, consideradas, por algunos, como inspiradoras del “eufuísmo”. Esta influencia del español culminó sobre todo a fines del siglo XVI, época en la cual apareció en Londres la primera gramática y diccionario español inglés, insertos en la “Biblioteca Hispánica” de su autor, Richard Percyvall. En el mismo año y ciudad vio la luz otra gramática, de W. Stepney (The Spanish Scoolemaster). Y en 1599, John Minsheu, profesor londinense de español, volvió a imprimir las obras de Percyvall, ampliándolas con textos sacados de otros libros que divulgaban por Inglaterra la literatura y el refranero de España.
Otro profesor de castellano muy popular en Londres, a principios ya del XVII, fue un español emigrado, Juan de Luna, autor de la mejor continuación del Lazarillo de Tormes (30).
Mas amplio desarrollo sobre la lengua española en el siglo XVI, aquí:
Hª lengua 10: La lengua española, lengua universal
Última edición por Gothico; 26/01/2010 a las 14:36
Magnífico tu aporte amigo Gothico!!!
Hoy cuando los Orcos de turno pretenden destruir nuestra lengua imperial,
resulta impostergable salír en su defensa.
Debemos recordar la magna sentencia de San Isidoro de Sevilla:"A partir de las lenguas los pueblos, no a partir de los pueblos han nacido las lenguas".
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