En los años de la Transición, España se dotó de un inmenso "patrimonio" de políticos.
El machaqueo atronador y continuo de que debía haber democracia en España y que para ello debía participar "el pueblo", se interpretó (ingenuamente por la mayoría y astutamente por los interesados) como que "cuantos más políticos hubiera mandando... más democracia habría en España".
Así fue que se crearon las nuevas autonomías y que todo tipo de ente territorial se constituía a modo del Estado, con presidente, su gobiernete y diputadillos; así hasta ayuntamientos de lo más ínfimo.
De hecho, esa nueva configuración de España como monstruo de innumerables cargos políticos e innumerables divisiones territoriales era sustentada por la izquierda en la Transición. Pues, veladamente, entendían que siempre era conveniente oponer poderes y cortapisas al gobierno "centralista" madrileño (ogro opresor por naturaleza); y que así, en caso de previsibles golpes de Estado, los golpistas "madrileños" siempre tendrían más dificultades en imponerse a los innumerables cargos políticos de la izquierda que se les opondrían tras las barreras de gobiernos regionales (demócratas por definición).
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