Raolbo, me parece muy acertado todo lo que comentas. Lo de Uber es un problema que, por desgracia, muy poca gente ve. Los españoles no tienen mucha simpatía por los taxistas y, a la hora de valorar Uber, sólo se fijan en que la carrera les va a salir más barata a corto plazo. No se paran a pensar que la carrera les podría salir más cara a largo plazo, como tú bien explicas. No se dan cuenta de que Uber instaura el modelo del "falso autónomo", donde el trabajador es más esclavo y más precario que nunca. Ignoran, además, que Uber es un laboratorio y que su idea es extender el modelo a todas las profesiones. Las profesiones de los que jalean a Uber también serán "uberizadas" en un futuro. Uber ya ha dicho que en cuanto se aprueben los coches autónomos prescindirán de los conductores. El modelo de licencias emitidas por los ayuntamientos tiene grandes imperfecciones. Pero con ese modelo el taxista goza de ciertos derechos laborales y, al pagar impuestos, revierte parte de sus beneficios en la sociedad española. Con Uber toda la riqueza va a parar a un intermediario extranjero que, además, no paga un puñetero euro en impuestos. Al margen de estas consideraciones, es una locura dejar el control de nuestras ciudades a una empresa extranjera. Ya solamente por esto debería rechazarse de manera instintiva.
Como tú apuntas, con el "Internet de las cosas" todos los objetos obtendrán información de nosotros y la enviarán a sus servidores de Internet, que a su vez enviarán "información" a nuestras mentes. El campo de aplicaciones perversas es infinito. Las aseguradoras médicas ya regalan esas pulseras electrónicas que monitorizan el pulso y otras constantes vitales. Es evidente para qué las van usar, pero a pesar de todo la gente cree que es un "regalo". Podríamos pensar que esto afectará exclusivamente al sistema estadounidense, tan dependiente de la sanidad privada, pero ya vi hace tiempo que en Sanitas regalaban uno de estos artilugios. El camino que va de lo voluntario a lo obligatorio es muy rápido y ya se ha recorrido, por ejemplo, con los teléfonos móviles. En el Reino Unido se usan unas tobilleras electrónicas para controlar a los alcohólicos. Con el terrible nombre de Pavlok, una empresa comercializa una pulsera que da descargas eléctricas para modificar comportamientos:
Pavlok, la pulsera que te electrocuta si te portas mal. Noticias de Tecnología
En principio es para que te "eduques" tú mismo con las descargas, pero lo podría usar perfectamente una entidad externa para aplicarnos descargas de manera remota, mediante una tobillera fija del tipo que usan con alcohólicos o maltratadores. Quién sabe si esas tobilleras no las acabará usando el Estado o alguna entidad perversa para controlar a los díscolos. Si puede hacerse, se hará, porque actualmente no hay nadie que hable de poner límites morales al progreso tecnológico. Y no les hace falta la violencia física para implantarnos uno de estos artilugios. Ya sabes, si no te pones la tobillera, no cobras la Renta Básica Universal.
Con la "realidad virtual" entramos en un terreno muy peligroso. Llevas razón cuando sugieres que le deberíamos prestar más atención a este fenómeno. De momento, no parece que la gente use las gafas de realidad virtual, pero es indudable que su generalización tendría efectos muy negativos. Por otra parte, me da la impresión de que algunas personas ya viven en una especie de realidad virtual, fruto de la constante absorción por sus mentes de palabras e imágenes que ven en Internet, incapaces de discernir lo real de lo imaginario. Yo he tenido conversaciones surrealistas con algún amigo que me aseguraba que no sé qué chifladuras tremendas eran reales porque las había "visto en Internet", como si eso fuese garantía de veracidad. Google sustituye a los dioses.
Desgraciadamente, me parece muy posible esa imagen que has pintado --magistralmente-- del internauta tirado en la cama, alimentado por suero y con las gafas de realidad virtual. Se tiende a eso. Me ha recordado mucho a lo que exponía George Orwell en un libro poco conocido, "El camino de Wigan Pier":
La tendencia del progreso mecánico es, pues, frustrar la necesidad humana de esfuerzo y creación, al hacer innecesarias e incluso imposibles las actividades de la vista y de la mano. El apóstol del «progreso» declarará en ocasiones que esto no importa, pero habitualmente se le puede poner en un aprieto señalando los horribles extremos a los que puede llevar el progreso. Por ejemplo, ¿por qué seguir usando las manos? ¿por qué seguir usándolas incluso para sonarse la nariz o para sacarle punta a un lápiz? Seguramente sería posible adaptarnos a los hombros algún aparato de acero y goma que hiciera todas estas cosas y dejar que los brazos se fuesen anquilosando hasta convertirse en muñones de piel y huesos. Y lo mismo podría hacerse con todos los demás órganos y facultades. En realidad no existe ninguna razón por la que una persona hiciera otra cosa que comer, beber, dormir, respirar y procrear; todo lo demás podría hacerlo la máquina en su lugar. Por tanto, el fin lógico del progreso mecánico es reducir al ser humano a algo parecido a un cerebro en una botella. Esta es la meta hacia la que ya nos estamos moviendo, aunque, por supuesto, no tengamos intención de llegar a ella, de la misma manera que un hombre que se bebe una botella de whisky cada día no tiene el propósito de contraer una cirrosis hepática.
George Orwell, El Camino de Wigan Pier, Ediciones Destino, p. 202.
Es un libro que recomiendo. Orwell es un rojo, pero es un rojo muy crítico con los rojos y aporta ideas muy valiosas. Una de las críticas que hace a los rojos es que, con su culto al progreso técnico y a la máquina, similar en esto a los capitalistas, lograrán que las personas sencillas y humanas vean el fascismo como la única salida.

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